Acompañamiento espiritual

Tal y como hoy se entiende esta dimensión de la vida del hombre, ni el término ni el complejo de rasgos significativos hoy vigentes lo encontramos en los escritos de santa Teresa de Jesús. Sin embargo, los contenidos correspondientes, tal y como los podía entender Teresa de Jesús y la época histórica en la que ella vivió, los podemos descubrir en su totalidad. Tratemos de acercarnos, pues, a la doctrina teresiana.

  1. Predisposición del alma teresiana, frente a la dirección

Se nos impone «adentrarnos» en el alma teresiana, antes de afrontar el tema. Y en este entrar dentro de su alma descubrimos su gran apertura de espíritu, sus ansias de luz y de verdad. Siendo de natural expansivo, optimista, alegre con esa alegría comunicativa y efusiva, es capaz de contagiar a los demás: «en esto me daba el Señor gracia, en dar contento adondequiera que estuviere» (V 2,8). A este su natural hemos de añadir su «amor a la verdad». Su alma noble, sin dobleces ni segundas intenciones, se asomaba trasparente a sus ojos. Por eso afirmará: «siempre he procurado buscar quien me dé luz» (V 10,8). Y ello porque la luz es el fruto de la verdad. «Gran cosa es la verdad» (cta a Gaspar de Salazar: 7 diciembre 1577 n. 1; cta al P. Nicolás Doria, 21 diciembre 1579 n. 16). Por ello, podrá afirmar: «la verdad padece, mas no perece» (cta a Isabel de San Jerónimo y María de San José, 3 mayo 1579 n. 19).

  1. Buscando la luz que ilumine la verdad

Fueron las «gracias místicas» las que obligaron a Santa Teresa a buscar «dirección espiritual» y «directores de espíritus». Y topó con S. Pedro de Alcántara, el cual «me dio luz en todo y me lo declaró…» (V 30,5). Así podía estar segura de aquella otra sensación de su alma: «veía en mí por otra parte una grandísima seguridad que era Dios, en especial cuando estaba en la oración» (V 23,2). Precisamente por esto busca quien, en nombre de Dios y de la Iglesia, la reconfirme en la luz y la verdad. Serán los «maestros de espíritu» y los «confesores» los que desarrollarán esta misión, siendo interesante observar que hasta el fin de su vida la Santa sigue redactando sus famosas «Relaciones». Y este cuidado que siempre tuvo de acercarse con frecuencia al Sacramento de la Penitencia: «comencé… a confesarme a menudo» (V 4,6), lo practicó con el mayor de los respetos: «procuraba confesarme con brevedad» (V 2,8). Su necesidad de seguridad en las cosas del espíritu estribaba en el concepto que tenía acerca del magisterio de la Iglesia. «…que sabía bien de mí que en cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a morir mil muertes» (V 33,5). Por ello, a despecho de todas sus experiencias personales, Teresa se someterá hasta el fin de su vida, al dictamen que la Iglesia le da a través de la mediación sacramental.

  1. Valores que busca en el «Director»

A la base de la experiencia de Teresa, como dirigida, se encuentra la figura de Dios. De hecho, las relaciones entabladas con sus maestros de espíritu no serán otra cosa que una participación a la influencia que sobre ella ejerce el único Maestro: Dios, a través de Cristo y del Espíritu Santo: «…su Majestad fue siempre mi maestro» (V 12,6). Por ello, en los maestros de espíritu, Teresa buscará siempre quien tenga letras. Este aprecio por los letrados germinó y se afianzó poco a poco en ella. Quizás, como punto de partida, haya que colocar la experiencia negativa de ciertos confesores faltos de letras. Su juicio es claro: «…gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados» (V 5,3); «es gran cosa letras, porque estas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz…» (V 13,16). «Ser letrado», para Teresa equivale a «tener buen entendimiento», «tener talentos», «ser avisado». Pero Tere­sa no se queda sólo con las «letras». Busca también en el letrado que sepa dar «un tono espiritual» a la vida, como fruto de su experiencia con Dios. Es desde la experiencia de Dios desde donde Teresa apunta hacia otra de las cualidades del «Director»: el discernimiento de espíritus. Bien sabe Teresa que es más un favor y gracia totalmente divinos que una cualidad humana. Por ello, Teresa valorará en sus «Directores» la discreción, la prudencia, la suavidad, la paciencia. Y añadirá también el «amor recíproco», como fruto de las relaciones a ese nivel de intimidad en el espíritu que Teresa entabló con la mayor parte de sus confesores. Se trata de una nueva visión de la «dirección espiritual», basada en el amor, en la amistad y promovida por Teresa. Ella amó a sus directores de una manera especial, aunque siempre en perspectiva de una tercera persona: Dios. Por otra parte, ella también se sintió amada por sus confesores casi siempre.

