Fidelidad

La fidelidad (hebr. emet), atributo mayor de Dios Ex 34,6, se asocia con frecuencia a su bondad paternal (hebr. hesed) para con el pueblo de la alianza. Estos dos atributos complementarios indican que la alianza es a la vez un don gratuito y un vínculo cuya solidez resiste la prueba de los siglos Sal 119,90. A estas dos actitudes, en las que se resumen los caminos de Dios Sal 25,10, debe el hombre responder conformándose a ellas; la piedad filial que debe a Dios tendrá como prueba de su verdad la fidelidad en observar los preceptos de la alianza.

A lo largo de la historia de la salvación la fidelidad divina se revela inmutable, frente a la constante infidelidad del hombre, hasta que Cristo, testigo fiel de la verdad Jn 18,37 Ap 3,14, comunica a los hombres la gracia de que está lleno Jn 1,14.16 y los hace capaces de merecer la corona de la vida imitando su fidelidad hasta la muerte Ap 2,10.

AT

1. Fidelidad de

Dios es la «roca» de Israel Dt 32,4; este nombre simboliza su inmutable fidelidad, la verdad de sus palabras, la solidez de sus promesas. Sus palabras no pasan Is 40,8, sus promesas son mantenidas Tob 14,4; Dios no miente ni se retracta Num 23,19; su designio se ejecuta Is 25,1 por el poder de su palabra que, salida de su boca, no vuelve sino después de haber cumplido su misión Is 55,11; Dios no varía Mal 3,6. Así la esposa que se ha escogido, quiere unírsela con el lazo de una fidelidad perfecta Os 2.22, sin la cual no se puede conocer a Dios 4,2.

No basta, pues, con alabar la fidelidad divina que rebasa los cielos Sal 36,61, ni con proclamarla para invocarla Sal 143,1 o para recordar a Dios sus promesas Sal 89,1-9.25-40. Hay que orar al Dios fiel para obtener de él la fidelidad 1Re 8,56ss, y cesar de responder a su fidelidad con la impiedad Neh 9,33. En efecto, sólo Dios puede convertir a su pueblo infiel y darle la felicidad haciendo germinar de la tierra la felicidad que debe ser su fruto Sal 85,5.11 ss.

2. Fidelidad del hombre

Dios exige a su pueblo la fidelidad a la alianza que él renueva libremente Jos 24,14; los sacerdotes deben ser especialmente fieles 1Sa 2,35. Si Abraham y Moisés Neh 9,8 Eclo 45,4 son modelos de fidelidad, Israel en su conjunto imita la infidelidad de la generación del desierto Sal 78,8ss 36s 106,6. Y donde no se es fiel a Dios, desaparece la fidelidad para con los hombres; entonces no se puede contar con nadie Jer 9,2-8. Esta corrupción no es propia de Israel, pues en todas partes vale este proverbio: «¿Quién hallará un hombre de fiar?» Prov 20,6.

Israel, escogido por Dios para ser su testigo, no fue, pues, un servidor fiel; permaneció ciego y sordo Is 42,18ss. Pero Dios eligió a otro siervo, en quien depositó su espíritu Is 42,1 ss. al que hizo e! don de oir y de hablar; este elegido proclama fielmente la justicia, sin que las pruebas puedan hacerlo infiel a su misión Is 50,4-7, pues su Dios es su fuerza Is 49,5.

NT

1. Fidelidad de Jesús.

El siervo fiel así anunciado es Cristo Jesús, Hijo y Verbo de Dios, el verdadero y el fiel, que quiere cumplir la Escritura y la obra de su Padre Mc 10,45 Lc 24,44 Jn 19,28.30 Ap 19,11ss. Por él son mantenidas todas las promesas de Dios 2Cor 1,20; en él están la salvación y la gloria de los elegidos 2Tim 2,10; con él son llamados los hombres por el Padre a entrar en comunión; y por él serán los creyentes fortalecidos y hechos fieles a su vocación hasta el fin 1Cor 1,8s. La fidelidad de Dios 1Tes 5,23s, cuyos dones son irrevocables Rom 11,29, se manifiesta, pues, en él con plenitud, y para confirmar en la fidelidad invita a seguir la constancia de Cristo 2Tes 3,3ss.

Debemos imitar la fidelidad de Cristo manteniéndonos firmes hasta la muerte, y contar con su fidelidad para vivir y reinar con él 2Tim 2,11s. Más aún: aun siendo nosotros infieles, él permanece fiel, pues aunque pueda renegarnos, no puede renegarse a sí mismo 2Tim 2,13; hoy, como ayer y para siempre, no deja de ser lo que es Heb 13,8, el pontífice misericordioso y fiel Heb2,17 que otorga poder acercarse con seguridad al trono de la gracia Heb 4,14ss a los que, apoyados en la fidelidad de la promesa divina, conservan una fe y una esperanza indefectibles Heb 10,23.

2. Los fieles de Cristo

El título de «fieles» hasta para designar a los discípulos de Cristo, a los que tienen fe en él Act 10,45 2Cor 6,15 Ef 1,1. Este título incluye seguramente las virtudes naturales de lealtad y de buena fe que los cristianos deben poner empeño en practicar Flp 4,8; pero designa además la fidelidad religiosa, que es una de las prescripciones mayores cuya observancia exige Cristo Mt 23,23 y que caracteriza a los que son movidos por el Espíritu Santo Gal 5,22; aparece en el detalle de la existencia Lc 16,10ss y domina así toda la vida social.

En la nueva alianza esta fidelidad tiene un alma, que es el amor; y viceversa, la fidelidad es la prueba del amor auténtico. Jesús insiste en este punto: «Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi padre y permanezco en su amor» Jn 15,9s 14,15.21.23s. Juan, fiel a la lección de Cristo. la inculca a sus «hijos» invitándolos a «caminar en la verdad», es decir, en la fidelidad al mandamiento del amor mutuo 2Jn 4s; pero añade en seguida: «Ahora bien, el amor consiste en vivir según los mandamientos de Dios» 2Jn 6.

A esta fidelidad es a la que está reservada la recompensa de tener parte en el gozo del Señor Mt 25,21.23 Jn 15,11. Pero esta fidelidad exige una lucha contra el tentador, el maligno, que requiere vigilancia y oración Mt 6,13 26,41 1Pe 5,8s. En los últimos tiempos será tremenda la prueba de esta fidelidad: los santos tendrán que ejercer en ella una constancia Ap 13,10 14,12, cuya gracia les viene de la sangre del cordero Ap 7,14 12,11.

Todos los derechos: Vocabulario de teología bíblica, X. Léon-Dufour

FE

Para la Biblia es la fe la fuente de toda la vida religiosa. Al designio que realiza Dios en el tiempo, debe el hombre responder con la fe. Siguiendo las huellas de Abraham, «padre de todos los creyentes» Rom 4,11, los personajes ejemplares del AT vivieron y murieron en la fe Heb 11, que Jesús «lleva a su perfección» Heb 12,2. Los discípulos de Cristo son «los que han creído» Act 2,44 y «que creen» 1Tes 1,7.

La variedad del vocabulario hebreo de la fe refleja la complejidad de la actitud personal del creyente. Dos raíces dominan sin embargo: aman (amén) evoca la solidez y la seguridad; batah, la seguridad y la confianza. El vocabulario griego es todavía más diverso. La religión griega, en efecto, no dejaba prácticamente lugar para la fe; los LXX, que no disponían por tanto de palabras apropiadas para reproducir el hebreo, procedieron a tientas. A la raíz hatah corresponden sobre todo: elpis, elpizo, pepoitha (Vulg.: spes, sperare, conf ido); a la raíz aman: pistis, pisteuo, aletheia (Vulg.: lides, credere, veritas). En el NT las últimas palabras griegas, relativas a la esfera del conocimiento, resultan netamente predominantes. El estudio del vocabulario revela ya que la fe según la Biblia tiene dos polos: la confianza que se dirige a una persona «fiel» y reclama al hombre entero; y por otra parte un proceso de la inteligencia, a la que una palabra o signos sirven para acercarse a realidades que no se ven Heb 11,1.

Abraham, padre de los creyentes. Yahveh llama a Abraham, cuyo padre «servía a otros dioses» en Caldea Jos 24,2 Jdt 5,6ss, y le promete una tierra y una descendencia numerosa Gen 12,1s. Contra toda verosimilitud Rom 4,19, Abraham «cree en Dios» Gen 15,6 y en su palabra, obedece a esta vocación y pone toda su existencia en función de esta promesa. El día de la prueba su fe será capaz de sacrificar al hijo, en el que se está realizando ya la promesa Gen 22; en efecto, para ella la palabra de Dios es todavía más verdadera que sus frutos: Dios es fiel Heb 11,11 y todo poderoso Rom 4,21.

Abraham es desde ahora el tipo mismo del creyente Eclo 44,20. Es el precursor de los que descubrirán al verdadero Dios Sal 47,10 Gal 3,8 o a su Hijo Jn 8,31-41.56, a los que para su salud se remitirán únicamente a Dios y a su palabra 1Mac 2,52-64 Heb 11,8-19. Un día se cumplirá la promesa en la resurrección de Jesús, descendencia de Abraham Gal 3,16 Rom 4,18-25. Abraham será entonces el «padre de una multitud de pueblos» Rom 4,17s Gen 17,5: todos los que en la fe se unirán con Jesús.

AT

La fe de Israel tiene por objeto primero un acontecimiento: la liberación de Egipto, y se expresa en una serie de fórmulas. Con ocasión de las grandes fiestas del año, el israelita recuerda su Credo Dt 26,5-10 y lo transmite a sus hijos Ex 12,26 13,8 Dt 6,20. Israel no cree más que en su Dios: su historia es la de las vicisitudes y del desarrollo de su fe.

I. LA FE, EXIGENCIA DE LA ALIANZA

El Dios de Abraham visita en Egipto a su infortunado pueblo Ex 3,16. Llama a Moisés, se le revela y le promete «estar con él» para llevar a Israel a su tierra Ex 3,1-15. Moisés, «como si viera lo invisible», responde a este gesto divino con una fe que «se mantendrá firme» Heb 11,23-29 pese a eventuales flaquezas Num 20,1-12 Sal 106,32s. Como mediador comunica al pueblo el designio de Dios, mientras que sus milagros indican el origen de su misión. Israel es así llamado a «creer en Dios y en Moisés, su servidor» E 14,31 Heb 11 19 con absoluta confianza Num 14,11 Ex 19,9.

La alianza consagra esta implicación de Dios en la historia de Israel. En cambio, pide a Israel que obedezca a la palabra de Dios Ex 19,3-9. Ahora bien, «escuchar a Yahveh» es ante todo «creer en él» Dt 9,23 Sal 106,24s; la alianza exige, pues, la fe Sal 78,37. La vida y la muerte de Israel dependerán en adelante de su libre fidelidad Dt 30,15-20 28 Heb 11,33 en mantener el amén de la fe Dt 27,9-26 que ha hecho de él el pueblo de Dios. A pesar de las innumerables infidelidades de que está entretejida la historia de la travesía del desierto, de la conquista de la tierra prometida y del establecimiento en Canaán, esta epopeya pudo resumirse así: «Por la fe cayeron las murallas de Jericó… y me falta tiempo para hablar de Gedeón, Baraq, Sansón, Jefté, David» Heb 11,30ss.

Según las promesas de la alianza Dt 7,17-24 31,3-8, la omnipotente fidelidad de Yahveh se había manifestado siempre al servicio de Israel, cuando Israel había tenido fe en ella. Así pues, proclamar estas maravillas del pasado como la gesta del Dios invisible era para Israel confesar su fe Dt 26,5-9 Sal 78 105 conservando la memoria del amor de Yahveh Sal 136.

II. LOS PROFETAS DE LA FE DE ISRAEL EN PELIGRO

Las dificultades de la existencia de Israel hasta su ruina fueron una dura tentación para su fe. Los profetas denunciaron la idolatría Os 2,7-15 Jer 2,5-13 que suprimía la fe en Yahveh, el formalismo cultual Am 5,21 Jer 7,22s que limitaba mortalmente sus exigencias, la prosecución de la salud por la fuerza de las armas Os 1,7 Is 31,1ss.

Isaías fue el más señalado de estos heraldos de la fe Is 30,15. Llama a Ajaz del temor a la confianza tranquila en Yahveh 7,4-9 8,5-8 que mantendrá sus promesas la casa de David 2Sa 7 Sal 89,21-38. Inspira a Ezequías la fe que permitirá a Yahveh salvar a Jerusalén 2Re 18-20. Por la fe descubre él la paradójica sabiduría de Dios Is 19,11-15 29,13-30,6 1Cor 1,19s.

La fe de Israel estuvo especialmente amenazada en la ocasión de la toma de Jerusalén y del exilio. Israel, «miserable y pobre» Is 41,17, corría peligro de atribuir su suerte a la impotencia de Yahveh y de volverse hacia los dioses de Babilonia victoriosa. Los profetas proclaman entonces la omnipotencia del Dios de Israel Jer 32,27 Ez 37,14, creador del mundo Is 40,28s Gen 1, señor de la historia Is 41,1-7 44,24s, roca de su pueblo 44,8 50,10. Los ídolos no son nada 44,9-20. «No hay dios fuera de Yahveh» 44,6ss 43,8-12 Sal 115,7-11: pese a todas las apariencias, merece siempre una confianza total Is 40,31 49,23.

III.Los PROFETAS Y LA FE DEL ISRAEL FUTURO

En conjunto, Israel no escuchó el llamamiento lanzado por los profetas Jer 29,19. Para oirlo hubiera debido primero creer en los profetas Tob 14,4, como en otro tiempo en Moisés Ex 14,31. Pero también le hablaban falsos profetas Jer 28,15 29,31: ¿cómo discernir los verdaderos de los falsos 23,9-32 Dt 13,2-6 18,9-22? Sin embargo, la verdadera dificultad se hallaba en la fe misma, por razón de su contenido, de su objeto, de sus exigencias.

