El libro del discípulo

El libro del discípulo
El acompañamiento espiritual
GARCÍA DOMÍNGUEZ, L. Mª.,

Santander, Sal Terrae, 2011 pp., 204

Luis Mª García Domínguez, jesuita, con formación en Filosofía y Letras, Teología y Psicología. Ha trabajado como pastoralista juvenil, formador de jesuitas y profesor de teología espiritual. Ha dedicado mucho tiempo a acompañar espiritualmente a muchas personas. El libro consta de una Presentación, cinco capítulos y un Epílogo. En esta obra habla de lo que es el acompañamiento espiritual, de la entrevista y de discernir la vocación. Desde los tiempos antiguos se viene practicando el acompañamiento espiritual. En unas épocas más que en otras, se ha visto la necesidad de tener maestros espirituales La labor de un gran maestro facilita enormemente cualquier aprendizaje. El tema del acompañamiento despierta gran interés en las personas comprometidas seriamente, especialmente en algunos ambientes. Todos aquellos que se dedican al acompañamiento necesitan prepararse mejor, para no dejar lugar a la improvisación. Tres palabras, creo yo, nos pueden dar el perfil del acompañante: persona bien preparada, con experiencia de Dios y con gran sentido común. Quien acompaña no debe olvidar que en este proceso hay tres personas: Dios, el acompañado y el acompañante. No se puede hablar de un crecimiento cristiano sin tener en cuenta a Dios, quien es el principal agente.

El acompañamiento es una escuela de aprendizaje, tanto para quien acompaña, como para el acompañado. En estos encuentros, ambos, experimentan la obra de Dios, lo que él realiza, las etapas por las que pasa el acompañado hasta llegar a ser cada vez más la imagen de Dios. “En el acompañamiento espiritual, nos dice el autor, la persona acompañada (el discípulo) es la principal responsable de su propio proceso, tanto para iniciar su propio camino espiritual como para relacionarse con Dios y comprometerse con los demás; lo cual incluye discernir y decidir cada día sobre muchas opciones vitales, grandes y pequeñas, incluida su vocación cristiana particular. El acompañante, por su parte, trata de ayudar en ese generoso esfuerzo”. El Epílogo se titula: “Dios nos acompaña en nuestra vida espiritual”. Dios acompaña a su pueblo en su camino. Jesús también acompaña a los discípulos, a la gente cansada, a los pecadores, enfermos… Dios también nos acompaña a nosotros en nuestro y lo hace en nuestras perplejidades y desconciertos, en nuestras decisiones y proyectos, en los aciertos y desconciertos… A todos quiere salvar. Por diversos motivos, la lectura de este libro puede interesar a todos aquellos que tratan de acompañar a distintas personas y a los mismos acompañados.

– Eusebio Gómez Navarro.

La sencilla verdad de Edith Stein. Vivir en las manos del Señor

GARCÍA ROJO, E.,

La sencilla verdad de Edith Stein. Vivir en las manos del Señor

Madrid, EDE, 2011, 194 pp.

Son muchas los temas y cuestiones que nos oferta esta interesante mujer del siglo XX. Su inteligencia despierta, su interés por la historia, su afición por lo humano, el descubrimiento del mundo divino, son todas facetas que se hacen presentes de manera vigorosa en Edith Stein. El libro que presentamos se centra en un aspecto de su vida y de su legado, lo que podría calificarse de enseñanza espiritual, en el sentido fuerte del adjetivo ‘espiritual’: estamos ante el resultado de lo que el espíritu humano y divino son capaces de alcanzar, cuando se alcanza la armonía de ambos.

En el texto pueden distinguirse dos partes. En la primera, que se corresponde con los dos capítulos primeros, se ofrece la experiencia de fe de la autora; se desatacan los momentos en los que su vida es un fiel reflejo de la verdad en la que cree y enseña: saberse en las manos del Señor, no obstante las pruebas y obstáculos que irán aflorando por el camino. Se reseñan las vivencias cristianas tras la conversión, y la etapa de carmelita descalza, que culminarán en el martirio. La parte segunda recoge aquellos temas espirituales con los que se identifica Edith Stein, y que ha dejado a nuestra disposición y provecho. Ahí está el capítulo dedicado a cómo avanzar por este mundo confiando en el Dios que nos ama entrañablemente; o el otro, donde defiende el poder apostólico de la oración silenciosa. Interesante son las páginas en que la carmelita alemana apuesta por la preferencia divina hacia la mujer, al igual que el interés en proponer que en principio toda persona está llamada a la experiencia mística. Cierra el libro un capítulo ineludible para quien conozca a la autora: cruz y noche constituyen referentes obligados del legado steiniano, pero lo fueron igualmente de su existencia. Se trata de una obra ágil, oportuna, y muy apropiada para conocer la riqueza que Teresa Benedicta de la Cruz experimentó y dejó a nuestra consideración.- Eusebio Gómez Navarro.

El Padrenuestro. Una ayuda para vivir de verdad.

GRÜN, A.

