Marcos

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Índice: Sagrada Escritura, Marcos

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Marcos 1

1 Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
2 Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.
3 Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas,
4 apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados.
5 Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
6 Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre.
7 Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias.
8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
9 Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán.
10 En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él.
11 Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.»
12 A continuación, el Espíritu le empuja al desierto,
13 y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían.
14 Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios:
15 «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»
16 Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores.
17 Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.»
18 Al instante, dejando las redes, le siguieron.
19 Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes;
20 y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar.
22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar:
24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.»
25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.»
26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.»
28 Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
29 Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella.
31 Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
32 Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados;
33 la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.
34 Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
35 De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.
36 Simón y sus compañeros fueron en su busca;
37 al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.»
38 El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.»
39 Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
40 Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.»
41 Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.»
42 Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio.
43 Le despidió al instante prohibiéndole severamente:
44 «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.»
45 Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.
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Marcos 2
1 Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa.
2 Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra.
3 Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro.
4 Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.
5 Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados.»
6 Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones:
7 «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?»
8 Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones?
9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, toma tu camilla y anda?”
10 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados – dice al paralítico -:
11 “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.”»
12 Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida.»
13 Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba.
14 Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» El se levantó y le siguió.
15 Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían.
16 Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?»
17 Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»
18 Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?»
19 Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar.
20 Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día.
21 Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor.
22 Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos.
23 Y sucedió que un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas.
24 Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?»
25 El les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre,
26 cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?»
27 Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado.
28 De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado.»
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Marcos 3
1 Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada.
2 Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle.
3 Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio.»
4 Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban.
5 Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» El la extendió y quedó restablecida su mano.
6 En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle.
7 Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea,
8 de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él.
9 Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran.
10 Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle.
11 Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.»
12 Pero él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.
13 Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él.
14 Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar
15 con poder de expulsar los demonios.
16 Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro;
17 a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno;
18 a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo
19 y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.
20 Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer.
21 Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.»
22 Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios.»
23 El, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás?
24 Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir.
25 Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir.
26 Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin.
27 Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa.
28 Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean.
29 Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno.»
30 Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo.»
31 Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar.
32 Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.»
33 El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?»
34 Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos.
35 Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»
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Marcos 4
1 Y otra vez se puso a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar.
2 Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción:
3 «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar.
4 Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron.
5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida por no tener hondura de tierra;
6 pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó.
7 Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto.
8 Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento.»
9 Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga.»
10 Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas.
11 El les dijo: «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas,
12 para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone.»
13 Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas?
14 El sembrador siembra la Palabra.
15 Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos.
16 De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría,
17 pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben en seguida.
18 Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra,
19 pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto.
20 Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento.»
21 Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero?
22 Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto.
23 Quien tenga oídos para oír, que oiga.»
24 Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces.
25 Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.»
26 También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra;
27 duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo.
28 La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga.
29 Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
30 Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos?
31 Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra;
32 pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.»
33 Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle;
34 no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.
35 Este día, al atardecer, les dice: «Pasemos a la otra orilla.»
36 Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él.
37 En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca.
38 El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»
39 El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza.
40 Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?»
41 Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?»
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Marcos 5
1 Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos.
2 Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo
3 que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas,
4 pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle.
5 Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras.
6 Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él
7 y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.»
8 Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.»
9 Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos.»
10 Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.
11 Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte;
12 y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.»
13 Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara – unos 2.0000 se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar.
14 Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido.
15 Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor.
16 Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos.
17 Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
18 Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él.
19 Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.»
20 El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.
21 Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar.
22 Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies,
23 y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva.»
24 Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.
25 Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años,
26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor,
27 habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto.
28 Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.»
29 Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal.
30 Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?»
31 Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”»
32 Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho.
33 Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad.
34 El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.»
35 Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?»
36 Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe.»
37 Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
38 Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos.
39 Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.»
40 Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña.
41 Y tomando la mano de la niña, le dice: « Talitá kum », que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate.»
42 La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor.
43 Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
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Marcos 6
1 Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen.
2 Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.
4 Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.»
5 Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos.
6 Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.
7 Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos.
8 Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja;
9 sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas.»
10 Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí.
11 Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos.»
12 Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran;
13 expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
14 Se enteró el rey Herodes, pues su nombre se había hecho célebre. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas.»
15 Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas.»
16 Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado.»
17 Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado.
18 Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano.»
19 Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía,
20 pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto.
21 Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea.
22 Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.»
23 Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino.»
24 Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?» Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista.»
25 Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.»
26 El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales.
27 Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel
28 y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre.
29 Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.
30 Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado.
31 El, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer.
32 Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario.
33 Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos.
34 Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.
35 Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado y ya es hora avanzada.
36 Despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer.»
37 El les contestó: «Dadles vosotros de comer.» Ellos le dicen: «¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?»
38 El les dice: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.» Después de haberse cerciorado, le dicen: «Cinco, y dos peces.»
39 Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba.
40 Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta.
41 Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió entre todos los dos peces.
42 Comieron todos y se saciaron.
43 Y recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces.
44 Los que comieron los panes fueron 5.000 hombres.
45 Inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente.
46 Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar.
47 Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y él, solo, en tierra.
48 Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo.
49 Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar,
50 pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Animo!, que soy yo, no temáis.»
51 Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completamente estupefactos,
52 pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada.
53 Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron.
54 Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida,
55 recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba.
56 Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.
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Marcos 7
1 Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén.
2 Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas,
3 -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos,
4 y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas -.
5 Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?»
6 El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
7 En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres.
8 Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.»
9 Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!
10 Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís:
11 Si uno dice a su padre o a su madre: “Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán – es decir: ofrenda -“,
12 ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre,
13 anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas.»
14 Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended.
15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
16 Quien tenga oídos para oír, que oiga.»
17 Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola.
18 El les dijo: «¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle,
19 pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?» – así declaraba puros todos los alimentos -.
20 Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos,
22 adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez.
23 Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.»
24 Y partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido,
25 sino que, en seguida, habiendo oído hablar de él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies.
26 Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio.
27 El le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.»
28 Pero ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños.»
29 El, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija.»
30 Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido.
31 Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
32 Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él.
33 El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.
34 Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Abrete!»
35 Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.
36 Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban.
37 Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
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Marcos 8
1 Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama Jesús a sus discípulos y les dice:
2 «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer.
3 Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos.»
4 Sus discípulos le respondieron: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?»
5 El les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos le respondieron: «Siete.»
6 Entonces él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente.
7 Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran.
8 Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas.
9 Fueron unos 4.000; y Jesús los despidió.
10 Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanutá.
11 Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba.
12 Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará, a esta generación ninguna señal.»
13 Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.
14 Se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan.
15 El les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.»
16 Ellos hablaban entre sí que no tenían panes.
17 Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada?
18 ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de
19 cuando partí los cinco panes para los 5.000? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?» «Doce», le dicen.
20 «Y cuando partí los siete entre los 4.000, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete.»
21 Y continuó: «¿Aún no entendéis?»
22 Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque.
23 Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?»
24 El, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan.»
25 Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas.
26 Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»
27 Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?»
28 Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.»
29 Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.»
30 Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.
31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días.
32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle.
33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
34 Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
35 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
36 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?
37 Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?
38 Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.»
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Marcos 9
1 Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.»
2 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos,
3 y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo.
4 Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
5 Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»;
6 – pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -.
7 Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.»
8 Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
9 Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
10 Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.»
11 Y le preguntaban: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?»
12 El les contestó: «Elías vendrá primero y restablecerá todo; mas, ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que sufrirá mucho y que será despreciado?
13 Pues bien, yo os digo: Elías ha venido ya y han hecho con él cuanto han querido, según estaba escrito de él.»
14 Al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos.
15 Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle.
16 El les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?»
17 Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo
18 y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espurnarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.»
19 El les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!»
20 Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos.
21 Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño.
22 Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.»
23 Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!»
24 Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!»
25 Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él.»
26 Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto.
27 Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie.
28 Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?»
29 Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»
30 Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera,
31 porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.»
32 Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.
33 Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?»
34 Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor.
35 Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.»
36 Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo:
37 «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado.»
38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.»
39 Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí.
40 Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»
41 «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.»
42 «Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar.
43 Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga.
45 Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna.
47 Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna,
48 donde su gusano no muere y el fuego no se apaga;
49 pues todos han de ser salados con fuego.
50 Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros.»
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Marcos 10
1 Y levantándose de allí va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente donde él y, como acostumbraba, les enseñaba.
2 Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?»
3 El les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?»
4 Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.»
5 Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto.
6 Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra.
7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre,
8 y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
9 Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.»
10 Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto.
11 El les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla;
12 y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
13 Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían.
14 Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios.
15 Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.»
16 Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
17 Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
18 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios.
19 Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.»
20 El, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.»
21 Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.»
22 Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
23 Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!»
24 Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios!
25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.»
26 Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?»
27 Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.»
28 Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
29 Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio,
30 quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.
31 Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.»
32 Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder:
33 «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles,
34 y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará.»
35 Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos.»
36 El les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?»
37 Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
38 Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?»
39 Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo conque yo voy a ser bautizado;
40 pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.»
41 Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan.
42 Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder.
43 Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor,
44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos,
45 que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»
46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.
47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!»
48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
49 Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.»
50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús.
51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!»
52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
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Marcos 11</strong id=»Mc11″>
1 Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos,
2 diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo.
3 Y si alguien os dice: “¿Por qué hacéis eso?”, decid: “El Señor lo necesita, y que lo devolverá en seguida”.»
4 Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron.
5 Algunos de los que estaban allí les dijeron: «¿Qué hacéis desatando el pollino?»
6 Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron.
7 Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él.
8 Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos.
9 Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: « ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
10 ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!»
11 Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.
12 Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre.
13 Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos.
14 Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!» Y sus discípulos oían esto.
15 Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas
16 y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo.
17 Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos! »
18 Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina.
19 Y al atardecer, salía fuera de la ciudad.
20 Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz.
21 Pedro, recordándolo, le dice: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca.»
22 Jesús les respondió: «Tened fe en Dios.
23 Yo os aseguro que quien diga a este monte: “Quítate y arrójate al mar” y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá.
24 Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis.
25 Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas.»
27 Vuelven a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos,
28 y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?»
29 Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto.
30 El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.»
31 Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: “Del cielo”, dirá: “Entonces, ¿por qué no le creísteis?”
32 Pero ¿vamos a decir: “De los hombres?”» Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta.
33 Responden, pues, a Jesús: «No sabemos.» Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
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Marcos 12
1 Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó.
2 Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña.
3 Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías.
4 De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron.
5 Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros.
6 Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: “A mi hijo le respetarán”.
7 Pero aquellos labradores dijeron entre sí: “Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia.”
8 Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña.
9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros.
10 ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido;
11 fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?»
12 Trataban de detenerle – pero tuvieron miedo a la gente – porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.
13 Y envían donde él algunos fariseos y herodianos, para cazarle en alguna palabra.
14 Vienen y le dicen: «Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o dejamos de pagar?»
15 Mas él, dándose cuenta de su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea.»
16 Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César.»
17 Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios.» Y se maravillaban de él.
18 Se le acercan unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaban:
19 «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano.
20 Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia;
21 también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo.
22 Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer.
23 En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer.»
24 Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios?
25 Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos.
26 Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?
27 No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error.»
28 Acercóse uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»
29 Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor,
30 y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.»
32 Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que El es único y que no hay otro fuera de El,
33 y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
34 Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
35 Jesús, tomando la palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: «¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?
36 David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.
37 El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?» La muchedumbre le oía con agrado.
38 Decía también en su instrucción: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas,
39 ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes;
40 y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa.
41 Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho.
42 Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as.
43 Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro.
44 Pues todos han echado de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.
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Marcos 13
1 Al salir del Templo, le dice uno de sus discípulos: «Maestro, mira qué piedras y qué construcciones.»
2 Jesús le dijo: «¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.»
3 Estando luego sentado en el monte de los Olivos, frente al Templo, le preguntaron en privado Pedro, Santiago, Juan y Andrés:
4 «Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse.»
5 Jesús empezó a decirles: «Mirad que no os engañe nadie.
6 Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: “Yo soy”, y engañarán a muchos.
7 Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os alarméis; porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin.
8 Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre: esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento.
9 «Pero vosotros mirad por vosotros mismos; os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa, para que deis testimonio ante ellos.
10 Y es preciso que antes sea proclamada la Buena Nueva a todas las naciones.
11 «Y cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a hablar; sino hablad lo que se os comunique en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo.
12 Y entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán.
13 Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.
14 «Pero cuando veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe (el que lea, que entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes;
15 el que esté en el terrado, no baje ni entre a recoger algo de su casa,
16 y el que esté por el campo, no regrese en busca de su manto.
17 ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días!
18 Orad para que no suceda en invierno.
19 Porque aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber.
20 Y si el Señor no abreviase aquellos días, no se salvaría nadie, pero en atención a los elegidos que él escogió, ha abreviado los días.
21 Entonces, si alguno os dice: “Mirad, el Cristo aquí” “Miradlo allí”, no lo creáis.
22 Pues surgirán falsos cristos y falsos profetas y realizarán señales y prodigios con el propósito de engañar, si fuera posible, a los elegidos.
23 Vosotros, pues, estad sobre aviso; mirad que os lo he predicho todo.
24 «Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor,
25 las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas.
26 Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria;
27 entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
28 «De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca.
29 Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que El está cerca, a las puertas.
30 Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda.
31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
32 Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.
33 «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento.
34 Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele;
35 velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada.
36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos.
37 Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!»
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Marcos 14
1 Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle.
2 Pues decían: «Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo.»
3 Estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza.
4 Había algunos que se decían entre sí indignados: «¿Para qué este despilfarro de perfume?
5 Se podía haber vendido este perfume por más de trescientos denarios y habérselo dado a los pobres.» Y refunfuñaban contra ella.
6 Mas Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena en mí.
7 Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre.
8 Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura.
9 Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya.»
10 Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo.
11 Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento oportuno.
12 El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?»
13 Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle
14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa: “El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?”
15 El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.»
16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.
17 Y al atardecer, llega él con los Doce.
18 Y mientras comían recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo.»
19 Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: «¿Acaso soy yo?»
20 El les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato.
21 Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»
22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo.»
23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.
25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.»
26 Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.
27 Jesús les dice: «Todos os vais a escandalizar, ya que está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
28 Pero después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea.»
29 Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, yo no.»
30 Jesús le dice: «Yo te aseguro: hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres.»
31 Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré.» Lo mismo decían también todos.
32 Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración.»
33 Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia.
34 Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.»
35 Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora.
36 Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.»
37 Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar?
38 Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»
39 Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras.
40 Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no sabían qué contestarle.
41 Viene por tercera vez y les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
42 ¡Levantaos! ¡vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca.»
43 Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos.
44 El que le iba a entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle y llevadle con cautela.»
45 Nada más llegar, se acerca a él y le dice: «Rabbí», y le dio un beso.
46 Ellos le echaron mano y le prendieron.
47 Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja.
48 Y tomando la palabra Jesús, les dijo: «¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos?
49 Todos los días estaba junto a vosotros enseñando en el Templo, y no me detuvisteis. Pero es para que se cumplan las Escrituras.»
50 Y abandonándole huyeron todos.
51 Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen.
52 Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo.
53 Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
54 También Pedro le siguió de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los criados, calentándose al fuego.
55 Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban.
56 Pues muchos daban falso testimonio contra él, pero los testimonios no coincidían.
57 Algunos, levantándose, dieron contra él este falso testimonio:
58 «Nosotros le oímos decir: Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en tres días edificaré otro no hecho por hombres.»
59 Y tampoco en este caso coincidía su testimonio.
60 Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?»
61 Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?»
62 Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo.»
63 El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
64 Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?» Todos juzgaron que era reo de muerte.
65 Algunos se pusieron a escupirle, le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían: «Adivina», y los criados le recibieron a golpes.
66 Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote
67 y al ver a Pedro calentándose, le mira atentamente y le dice: «También tú estabas con Jesús de Nazaret.»
68 Pero él lo negó: «Ni sé ni entiendo qué dices», y salió afuera, al portal, y cantó un gallo.
69 Le vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Este es uno de ellos.»
70 Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro: «Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo.»
71 Pero él, se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre de quien habláis!»
72 Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.» Y rompió a llorar.
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Marcos 15
1 Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato.
2 Pilato le preguntaba: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» El le respondió: «Sí, tú lo dices.»
3 Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas.
4 Pilato volvió a preguntarle: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.»
5 Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.
6 Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran.
7 Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato.
8 Subió la gente y se puso a pedir lo que les solía conceder.
9 Pilato les contestó: «¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?»
10 (Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia.)
11 Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltase más bien a Barrabás.
12 Pero Pilato les decía otra vez: «Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis el Rey de los judíos?»
13 La gente volvió a gritar: «¡Crucifícale!»
14 Pilato les decía: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaron con más fuerza: «Crucifícale!»
15 Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado.
16 Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte.
17 Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen.
18 Y se pusieron a saludarle: «¡Salve, Rey de los judíos!»
19 Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
20 Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle.
21 Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz.
22 Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario.
23 Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó.
24 Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno.
25 Era la hora tercia cuando le crucificaron.
26 Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos.»
27 Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda.
29 Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días,
30 ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!»
31 Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse.
32 ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.» También le injuriaban los que con él estaban crucificados.
33 Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.
34 A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», – que quiere decir – «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»
35 Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías.»
36 Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.»
37 Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.
38 Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo.
39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.»
40 Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé,
41 que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
42 Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado,
43 vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús.
44 Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo.
45 Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José,
46 quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro.
47 María Magdalena y María la de Joset se fijaban dónde era puesto.
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Marcos 16
1 Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle.
2 Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro.
3 Se decían unas otras: «¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?»
4 Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande.
5 Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron.
6 Pero él les dice: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron.
7 Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo.»
8 Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo…
9 Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.
10 Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos.
11 Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron.
12 Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea.
13 Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos.
14 Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.
15 Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.
17 Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas,
18 agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.»
19 Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
20 Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.
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Felicidad