1. La fe personal de los profetas

En primer lugar en los profetas mismos se transmite la autenticidad de la fe. El fracaso de su predicación los forzaba a renovar su fe en la vocación y en la misión recibida de Dios Heb 11,33-40. A veces se mantenía inquebrantable desde los orígenes Is 6 8.17 12,2 30,18; a veces vacilaba antes de afirmarse frente a un llamamiento exigente Jer 1 o era probada por una aparente ausencia de Dios 1Re 19 Jer 15,10-21 20,7-18, antes de llegar a una tranquila firmeza Jer 26 37-38. Esta fe irradiaba en un grupo más o menos amplio de discípulos Is 8,16 Jer 45, que constituía por adelantado el resto prometido.

2. La fe del pueblo venidero

El fracaso del llamamiento a arrastrar a Israel entero por el camino de la fe induce a los profetas a profundizar las promesas del Dios fiel y a aguardar en el futuro la fe perfecta. El Israel futuro será reunido por la fe en la piedra misteriosa de Sión Is 28,16 1Pe 2,6s; el resto de Israel será un pueblo de pobres a los que reúne su confianza en Dios Miq 5,6s Sof 3,12-18. En efecto, sólo «el justo vivirá, por su fidelidad (LXX = su fe)» Hab 2,4; la salvación es para los que superan la prueba Mal 3,13-16. En estas visiones del futuro la fe se llama conocimiento Jer 31,33s, y supone que Dios ha renovado definitivamente los corazones 32,39s Ez 36,26 haciéndolos perfectamente obedientes 36,27. Supone finalmente el sacrificio del siervo de Yahveh: en una prueba que va hasta la muerte Is 50,6 53, la fe «endurece su rostro» en una confianza absoluta en Dios 50,7ss Lc 9,51, que el porvenir justificará plenamente Is 53,14ss Sal 22.

Ahora bien, el pueblo venidero no comprende solamente al Israel histórico, sino que se extiende incluso a las naciones. La misión del siervo las alcanza efectivamente Is 42,4 49,6. El Israel futuro, pueblo de la fe, se abre a todos los que reconocen al Dios único 43,10, lo confiesan 45,14 52,15s Rom 10,16 y cuentan con su poder para ser salvos Is 51,5s.

IV. HACIA LA REUNIÓN DE LOS CREYENTES

En los siglos que siguen al exilio la comunidad judía tiende a configurarse al Israel futuro anunciado por los profetas, aunque sin llegar a vivir en una verdadera «asamblea de creyentes» 1Mac 3,13.

1. La fe de los sabios, de los pobres y de los mártires.

Como los profetas, también los sabios de Israel sabían hacía tiempo que para ser «salvos» sólo podían contar con Yahveh Prov 20,22. Cuando toda salvación resulta inaccesible en el plano visible, la sabiduría requiere una confianza total en Dios Job 19,25s, con una fe que sabe que Dios es siempre omnipotente Job 42,2. En esto están los sabios muy cerca de los pobres que cantaron su confianza en los salmos.

El salterio entero proclama la fe de Israel en Yahveh, Dios único Sal 18,32 115, creador 8 104 todopoderoso 29, señor fiel 89 y misericordioso 136 para con su pueblo 105, rey universal del futuro 47 96-99. No pocos salmos expresan la confianza de Israel en Yahveh 44 74 125. Pero los más altos testimonios de fe son oraciones, en las que la fe de Israel se expansiona en una confianza individual de rara calidad. Fe del justo perseguido, en Dios que lo salvará tarde o temprano (7; 11; 27; 31; 62); confianza del pecador en la misericordia de Dios 40,13-18 51 130; seguridad apacible en Dios 4 23 121 131 más fuerte que la muerte 16 49 73: tal es la oración de los pobres, reunidos por la certeza de que por encima de toda prueba 22 les reserva Dios la buena nueva Is 61,1 Lc 4,18 y la posesión de la tierra Sal 37,11 Mt 5,4.

Por primera vez sin duda en su historia Dan 3 se enfrenta Israel después del exilio con una sangrienta persecución religiosa 1Mac 1,62ss 2,29-38 Heb 11,37s. Los mártires mueren no sólo a pesar de su fe, sino por causa de la misma. Sin embargo, la fe de los mártires no flaquea al afrontar esta suprema ausencia de Di s 1Mac 1,62; incluso se profundiza hasta esperar, por la fidelidad de Dios, la resurrección 2Mac 7 Dan 12,2s y la inmortalidad Sab 2,19s 3,1-9. Así la fe personal, afirmándose cada vez más, reúne poco a poco el resto, beneficiario de las promesas Rom 11,5.

2. La fe de los paganos convertidos

Por la misma época pasa por Israel una corriente misionera. Como en otro tiempo Naamán 2Re 5, no pocos paganos creen en el Dios de Abraham Sal 47,10. Entonces se escribe la historia de los ninivitas, a los que la predicación de un solo profeta, para vergüenza de Israel, induce a «creer en Dios» Jon 3,4s Mt 12,41; la de la conversión de Nabucodonosor Dan 3-4 o de Ajior, que «cree y entra en la casa de Israel» Jdt 14,10 5,5-21: Dios deja a las naciones el tiempo de «creer en él» Sab 12,2 Eclo 36,4.

3. Las imperfecciones de la fe de Israel

La persecución suscita mártires, pero también combatientes que se niegan a morir sin luchar 1Mac 2,39ss para liberar a Israel 2,11. Contaban con Dios para que les procurase la victoria en una lucha desigual 2,49-70 Jdt 9,11-14. Fe, admirable en sí misma Heb 11,34.39, pero que coexistía con una cierta confianza en la fuerza humana.

Otra imperfección amenazaba a la fe de Israel. Mártires y combatientes habían muerto por fidelidad a Dios y a la ley 1Mac 1,52-64. Israel, en efecto, había acabado por comprender que la fe implicaba la obediencia a las exigencias de la alianza. En esta línea estaba amenazada por el peligro al que sucumbirán no pocos fariseos: el formalismo que se interesaba más por las exigencias rituales que por los llamamientos religiosos y morales de la Escritura Mt 23,13-30, soberbia que se fiaba más del hombre y de sus obras para su justificación, que de Dios sólo Lc 18,9-14.

La confianza de Israel en Dios no era, pues, pura, en parte porque seguía subsistiendo un velo entre su fe y el designio de Dios anunciado por la Escritura 2Cor 3,14. Por lo demás, la verdadera fe sólo se había prometido al Israel futuro. Por su parte los paganos podían compartir difícilmente una fe que por lo pronto desembocaba en una esperanza nacional o en exigencias rituales demasiado pesadas. Además, ¿qué hubieran ganado con ello Mt 23,23? Finalmente, adherirse a la fe de los pobres no podía hacer a los paganos participar en una salvación que no era todavía más que una esperanza. Así pues, Israel, y las naciones, no tenían otra salida sino esperar a aquel que llevaría la fe a su perfección Heb 12,2 11,39s y recibiría el Espíritu «objeto de la promesa» Act 2,33.

NT

I. LA FE EN EL PENSAMIENTO Y EN LA VIDA DE JESÚS

1. Las preparaciones

La fe de los pobres Lc 1,46-55 es la que acoge el primer anuncio de la salvación. Imperfecta en Zacarías 1,18ss Gen 15,8, ejemplar en María Lc 1,35ss.45 Gen 18,4, compartida poco a poco por otros Lc 1-2 p. no se deja ocultar la iniciativa divina por la humildad de las apariencias. Los que creen en Juan Bautista son también pobres, conscientes de su pecado, y no fariseos soberbios Mt 21,23-32. Esta fe los reúne sin que ellos se percaten alrededor de Jesús, venido en medio de ellos (3,11-17 p), y los orienta hacia la fe en él (Act 19,4 Jn 1,7).

2. La fe en Jesús y en su palabra

Todos podían «oír y ver» Mt 13,13 p la palabra y los milagros de Jesús, que proclamaban la venida del reino 11,3-6 p 13,16-17 p. Pero «escuchar la palabra» 11,15 p 13,19-23 p v «hacerla» 7,24-27 p Dt 5,27, ver verdaderamente, en una palabra: creer Mc 1,15 Lc 8,12 Dt 9,23, fue cosa propia de los discípulos Lc 8,20 p. Por otra parte, palabra y milagros planteaban la cuestión: «¿Quién es éste?» Mc 5,41 6,1-6.14ss p. Esta cuestión fue una prueba para Juan Bautista Mt 11,2s y un escándalo para los fariseos 12,22-28 p 21,23 p. La fe requerida para los milagros Lc 7,50 8,48 sólo respondía a esta cuestión parcialmente reconociendo la omnipotencia de Jesús Mt 8,2 Mc 9,22s. Pedro dio la verdadera respuesta: «Tú eres el Cristo» Mt 16,13-16 p. Esta fe en Jesús une ya desde ahora a los discípulos con él y entre sí haciéndoles compartir el secreto de su persona (16,18-20 p).

En torno a Jesús que es pobre (11,20) y se dirigió a los pobres (5,2-10 p 11,5 p) se constituyó así una comunidad de pobres, de «pequeños» 10,42, cuyo vínculo, más precioso que nada, es la fe en él y en su palabra 18,6-10 p. Esta fe viene de Dios 11,25 p 16,17 y será compartida un día por las naciones 8,5-13 p 12,38-42 p. Las profecías se cumplen.

3. La perfección de la fe

Cuando Jesús, el siervo, emprende el camino de Jerusalén para obedecer hasta la muerte Flp 2,7s, «endurece su rostro» Lc 9,51 Is 50,7. En presencia de la muerte «lleva a su perfección» la fe Heb 12,2 de los pobres Lc 23,46=Sal 31,6 Mt 27,46 p=Sal 22, mostrando una confianza absoluta en «el que podía», por la resurrección, «salvarle de la muerte» Heb 5,7.

Los discípulos, a pesar de su conocimiento de los misterios del reino Mt 13,11 p, se lanzaron con dificultad por el camino, per el que debían seguir en la fe al Hijo del hombre 16,21-23 p. La confianza que excluye todo cuidado y todo temor Lc 12,22-32 p no les era habitual Mc 4,35-41 Mt 16,5-12 p. Consiguientemente, la prueba de la pasión Mt 26,41 será para ellos un escándalo 26,33. Lo que entonces ven exige mucho a la fe Mc 15,31s. La misma fe de Pedro, aunque no desapareció, pues Jesús había orado por ella Lc 22,32, no tuvo el valor de afirmarse 22,54-62 p. La fe de los discípulos tenía todavía que dar un paso decisivo para llegar a ser la fe de la Iglesia.

II. LA FE DE LA IGLESIA

1. La fe pascual

Este paso lo dieron los discípulos cuando, después de no pocas vacilaciones Mt 28,17 Mc 16,11- 14 Lc 24,11, creyeron en la resurrección de Jesús. Testigos de todo lo que había dicho y hecho Jesús Act 10,39, lo proclaman «Señor y Cristo», en quien se cumplen invisiblemente las promesas 2,33-36. Su fe es ahora capaz de ir «hasta la sangre» Heb 12,4. Hacen llamamiento a sus oyentes para que la compartan a fin de participar de la promesa obteniendo la remisión de sus pecados Act 2,38s 10,43. Ha nacido la fe de la Iglesia.

2. La fe en la palabra

Creer es, en primer lugar, acoger esta predicación de los testigos, el Evangelio Act 15,7 1Cor 15,2, la palabra Act 2,41 Rom 10,17 1Pe 2,8, confesando a Jesús como señor 1Cor 12,3 Rom 10,9 1Jn 2,22. Este mensaje inicial, transmitido como una tradición 1Cor 15,1-3, podrá enriquecerse y precisarse en una enseñanza 1Tim 4,6 2Tim 4,1-5: esta palabra humana será siempre para la fe la palabra misma de Dios 1Tes 2,13. Recibirla es para el pagano abandonar los ídolos y volverse hacia el Dios vivo y verdadero 1Tes 1,8ss, y para todos es reconocer que el Señor Jesús realiza el designio de Dios Act 5,14 13,27-37 1Jn 2,24. Es confesar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo recibiendo el bautismo Mt 28,19.

Esta fe, como lo verá Pablo, abre a la inteligencia «los tesoros de la sabiduría y de conocimiento» que hay en Cristo Col 2,3: la sabiduría misma de Dios revelada por el Espíritu 1Cor 2, tan diferente de la sabiduría humana 1Cor 1,17-31 Sant 2,1-5 3,13-18 Is 29,14 y el conocimiento de Cristo y de su amor Flp 3,8 Ef 3,19 1Jn 3,16.

3. La fe y la vida del bautizado

El que ha creído en la palabra, introducido en la Iglesia por el bautismo, participa en la enseñanza, en el espíritu, en la «liturgia» de la Iglesia Act 2,41-46. En efecto, en ella realiza Dios su designio obrando la salvación de los que creen 2,47 1Cor 1,18: la fe se desarrolla en la obediencia a este designio Act 6,7 2Tes 1,8. Se despliega en la actividad 1Tes 1,3 Sant 1,21s de una vida moral fiel a la ley de Cristo Gal 6,2 Rom 8,2 Sant 1,25 2,12; actúa por medio del amor fraterno Gal 5,6 Sant 2,14-26. Se mantiene en una fidelidad capaz de afrontar la muerte a ejemplo de Jesús Heb 12 Act 7,55-60, en una confianza absoluta en aquel «en quien ha creído» 2Tim 1,12 4,17s. Fe en la palabra, obediencia en la confianza: tal es la fe de la Iglesia, que separa a los que se pierden de los que se salvan 2Tes 1,3-10 1Pe 2,7s Mc 16,16.

III. SAN PABLO Y LA SALVACIÓN POR LA

Para la Iglesia naciente como para Jesús, la fe era un don de Dios Act 11,21ss 16,14 1Cor 12,3. Cuando se convertían paganos, era, pues, Dios mismo quien «purificaba su corazón por la fe» Act 11,18 14,27 15,7ss. «Por haber creído» recibían el mismo Espíritu que los judíos creyentes 11,17. Fueron por tanto acogidos en la Iglesia.