El Padrenuestro. Una ayuda para vivir de verdad

Santander, Sal Terrae, 2010, 142 pp.

Difícilmente podría entenderse el cristianismo sin la oración que Jesús mismo nos enseñó, el Padrenuestro. La Didajé recomendaba a los primeros cristianos rezarla tres veces al día y Tertuliano la define como un verdadero “compendio de todo el Evangelio”, pero, ¿cuánto tiempo hace -si es que aún no lo hemos hecho- que no nos paramos a meditar en la radicalidad que supone cada una de las partes que constituye la oración por antonomasia de los cristianos? Puede que nos hayamos podido acostumbrar a recitarla, pero si procuramos atender de un modo más reflexivo a la riqueza del significado de sus palabras, podemos descubrir en ellas, una ayuda para saber vivir y una guía para recorrer el camino de la fe. Anselm Grün nos recuerda que existen dos versiones del Padrenuestro, la del evangelio de Mateo que es la que hemos conservado más específicamente para rezar litúrgicamente, y la de Lucas, de quién se dice que fue el evangelista que mejor conservó prístinamente las palabras de Jesús. “En Mateo se trata de qué debemos de orar; en Lucas se trata sobre todo de cómo debemos de orar y qué actitud interior debemos adoptar para ello”.

El monje benedictino analiza el Padrenuestro en la primera parte del libro siguiendo a Mateo y encuentra en él tres significados importantes. El primero de ellos nos lleva directamente a la mentalidad de Jesús, es decir, rezar el Padrenuestro consiste en participar en su propia experiencia, en acercarnos a Dios Padre. La segunda dimensión hermenéutica nos introduce en el contenido esencial del Evangelio, en efecto, recitar esta oración nos mueve hacia Dios por medio del Espíritu Santo y nos transfigura en el modo de convertirnos en buenos cristianos. Por último, Grün reconoce la unidad intrínseca que existe entre la oración y la acción que se hacen visibles en el Padrenuestro. El sermón de la montaña no se encuentra en torno a esta oración por accidente. Las ocho bienaventuranzas constituyen en realidad toda una declaración de intenciones sobre las exigencias y las responsabilidades que adopta todo cristiano cuando reza el Padrenuestro.

La última parte del libro se completa con una serie de reflexiones sobre la oración en el evangelio de Lucas y que pueden resultar muy útiles para conseguir, Dios lo quiera, que el Padrenuestro nos configure plenamente como cristianos.

– Pedro José Grande Sánchez.

La azucena de Vic Beata María del Patrocinio

LÓPEZ MELÚS, R.-M.,

La azucena de Vic Beata María del Patrocinio, Carmelita mártir de la pureza

Onda (Castellón), AMACAR, 2007, 230 pp.

AMACAR (Apostolado Mariano-Carmelita) y el entusiasta P. Rafael María López Melús son una fuente para conocer la Espiritualidad del Carmelo. En este contexto se enmarca el libro que comentamos a nuestros lectores.

En las primeras páginas aparece una presentación bella y significativa de Fernando Millán Romeral O.Carm, Prior General. Es una introducción a la vida y espiritualidad de la Beata María del Patrocinio. Termina con estas palabras: “Que la azucena de Vic, interceda por nosotros para que, como carmelitas, sepamos mirar al futuro con valentía y con total confianza en Dios y, como ella, exclamemos siempre: “No hay que tener miedo. Pasará lo que el Señor quiera. Estamos en sus manos…” (p. 17).

López Menús nos ofrece algunos datos de la persecución religiosa en España, en Cataluña y más en concreto en Vic. A continuación describe la comunidad carmelitana de esta ciudad. El testimonio evangélico de la Beata María del Patrocinio y sus virtudes específicas en la vida del Carmelo. Termina con la crónica del martirio de esta carmelita. Hay varias cosas que quiero resaltar. Enriquece la biografía las citas de los documentos que ha empleado. Me han llamado la atención algunas cartas. De esta forma podemos entender con más profundidad el espíritu de la Beata. Las fotografías nos acercan a esta carmelita y la impresión del libro nos hace atractiva esta figura del Carmelo.

Hoy que la Iglesia está embarcada en una Nueva Evangelización, necesitamos testigos vivos del Evangelio, hombres y mujeres que nos hablen de Dios y de su misterio desde lo cotidiano de la vida. En este sentido la Beata Carmelita María del Patrocinio es portadora de una gran actualidad.

– Lucio del Burgo.

Beata María Teresa Scrilli

LÓPEZ MELÚS, R.-M.,

Beata María Teresa Scrilli, Carmelita

Onda (Castellón), AMACAR, 2007, 90 pp.

En 1825 vino a este mundo en un pueblo de la Toscana italiana la beata carmelita María Teresa Scrilli. En 1854 fundó en Florencia “el Instituto de Nuestra Señora del Carmelo”, cuyo carisma era la educación

cristiana de la juventud. En 2006 era beatificada. La aventura de su vida sencilla estaba marcada por esta frase del evangelio: ”Si el grano de trigo muere, llevará mucho fruto” (Jn 12,24). Este libro de carácter popular trata de ofrecer a los lectores la sencillez de una mujer del siglo XIX y su camino espiritual.

