Lectio lun, 20 de mar, 2023

José, esposo de María, la Madre de Jesús
Solemnidad Mateo 1,16.18-21.24a

Lectio

Oración inicial:

Espíritu que aleteas sobre las aguas, calma en nosotros las disonancias, los flujos inquietos, el rumor de las palabras, los torbellinos de vanidad y haz surgir en el silencio la Palabra que nos recrea.
Espíritu que en un suspiro susurras en nuestro espíritu el nombre del Padre, ven a reunir todos nuestros deseos, hazlos crecer en un haz de luz que sea la respuesta a tu luz, la Palabra del Nuevo Día.
Espíritu de Dios, savia de amor del árbol inmenso sobre el que nos injertamos, que todos nuestros hermanos nos acompañen como un don, en el gran Cuerpo donde madura la Palabra de comunión. (Fr. Pierre-Yves de Taizé)

Lectura del Evangelio: Mateo 1,16-24

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: «José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Un momento de silencio:

… para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

Meditatio

Clave de lectura:

El pasaje del evangelio de hoy se toma del primer capítulo de Mateo que forma parte de la sección referente a la concepción, nacimiento e infancia de Jesús. El centro de todo el relato es la persona de Jesús a la que se suman todos los sucesos y las personas mencionadas en la narración. Se debe tener presente que el Evangelio revela una teología de la historia de Jesús, por eso, al acercarnos a la Palabra de Dios debemos recoger el mensaje escondido bajo los velos de la historia sin perdernos, como sabiamente nos avisa San Pablo, “en las cuestiones tontas”, guardándonos “de las genealogías, de las cuestiones y de las discusiones en torno a la ley, porque son cosas inútiles y vanas”. (Tm 3:9) Efectivamente, este texto se conecta a la genealogía de Jesús, que Mateo compone con el intento de subrayar la sucesión dinástica de Jesús, el salvador de su pueblo (Mt 1:21). A Jesús le son otorgados todos los derechos hereditarios de la estirpe davídica, de “José, hijo de David” (Mt 1:20; Lc 2:4-5) su padre legal. Para el mundo bíblico y hebraico la paternidad legal bastaba para conferir todos los derechos de la estirpe en cuestión (cf.: la ley del levirato y de la adopción Dt 25:5 ss) Por esto, después del comienzo de la genealogía, a Jesús se le designa como “Cristo hijo de

David” (Mt 1:1), esto es, el ungido del Señor hijo de David, con el cual se cumplirán todas las promesas de Dios a David su siervo (2Sam 7:1-16; 2Cr 7:18; 2 Cr 21:7; S 89:30). Por esto Mateo añade al relato de la genealogía y de la concepción de Jesús la profecía de Isaías: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había sido dicho por el Señor por medio del profeta: He aquí, que la virgen concebirá y parirá un hijo que será llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros” (Mt 1:21-23 + Is 7:14).Deteniéndonos, por decirlo así, en la realidad espiritual de la adopción, podemos referirnos al hecho de que el pueblo elegido posee “la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas” porque “ellos son Israelitas y poseen la adopción de hijos” (Rm 9:4). Pero también nosotros, el nuevo pueblo de Dios en Cristo, recibimos la adopción de hijos porque “cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a aquéllos que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción de hijos” (Mt 1.21), porque Él es el “Dios con nosotros” (Mt 1:23) que nos hace hijos adoptivos de Dios.

Jesús nace de “María desposada con José” Mt 1:18a) que “se halló en cinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1:18b). Mateo no nos cuenta el relato de la anunciación como lo hace Lucas (Lc 1, 26-38), pero estructura la narración desde el punto de vista de la experiencia de José el hombre justo. La Biblia nos revela que Dios ama a sus justos.

Pensamos en Noé “hombre justo e íntegro entre sus contemporáneos” (Gén 6:9). O en Joás que “hizo lo que era recto a los ojos del Señor” (2Re 12:3).

Una idea constante en la Biblia es el “sueño” como lugar privilegiado donde Dios da a conocer sus proyectos y planes, y algunas veces revela el futuro. Bien conocido son los sueños de Jacob en Betel (Gén 28: 10ss) y los de José su hijo, como también los del coopero y repostero prisioneros en Egipto con él, (Gén 37:5ss; Gén 40:5ss) y los sueños del Faraón que revelaron los futuros años de prosperidad y carestía (Gén 41:1ss).