1. La fe y la ley judía.

Pero no tardó en surgir un problema: ¿había que someterlos a la circuncisión y a la ley judía Act 15,5 Gal 2,4? Pablo, de acuerdo con los responsables Act 15 Gal 2,3-6, estima absurdo forzar a los paganos a «judaizar», pues la fe en Jesucristo es la que ha salvado a los judíos mismos Gal 2,15s. Así pues, cuando se quiso imponer la circuncisión a los cristianos de Galacia 5,2 6,12, comprendió Pablo fácilmente que aquello era anunciar otro Evangelio 1,6-9. Esta nueva crisis fue para él ocasión de una reflexión en profundidad acerca del carácter de la ley y de la fe en la historia de la salvación.

Desde Adán Rom 5,12-21 todos los hombres, paganos o judíos, son culpables delante de Dios 1,18-3,20. La ley misma, hecha para la vida, no ha engendrado sino el pecado y la muerte 7,7- 10 Gal 3,10-14.19-22. La venida Gal 4,4s y la muerte de Cristo ponen fin a esta situación manifestando la justicia de Dios Rom 3,21-26 Gal 2,19ss que se obtiene por la fe Gal 2,16 Rom 3,22 5,2. Ha terminado, pues, la función de la ley Gal 3,23-4,11. Se vuelve al régimen de la promesa realizada ahora en Jesús Gal 3,15-18: como Abraham, los cristianos son justificados por la fe, sin la ley Rom 4 Gal 3,6-9 Gen 15,6 17,11. Además, según los profetas, el justo debía vivir por la fe Hab 2,4=Gal 3,11 Rom 1,17, y el resto de Israel Rom 11,1-6 debía salvarse por la sola fe en la piedra asentada por Dios Is 28,16=Rom 9,33 10,11, lo cual le permitía abrirse a las naciones Rom 10,14-21 1Pe 2,4-10.

1. La fe y la gracia

«El hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley» Rom 3,28 Gal 2,16. Esta afirmación de Pablo descarta la ley judía; pero, todavía más profundamente, significa que la salvación no es nunca algo debido, sino una gracia de Dios acogida por la fe Rom 4,4-8. Cierto que Pablo no ignora que la fe debe «obrar» Gal 5,6 Sant 2,14-26 en la docilidad al Espíritu recibido en el bautismo Gal 5,13-26 Rom 6 8,1-13. Pero subraya enérgicamente que el creyente no puede ni «gloriarse» de «su propia justicia» ni apoyarse en sus obras, como lo hacía Saulo el fariseo Flp 3,4.9 2Cor 11,16-12,4. Aun cuando «su conciencia no le reproche nada» delante de Dios 1Cor 4,4, cuenta sólo con Dios, que «obra en él el querer y el hacer» Flp 2,13. Realiza, pues, su salvación «con temor y temblor» Flp 2,12, pero también con una gozosa esperanza Rom 5,1-11 8 14-39: su fe le asegura «el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» Rom 8,38s Ef 3,19. Gracias a Pablo. !a fe pascual, vivida por la comunidad primitiva, adquirió clara conciencia de sí misma. Se deshizo de las impurezas y de los límites que afectaban a la fe de Israel. Es plenamente la fe de la Iglesia.

IV. LA FE EN EL VERBO HECHO CARNE

Al final del NT la fe de la Iglesia medita con san Juan sobre sus orígenes. Como para mejor afrontar el porvenir, vuelve a aquel que le ha dado su perfección. La fe de que habla Juan es la misma de los sinópticos. Agrupa a la comunidad de los discípulos en torno a Jesús Jn 10,26s 17,8. Orientada por Juan Bautista 1,34s 5,33s, descubre la gloria de Jesús en Caná 2,11.

«Recibe sus palabras» 12,46s y «escucha su voz» 10,26s Dt 4,30. Se afirma por la boca de Pedro en Cafarnaum Jn 6,70s. La pasión es para ella una prueba 14,1-28s 3,14s y la resurrección su objeto decisivo 20,8.25-29.

Pero el cuarto evangelio es, mucho más que los sinópticos, el evangelio de la fe. Por lo pronto en él está la fe explícitamente centrada en Jesús y en su gloria divina. Hay que creer en Jesús 4,39 6,35 y en su nombre 1,12 2,23. Creer en Dios v en Jesús es una misma cosa 12,44 14,1 8,24=Ex 3,14. Porque Jesús y el Padre son uno 10,30 17,21; esta misma unidad es objeto de fe 14,10s. La fe debería llegar a la realidad invisible de la gloria de Jesús sin tener necesidad de ver los signos (milagros) que la manifiestan 2,11s 4,48 20,29. Pero si en realidad tiene necesidad de ver 2,23 11,45 y de tocar 20,27, esto no quita que esté llamada a explayarse en el conocimiento 6,69 8,28 y en la contemplación 1,14 11,40 de lo invisible.

Juan insiste además en el carácter actual de las consecuencias invisibles de la fe. Para el que crea no habrá juicio 5,24. Ya ha resucitado 11,25s 6,40, camina en la luz 12,46 y posee la vida eterna 3,16 6,47. En cambio, «el que no cree, ya está condenado» 3,18. La fe reviste así la grandeza trágica de una opción apremiante entre la muerte y la vida, entre la luz y las tinieblas; y de una opción tanto más difícil cuanto que depende de las cualidades morales de aquel al que se propone 3,19-21.

Esta insistencia de Juan en la fe, en su objeto propio, en su importancia, se explica por el fin mismo de su evangelio: inducir a sus lectores a compartir su fe creyendo «que Jesús es Cristo, el Hijo de Dios» 20,30 a venir a ser hijos de Dios por la fe en el Verbo hecho carne 1,9-14. La opción de la fe es posible a través del testimonio actual de Juan 1Jn 1,2s. Esta fe es la fe tradicional de la Iglesia: confiesa a Jesús como Hijo en la fidelidad a la enseñanza recibida 1Jn 2,23-27 5,1 y debe dilatarse en una vida limpia de pecado 3,9s animada por el amor fraternal 4,10ss 5,1-5. Como Pablo Rom 8,31-39; Ef 3,19 estima Juan que la fe induce a reconocer el amor de Dios a los hombres 1Jn 4,16.

Frente a los combates que vienen, el Apocalipsis exhorta a los creyentes a «la paciencia y a la fidelidad de los santos» Ap 13,10 hasta la muerte. Como fuente de esta fidelidad está siempre la fe pascual en el que puede decir: «Estaba muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos» 1,18, el Verbo de Dios que establece irresistiblemente su reinado 19,11-16 Act 4,24-30.

El día en que, acabándose la fe, «veamos a Dios como es» 1Jn 3,2, todavía se proclamará la fe de pascua: «Tal es la victoria que ha triunfado del mundo; nuestra fe» 5,4.

Todos los derechos: Vocabulario de teología bíblica, X. Léon-Dufour

ESPERANZA

Hablar de la esperanza es decir el lugar que ocupa el porvenir en la vida religiosa del pueblo de Dios, un porvenir de felicidad, al que están llamados todos los hombres 1Tim 2,4. Las promesas de Dios revelaron poco a poco a su pueblo el esplendor de este porvenir, que no será una realidad de este mundo, sino «una patria mejor, es decir, celestial» Heb 11,16: «la vida eterna», en la que el hombre será «semejante a Dios» 1Jn 2,25 3,2.

La fe es la que garantiza la realidad de este porvenir prometido por Dios Heb 11,1 y de las exigencias que implica. Por la confianza se apoya el hombre en Dios, de quien este porvenir depende Jdt 9,5. La esperanza, enraizada en la fe y en la confianza, puede entonces desplegarse hacia el futuro y activar con su dinamismo toda la vida del creyente. La esperanza mantiene la paciencia y la fidelidad, cuya expresión mayor, según el NT, es el amor. Fe y confianza, esperanza, amor son, pues, diferentes aspectos de una actitud espiritual compleja, pero una. En hebreo, las mismas raíces expresan con frecuencia una u otra de estas nociones: sin embargo, el léxico de la esperanza se refiere más especialmente a las raíces qavah, ya- /ya/ y bgtah, que los traductores expresaron lo mejor que pudieron en griego (elpizo, elpis, pepoitha, hypo-menos) o en latín (spero, spes, confido, sustineo, exspecto…). El NT y probablemente san Pablo 1Tes 1,3 1Cor 13,13 Gal 5,5s establecerá con toda nitidez la tríada: fe, esperanza, caridad.

AT

I. LA ESPERANZA DE LAS BENDICIONES DE YAHVEH

Si la misteriosa promesa hecha ya en los orígenes por Dios a la humanidad pecadora Gen 3,15 9,1-17 atestigua que Dios no la dejó jamás sin esperanza, con Abraham es con quien comienza verdaderamente la historia de la esperanza bíblica. El porvenir garantizado por la promesa es sencillo: una tierra y una posteridad numerosa Gen 12,1s: fecundidad. Durante siglos enteros los objetos de la esperanza de Israel seguirán siendo del mismo orden terrenal: «la tierra que mana leche y miel» Ex 3,8.17, todas las formas de la prosperidad Gen 49 Ex 23,27-33 Lev 26,3- 13 Dt 28.

Este vigoroso ímpetu hacia los bienes de este mundo no hace, sin embargo, de la religión de Israel una simple moral del bienestar. Estos bienes terrestres son para Israel bendiciones Gen 39,5 49,25 y dones Gen 13,15 24,7 28,13 de Dios, que se muestra fiel a la promesa y a la alianza Ex 23,25 Dt 28,2. Cuando la fidelidad a Yahveh lo exige, estos bienes terrenales deben, pues, sacrificarse sin vacilar Jos 6,17-21 1Sa 15; el sacrificio de Abraham quedaba como ejemplo de esperanza perfecta en la promesa del Todopoderoso Gen 22. Esta situación hacía presagiar que un día conocería Israel una «esperanza mejor» Heb 7,19 hacia la que Dios va a conducir lentamente a su pueblo.

II. YAHVEH, ESPERANZA DE ISRAEL Y DE LAS NACIONES

Este progreso fue en primer lugar obra de los profetas que, aun purificando y manteniendo la esperanza de Israel, le abrieron ya nuevas perspectivas.

1. La falsa esperanza

Israel olvidó con frecuencia que un porvenir dichoso era un don del Dios de la alianza Os 2,10 Ez 16,15ss. Consiguientemente, se veía tentado a asegurarse este porvenir de la misma manera que las naciones: con un culto formalista, con la idolatría, el poder o las alianzas. Los profetas denuncian esta esperanza ilusoria Jer 8,15 13,16. Sin fidelidad no hay que esperar la salvación Os 12,7 Is 26,8ss 59,9ss. El día de Yahveh, «sombrío, sin la menor claridad» Am 5,20, será «el día de la ira» Sof 1,15ss. Jeremías 1-29 ilustra típicamente este aspecto del ministerio profético.

2. La verdadera esperanza

El porvenir parece a veces cerrarse delante de Israel, que entonces se ve tentado a decir: «Nuestra esperanza se ha destruido» Ez 37,11 Lam 3,18. Para los profetas queda entonces la esperanza como soterrada (Is 8,16s) pero no debe desaparecer: un resto se salvará Am 9,8s  Is 10,19ss. La realización del designio de Dios podrá así proseguirse. A la hora del castigo, el anuncio de este «porvenir lleno de esperanza» Jer 29,11 31,17 resuena en los oídos de Israel Jer 30-33 Ez 34-48 Is 40-55 para que se consuele y se mantenga su esperanza Sal 9,19. La misma infidelidad de Israel no debe impedir esperar: Dios le perdonará Is 11 Lam 3,22-33 Is 54,4-10 Ez 35,29. Si la salvación puede tardar Hab 2,3 Sof 3,8, es, sin embargo, cierta, pues Yahveh, que es fiel y misericordioso, es «la esperanza de Israel» Jer 14,8 17,13s.

3. Una nueva esperanza

La concepción profética del porvenir es muy compleja. Los profetas anuncian la paz, la salvación, la luz, la curación, la redención. Entrevén la maravillosa y definitiva renovación del paraíso, del éxodo, de la alianza, o del reinado de David. Israel «será saciado de las bendiciones» Jer 31,14 de Yahveh Os 2,23s Is 32,15 Jer 31 y verá afluir a él la riqueza de las naciones Is 61. Los profetas, próximos al antiguo Israel, sitúan en el centro del porvenir a Israel y su felicidad (bienaventuranza) temporal.

Pero suspiran también por el día en que Israel se verá lleno del conocimiento de Dios Is 11,9 Hab 2,14 porque Dios habrá renovado los corazones Jer 31,33ss Ez 36,25ss, mientras que las naciones se convertirán Is 2,3 Jer 3,17 Is 45,14s. Este porvenir será la época de un culto finalmente perfecto Ez 40-48 Zac 14, en el que tomarán parte las naciones Is 56,8 Zac 14,16s Sal 86,8s 102,22s. Ahora bien, la cima del culto es la contemplación de Yahveh Sal 63 84. Para los profetas, la esperanza de Israel y de las naciones es Dios mismo Is 60,19s 63,19 51,5 y su reinado Sal 96-99. Sin embargo, la felicidad de Israel esperada para el porvenir sigue todavía situada en la tierra y, salvo excepción Ez 18, es colectiva, mientras que la fidelidad de la que depende su venida es individual.

III. LA ESPERANZA DE LA SALVACIÓN PERSONAL Y EL MÁS ALLÁ

Estos progresos van a realizarse entre los piadosos y los sabios, en el marco de la fe en la retribución personal. Esta fe tropezaba con el problema planteado por el sufrimiento del justo. Un profeta había, sí, enseñado que este sufrimiento debía engendrar la esperanza en lugar de impedirla, puesto que era redentor Is 53. Pero esta anticipación no tuvo consecuencias en el AT. La esperanza de Job, por ejemplo, a pesar de los presentimientos Job 13,15 19,25ss, desemboca en la noche Job 42,1-6.