El autor, reconocido escritor carmelita, pretende en esta breve biografía, dar a conocer la santidad que ha florecido en el Carmelo y la propone a los hombres y mujeres de nuestro tiempo como modelo en el seguimiento de Jesús: “Hemos intentado hacer pasar ante nuestra mente, y ojalá también haya sido ante nuestro corazón y vida, esta sencilla biografía de una religiosa carmelita italiana del siglo XIX, que, al nacer, no fue recibida con el cariño debido por su madre, pero que cuando llegó al uso de razón, supo abrazarse al amor del Padre y de la Madre del cielo, que suplieron con creces las deficiencias del amor materno terreno” (p. 83).

– Lucio del Burgo.

La violeta de Venezuela, Beata madre Candelaria

LÓPEZ MELÚS, R.-M.,

La violeta de Venezuela, Beata madre Candelaria, Carmelita,

AMACAR, Onda (Castellón), 2008, 232 pp.

El autor presenta la vida y doctrina de la Beata Candelaria de San José. Nacida en Altagracia de Orituco (Venezuela). Es fundadora de las “Hermanitas de los Pobres de Altagracia de Orituco”. Beatificada por Benedicto XVI en 2008.

El autor ha tenido muy en cuenta los testimonios que se han elaborado para su beatificación y otros documentos. Además los lectores pueden ver distintas fotografías que se exponen a través de estas páginas.

El Episcopado venezolano, cuando anunció a toda la Iglesia el acontecimiento de la beatificación resumió admirablemente la figura y la obra de Madre Candelaria de San José, Carmelita y Fundadora: “por su ardiente amor a Dios y por su entrega generosa y abnegada a los pobres, bajo la dirección de los Obispos y en compañía de las religiosas de su Congregación, esta nueva Beata venezolana es hoy ejemplo de virtudes, entre las cuales se destaca su fe viva e intensa en Jesucristo… y la más viva caridad para con los más pobres”.

– Lucio del Burgo.

«El Padre de los pobres», Beato Ángel Paoli

LÓPEZ MELÚS, R.-M.

El Padre de los pobres”, Beato Ángel Paoli, Carmelita,

Onda (Castellón), AMACAR, 2010, 188 pp.

En las primeras páginas aparece un cuadro del Beato Ángel Paoli que es muy elocuente y sintetiza la experiencia religiosa de este Carmelita. En la mano izquierda se muestra el crucifijo y la mano derecha abierta indicando algo que fue el lema de su vida: “Cuando hay confianza en Dios la Providencia no falta nunca”. Los que conocieron a este Carmelita italiano recuerdan algo que era muy frecuente en sus labios: “Quien busca a Dios vaya a encontrarlo entre los pobres”.

Nace en Argigliano (Italia) el 1642. A los 18 años toma el hábito carmelitano. Se ordena sacerdote en 1667. Desde muy pequeño siente una especial inclinación a los pobres. Es conventual de muchos monasterios de su provincia y en todos destaca su cariño y ternura con los desheredados de este mundo. Su residencia en Roma durante 33 años, hasta su muerte, destaca por su labor social con los más marginados de la sociedad: los pobres y los enfermos. Sus coetáneos cuentan muchos prodigios a favor de los últimos, especialmente narran cómo los alimentos se multiplican para que su labor de caridad tenga un radio de acción mayor. Cuando muere el Papa Clemente XI lamenta el acontecimiento y manda que en su tumba aparezcan estas palabras: “Padre de los pobres”.

Una cosa quiero destacar, la cantidad de cuadros y fotografías que ayudan a comprender mejor al Beato y lo hacen más cercano a nosotros.

– Lucio del Burgo.

Bien y mal

«Vio Dios cuanto había hecho, y era muy bueno» (Gén 1,31). Sin embargo, para acelerar la venida del reino escatológico nos invita Cristo a pedir en el padrenuestro: «Líbranos del mal» (Mt 6,13). La oposición de estas dos fórmulas plantea al creyente de nuestros días, para el que la Biblia misma ofrece elementos de solución: ¿de dónde viene el mal en este mundo creado bueno?, ¿cuándo y cómo se le vencerá?

I. EL BIEN Y EL MAL EN EL MUNDO.

1. Para el que las ve o las experimenta, ciertas cosas son subjetivamente buenas o malas. La palabra hebrea tób (traducida indistintamente por las palabras griegas kalos y agathos, bello y bueno [cf. Lc 6, 27-35]) designa primitivamente a las personas o a los objetos que provocan sensaciones agradables o la euforia de todo el ser: una buena comida (Jue 19,6-9; 1Re 21,7; Rut 3,7), una muchacha hermosa (Est 1,11), personas benéficas (Gén 40,14), en una palabra, todo lo que procura la felicidad o facilita la vida en el orden físico o psicológico (cf. Dt 30,15); por el contrario, todo lo que conduce a la enfermedad, al sufrimiento en todas sus formas y sobre todo a la muerte, es malo (hebr. ra; gr. poneros y kakos).