  1. Comunicadora de luz y verdad

En un cierto momento de su vida, Teresa de dirigida, pasa a ser directora; de necesitada de luz, pasa a ser transmisora de luz. La fuerza del ideal vivido la lleva a comunicarlo y transmitirlo a los demás. Y en este acto transmisor descubre la importancia de una buena formación desde el principio. Por ello su servicio mistagógico se transforma en un servir a la luz y a la verdad.

A partir de estos principios es importante sorprender a Teresa en su acción típicamente orientadora, de consejera, de directora. Y lo primero que tenemos que afirmar es que no ejerce su misión con cualquiera: la realiza con quienes están interesados en la vida de interiorización y en el crecimiento de la intimidad con Dios. Y ejerce la dirección bajo el principio de una relación interpersonal, que la lleva al descubrimiento del plan de Dios, en la aceptación de un compromiso personal y en la identificación vital con Dios.

  1. Cualidades de la Santa como «Director»

A poco que leamos los escritos de Teresa de Jesús descubriremos sus grandes dotes de maestra de espíritu. Este será el título con el que la Iglesia, ya antes de proclamarla «Doctora», la reconocerá. A la entrada de la Basílica de San Pedro del Vaticano nos encontramos con su imagen y la inscripción siguiente: «mater spiritualium». De hecho, ella será la madre y formadora espiritual de tantas almas, sea dentro de la familia del Carmelo teresiano, sea entre los miembros vivos de la comunidad eclesial e incluso dentro del número de espíritus selectos aún no sacramentalmente pertenecientes a la Iglesia de Jesús. Ella posee, en grado eminente, el don del discernimiento de espíritus. Su experiencia de los caminos espirituales fue verdaderamente única. Experiencia personal de muchos años de vida de oración y experiencia adquirida por el trato con tantas almas santas que le hicieron confidencia de sus progresos y desfallecimientos en el camino de la santidad. También en Teresa de Jesús fueron proverbiales la prudencia y la discreción propias de un espíritu sereno, equilibrado. Ni una palabra dura o hiriente, ni una frase menos ponderada. Siempre prudente, comprensiva. Decía la verdad con un tono y talante de libertad interior verdaderamente asombroso.