Sólo tres veces emplea Juan de la Cruz en sus escritos la palabra “felicidad”. Queda en parte compensada esta penuria verbal con otras voces equivalentes, como “dicha” y “dichoso”, “deleite”, “solaz”, etc. que comparecen con un centenar de frecuencias. Lo importante es que la realidad y el significado de la auténtica felicidad estén sumamente presentes en su vida y en su obra. También aquí surge el contraste entre lo que parece y lo que es Juan: infeliz y feliz. A la postre, prevalece la felicidad real sobre la aparente infelicidad. Se le podría definir ambivalente como pobre-rico, desgraciado-afortunado, perseguido-amado, atormentado-dichoso.

I. Hombre feliz

J. de la Cruz cifró la más alta y pura esencia de la felicidad en el amor. Desde esta suprema perspectiva fue un hombre feliz, porque amó mucho y fue amado sincera y tiernamente. Aunque pobres, se amaron en su pequeña y reducida familia, su madre y su hermano, permaneciendo fieles, comunicativos y afectuosos, unidos a pesar de las distancias; incluso los llevará a sus conventos para que ayuden a los frailes con su trabajo. Su madre recibirá sepultura en el Carmelo teresiano de  Medina del Campo, y a su hermano  Francisco, pobre y analfabeto, lo presentará fray Juan a los señores de  Granada como “la joya que más apreciaba él en el mundo”.

Amó y fue amado fray Juan por los religiosos, que le elegían y reelegían para superior de las casas, y leían y copiaban sus escritos, que gracias a ellos han llegado en varios códices hasta nosotros. Fue amado sobre todo por las religiosas, que no se cansaban de escucharle, oyendo con embeleso sus enseñanzas y poniéndose bajo su dirección espiritual. Con tan experto guía hacían grandes progresos en el camino de la perfección. Esto hacía crecer en todos sus dirigidos y dirigidas la estima y el afecto hacia un hombre “tan celestial y divino” en expresión de  S. Teresa. Nos han llegado muy pocas cartas de fray Juan de la Cruz, solamente 34. Pero en ese corto epistolario se echa bien de ver la delicadeza, el cariño y el amor que encerraba este hombre en su corazón.

Le resta aún a fray Juan otra dimensión de la felicidad: la que se deriva del amor divino. Desde este plano espiritual, su ventura no conoció término ni límite. Estudió y columbró la verdadera sustancia de la felicidad posible, la expuso con profunda reflexión en sus libros, iluminó las mentes con su irradiación y la cantó con arcangélica melodía. Él no habló de felicidades terrenas, sino de la felicidad eterna (CB 38,1) y de la felicidad infinita (Po I, 1). Percibió para sí y brindó para los demás la felicidad como un indecible aquello que no se puede decir con nombre sobre la tierra. Y murió fray Juan de felicidad un día en  Úbeda, porque murió de amor.

II. A la felicidad por la santidad

J. de la Cruz no concibió ni para sí ni para los otros la verdadera felicidad si no era como fruto espontáneo de la santidad. Él así la buscó y la halló y la poseyó y la gozó. Tampoco fue a la santidad exclusivamente como tal santidad, sino como una vivencia y exigencia del amor. Su programa era amar a Dios como Dios debe y quiere ser amado, sin trabas y hasta las últimas consecuencias, hasta alcanzar la unión plena con él. Eso es la santidad para fray Juan, y eso es lo que confiere en este mundo la dichosa ventura de la única felicidad. Él la logró para sí; la procuró para sus hijos espirituales; y la consignó por escrito para las futuras generaciones. Porque todos estamos llamados a la santidad como estamos predestinados a la felicidad, una felicidad de enamorados a lo divino.

III. Doctor y poeta de la felicidad

J. de la Cruz es doctor de la Iglesia por sus escritos. En ellos trata de llevar a las almas a la perfecta  unión con Dios, esa unión en la que esas almas encontrarán cuanto desean, cuanto quieren, cuanto aman. Es decir, hallarán todo cuanto buscan y necesitan para ser felices del todo y para siempre. En este sentido desarrolla el Santo su teoría por elevación. Para esto el experto guía procura, primero, quitar los impedimentos, las imperfecciones, las aficiones, lo que es  negación de Dios; segundo, llenar al alma de perfecciones y virtudes, asemejándola en entendimiento y voluntad a Dios para alcanzar la unión con El, queriendo lo que Dios quiere y amando lo que Dios ama.

Para estimular al alma a este alto y feliz estado de la eterna e infinita ventura fray Juan le va mostrando por piezas todas las muchas bellezas y gozos que trae para el hombre la posesión de Dios, y aquí es un derroche de dones, consuelos, gozos, recreaciones, gustos, deleites y maravillas que no puede haberlas juntas en ninguna otra parte ni es capaz de imaginar el más encandilado soñador.

Ofrecemos a continuación un muestrario del vocabulario sanjuanista con referencia directa a la felicidad. Para no empedrar este texto de incontables citas y números de la Llama de amor viva las englobamos todas por el orden de las respectivas estrofas:

Estrofa 1ª: “Ríos de gloria, copiosidad del deleite, torrente de tu deleite, que a vida eterna sabe, jocunda y festivalmente, abrazo abisal de su dulzura, muerte muy suave y muy dulce”.

Estrofa 2ª: “El deleite sobremanera, lo fino del deleite, hasta los últimos artejos de pies y manos, anda el alma como de fiesta, divinos modos de deleite, no es increíble que así sea”. “La delicadez del deleite que se siente es imposible decirse; no hay vocablos para declarar cosas tan subidas de Dios como en estas almas pasan”.

Estrofa 3ª: “Un paraíso de regadío divino, abismo de deleites, delectación grande, su sed es infinita, deleite y hartura de Dios”.

Estrofa 4ª: “Fuerte deleite, totalmente indecible, cuán dichosa es esta alma”.

El mismo procedimiento seguimos para las citas del Cántico espiritual, que agrupamos por el orden de cada una de las canciones: “Deleite escondido en  Dios escondido, Cristo, infinito deleite (Can 1), prado de deleites (4), el más subido deleite, muy mayor deleite (14), gozo en flor (16), deleitoso jardín (17), un mar de deleite, suave sueño de amor, novedades de deleites, en todo deleite se deleita, dichosa vida, música subidísima que embebe y suspende (20-21), felicísimo estado, el alma hecha Dios, son dioses (22), lecho de deleites, flores de felicidad (24), divina  embriaguez (25), divina bebida (26), no hay afición de madre comparable, deleites de amor, derretirse de amor (27), solaz y deleite, vino sabroso de amor (30), apacentado sabrosa y divinamente (34), sabroso asiento de amor (35), sabor inefable (37), “aquello” que me diste (38), profundo deleite indecible, sabor de canto eterno en esta vida, “no hay que tener por imposible” (39).