2. ¿Se puede también hablar de una bondad objetiva de las criaturas en el sentido en que la entendían los griegos? Éstos imaginaban para cada cosa un arquetipo a imitar o a realizar; proponían al hombre un ideal, el kalos kagathos que, poseyendo en sí mismo todas las cualidades morales, estéticas y sociales, ha llegado a su pleno desarrollo, es agradable y útil a la república. En esta óptica particular, ¿cómo concebir el mal? ¿Cómo imperfección, pura negatividad, ausencia de bien, o, por el contrario, como una realidad que tiene su existencia propia y deriva del principio malo que desempeñaba tan gran papel en el pensamiento iranio? Cuando la Biblia atribuye bondad real a las cosas, no lo entiende así. Diciendo: «Vio Dios que era bueno» (Gén 1,4…) muestra que esta bondad no se mide en función de un bien abstracto, sino en relación con el Dios creador, único que da a las cosas su bondad.

3. La bondad del hombre constituye un caso particular. En efecto, depende en parte de él mismo. Ya en la creación, le situó Dios ante «el árbol del conocimiento del bien y del mal», dejándole la posibilidad de obedecer y de gozar del árbol de la vida, o de desobedecer y de ser arrastrado a la muerte (Gén 2,9.17), prueba decisiva de la libertad, que se repite para cada hombre. Si rechaza el mal y hace el bien (Is 7,15; Am 5,14; cf. Is 1,16s), observando la ley de Dios y conformándose con su voluntad (cf. Dt 6,18; 12,28; Miq 6,8), será bueno y le agradará (Gén 6,8); si no, será malo y le desagradará (Gén 38,7). Su elección determinará su calificación moral y, consiguientemente, su destino.

4. Ahora bien, desde los orígenes, el hombre, seducido por el maligno (cf. Satán), escogió el mal. Buscó su bien en las criaturas «buenas para comer y seductoras a la vista» (Gén 3,6), pero fuera de la voluntad de Dios, lo cual es la esencia misma del pecado. En ello no halló sino los frutos amargos del sufrimiento y de la muerte {Gén 3,16-19). A consecuencia de su pecado se introdujo; pues, el mal en el mundo y luego proliferó. Cuando Dios mira a los hijos de Adán los halla tan malos que se arrepiente de haberlos hecho (Gén 6,Sss): no hay ni uno que haga el bien aquí en la tierra (Sal 14,1ss; Rom 3,10ss). Y el hombre hace la misma experiencia: se siente frustrado en sus deseos insaciables (Ecl 5,9ss; 6,7), impedido de gozar plenamente de los bienes de la tierra (Ecl 5,14; 11,2-6), incapaz hasta de «hacer el bien sin jamás pecar» (Ecl 7,20), pues el mal sale de su propio corazón (Gén 6,5; Sal 28,3; Jer 7, 24; Mt 15,19s).

Viciando el orden de las cosas, llama al bien mal y al mal bien (Is 5,20; Rom 1,28.32). Finalmente, hastiado y decepcionado, se hace cargo de que «todo es vanidad» (Ecl 1,2); experimenta duramente que «el mundo entero está en poder del maligno» (1Jn 5,19; cf. In 7,7). El mal, en efecto, no es una mera ausencia de bien, sino una fuerza positiva que esclaviza al hombre y corrompe el universo (Gén 3,17s). Dios no lo creó, pero ahora que ha aparecido, se opone a él. Comienza una guerra incesante, que durará tanto tiempo como la historia: para salvar al hombre, Dios todopoderoso deberá triunfar del mal y del maligno (Ez 38-39; Ap 12,7-17).

II. SÓLO Dios ES BUENO. La bondad de Dios es una revelación capital del AT. Habiendo conocido el mal en su paroxismo durante la servidumbre de Egipto, Israel descubre el bien en Yahveh su libertador. Dios lo arranca a la muerte (Éx 3, 7s; 18,9), luego lo conduce a la tierra prometida, aquel «buen país» (Dt 8,7-10), «en el que fluyen leche y miel» y «en el que Yahveh tiene constantemente los ojos», y donde Israel hallará la felicidad (cf. Dt 4,40) si se mantiene fiel a la alianza (Dt 8,11-19; 11,8-12.18-28).

2. Dios pone una condición a sus dones. Israel, como Adán en el paraíso, se ve situado frente a una elección que determinará su destino. Dios pone ante él la bendición y la maldición (Dt 11,26ss), puesto que el bien físico y el bien moral están igualmente ligados con Dios: si Israel «olvidara a Yahveh», cesara de amarle, no observara ya sus mandamientos y rompiera la alianza, sería inmediatamente privado de estos bienes terrenales (Dt 11,17) y enviado en servidumbre, mientras que su tierra se convertiría en un desierto (Dt 30,15-20; 2Re 17,7-23; Os 2,4-14). A lo largo de su historia experimenta Israel la verdad de esta doctrina fundamental de la alianza: como en el drama del paraíso, la experiencia de la desgracia sigue a la del pecado.