  1. Santa Teresa de Jesús ejerciendo de «Directora» de espíritu

Seglares, sacerdotes, religiosos, teólogos, obispos, consultaban a la Santa sus estados de alma. Las primicias de su magisterio espiritual las recibió su propio padre, el severo hidalgo abulense, quien como un parvulito, escuchaba las persuasivas lecciones de espiritualidad de su hija (V 7,10). Emblemática será la dirección ejercida con su hermano Lorenzo, quien desde su llegada de las Indias, se pondrá voluntariamente bajo su dirección. En las Cartas a Lorenzo toca, efectivamente, todos los puntos de la dirección espiritual: deberes sociales y familiares, vida de oración, lucha contra los defectos, mortificación. Teresa tendrá delicadezas y atenciones admirables para con su hermano Lorenzo, no sólo de orden espiritual sino incluso material, enviándole membrillos, mermeladas (cf cta a Lorenzo Cepeda, 24 julio 1576 n. 8) y pastillas muy buenas para reúmas y cabeza (cta a Lorenzo Cepeda, 17 enero 1577,15). Tocará también la parte de la economía en cuanto que ésta se relaciona con su vida moral, dándole normas muy claras (cf cta a Lorenzo Cepeda, 2 enero 1577 nn.15-16). También le orienta en la educación de sus hijos (cf cta a Lorenzo Cepeda, 9 julio 1576 n. 1). Con frecuencia le da consejos sobre la oración (cf cta a Lorenzo Cepeda, 17 enero 1577 n. 12), convenciéndole que debe caminar por el camino del amor. Respecto a ciertos accidentes o movimientos sexuales causados por el ardor de la contemplación, lo mejor –le dice la Santa– es no hacer caso: «De esas torpezas después de que vuestra merced me da cuenta, ningún caso haga, que aunque eso yo no lo he tenido –porque siempre me libró Dios por su bondad de esas pasiones– entiendo debe ser que como el deleite del alma es tan grande hace movimiento con el natural. Iráse gastando con el favor de Dios, como no haga caso de ello» (cta a Lorenzo Cepeda 17 enero 1577 n. 7; ib. 10 febrero 1577 n. 5). Con franqueza abierta le señala sus defectos (cf cta a Lorenzo Cepeda, 9 julio 1576 n. 3; ib 2 enero 1577 nn. 15-17; ib 27 julio 1579 n. 4) y le reprende cuando algo no le parece bien (cf cta a Lorenzo Cepeda, 2 enero 1577 n. 9), rechazando la promesa de obedecerla como a «Director» (cf cta a Lorenzo Cepeda, 17 enero 1577 n. 2). Los consejos ascéticos que Teresa da a su hermano son prudentes. Los cilicios y las disciplinas han de ser usados con mucha prudencia, al igual que la mortificación en el dormir, comer y beber: «Más quiere Dios su salud que su penitencia, y que obedezca» (cta a Lorenzo Cepeda, 27 y 28 febrero 1577 n. 6).

San Pedro de Alcántara, san Juan de la Cruz recurrieron a la Santa para pedirle su consejo y dirección. De san Pedro de Alcántara es la misma santa Teresa quien nos dice algunas de las confidencias que le hizo aquel hombre «hecho de raíces de árbol» (V 27,17-18), y cómo después de la primera entrevista acordaron mantener correspondencia entre sí y encomendarse a Dios mutuamente (V 30,7). Por desgracia, se han perdido totalmente estas cartas, así como las dirigidas a san Juan de la Cruz. Es, sin embargo, el P. Jerónimo Gracián quien recibe una dirección más continuada. A parte del testimonio de las Fundaciones (F 23,11) en su correspondencia menudean los consejos: le habla de oración (cfr. cta al P. Jerónimo Gracián, 23 octubre 1576 nn. 4-5); le previene contra posibles imprudencias en su ministerio sacerdotal (cf cta al P. Jerónimo Gracián, noviembre 1576); le recomienda moderación en el trabajo (cf cta al P. Jerónimo Gracián, 9 enero 1577 nn. 2-3; ibid.4 octubre 1579 n. 2); le aconseja que duerma lo necesario sin dejarse engañar por el demonio que, con el pretexto de dar más tiempo a la oración, incita a quitar horas de sueño para ir debilitando los cuerpos y los espíritus (cf cta al P. Jerónimo Gracián, FA-12 de la edición del P. Efrén de la Madre de Dios; ib FA-13); y le dice que sus escrúpulos no son más que melancolía (cf cta al P. Jerónimo Gracián, 2 marzo 1576 n. 7). En su órbita entrarán también los Obispos D. Sancho Dávila y D. Teutonio de Braganza.

Capítulo especial merecería lo que se refiere a la dirección de sus monjas. Santa Teresa siente sobre sí la responsabilidad de la formación espiritual de sus hijas. Así las Fundaciones ofrecen a la Santa la ocasión de desviarse de la pintoresca narración de sus viajes de fundadora para entrar en el terreno espiritual. Aprovecha todas las ocasiones. Más aún, parece que las busca. Y así, interrumpe su relato, para dar avisos a las Prioras sobre cómo han de tratar a sus súbditas (F 4), o sobre cómo deben compaginar el trabajo activo con la continua oración (F 5). Son logradísimos los capítulos en que trata de las «sugestiones» en la vida espiritual, de las enfermas de melancolía y de las revelaciones y visiones (cf F 6; 7; 8).