IV. Dichosa vida

El depositario y beneficiario de todos estos bienes y consuelos e indecibles delicias para J. de la Cruz es un ser enteramente feliz y así lo define como al hombre más dichoso de la tierra en un anticipado paraíso de gloria. Exclama el extático Juan: “¡Dichosa vida y dichoso estado y dichosa alma que a él llega! donde todo le es sustancia de amor y regalo y deleite de  desposorio” (CB 20-21,5).

Todo esto se explica si se tiene en cuenta lo que afirma este doctor de la Iglesia acerca de la condición divina de estas almas llegadas a la perfección, a saber: “Las almas, los mismos bienes poseen por participación que Dios por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación, iguales compañeros suyos de Dios” (CB 39, 6). En otro lugar pondera el Santo: “Viviendo el alma aquí vida tan feliz y gloriosa, como es vida de Dios, considere cada uno, si pudiere, qué vida tan sabrosa será ésta que vive” (CB 22, 6). J. de la Cruz, este santo, esencialmente feliz, brinda felicidad a los mortales; este doctor señala el camino que conduce al paraíso y este poeta dice su canción de la alegría a cuantos quieran avanzar a su vera.

BIBL. — ISMAEL BENGOECHEA, La felicidad en San Juan de la Cruz, Sevilla, Miriam, 1988.

Ismael Bengoechea

Escatología

La escatología sanjuanista es deudora, ante todo, de los hechos más elementales implicados por ella (muerte, juicio, purgatorio y cielo). Pero no todos estos pasos alcanzan el mismo relieve dentro de sus preocupaciones sistemáticas y del ambiente teológico que las envuelven. Originalmente se funda en las fuentes bíblicas; en segundo lugar, en el entramado teológico de su sistema espiritual y, por fin, en los acentos que pone en su marco del itinerario místico sobre determinados tránsitos o pasos a la vida eterna.

Dejando a un lado el carácter algo “escapista” del Santo ante la historia terrena (aunque sin negar su equilibrio entre talante contemplativo y activo), tratamos aquí dos eslabones concretos: muerte (física y de amor) y cielo (bienaventuranza, gloria, fruición y jubilación). El “juicio” escatológico apenas se alude en sus escritos como aviso para “los que viven lejos” (S 2,7,12; cf 22,15) o como misterio escondido de Dios (CB 37,7). El mismo «purgatorio” no recibe más relieve que su comparación con la  «purificación” necesaria y singularizada antes de pasar a la “perfecta unión” con Dios (N 2,7,7; 20,5; LlB 1,21.24).

I. La muerte

Es el primer novísimo considerado profusamente por J. de la Cruz. Lo presenta como acontecimiento final de la vida terrena, como muerte espiritual en conformidad con la de Cristo y como acontecimiento místico cuando es “por amor” como la del Señor.

1. MUERTE NATURAL. Es la muerte física, en todos “semejante a las demás” (LlB 1,30). El hombre se muere de muerte porque no mereció ningún don “preternatural”. Siempre es un enigma ante el que fracasan la imaginación y discurso humanos (Vat. II, GS, 18). Poco importan su etiología o diagnóstico forenses (“por enfermedad o longura de días”: LlB 1,30). Al Santo tampoco le interesa mucho esa “espiritualidad del buen morir”, tan en boga entre muchos autores de su época. Sólo en uno de sus “dichos” nos da un aldabonazo para emplear el tiempo “como lo querrías haber hecho cuando te estés muriendo” (Av. 79).

Esto supone que la muerte no es “amada ni amiga” sino el mayor contratiempo de la existencia terrena. En tal acepción negativa se toma como “privación de la vida” (LlB 2,32) y signo de una rebeldía o vacío para el “pecador”, que “siempre teme morir, porque barrunta que la muerte todos los bienes le ha de quitar, y todos los males le ha de dar” (CB 11,10). Se trasciende ya el significado “racional” de la muerte física con su valoración desde lo teológico. En tal sentido la “muerte” sucede cuando el alma no tiene ningún grado de amor (ib. 11) o “carece” de Dios (CB 2,7). Se rehúye instintivamente la muerte, pues “querer morir es imperfección natural” (CB 11,8) y a nadie atrae la “fealdad” de un cadáver (S 1,9,3). Así se lamenta el Santo de que se prefieran el suicidio u otros bienes (como el dinero, fama, etc.) antes que la libertad de espíritu ante el evento final (S 3,19,10; 22,3, etc.). Esto será ya otra opción muy distinta y positiva.

2. MUERTE ESPIRITUAL. Tiene un sentido metafórico, y no equivale a “pecado” sino a “mortificación espiritual” (“y toda deuda paga, / matando, muerte en vida la has trocado”: LlB 2,23-35). Para no ser cobardes ante este evento natural, es necesario captar bien esta simbólica de la muerte: su relación con la de Cristo y su sentido derivado de “incorporación a su muerte”. Sin tal referencia positiva se puede dar también en el cristiano una especie de miedo espiritual, que el Santo compara varias veces a la “huida” instintiva ante la muerte (S 2,7,5; N 1,2,3).

Si, en cambio, se pretende seguir los pasos de Cristo, hay que hacerlo hasta su “anonadamiento en la muerte de cruz”, pues “cierto está que él murió a lo sensitivo, espiritualmente en vida y naturalmente en su muerte” (S 2,7,10), “aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno” (ib. 11). Así ha de ser la suerte del discípulo fiel: “como una aniquilación temporal y natural y espiritual en todo” (S 2,7,6).

En la negación sensible y en la noche del espíritu, justo a través de la mortificación activa y pasiva, va surgiendo la “vida espiritual” como contrapunto al vacío dispositivo y purificación de todo apetito voluntario desordenado (S 1,12,3; N 2, 6,1.2; 7,3). Pero aquí la muerte y el silencio del sepulcro del “hombre viejo” (LlB 2,33.34) no son fines en sí mismos sino el paso obligado del misterio pascual: “para la resurección que espera” (N 2,6,1; Ct 7).

3. MUERTE DE AMOR. Lo que da sentido y fecunda a la muerte de Cristo y a la espiritual del hombre es el “amor”. No se niega el realismo del “vivir en pobreza y morir en miseria” de Él (S 2,19,7; cf. S 2,7; 22, etc.), ni los “trances de muerte” como en la “noche oscura” del alma (N 2,5,6, etc.). Pero sólo el amor es la suprema referencia formal en este punto: “el pecho del amor muy lastimado” del Amado “pastorcico” (Po 6). Tampoco a los demás “conviene que no nos falte cruz, como a nuestro Amado, hasta la muerte de amor” (Ct 11).

El deseo de “morir de amor” está a la base de su poética primitiva, en que plastifica sus penas y ansias de amor. Coplas como las que glosan el certamen del “Vivo sin vivir en mí” (Po 8) o las primeras estrofas del Cántico compuestas en Toledo no dejan dudas sobre el estado anímico de su autor: “Que adolezco, peno y muero” // “y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo” // “Mas ¿cómo perseveras, ¡oh vida! no viviendo donde vives, y haciendo por que mueras las flechas que recibes” // “¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste?” // “Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura” // “Apártalos, Amado, que voy de vuelo”, etc.

Pero en achaques de amor hay sus más y sus menos. Hay amores “impacientes” que suspiran por la vista del Amado y que no están todavía a punto de realizar sus ansias. “Muerte de amor”, propiamente hablando, no hay más que una. Así hay que acoplar las “declaraciones” de las primeras estrofas del Cántico (1-11) según los “diez grados de amor” que él conocía (N 2,1920). Se pueden desear “mil muertes” por Dios (Po 8; C 1,19; 2,6; 8,2) y no acontecer ninguna; se puede pedir que “pues eres tú la causa de la llaga en dolencia de amor, sé tu la causa de la salud en muerte de amor” (CB 9,3), etc.

Es comprensible para un alma que no tiene ojos sino para buscar a su Amado, pedir “condicionadamente” la muerte (CB 10,8). Pero todo puede ser un espejismo del amor en camino (“ciertos visos entreoscuros de su divina hermosura”: CB 11,4). Justamente en este comentario al “descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura”, se detiene el Santo en explicarnos por qué ahora “en la ley de gracia” se considera más sano “querer vivir poco y morir por verle” a Dios, cantando las “dulzuras de la muerte” física, “amiga y esposa”, “remate de todas sus pesadumbres y penas y principio de todo su bien” (C 11,9-10). La razón es siempre la misma: “el alma no teme morir cuando ama” (ib.).

Sin embargo, a estas “ansias de amor”, que tanto la purifican en su impaciencia, les falta todavía llegar a los dos últimos grados perfectos de la escala de amor, que consisten en “arder con suavidad … del Espíritu Santo” y “asimilarse totalmente a Dios” (N 2,20,4-5). En el gozne de ambos grados ocurre la muerte amor: “habiendo llegado en esta vida al nono grado [de los “perfectos”], sale de la carne” (ib.).

Es lo que comenta en la declaración de las cinco últimas estrofas de Cántico y, sobre todo, en la primera de Llama. En las primeras J. de la Cruz tiene que reorientar la tensión espiritual de su primera redacción en “pretensiones” escatológicas del alma. Ahora el “entremos más adentro en la espesura” para gozarse con el Amado, implica el “gozarle perfectamente en la vida eterna…, este beatífico pasto en manifiesta visión de Dios” (CB 36,2), “verle cara a cara” en su hermosura (ib.5), subir al “monte” de la “visión clara de Dios” (ib.7) y entrar “hasta los aprietos de la muerte, por ver a Dios” (ib. 12).

Se dice claramente que desea el alma “ser desatada y verse con Cristo” (CB 37,1: Fil 1,23), “más adentro del matrimonio espiritual que ahora posee, que será en la gloria, viendo a Dios cara a cara” (ib. 2) y gozando las “cavernas” de los misterios y “el mosto” de los atributos divinos aquí todavía escondidos (ib. 3-7). Es la “felicidad eterna”, “la gloria esencial” en que pueda amar a Dios con el mismo Amor que es amada (CB 38 1-4) y “poseer sin fin… aquello para que Dios la predestinó sin principio” (ib. 6).

Allí, en la Jerusalén celeste, comerá el alma del “árbol de la vida que está en el paraíso”, recibirá “la corona de la vida” y “un nombre nuevo”, “potestad sobre las gentes”, la “estrella matutina”; “será vestida con vestiduras blancas”, “columna en el templo de mi Dios” y se sentará “conmigo en mi trono” (Ap 1-2: CB 38,7-8). Todo esto no lo dice sólo Juan en su Apocalipsis: lo dice el mismo Cristo, su Esposo, “son palabras del Hijo de Dios para entender aquello” (ib.) Todo ese “peso de gloria” a que fue predestinada en el día de la eternidad, recibirá el alma “cuando, desatándome de la carne…bebamos el mosto de las suaves granadas” (ib.9). Nada extraño, pues, que el alma “arrimada en su Esposo para subir el desierto de la muerte” pretenda llegar “a los asientos y sillas gloriosas del Esposo” en el “glorioso matrimonio de la [Iglesia] triunfante” (CB 40,1.7).

Es lo mismo que, con acentos y pluma líricamente inefables, J. de la Cruz nos declara en el comentario místico a los dos últimos versos de la 1ª estrofa de Llama: “Acaba ya, si quieres: / ¡rompe la tela de este dulce encuentro!” (LlB 1, 27-36).

Acaba ya: Petición bien definida. De conclusión inmediata, con la fuerza imperativa del “sácame” o “máteme”. Se sabe lo que se pide y cómo pedirlo: “encarecimiento afectuoso”, “rogar persuadiendo”, “gemido, aunque suave y regalado”, “sin pena”, con “deseo deleitable”, etc. (LlB 1,2.6.27.28). Sosiego del peregrino al arribo.

Si quieres: Y sí que lo quiere el Espíritu del Esposo que le “provoca” y “convida” a pedirlo (LlB 1,28). No es el “condicional” exagerado de otras veces (CB 11,8). Aquí el alma ya “en el vivir y en el morir está conforme y ajustada con la voluntad de Dios” (CB 20,11). Su querer es forma de oración perfecta: “lo que tú quieres pida, pido” (LlB 1,36); de fiat y de amén: “para que así sea” (LlB 1,28).

