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Sagrado Corazón de Jesús

Lectio lun, 18 mar, 2024

El encuentro de Jesús con una mujer a punto de ser lapidada
“¡Quien esté sin pecado que tire la primera piedra!”

Juan 8,1-11 

Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

Lectura

Clave de lectura:

El texto de hoy nos lleva a meditar sobre las desavenencias entre Jesús y los escribas y fariseos. Jesús, por su predicación y su modo de obrar, no es hombre grato a los doctores de la ley y a los fariseos. Por esto, tratan por todos los medios de poderlo acusar y eliminar. Le colocan delante una mujer, sorprendida en adulterio, para saber de su boca si debían o no observar la ley que ordenaba lapidar a una mujer adúltera. Querían provocar a Jesús. Haciéndose pasar por personas fieles a la ley, se sirven de la mujer para argumentar contra Jesús.

La historia se repite muchas veces. En las tres religiones monoteístas: judaica, cristiana y musulmana, con el pretexto de fidelidad a la ley de Dios, han sido condenadas y masacradas muchas personas. Y hasta el presente, esto continúa. Bajo la apariencia de fidelidad a las leyes de Dios, muchas personas están marginadas de la comunión y hasta de la comunidad. Se crean leyes y costumbres que excluyen y marginan a ciertas categorías de personas.

Durante la lectura de Juan 8, 1-11, conviene leer el texto como si fuese un espejo en el que se refleja precisamente nuestro rostro. Leyéndolo, intentemos observar bien las conductas, las palabras y los gestos de las personas que aparecen en el episodio: escribas, fariseos, la mujer, Jesús y la gente.

Una división del texto para ayudarnos en su lectura

Jn 8, 1-2: Jesús se dirige al templo para enseñar a la gente Jn 8, 3-6a: Los adversarios le provocan
Jn 8, 6b: La reacción de Jesús , escribe en la tierra
Jn 8, 7-8: Segunda provocación, y la misma reacción de Jesús Jn 8, 9-11: Epílogo final

Texto:

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?”
Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.
Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

 Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

¿Cuál l es el punto de este texto que más te ha gustado o que te ha llamado más la atención?
Hay diversas personas o grupos de personas que aparecen en este episodio. ¿Qué dicen y qué hacen?

Trata de ponerte en el lugar de la mujer: ¿Cuáles eran sus sentimientos en aquel momento?

¿Porqué Jesús comenzó a escribir en tierra con el dedo?

¿Cuáles son los pasos que nuestra comunidad debe y puede hacer para acoger a los marginados?

Para los que desean profundizar más en el tema

Contexto literario:

Los versados en las Escrituras dicen que el Evangelio de Juan, crece lentamente, o sea, que ha sido escrito poco a poco. A través del tiempo, hasta finales del primer siglo, los miembros de las comunidades de Juan, en Asia Menor, recordaban y añadían detalles a los hechos de la vida de Jesús. Uno de estos hechos, al que se han añadido estas particularidades, es nuestro texto, el episodio de la mujer que está a punto de ser lapidada (Jn 8,1-11). Poco antes de nuestro texto, Jesús había dicho: “¡Si alguno tienen sed, que venga a mí y beba!” (Jn 7,37). Esta declaración provoca muchas discusiones (Jn 7,40-53). Los fariseos llegan hasta ridiculizar a la gente, considerándola ignorante por el hecho de creer en Jesús. Nicodemos reacciona y dice: “Nuestra Ley ¿juzga quizás a alguien sin primero haberlo escuchado y saber qué hace?” (Jn 51-52). Después de nuestro texto encontramos una nueva declaración de Jesús: “¡Yo soy la luz del mundo!” (Jn 8,12), que provoca una discusión con los judíos. Entre estas dos afirmaciones, con sus subsiguientes discusiones, viene colocado el episodio de la mujer que la ley hubiera condenado, pero que es perdonada por Jesús. (Jn 8,1-11). Este contexto anterior y posterior sugiere el hecho de que el episodio ha sido inserto para aclarar que Jesús, luz del mundo, ilumina la vida de las personas y aplica la ley mejor que los fariseos.