A José se le aparece “en sueños un ángel del Señor” (Mt 1.20) para revelarle el plan de Dios.

En los evangelios de la infancia aparece a menudo el ángel del Señor como mensajero celestial (Mt 1:20.24; 2:13.19; Lc 1:11; 2:9) y también en otras ocasiones esta figura aparece para tranquilizar, revelar el proyecto de Dios, curar, liberar de la esclavitud (cf.: Mt 28:2; Jn 5:4; Act 5:19; 8:26; 12: 7.23). Muchas son las referencias al ángel del Señor también en el Antiguo Testamento, donde originariamente representaba al mismo Señor que cuida y protege a su pueblo siempre acompañándolo de cerca (cf.: Gén 16:7–16; 22:12; 24:7; Éx 3:2; Tb 5:4).

Preguntas para orientar la meditación y actualización:

¿Qué cosa te ha llamado más la atención en este pasaje evangélico?

En la clave de lectura hemos ofrecido bastante espacio para algunos términos: adopción, ángel, sueño, justo). ¿Qué sentimientos y pensamientos suscitan en tu corazón? ¿Qué importancia puede tener para tu camino de madurez espiritual?
¿Qué piensa que pudiera ser el mensaje central del pasaje evangélico?

Oratio

Salmo 92

Es bueno dar gracias a Yahvé, cantar en tu honor, Altísimo,
publicar tu amor por la mañana y tu fidelidad por las noches,
con el arpa de diez cuerdas y la lira, acompañadas del rasgueo de la cítara.
Pues con tus hechos, Yahvé, me alegras, ante las obras de tus manos grito:
«¡Qué grandes son tus obras, Yahvé, y qué hondos tus pensamientos!»
El hombre estúpido no entiende,
el insensato no lo comprende.
Aunque broten como hierba los malvados o florezcan
todos los malhechores, acabarán destruidos para siempre;
¡pero tú eres eternamente excelso!
Mira cómo perecen tus enemigos, se dispersan todos los malhechores.
Pero me dotas de la fuerza del búfalo, aceite nuevo derramas sobre mí;
veré la derrota del que me acecha, escucharé la caída de los malvados.
El justo florece como la palma, crece como un cedro del Líbano.
Plantados en la Casa de Yahvé, florecen en los atrios de nuestro Dios.
Todavía en la vejez producen fruto, siguen llenos de frescura y lozanía,
para anunciar lo recto que es Yahvé:
«Roca mía, en quien no hay falsedad».

Momentos dedicados al silencio orante

Contemplatio

La contemplación cristiana del sueño de Dios, del plan que Dios realiza para la historia de la humanidad no produce alienación sino que nos tiene vigilantes y activas las conciencias y nos estimula para afrontar con valor y abnegación las responsabilidades que la vida nos depara.

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Lectio Dom, 19 de mar, 2023

Un ciego encuentra la luz
Los ojos se abren conviviendo con Jesús Juan 9,1-41

Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

Lectura

Clave de lectura:

El texto del evangelio de este cuarto domingo de cuaresma nos invita a meditar la historia de la curación de un ciego de nacimiento. Es un texto reducido, pero muy vivo. Tenemos aquí un ejemplo concreto de cómo el Cuarto Evangelio revela el sentido profundo escondido en los hechos de la vida de Jesús. La historia de la curación del ciego nos ayuda a abrir los ojos sobre la imagen de Jesús que cada uno lleva consigo. Muchas veces, en nuestra cabeza, hay un Jesús que parece un rey glorioso, ¡distante de la vida del pueblo! En los Evangelios, Jesús aparece como un Siervo de los pobres, amigo de pecadores. La imagen del Mesías-Rey, que tenían en la mente los fariseos les impedía reconocer en Jesús el Mesías-Siervo. Durante la lectura, tratemos de prestar atención a dos cosas: (i) el modo expedito y libre con el que el ciego reacciona ante las provocaciones de las autoridades, y (ii) el modo en el que el mismo, el ciego, abre los ojos con respecto a Jesús.