Rompe la tela: Muerte de amor propiamente dicha (LlB 1,29ss). Es ruptura con pero para el “encuentro” sucesivo. Lo causa un ímpetu de amor más subido y poderoso con su efecto “rápido” (LlB 1,30). Hay nexo indeleble de realidades máximas: vida eterna de amor con Dios. La tela de unión entre alma y cuerpo es ya tan tenue, sutil, delgada y flaca que no puede trabar ambos estadios (LlB 1,29.32). Se adivina la acción continua de Dios para enlazar en presente con lo eterno. Una acción que es, al mismo tiempo, de la llama del Espíritu y del ascua incandescente, pues el amor es ya “uno” entre ambos (LlB 1,16).

De este dulce encuentro: Transfinalización de toda petición y acción en la fiesta nupcial definitiva o “fiesta del Espíritu Santo” y “glorificación jocunda y festiva del alma” (LlB 1,8-9). Encuentro efusivo entre amados para siempre, como río ancho y tranquilo que desemboca en el “mar del amor” (LlB 1,30). Y también cántico final, “siempre nuevo”, en el destino jubiloso en que “todo se vuelve en amar y alabanzas” (ib.31). Victoria del amor sobre la muerte, pues “en viniendo la Vida, no queda rastro de muerte” (ib. 36). Esta “fortaleza de la otra vida” hace que Dios sea para ella su  “todo”, que es “la plenitud y hartura que desea mi alma sin término ni fin” (LlB 1,36).

II. Cielo de verdad

El discurso sanjuanista sobre el cielo (gloria, vida eterna, bienaventuranza, etc.) refleja en sus escritos, ante todo, una tensión vivencial o existencial. Conecta así con su doctrina sobre la “muerte de amor” (cf. supra), y con su tendencia personal hacia el encuentro escatológico con Cristo.

En segundo lugar, el estado glorioso es un punto de referencia constante para valorar las gracias místicas del alma que “visea” su meta desde las ansias primeras de hallar al Amado hasta la realidad de su matrimonio espiritual con él. En tal sentido, hay un hiato bien claro entre lo alcanzado en esta vida y lo que se pide y espera como consumación definitiva de la misma: “Porque, aunque el alma llegue en esta vida mortal a tan alto grado de perfección como aquí va hablando (=matrimonio de amor “cualificado”), no llega ni puede llegar a estado perfecto de gloria” (LlB 1,14). Esta postura doctrinal es definitiva.

Entre la tensión y la comparacióndistinción hay que ubicar su doctrina referida al estado escatológico celeste. La hallamos en todos sus escritos: Romances, Subida, Noche, Cántico y Llama. Las fuentes de inspiración y explicación de “aquello” no son otras que las consabidas: experiencia propia o constatada (“hombre celestial y divino” según santa Teresa), recurso a la Escritura (Apocalipsis y Pablo, especialmente) y la asimilación profunda del opúsculo pseudotomista De beatitudine, del que toma argumentos para ponderar lo que el alma desea en su matrimonio terreno (CA) o para el matrimonio “celeste” (CB y Llama). Entre unas fuentes y otras se enriquece la expresión literaria sanjuanista, hasta el punto de que su discurso sobre el “cielo” abunda en sinonimias y concordancias múltiples, tanto objetivas como subjetivas, hasta usar él mismo el “etc”. Nada fácil resumirlo todo en pocas líneas ni por orden lógico, sobre todo intentando lo imposible que es separar experiencia y doctrina.

1. CIELO COMO “TENSIÓN HACIA EL FIN”. El “estado de gloria” (C 13,2) es la “posesión” efectiva de aquello para que Dios “predestinó” a la criatura inteligente, ángeles y hombres que forman el “cuerpo” de la “Cabeza gloriosa” del Unigénito del Padre, Amado y Esposo encarnado, muerto y resucitado.

Así lo contempla J. de la Cruz desde sus Romances primeros: “Una esposa que te ame, mi Hijo, darte quería, que por tu valor merezca tener nuestra compañía” (Romance 3º). Compañía eterna en la que “conozca”, posea la “claridad” (=gloria), el “eterno deleite” y “bondad sublimada” de la “vida” trinitaria (ib.). El hombre comparte con los ángeles el mismo destino (“que todos son un cuerpo”: Romance 4º), aunque en los primeros la “posesión” de Dios es en alegría inicial (cf. CB 7,6), mientras que en el hombre es todavía sujeto de “esperanza de fe” que se les “infunde” en él mientras de “este siglo que corría” (Romance 4º). La “eterna melodía” es un destino a ensayar en el cántico temporal del amor gracioso y agradecido. No le faltará “gozar de los misterios (=sacramentos) que entonces ordenaría” (Romance 5º) ni de la “noticia al mundo” (=evangelio) de su encarnación, redención y “vuelta” de la esposa al Padre (Romances 7º-8º). Misterio de “pasmo” no sólo para María sino para cuantos contemplaban “el llanto del hombre en Dios/ y en el hombre la alegría” (Romance 9º).

La historia de esta redención progresiva en la fe, amor y esperanza, es la descrita en Subida-Noche. Aquí la purificación forma parte del “rescate” que Cristo realiza en su esposa como “dichosa ventura” en la «noche oscura”. Se “posee” a Dios por “gracia” como en la otra vida se unirá el alma con él “por gloria” (S 1,12,3; S 2,4,4). La “asimilación total con la divina esencia” será el “último grado de clara visión”, pero ésta sólo se realiza en la otra vida (N 2,20,5.6).

Esta diferencia entre una y otra forma de unión con Dios afecta sobre todo al  camino espiritual que, especialmente en Cántico, se nos presenta como una progresiva comunión de amor entre el alma y Cristo. “Sale” el alma (“sacándola Dios”: S 1,4,1; “sacaste mi alma”: CB 1,20) “gimiendo” tras su Amado “escondido”. No se ahorran ponderaciones a los deseos clamorosos del encuentro. “Deseando unirse con él por clara y esencial visión, propone sus ansias de amor” (CB 1,2). Este “intento” máximo incluye desde el inicio del camino el “poseer o ver clara y esencialmente a Dios…; la clara presencia y visión de su esencia en que desea estar certificada y satisfecha en la otra [vida]” (CB 1,4). Es decir, toda la vida espiritual presente está animada por la esperanza de las promesas escatológicas.

Entre tanto llega la carrera a su último tramo de las cinco postreras canciones que “tratan del estado beatífico, que ya sólo en aquel estado perfecto (matrimonio) pretende” (CB arg.), el alma propondrá muchas veces a su Amado “la dolencia y ansia de su corazón… sin poder tener remedio con menos que con esta gloriosa vista de su divina esencia” (CB 11,2); que la acabe “de matar para verse y juntarse con él en vida de amor perfecto” (CB 1,18), “porque echa de ver que carece de la cierta y perfecta posesión de Dios” (CB 2,6) y que la dejan muriendo “un no sé qué que quedan balbuciendo” los mensajeros “al modo de los que le ven en el cielo” (CB 7,9); que la fastidia se lo impida “una vida tan frágil en cuerpo mortal” (CB 8,3) y que, pues la hirió, “la acabe ya de matar con la fuerza del amor” (CB 9,1) y “véate yo cara a cara con los ojos de mi alma” (CB 10,7); que, “desatándola de la carne… persevera penando por su amor, sin poder tener remedio con menos que esta gloriosa vista de su divina esencia (CB 11,2).

Así mientras se le comunican “ciertos visos entreoscuros de su divina hermosura” (CB 11,4). ¿Qué no codiciará el alma cuando, tras su “desposorio” (CB 13-21) y “matrimonio” místico (C 22-40), tenga y no sólo una fe “lustrada” (CB 12,1) sino “ilustradísima” que es el equivalente de “la lumbre de la gloria”? (cf. LlB 3,80). Pensará que “va de vuelo” si el Esposo no la invitase a esperar con más paciencia “ese estado de gloria que tú ahora pretendes” (CB 13,2).

Lo pregustado en esta vida no son más que “muy desviadas asomadas” (CB 13,11) o un “vislumbre” muy distinto de lo que es ver “a Dios esencial y claramente” (CB 14-15,5); un “silbo de los aires amorosos” o un “rayo de tiniebla” muy distinto del “ver a Dios”, “en que consiste la fruición” eterna (CB 1415,14.16). Ni el matiz inefable de las gracias místicas recibidas ni su carácter “abisal” suprimen aquí ciertas “ausencias” del Amado (CB 14-15,30), cualquiera que sea el intento del Santo por ilustrarlas con las “visiones divinas” de Elías y Moisés (S 2, 8,4; 24,2-3; CB 11,4; 14-15,14; 37,4, etc.) o el rapto paulino al “tercer cielo” (S 2,4,4; 24,3; CB 13,6; 14,18; 19,5, etc.).

De hecho, por propia reflexión o inducido por su lectura del opúsculo De beatitudine, J. de la Cruz transmuta por elevación las ansias del alma en su matrimonio espiritual. Así tenemos las dos visiones de sendas redacciones del Cántico en las estrofas finales (CB 3640). Aquí se pide “para la vida eterna” lo que sigue siendo todavía irrealizable: recibir-dar el sabor del amor mutuo en igualdad interpersonal por el Espíritu, escudriñar las cosas y secretos del mismo Amado, etc. (CB 36,3). Pero se precisará el “cara a cara” de la plena visión beatífica, es decir, “ver el ser de Dios” (CB 38,1.5). La perspectiva de la “gloria esencial” nos lleva a un “amor glorioso…, que totalmente es inefable” (CB 38,4). Y así “aquello” se queda, pese a los esfuerzos por simbolizarlo con el Apocalipsis, más como un suspiro de esperanza-amor que como realidad adquirida.

Tampoco en la Llama, si bien se mira, los comentarios a los versos “acaba ya, si quieres, / rompe la tela de este dulce encuentro” no hacen más que explicitar el grito final del alma “al canto de salir a poseer acaba y perfectamente su reino” (LlB 1,30). Sabe, y por eso lo “pide” instigada por los ímpetus del Espírtu Santo, que todo lo aquí gozado (=poseído) “no llega ni puede llegar a estado perfecto de gloria” (LlB 1,14).

2. ELEMENTOS OBJETIVOS DEL “PERFECTO ESCATOLÓGICO”. No hace falta repetir que se inscriben dentro de la “tensión hacia el fin”, cielo o gloria bienaventurada. Referimos ahora brevemente dos aspectos complementarios en la escatología sanjuanista: recuento de eventos objetivos y el rico vocabulario subjetivo que los arropa.

En primer lugar, para llegar a poseer a Dios gloriosamente hay que pasar antes por el “desierto de la muerte” (CB 40,1), es decir, por la “disolución de la casa terrestre”. Esta expresión paulina (Fil 1,23: CB 11,8-9; 37,1; LlB 1,31; etc.) o su equivalente “desatarse de la carne” (2 Cor 5,1) no es un fin en sí mismo sino un paso necesario para “ser sobrevestida de gloria” (2 Cor 5,4: CB 11,9), o sea, “cuando desatándome de la carne y entrándome en las subidas cavernas de tu tálamo, transformándome en ti gloriosamente, bebamos el mosto de las suaves granadas” (CB 38,9; cf. 1,2; 7,4; 11,2.8-9; 30,9; LlB 1,2.31.35.36; 2 32, etc.). Real y experimentalmente el “cupio dissolvi” es para “verse con Cristo… por verle allá cara a cara” (Fil 1,23; 1 Cor 13,12: CB 37,1).

El sintagma “cara a cara” de la primera a Corintios, que el Santo repite estereotipadamente (S 2,9,4; CB 1,11; 10,7; CB 36,5; 37,1.2, etc.), equivale al futuro escatológico tras los velos de la fe, incluso ilustradísima, a la “visión facial”, “la gloria esencial”, el “beatífico pasto” (CB 36,2) o “el día de su triunfo” eterno (ib. 5). Es la plena posesión del Reino prometida a los “pobres” (Mt 5,3: S 2,19,8): “de manera que transformada ella en estas virtudes del Rey del cielo, se vea hecha reina” (LlB, 4,13).

Todo ello será posible merced a la “lumbre de gloria” que reasumirá el conocimiento oscuro e imperfecto de la fe (1 Cor 13,10) “cuando viniere lo que es perfecto” (1 Cor 13,10: S 2,9,3; CB 1,10; 12,6). Aquí el término “perfecto” hay que entenderlo en sentido estrictamente escatológico (CB 1,10-11), no como cuando se habla de los espiritualmente perfectos en contraposición a principiantes y aprovechados. Y, a su vez, notar cómo la expresión teológica “lumen gloriae” que hace posible la “clara visión de Dios” (S 2, 24,4) no es para el Santo otro medio que “el Hijo de Dios” (CB 10,8: Ap 21,23).