Comentario del texto:

Juan 8,1-2: Jesús y la gente

Después de la discusión, descrita al final del capítulo 7 (Jn 7,37-52), todos se vuelven a casa (Jn 7,53). Jesús no tiene casa en Jerusalén. Por esto, se va al Monte de los Olivos. Allí encuentra un jardín, donde acostumbra a pasar la noche en oración (Jn 18,1). Al día siguiente, antes de la salida del sol, Jesús se encuentra de nuevo en el templo. La gente se acerca para poder escucharlo. De ordinario la gente se sentaba en círculo alrededor de Jesús y Él enseñaba. ¿Qué habrá podido enseñar Jesús? Con seguridad todo muy bello, puesto que la gente llega antes de la aurora para poderlo escuchar.

Juan 8, 3-6a: Las provocaciones de los adversarios

Improvisadamente, llegan algunos escribas y fariseos que llevan con ellos una mujer sorprendida en flagrante adulterio. La colocan en medio del círculo entre Jesús y la

gente. Según la ley, esta mujer debe ser lapidada. (Lev 20,10; Dt 22,22.24). Y le dicen: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Ahora bien, Moisés en la Ley, nos mandó lapidar a una mujer como ésta. ¿Tú qué dices?” Era una provocación, una trampa. Si Jesús hubiese dicho: “Aplicad la ley”, los escribas habrían dicho a la gente: “No es tan bueno como parece, porque ordena matar a la mujer”. Si hubiese dicho: “No la matéis” hubieran dicho: “No es tan bueno como parece, porque no observa la ley”. Bajo la apariencia de fidelidad a Dios, manipulan la ley y se sirven de una mujer para poder acusar a Jesús.

Juan 8, 6b: La reacción de Jesús: escribe en tierra

Parecía una trampa sin escapatoria. Pero Jesús no se asusta. No se pone nervioso. Mas bien al contrario. Con calma, como persona dueña de la situación, se inclina y comienza a escribir en tierra con el dedo. Escribir en tierra ¿qué significado tiene? Algunos creen que Jesús está escribiendo en la tierra los pecados de los acusadores. Otros dicen que es un simple gesto de quien es dueño de la situación y no hace caso a las acusaciones de los otros. Pero es posible que se trate también de un acto simbólico, de una alusión a cualquier cosa muy común. Si tú escribe una palabra en la tierra, a la mañana siguiente no la encontrarás, porque el viento o la lluvia la habrán desfigurado, borrado. Encontramos una alusión a lo que vamos diciendo en Jeremías, donde se lee que los nombres atribuidos a Dios son escritos en tierra, o sea quiere decir que no tienen futuro. El viento o la lluvia lo harán desaparecer (cf. Jer 17,13) Quizás Jesús quiere decir a los otros: el pecado del que acusáis a esta mujer, Dios lo ha perdonado ya con estas letras que estoy escribiendo en la tierra. ¡De ahora en adelante no recordarán más los pecados!

Juan 8, 7-8: Segunda provocación y la misma reacción de Jesús

Ante la calma de Jesús, los que se ponen nerviosos son los adversarios. Insisten y quieren una opinión de Jesús. Y entonces Jesús se levanta y dice: “Quien de vosotros esté sin pecado tire la primera piedra”. E inclinándose comienza de nuevo a escribir en la tierra, no entra en una discusión estéril e inútil sobre la ley, cuando, en realidad el problema es otro. Jesús cambia el centro de la discusión. En vez de permitir que se coloque la luz de la ley sobre la mujer para poderla condenar, quiere que sus adversarios se examinen a la luz de lo que la ley exige de ellos. Jesús no discute la letra de la ley. Discute y condena la conducta malévola del que manipula las personas y la ley para defender los intereses que son contrarios a Dios, autor de la ley.

