La salud en la vida humana

Por Camilo Maccise

Uno de los problemas que afecta a la mayoría de la población mundial es el problema de la salud especialmente en los países en vías de desarrollo. En México la atención que brinda el Seguro Social está llena de carencias cada vez mayores. Las situaciones de pobreza y marginación en las que viven millones de personas hacen que fácilmente se vean afectadas por enfermedades crónicas que no cuentan con los servicios de salud necesarios para ser superadas.

La vida humana con su luces y sombras aparece en la Biblia. De modo particular, son los libros sapienciales los que nos presentan la experiencia humana y reflexionan sobre ella. También se introduce en esas enseñanzas la reflexión de otros pueblos de la antigüedad. Dios guía la búsqueda de los seres humanos y se interesa por su vida y por todo lo que la constituye. Por este motivo, quiso Él que se consignaran en la Escritura, que es su palabra, esos temas que nos pueden parecer simplemente humanos y naturales.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento existe el aprecio por la salud y la preocupación por conservarla o restaurarla cuando se ha perdido.

Ya en Antiguo Testamento, el autor del libro del Eclesiástico hablaba esto términos: “El Señor creó las plantas medicinales que brotan de la tierra: un hombre inteligente no las menosprecia… El da a los hombres el saber para que lo glorifiquen por los maravillosos remedios que creó. El médico los usa para curar y para quitar el dolor; el farmacéutico hace con ellos sus mezclas… Hijo mío, cuando estés enfermo no te deprimas: ruégale al Señor para que cure… luego, haz que venga el médico, ya que el Señor lo creó; no lo desprecies, porque lo necesitas. En algunos casa el restablecimiento pasa por las manos de ellos; rogarán al Señor para que les ayude a encontrar los medios para aliviarte y salvarte la vida” (Eclesiásticos 38-4-14). “Más vale un pobre con buena salud y vigoroso que un rico que sufre en su cuerpo. La Salud y una contextura firme valen más que todo el oro del mundo, y un cuerpo robusto más que una inmensa fortuna. No hay riqueza más grande que la salud del cuerpo, ni placer superior a la alegría de vivir.” (Eclesiástico30,14-17).

Cristo se encuentra con enfermos y cura a muchos de ellos. El evangelista Mateo nos dice que Jesús cuando empezó a predicar, recorría toda la Galilea, proclamaba la Buena Nueva del Reino “y curaba en el pueblo las dolencias y enfermedades” (Lucas5,15). Pablo da a Timoteo un consejo “casero” para su salud: “No sigas bebiendo agua sola. Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes malestares” (1 Timoteo 5,23).

El que la Biblia se ocupe de la salud nos muestra hasta dónde Dios se interesa de todo lo que constituye la vida humana. El mensaje bíblico no es algo desencarnado y alejado de la realidad. Encontramos en él un reflejo de lo que es realmente nuestra existencia cotidiana con su pequeños y grandes problemas. La Biblia nos da la clave de la fe para  interpretarlos.

La salud interesa a la revelación bíblica. El trabajo promoción humana y el esfuerzo por hacer llegar a todos los servicios médicos, hospitalarios y de higiene, son algo querido por Dios. Los descubrimientos de la medicina que mejoran las condiciones de vida de las personas y las ayudan a superar y vencer las enfermedades, anticipan de alguna manera aspectos definitivos del reino de Dios, que es un reino de vida, de amor, de justicia  de paz. Trabajar a nivel de personas y de instituciones para que la enfermedad sea vencida es colaborar con el proyecto de Dios proclamado por Cristo. Él vino para que tuviéramos vida.

Dios Padre-Madre

Por: Camilo Maccise

En una de las pocas audiencias públicas de su breve pontificado de 33 días, el Papa Juan Pablo I, se atrevió a afirmar que “Dios es Padre, pero sobre todo, es Madre”. Esta frase causó un cierto desconcierto en la mayoría de los oyentes acostumbrados al uso del lenguaje masculino cuando se habla de Dios. Sin embargo, al profundizar en esas palabras desde el punto de vista antropológico y teológico se tuvo que aceptar la verdad que encerraban. En realidad, Dios no es masculino ni femenino. El sexo es una manera limitada de existir. Por eso, cuando el Hijo de Dios se encarnó y entró en nuestra historia lo hizo en el sexo masculino, pero resucitado asumió lo masculino y lo femenino y, para los creyentes en Él “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre ni hombre ni mujer, ya que todos son uno en Cristo Jesús” (Gálatas, 3,28).

De Dios puede decirse que es Él y Ella, y también que no es ninguno de los dos. Estamos condicionados en nuestra sociedad por estereotipos masculinos y femeninos tradicionales y eso dificulta el cambio de mentalidad.

Dios trasciende la masculinidad y la que le aplicamos son símbolos para acercarnos a su misterio inefable.

La Biblia, cuando habla de Dios no utiliza solamente el lenguaje masculino. Lo compara a una madre que sonsuela a sus hijos: “como uno a quien su madre consuela, así yo los consolare” (Isaías 66,13). Al igual que una madre no puede olvidarse del hijo de sus entrañas, Dios no se olvida de nosotros: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (Isaías 49,15). El modo de actuar de Dios con su pueblo se describe también con rasgos maternales: Dios lo enseña a caminar lo lleva en brazos, “era para ellos como quien alza a un niño contara su mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer” (Oseas 11,4) “en efecto, se han conmovido mis entrañas por él su pueblo;

Ternura hacia él no ha de faltarme” (Jeremías 31,20). En el evangelio, Jesús también se compara con una madre que protege a sus hijos: “cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo sus alas” (Lucas 13,34).

La celebración del Día de las Madres es una ocasión para redescubrir este rostro paterno-materno de Dios, que es el que nos reveló Jesucristo. Y, al dirigirnos, no podemos quedarnos con la idea parcial de un Dios masculino. El no hizo a su imagen y semejanza y creó al varón y a la mujer. En ambos juntos, está la imagen de Él, Padre-Madre.

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