En el cielo “conocerá el alma … como es conocida de Dios” (1 Cor 13,12b: CB 38,3). Una fórmula paulina que implica toda la iniciativa y efectividad de Dios en el orden de nuestra salvación (Gál 4,9; 1 Cor 8,3). El hombre es y será lo que Dios conoce y hace en él, pues “el considerar Dios, es, como habemos dicho, estimar lo que considera” (CB 31,5). Tal conocimiento, aunque “esencial” e “inmediato” para los bienaventurados, será en “unos más, [en] otros menos” (S 2,5,10): “al modo de los que le ven en el cielo, donde los que más le conocen entienden más distintamente lo infinito que les queda por conocer” (CB 7,9). Por estas palabras podemos rastrear también algo de lo involucrado en la fórmula similar sanjuanista “así amará a Dios tanto como es amada” (CB 37,2). Hay una dependencia clara de su lectura del opúsculo De beatitudine y una simetría del binomio “conocer por-en el Verbo” y “amar poren el Espíritu Santo” (cf. LlB 3,81-85).

El hombre entero será beatificado con el “peso de gloria” que Dios le tiene reservado (2 Cor 5,1: LlB 1,28-29; 2,32). Incluso en el cuerpo glorificado redundarán las dotes de “agilidad y claridad” (S 3,26,8). Todo lo que psicológicamente es apetencia de felicidad hallará en el cielo su colmo de “beatífico pasto” (CB 36,2). No sólo habrá conocimiento, amor y comunión perfectos en-con Dios, sino “glorificación” de Dios “con su manifiesta gloria” (CB 11,4; LlB 1,1.15; 4,16, etc.). Y gozo activo y pasivo, fruición y dulzuras, alegría y júbilo, delectación y recreación, refrigerio y fiesta, satisfacción y contento y alabanzas infinitas… “Y no es de maravillar que el alma con tanta frecuencia ande en estos gozos, júbilos, y fruición y alabanzas de Dios” (LlB 2,36), pues “conoce que tiene tanta capacidad y senos, cuantas cosas distintas recibe de inteligencias, de sabores, de gozos, de deleites, etc. de Dios” (LlB 3,69). Todos los “extraños primores” se dan cita a una en todos y cada uno de los que poseen a Dios, que “es en sí todas esas hermosuras y gracias eminentísimamente, en infinito sobre todas las criaturas” (S 3,21,2).

BIBL. — JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ, “San Juan de la Cruz, evangelista de lo eterno: apuntes de escatología sanjuanista”, en RevEsp 33 (1974) 233275; JOSÉ DAMIÁN GAITÁN, “San Juan de la Cruz: un místico ante la muerte. Anotaciones sobre un tema en el Cántico espiritual” en RevEsp 40 (1981) 105118; Id. “Vida y muerte en la ‘Noche oscura’ de san Juan de la Cruz”, en el vol. San Juan de la Cruz, espíritu de llama, Roma 1991, p. 745-760; FRANS MAAS, “Eschatologie bei Johannes vom Kreuz”, ib. p. 761-780; MIGUEL ANGEL DÍEZ, “Morir de amor”: aproximación sanjuanista al novísimo de Santa Teresa, en MteCarm 88 (1980) 594-518; Id., “Consumación escatológica de la victoria cristiana”, en Pablo en Juan de la Cruz, Burgos 1990, 363-439; Id., “Cómo será el cielo”, en Lecturas medievales de San Juan de la Cruz, Burgos 1999, 263-319.

Miguel Ángel Díez

Juan 1,1-18

Por: Raniero Cantalamessa

De las tres misas de Navidad, la última, llamada «del día», está reservada a una reflexión más profunda sobre el misterio. Un deber de este género no podía ser confiado más que a Juan, del cual está sacado en efecto el Evangelio de la misa. Lucas (misa de la medianoche y de la aurora) narra el nacimiento de Cristo desde María, Juan su nacimiento desde Dios.

Esta revelación está introducida, en la segunda lectura, por las palabras de la carta a los Hebreos. La venida de Cristo al mundo ha señalado el gran cambio en las relaciones entre Dios y el hombre. Dios, que antes de ahora, hablaba con los hombres sólo mediante una persona interpuesta por medio de los profetas ahora nos habla «en persona», porque el Hijo no es más que «el reflejo de su gloria, impronta de su sustancia».

Vayamos directos al vértice del prólogo de Juan: «Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» y, de inmediato, planteémonos la pregunta, que debe ayudarnos a penetrar en el corazón del misterio de la Navidad: ¿Por qué la Palabra o Verbo se ha hecho carne? ¿Por qué Dios se ha hecho hombre? En el Credo hay una frase que en este día de Navidad se recita poniéndose de rodillas: «Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre».

Es la respuesta fundamental y perennemente válida a nuestra pregunta: «¿Por qué la Palabra se ha hecho carne?» Pero, tiene necesidad ella misma de ser comprendida a fondo. La pregunta, en efecto, se puede plantear bajo otra forma: ¿Y por qué se ha hecho hombre «para nuestra salvación»? ¿Sólo porque nosotros teníamos pecado y teníamos necesidad de ser salvados? No somos los primeros en planteamos esta pregunta. Ella ha apasionado a generaciones de creyentes y de teólogos en los pasados siglos y es bonito, ahora que hemos entrado desde hace poco en el tercer milenio de la encarnación, ver el camino por ellos recorrido y las soluciones a las que han llegado. No son conceptos imposibles de entender, con un poco de esfuerzo, asimismo para un simple creyente y en compensación abren horizontes nuevos a la fe y a la alabanza.

En el Medioevo se hace camino una explicación de la encarnación, que traslada el acento del hombre y de su pecado a Dios y a su gloria. Se comenzó a preguntarse: ¿puede la venida de Cristo, que es llamado «el primogénito de toda creación» (Colosenses 1, 15), depender totalmente del pecado del hombre, realizado a continuación de la creación? San Anselmo parte de la idea del honor de Dios, ofendido por el pecado, que debe ser reparado y del concepto de la «justicia» de Dios, que debe ser «satisfecha». Escribe un tratado con el título ¿Por qué Dios se ha hecho hombre? (Cur Deus homo?), en donde dice entre otras cosas: «La restauración de la naturaleza humana no hubiera podido suceder, si el hombre no hubiese pagado a Dios lo que le debía por el pecado. Pero, la deuda era tan grande que, para satisfacerlo, era necesario que aquel hombre fuese Dios. Por lo tanto, era necesario que Dios asumiese al hombre en la unidad de su persona, para hacer, sí, que aquel que debía pagar y no podía según su naturaleza, fuese personalmente idéntico con aquel que lo podía».

La situación, de la que se hace eco un autor oriental, era ésta. Según la justicia, el hombre debiera haber asumido la deuda y traer la victoria, pero era siervo de aquellos a quienes debía haber vencido en la guerra; Dios, por el contrario, que podía vencer, no era deudor de nada a nadie. Por lo tanto, uno debía traer la victoria sobre Satanás; pero, sólo el otro podía hacerlo. He aquí, pues, el prodigio de la sabiduría divina que se realiza en la encarnación: los dos, el que debía combatir y el que podía vencer, se encuentran unidos en la misma persona, Cristo, Dios y hombre, y alcanza la salvación (N. Cabasilas).

Sobre esta nueva línea, un teólogo franciscano, Duns Scoto, da el paso decisivo, liquidando la encarnación de su ligamen esencial con el pecado del hombre y asignándole, como motivo primario, la gloria de Dios. Escribe: «En primer lugar, Dios se ama a sí mismo; en segundo lugar, se ama a través de otros distintos a sí con un puro amor; en tercer lugar, quiere ser amado por otro que lo pueda amar en un grado sumo, hablando, se entiende, del amor de alguno fuera de él». El motivo de la encarnación es, por lo tanto, que Dios quiere tener, fuera de sí, a alguno que lo ame en un modo sumo y digno de él. Y éste no puede ser otro que el hombre-Dios, Jesucristo. Cristo se hubiera encarnado incluso si Adán no hubiese pecado, porque él es la coronación misma de la creación, la obra suprema de Dios.

El problema del porqué Dios se ha hecho hombre llega a ser rápidamente el objeto de una de las más encendidas disputas de la historia de la teología. Por una parte, los tomistas sostenían el motivo de la redención por el pecado; por otra, los escotistas sostenían el motivo que podríamos llamar por la gloria de Dios. Hoy no nos apasionamos más en estas disputas antiguas. Pero, la pregunta: «¿Por qué Dios se ha hecho hombre?» es demasiado vital para que pueda pasarnos en silencio. Permanecemos siempre en la superficie de la Navidad, sin comprender el sentido profundo, el único capaz de rellenar de veras el corazón de gratitud y de alegría.

El descubrimiento del verdadero rostro de Dios en la Biblia, en acto en la teología moderna, junto con el abandono de ciertos trazos hereditarios del «dios de los filósofos», nos ayuda a descubrir el alma de la verdad encerrada en la intuición de los pensadores medievales; pero, para completarla y superarla. En su respuesta a la pregunta: «¿Por qué Dios se ha hecho hombre?», san Anselmo parte del concepto de la justicia de Dios, que hay que satisfacer. Ahora bien, es cierto que nos encontramos delante de un residuo de la concepción griega de Dios, en la cual Dios viene experimentado «como justicia y como sumo principio de compensación». La justicia es la esencia de este Dios, al que, en sentido estricto, no es posible dirigir la plegaria. Para Aristóteles, Dios es esencialmente la condición última y suficiente para la existencia del orden cósmico.

También la Biblia conoce el concepto de la «justicia de Dios» e insiste frecuentemente. Pero hay una diferencia fundamental: la justicia de Dios, especialmente en el Nuevo Testamento y en Pablo, no indica tanto el acto mediante el cual Dios restablece el orden moral trastornado por el pecado, castigando al trasgresor, cuanto más bien el acto mediante el cual Dios comunica al hombre su justicia, lo hace justo. La reparación o expiación de la culpa no es la condición para el perdón de Dios, sino su consecuencia.

También, en la solución de Duns Scoto el punto débil está en el hecho de que se parte de una idea de Dios más aristotélica que bíblica. Scoto dice que Dios decreta la encarnación del Hijo para tener a alguno, fuera de sí, que lo ame en un modo sumo. Mas que Dios «sea amado» esto es lo más importante y, más bien, lo solo posible para Aristóteles y la filosofía griega, no para la Biblia. Para la Biblia lo más importante es que Dios «ama» y ama primero (Juan 4,10.19). Por lo tanto, en teología, hasta que, en el puesto de «un Dios que ama», dominaba la idea de «un Dios que tiene que ser amado», no se podía dar una respuesta satisfactoria a la pregunta por qué Dios se ha hecho hombre. La revelación del Dios-amor cambia todo lo que el mundo hasta entonces había pensado sobre la divinidad.

Estas premisas allanan el camino a una nueva solución del problema del porqué de la encarnación. Dios ha querido la encarnación del Hijo no tanto por tener a alguno fuera de la Trinidad, que lo amase en un modo digno de sí, cuanto más bien para tener fuera de sí a alguno para amar en un modo digno de sí, esto es, sin medida; a alguno, que fuese capaz de acoger la medida de su amor, que es ¡ser sin medida! He aquí el porqué de la encarnación. En Navidad, cuando nace en Belén el Niño Jesús, Dios Padre tiene a alguno a quien amar fuera de la Trinidad en un modo sumo e infinito, porque Jesús es hombre y Dios a la vez. Pero no sólo a Jesús, también a nosotros junto con él. Nosotros estamos incluidos en este amor, habiendo llegado a ser miembros del cuerpo de Cristo, «hijos en el Hijo». Nos lo recuerda el mismo prólogo de Juan: «A cuantos la recibieron [la Palabra], les da poder para ser hijos de Dios» (Juan 1,12).

Esta respuesta al porqué de la encarnación estaba escrita en letras claras en la Escritura, por el mismo evangelista, que ha escrito el prólogo; pero, ha sido necesario todo este tiempo (y no estamos todavía en el final) para comprenderla a fondo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3,16).

