Lc 21, 34-36 – JMC

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘Tened cuidado no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir; y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre».

  1. Lo último que Jesús les dice a sus discípulos y a quienes creen en lo que él dijo, es que cuiden, con vigilancia y oración, para que no se les «embote la mente». Propiamente, lo que dice Jesús es que no dejen que se les opriman o se les sobrecarguen («barethôsin», de baréo, «abrumar», «oprimir») los corazones («kardíai»). Todos, en efecto, tenemos el peligro de pasar por situaciones o, lo que es peor, orientar nuestra vida de forma que el corazón se embote. Y cuando el corazón se embota, con ello la mente se incapacita para ver lo que realmente nos ocurre. Nada influye tanto en la mente como los afectos y sentimientos que ocupan y cargan el corazón.
  2. Pero Jesús dice más. Lo que embota el corazón y la mente es la postu­ra, la opción fundamental, del que sólo piensa en sí, en su propio bienes­ tar y disfrute de la vida, de los placeres y del dinero que los puede costear. De sobra sabemos que eso nos incapacita para vernos por dentro. Y para ver lo que realmente nos conviene. De eso es de lo que Jesús nos previe­ne. Porque un individuo que va así por la vida es un peligro para sí mismo y para todo el que se roce con él.
  3. Si Jesús dice esto, no es para amargarnos la vida. Ni para reprimir lo que nos hace felices. El problema está en distinguir con cuidado que una cosa es la diversión y otra cosa es la fiesta. En la fiesta compartimos la feli­cidad. En la diversión alimentamos el burdo egoísmo del que sólo piensa en sí. Y eso es lo que embota el corazón y la mente. Y lo que nos impide ver la realidad.

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