Una división del texto para ayudarnos en la lectura:

Juan 9,1-5: La ceguera ante el mal que existe en el mundo
Juan 9,6-7: El signo del “Enviado de Dios” que provocará diversas reacciones
Juan 9,8-13: La reacción de los vecinos
Juan 9,14-17: La reacción de los fariseos
Juan 9,18-23: La reacción de los padres
Juan 9,24-34: La sentencia final de los fariseos
Juan 9,35-38: La conducta final del ciego de nacimiento
Juan 9,39-41: Una reflexión conclusiva

Texto:

Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?» Jesús respondió: «Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo».

Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte en la piscina de Siloé» (que significa ‘Enviado’). Él fue, se lavó y volvió con vista.

Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?» Unos decían: «Es el mismo». Otros: «No es él, sino que se le parece». Pero él decía: «Yo soy». Y le preguntaban: «Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?» Él les respondió: «El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver». Le preguntaron: «¿En dónde está él?» Les contestó: «No lo sé».

Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?» Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?» Él les contestó: «Que es un profeta».

Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: «¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» Sus padres contestaron: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo». Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’.

Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador». Contestó él: «Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo». Le preguntaron otra vez: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?» Les contestó: «Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?» Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: «Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene».

Replicó aquel hombre: «Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?» Y lo echaron fuera.

Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?» Jesús le dijo: «Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él dijo: «Creo, Señor». Y postrándose, lo adoró.

Entonces le dijo Jesús: «Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos». Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: «¿Entonces también nosotros estamos ciegos?» Jesús les contestó: «Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado».

Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.
¿Qué parte del texto me ha llamado más la atención? ¿Por qué?
Dice el refrán popular: ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver! ¿Cómo aparece esto en la conversación entre el ciego y los fariseos?
¿Cuáles son los títulos que Jesús recibe en el texto?¿De quién los recibe? ¿Qué significan?
¿Cuál es el título que más me atrae? ¿Por qué? O sea, ¿cuál es la imagen de Jesús que yo tengo en la cabeza y que llevo en el corazón? ¿De dónde me viene esta imagen?

Para aquéllos que desean profundizar más aun en el texto

Contexto en el que fue escrito el Evangelio de Juan:

Meditando la historia de la curación del ciego, es bueno recordar el contexto de las comunidades cristianas en Asia Menor hacia finales del siglo primero, para las cuáles fue escrito el Evangelio de Juan y que se identificaban con el ciego y con su curación. Ellas mismas, a causa de una visión legalista de la ley de Dios, eran ciegas de nacimiento. Pero, como sucedió para el ciego, también ellas consiguieron ver la presencia de Dios en la persona de Jesús de Nazaret y se convirtieron. ¡Fue un proceso doloroso! En la descripción de las etapas y de los conflictos de la curación del ciego, el autor del Cuarto Evangelio evoca el recorrido espiritual de las comunidades, desde la obscuridad hasta la plena luz de la fe iluminada por Cristo.

Comentario del texto:

Juan 9, 1-5: La ceguera ante el mal que exite en el mundo Viendo al ciego los discípulos preguntan: “Rabbí ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” En aquella época, un defecto físico o una enfermedad era considerada un castigo de Dios. Asociar los defectos físicos al pecado era un modo con el cual los sacerdotes de la Antigua Alianza mantenían su poder sobre la conciencia del pueblo. Jesús ayuda a corregir sus ideas: “Ni él pecó ni sus padres, es para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Obras de Dios o lo que es lo mismo Signos de Dios. Por tanto, lo que era en aquella época signo de ausencia de Dios, será signo de su presencia luminosa en medio de nosotros. Jesús dice: “Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo”. El Día de los signos comienza a manifestarse cuando Jesús, “el tercer día” (Jn 2,1), realiza “el primer signo” en Caná (Jn 2,11). Pero el Día está por terminar. La noche está por llegar, porque estamos ya en el “séptimo día”, el sábado, y la curación del ciego es el sexto signo (Jn 9,14). La Noche es la muerte de Jesús. El séptimo signo será la victoria sobre la muerte en la resurrección de Lázaro (Jn 11). En el evangelio de Juan hay sólo siete signos, milagros, que anuncian el gran signo que es la Muerte y la Resurrección de Jesús.