Sí. Cristo ha bajado del cielo «para nuestra salvación»; pero lo que le ha empujado a descender del cielo para nuestra salvación ha sido el amor, nada más que el amor. Navidad es la prueba suprema de la «filantropía» de Dios, como la llama la Escritura (Tito 3,4), esto es, a la letra, de su amor para con los hombres.

¿Cuál debe ser entonces nuestra respuesta última a la Navidad? «Amor sólo con amor se paga»: al amor no se puede responder de otro modo que volviendo a amar. En el canto navideño Adeste fideles hay una expresión profunda: «¿Cómo no volver a amar a uno que tanto nos ha amado?» (Sic nos amantem quis non redamaret?). Se pueden hacer tantas cosas para solemnizar la Navidad; pero, ciertamente, lo más verdadero y más profundo está sugerido por estas palabras. Ésta es la Navidad a la que el Espíritu Santo desea conducir a los verdaderos creyentes. Un pensamiento sincero de gratitud, de conmoción y de amor para aquel que ha venido a habitar en medio de nosotros, es ciertamente el don más exquisito que podemos dar al Niño Jesús, el adorno más bello en torno a su pesebre. Y no es difícil; basta meditar un poco sobre su amor para con nosotros, sentir cuánto nos ha amado. El amor, ha dicho Dante, «a ningún amado amar perdona»: hace, sí, que quien se siente amado no pueda menos que volver a amar.

El amor tiene necesidad de traducirse en gestos concretos. El más sencillo y universal (cuando es limpio e inocente) es el beso. ¿Queremos dar un beso a Jesús, como se desea hacer con todos los niños apenas nacidos? No nos contentemos de darlo sólo a su figurilla de yeso o de porcelana, démoslo a un Jesús-niño en carne y huesos. ¡Démoslo a un pobre, a uno que sufre y se lo habremos dado a él! Un beso, en este sentido, es una ayuda concreta; pero, también, una palabra buena, un desear ánimo, una visita, una sonrisa. Son las luces más bellas que podemos encender en nuestro pesebre.

Lucas 2,15-20

Por Raniero Cantalamessa

Los pastores personifican la respuesta de fe ante el anuncio del misterio. Ellos abandonan su rebaño, interrumpen su reposo, lo dejan todo; todo pasa a un segundo término frente a la invitación dirigida por Dios a ellos: «Los pastores se decían unos a otros: “Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor”. Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño».

María personifica el planteamiento contemplativo y profundo de quien, en silencio, contempla y adora el misterio: «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».

Busquemos recoger la tácita invitación, que nos viene de estos modelos y acerquémonos también nosotros al misterio por los dos caminos de la fe y de la adoración.

Hay verdades y acontecimientos que se pueden entender mejor con el canto que con las palabras y una de ésas es precisamente la Navidad. Nos pueden ayudar a entender algo del misterio de esta fiesta algunos de los cantos navideños más populares del mundo cristiano. Ellos han inspirado a generaciones antes que a nosotros, han encantado nuestra infancia y para muchos permanecen el único reclamo al significado religioso de la fiesta.

El primero es Tu scendi dalle stelle esto es «Tú desciendes de las estrellas», compuesto por san Alfonso María de Ligorio. ¿Cómo se ve la Navidad en este canto navideño, el más popular en Italia? ¿Cuál es el mensaje, que nos quiere transmitir? La Navidad nos aparece en él como la fiesta del Amor, que se hace pobre por nosotros. El rey del cielo nace «en una gruta con frío y hielo»; al creador del mundo le «faltan panes y fuego». Esta pobreza nos conmueve sabiendo que «te has hecho amor pobre aún», que fue el amor quien te hizo pobre. Con palabras sencillísimas, casi infantiles (y ¡es un doctor de la Iglesia quien las escribe!), viene expresado el mismo significado profundo de la Navidad que el apóstol Pablo incluía en las palabras: «Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de enriqueceros con su pobreza» (2 Corintios 8,9).

Navidad es, por lo tanto, la fiesta de los pobres, de todos los pobres, no sólo de los materiales. Hay infinitas formas de pobreza que, al menos una vez al año, vale la pena recordar, para no permanecer siempre fijos en la sola pobreza de los bienes materiales. Hay la pobreza de afectos, la pobreza de instrucción, la pobreza de quien ha sido privado de lo que tenía como más querido en el mundo, de la mujer rechazada por el marido o del marido rechazado por la mujer. La pobreza de quien no ha tenido hijos, de quien debe depender físicamente de los demás. La pobreza de esperanza, de alegría. En fin, la pobreza peor de todas, que es la pobreza de Dios.

Junto a todas estas pobrezas negativas, hay asimismo sin embargo una pobreza hermosa, que el Evangelio llama pobreza de espíritu. Es la pobreza de quien siente no tener méritos para establecerse delante de Dios y por ello no se apoya orgullosamente sobre sí mismo, no se siente superior a los demás, y está más preparado para poner toda su confianza en Dios.

¿Cuál es, por lo tanto, el mensaje que nos viene a nosotros del misterio de Navidad? Hay pobrezas, nuestras y de otros, contra las cuales es necesario luchar con todas las fuerzas, porque son pobrezas malas, deshumanizadoras, no queridas por Dios, fruto de la injusticia de los hombres; pero, ¡existen tantas formas de pobreza que no dependen de nosotros! Con estas últimas debemos reconciliamos, no dejarlas tirar fuera, sino llevarlas con dignidad. Jesucristo ha escogido la pobreza; hay en ella un valor y una esperanza. Quien ya cree tenerlo todo está satisfecho, no desea y no espera nada, y no esperando nada está triste y aburrido, porque la alegría más pura es la que viene precisamente de la espera y de la esperanza.

Tu scendi dalle stelle, sin embargo, nos recuerda igualmente alguna otra cosa: que hoy hay también niños, a los que «faltan panes y fuego», que están junto «al frío y al hielo», enfermos y abandonados. Ellos son el Niño Jesús de hoy. En Navidad debemos hacer algún gesto de solidaridad hacia los pobres. ¿Para qué nos serviría si construyésemos espléndidos pesebres, encendiésemos luces por todas partes, hiciésemos recogida de niñitos artísticos, si después dejamos junto al frío y al hielo a los «niños Jesús» en carne y huesos, que están junto a nosotros? «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mateo 25,40). A este respecto hay en la actualidad tantas iniciativas de solidaridad y sería necesario darlas a conocer más, para no hacer siempre y sólo propaganda del mal y de igual forma para estimularnos a sostenerlas.

Pasemos, ahora, a otro canto navideño, quizás el más estimado en todo el mundo. Se trata del conocidísimo Noche de paz (Stille Nacht, en su lengua original), compuesto una noche de Navidad por un alemán de nombre Gruber. El mensaje fundamental de este canto no está ni en las ideas, que comunica (casi ausentes), sino en la atmósfera que crea. Una atmósfera de asombro, de calma y, sobre todo, de fe. El texto original, traducido, dice:

«¡Noche de silencio, noche santa!

Todo calla, sólo vigilan los dos esposos santos y píos.

Dulce y querido Niño, duerme en esta paz celestial».

Este canto me parece cargado de un mensaje importante para la Navidad. Habla de silencio, de calma; y nosotros tenemos una necesidad vital de silencio. Quizás sea la condición para reencontrar algo sobre la verdadera atmósfera de fiesta, que hemos siempre soñado. «La humanidad, decía Kierkegaard, está enferma de ruidos».

La Navidad podría ser para alguno la ocasión para descubrir la belleza de momentos de silencio, de calma, de diálogo consigo mismo y con las personas, los ojos con los ojos, no cada uno con la oreja colgada del propio teléfono. Cuando pienso en la Navidad de mi infancia, el recuerdo más bello que aflora es el del breve viaje a medianoche hacia la iglesia o el despertar de la mañana, bajo una capa de nieve, que lo cubría todo en un extraordinario y dulcísimo silencio.

Un texto de la liturgia navideña, sacado del libro de la Sabiduría (18, 14-15), dice: «Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente, oh Señor, se lanzó desde los cielos, desde el trono real»; y san Ignacio de Antioquía llama Jesucristo a «la Palabra salida del silencio» (Ad Magnesios 8,2). También hoy, la palabra de Dios desciende allá donde encuentra un poco de silencio.

María es el modelo insuperable de este silencio adorador. Se nota una clara diferencia entre su planteamiento y el de los pastores. Los pastores se ponen en camino diciendo: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado» (Lucas 2,15); y vuelven glorificando a Dios y contando a todos lo que habían visto y oído. María calla. Ella «no tiene palabras». Su silencio no es un simple callar; es maravilla, asombro, adoración, es un «religioso silencio», un estar abrumada por la grandeza de la realidad.

La interpretación más verdadera del silencio de María es la de ciertos iconos orientales, en donde ella está representada frontalmente, inmóvil, con la mirada fija, los ojos desencajados, como quien ha visto cosas que no se pueden volver a expresar. También, algunas célebres representaciones de la Navidad del arte occidental (Della Robbia, Lippi) nos muestran a María así: de rodillas delante del Niño, en un planteamiento de asombro y vencida adoración. Es una invitación a quien mira para hacer lo mismo. Un canto navideño, no menos conocido que los precedentes, el Adeste fideles, repite continuamente: «Venid, fieles, adoremos al Señor».

Termino con una bella leyenda navideña que resume todo el mensaje que hemos recogido de los dos cantos navideños: pobreza y silencio. Entre los pastores, que acudieron la noche de Navidad para adorar al Niño, había uno tan pobre que no tenía absolutamente nada para ofrecer y se avergonzaba mucho. Llegados a la gruta, todos hacían pugna por ofrecer sus dones. María no sabía cómo hacer para recibirlos a todos, debiendo sostener al Niño. Entonces, viendo al pastorcillo con las manos libres, coge y le confía, por un momento, a Jesús a él. Tener las manos vacías fue su suerte.

Es la suerte más bella que nos podría suceder a nosotros. Hacernos encontrar en esta Navidad con el corazón tan pobre, tan vacío y silencioso que María, viéndonos, pueda confiamos también a nosotros al Niño suyo. «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5,3). De ellos es la Navidad.

Lucas 2,1-14

Por: Raniero Cantalamessa

Tres o cuatro líneas dispuestas de palabras humildes y acostumbradas para describir, en absoluto, el acontecimiento más importante de la historia del mundo, esto es, la venida de Dios sobre la tierra:

«Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada».

El deber de esclarecer el significado y el alcance de este acontecimiento es confiado por el evangelista al canto que los ángeles entonan después de haber facilitado el anuncio a los pastores: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».

A este breve canto angelical, desde el siglo II, le fueron añadidas algunas aclamaciones a Dios («Te alabamos, te bendecimos…»), seguidas, un poco más tarde, por una serie de invocaciones a Cristo («Señor Dios, cordero de Dios…»). Así, ampliado, el texto fue introducido primero en la misa de Navidad y después en todas las misas de los días festivos, como acontece también hoy. El Gloria, cantado o recitado al inicio de la misa, constituye por ello un anuncio de la Navidad, presente en toda Eucaristía, casi para significar la continuidad vital, que hay entre el nacimiento y la muerte de Cristo, su encarnación y su misterio pascual.

La aclamación angélica está compuesta por dos tramos, en los que cada uno de los elementos se corresponden entre sí en perfecto paralelismo. Tenemos tres parejas de términos en contraste entre sí: gloria-paz; a Dios-a los hombres; en los cielos-en la tierra.

Se trata de una proclamación gramaticalmente en indicativo, no en optativo; los ángeles proclaman una noticia, no expresan sólo un deseo y un voto. El verbo sobreentendido no es sea, sino es; no «haya paz», sino «es paz». En otras palabras, con su canto los ángeles expresan el sentido de lo que ha acontecido, declaran que el nacimiento del Niño realiza la gloria de Dios y la paz a los hombres. Así interpreta las palabras de los ángeles la liturgia, que en el canto de introducción de esta misa repite: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros».

