«En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído, todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción».
- Si María es la madre de Dios, lo primero que lógicamente nos dice la Iglesia, al empezar el año nuevo, es que Dios tiene madre. Y la tiene por que Dios se nos da a conocer y se nos hace presente en Jesús. Por tanto, en Jesús, Dios se ha humanizado, es decir, se ha despojado de su rango, de su poder y su gloria, y se ha hecho como uno de tantos (Fil 2, 7).
- Lo primero que aprendemos en el año nuevo es que Dios no quiere ni rangos, ni categorías, ni pedestales de gloria, que separan, distinguen, dividen, alejan y hasta enfrentan. Dios es el primero que da ejemplo de este abajamiento. Y nos dice que el camino para ser como Él quiere no es endiosarse, sino humanizarse. Pero no sólo eso. Además de eso, al humanizarse en Jesús, Dios se hace presente y se nos comunica, no sólo en «lo sagrado», en «lo religioso», en «lo santo». Antes que en nada de eso, Dios se nos da en «lo laico». Y a Dios lo encontramos en «lo profano», es decir, en lo que es común a todos, en donde nos encontramos todos y es propio de todos los seres humanos. Antes que los privilegios de lo sagrado está el respeto a lo laico.
- Dios, en Jesús, tuvo una madre. Una sencilla y humilde mujer de Nazaret. María educó a Jesús, como todas las madres educan a sus hijos. María educó la sensibilidad de Jesús, su bondad, su fortaleza y también su libertad. Si Jesús fue tan admirable que, siendo como fue, nos reveló a Dios, ¡qué mujer y qué madre tan admirable fue María para poder educar así a Jesús!