3. La felicidad de los impíos y la desgracia de los justos. Pero en este punto capital parece fallar la doctrina: ¿no parece Dios favorecer a los impíos y dejar a los buenos en la desgracia? Los justos sufren, el servidor de Yahveh. Es perseguido, los profetas son entregados a muerte (cf. Jer 12,1s; 15,15-18; Is 53; Sal 22; Job 23-24). Dolorosa y misteriosa experiencia del sufrimiento cuyo sentido no aparece inmediatamente. Sin embargo, por ella aprenden poco a poco los pobres de Yahveh a despegarse de los «bienes de este mundo», efímeros e inestables (Sof 3,11ss; cf. Mt 6,19ss; Lc 12, 33s), para hallar su fuerza, su vida y su bien en Dios, único que les queda cuando todo se ha perdido, y al que se adhieren con una fe y una esperanza heroicas (Sal 22,20; 42,6; 73,25; Jer 20,11). Ciertamente están todavía sometidos al mal, pero tienen consigo a su salvador, que triunfará en el día de la salvación; entonces recibirán esos bienes que ha prometido Dios a sus fieles (Sal 22,27; Jer 31,10-14). En toda verdad, Dios «solo es bueno» (Mc 10, 18 p).

III.Dios TRIUNFA DEL MAL. 1. De la ley al llamamiento de la gracia. Al revelarse como salvador anunciaba Dios ya su futura victoria sobre el mal. Pero todavía debía afirmarse ésta en forma definitiva, haciendo al hombre bueno y sustrayéndolo al poder del maligno (1Jn 5,18s), «príncipe de este mundo» (Lc 4,6; Jn 12,31; 14,30). Es cierto que Dios había dado ya la ley, que era buena y estaba destinada a la vida (Rom 7,12ss); si practicaba el hombre los mandamientos, haría el bien y obtendría la vida eterna (Mt 19,16s). Pero esta ley era por sí misma ineficaz, en tanto no cambiara el corazón del hombre, prisionero del pecado. Querer el bien está al alcance del hombre, pero no realizarlo: no hace el bien que quiere, sino el mal que no quiere (Rom 7,18ss). La concupiscencia le arrastra como contra su voluntad, y la ley, hecha para su bien, redunda finalmente en su mal (Rom 7,7.12s; Gál 3,19). Esta lucha interior lo hace infinitamente desgraciado; ¿quién, pues, lo libertará? (Rom 7,14-24).

2. Sólo «Jesucristo Nuestro Señor» (Rom 7,25) puede atacar al mal en la raíz, triunfando de él en el corazón mismo del hombre (cf. Ez 36,26s). Es el nuevo Adán (Rom 5,12-21), sin pecado (Jn 8,46), sobre el que Satán no tiene ningún poder. Se hizo obediente hasta la muerte de cruz (,Flp 2,8), dio su vida a fin de que sus ovejas hallen pasto (Jn 10,9-18). Se hizo «maldición por nosotros a fin de que por la fe recibiéramos el Espíritu prometido» (Gál 3,13s).

3. Los bienes otorgados. Así, renunciando Cristo a la vida y a los bienes terrenales (Heb 12,2) y enviándonos el Espíritu Santo, nos procuró las «buenas cosas» que debemos pedir al Padre (Mt 7,11; cf. Lc 11,13). No se trata ya de los bienes materiales, como los que estaban prometidos en otro tiempo a los hebreos; son los «frutos del Espíritu» en nosotros (Gál 5,22-25). Ahora ya el hombre, transformado por la gracia, puede «hacer el bien» (Gál 6,9s); «hacer buenas obras» (Mt 5,16; 1Tim 6,18s; Tit 3,8.14), «vencer el mal por el bien» (Rom 12,21). Para hacerse capaz de estos nuevos bienes, debe pasar por el desasimiento, «vender sus bienes» y seguir a Cristo {Mt 19,21), «negarse a sí mismo y llevar su cruz con él» (Mt 10,38s; 16,24ss).

4.La victoria del bien sobre el mal. Escogiendo el cristiano vivir así con Cristo para obedecer a los impulsos del Espíritu Santo, se desolidariza de la opción de Adán. Así el mal moral queda verdaderamente vencido en él. Desde luego, sus consecuencias físicas y psicológicas permanecen mientras dura el mundo presente, pero el cristiano se gloría en sus tribulaciones, adquiriendo con ellas la paciencia (Rom 5,4), estimando que «los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria futura que se ha de revelar» (8,18-25). Así desde ahora está por la fe y la esperanza en posesión de las riquezas incorruptibles (Lc 12, 33s) que se otorgan por mediación de Cristo «sumo sacerdote de los bienes venideros» (Heb 9,11; 10,1). Es sólo un comienzo, pues creer no es ver; pero la fe garantiza los bienes esperados (Heb 11,1), los de la patria mejor (Heb 11,16), los del mundo nuevo que Dios creará para sus elegidos (Ap 21,1ss).

