Lc 11, 5-13 – JMC

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene a medianoche para decirle: «Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle». Y, desde dentro, el otro le responde: «No me molestes; la puer­ta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos». Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levanta­rá y le dará cuanto necesite. Pues así a vosotros: Pedid y se os dará, bus­cad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuan­do el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»

  1. A continuación de la oración del «Padre nuestro», Lucas coloca la en­señanza de Jesús sobre la oración de petición. Al explicar este asunto, Jesús pone como ejemplo la petición que hace un pobre. Tenía que ser un pobre de solemnidad aquel hombre que no tenía ni un pan para ofrecer  al amigo que llega a horas intempestivas. Con lo cual Jesús está diciendo que la oración es eficaz cuando lo que se pide es necesario de verdad. Ló­gicamente, Jesús no compromete la generosidad del Padre para algo que no sea enteramente necesario en cualquier caso. ¿Qué puede ser eso?
  2. Jesús promete con seguridad que la oración es indefectible solamente cuando al Padre le pedimos que nos dé el Espíritu Santo. Sólo tenemos garantizado el don del Espíritu. Pero, como bien sabemos, eso es lo que a mucha gente no le interesa, ni le preocupa, ni probablemente le viene bien. Porque es claro que hay personas, que si tuvieran algo del Espíritu de Dios, no desearían lo que desean, no buscarían lo que buscan y, en definitiva, no serían como son.
  3. En resumen, lo que Jesús nos enseña es que el Espíritu Santo es lo que tiene que centrar y orientar nuestros deseos, nuestra aspiraciones y nues­tras esperanzas.

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