Escuchar

La revelación bíblica es esencialmente palabra de Dios al hombre. He aquí por qué, al paso que en los misterios griegos y en la gnosis oriental la relación del hombre con Dios está fundada ante todo en la visión, según la Biblia «la fe nace de la audición» (Rom 10,17).

El hombre debe escuchar a Dios. a) ¡Escuchad!, grita el profeta con la autoridad de Dios (Am 3,1; Jer 7,2). ¡Escuchad!, repite el sabio en nombre de su experiencia y de su conocimiento de la ley (Prov 1,8). ¡Escucha, Israel!, repite cada día el piadoso israelita para penetrarse de la voluntad de su Dios (Dt 6,4; Mc 12,29). ¡Escuchad!, repite a su vez Jesús mismo, palabra de Dios (Mc 4,3.9 p).

Ahora bien, según el sentido hebraico de la palabra verdad, escuchar, acoger la palabra de Dios no es sólo prestarle un oído atento, sino abrirle el corazón (Act 16,14), ponerla en práctica (Mt 7,24ss), es obedecer. Tal es la obediencia de la fe que requiere la predicación oída (Rom 1,5; 10,14ss).

b) Pero el hombre no quiere escuchar (Dt 18,16.19), y en eso está su Es sordo a las llamadas de Dios; su oído y su corazón están incircuncisos (Jer 6,10; 9,25; Act 7, 51). Tal es el pecado de los judíos con que topa Jesús:. «Vosotros no podéis escuchar mi palabra… El que es de Dios oye las palabras de Dios; por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios» (Jn 8,43.47).

En efecto, sólo Dios puede abrir el oído de su discípulo (Is 50,5; cf. 1Sa 9,15; Job 36,10), «profundizárselo» para que obedezca (Sal 40, 7s). Así en los tiempos mesiánicos oirán los sordos, y los milagros de Jesús significan que finalmente el pueblo sordo comprenderá la palabra de Dios y le obedecerá (Is 29, 18; 35,5; 42,18ss; 43,8; Mt 11,5). Es lo que la voz del cielo proclama a los discípulos: «Éste es mi Hijo muy amado, escuchadle» (Mt 17,5 p).

María, habituada a guardar fielmente las palabras de Dios en su corazón (Lc 2,19.51), fue glorificada por su hijo Jesús cuando éste reveló el sentido profundo de su maternidad: «Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28).

2. Dios escucha al hombre. El hombre en su oración pide a Dios que le escuche, es decir, que acoja su ruego. Dios no escucha a los injustos ni a los pecadores (Is 1,15; Miq 3,4; Jn 9,31). Pero oye al pobre, a la viuda y al huérfano, a los humildes, a los cautivos (Éx 22,22-26; Sal 10,17; 102,21; Sant 5,4). Escucha a los justos, a los que son piadosos y hacen su voluntad (Sal 34,16.18; Jn 9,31; 1Pe 3,12), a los que piden según su voluntad (1Jn 5,14s). Y si lo hace, es que «siempre» escucha a su Hijo Jesús (Jn 11,41s), por el que para siempre pasa la oración del cristiano.

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