La esperanza de los místicos, colmada por la presencia de Dios, se siente llegada a su término: el sufrimiento y la muerte no tienen verdaderamente importancia para ella Sal 73 49,16,139,8-16. La fe de los mártires engendra la esperanza de la resurrección Dan 12,1ss 2Mac 7, mientras que la esperanza colectiva se orienta hacia el Hijo del hombre Dan 7. La esperanza de los sabios se orienta hacia una paz Sab 3,3, un reposo 4,7, una salvación 5,2, que no están ya en la tierra, sino en la inmortalidad 3,4, cerca del Señor 5,15s. De esta manera la esperanza se hace personal (5) y se orienta hacia el mundo venidero.

La esperanza judía del tiempo de Jesús reflejaba las diversas formas de la esperanza de Israel. Esperaba un porvenir a la vez material y espiritual, centrado en Dios y en Israel: temporal y eterno. La realización de este porvenir en Jesús iba a llevar a la esperanza a purificarse todavía más.

NT

I. LA ESPERANZA DE ISRAEL, REALIZADA EN JESÚS

Jesús proclama la venida del reino de Dios a este mundo Mt 4,17. Pero este reino es una realidad espiritual que sólo es accesible a la fe. La esperanza de Israel debe, pues, para ser colmada, renunciar a todo el aspecto material de su espera: Jesús pide a sus discípulos que acepten el sufrimiento y la muerte como él lo hizo Mt 16,24ss. Por otra parte, el reino, ya presente, es, no obstante, todavía futuro. La esperanza continúa, pues, pero orientada únicamente hacia la vida eterna 18,8s, hacia la venida gloriosa del Hijo del hombre «que retribuirá a cada uno según su conducta» 16,27 25,31-46.

Mientras llega ese día, la Iglesia, fuerte con las promesas 16,18 y con la presencia de Jesús 28,20, debe acabar de realizar la esperanza de los profetas, abriendo a las naciones su reino y su esperanza 8,11s 28,19.

II. JESUCRISTO, ESPERANZA DE LA IGLESIA

La esperanza de la Iglesia es, en la fe, una esperanza colmada. En efecto, el don del Espíritu acabó de cumplir o realizar las promesas Act 2,33.39. Toda la fuerza de su esperanza se concentra en su espera de la vuelta de Jesús 11,11 3,20. Este porvenir, llamado parusía Sant 5,8 1Tes 2,19, día del Señor, visita, revelación, parece muy próximo Sant 5,8 1Tes 4,13ss Heb 12,18ss 1Pe 4,7 y fácilmente se muestra extrañeza de que tarde 2Pe 3,8ss. En realidad vendrá «como un ladrón en la noche» 1Tes 5,1ss 2Pe 3,10 Ap 33,3 Mt 24,36. Esta incertidumbre exige que se esté en vela 1Tes 5,6 1Pe 5,8 con una paciencia inquebrantable en las pruebas y en el sufrimiento Sant 5,7ss 1Tes 1,4s 1Pe 1,5ss Lc 21,19.

La esperanza de la Iglesia es gozosa Rom 12,12, incluso en el sufrimiento 1Pe 4.13 Mt 5,11s, pues la gloria que se espera es tan grande 2Cor 4,17 que repercute ya en el presente 1Pe 1,8s. Esta esperanza engendra la sobriedad 1Tes 5,8 1Pe 4,7 y el desasimiento 1Cor 7,29ss 1Pe 1,13 Tit 2,13. ¿Qué son, en efecto, los bienes terrenales en comparación con la esperanza de «participar de la naturaleza divina» 2Pe 1,4? La esperanza, finalmente, suscita la oración y el amor fraterno 1Pe 4,7s Sant 5,8s. Fijada en el mundo venidero Heb 6,18 anima toda la vida cristiana.

III. LA DOCTRINA PAULINA DE LA ESPERANZA

San Pablo comparte la esperanza de la Iglesia, pero la riqueza de su pensamiento y de su vida espiritual aporta elementos de gran valor al tesoro común.

Así, el puesto que reserva a la «redención de nuestro cuerpo» Rom 8,23, ya sea transformación de los vivos 1Cor 15.51 1Tes 4,13-18 o sobre todo resurrección de los muertos. No creer en ésta es para Pablo estar «sin esperanza» 1Tes 4,13 1Cor 15,19 Ef 2,12.

La gloria no coronará sino «la constancia en la práctica del bien» Rom 2,7s Heb 6,12. Ahora bien, la libertad humana es frágil Rom 7,12-25. Siendo ello así, ¿puede el cristiano verdaderamente esperar tomar parte en la herencia prometida Col 4,24? Puede y debe, como Abraham, «esperar contra toda esperanza». Por razón de su fe en las promesas Rom 4,18-25 y de su confianza en la fidelidad de Dios, que garantizará la fidelidad del hombre 1Tes 5,24 1Cor 1,9 Heb 10,23 desde su llamada (vocación) hasta la gloria Rom 8,28-30.

El cumplimiento de las promesas en Jesucristo 1Cor 1,20 tiene un papel fundamental en la reflexión de Pablo. La gloria esperada es una realidad actual 2Cor 3,18-4,6, aunque invisible 2Cor 4,18 Rom 8,24s. Un bautizado está ya resucitado Rom 6,1-7 Col 3,1; el Espíritu es en él las primicias del mundo venidero Rom 8,11.23 2Cor 5,5. Dios ha hecho la gracia de la justificación a hombres, a los que Adán arrastraba a la muerte; «¡cuánto más» los conducirá a la vida su solidaridad con su Hijo Rom 5! Este cumplimiento en Cristo, de la esperanza de Israel es la revelación plenaria del motivo de la esperanza cristiana: un amor tal que nada ni nadie puede separar de él al cristiano Rom 8,31-39.

La esperanza personal de Pablo es, finalmente, un ejemplo admirable. Se despliega en su alma con extremada intensidad. Gime por no estar todavía colmada 2Cor 5,5 Rom 8,23 y se regocija con el pensamiento del porvenir que espera 1Cor 15,54ss. A su, luz, las más legítimas esperanzas humanas pierden todo su valor Flp 3,8. Apoyándose sólo en la gracia de Dios y no en las obras 1Cor 4,4 15,10 Rom 3,27, anima, sin embargo, con su dinamismo la carrera Flp 3,13s y el combate 2Tim 4,7 que sostiene Pablo para cumplir su misión, al mismo tiempo que evita ser «él mismo descalificado» 1Cor 9,26s. Entonces suscita, pero «en el Señor», nuevas esperanzas Flp 2,19 2Cor 1,9s 4,7-18. Cuando su muerte parece próxima, espera el premio Flp 3,14 que coronará su carrera 2Tim 4,6ss 1Cor 3,8. Pero sabe que su recompensa es Cristo mismo Flp 3,8. Su esperanza es ante todo la de estar con él Flp 1,23 2Cor 5,8. El radical desinterés que supone se manifiesta todavía por su abertura a la salvación de los «otros» 2Tim 4,8 2,7, cristianos 1Tes 2,19 o paganos, a los que quiere revelar a Cristo, «esperanza de la gloria» Col 1,24-29. La esperanza de Pablo abraza así en toda su amplitud Rom 8,19ss el designio de Dios y responde «con amor» 2Tim 4,8 al amor del Señor.

IV. LAS NUPCIAS DEL CORDERO

La esperanza joánnica no deja de ser una espera del retorno del Señor Jn 14,3 1Jn 2,18, de la resurrección y del juicio Jn 5,28s 6,39s. Pero prefiere reposar en la posesión de una vida eterna otorgada ya al creyente 3,15 6,54 1Jn 5,11ss, que ya está resucitado Jn 11,25s 1Jn 3.14 y juzgado Jn 3,19 5,24. El paso del cristiano a la eternidad no será sino la apacible manifestación 1Jn 4,18 de una realidad que ya existe 1Jn 3,2.

En el Apocalipsis son las perspectivas profundamente diferentes. El cordero resucitado, rodeado de cristianos Ap 5,11-14 14,1-5 15,2ss. triunfa ya en el cielo, de donde vendrá la Iglesia, su esposa 21,2. Pero esta esposa está al mismo tiempo en la tierra 22.17, donde se desarrolla el drama de la esperanza cristiana que tiene que habérselas con la historia. Los triunfas aparentes de los poderes satánicos pudieran fatigar esta esperanza. En realidad, el Verbo invencible combate y reina al lado de los suyos 19,11-16 20,1-6 y la victoria decisiva está próxima Ap 1,1 2,5 3,11 22,6.12. La esperanza de los cristianos debe, pues, triunfar hasta la venida del «universo nuevo», que realizará por fin plena y definitivamente las profecías del AT Ap 21-22.

Al final del libro promete el esposo: «Mi retorno está próximo.» Y la esposa le responde: «¡Ven, Señor Jesús!» Ap 22,20. Esta llamada reproduce una oración aramea de la Iglesia de los primeros días: Marana tha! 1Cor 16,22. La esperanza cristiana no hallará jamás mejor expresión, puesto que no es en el fondo sino el deseo ardiente de un amor que tiene hambre de la presencia del Señor.

Todos los derechos: Vocabulario de teología bíblica, X. Léon-Dufour

ENEMIGO

I. EL HECHO DE LA ENEMISTAD

1. Constancia y límites.

El hombre bíblico está siempre frente a su enemigo: es un hecho sobre el que ni siquiera se plantea cuestiones. Ya en el círculo familiar una enemistad operante opone a Caín y Abel Gen 4,1-16, a Sara y Agar Gen 16,1-7, a Jacob y a Esaú Gen 27-29, a José y a sus hermanos Gen 37,4, a Ana y Penina 1Sa 1,6s. En la ciudad, los profetas y los salmistas se quejan de sus enemigos Sal 31 35 42,10 Jer 18,18-23. Éstos pueden ser deudos Miq 7,6 Jer 12,6 o antiguos amigos Sal 55,13ss. Ha venido a ser como un esquema de pensamiento: tras toda adversidad se descubre un adversario, y el enfermo de los Salmos es casi siempre un perseguido Sal 13 38,1-16. Sin embargo, si el enemigo pertenece a la comunidad de Israel, la ley ve en él un sujeto de derechos Ex 23,4 Num 35,15. La nación misma se construye en este mundo de la Pero la hostilidad conoce matices: sin piedad en el caso de los cananeos o de los amalecitas Ex 17,16 1Sa 15, acaba por no ser más que una guerra fría para con Moab y Amón Dt 23,4-7, y el Deuteronomio deja entender a propósito de Edom y de Egipto Dt 23,8 que extranjero no significa necesariamente enemigo.

2. Origen.

¿Cómo explicarse en la historia sagrada la permanencia de este fenómeno? En realidad, es sencillamente un fenómeno o dato de la historia desde el día en que el pecado introdujo el odio. Israel adquiere conciencia de sí mismo en un mundo sin piedad. Querer verlo inmune en este aspecto sería querer que fuera de otra esencia que la humanidad de su tiempo. Dios toma al hombre al nivel en que lo halla. Los cananeos son atacados porque son idólatras Gen 15,16 Dt 20,16ss, pero también porque ocupan el territorio, la tierra prometida Dt 2,12. En este estadio se comprueba cierta identificación entre enemigos de Dios y enemigos de la nación: «Yo seré enemigo de tus enemigos» Ex 23,22.

II. LUCES SOBRE EL MUNDO DE LA ENEMISTAD

1. Un caso típico.

La lucha de Saúl contra David es el relato más detallado que nos queda de una enemistad personal. Sólo Saúl es aquí el enemigo. Se la ha tomado con la vida de David 1Sa 18,10s 19,9- 17 y se opone a un designio a la vez divino y terreno: la realeza de su rival. El móvil profundo de su odio es el que presenta la Biblia más frecuentemente: la envidia. En cuanto a David, evita dejarse contaminar por el odio de Saúl, y su actitud es tal que un cristiano, que debería superarla, tiene todavía mucho que hacer para igualarla. No pocos amigos de Dios debieron vivir, a su nivel, un drama semejante al de David, en el que abundan los signos de cierto afinamiento moral. El llamamiento de Dios, insertándose plenamente en su deseo de vivir, los condujo a deshacerse de su egoísmo sin perder sus contactos con la existencia.

2. La experiencia de la derrota

Israel como nación pasó por una experiencia bastante parecida. Por una guerra infligida a los otros (como la de la conquista), ¡qué de guerras tuvieron que afrontar! Con el tiempo la imagen del enemigo se confundió progresivamente con la del opresor; en ello no hay nada con qué alimentar sueños de poder. Así aprendió Israel que Yahveh, lejos de hacer al justo más fuerte, prefiere liberarlo él mismo Ex 14,13s.30. El enemigo no es vencido por el justo al que oprimía; perece víctima de sí mismo Sal 7,13-17; Saúl, Amán… En tanto llega su derrota, no triunfa sin razón; castiga en nombre de Dios y sin quererlo, enseña. Su eliminación completa está ligada con la plenitud de la bendición Gen 22,17 49,8 Dt 28,7. Ahora bien, a través de la historia, Yahveh lo deja subsistir Jue 2,3 2,20-23 Dt 7,22. Esta persistencia señala dos cosas: el nivel de cumplimiento de la promesa y el de la fidelidad del pueblo. Por una parte y por otra no ha llegado todavía el tiempo de la plenitud.

3. La obra del tiempo

Los que repetían las maldiciones del salmista mucho tiempo después de él no podían hacerlo en nombre de los mismos intereses particulares ni respecto a las mismas personas: en ello hay ya cierta purificación. Cierto despego de esta índole se nota en el libro de la Sabiduría Sab 10-19, que en la historia ve más los conflictos ideológicos que los conflictos de intereses. Cuando los Macabeos, reanudando la tradición de la guerra santa, luchan «por su vida y por sus leyes» 1Mac 2,40 3,21, lo hacen con clara conciencia del doble fin que expresa esta fórmula, que une sin confundir. En una palabra, por una parte no se reniega nunca el principio jurídico del talión, que, por lo demás, ponía cierto freno a la venganza Gen 4,15.24, y se concibe la victoria de Israel como la destrucción de sus enemigos (Est); por otra parte, la experiencia y la luz divina orientan los corazones hacia el amor. En medio de los consejos de prudencia, Ben Sira pide que el hombre perdone para ser perdonado por Dios Eclo 28,1-7 Prov 24,29. Es la exigencia de Jesús mismo.