Intentemos ahora recoger el significado de cada uno de los términos del cántico. «Gloria» (doxa) no indica aquí sólo el esplendor divino, que forma parte de su misma naturaleza, sino también y más aún la gloria, que se manifiesta en el actuar personal de Dios y que suscita glorificación por parte de sus criaturas. No se trata de la gloria objetiva de Dios, que existe siempre e independientemente de todo reconocimiento, sino del conocimiento o de la alabanza, de la gloria de Dios por parte de los hombres. San Pablo habla, en este mismo sentido, de «la gloria de Dios, que está en la faz de Cristo» (2 Corintios 4,6).

«Paz» (eirené) indica, según el sentido pleno de la Biblia, el conjunto de bienes mesiánicos esperados para la era escatológica; en particular, el perdón de los pecados y el don del Espíritu de Dios. El término es muy cercano al de «gracia», al que está casi siempre unido en el saludo, que se lee al inicio de las cartas de los apóstoles: «A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Romanos 1,7). Indica mucho más que la ausencia o eliminación de guerras y de confrontaciones humanas; indica la restablecida, pacífica y filial relación con Dios, esto es, en una palabra, la salvación. «Habiendo, pues, recibido de la fe la justificación, estamos en paz con Dios» (Romanos 5,1). En esta línea, la paz vendrá identificada con la misma persona de Cristo: «porque él es nuestra paz» (Efesios 2,14).

En fin, el término «beneplácito» (Eudokia) indica la fuente de todos estos bienes y el motivo del actuar de Dios, que es su amor. El término, en pasado, venía traducido como «buena voluntad» (pax hominibus bonae voluntatis esto es, paz a los hombres de buena voluntad) entendiendo con ello la buena voluntad de los hombres o los hombres de buena voluntad. Con este significado la expresión ha entrado en el cántico del Gloria y ha llegado a ser corriente en el lenguaje cristiano. Después del concilio Vaticano II se suele indicar con esta expresión a todos los hombres honestos, que buscan lo verdadero y el bien común, sean o no creyentes.

Pero, es una interpretación inexacta, reconocida hoy como tal por todos. En el texto bíblico original se trata de los hombres, que son queridos por Dios, que son objeto de la buena voluntad divina, no que ellos mismos estén dotados de buena voluntad. De este modo el anuncio resulta aún más consolador. Si la paz fuese concedida a los hombres por su buena voluntad, entonces sería limitada a pocos, a los que la merecen; mas, como es concedida por la buena voluntad de Dios, por gracia, se ofrece a todos. La Navidad no es una llamada a la buena voluntad de los hombres, sino un anuncio radiante de la buena voluntad de Dios para con los hombres.

La palabra-clave para entender el sentido de la proclamación angélica es, por lo tanto, la última, la que habla del «querer bien» de Dios hacia los hombres, como fuente y origen de todo lo que Dios ha comenzado a realizar en la Navidad. Nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos «según el beneplácito de su voluntad», escribe el apóstol (Efesios 1,5); nos ha hecho conocer el misterio de su querer, según cuanto había preestablecido «según el benévolo designio (Eudokia)»(Efesios 1,5.9). Navidad es la suprema epifanía, de lo que la Escritura llama la filantropía de Dios, esto es, su amor por los hombres:

«Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres» (Tito 3,4).

Hay dos modos de manifestar el propio amor a otro. El primero consiste en hacerle regalos a la persona amada. Dios nos ha amado así en la creación. La creación es toda ella un dádiva: don es el ser que poseemos, don las flores, el aire, el sol, la luna, las estrellas, el cosmos, en el que la mente humana se pierde. Pero, hay un segundo modo de manifestar a otro el propio amor, mucho más difícil que el primero, y es olvidarse de sí mismo y sufrir por la persona amada. Y éste es el amor con el que Dios nos ha amado en su encarnación. San Pablo habla de la encarnación como de una kenosis, de un despojarse de sí mismo, que el Hijo ha realizado al tomar la forma de siervo (Filipenses 2,7). Dios no se ha contentado con amarnos mediante un amor de munificencia, sino que nos ha amado también con amor de sufrimiento.

Para comprender el misterio de la Navidad es necesario tener el corazón de los santos. Ellos no se paraban en la superficie de la Navidad, sino que penetraban lo íntimo del misterio. «La encarnación, escribía la beata Ángela de Foligno, realiza en nosotros dos cosas: la primera es que nos llena de amor; la segunda, que nos hace seguros de nuestra salvación. ¡Oh caridad que nadie puede comprender! ¡Oh amor sobre el que no hay amor mayor: mi Dios se ha hecho carne para hacerme Dios! ¡Oh amor apasionado: te has deshecho para hacerme a mí! El abismo de tu hacerte hombre arranca a mis labios palabras tan apasionadas. Cuando tú, Jesús, me haces entender que has nacido para mí, ¡cómo está lleno de gloria para mí entender un hecho tal!» Durante las fiestas de la Navidad, en que tuvo lugar su tránsito de este mundo, esta insuperable escrutadora de los abismos de Dios, una vez, dirigiéndose a los hijos espirituales, que la rodeaban, exclamó: «¡El Verbo se ha hecho carne!» Y después de una hora, en que había permanecido absorta en este pensamiento, como volviendo desde muy lejos, añadió: «Cada criatura viene a menos. ¡Toda la inteligencia de los ángeles no basta!» Y a los presentes, que le preguntaban en qué cosa cada criatura viene a menos y en qué cosa la inteligencia de los ángeles no basta, respondió: «¡En comprenderlo!»

Sólo después de haber contemplado la «buena voluntad» de Dios hacia nosotros, podemos ocupamos también de la «buena voluntad» de los hombres, esto es, de nuestra respuesta al misterio de la Navidad. Esta buena voluntad se debe expresar mediante la imitación del misterio del actuar de Dios. Y la imitación es ésta: Dios ha hecho consistir su gloria en amarnos, en renunciar a su gloria por amor: también nosotros debemos hacer lo mismo. Escribe el apóstol: «Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor» (Efesios 5,1-2).

Imitar el misterio, que celebramos, significa abandonar todo pensamiento de hacernos justicia por sí solos, cada recuerdo de ofensa recibida, cancelar del corazón cualquier resentimiento, incluso justo, hacia todos. No admitir voluntariamente ningún pensamiento hostil contra nadie: ni contra los cercanos, ni contra los lejanos, ni contra los débiles, ni contra los fuertes, ni contra los pequeños, ni contra los grandes de la tierra, ni contra criatura alguna, que exista en el mundo. Y esto para honrar la Navidad del Señor; porque Dios no ha guardado rencor, no ha mirado la ofensa recibida, no ha esperado que los demás dieran el primer paso hacia él. Si esto no es siempre posible, durante todo el año, hagámoslo al menos en el tiempo navideño. No hay modo mejor de expresar la propia gratitud a Dios que imitándole.

Hemos visto al inicio que el Gloria a Dios no expresa un deseo, un voto, sino una realidad; no supone un haya, sino un hay. Sin embargo, nosotros podemos y debemos hacer de él igualmente un deseo, una plegaria. Se trata, en efecto, de una de las más bellas y completas plegarias que existen: «Gloria a Dios en lo alto del cielo» acumula la mejor plegaria de alabanza y «paz en la tierra a los hombres que ama el Señor» recoge la mejor plegaria de intercesión.

En el cántico de los ángeles el acontecimiento se hace presente, la historia se hace liturgia. Ahora y aquí, por ello, viene proclamado y es para nosotros para lo que viene proclamado por parte de Dios: ¡Paz a los hombres que él ama! Que de lo más íntimo de la Iglesia este anuncio dulcísimo llegue hoy al mundo entero al que está destinado: ¡Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor!

Lucas 1,26-38

Por: Raniero Cantalamessa

El fragmento evangélico comienza con unas sencillas palabras: «En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret». Sin embargo, como de costumbre, nosotros debemos centramos en un punto y este punto son las palabras que pronuncia María al final de todo:

«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Con estas palabras María ha consumado su acto de fe. Ha creído, ha aceptado a Dios en su vida, se ha entregado a Dios. Con aquella su respuesta al ángel es como si María hubiese dicho: «Heme aquí, soy como una pequeña mesa encerada: que Dios escriba sobre mí todo lo que quiera». En la antigüedad se escribía sobre pequeñas mesas enceradas; nosotros hoy diríamos: «Soy un folio en blanco: que Dios escriba sobre mí todo lo que él quiera».

Se podría hasta pensar que la de María fue una fe fácil. Llegar a ser madre del Mesías: ¿no era éste el sueño de toda joven hebrea? Pero nos equivocamos con mucho. Aquél ha sido el acto de fe más difícil de la historia. ¿A quién puede explicarle María lo que a ella le ha sucedido? ¿Quién le va a creer cuando diga que el niño que lleva en su seno es «obra del Espíritu Santo»? Esto no ha acaecido nunca antes de ella y no sucederá nunca después de ella. El filósofo Kierkegaard decía que creer es como «perderse por una calle en la que todos los rótulos dicen: ¡Atrás, atrás!; es como llegar a encontrarse con el abierto mar, allí donde hay setenta estadios de profundidad por debajo de ti; es realizar un acto tal que por ello mismo uno se encuentra completamente arrojado en brazos del Absoluto». En verdad, así ha estado para con María. Ella se ha venido a encontrar en una total soledad sin nadie con quien hablar más que con Dios.

María conocía bien lo que estaba escrito en la ley mosaica. Una muchacha que el día de bodas no fuese encontrada en estado de virginidad, debía ser llevada inmediatamente a la puerta de la casa paterna y ser lapidada (Deuteronomio 22,20s.). María sí que ha conocido el «¡riesgo de la fe!» Carlo Carretto, que pasó distintos años en el desierto, narra este suceso. Entre un grupo de Tuareg, que estaban de paso, había conocido un día a una muchacha «casada» con un joven; pero que según la costumbre no vivía aún con él como su mujer. Entonces, se acordó de María cuando estaba ella también desposada con José, pero aún no había ido a vivir con él. Después de un tiempo, encontró de nuevo a la gente de aquella tribu y preguntó qué había sido de la muchacha. Notó un silencio embarazoso; después, alguien se le acercó aparte e hizo un gesto significativo: se pasó la mano por debajo la mandíbula. ¡Degollada! El día de la boda se descubrió que no era virgen. De golpe, escribe Carretto, entendí a María: las miradas despiadadas de la gente de Nazaret y los guiños; entendí su soledad y aquella misma tarde la escogí para siempre como mi maestra de fe y compañera de mi vida.

La fe de María no ha consistido en el hecho de que haya dado su asentimiento a un cierto número de verdades, como cuando nosotros recitamos nuestro Credo. Ha consistido en el hecho de que se ha fiado de Dios, se ha encomendado completamente a él. Ha admitido a Dios en su vida. Ha dicho su «fiat» a ojos cerrados. Ha creído que «no hay nada imposible para Dios».

Verdaderamente María nunca ha dicho «fiat». Fiat es una palabra latina y María no hablaba latín y ni siquiera griego. ¿Qué habrá dicho en aquel momento?, ¿qué palabra habrá salido de sus labios? Se trata de una palabra que todos, sin quizás estar al tanto de ello, conocemos y repetimos frecuentemente. Ha dicho «amén». Amén era la palabra con la que un hebreo expresaba su consentimiento a Dios. Junto con Abbá, Maranatha, ésta es una de las pocas palabras que los cristianos no se han atrevido a traducir, sino que las han conservado en la lengua en que María y Jesús las habían pronunciado. Con esta breve palabra se dicen muchas cosas: «Si así te place, Señor, así lo quiero también yo». Es como el «sí» alegre y total que pronuncia la esposa al esposo el día de las bodas.

María no ha dado su asentimiento con una triste resignación, como quien dice dentro de sí: «Si no se puede hacer de otra manera, pues bien, que se haga la voluntad de Dios». El verbo puesto en boca de la Virgen por el evangelista (genoito) está en optativo, un modo que se usa en griego para expresar alegría, deseo, impaciencia de que algo suceda. Que haya sido el momento más feliz de la vida de María, lo deducimos también por el hecho de que María, inmediatamente después, entona el Magníficat: «Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador». Se alegra, esto es, se alboroza, explota de felicidad. La fe hace felices, ¡creer está dotado de hermosura! Es el momento en que la criatura realiza la finalidad por la que ha sido creada libre e inteligente.