Juan 9,6-7. El signo de “Enviado de Jesús” que produce diversas reacciones Jesús escupe en la tierra, hace fango con la saliva, unta el fango sobre los ojos del ciego y le pide que se lave en la piscina de Siloé. El hombre va y vuelve curado. ¡Este es el signo! Juan comenta diciendo que Siloé significa enviado. Jesús es el Enviado del Padre que realiza las obras de Dios, los signos del Padre. El signo de este “envío” es que el ciego comienza a ver.

Juan 9,8-13: La primera reacción: la de los vecinos El ciego es muy conocido. Los vecinos quedan dudosos: “¿Será ciertamente él? Y se preguntan: ¿Cómo, pues, se le han abierto los ojos? Aquel, que primero era ciego, atestigua: “Ese Hombre que se llama Jesús me ha abierto los ojos”. El fundamento de la fe en Jesús es aceptar que Él es un ser humano como nosotros. Los vecinos se preguntan: “¿Dónde está?” – “No lo sé”. Ellos no quedan satisfechos con la respuesta del ciego, y para aclarar el asunto, llevan al hombre ante los fariseos, las autoridades religiosas.

Juan 9, 14-17: La segunda reacción: la de los fariseos Aquel día era un sábado y el día de sábado estaba prohibido curar. Interrogado por los fariseos, el hombre vuelve de nuevo a contarlo todo. Algunos fariseos, ciegos en su observancia por la ley, comentan: “¡Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado!”. Y no estaban dispuestos a admitir que Jesús pudiese ser un signo de Dios, porque curaba al ciego en sábado.

Pero otros fariseos, interpelados por el signo, responden: “¿Cómo puede un pecador realizar semejantes signos?” ¡Y había disensión entre ellos! Y preguntaron al ciego: “¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?” Y él ofrece su testimonio: “¡Es un Profeta! ”Juan 9, 18-23: La tercera reacción: la de los padres Los fariseos, llamados ahora judíos, no creían que hubiese sido ciego. Pensaban que se tratase de un engaño. Por esto mandaron llamar a los padres y le preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo de quien vosotros decís que nació ciego?¿Cómo, pues, ve ahora?” Con mucha cautela los padres respondieron: “Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero, cómo ve ahora, no lo sabemos, ni quien le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. ¡Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo!”. La ceguera de los fariseos ante la evidencia de la curación produce temor en la gente. Y aquél que confesaba tener fe en Cristo Mesías era expulsado de la sinagoga. La conversación con los padres del ciego revela la verdad, pero las autoridades religiosas se niegan a aceptarla. Su ceguera es mayor que la evidencia de los hechos. Ellos, que tanto insistían en la observancia de la ley, ahora no quieren aceptar la ley que declara válido el testimonio de dos personas (Jn 8,17).

Juan 9, 24-34: La sentencia final de los fariseos con respecto a Jesús Llaman de nuevo al ciego y le dicen: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. En este caso: “dar gloria a Dios” significaba: “¡Pide perdón por la mentira que hace poco has dicho!”. El ciego había dicho: “¡Es un Profeta!” Según los fariseos debiera haber dicho: “¡Es un pecador!” Pero el ciego es inteligente. Y responde: «Si es un pecador no lo sé.

Sólo sé una cosa; que yo antes era ciego y ahora veo!» ¡Contra este hecho no hay argumentos!

De nuevo los fariseos preguntan: “¿Qué hizo contigo?¿Cómo te abrió los ojos?” El ciego responde con ironía: “Os lo he dicho ya. ¿Es que queréis también vosotros haceros discípulos suyos?” Entonces le insultaron y le dijeron: “Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es”. Con fina ironía, de nuevo el ciego responde: “Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos”. “Si ése no fuese de Dios, no podría hacer nada”. Ante la ceguera de los fariseos, crece en el ciego la luz de la fe. Él no acepta el razonamiento de los fariseos y confiesa que Jesús viene del Padre. Esta profesión de fe le causa la expulsión de la sinagoga. Lo mismo sucedía en las comunidades cristianas de finales del primer siglo. Aquél que profesaba la fe en Jesús debía romper cualquier lazo de unión familiar y comunitario. Así sucede hoy también: aquél o aquélla que decide ser fiel a Cristo corre el peligro de ser excluido.