Juan 8,9-11: Epílogo final: Jesús y la mujer

La respuesta de Jesús desconcierta y desarma a los adversarios. Los fariseos y los escribas se retiran, llenos de vergüenza, uno tras otro, “comenzando por los más ancianos”. Ha sucedido lo contrario de lo que ellos querían. La persona condenada por la ley no era la mujer, sino ellos mismos que se creían fieles a la ley. Y finalmente Jesús queda sólo con la mujer. Jesús se levanta, se dirige hacia ella: “Mujer, ¿dónde están?¿Ninguno te ha condenado?” Ella responde: “¡Ninguno, Señor!” Y Jesús: “¡Yo tampoco te condeno! Ve, y desde ahora no peques más”. Jesús no permite a nadie usar la ley de Dios para condenar al hermano, cuando el mismo hermano es pecador. Quien tiene una viga en el propio ojo, no puede acusar a quien en el ojo tiene sólo una pajita. “Hipócrita, quita primero la viga de tus ojos y entonces podrás ver bien para quitar la pajita en el ojo de tu hermano. (Lc 6,42).

Este episodio, mejor que cualquiera otra enseñanza, revela que Jesús es la luz del mundo (Jn 11,12) que hace aparecer la verdad. Hace ver lo está escondido en las personas, en su más íntimo. A la luz de la palabra de Jesús, los que parecían ser los defensores de la ley, se revelan llenos de pecados y ellos mismos lo reconocen y se

van, comenzando por los más ancianos. Y la mujer, considerada culpable y rea de la pena de muerte, está en pie delante de Jesús, perdonada, redimida, llena de dignidad (cf. Jn 3,19-21). El gesto de Jesús la hace renacer y la restituye como mujer e hija de Dios.

Ampliando conocimientos:

Las leyes sobre la mujer en el Antiguo Testamento y la reacción de la gente.

Desde Esdras y Nehemías, la tendencia oficial era la de excluirla de cualquier actividad pública y de considerarla no idónea para realizar funciones en la sociedad, salvo la función de esposa y madre. Lo que contribuía mayormente a su marginación era precisamente la ley de la pureza. La mujer era declarada impura por ser madre, esposa e hija: por ser mujer. Por ser madre: cuando daba a luz, era inmunda (Lev 12,1-5). Por ser hija: el hijo que nace la vuelve inmunda durante cuarenta días (Lev 12,2-4); y todavía más la hija que la vuelve por ochenta (Lev 12,5). Por ser esposa: las relaciones sexuales, supone dejar impuros un día completo, tanto a la mujer como al hombre (Lev 15.18). Por ser mujer: la menstruación la vuelve impura una semana entera, y causa impureza en los otros. Quien toca a la que tiene menstruación debe purificarse (Lev 15,19-30). Y no es posible que una mujer mantenga su impureza en secreto, porque la ley obliga a los otros a denunciarla (Lev 5,3).

Esta legislación hacía insoportable la convivencia diaria en casa. Siete días, cada mes, la madre de familia no podía reposar en el lecho, ni sentarse en una silla, mucho menos tocar al hijo o al marido, si no quería que se contaminasen. Esta legislación era el fruto de una mentalidad, según la cual la mujer era inferior al hombre. Algunos proverbios revelan esta discriminación de la mujer (Ecl 42,9-11; 22,3). La marginación llegaba a tal punto que se consideraba a la mujer como el origen del pecado y de la muerte y causa de todos los males (Ecl 25,24;42,13-14). De este modo se justifica y se mantiene el privilegio y el dominio del hombre sobre la mujer. En el contexto de la época, la situación de la mujer en el mundo de la Biblia no era ni mejor ni peor que la de las demás personas. Se trataba de una cultura general. Incluso hoy hay muchas personas que continúan teniendo esta mentalidad. Pero como hoy, así también antes, desde el principio de la historia de la Biblia, ha habido muchas reacciones en contra de la exclusión de la mujer, sobre todo después del destierro, cuando se logró expulsar a la mujer extranjera considerada peligrosa. (cf. Esd 9, 1-3 y 10,1-3). La resistencia de la mujer creció al mismo tiempo que la marginación era más onerosa. En diversos libros sapienciales descubrimos la voz de esta resistencia: Cantar de los Cantares, Ruth, Judit, Ester. En estos libros la mujer aparece no tanto como una madre o esposa, sino como una mujer que sabe usar su belleza y feminidad para luchar por los derechos de los pobres y así defender la Alianza contra los gentiles. Es una lucha no tanto a favor del templo o de las leyes abstractas, cuanto a favor de la vida de la gente.