III. JESÚS TRIUNFA DE LA ENEMISTAD

1. El mandamiento y el ejemplo

«Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian» Mt 5,44 p. Este mandamiento destaca entre las exigencias más nuevas 5,43 de Jesús. Él mismo tuvo enemigos, que no «lo quisieron como rey», como dice una parábola Lc 19,27. Le dieron muerte, y él en la cruz los perdonó Lc 23,34. Así debe hacerlo el discípulo a imitación de su maestro 1Pe 2,23, a imitación del Padre que está en los cielos Mt 5,45ss, cuyo perdón podrá obtener así Mt 6,12. El cristiano que perdona no se hace ilusiones acerca del mundo en que vive, como tampoco Jesús se hacía ilusiones acerca de los fariseos y de Herodes. Pero practica a la letra el consejo de la Escritura: amontonar carbones ardientes sobre la cabeza del enemigo Rom 12,20=Prov 25,21s. Esto no es venganza; este fuego se cambiará en amor si el enemigo consiente en ello; el hombre que ama a su enemigo aspira a convertirlo en amigo y toma para ello los medios con prudencia. En estas atenciones Dios mismo le precedió: cuando éramos sus enemigos nos reconcilió consigo por la muerte de su Hijo Rom 5,10.

2. La victoria sobre la enemistad

Jesús no viene, pues, a negar la enemistad, sino a manifestarla en su dimensión completa al momento de vencerla. No es un hecho como los otros; es un misterio, signo del reinado de Satán, el enemigo por excelencia: desde el huerto del Edén una enemistad lo opone a los hijos de Eva Gen 3,15. Enemigo de los hombres y enemigo de Dios, siembra en la tierra la cizaña Mt 13,39; por eso estamos expuestos a sus ataques. Pero Jesús dio a los suyos poder sobre todo poder que venga del enemigo Lc 10,19. Les viene del combate en que Jesús triunfó por su misma derrota, habiéndose ofrecido a los golpes de Satán a través de los de sus enemigos y habiendo vencido a la muerte con la muerte. Así derribó el «muro de enemistad» que cruzaba por la humanidad Ef 2,14-16. En tanto llega el día en que Cristo, para poner «a todos sus enemigos a sus pies», destruye para siempre a la muerte, que es «el último enemigo» 1Cor 15,25s, el cristiano combate con Jesús contra el viejo enemigo del género humano Ef 6,11-17. En torno a él, algunos se conducen como enemigos de la cruz de Cristo Flp 3,18, pero él sabe que la cruz lo lleva al triunfo. Esta cruz es el lugar, fuera del cual no hay reconciliación con Dios ni entre los hombres.

Todos los derechos: Vocabulario de teología bíblica, X. Léon-Dufour

VIDA

Dios, que vive, nos llama a la vida eterna. De un extremo a otro de la Biblia un sentido profundo de la vida en todas sus formas y un sentido muy puro de Dios nos revelan en la vida, que el hombre persigue con una esperanza infatigable, un don sagrado en el que Dios hace brillar su misterio y su generosidad.

I. EL DIOS VIVIENTE

Invocar «al Dios viviente» Jos 3,10 Sal 42,3, presentarse como el «servidor del Dios viviente» Dan 6,21 1Re 18,10.15, jurar «por el Dios viviente» Jue 8,19 1Sa 19,6 es no sólo proclamar que el Dios de Israel es un dios poderoso y activo, es también darle uno de los nombres que más estima Num 14,21 Jer 22,24 Ez 5,11, es evocar su extraordinaria vitalidad, su ardor  devorador «que no se fatiga ni se cansa» Is 40,28, «el rey eterno… ante cuya ira se es impotente» Jer 10,10, el «que perdura para siempre… que salva y libera, obra signos y maravillas en los cielos y en la tierra» Dan 6,27s. La estima que la Biblia asigna a este nombre es signo del valor que para ella tiene la vida.

II. VALOR DE LA VIDA

1. La vida es cosa preciosa. La vida aparece en las últimas etapas de la creación para coronarla. El día quinto nacen los «monstruos marinos, los seres vivos que bullen en las aguas» Gen 1,21 y las aves. La tierra a su vez produce otros seres vivos 1,24. Finalmente Dios crea a su imagen al más perfecto de los vivientes, al hombre. Y para garantizar la continuidad y el crecimiento a esta vida naciente le hace Dios el don de su bendición 1,22.28. Así, aun cuando la vida es un tiempo de servicio penoso Job 7,1, el hombre está pronto a sacrificarlo todo por salvarla 2,4. La suerte del alma en los infiernos aparece tan lamentable que desear la muerte no puede ser sino el contragolpe de una desgracia inaudita y desquiciante Job 7,15 Jon 4,3. El ideal es gozar largos años de la existencia presente Ecl 10,7 11,8s en «la tierra de los vivos» Sal 27,13 y morir como Abraham «en una vejez dichosa, de edad avanzada y saciado de días» Gen 25,8 35,29 Job 42,17. Si la posteridad es ardientemente deseada Gen 15,1-6 2Re 4,12-17, es porque los hijos son el sostén de los padres Sal 127 128 y prolongan en cierto modo su vida. También gusta ver numerosos en las plazas públicas a los ancianos de edad avanzada y a los niños pequeños Zac 8,4s.

2. La vida es cosa frágil. Todos los seres vivos, sin excluir al hombre, poseen la vida sólo a título precario. Están por naturaleza sujetos a la muerte. En efecto, esta vida depende de la respiración, es decir, de un soplo frágil, independiente de la voluntad y que una cosilla de nada es capaz de extinguir (espíritu). Este soplo, don de Dios Is 42,5, depende incesantemente de él Sal 104,28ss, «que da la muerte y da la vida» Dt 32,39. Efectivamente, la vida es corta Job 14,1 Sal 37,36, sólo humo Sab 2,2, una sombra Sal 144,4, una nada Sal 39,6. Parece incluso haber disminuido constantemente desde los orígenes Gen 47,8s. Ciento veinte, cien años, y hasta setenta u ochenta han venido a ser el máximo Gen 6,3 Eclo 18,9 Sal 90,10.

3. La vida es cosa sagrada. Toda vida viene de Dios, pero el hálito del hombre viene de Dios en forma muy especial: para hacerlo alma viva insufló Dios en sus narices un soplo de vida Gen 2,7 Sab 15,11 que vuelve a retirar en el instante de la muerte Job 34,14s Ecl 12,7, después de la vacilación de 3,19ss. Por esto toma Dios bajo su protección la vida del hombre y prohíbe el homicidio Gen 9,5s Ex 20,13, aunque sea el de Caín Gen 4,11-15. Hasta la vida del animal tiene algo sagrado; el hombre puede alimentarse con su carne, a condición de que se haya vaciado toda la sangre, pues «la vida de la carne está en la sangre» Lev 17,11, sede del alma viva que respira Gen 9,4; y por esta sangre entra el hombre en contacto con Dios en los sacrificios.

III. LAS PROMESAS DE VIDA

1. Fracaso de la vida. Dios, «que no se complace en la muerte de nadie» Ez 18,32, no había creado al hombre para dejarlo morir, sino para que viviera Sab 1,13s 2,23; por eso le había destinado el paraíso terrenal y el árbol de la vida, cuyo fruto debía hacerle «vivir para siempre» Gen 3,22. Aun después de haber debido vedar el acceso al árbol de vida al hombre pecador, que pensaba hallarlo por sus propias fuerzas, no renuncia Dios a garantizar al hombre la vida. Antes de que llegue a dársela por la muerte de su Hijo, propone a su pueblo «los caminos de la vida» Prov 2,19. Sal 16,11 Dt 30,15 Jer 21,8.

2.La ley de vida. Estos caminos son «las leyes y costumbres» de Yahveh; «quien las cumpla hallará en ellas la vida» Lev 18,5 Dt 4,1 Ex 15,26; verá «consumarse el número de sus días» Ex 23,26; hallará «días y vida largos, luz de los ojos y paz» Bar 3,14. Porque estos caminos son los de la justicia, y «la justicia conduce a la vida» Prov 11,19 2,19s, «el justo vivirá por su fidelidad» Hab 2,4, mientras que los impíos serán borrados del libro de la vida Sal 69,29.

Durante largo tiempo esta vida no es, en la esperanza de Israel, sino una vida en la tierra; pero, como su tierra es la que Dios ha dado en don a su pueblo, «la vida y los días largos» que Dios le reserva, si es fiel Dt 4,40… Ex 20,12, representan una felicidad única en el mundo, «superior a la de todas las naciones de la tierra» Dt 28,1.

3. Dios, fuente de vida. Esta vida, aun cuando se vive enteramente en la tierra, no se nutre, sin embargo, en primer lugar de los bienes de la tierra, sino de la adhesión a Dios. Él es «la fuente de agua viva» Jer 2,13 17,13, «la fuente de vida» Sal 36,10 Prov 14,27 y «su amor vale más que la vida» Sal 63,4. Por eso los mejores acaban por preferir a cualquier otro bien la dicha de habitar toda su vida en su templo, donde un solo día pasado delante de su rostro y consagrado a celebrarlo «vale más que mil» Sal 84,11 23,6 27,4. Para los profetas la vida está en «buscar a Yahveh» Am 5,4s Os 6,1s.

4. Vida más allá de la muerte. Más que de la vida dichosa en su tierra hizo Israel pecador la experiencia de la muerte, pero desde el seno mismo de la muerte descubre que Dios persiste en llamarlo a la vida. Desde el fondo del exilio proclama Ezequiel que Dios «no se complace en la muerte del malvado», sino que lo llama a «convertirse y a vivir» Ez 33,11; sabe que Israel es como un pueblo de cadáveres, pero anuncia que sobre estas osamentas áridas insuflará Dios su espíritu, y revivirán 37,11-14. Todavía desde el exilio el segundo Isaías contempla al siervo de Yahveh: «Arrancado de la tierra de los vivos… por el malhecho de su pueblo» Is 53,8, «ofrece su vida en sacrificio de expiación» y más allá de la muerte «ve una descendencia y prolonga sus días» 53,10. Subsiste, pues, una fisura en la asociación fatal pecado/muerte: uno puede morir por sus pecados y aguardar todavía algo de la vida, uno puede morir por otra cosa que por sus pecados y hallar la vida

Las persecuciones de Antíoco Epífanes vinieron a confirmar estas visiones proféticas mostrando que se podía morir para ser fiel a Dios. Esta muerte aceptada por Dios no podía separar de él, no podía conducir sino a la vida por la resurrección: «Dios les devolverá el espíritu y la vida… Beben de la vida que no se agota» 2Mac 7,23.36. Del polvo en que duermen «despertarán… resplandecerán como el esplendor del firmamento», mientras que sus perseguidores se sumergirán «en el horror eterno» Dan 12,2s. En el libro de la Sabiduría esta esperanza se amplía y transforma toda la vida de los justos: mientras que los impíos, «apenas nacidos dejan de ser» Sab 5,13, son muertos vivos, los justos están desde ahora «en la mano de Dios» 3,1 y de ella recibirán «la vida eterna… la corona real de gloria» 5,15s.

IV. JESUCRISTO: YO SOY LA VIDA

Con la venida del Salvador las promesas se convierten en realidad.

1. Jesús anuncia la Para Jesús es la vida cosa preciosa, «más que el alimento» Mt 6,25; «salvar una vida» prevalece incluso sobre el sábado Mc 3,4, porque «Dios no es un Dios de muertos sino de vivos» Mc 12,27 p. Él mismo cura y devuelve la vida, como si no pudiera tolerar la presencia de la muerte: si hubiera estado allí, Lázaro no habría muerto Jn 11,15.21. Este poder de dar la vida es el signo de que tiene poder sobre el pecado Mt 9,6 y de que aporta la vida que no muere, la «vida eterna» 19,16 p 19,29. Es la verdadera vida, y hasta se puede decir que es «la vida» a secas 7,14 18,8s. Para entrar en ella y poseerla hay que seguir el camino estrecho, sacrificar todas las riquezas, y hasta los propios miembros y la vida presente Mt 16,25s.

2. En Jesús está la vida. Cristo, Verbo eterno, poseía la vida desde toda la eternidad Jn 1,4. Encarnado, es «el Verbo de vida» 1Jn 1,1; dispone de la vida en plena propiedad Jn 5,26 y la da con superabundancia 10,10 a todos los que le ha dado su Padre 17,2. Él es «el camino, la verdad y la vida» 14,6, «la resurrección y la vida» 11,25. «Luz de la vida» 8,12, da un agua viva que en él que la recibe se convierte en «una fuente que brota en vida eterna» 4,14. «Pan de vida», al que come su cuerpo le otorga vivir por él, como él vive por el Padre 6,27-58. Lo cual supone la fe: «el que viva y crea en mí no morirá» 11,25s; de lo contrario «no verá nunca la vida» 3,36; una fe que recibe sus palabras y las ejecuta, como él mismo obedece a su Padre, porque «su orden es vida eterna» 12,47-50.