En el Camino de Perfección presentará el sentido de la vocación al Carmelo teresiano en la Iglesia, para que sus hijas no pierdan inútilmente energías espirituales. El asunto principal de todo él es la oración considerada como «camino real» para llegar a la perfección. Todo lo demás, desasimiento de las criaturas, humildad, mortificación, penitencias, silencio… serán disposiciones para la oración y actuarán como clima en el que la oración ha de crecer e intensificarse. O en las Moradas, presentando el camino de la práctica de la vida espiritual, haciendo corresponder los grados de oración a los grados del desarrollo de la vida interior, que engloba toda la persona. O en el Epistolario, en el que nada pasa desapercibido para su mirada de Madre. Se preocupa de las enfermas (cf cta a la M. Ana de la Encarnación, enero 1574); sufre con sus estrecheces económicas (cf cta al P. Nicolás Doria, 21 diciembre 1579 n. 69; a María de San José, 28 junio 1577 n. 9); vela porque no se introduzcan mortificaciones ridículas bajo capa de fervor: «Antes que se me olvide. Sepa que he sabido aquí de unas mortificaciones que se hacen en Malagón de mandar la Priora que a deshora den a alguna algún bofetón y que se le dé otra, y esta invención fue deprendida de acá. El demonio parece enseña en achaque de perfección poner en peligro las almas que ofenden a Dios. En ninguna manera mande ni consienta que se dé una a otra (que también diz que pellizcos), ni lleve con el rigor las monjas que vio en Malagón, que no son esclavas, ni la mortificación ha de ser sino para aprovechar» (cta a María de San José, 11 noviembre 1576 n. 11).

Pero lo que verdaderamente le preocupa es la perfección de sus hijas. En las Cartas a sus hijas nos encontramos con una serie de constantes, de ideas fijas que van cristalizando en consejos altamente espirituales y deliciosamente humanos: oración, obediencia, humildad, paz, alegría. De entre todas sus hijas sobresalen las confidencias a María de San José. Así le dice: «Su manera de oración me contenta mucho. Y el ver que la tiene y que la hace Dios merced, no es falta de humildad, con que entienda que no es suyo –como lo hace– y se da ello a entender cuando la oración es de Dios. Harto le alabo de que vaya tan bien y procuraré dar las albricias que pide» (cta a María de San José, 1 y 2 marzo 1577 n. 4).

No siempre son aprobaciones y alabanzas. Cuando después de una larga campaña de calumnias y serios disgustos se consiguió la deposición de María de San José como Priora de Sevilla, y una vez restablecida la verdad y aprobada su inocencia, quisieron reelegirla, ésta se negó enérgicamente a aceptar de nuevo el cargo. Entonces la Madre le escribe una carta que no admite apelaciones; «Y Vuestra reverencia, mi hija, déjese ahora de perfecciones bobas en no querer tornar a ser Priora. Estamos todos deseándolo y procurándolo, y ella con niñerías, que no son otra cosa… Si Dios nos hiciere esta merced, vuestra Reverencia calle y obedezca, no hable palabra, mire que me enojará mucho. Baste lo dicho para que entendamos que no lo desea» (cta a María de San José, 24 junio 1579 n. 3). Y siempre le recordará. «De cómo le va lo espiritual no me deje de escribir» (cta a María de San José, 8 noviembre 1581 n. 13).

  1. Una palabra final

En todo el proyecto, ambicioso, pero maravillosamente realizado en la Santa y por la Santa, del acompañamiento espiritual encontramos tres dimensiones en el pensamiento y en la praxis teresiana. La primera es la del idilio: el deleite, el goce, el asumir vanidosamente las circunstancias y el bromear pícaramente incluso con lo que es drama y tragedia. Es una dimensión pedagógica maravillosa en la Santa. Es una ventanilla para asomarse al alma de Teresa y descubrirla «haciendo suyo aquello que la llega para desde ahí salir a enfrentarse con el problema». Es la famosa «empatía» rogeriana de nuestros días. La segunda es la doctrinal: propone el tríptico teologal, plataforma de vida práctica, que es indispensable para una vida espiritual coherente: sería el descubrir la coherencia de lo vertical, teologal para la relación con Dios: el amor a los otros que es una condición indispensable para poder hacer que el amor a Dios sea concreto y que se manifieste en la oración, trato de amistad con Dios que requiere absolutamente el trato de amistad con los otros; el despegue, ya que para vivir lo vertical uno tiene que romper las amarras: es el desasimiento; la humildad, que es el descubrir y vivir la verdad.

