Lecturas y maestros de santa Teresa

Pablo Maroto, D. de,

Lecturas y maestros de santa Teresa

 Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2009, 300 pp.

Mucho se está escribiendo sobre santa Teresa en estos últimos años. Ahora bien, no todo lo que se publica merece la pena, y mucho de ello no aporta prácticamente nada al quedarse en esos reinos de lo facilón, de lo espiritualista, de lo psicológico o sociosicológico sin nada que ver con santa Teresa y con planteamientos anacrónicos que incluso la desfiguran. Por eso, es de agradecer este libro que tiene una base muy seria de investigación, bien escrito (quiero decir que es muy claro) y que se enfrenta con un tema de evidente interés teresiano: el conocimiento del proceso de formación de Teresa, sus maestros, sus lecturas, en los diversos tiempos de su vida, de su experiencia espiritual, de los compromisos eclesiales de su obra.

Se disponía de estudios de muy diversa índole sobre la relación de la madre Teresa con maestros, consejeros, confesores de las principales órdenes religiosas, o con corrientes espirituales llegadas de lejos y difíciles, en ocasiones, de detectar. Se necesitaba, no obstante, una visión conjunta de todos ellos, o de los más decisivos, y esta demanda se ve satisfecha, hay que decir desde el principio que con competencia, con este libro de Daniel de Pablo Maroto.

Es posible que algunos hayan leído buena parte de sus contenidos, publicados por entregas, a lo largo de los últimos nueve años, en la revista Teresa de Jesús. El autor ha recogido aquellos artículos, los ha estructurado temática y cronológicamente, ha actualizado alguna citación, introducido leves aditamentos, más que cambios, en alguna ocasión, y así, con una introducción oportuna, ha elaborado este libro.

Es posible también que alguien, a la vista del título, piense solo en personas o en libros y lecturas. De ellos tratan estas páginas. Pero no sólo de ellos, puesto que en la formación y en la sensibilidad de Teresa actuaron también otras mediaciones como, por ejemplo, los ambientes en que vivió y que observó con su capacidad bien probada de asimilación. De hecho, el libro se abre con las presencias e influencias del ambiente familiar, con las enseñanzas de los padres, las lecturas de la infancia y de la adolescencia, el ambiente agustino de Santa María de Gracia personificado en una maestra decisiva, en doña María Briceño.

El apartado segundo, con un título poco expresivo, expone el magisterio de la Sagrada Escritura en Teresa de Jesús; lo que significó y fue el maestro interior, «el libro vivo», en una espiritualidad tan cristocéntrica como la suya; el recurso a María, como modelo espiritual de una mujer (con todo lo que implicaba este modelo contra el rechazo generalizado de la experiencia espiritual en las mujeres), o como madre de su orden, la del Carmelo. Como ejemplares también se propone a los santos de los que era tan devota quien, como Teresa, participó plenamente de la religiosidad popular, lo cual lleva a Maroto a incluir (y es un acierto el hacerlo) al demonio como maestro de quien fuera tan experta en el arte de espantarlo. Pero queremos insistir en otro magisterio tan cordial para ella y que capta el autor de libro a la perfección, el de san José: «quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino».

En el sector que engloba bajo el título de la tradición presenta a san Pablo, a los personajes bíblicos y evangélicos (mujeres y hombres), algunos tan expresivos para ella como la Samaritana o Marta y María, Elías y Eliseo. Y se detiene en los padres de la Iglesia que tanto la impresionaron y enseñaron también: Jerónimo, Agustín, San Gregorio Magno. En continuidad con lo anterior dibuja las lecturas de la literatura medieval que tuvieron tanto éxito, corriendo manuscritas o después, con velocidad inaudita, cuando la imprenta se apoderó de la «Vita Christi» Cartujano, la «Leyenda dorada» o «Flos sanctorum», y la Imitación de Cristo o, mejor dicho, «El contemptus mundi» que es como se llamaba entonces, como lo leyó y lo recomienda la madre Teresa.

La parte más amplia es la que se dedica a los maestros de las diversas órdenes religiosas (escuelas las llama el autor). Se corresponde con la realidad social del clero, más activo en este sentido de dirección y control de conciencias el regular que el secular. En relación con Teresa, llama la atención que entre tanto confesor como desfila por sus relaciones, por su vida, en el momento crítico de la Encarnación Gaspar Daza (y su amigo seglar Salcedo), es decir, los consejeros de Ávila, anden tan desatinados; y, en segundo lugar, que no aparezca ningún carmelita pese a la cercanía física de ambos conventos. Y sin embargo, la orden del Carmen fue un ámbito fecundo que compensó la carencia de los frailes. La ausencia se compensaría con la intensidad de los maestros (y alumnos) descalzos fray Juan de la Cruz y Gracián. Se detiene en los maestros y confesores de las escuelas u órdenes clásicas que la ayudaron en su camino, en su experiencia espiritual y con su magisterio: los dominicos, como los libros —que recomendaba— de Granada, los padres Ibáñez, Báñez, el más entrañable García de Toledo; los franciscanos, con libros que la animaron y con los que estaba de acuerdo o en desacuerdo (Osuna, Laredo, el venerado fray Pedro de Alcántara, etc.); los jesuitas, gracias a los cuales se liberó de consejos errados y pudo vivir y proclamar su cristocentrismo radical. En cuanto a los jesuitas, Cetina, Prádanos, Francisco de Borja, eran más modernos, tenían otros métodos que iban más con Teresa, que a su vez influyó en algunos de ellos (Baltasar Álvarez). Dentro de la escuela ignaciana incluye al Maestro Juan de Ávila, cuya carta sobre el espíritu de la Madre se valora, creo, más de lo debido ya que, bien leída, resulta bastante cicatera y prevenida. No tan presentes estuvieron los agustinos si bien, después, y sin que la conociera personalmente, con la Madre Teresa, con sus hijas y sus libros, se entusiasmaría fray Luis de León.

Como colofón casi, en la última parte va presentando los elementos naturales que tanto juego le dieron en sus imágenes, en sus metáforas, en su lenguaje. Y cierra todo con breves trazos en torno a los amigos. Entre tantos amigos y amigas a los que alude (una legión que pide otro libro), entre las amistades femeninas sólo se detiene en la tan eficaz y cordial doña Guiomar de Ulloa, en cuya casa aprendió de consejeros tan eximios, y en doña Luisa de la Cerda, gracias a la cual tomó decisiones convenientes para el estilo de vida de sus conventos y en cuyas mansiones se afianzó su postura social de rechazo de las aristocracias honrosas («aborrecí el desear ser señora»).

Hay que notar que la biografía de estos personajes suele cerrarse con el dibujo que de ellos traza la madre Teresa, y huelga advertir que algunos de estos retratos, como es bien sabido, son, sencillamente, magistrales.

Daniel de Pablo Maroto ha optado por publicar estos materiales, con unidad perfecta, tal y como aparecieron en la revista Teresa de Jesús (algunos hace nueve años). No hubiera estado de más alguna actualización, no tanto en el cuerpo de los capítulos cuanto en la bibliografía. Alguna, mínima, reiteración (por ejemplo cuando habla del padre Prádanos y de la amiga, de ambos, doña Guiomar) es comprensible al tratarse de artículos de revista inicialmente.

Es un libro, en definitiva, muy actual, serio y, además, muy legible puesto que está escrito con naturalidad y muy bien fundado como obra que es de uno de los más cualificados teresianistas. Me parece muy oportuno y una buena ayuda para una lectura integral e inteligente de santa Teresa en estos años previos al centenario de su nacimiento.

– Teófanes Egido