3. Jesucristo, príncipe de la vida. Lo que Jesús pide lo hace él el primero; lo que anuncia, lo da. Libremente, por amor del Padre y de los suyos, como el Buen pastor por sus ovejas, «da su vida» (= «su alma», Jn 10,11.15.17s 1Jn 3,16). Pero es «para volverla a tomar» Jn 10,17s y, después de tomada, hecho «espíritu vivificante» 1Cor 15,45, hacer don de la vida a todos los que crean en él. Jesucristo, muerto y resucitado, es «el príncipe de la vida» Act 3,15, y la Iglesia tiene por misión «anunciar osadamente al pueblo… esta vida» Act 5,20: tal es la primera experiencia

4. Vivir en Este paso de la muerte a la vida se repite en quien cree en Cristo Jn 5,24 y, «bautizado en su muerte» Rom 6,3, «retornado de la muerte» 6,13, «vive en adelante para Dios en Cristo Jesús» 6,10s. Ahora conoce con un conocimiento vivo al Padre y al Hijo al que el Padre ha enviado, lo cual es la vida eterna Jn 17,3 10,14. Su «vida está escondida con Cristo en Dios» Col 3,3, el Dios vivo cuyo templo es 2Cor 6,16. Así participa de la vida de Dios, a la que en otro tiempo era extraño (extranjero) Ef 4,18, y por tanto de su naturaleza 2Pe 1,4. Habiendo recibido de Cristo el Espíritu de Dios, su propio espíritu es vida Rom 8,10. No está ya sometido a la sujeción de la carne; puede atravesar indemne la muerte y vivir para siempre 8,11.38, no ya para sí mismo, «sino para aquél que ha muerto y resucitado» por él 2Cor 5,15; para él «la vida es Cristo» Flp 1,21.

5. La muerte absorbida por la vida. Ya en esta tierra, cuanto mayor participación tiene el cristiano en la muerte de Cristo y cuanto más lleva en sí sus sufrimientos, tanto más manifiesta su vida aun en su cuerpo 2Cor 4,10. Es necesario, en efecto, que la muerte sea absorbida por la vida 2Cor 5,4; lo que es corruptible debe revestirse de la inmortalidad, cambio que casi para todos supone la muerte corporal 1Cor 15,35-55. Ésta, lejos de significar un fracaso en la vida, la fija y la dilata en Dios, absorbiendo a la muerte en su victoria 15,54s.

El Apocalipsis ve ya a las almas de los mártires en el cielo Ap 6,9 y Pablo desea morir para «estar con Cristo» Flp 1,23 2Cor 5,8. La vida con Cristo, esperada de la resurrección 1Tes 5,10, es, pues, posible inmediatamente después de la muerte. Entonces puede uno ser semejante a Dios y verle tal como es 1Jn 3,2, cara a cara (rostro) 1Cor 13,12, lo cual es la esencia de la vida eterna.

Esta vida no tendrá, sin embargo, toda su perfección sino el día en que también el cuerpo, resucitado y glorioso, tenga participación en ella, cuando se manifieste «nuestra vida, Cristo» Col 3,4, en la Jerusalén celeste, «morada de Dios con los hombres» Ap 21,3, donde brotará el río de vida, donde crecerá el árbol de vida 22.1s 22,14.19. Entonces ya no habrá muerte 21,4, será «arrojada al estanque de fuego» 20,14. Todo quedará plenamente sometido a Dios, que «será todo en todos» 1Cor 15,28. Será un nuevo paraíso, donde los santos gustarán para siempre la vida misma de Dios en Cristo Jesús.

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EJEMPLO

1. A ejemplo de Dios y de su santidad.

Si «entre los dioses no hay ninguno como Yahveh» y si «nada semeja a sus obras» Sal 86,8, ¿cómo podría el hombre imitar a Dios? Sin embargo, creado a imagen de Dios mismo Gen 1,27, asemejándosele en su ser, debe imitarle en su acción. Se le asemejará en primer lugar gracias al culto, pues según la creencia común uno viene a ser semejante al que adora: vanidad con los ídolos Sal 115,8 2Re 17,15 Jer 2,5, santo con Yahveh, cuyo culto debe copiar un modelo celeste Ex 25,40 26,30. Debe luego asemejársele, sobre todo, en su existencia misma: «Sed santos porque yo, Yahveh, soy santo» Lev 19,2. El pueblo elegido debe, pues, seguir a Yahveh Dt 13,5, es decir, caminar por el camino del amor y de la fidelidad que traza Dios en persona Sal 25,9s 26,3 Ex 34,6, en una justicia llena de amor, cuyo modelo halla en Dios Dt 15,12-15 Jer 9,23 Miq 6,8, y hasta en la observancia del reposo sabático, del que dio ejemplo el Creador Ex 20,11. Pero, fuera de algunos justos propuestos a la imitación de los judíos Eclo 44-50, ¿se puede decir que Israel fuera fiel a las prescripciones de la ley y al llamamiento de los profetas? El ejemplo estaba a su alcance, muy cerca de él Dt 30,14, pero era preciso que su corazón fuera cambiado interiormente para convertirse en el de un hijo que imita a su Padre.

2. A ejemplo de Cristo y de su caridad.

Jesús no se contentó con repetir el mandamiento: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» Mt 5,48, sino que vino al mundo para dar una fisonomía al modelo divino.  Siendo «la imagen del Dios invisible» Col 1,15, al que sólo él conoce Mt 11,27, «el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino lo que ve hacer al Padre» Jn 5,19, «dice lo que ha visto en su Padre» 8,38, realiza las obras que el Padre le dio hacer 5,36. Ver al Hijo es ver al Padre 14,9. Así ahora ya imitar al Padre es imitar al Hijo. No ya que se trate sencillamente de copiar un modelo celestial, del que, por lo demás, sólo se puede reproducir una sombra Heb 8,5, sino que hay que responder a la predestinación divina: «ser conformes con la imagen del Hijo» Rom 8,29. El discípulo participa en los gestos mismos de Jesús y en el amor que los anima; en efecto, el ejemplo mayor que nos dejó fue el del amor que va hasta el sacrificio total Jn 13,15.34; por otra parte, la imitación sólo está a nuestro alcance si el maestro nos da su Espíritu; así viene a ser posible seguir sus huellas en su pasión Jn 13,36 1Pe 2,21 e incluso realizar las obras hechas por Jesús e incluso mayores Jn 14,12.

3. El ejemplo cristiano.

Las obras del discípulo son a su vez ejemplos para todos Mt 5,14ss. De ello no debiera dimanar la menor vanagloria, pues, a diferencia de la actitud farisaica Mt 6,1-18 23,5 Jn 12,43, el creyente, a ejemplo de Jesús que no busca la gloria del Padre Jn 8,49s, piensa únicamente en manifestar el amor mismo del Padre que él ha recibido por el Hijo Jn 17,26. Entonces se realiza la paradoja que a menudo repite Pablo: «Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo» 1Cor 11,1. Es lo que hicieron los tesalonicenses, que a su vez resultaron «modelo para los creyentes de Macedonia y de Acaya» 1Tes 1,7. Si Pablo pudo ser su modelo e irradiar así por medio de ellos, fue sin duda porque se «hizo semejante a ellos» Gal 4,12, «todo a todos»  1Cor 9,19-22, pero sobre todo porque su vida es conforme con la pasión de Cristo Flp 3,17s. Imitar al Apóstol es, pues, imitar a Cristo y por él al Padre. En fin, es revelar lo que un día seremos cuando, en la manifestación final, «seremos semejantes a Dios» por razón de nuestra condición de hijos de Dios 1Jn 3,2.

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CONFIANZA

El hombre, que tiene que habérselas con la vida y con sus peligros, necesita apoyos con que poder contar (heb. hatah) refugios donde acogerse (hasah); para perseverar en medio de las pruebas y esperar llegar a la meta hay que tener confianza. Pero ¿en quién habrá que confiar?

1. Confianza y fe en Dios.

Desde los principios se plantea el problema, y Dios revela la respuesta; al prohibir al hombre el fruto del árbol de la ciencia, lo invita a fiarse de él solo para discernir el bien del mal Gen 2,17. Creer en la palabra divina es escoger entre dos sabidurías, fiarse de la de Dios y renunciar a poner la confianza en el propio sentir Prov 3,5; es también fiarse de la omnipotencia del Creador, porque todo es obra suya en el cielo como en la tierra Gen 1,1 Sal 115,3.15; el hombre no tiene, pues, nada que temer de las criaturas, teniendo más bien la misión de dominarlas   Gen 1,28.

Pero el hombre y la mujer, que prefirieron fiarse de una criatura, aprenden por experiencia que eso es fiarse de la mentira Gen 3,4ss Jn 8,44 Ap 12,9; ambos gustan los frutos de su vana confianza; tienen miedo de Dios y vergüenza el uno frente al otro; la fecundidad de la mujer y de la tierra se vuelven dolorosas; en fin, pasarán por la experiencia de la muerte Gen 3,7.10.16- 19.

A pesar del ejemplo de Abraham, que confió hasta el sacrificio Gen 22,8-14 Heb 11,17 porque estaba seguro de que «Dios proveerá», el pueblo de Israel no se fía del todopoderoso que lo ha liberado y de su amor que lo ha escogido gratuitamente como hijo Dt 32,6.10ss; privado de todo apoyo creado en medio del desierto Ex 16,3, añora su servidumbre y murmura. A lo largo de su historia no quiere fiarse de su Dios Is 30,15 y prefiere a ídolos, cuya «impostura» Jer 13,25 y cuya «nada» Is 59,4 Sal 115,8 denuncian los profetas. También los sabios afirman que es vano apoyarse en la riqueza Prov 11,28 Sal 49,7s, en la violencia Sal 62,11, en los príncipes Sal 118,8s 146,3; insensato es el hombre que se fía de su propio parecer Prov 28,26. En una palabra, «maldito el hombre que se fía del hombre… Dichoso el que se fía de Yahveh» Jer 17,5.7. Jesús acaba de revelar la exigencia de esta máxima: recuerda la necesidad de la elección inicial que desecha a todo señor, fuera de aquel cuyo poder, sabiduría y amor paterno merecen una confianza absoluta Mt 6,24-34; lejos de confiar en nuestra propia justicia Lc 18,9.14, hay que buscar la del reino Mt 5,20 6,33, que viene de solo Dios y sólo es accesible a la fe Flp 3,4-9.

2. Confianza y oración humilde.

La confianza en Dios, que radica en esta fe, es tanto más inquebrantable cuanto es más humilde. En efecto, para tener confianza no se trata de desconocer la acción en el mundo, de los malos poderes que pretenden dominarlo Mt 4,8s 1Jn 5,19, y menos aún de olvidar que uno es pecador.

Se trata de reconocer la omnipotencia y la misericordia del Creador, que quiere salvar a todos los hombres 1Tim 2,4 y hacerlos sus hijos adoptivos en Jesucristo Ef 1,3ss.

Ya Judit predicaba una confianza incondicional, de la que daba un ejemplo inolvidable Jdt 8,11- 17 13,19; es que invocaba a su Dios, a la vez como el salvador de aquellos cuya situación es desesperada y como el Dios de los humildes 9,11; la confianza y la humildad son, en efecto, inseparables. Se expresan en la oración de los pobres que, como Susana, sin defensa y en peligro mortal, tienen el corazón seguro en Dios Dan 13,35. «Del fondo del abismo» Sal 130,1 brotan, pues, las llamadas confiadas de los salmos: «El Señor piensa en mí, pobre y desgraciado» Sal 40,18: «en tu amor confío» 13,6; «al que confía en Yahveh, le ciñe la gracia» 32,10; «dichoso el que se refugia en él» 2,12. El salmo 131 (Sal 131) es la pura expresión de esta humilde confianza, a la que Jesús va a dar su perfeccionamiento.

Invita, en efecto, a sus discípulos a abrirse como niños al don de Dios Mc 10,15; la oración al Padre celestial está entonces segura de obtener todo Lc 11,9-13 p; por ella obtiene el pecador la justificación y la salvación Lc 7,50 18,13s: por ella recobra el hombre su poder sobre la creación Mc 11,22ss Sab 16,24. Sin embargo, los hijos de Dios deben contar con que los impíos hagan mofa de ellos y los persigan precisamente por razón de confianza filial; Jesús mismo pasó por esta experiencia Mt 27,43 Sab 2,18 en el momento en que, consumandosu sacrificio, expiraba en un grito de confianza Lc 23,46.

3. Confianza y gozosa seguridad.

Por este acto de amor confiado reportaba Jesús la victoria sobre todos los poderes del mal y atraía a todos los hombres a sí Jn 12,31s 16,33. No sólo suscitaba su confianza, sino que fundaba su seguridad. En efecto, el discípulo confiado se convierte en testigo fiel; apoyando su fidelidad en la de Dios, confía que la gracia acabará su obra Act 20,32 2Tes 3,3s Flp 1,6   1Cor 1,7ss. Esta confianza que afirma el Apóstol aun en las horas de crisis Gal 5,10, le da una seguridad indefectible para anunciar con toda libertad (parresía) la palabra de Dios 1Tes 2,2 Act 28,31. Si ya los primeros discípulos habían dado testimonio con tanta seguridad, es que su confianza había obtenido esa gracia por la oración Act 4,24-31.

Esta confianza inquebrantable, condición de la fidelidad Heb 3,14, da a los testigos de Cristo una seguridad gozosa y valiente 3,6; saben que tienen acceso al trono de la gracia 4,16, cuya vía se les abre por la sangre de Jesús 10,19; sus arrestos no tienen nada que temer 13,6; nada los separará del amor de Dios Rom 8,38s que, después de haberlos justificado, les ha sido comunicado y los hace valientes y constantes en la prueba Rom 5,1-5, de modo que todo, lo saben muy bien, contribuye a su bien Rom 8,28.

La confianza, que es condición de la fidelidad, es de rechazo confirmada por ésta. Porque el amor, del que es prueba la fidelidad perseverante Jn 15,10, da a la confianza su plenitud. Sólo los que permanecen en el amor tendrán plena seguridad el día del juicio y del advenimiento de Cristo, pues el amor perfecto destierra el temor 1Jn 2,28 4,16ss. Desde ahora saben que Dios escucha y despacha su oración y que su tristeza presente se cambiará en gozo, un gozo que nadie les podrá quitar, pues es el gozo del Hijo de Dios Jn 16,20ss 17,13.

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CASA

Para vivir tiene el hombre necesidad de un medio favorable y de un abrigo protector: una familia y una casa, ambas designadas con la misma palabra hebrea: bayt (bet en las palabras compuestas: p.e., Bet-el, casa de Dios). Ahora bien, Dios no se contenta con dar al hombre una familia natural y una morada natural; quiere introducirlo en su propia casa, no sólo como servidor, sino a título de hijo; por eso Dios, después de haber habitado en medio de Israel en el templo, envió a su Hijo único a construirle una morada espiritual hecha de piedras vivas y abierta a todos los hombres.