La resistencia de la mujer contra su exclusión encuentra también eco en Jesús. He aquí algunos episodios de la acogida que Jesús les daba:

La prostituta: Jesús la acoge y defiende contra el fariseo (Lc 7,36-50).

La mujer encorvada; Jesús la defiende contra el jefe de la sinagoga (Lc 13,10-17).

La mujer considerada impura es acogida sin ser censurada y es curada (Mt 5,25-34).

La samaritana, considerada como hereje, es la primera en recibir el secreto de que Jesús es el Mesías (Jn 4,26).

La mujer extranjera es ayudada por Jesús y ésta le ayuda a descubrir su misión (Mc 7, 24-30).

Las madres con los niños, rechazadas por los discípulos, son acogidas por Jesús (Mt 19,13-15).

Las mujeres son las primeras en experimentar la presencia de Jesús resucitado (Mt 28,9-10; Jn 20,16-18).

Oración del Salmo 36 (35)

La bondad de Dios desenmascara la hipocresía

 

El pecado es un oráculo para el impío que le habla en el fondo de su corazón; no tiene temor de Dios

ni aun estando en su presencia.

Se halaga tanto a sí mismo

que no descubre y detesta su culpa; sólo dice maldades y engaños, renunció a ser sensato, a hacer el bien. Maquina maldades en su lecho,

se obstina en el camino equivocado, incapaz de rechazar el mal.

Tu amor, Yahvé, llega al cielo, tu fidelidad alcanza las nubes;

tu justicia, como las altas montañas,

tus sentencias, profundas como el océano. Tú proteges a hombres y animales,

¡qué admirable es tu amor, oh Dios!

Por eso los seres humanos

se cobijan a la sombra de tus alas;

se sacian con las provisiones de tu casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; pues en ti está la fuente de la vida,

y en tu luz vemos la luz.

No dejes de amar a los que te conocen, de ser fiel con los hombres sinceros.

¡Que el pie del orgulloso no me pise, ni me avente la mano del impío!

Ved cómo caen los malhechores, abatidos, no pueden levantarse.

Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos.

Amén.

Todos los derechos: www.ocarm.org

Lectio Dom, 17 mar, 2024

Quinto Domingo de Cuaresma Queremos ver a Jesús
Juan 12, 20-33

Oración inicial

Escucha, ¡oh Padre! nuestra súplica: te pedimos que envíes tu Espíritu con abundancia, para que sepamos escuchar tu voz que proclama la gloria de tu Hijo que se ofrece para nuestra salvación. Haz que de esta escucha atenta y comprometida, sepamos hacer germinar en nosotros una nueva esperanza para seguir a nuestro Maestro y Redentor con total disponibilidad, aún en los momentos difíciles y obscuros. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Lectura

El contexto:
Estamos al final del «libro de los signos», que es la clave interpretativa que usa Juan en su Evangelio y ya se está perfilando el encuentro mortal entre la clase dirigente y Jesús. Este pasaje es como un broche entre lo que hasta ahora Juan ha contado y se concluye con esta aparición de las «gentes» (señalados por estos «griegos») y lo que está por suceder. Los próximos sucesos Juan los subdivide en dos ámbitos. El primer ámbito es el diálogo con sólo los discípulos, en el contexto de la cena pascual (cc 13-17); el otro ámbito será la escena pública de la pasión y después la aparición del resucitado (cc 18- 21). Este episodio, quizás no es del todo real: quiere señalar que la apertura a las gentes ha comenzado ya con Jesús mismo. No se trata tanto de andar a convencer a los otros de cualquier cosa, sino de acoger ante todo su búsqueda y llevarla a la madurez. Y esta madurez no llega sino con la colaboración de los otros y con un diálogo con Jesús. No se dice si Jesús ha hablado a estos griegos: el texto parece abreviar la narración, haciendo llevar pronto a la evidencia a qué «tipo» de Jesús se deben acercar aquéllos que lo buscan. Se trata del Jesús que ofrece la vida, que da frutos a través de la muerte. No, por tato, un Jesús «filósofo», «sabio»; sino ante todo aquél que no está atado a la propia vida, sino que la ha dado y se ha puesto al servicio de la vida de todos. Los versículos 27-33, que manifiestan la angustia y la turbación de Jesús frente a la muerte inminente, se llaman también «el Getsemaní del IV Evangelio» en paralelo con la narración de los Sinópticos sobre la vigilia dolorosa de Jesús en el Getsemaní: Como sucede con el trigo: sólo quebrantándose y muriendo puede liberar toda su vitalidad; así muriendo Jesús mostrará todo su amor que da vida. La historia de la semilla es la historia de Jesús, y de todo discípulo que quiere servirlo y tener vida en Él.