Los tres principios están recogidos con una intuición fenomenal. El primero se refiere a la relación con los otros, relación positiva no negativa; el segundo se refiere a las cosas y recae sobre el tema «pobreza de espíritu»; el tercero es el «yo», la verdad, «para mí la verdad…»: detectar la verdad en mí para adoptar una postura, para andar en verdad; esto es la humildad. Y la tercera es la existencial: el desarraigo frente a las cosas consiste en el desasimiento. La pobreza es la renuncia evangélica a las riquezas, pero es una renuncia que consiste fundamentalmente a esas cosas para que ellas no se agarren a uno. En el hombre hay un instinto nobilísimo, que es el instinto de posesión: el hombre ha nacido para poseer las cosas. Pero en este instinto hay cosas que lo desvían y que al apoderarnos de las cosas, en lugar de hacernos señores de ellas, nos esclavizan. A esto se refiere Teresa cuando nos dice que para poder darnos del todo al TODO es preciso desvincularnos y cuando va a analizar de qué cosas tenemos que desasirnos para obtener esta especie de liberación de espíritu va a recaer sobre cuatro líneas: las cosas, es lo primero de lo que debemos desasirnos; las personas, en cuanto son objetos que están ahí aprehendiendo nuestra afectividad y dejándonos esclavos de una situación; la salud, en cuanto que es un valor que se adhiere a la persona y que nos esclaviza tantísimo; la honra, los bienes espirituales, la falsa estampa de la propia personalidad, lo que uno quiere tener a toda costa para parecer ante los otros como una persona que tiene sobrevalores y que es esclavo de ella.

Si, ya al final de esta reflexión, tuviese que sintetizar el mensaje de Teresa de Jesús acerca del acompañamiento espiritual afirmaría lo siguiente: – Teresa, por su experiencia de Dios, por su fidelidad a la obra de Dios, por su magisterio eclesial, es palabra autorizada para quien hoy quiera recorrer el mismo camino: «buscar a Dios». – Teresa parte de su experiencia. No es ni lineal ni dogmática: es existencial. Sabe que la vida cristiana se vive en el oleaje ondulado del vivir humano. Asume todo lo humano y lo presenta a Dios. – Lo específico de este «Director (a)» es el camino de la oración. La oración es el termómetro y, a la vez, la exigencia. Para orar hay que exigirse (ascesis) y, porque se ora hay que abrirse a la obra de Dios (gracia, virtudes, mística). – El mensaje de Teresa hoy es válido para todos los hombres de buena voluntad. Sus escritos trascienden los límites parciales de su intención original. Su doctrina es válida para todos los seguidores de Jesús. No se la puede reducir sólo al Carmelo (religiosos). Su doctorado la hace eclesial y, por ello, para todo el Pueblo de Dios. – Su actualidad está en volver a recordar al hombre de hoy que vive en un mundo horizontalista, materialista y hedonista el valor de la interioridad del hombre donde se realiza el verdadero drama de la vida.

«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios» (G. et S. 19). Llevar a ese descubrimiento es la obra y la tarea de Teresa de Jesús en su servicio orientador en el espíritu. Su vida fue un «buscar vivamente a Dios»; su servicio a los hombres fue un «ayudar a buscar a Dios»; su magisterio es el don de la certeza personal en su experiencia de Dios regalado a cuantos, de su mano y con ella como maestra, hermana y compañera de camino quieran seguir buscándolo en su vivir de cada día.

BIBL. – Pier Luigi di S. C., La direction spirituelle d’après les oeuvres majeures de S. Thérèse, en «Etudes Carm» 1951, 205-227; Marcel Lépée, La direction spirituelle d’après les lettres de S. Thérèse, en «EtCarm» 1951, 228-245; E. Renault, La direction spirituelle selon s. Thérèse, en «Bull. de Saint-Sulpice», 5 (1979), 127-147; F. Giardini, Il bisogno di direzione spirituale nell’autobiografia di s. Teresa d’Ávila, en «Ángelicum» 59 (1982), 372-409.

Aniano Álvarez-Suárez

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