I. LA CASA DE LOS HIJOS DE LOS HOMBRES

1. La casa de familia.

El hombre aspira a tener un lugar donde se halle «en su casa», un nido, como dice el viejo proverbio Prov 27,8, un techo que proteja su vida privada Eclo 29,21; y esto en su país Gen 30,25, allí donde se halla su casa paterna, una herencia que nadie debe sustraerle Miq 2,2 ni siquiera codiciar Ex 20,17 p. En esta casa bien arreglada, en la que reina el encanto de la mujer Eclo 26,16, pero que una mala esposa hace inhabitable 25,16, el hombre vive con sus hijos, que están allí permanentemente, mientras que los servidores pueden abandonarla Jn 8,35; le gusta recibir en ella huéspedes, forzándolos, si es menester Gen 19,2s Act 16,15. Una casa tiene tanto valor que el que acaba de construirla no debe ser privado de disfrutar de ella; así en Israel una ley muy humana le dispensará de los riesgos de la guerra, aunque sea una guerra santa Dt 20,5 1Mac 3,56.

2. Lo que edifica y lo que arruina.

Así pues, construir una casa no es sólo edificar sus muros, es fundar un hogar, engendrar una descendencia y transmitirle lecciones religiosas y ejemplos de virtud; es obra de sabiduría Prov 14,1 y quehacer en el que una mujer virtuosa es irreemplazable 31,10-31; es incluso obra divina que el hombre solo no puede llevar a término Sal 127,1. Pero el hombre con su malicia es capaz de atraer la desgracia sobre su casa Prov 17,13, y la mujer insensata trastorna la suya 14,1. Es que el pecado, antes de destruir la casa, ha provocado ya otra ruina: la del hombre mismo, frágil morada de arcilla Job 4,19, vivificada por el hálito de Dios Gen 2,7. El hombre pecador debe morir y entregar a Dios su hálito antes de ir a reunirse con sus padres en la tumba, casa de eternidad Gen 25,8 Sal 49,12.20 Ecl 12,5ss; no obstante, sobrevive en su descendencia, casa que Dios construye a sus amigos Sal 127. Se ve por qué construir una casa y no poder habitarla es un símbolo del castigo de Dios que merece la infidelidad Dt 28,30, mientras que los elegidos, en el gozo escatológico, habitarán sus casas para siempre Is 65,21ss.

II. LA CASA SIMBÓLICA DE DIOS

1. Casa de Israel y casa de David.

Dios quiere habitar de nuevo entre los hombres, a los que el pecado ha separado de él; inaugura su designio llamando a Abraham a servirle y sacándolo del ambiente de los hombres que sirven a otros dioses Jos 24,2; por eso debe Abraham abandonar su país y la casa de su padre Gen 12,1. Vivirá bajo la tienda, como viajero, y sus hijos como él Heb 11,9.13, hasta el día en que Jacob y sus hijos se instalen en Egipto; pero luego aspirará Israel a salir de esta «casa de servidumbre» y Dios lo liberará de ella para hacer alianza con él y habitar en medio de su pueblo en la tienda que se hace preparar; allí reposa la nube que vela su gloria y que manifiesta su presencia a toda la casa de Israel Ex 40,34-38. Este nombre conviene todavía a los descendientes de Jacob, hechos más numerosos que las estrellas Dt 10,22.

Este pueblo se reúne alrededor de la tienda de su Dios, llamada por esto tienda de la reunión  Ex 33,7; allí habla Dios a Moisés, su servidor, que tiene constantemente acceso a su casa 33,9ss Num 12,7 y que guiará a su pueblo hasta la tierra prometida; Yahveh quiere hacer de esta tierra, que es toda entera «su casa» Os 8,1 9,15 Jer 12,7 Zac 9,8, el domicilio estable de su pueblo 2Sa 7,10. David a su vez quiere instalar a Dios en una casa semejante al palacio que habita él mismo 7,2. Sin embargo, Dios descarta este proyecto porque le basta la tienda 7,Sss; pero bendice la intención de su ungido: si no desea habitar en una casa de piedra, quiere, en cambio, construir a David una casa y afirmar a su descendencia en su trono 7,11-16; construir una casa a Dios está reservado al hijo de David, que tendrá a Dios por Padre 7,13s.

2. De la casa de piedra al templo celestial.

Salomón se aplicará esta misteriosa profecía; aun proclamando que los cielos de los cielos no pueden contener a Dios que los habita 1Re 8,27, construirá una casa para el nombre de Yahveh, al que se invocará allí, y para el arca, símbolo de su presencia 8,19ss.29. Pero Dios no se restringe a ningún lugar ni a ninguna casa; lo hace proclamar por Jeremías en la casa misma que lleva su nombre Jer 7,2-14 y lo prueba a Ezequiel con dos visiones: en una de ellas la gloria de Dios abandona su casa profanada Ez 10,18 11,23; en la otra, la misma gloria aparece al profeta en la tierra pagana en que está desterrada la casa de Israel Ez 1. Pero a esta casa que ha mancillado su nombre anuncia Dios que va a purificarla, a reunirla, a unificarla y a establecer en ella de nuevo su morada 36,22-28 37,15s.26ss. Todo esto será efecto de la efusión de su Espíritu sobre la casa de Israel 39,29. Esta profecía mayor deja entrever cuál es la verdadera casa de Dios: no ya el templo material y simbólico, descrito minuciosamente por el profeta 40- 43, sino la misma casa de Israel, morada espiritual de su Dios.

3. La morada del Dios de los humildes.

Por otra parte, al retorno del exilio, se va a dar una doble lección al pueblo para liberarlo de su particularismo y de su formalismo; por una parte, Dios abre su casa a todas las naciones Is 56,5ss Mc 11,17; por otra parte, proclama que su casa es trascendente y eterna y que, para ser introducido en ella, hay que tener un corazón humilde y contrito Is 57,15 66,1s Sal 15. Pero e esta morada celestial, ¿quién puede, pues, introducir al hombre? La misma sabiduría divina que va a venir a construir su casa entre los hombres y a invitarlos a entrar en ella Prov 8,31 9,1-6.

III. LA CASA ESPIRITUAL DEL PADRE Y DE SUS HIJOS

1. Cristo Jesús es, en efecto, la Sabiduría de Dios 1Cor 1,24. Es la palabra de Dios que viene a habitar entre nosotros haciéndose carne Jn 1,14. Es de la casa de David y viene a reinar en la casa de Jacob Lc 1,27.33; pero en Belén, ciudad de David, donde nace, no halla casa en que lo reciban 2,4.7. Si en Nazaret vive en la casa de sus padres 2,51, a los doce años testimonia ya que debe dedicarse a los asuntos de su Padre 2,49, cuya casa es el templo Jn 2,16. En esta casa intervendrá con la autoridad del Hijo, que en ella se halla en su casa Mc 11,17 p; pero sabe que está abocada a la ruina 13,1s p y viene a construir una nueva: su Iglesia Mt 16,18 1Tim 3,15.

2. En el cumplimiento de esta misión no tendrá «casa» Lc 9,58 ni familia 8,21; será invitado y se invitará en casa de los pecadores y de los publicanos 5,29-32 19,5-10; en los que le reciban hallará una acogida unas veces fría, otras veces amistosa 7,36-50 10,38ss; pero siempre llevará a estas casas el llamamiento a la conversión, la gracia del perdón, la revelación de la salvación, única cosa necesaria. A los discípulos que, siguiendo su llamamiento, dejen su casa y renuncien a todo para seguirle Mc 10,29s, les dará la misión de llevar la paz a las casas en que los acojan Lc 10,5s, al mismo tiempo que el llamamiento a seguir a Cristo, camino que lleva a la casa del Padre y promete introducirnos en ella Jn 14,2-6.

Para abrirnos el acceso a esta casa, cuyo constructor es Dios y a la cabeza de la cual se halla él mismo en calidad de hijo Heb 3,3-6, nos precede Cristo, nuestro sumo sacerdote, penetrando en ella con su sacrificio 6,19s 10,19ss. Por lo demás, esta casa del Padre, este santuario celeste es una realidad espiritual que no está lejos de nosotros; «es nosotros mismos», si por lo menos nuestra esperanza es indefectible 3,6.

3. Cierto que esta morada de Dios no se acabará sino cuando cada uno de nosotros, habiendo abandonado su morada terrena, se haya revestido de su morada eterna y celestial, de su cuerpo glorioso e inmortal 2Cor 5,1s 1Cor 15,53. Pero desde ahora nos invita Dios a colaborar con él para construir esta casa, cuyo fundamento es Jesucristo 1Cor 3,9ss, piedra angular y viva, y que está hecha con las piedras vivas que son los creyentes 1Pe 2,4ss. Cristo, dándonos acceso cerca del Padre, no nos ha hecho solamente entrar como huéspedes en su casa, nos ha otorgado ser «de casa» Ef 2,18s, ser integrados en la construcción y crecer con ella; porque cada uno viene a ser morada de Dios cuando está unido con sus hermanos en el Señor por el Espíritu 2,21s. He aquí por qué en el Apocalipsis la Jerusalén celestial no tiene ya templo Ap 21,22; toda ella es la morada de Dios con los hombres venidos a ser sus hijos 21,3.7 y que permanecen con Cristo en el amor de su Padre Jn 15,10.

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CAMINO

El antiguo semita es nómada. Camino, vía, y sendero desempeñan en su existencia un papel esencial. Como la cosa más normal utiliza este mismo vocabulario para hablar de la vida moral y religiosa, y tal uso se mantuvo en la lengua hebrea.

I. LAS DOS VÍAS

Existen dos maneras de conducirse, dos caminos: el bueno y el malo Sal 1,6 Prov 4,18s 12,28. El buen camino, el camino recto y perfecto 1Sa 12,23 1Re 8,36 Sal 101,2.6 1Cor 12,31 consiste en practicar la justicia Prov 8,20 12,28, en ser fiel a la verdad Sal 119,30 Tob 1,3, en buscar la paz Is 59,8 Lc 1,79. Los escritos sapienciales proclaman que ése es el camino de la vida Prov 2,19 5,6 6,23 15,24; tal camino asegura una existencia larga y próspera.

El mal camino, tortuoso Prov 21,8, es el que siguen los insensatos Prov 12,15, los pecadores Sal 1,1 Eclo 21,10, los malvados Sal 1,6 Prov 4,14.19 Jer 12,1. Conduce a la perdición Sal 1,6 y a la muerte Prov 12,28. Entre estos dos caminos, el hombre es libre para escoger y sobre él carga la responsabilidad de su elección Eclo 15,12 Mt 7,13s.

II. LOS CAMINOS DE DIOS

Israel no puede contentarse con generalidades de orden moral. Su experiencia religiosa le lleva mucho más lejos. Abraham se puso en camino siguiendo el llamamiento de Dios Gen 12.1-5; desde entonces comenzó una inmensa aventura, en la cual el gran problema consiste en reconocer los caminos de Dios y seguirlos. Caminos desconcertantes («mis caminos no son vuestros caminos», dice el Señor Is 55,8) pero que conducen a realizaciones maravillosas.

1. El éxodo es de ello el ejemplo privilegiado. Entonces experimenta el pueblo lo que es «marchar con su Dios» Miq 6,8 y entrar en su alianza. Dios mismo se pone al frente para abrir el camino, y su presencia se sensibiliza con la columna de nube o con la columna de fuego Ex 13,1s. El mar no le detiene: «Fue el mar tu camino, y tu senda la inmensidad de las aguas» Sal 77,20, tanto que Israel, liberado, se salva de los egipcios. Viene luego la marcha por el desierto Sal 68,8; en él combate Dios por su pueblo y lo sostiene «como un hombre sostiene a su hijo»; le procura alimento y bebida; «busca un lugar para acampar» y procura que nada le falte Dt 1,30-33. Pero interviene también para castigar a Israel por sus faltas de fe. La marcha con Dios es, en efecto, difícil. El tiempo del desierto puede considerarse como un tiempo de prueba, que permite a Yahveh sondear a su pueblo hasta el fondo de su corazón y corregirle en consecuencia Dt 8,2-6. Por eso el camino de Dios se hizo largo y sinuoso Dt 2,1s. Pero no deja de llegar al término: Dios conduce a su pueblo al reposo, a un país dichoso, donde   Israel, colmado, bendecirá a Yahveh Dt 8,7-10. Resulta así manifiesto que «las sendas de Yahveh son amor y verdad» Sal 25,10 Sal 136, como también que «todas sus vías son justísimas» Dt 32,4.

El recuerdo del Éxodo, reanimado cada año con ocasión de la pascua y de la fiesta de los tabernáculos, deja profunda huella en el alma judía. Las peregrinaciones (Siquem, Silo, luego Jerusalén) contribuyen a grabar la noción de camino sagrado que conduce al reposo de Dios. Cuando la idolatría amenaza con suplantar al yahvismo, Elías rehace el camino del Horeb. Más tarde los profetas idealizan el tiempo en que Yahveh marchaba con su hijo Os 11,1ss.

2. La ley. Israel, llegado a la tierra prometida, no debe por ello dejar de seguir «caminando por las vías del Señor» Sal 128,1. Conocerlas es su gran privilegio Sal 147,19s. En efecto, Dios ha revelado a su pueblo «todo camino del conocimiento»; «es el libro de los preceptos de Dios, la ley que subsiste eternamente» Bar 3,37 4,1. Hay, pues, que «caminar en la ley del Señor» Sal 119,1, a fin de mantenerse en su alianza y de avanzar hacia la luz, hacia la paz, hacia la vida Bar 3,13s. La ley es el verdadero camino del hombre, dado que es el camino de

La desobediencia a la ley es un extravío Dt 31,17 que conduce a la catástrofe. Su última sanción será el exilio Lev 26,41, camino que va a la inversa del Éxodo Os 11,5. Pero Dios no puede conformarse con la decadencia de su pueblo Lev 26,44s; de nuevo hay que «preparar en el desierto una vía para Yahveh» Is 40,3; él mismo «trazará sendas en la soledad» Is 43,19 y «de todas las montañas hará caminos» Is 49,11 para un retorno triunfal.