Todos los derechos: Vocabulario de teología bíblica, X. Léon-Dufour

La Vida de Cristo

LUDOLFO DE SAJONIA

La Vida de Cristo

Madrid, Universidad de Comillas, 2010, 2 vols., IXXVIII + 766 y 895 p.

Introducción, traducción y notas de EMILIO DE RÍO, SJ

Los amantes de la espiritualidad del siglo XIV están de enhorabuena al saber que se ha hecho una nueva edición de la Vita Christi del “Cartujano”, una de las obras más clásicas de toda la historia de la espiritualidad de la edad media, leída y aprovechada por todos los grandes espirituales del siglo XVI y también leída en los hogares cristianos. La transmisión textual se hizo primero en copias manuscritas y después difundida por la imprenta en muchas ediciones en la lengua latina original y en traducciones a las lenguas nacionales que no puedo especificar en esta breve recensión.

El autor es alemán, nacido hacia 1295-1300. Fue primero dominico y después cartujo en la Cartuja de Coblenza y de Estrasburgo, donde murió, probablemente, en 1378, con fama de santidad. Su producción literaria es amplia, pero adquirió fama, sobre todo, por esta obra que presentamos. En castellano existe una edición de principios del siglo XVI, realizada por un clásico de la lengua, el franciscano Ambrosio de Montesino, una verdadera joya de la literatura ascético-mística que se estrenaba entonces para exponer los caminos de la espiritualidad y la mística para acercarla al pueblo.

¿De qué trata esta obra y cuáles son las condiciones y novedades de esta edición? Basta una somera presentación para que el lector se haga una idea de ella y se aproveche de su contenido.

El trabajo del editor de esta obra ha sido inmenso. En primer lugar, ha acometido la empresa de traducir de nuevo el texto latino original al castellano actual. El lector, sobre todo conocedor de la clásica traducción del franciscano Ambrosio de Montesino, se preguntará por qué el editor no ha reproducido esa traducción ya clásica, sobre todo porque fue leída y utilizada por los autores espirituales del siglo XVI, entre otros por san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Jesús. En su favor tenía el hecho de que en esta edición tiene en cuenta la referencia constante al autor de los Ejercicios Espirituales.

Personalmente, y en principio, fui favorable a la opinión de que debería haber reproducido aquella edición del siglo XVI por la razón obvia de que era un clásico de espiritualidad y un monumento de la lengua castellana, y, sobre todo, porque es la que leyeron y citaron nuestros autores; pero, en un segundo momento y pensándolo más en profundidad, he llegado a la conclusión de que también hay razones, y ahora pienso que más valiosas, para hacer lo que ha hecho el traductor.

La primera es que la traducción de Montesino constaba de cuatro gruesos volúmenes en folio. Y segunda, que no es una traducción literal del latín sobrio del original, sino libre, y más bien termina siendo una paráfrasis al texto latino, una redundancia verbal propia de un poeta y embellecedor de la lengua. La traducción de Emilio del Río se atiene con rigor al texto latino del autor. Si queremos comprobar los textos mismos citados por nuestros clásicos del siglo XVI, habrá que acudir a la floreada prosa del franciscano. Así que el lector de hoy pierde algo, pero también gana. Desde entonces no había tenido la suerte de una edición completa.

La presente traducción se hace desde la edición latina del siglo XIX, de. L. M. Rigollot, París, 1878. El traductor divide en dos partes la obra original, el volumen primero con 92 capítulos (desde la generación eterna del Verbo hasta la curación del ciego de Betsaida) y el segundo, de 89 (desde la confesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo hasta el infierno y la gloria).

La obra de Ludulfo es de valor inmenso; lo fue en el siglo XVI, cuando el laico no podía leer las Escrituras en la lengua vulgar, sobre todo a partir del Índice de Valdés, de 1559. Y en esta obra, el privilegiado que sabía leer y poseía medios económicos suficientes, tenía aquí no sólo la traducción de los textos de los cuatro Evangelios y otros textos del N. y del A. Testamento, sino un amplísimo y riquísimo comentario de este sabio dominico-cartujo, enriquecido, además, con comentarios de los santos Padres y escritores medievales. Y presentaba al lector culto, o lectores sencillos, un comentario exegético de propia cosecha, con mucho ingenio y sentido pastoral, según las normas de los cuatro sentidos, tradicionales desde los SS. Padres: literal-histórico, alegórico-teológico, antropológico-moral, anagógico-místico. De este modo el lector, tenía ante sí una verdadera enciclopedia del saber bíblico, de exégesis culta para aquel momento, un encuentro con los Padres de la Iglesia y escritores posteriores y un verdadero manual de vida espiritual.