El texto

Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.
Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.
El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.
Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: “Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.

Un momento de silencio orante

para releer el texto con el corazón y reconocer a través de las frases y de la estructura la presencia del misterio del Dios viviente.

Algunas preguntas

para recoger del texto los núcleos importantes y comenzar a asimilarlos.

Felipe y Andrés ¿por qué han sido interpelados precisamente ellos?
¿Qué buscaban verdaderamente estos «griegos»?
¿Recibimos también nosotros a veces preguntas semejantes sobre la fe, la Iglesia, la vida cristiana?
No parece que Jesús se haya encontrado con estos «griegos»; pero ha confirmado su próxima «hora»: ¿por qué ha hablado de esta manera?
¿Quería Jesús que respondiesen con fórmulas? ¿O más bien con testimonios?

Algunas profundizaciones en la lectura

«Señor, queremos ver a Jesús»
Se trata de una pregunta que hacen algunos «griegos» a Felipe. De ellos se dice que » subían a adorar en la fiesta». Probablemente son aquellos «timoratos de Dios» de los que se habla con frecuencia en los textos neotestamentarios; simpatizantes de la religión hebrea, aunque sin ser verdaderos judíos. Pudieran también ser de origen sólo siro fenicio, como indica con la misma palabra Marcos (7,26), cuando habla de la mujer que pedía la curación de su hija. En la petición de ellos podemos encontrar solo curiosidad por acercarse a un personaje famoso y discutido. Pero el contexto en el que nos lo presenta Juan, esta búsqueda señala por el contrario que buscaban de verdad, con corazón abierto. Tanto es así que ellos son presentados tan pronto como se ha dicho: «Ya véis que todo el mundo se va en pos de Él» (Jn 12,19) Y luego la noticia es comentada por Jesús como el «llegar la hora del Hijo del hombre». El hecho de que se hayan dirigido a Felipe, y éste los envíe a Andrés, es debido al hecho de que los dos eran de Betsaida, una ciudad donde la gente estaba mezclada, y se necesitaba entenderse en varios idiomas. Los dos personajes representan de todos modos dos sensibilidades: Felipe es más tradicionalista (como se ve por su frase después de haber conocido a Jesús (Jn 1, 45): mientras que Andrés, que ya había participado en el movimiento de Juan Bautista, era de carácter más abierto a lo nuevo (cfr Jn 1, 41). Para indicar que la comunidad que se abre a los paganos, que acoge la solicitud de quien busca con corazón curioso, es acogida por una comunidad que vive en su variedad de sensibilidades.

«Si el grano de trigo no cae en tierra…»
La respuesta de Jesús parece menos interesada a los griegos, que deseaban verlo, y más orientada hacia todos, discípulos y griegos. Él ve abrirse las fronteras, siente la tumultuosa adhesión de las gentes; pero quiere llamar la atención que esta fama que le rodea, esta «gloria» que quisieran conocer de cerca, es de otro género de aquélla que ellos quizás se esperaban. Se trata de una vida que está por ser destruida, de una «palabra» que viene silenciada, quebrantada hasta la muerte, sepultada en las entrañas del odio y de la tierra, para hacerla desaparecer. Y en vez de ver una gloria al estilo humano, están delante de una «gloria» que se desvela a través del sufrimiento y la muerte. Vale para ellos, pero vale también para toda comunidad cristiana que quiere abrirse a «los griegos»: debe «consultar» con el Señor, o sea, debe estar en contacto con este rostro, con esta muerte por la vida, debe dar la propia contemplación del misterio y no sólo aportar nociones. Debe vivir el verdadero despojo de las seguridades y de las gratificaciones humanas, para poder servir al Señor y recibir, también él, honor del Padre. El apego a la propia vida y a la sabiduría humana – y en el mundo griego éstos eran valores fuertes – es el verdadero obstáculo al verdadero «conocimiento de Jesús». Servir al nombre del Señor, acoger la solicitud de quien «lo busca», llevar a Jesús a estos buscadores, pero sin vivir el estilo del Señor, sin dar sobre todo testimonio de compartir la misma elección de vida, el mismo don de la vida, no sirve para nada.