III. CRISTO, CAMINO VIVO

El retorno del exilio no es todavía más que una imagen de la realidad definitiva. Ésta es anunciada por Juan Bautista en los mismos términos que empleaba el segundo Isaías acerca del nuevo Éxodo: «Preparad el camino del Señor» Lc 3,4=Is 40,3. La era mesiánica es, en efecto, un nuevo Éxodo, que esta vez conduce efectivamente hasta el reposo de Dios Heb 4,8s. Jesús, nuevo Moisés, es el guía, el acompañante, el que nos arrastra Heb 2,10s 12,2ss. Llama a los hombres a seguirle Mt 4,19 Lc 9,57-62 Jn 12,35s. La transfiguración, que da un gusto anticipado del reino glorioso, ilumina un momento este camino, pero el anuncio de la pasión recuerda que hay que pasar primero por el Calvario; la entrada en la gloria no es posible sino por el camino de la cruz Mt 16,23 Lc 24,26 9,23 Jn 16,28. Jesús se pone, pues, resueltamente en camino hacia Jerusalén, subida cuyo término es su sacrificio. Pero, a diferencia de los ritos antiguos, este sacrificio desemboca en el cielo mismo Heb 9,24 y por el hecho mismo nos despeja el camino: por la sangre de Jesús tenemos ahora ya acceso al verdadero santuario; a través de su carne ha inaugurado Jesús para nosotros un camino nuevo y vivo Heb 10,19ss.

En los Hechos se llama al cristianismo naciente «la vía» Act 9,2 18,25 24,22. De hecho, los cristianos tienen conciencia de haber hallado el verdadero camino, que hasta entonces no se había manifestado Heb 9,8, pero este camino no es una ley, sino una persona, Jesús Jn 14,6. En él se hace su pascua y su éxodo; en él deben marchar Col 2,6, siguiendo la vía del amor Ef 5,2 1Cor 12,31, pues en él judíos y gentiles tienen acceso, en un solo Espíritu, cerca del Padre    Ef 2,8.

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AUTORIDAD

AT

I. «TODA AUTORIDAD VIENE DE DIOS»

Este principio, que formulará Pablo Rm 13,1, se supone constantemente en el AT: el ejercicio de la autoridad aparece en él sometido a las exigencias imperiosas de la voluntad divina.

1. Aspectos de la autoridad terrenal.

En la creación que Dios ha hecho, todo poder procede de él: el del hombre sobre la naturaleza Gen 1,28, el del marido sobre la mujer Gen 3,16, el de los padres sobre los hijos Lev 19,3. Cuando se consideran las estructuras más complejas de la sociedad humana, todos los que mandan tienen también de Dios la responsabilidad del bien común en cuanto al grupo que les está sometido: Yahveh ordena a Hagar la obediencia a su dueña Gen 16,9; él también es quien confiere a Hazael el gobierno de Damasco 1Re 19,15 2Re 8,9-13 y a Nabucodonosor el de todo el Oriente Jer 27,6. Si esto sucede entre los mismos paganos Eclo 10,4, con mayor razón en el pueblo de Dios. Pero aquí el problema planteado por la autoridad terrenal reviste un carácter especial que merece ser estudiado aparte.

2. Condiciones del ejercicio de la autoridad.

La autoridad confiada por Dios no es absoluta; está limitada por las obligaciones morales. La ley viene a moderar su ejercicio, precisando incluso los derechos de los esclavos Ex 21,1-6,26s Dt 15,12-18 Eclo 33,30. En cuanto a los niños, la autoridad del padre debe tener por fin su buena educación Prov 23,13s Eclo 7,22s 30,1. En materia de autoridad política es donde el hombre propende más a traspasar los límites de su poder. Embriagado de su poder, se atribuye el mérito del mismo, como por ejemplo, Asiria victoriosa Is 10,7-11.13s; se diviniza a si misma Ez 98,2-5 y se alza contra el Señor soberano Is 14,13s, hasta enfrentársele en forma blasfematoria Dan 11,36. Cuando llega a esto se asemeja a las bestias satánicas que Daniel veía surgir del mar y a las que daba Dios poder por algún tiempo Dan 7,3-8.19-25. Pero una autoridad pervertida en esta forma se condena por si misma al juicio divino, que no dejará de abatirla en el día prefijado Dan 7,11s.26: habiendo asociado su causa a la de los poderes malvados, caerá finalmente con ellos.

II. LA AUTORIDAD EN EL PUEBLO DE DIOS

Todo lo que ha quedado dicho sobre el origen de la autoridad terrenal y las condiciones de su ejercicio, concierne al orden de la creación. Ahora bien, este orden no lo ha respetado el hombre. Para restaurarlo inaugura Dios en la historia de su pueblo un designio de salvación, en el que la autoridad terrenal adquirirá nuevo sentido, en la perspectiva de la redención.

1. Los dos poderes.

A la cabeza de su pueblo establece Dios apoderados. No son en primer lugar personajes políticos, sino enviados religiosos, que tienen por misión hacer de Israel «un reino sacerdotal y una nación santa» Ex 19,6. Moisés, los profetas, los sacerdotes, son así depositarios de un poder de esencia espiritual, que ejercen en forma visible por delegación divina. Sin embargo, Israel es también una comunidad nacional, un Estado dotado de organización política. Esta es teocrática, pues el poder se ejerce en ella también en nombre de Dios, sea cual fuere su forma: poder de los ancianos que asisten a Moisés Ex 18,21ss Num 11,24s, de los jefes carismáticos, como Josué y los jueces, finalmente de los reyes.

La doctrina de la alianza supone así una estrecha asociación de los dos poderes, y la subordinación del político al espiritual, en conformidad con la vocación nacional. De ahí resultan en la práctica conflictos inevitables: de Saúl con Samuel 1Sa 13,7-15 15, de Ajab con Elías 1Re 21,17-24, y de tantos reyes con los profetas contemporáneos. Así, en el pueblo de Dios, la autoridad humana está expuesta a los mismos abusos que en todas partes. Razón de más para que esté sometida al juicio divino: el poder político de la realeza israelita acabará por naufragar en la catástrofe del destierro.

2. Frente a los imperios paganos.

Cuando el judaísmo se reconstruye después del exilio, sus estructuras recuperan las formas de la teocracia original. La distinción del poder espiritual y del poder político se afirma tanto mejor cuanto que este último está en manos de los imperios extranjeros, de los que los judíos son actualmente súbditos. En esta nueva situación, el pueblo de Dios adopta, según los casos, dos actitudes. La primera es de franca aceptación: de Dios han recibido el imperio Ciro y sus sucesores Is 45,1ss; puesto que favorecen la restauración del culto santo, hay que servirlos lealmente y orar por ellos Jer 29,7 Bar 1,10s. La segunda, cuando el imperio pagano se convierte en perseguidor, es un llamamiento a la venganza divina y finalmente a la rebelión Jdt 1Mac 2,15-28. Pero la restauración monárquica de la época macabea origina de nuevo una concentración equivoca de los poderes que se precipita rápidamente en la peor de las decadencias. Con la intervención de Roma el año 63, el pueblo de Dios se halló de nuevo bajo la férula de los detestados paganos.

NT

I. JESÚS

1. Jesús, depositario de la autoridad.

Durante su vida pública aparece Jesús como depositario de una autoridad (exusía) singular: predica con autoridad Mc 1,22 p, tiene poder para perdonar los pecados Mt 9,6ss, es señor del sábado Mc 2,28 p. Poder absolutamente religioso de un enviado divino, ante el cual los judíos se plantean la cuestión esencial: ¿con qué autoridad hace estas cosas Mt 21.23 p? Jesús no responde directamente a esta cuestión Mt 21,27 p. Pero los signos que realiza orientan los espíritus hacia una respuesta: tiene poder (exusía) sobre la enfermedad Mt 8,8s p, sobre los elementos Mc 4,41 p, sobre los demonios Mt 12,28 p. ¿No es esto indicio, como él mismo lo dirá, de que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra Mt 28,18? Su autoridad se extiende, por tanto, hasta a las cosas políticas; en este terreno, el poder que se negó a tener de Satán Lc 4,5ss, lo recibió en realidad de Dios. Sin embargo, no se prevale de este poder entre los hombres. Mientras que los jefes de este mundo muestran el suyo ejerciendo su dominio, él se comporta entre los suyos como quien sirve Lc 22,25ss. Es maestro y señor Jn 15,13; pero ha venido para servir y para dar su vida Mc 10.42ss p. Y precisamente porque adopta así la condición de esclavo, toda rodilla se doblará finalmente delante de él Flp 2.5-11.

2. Jesús delante de las autoridades terrenas.

Tanto más significativa es la actitud de Jesús frente a las autoridades terrenas. Ante las autoridades judías reivindica su calidad de Hijo del hombre Mt 26,63s p, base de un poder atestiguado por las Escrituras Dan 7.14. Ante la autoridad política, su posición es más matizada. Reconoce la competencia propia del César Mt 22,21 p; pero esto no le cierra los ojos para no ver la injusticia de los representantes de la autoridad Mt 20,25 Lc 13.32. Cuando comparece delante de Pilato no discute su poder, cuyo origen divino conoce, pero destaca la iniquidad de que él es víctima Jn 19,11 y reivindica para si mismo la realeza que no es de este mundo Jn 18,36. Si, pues, lo espiritual y lo temporal cada uno a su manera, dependen en principio de él sin embargo, consagra su distinción neta y da a entender que por el momento lo temporal conserva verdadera consistencia. Los dos poderes se confundían en la teocracia israelita; en la Iglesia no sucederá ya lo mismo.

II. LOS APÓSTOLES

1. Los depositarios de la autoridad de Jesús.

Jesús, al enviar a sus discípulos en misión, les delegó su propia autoridad («el que a vosotros escucha, a mi me escucha», Lc 10,16s) y les confía sus poderes Mc 3,14sp Lc 10,19. Pero les enseñó también que el ejercicio de aquellos poderes era en realidad un servicio Lc 22,26 p Jn 13,14s. Efectivamente, se ve luego a los apóstoles usar de sus prerrogativas, por ejemplo, para excluir de la comunidad a los miembros indignos 1Cor 5,4s. Sin embargo, lejos de hacer sentir el peso de su autoridad, se preocupan ante todo por servir a Cristo y a los hombres 1Tes 2,6-10. Es que, si bien se ejerce esta autoridad en forma visible. no por eso deja de ser de orden espiritual: concierne exclusivamente al gobierno de la Iglesia. Hay aquí una innovación importante: contrariamente a los estados antiguos, se mantiene efectiva la distinción entre lo espiritual y lo político.

2. El ejercicio de la autoridad humana.

Por lo que se refiere al valor de la autoridad humana y a las condiciones de su ejercicio, los escritos apostólicos confirman la doctrina del AT, pero dándole una nueva base. La mujer debe estar sometida a su marido como la Iglesia a Cristo; pero por su parte el marido debe amar a su mujer como Cristo amó a su Iglesia Ef 5,22-33. Los hijos deben obedecer a sus padres Col 3,20s

Ef 6,1ss porque toda paternidad recibe su nombre de Dios Ef 3,15; pero los padres, al educarlos, deben guardarse de exasperarlos Ef 6,4 Col 3,21. Los esclavos deben obedecer a sus amos, incluso duros y molestos 1Pe 2,18 como al mismo Cristo Col 3,22 Ef 6,5.; pero los amos deben acordarse de que también ellos tienen un señor en el cielo Ef 6,9 y aprender a tratar a sus esclavos como a hermanos Flm 16. No basta con decir que esta moral social salvaguarda una justa concepción de la autoridad en la sociedad, sino que le da por base y por ideal el servicio de los otros realizado en la caridad.

3. Las relaciones de la Iglesia con las autoridades humanas.

Los apóstoles, depositarios de la autoridad de Jesús, hallan frente a ellos autoridades humanas con las que hay que ponerse en relación. Entre éstas, las autoridades judías no son autoridades como las otras: tienen un poder de orden religioso y tiene su origen en una institución divina; así los apóstoles las tratan con respeto Act 4,9 23,1-5 en tanto no es manifiesta su oposición a Cristo. Pero estas autoridades han contraído grave responsabilidad al desconocer a Cristo y hacerlo condenar Act 3,13ss 13,27s. Todavía la agravan oponiéndose a la predicación del Evangelio; por eso los apóstoles pasan por encima de sus prohibiciones, pues estiman que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres Act 5,29. Rechazando la autoridad de Cristo han perdido los jefes judíos su poder espiritual.

Las relaciones con la autoridad política plantean un problema diferente. Frente al imperio romano profesa Pablo perfecta lealtad, reivindica su calidad de ciudadano romano Act 16,37 22,25. y apela al César para obtener justicia Act 25,12. Proclama que toda autoridad viene de Dios y que es dada con miras al bien común; la sumisión a los poderes civiles es, pues, un deber de conciencia porque son los ministros de la justicia divina Rm 13,1-7, y se debe orar por los reyes y por los depositarios de la autoridad 1Tim 2,2. La misma doctrina en la primera epístola de Pedro 1Pe 2,13-17. Esto supone que las autoridades civiles, por su parte, se someten a la ley de Dios. Pero en ninguna parte se ve reivindicar para las autoridades espirituales de la Iglesia un poder directo sobre las cosas políticas.

Si, en cambio, la autoridad política, como en otro tiempo el imperio sirio, perseguidor de los judíos, se eleva a su vez contra Dios y contra su Cristo, entonces la profecía cristiana anuncia solemnemente su juicio y su caída: así lo hace el Apocalipsis ante la Roma de Nerón y de Domiciano Ap 17,1-19,10. En el imperio totalitario que pretende encarnar la autoridad divina, el poder político no es ya más que una caricatura satánica, frente a la cual ningún creyente deberá inclinar la cabeza.

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