Quiero insistir también en la idea de que la Vita Christi es, además de todo lo que vengo diciendo, un manual para hacer oración y meditación, ya que sigue el triple estadio clásico de la Lectio, Meditatio, Oratio, que concluye en la Contemplatio. Y, a partir del capítulo 59 de la parte II, casi todo el relato de la pasión, añade la conformatio, me parece que es una novedad en el método oración, y que sitúa al orante ante Cristo paciente para sacar conclusiones prácticas.

Me parece que se trata de una obra gigantesca que renace ahora de las cenizas y será útil no sólo para los especialistas en la historia de la espiritualidad y de la exégesis, sino para un cristiano que quiera estar bien informado de un patrimonio cultural de la Iglesia.

Los trabajos del editor, además de la paciencia y los años de trabajo empleados en la traducción, han sido varios. En primer lugar, una jugosa y suficiente “introducción” (pp. VIIXXVIII), útil para cualquier lector, también para los especialistas, que podrán seguir leyendo las citas bibliográficas utilizadas si lo desean. Y, al final del segundo volumen, unos “Índices” muy útiles. I Los textos de los Evangelios y algunos otros libros del N. T. que comenta Ludulfo, con las referencias a la parte y capítulos de la obra (pp. 783789). II Citas del A. y del N. Testamento (pp. 791-827), con las mismas referencias. III “Índice de materias”, abundantísimo (pp. 829863). IV “Índice general de la vida de Cristo” (pp. 865-894).

Quisiera resaltar también la confrontación que el editor hace del texto con el uso que de él hicieron algunos autores del siglo XVI, especialmente la confrontación constante con san Ignacio y sus Ejercicios Espirituales.

Por todo ello, me parece que esta obra puede hacer historia en la actual publicística, tan necesitada de obras antiguas o modernas que de verdad hagan ciencia, ayuden al conocimiento de la historia y también a la reflexión y a la oración meditada. Gracias al editor que ha puesto tanto esfuerzo e ilusión en este trabajo y le deseo que tenga mucha difusión. Que, al menos, no falte en las grandes librerías y bibliotecas.-

Daniel de Pablo Maroto.

ENEMIGO

I. EL HECHO DE LA ENEMISTAD

1. Constancia y límites.

El hombre bíblico está siempre frente a su enemigo: es un hecho sobre el que ni siquiera se plantea cuestiones. Ya en el círculo familiar una enemistad operante opone a Caín y Abel Gen 4,1-16, a Sara y Agar Gen 16,1-7, a Jacob y a Esaú Gen 27-29, a José y a sus hermanos Gen 37,4, a Ana y Penina 1Sa 1,6s. En la ciudad, los profetas y los salmistas se quejan de sus enemigos Sal 31 35 42,10 Jer 18,18-23. Éstos pueden ser deudos Miq 7,6 Jer 12,6 o antiguos amigos Sal 55,13ss. Ha venido a ser como un esquema de pensamiento: tras toda adversidad se descubre un adversario, y el enfermo de los Salmos es casi siempre un perseguido Sal 13 38,1-16. Sin embargo, si el enemigo pertenece a la comunidad de Israel, la ley ve en él un sujeto de derechos Ex 23,4 Num 35,15. La nación misma se construye en este mundo de la Pero la hostilidad conoce matices: sin piedad en el caso de los cananeos o de los amalecitas Ex 17,16 1Sa 15, acaba por no ser más que una guerra fría para con Moab y Amón Dt 23,4-7, y el Deuteronomio deja entender a propósito de Edom y de Egipto Dt 23,8 que extranjero no significa necesariamente enemigo.

2. Origen.

¿Cómo explicarse en la historia sagrada la permanencia de este fenómeno? En realidad, es sencillamente un fenómeno o dato de la historia desde el día en que el pecado introdujo el odio. Israel adquiere conciencia de sí mismo en un mundo sin piedad. Querer verlo inmune en este aspecto sería querer que fuera de otra esencia que la humanidad de su tiempo. Dios toma al hombre al nivel en que lo halla. Los cananeos son atacados porque son idólatras Gen 15,16 Dt 20,16ss, pero también porque ocupan el territorio, la tierra prometida Dt 2,12. En este estadio se comprueba cierta identificación entre enemigos de Dios y enemigos de la nación: «Yo seré enemigo de tus enemigos» Ex 23,22.

II. LUCES SOBRE EL MUNDO DE LA ENEMISTAD

1. Un caso típico.

La lucha de Saúl contra David es el relato más detallado que nos queda de una enemistad personal. Sólo Saúl es aquí el enemigo. Se la ha tomado con la vida de David 1Sa 18,10s 19,9- 17 y se opone a un designio a la vez divino y terreno: la realeza de su rival. El móvil profundo de su odio es el que presenta la Biblia más frecuentemente: la envidia. En cuanto a David, evita dejarse contaminar por el odio de Saúl, y su actitud es tal que un cristiano, que debería superarla, tiene todavía mucho que hacer para igualarla. No pocos amigos de Dios debieron vivir, a su nivel, un drama semejante al de David, en el que abundan los signos de cierto afinamiento moral. El llamamiento de Dios, insertándose plenamente en su deseo de vivir, los condujo a deshacerse de su egoísmo sin perder sus contactos con la existencia.