Pero, precisamente, esto es lo que el hombre de hoy encuentra difícil y que les mantiene a muchos en la incredulidad. Decirle amén a alguien, que fuese hasta Dios, se cree que sea como lesivo para la propia libertad e independencia. Disentir, no consentir, parece ser la palabra de orden o mandato; en todos los ámbitos: político, cultural, social, familiar.

Pero, ¿cuál es la alternativa? El pensamiento moderno, que parte de estas premisas, ha llegado después, por su cuenta, a la conclusión de que decir amén en la vida exigida es inevitable. Y, si no se le dice a Dios, es necesario decirlo a cualquier otro: a la fatalidad, al destino. El hombre no tiene otro medio para forjar la auténtica propia existencia que aceptar su destino, que está fijado para siempre por la historia y por la sociedad a la que uno pertenece. Existencia auténtica es «vivir para la muerte» (Heidegger). La famosa libertad, que se buscaba, se reduce a…hacer de la necesidad una virtud, a una inevitable resignación. «El amor del destino: que esto sea de ahora en adelante mi amor», ha escrito uno de estos filósofos, Nietzsche.

Pero, dejemos aparte a los demás, los no creyentes, y más bien respetemos su libertad de conciencia. La fe es el secreto para hacer o vivir una verdadera Navidad y expliquemos en qué sentido. San Agustín ha dicho que «María ha concebido por la fe y ha parido por la fe»; «concibió a Cristo antes en el corazón que en el cuerpo». Nosotros no podemos imitar a María en el concebir y dar a luz físicamente a Jesús; podemos y debemos, por el contrario, imitarla en concebirlo y darlo a la luz espiritualmente, mediante la fe. Creer es «concebir» y dar carne a la palabra. Nos lo asegura Jesús mismo diciéndonos que quien acoge su palabra llega a ser para él «hermano, hermana y madre» (Marcos 3,33).

Veamos, por lo tanto, cómo actuar para concebir y dar a luz a Cristo. Concibe Cristo a la persona, que toma la decisión de cambiar de conducta, de dar un cambio a su vida. Jesús da a luz a la persona que, después de haber tomado aquella resolución, la traduce en acto con algún cambio concreto y visible en su vida y en sus costumbres. Por ejemplo, si blasfema, ya no blasfema más; si tenía una relación ilícita, la rompe; si cultivaba el rencor, hace la paz; si no se acercaba nunca a los sacramentos, vuelve; si era impaciente en casa, busca mostrarse más comprensivo; etc.

Al sentarse a la mesa en la última cena, Jesús dijo: «He deseado ardientemente celebrar esta Pascua con vosotros» (Lucas 2,15). Ahora, quizás, dice lo mismo respecto a la Navidad: «He deseado ardientemente celebrar esta Navidad con vosotros». Esta Navidad que tiene por pesebre y cuna el corazón y que no se celebra fuera sino dentro.

La conclusión práctica de esta nuestra reflexión es decir también nosotros un hermoso amén, sí, en la situación en que nos encontramos en este momento. Si queremos estar aún más cercanos a María, usemos sus mismas palabras y digamos: «He aquí la esclava (o el esclavo) del Señor: hágase en mí según tu palabra».

¿Qué regalo le llevaremos este año al Niño que nace? Sería extraño que hiciéramos regalos a todos, excepto al agasajado. Una oración de la liturgia ortodoxa nos sugiere una idea maravillosa: «¿Qué te podemos ofrecer, oh Cristo, a cambio de haberte hecho hombre por nosotros?» Toda criatura te ofrece el testimonio de su gratitud: los ángeles su canto, los cielos la estrella, los Magos los dones, los pastores la adoración, la tierra una cueva o gruta, el desierto el pesebre. Pero ¡nosotros, nosotros te ofrecemos a una Madre Virgen!»

¡Nosotros, esto es, la humanidad entera te ofrecemos a María!

Juan 1,6-8.19-28

Por: Raniero Cantalamessa

El Evangelio tiene al centro en todos los tres ciclos a la figura de Juan el Bautista, a quien Jesús define como «más que un profeta» (Mateo 11,9). Nosotros le hemos dedicado a Juan el Bautista y a su mensaje la reflexión del Domingo pasado. El Evangelio de hoy reproduce el mismo «testimonio» del Precursor («Voz que clama en el desierto…») con la sola diferencia de que esta vez es Juan, más que Marcos, el que lo refiere.

Esto nos permite valorar otro tema presente en las lecturas y que precisamente da nombre a este Domingo. El tercer Domingo de Adviento se llama Domingo «de la alegría» y sella el paso de la primera parte del Adviento, prevalentemente austera y penitencial, a la segunda parte dominada por la misma espera de la salvación cercana. El título le viene de las palabras «alegraos» (gaudete), que se escuchan al inicio de la Misa:

«Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres… El Señor está cerca» (Filipenses 4,4-5).

Pero el tema de la alegría penetra también al resto de la liturgia de la palabra. En la primera lectura escuchamos el grito del profeta:

«Yo me alegro plenamente en el Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador».

El Salmo responsorial es el Magníficat de María, intercalado por el estribillo: «Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador». En fin, la segunda lectura comienza con las palabras de Pablo: «Hermanos, estad siempre alegres».

Lo de ser felices es quizás el deseo humano más universal. Todos quieren ser felices. El poeta alemán Schiller ha cantado este anhelo universal de la alegría en una oda o poesía, que, después, Beethoven ha inmortalizado, creando el famoso himno a la alegría con el que concluye la Novena Sinfonía. Quizás muchos conocen esta música, pero no han podido conocer las palabras más que en el alemán original. Traduzco algunas frases:

«Alegría, centella divina / hija del Elíseo…/ Todos los hombres se sienten hermanos, /cuando son deshojados de tu gentil ala… / Cada criatura sorbe la alegría / de los senos de la naturaleza. / Buenos y malos, todos persiguen su perfume. / También el gusano tiene su placer, / y los querubines tienen Dios».

Igualmente el Evangelio es, a su modo, un largo himno a la alegría. El mismo nombre «Evangelio» significa, como sabemos, alegre noticia, anuncio de alegría. Pero, la alocución de la Biblia sobre la alegría es un discurso real, no ideal y veleidoso. Jesús, a este propósito, trae la comparación de la mujer al parir. Dice:

«Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar» (Juan 16,20-22).

Con la comparación de la mujer al parir, Jesús nos ha dicho muchas cosas. La gravidez no es en general un período fácil para la mujer. Es más bien un tiempo de fastidios, de limitaciones de todo género: no se puede hacer, ni comer, ni vestir todo lo que se quiere, ni ir allá donde se quiera. Y precisamente cuando se trata de un embarazo a la vez querido y vivido en un clima sereno, no es un tiempo de tristeza, sino de alegría. El porqué es sencillo: se mira hacia adelante, se pregunta el momento en el que se podrá tener en brazos a la propia criatura. He escuchado decir a distintas madres que ninguna otra experiencia humana puede ser comparada a la felicidad que se siente al llegar a ser madre.

Todo esto nos dice una cosa bien determinada: las verdaderas y duraderas alegrías maduran siempre con el sacrificio. ¡No hay rosa sin espinas! En el mundo, placer y dolor (lo hemos observado ya otra vez) se siguen uno al otro con la misma regularidad con la que al elevarse una ola que empuja al nadador hacia la playa, le sigue un hundimiento y un vacío que lo aspira hacia atrás. El hombre busca desesperadamente separar a estos dos «hermanos siameses», aislar el placer del dolor. Pero, no lo consigue porque es el mismo desordenado placer el que se transforma en amargura. O de improviso y trágicamente, como nos narran las crónicas cotidianas, o un poco a la vez, a causa de su incapacidad de durar y del aburrimiento que engendra. Basta pensar, para dar ejemplos más evidentes, qué queda de la excitación de la droga un minuto después que ha cesado su efecto, o dónde lleva, también desde el punto de vista de la salud, el abuso desenfrenado del sexo. Pero, esto no lo decimos sólo nosotros los sacerdotes; es una constatación presente en tantas obras literarias. El poeta pagano Lucrecio tiene dos versos poderosos a este respecto: «Un no sé qué de amargo surge desde lo íntimo mismo de todo placer nuestro y nos angustia también en medio de nuestras complacencias» (De rerum natura IV, 1129 s.).

Por lo tanto, no pudiendo separar placer y dolor, se trata de escoger: o un placer pasajero que conduce a un dolor duradero, o un dolor pasajero que lleva a un placer duradero. Esto no vale sólo para el placer espiritual, sino para toda alegría humana honesta: la de un nacimiento, de una familia unida, de una fiesta, del trabajo llevado felizmente a término, la alegría de un amor bendito, de la amistad, de una buena cosecha para la agricultura, de la creación artística para el artista, de una victoria deportiva para el atleta.

Todas estas alegrías también ellas exigen sacrificio, renuncias, fidelidad al deber, constancia, esfuerzo; pero, el resultado es bien distinto del placer fácil y finalidad de sí mismo. Entre otras cosas, en el primer caso, la felicidad de uno es también la felicidad de los demás, es una alegría compartida; en el segundo, casi siempre la felicidad de uno es pagada por la infelicidad de otro, o hasta de otros. La alegría es como el agua: puede ser o limpia o turbia.

Alguno podría objetar: pero, ¿entonces para el creyente la alegría en esta vida será siempre y sólo objeto de espera, sólo una alegría «del más allá que ha de venir»? No, hay una alegría secreta y profunda, que consiste precisamente en la espera. Es más, en el mundo es quizás esta la forma más pura de la alegría; la alegría que se tiene en el esperar. Leopardi lo ha dicho maravillosamente en la poesía 1l sabato del villaggio. La alegría más intensa no es la del domingo, sino la del sábado; no la de la fiesta, sino la de su espera. La diferencia está en que la fiesta que espera el creyente no durará sólo algunas horas, para ceder después de nuevo el puesto a la «tristeza y aburrimiento»; sino que durará para siempre.

He recordado con admiración algunos versos del himno a la alegría de Beethoven. Hay sin embargo en aquel himno un concepto que nos hace reflexionar. Dice: «Quien ha conseguido establecer una amistad duradera; quien ha tenido la suerte de tener una mujer fiel, que se una a nuestro coro. Pero, quien no tiene nada de todo esto, que se retire llorando de nuestro entorno». Palabras, pensándolo bien, terribles. La alegría que se celebra aquí no es para todos, sino sólo para algunos privilegiados. La alegría evangélica es para todos, sobre todo, dirá María en el Magníficat, para los «humildes y hambrientos». Precisamente en la aclamación al Evangelio de este Domingo Jesús define su mensaje como «para dar la Buena Noticia a los pobres» (Isaías 61,1).

Una de las mentiras con las que el maligno seduce a muchas personas es hacerles creer que Dios sea enemigo del placer, mientras que por el contrario el placer es un invento de Dios. En las Cartas del Diablo a su Sobrino, de C.S. Lewis, oímos a un diablo vetusto que desde el infierno instruye así al sobrino aprendiz de tentador, encargado de seducir a un valiente joven en la tierra: «No olvidéis nunca que cuando estamos tratando con el placer, con cualquier placer, en su forma sana y normal y satisfactorio, estamos, en un cierto sentido, en el terreno del Enemigo [el Enemigo aquí naturalmente es Dios]. Los placeres los ha inventado Él. Todo cuanto se nos permite hacer es animar a los humanos a servirse de los placeres que ha producido el Enemigo, o en los modos, o en la medida que él ha prohibido».

Quisiera, sin embargo, sacar también una pequeña conclusión práctica de esta reflexión sobre la alegría. No revirtamos sobre los demás siempre y sólo nuestras tristezas, nuestros achaques y preocupaciones. Hay gente que cree cometer pecado o echarse encima quizás algún castigo divino por decir con sencillez: ¡soy feliz! Por el contrario, por otra parte cuánto bien hace en casa, al marido, a la mujer, a los hijos, a los ancianos, escuchar decir: ¡Estoy contento, estoy precisamente contento!

Dirijo esta llamada sobre todo a las mujeres. En un tiempo se decía que ellas son «el sol de la casa». He aquí el mejor modo para concluir esta bella misión. Sobre todo los niños tienen necesidad de respirar aire de alegría en casa. Como las flores brotan con el calor, así los niños con la alegría. Es el mejor regalo que podéis hacerles en la Navidad, sin el cual todos los regalos no son más que sustitutos inútiles, si no hasta dañosos.