Juan 9,35-38: La conducta de fe del ciego delante de Jesús Jesús no abandona a áquel que es perseguido por su causa. Cuando se entera de que lo han expulsado, se encuentra con el hombre, lo ayuda a dar otro paso, invitándolo a asumir su fe y le pregunta: “¿Tú crees en el Hijo del Hombre?” Y él le responde: ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él? Jesús le dice: “Tú lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. El ciego exclama: “¡Creo, Señor!” Y se postró ante él. La conducta de fe del ciego delante de Jesús es de absoluta confianza y total aceptación. Acepta todo de parte de Jesús. Y es ésta la fe que sustentaba a las comunidades cristianas del Asia Menor hacia finales del siglo primero, y que nos sostiene hasta hoy.

Juan 9,39-41: Una reflexión final El ciego que no veía, acaba viendo mejor que los fariseos. Las comunidades del Asia Menor que antes eran ciegas descubren la luz. Los fariseos que pensaban ver correctamente son más ciegos que el ciego de nacimiento. Encerrados en la vieja observancia, mienten cuando dicen que ven. ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver!

Prolongando la visión:

Los Nombres y Títulos que Jesús recibe

A lo largo de la narración de la curación del ciego, el evangelista registra varios títulos, adjetivos y nombres, que Jesús recibe de las más variadas personas: de los discípulos, del mismo evangelista, del ciego, de los fariseos, de Él mismo. Este modo de describir los hechos de la vida de Jesús formaba parte de la catequesis de la época. Era una forma de ayudar a las personas a aclarar las propias ideas respecto a Jesús y a definirse ante Él. Veamos algunos de estos nombres, adjetivos y títulos. La lista indica el crecimiento del ciego en la fe y cómo se aclara su visión.

Rabbí (maestro) (Jn 9,1): los discípulos
Luz del mundo (Jn 9,5): Jesús
Enviado (Jn 9,7): el Evangelista
Hombre (Jn 9,11): el ciego curado
Jesús (Jn 9,11): el ciego curado
No viene de Dios (Jn 9,16): algunos fariseos
Profeta (Jn 9,17): el ciego curado
Cristo (Jn 9, 24): el pueblo
Pecador (Jn 9,24): algunos fariseos
No sabemos de dónde es (Jn 9,31): el ciego curado
Religioso (Jn 9,31): el ciego curado
Hace la voluntad de Dios (Jn 9,31): el ciego curado
Hijo del Hombre (Jn 9,35): Jesús
Señor (Jn 9,36): el ciego curado
¡Creo, Señor! (Jn 9,38): el ciego curado

El Nombre: “YO SOY”

Para revelar el significado profundo de la curación del ciego, el Cuarto Evangelio recuerda la frase de Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 9,5). En otros diversos lugares, en respuesta a las preguntas que las personas hacen, incluso hoy, con respecto a Jesús: “¿Quién eres tú?” (Jn 8,25) o “¿Quién crees que eres?” (Jn 8,53), el evangelio de Juan repite esta misma afirmación: “YO SOY”:

*Yo soy el pan de vida (Jn 6,34-48) * Yo soy el pan bajado del cielo (Jn 6,51) * Yo soy la luz del mundo (Jn 8,12; 9,5) * Yo soy la puerta (Jn 10, 7.9) * Yo soy el buen Pastor (Jn 10,11,25) * Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11,25) * Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6) * Yo soy la vid (Jn 15,1) * Yo soy rey (Jn (18,37) Yo soy (Jn 8,24.27.58)

Esta auto-revelación de Jesús llega a su culmen en la conversación con los judíos, en la que Jesús afirma: “Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre entonces conoceréis que YO SOY” (Jn 8,27). El nombre Yo soy es lo mismo que Yahvé, nombre que Dios se da en el Éxodo, expresión de su presencia liberadora entre Jesús y el Padre (Ex 3,15). La repetida afirmación YO SOY revela la profunda identidad entre Jesús y el Padre. El rostro de Dios resplandece en Jesús de Nazaret: “¡Quien me ve, ve al Padre!” (Jn 14,9)

Oración: Salmo 117 (116)

Un resumen de la Biblia en una oración
¡Aleluya! ¡Alabad a Yahvé, todas las naciones, ensalzadlo, pueblos todos!
Pues sólido es su amor hacia nosotros, la lealtad de Yahvé dura para siempre.

Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

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Lectio sab, 18 de mar, 2023

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales y sentir en nosotros el gozo de su eficacia. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 18,9-14

Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se  tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.

Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido’’.

Reflexión

En el Evangelio de hoy, Jesús cuenta la parábola del fariseo y del publicano para enseñarnos a rezar. Jesús tiene una manera distinta de ver las cosas. Ve algo positivo en el publicano, aunque todo el mundo decía de él: “¡No sabe rezar!” Jesús vivía tan unido al Padre por la oración que todo se convertía para él en expresión de oración.

La manera de presentar la parábola es muy didáctica. Lucas presenta una breve introducción que sirve de clave de lectura. Luego Jesús cuenta la parábola y al final Jesús aplica la parábola a la vida.

Lucas 18,9: La introducción. La parábola es presentada por la siguiente frase: «A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola.” La frase es de Lucas. Se refiere al tiempo de Jesús, pero se refiere también a nuestro tiempo. Hay siempre personas y grupos de personas que se consideran justas y fieles y que desprecian a los demás, considerándolos ignorantes e infieles.

Lucas 18,10-13: La parábola. Dos hombres van al templo a rezar: un fariseo y un publicano. Según la opinión de la gente de entonces, los publicanos no eran considerados para nada y no podían dirigirse a Dios, porque eran personas impuras. En la parábola, el fariseo agradece a Dios el ser mejor que los demás. Su oración no es que un elogio de sí mismo, una exaltación de sus buenas cualidades y un desprecio para los demás y para el publicano. El publicano ni siquiera levanta los ojos, pero se golpea el pecho diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador!» Se pone en su lugar ante Dios.

Lucas 18,14: La aplicación. Si Jesús hubiera dejado opinar a la gente y decir quién de los dos volvió justificado a su casa, todos hubieran contestado: «¡El fariseo!» Ya que era ésta la opinión común en aquel tiempo. Jesús piensa de manera distinta. Según él, aquel que vuelve a casa justificado, en buenas relaciones con Dios, no es el fariseo, sino el publicano. Jesús da la vuelta al revés. A las autoridades religiosas de la época ciertamente no les gustó la aplicación que él hace de esta parábola.

Jesús reza. Sobre todo Lucas nos informa de la vida de oración de Jesús. Presenta a Jesús en constante oración. He aquí una lista de textos del evangelio de Lucas, en los que Jesús aparece en oración: Lc 2,46-50; 3,21: 4,1-12; 4,16; 5,16; 6,12; 9,16.18.28; 10,21; 11,1; 22,32; 22,7-14; 22,40-46; 23,34; 23,46; 24,30. Leyendo el evangelio de Lucas, es posible encontrar otros textos que hablan de la oración de Jesús. Jesús vivía en contacto con el Padre. La respiración de su vida era hacer la voluntad del Padre (Jn 5,19). Jesús rezaba mucho e insistía, para que la gente y sus discípulos hiciesen lo mismo, ya que en el contacto con Dios nace la verdad y la persona se encuentra consigo misma, en toda su realidad y humildad. En Jesús, la oración está íntimamente enlazada con los hechos concretos de la vida y con las decisiones que tenía que tomar. Para poder ser fiel al proyecto del Padre, trataba de permanecer a solas con El para escucharle. Jesús rezaba los Salmos. Como cualquier otro judío piadoso, los conocía de memoria. Jesús compuso su propio salmo. Es el Padre Nuestro. Su vida era una oración permanente: «¡Yo no puedo hacer nada por mi cuenta!» (Jn 5,19.30). Se aplica a él lo que dice el Salmo: «¡Me acusan, mientras yo rezo!» (Sal 109,4).

Para la reflexión personal

Mirando de cerca esta parábola, ¿yo soy como el fariseo o como el publicano?
Hay personas que dicen que no saben rezar, pero hablan todo el tiempo con Dios.
¿Conoces a personas así?

Oración final

Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, purifícame de mi pecado. (Sal 51)

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Lectio vie, 17 de mar, 2023

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Infunde, Señor, tu gracia en nuestros corazones para que sepamos dominar nuestro egoísmo y secundar las inspiraciones que nos vienen del cielo. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Marcos 12,28b- 34

Uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.