2. La experiencia de la derrota

Israel como nación pasó por una experiencia bastante parecida. Por una guerra infligida a los otros (como la de la conquista), ¡qué de guerras tuvieron que afrontar! Con el tiempo la imagen del enemigo se confundió progresivamente con la del opresor; en ello no hay nada con qué alimentar sueños de poder. Así aprendió Israel que Yahveh, lejos de hacer al justo más fuerte, prefiere liberarlo él mismo Ex 14,13s.30. El enemigo no es vencido por el justo al que oprimía; perece víctima de sí mismo Sal 7,13-17; Saúl, Amán… En tanto llega su derrota, no triunfa sin razón; castiga en nombre de Dios y sin quererlo, enseña. Su eliminación completa está ligada con la plenitud de la bendición Gen 22,17 49,8 Dt 28,7. Ahora bien, a través de la historia, Yahveh lo deja subsistir Jue 2,3 2,20-23 Dt 7,22. Esta persistencia señala dos cosas: el nivel de cumplimiento de la promesa y el de la fidelidad del pueblo. Por una parte y por otra no ha llegado todavía el tiempo de la plenitud.

3. La obra del tiempo

Los que repetían las maldiciones del salmista mucho tiempo después de él no podían hacerlo en nombre de los mismos intereses particulares ni respecto a las mismas personas: en ello hay ya cierta purificación. Cierto despego de esta índole se nota en el libro de la Sabiduría Sab 10-19, que en la historia ve más los conflictos ideológicos que los conflictos de intereses. Cuando los Macabeos, reanudando la tradición de la guerra santa, luchan «por su vida y por sus leyes» 1Mac 2,40 3,21, lo hacen con clara conciencia del doble fin que expresa esta fórmula, que une sin confundir. En una palabra, por una parte no se reniega nunca el principio jurídico del talión, que, por lo demás, ponía cierto freno a la venganza Gen 4,15.24, y se concibe la victoria de Israel como la destrucción de sus enemigos (Est); por otra parte, la experiencia y la luz divina orientan los corazones hacia el amor. En medio de los consejos de prudencia, Ben Sira pide que el hombre perdone para ser perdonado por Dios Eclo 28,1-7 Prov 24,29. Es la exigencia de Jesús mismo.

III. JESÚS TRIUNFA DE LA ENEMISTAD

1. El mandamiento y el ejemplo

«Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian» Mt 5,44 p. Este mandamiento destaca entre las exigencias más nuevas 5,43 de Jesús. Él mismo tuvo enemigos, que no «lo quisieron como rey», como dice una parábola Lc 19,27. Le dieron muerte, y él en la cruz los perdonó Lc 23,34. Así debe hacerlo el discípulo a imitación de su maestro 1Pe 2,23, a imitación del Padre que está en los cielos Mt 5,45ss, cuyo perdón podrá obtener así Mt 6,12. El cristiano que perdona no se hace ilusiones acerca del mundo en que vive, como tampoco Jesús se hacía ilusiones acerca de los fariseos y de Herodes. Pero practica a la letra el consejo de la Escritura: amontonar carbones ardientes sobre la cabeza del enemigo Rom 12,20=Prov 25,21s. Esto no es venganza; este fuego se cambiará en amor si el enemigo consiente en ello; el hombre que ama a su enemigo aspira a convertirlo en amigo y toma para ello los medios con prudencia. En estas atenciones Dios mismo le precedió: cuando éramos sus enemigos nos reconcilió consigo por la muerte de su Hijo Rom 5,10.

2. La victoria sobre la enemistad

Jesús no viene, pues, a negar la enemistad, sino a manifestarla en su dimensión completa al momento de vencerla. No es un hecho como los otros; es un misterio, signo del reinado de Satán, el enemigo por excelencia: desde el huerto del Edén una enemistad lo opone a los hijos de Eva Gen 3,15. Enemigo de los hombres y enemigo de Dios, siembra en la tierra la cizaña Mt 13,39; por eso estamos expuestos a sus ataques. Pero Jesús dio a los suyos poder sobre todo poder que venga del enemigo Lc 10,19. Les viene del combate en que Jesús triunfó por su misma derrota, habiéndose ofrecido a los golpes de Satán a través de los de sus enemigos y habiendo vencido a la muerte con la muerte. Así derribó el «muro de enemistad» que cruzaba por la humanidad Ef 2,14-16. En tanto llega el día en que Cristo, para poner «a todos sus enemigos a sus pies», destruye para siempre a la muerte, que es «el último enemigo» 1Cor 15,25s, el cristiano combate con Jesús contra el viejo enemigo del género humano Ef 6,11-17. En torno a él, algunos se conducen como enemigos de la cruz de Cristo Flp 3,18, pero él sabe que la cruz lo lleva al triunfo. Esta cruz es el lugar, fuera del cual no hay reconciliación con Dios ni entre los hombres.

Todos los derechos: Vocabulario de teología bíblica, X. Léon-Dufour