«Ahora mi alma está turbada»
Esta «agitación» de Jesús es un elemento muy interesante. No es fácil sufrir, la carne se rebela, la inclinación natural te hace huir del sufrimiento. También Jesús ha sentido esta repugnancia, ha sentido horror, delante de una muerte que se perfilaba dolorosa y humillante. En su pregunta «¿qué voy a decir?», podemos sentir este escalofrío, este miedo, esta tentación de sustraerse a una muerte semejante. Juan coloca este momento difícil antes de la última cena; los sinópticos, por el contrario, lo colocan en la oración del Getsemaní, antes de la captura (Mc 14, 32-42; Mt 26, 36- 46; Lc 22, 39-46). En todo caso, todos está concordes en subrayar en Jesús este temblor y fatiga, que lo asemeja a nosotros, frágil, lleno de miedo. Pero Él afronta esta angustia «confiándose» al Padre, reclamando para sí mismo que este es su proyecto, que toda su vida tiende precisamente a esta hora, que se revela y se asume. El tema de la hora – lo sabemos bien – es muy importante para Juan: véase la primera afirmación en las bodas de Caná (Jn 2,4) y luego más frecuentemente (Jn 4, 21; 7,6.8.30; 8,20; 11,9; 13,1; 17;1). Se trata, no sólo de un tiempo puntual, cuanto de una circunstancia decisiva, hacia la cuál todo se orienta.

«Atraeré a todos hacia mi»
Puesto fuera de la violencia homicida de la que se sentía amenazado, esta suspensión de la cruz se convierte en una verdadera entronización, o sea, una colocación buena en vista de aquél que es para todos salvación y bendición. De la violencia que lo quería marginar y quitar del medio, se pasa a la fuerza centrípeta ejercida por aquella imagen del entronizado. Se trata de «un atraer» que se engendra no por curiosidad, sino por amor; será suscitador de discipulado, de adhesión en todos aquéllos que sabrán andar más allá del hecho físico, y verán en Él la gratuidad hecha totalidad. No será la muerte ignominiosa la que alejará, sino que se convertirá en fuente de atracción misteriosa, gramática que abre nuevos sentidos por la vida. Una vida entregada que genera vida; una vida sacrificada que genera esperanza y nueva solidaridad, nueva comunión, nueva libertad.

Salmo 125

Cuando Yahvé repatrió a los cautivos de Sión, nos parecía estar soñando; entonces se llenó de risas nuestra boca, nuestros labios de gritos de alegría. Los paganos decían:
¡Grandes cosas ha hecho Yahvé en su favor! ¡Sí, grandes cosas ha hecho por nosotros Yahvé, y estamos alegres!
¡Recoge, Yahvé, a nuestros cautivos, sean como torrentes del Negueb! Los que van sembrando con lágrimas cosechan entre gritos de júbilo.
Al ir, van llorando, llevando la semilla; y vuelven cantando, trayendo sus gavillas.

Oración final

¡Señor Dios nuestro!, aparta a los discípulos de tu Hijo de los caminos fáciles de la popularidad, de la gloria a poco precio, y llévalos sobre los caminos de los pobres y de los afligidos de la tierra, para que sepan reconocer en sus rostros el rostro del Maestro y Redentor. Da ojos para ver los senderos posibles a la justicia y a la solidaridad; oídos para escuchar las peticiones de salvación y salud de tantos que buscan como a tientas; enriquece sus corazones de fidelidad generosa y de delicadeza y comprensión para que se hagan compañeros de camino y testimonios verdaderos y sinceros de la gloria que resplandece en el crucificado, resucitado y victorioso. Él vive y reina glorioso contigo, oh Padre, por los siglos de los siglos.

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