El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Reflexión

En el Evangelio de hoy (Mc 12,28b-34), los escribas y los doctores quieren saber de Jesús cuál es el mayor mandamiento. Hoy también mucha gente quiere saber qué es lo más importante en la religión. Algunos dicen: ser bautizados. Otros: la oración. Otros dicen: ir a Misa o participar en el culto del domingo. Otros: amar al prójimo y luchar por un mundo más justo. Otros se preocupan sólo de las apariencias y de los cargos de la iglesia.

Marco 12,28: La pregunta del doctor de la Ley. Poco antes de la pregunta del escriba, la discusión había sido con los saduceos entorno a la fe en la resurrección (Mc 12,23- 27). Al doctor, que había asistido al debate, le había gustado la respuesta de Jesús, y había percibido en él una gran inteligencia. Quiso aprovechar la ocasión para plantear una pregunta y recibir una aclaración: “¿Cuál es el mayor de todos los mandamientos?” En aquel tiempo, los judíos tenían una gran cantidad de normas para reglamentar la práctica y la observancia de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. Algunos decían: “Todas estas normas tienen el mismo valor, pues vienen todas de Dios. No nos compite introducir distinciones en las cosas de Dios”. Otros decía: “¡Algunas leyes son más importantes que otras y, por ello, obligan más!” El doctor quiere saber la opinión de Jesús.

Marcos 12,29-31: La respuesta de Jesús. Jesús responde citando un pasaje de la Biblia para decir que el mandamiento mayor es “¡amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con toda la fuerza!” (Dt 6,4-5). En el tiempo de Jesús, los judíos piadosos recitaban esta frase tres veces al día: por la mañana, a medio día y por la noche. Era tan conocida entre ellos como entre nosotros el Padre Nuestro. Y Jesús añade, citando de nuevo la Biblia: “El segundo es éste: ‘Amarás tu prójimo como a ti mismo’ (Lev 19,18). No existe otro mandamiento mayor que estos dos”. Respuesta breve y ¡muy profunda! Es el resumen de todo lo que Jesús ha enseñado sobre Dios y sobre la vida (Mt 7,12).

Marcos 12,32-33: La respuesta del doctor de la ley. El doctor concuerda con Jesús y concluye: “Sí, amar a Dios y amar al prójimo es mucho más importante que todos los holocaustos y todos los sacrificios”. Es decir, el mandamiento del amor es más importante que los mandamientos relacionados con el culto y los sacrificios del Templo. Esta afirmación viene de los profetas del Antiguo Testamento (Os 6,6; Sal 40,6-8; Sal 51,16-17). Hoy diríamos que la práctica del amor es más importante que las novenas, las promesas, las misas, los rezos y las procesiones.

Marcos 12,34: El resumen del Reino Jesús confirma la conclusión del doctor y dice: “¡No estás lejos del Reino de Dios!” De hecho, el Reino de Dios consiste en unir los dos amores: amor a Dios y amor al prójimo. Pues si Dios es Padre/Madre, nosotros todos somos hermanos y hermanas, y tenemos que mostrarlo en la práctica, viviendo en comunidad. «¡De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas!» (Mt 22,40) Los discípulos tienen que ponerse en la memoria, en la inteligencia, en el corazón, en las manos y en los pies esta ley mayor, pues no se llega a Dios de no ser a través la entrega total al prójimo.

Jesús había dicho al doctor de la Ley: «¡No estás lejos del Reino!» (Mc 12,34). El doctor ya estaba cerca, pero para poder entrar en el Reino tenía que dar un paso más. En el AT el criterio del amor al prójimo era: “Amar el prójimo como a sí mismo”. En el NT, Jesús ensancha el sentido del amor: “¡Este s mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado! (Jn 15,12-13). Ahora el criterio será: “¡Amar al prójimo como Jesús nos amó!”. Es el camino seguro para llegar a una convivencia más justa y fraterna.

Para la reflexión personal

Para ti, ¿qué es lo más importante en la religión?
Nosotros hoy, ¿estamos más cerca o más lejos del Reino de Dios del doctor que fue elogiado por Jesús? ¿Qué piensas?

Oración final

Señor, ningún dios como tú, no hay obras como las tuyas;
pues eres grande y haces maravillas, tú solo eres Dios. (Sal 86,8.10)

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Lectio jue, 16 de mar, 2023

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Te pedimos humildemente, Señor, que, a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el misterio pascual. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 11,14-23

Jesús expulsó a un demonio, que era mudo. Apenas salió el demonio, habló el mudo y la multitud quedó maravillada. Pero algunos decían: “Éste expulsa a los demonios con el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.

Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: “Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Satanás. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”.

Reflexión

El evangelio de hoy es de Lucas (Lc 11,14-23). El texto paralelo de Marcos (Mc 3,22-27) lo meditamos en enero.

Lucas 11,14-16: Las diversas reacciones ante la expulsión de un demonio. Jesús había expulsado un demonio que era mudo. La expulsión provocó dos reacciones diferentes. Por un lado, la multitud se quedó admirada y maravillada. La multitud acepta Jesús y cree en él. Por otro, los que no aceptan a Jesús y no creen en él. De estos últimos algunos decían que Jesús expulsaba a los demonios en nombre de Belcebú, el príncipe de los demonios, y otros querían de él una señal del cielo. Marcos informa que se trataba de escribas venidos de Jerusalén (Mc 3,22), que no concordaban con la libertad de Jesús. Querían defender la Tradición contra las novedades de Jesús.

Lucas 11,17-22: La respuesta de Jesús se divide en tres partes:

1ª parte: comparación del reino dividido (vv. 17-18ª) Jesús denuncia lo absurdo de la calumnia de los escribas. Decir que él expulsa los demonios con la ayuda del príncipe de los demonios es negar la evidencia. Es lo mismo que decir que el agua está seca, o que el sol es oscuridad. Los doctores de Jerusalén lo calumniaban, porque no sabían explicar los beneficios que Jesús realizaba para la gente. Tenían miedo a perder el liderazgo. Se sentían amenazados en su autoridad ante el pueblo.

2ª parte: ¿Por quién los expulsan vuestros hijos? (vv.18b-20) Jesús provoca a los acusadores y pregunta: “Si yo expulso en nombre de Belcebú, ¿en nombre de quién los discípulos de ustedes expulsan los demonios? ¡Contesten y expliquen! Si yo expulso el demonio por el dedo de Dios, ¡es porque llegó el Reino de Dios!”

3ª parte: llegando el más fuerte vence al fuerte (vv.21-22) Jesús compara el demonio con un hombre fuerte. Nadie, a no ser que sea una persona más fuerte, podrá robar en la casa de un hombre fuerte. Jesús es este más fuerte. Por esto consigue entrar en la casa y agarrar al hombre fuerte. Jesús agarra al hombre fuerte y ahora roba en la casa de éste, es decir, libera a las personas que estaban en el poder del mal. El profeta Isaías había usado la misma comparación para describir la venida del mesías (Is 49,24-25). Por esto Lucas dice que la expulsión del demonio es una señal evidente de que el Reino de Dios ha llegado.

Lucas 11,23: Quien no está conmigo, está contra mí. Jesús termina su respuesta con esta frase: “El que no está conmigo, está contra mí. El que no recoge conmigo, desparrama”. En otra ocasión, también a propósito de una expulsión del demonio, los discípulos impidieron a un hombre el que usara el nombre de Jesús para expulsar un demonio, ya que no era de su grupo. Y Jesús respondió: “No se lo impidáis. Porque ¡el que no está contra vosotros está con vosotros!” (Lc 9,50). Parecen dos frases contradictorias, pero no lo son. La frase del evangelio de hoy está dicha contra los enemigos que tienen preconceptos contra Jesús: “Quién no está conmigo, está contra mí. Y quien no recoge conmigo, dispersa”. Preconcepto y no aceptación hacen que el diálogo se vuelva imposible y rompen la unión. La otra frase la pronuncian los discípulos que pensaban tener el monopolio de Jesús: “¡Quién no está contra vosotros está a favor vuestro!” Mucha gente que no es cristiana práctica el amor, la bondad, la justicia, muchas veces hasta mejor que los cristianos. No podemos excluirlos. Son hermanos y obreros en la construcción del Reino. Nosotros los cristianos no somos dueños de Jesús. Es lo contrario; ¡Jesús es nuestro dueño!

Para la reflexión personal

“Quien no está conmigo, está contra mí. Y quien no recoge conmigo, desparrama”
¿Cómo ocurre esto en mi vida?
“No se lo impidáis. ¡Quien no está contra vosotros está a favor vuestro!” ¿Cómo esto acontece en mi vida?

Oración final

Venid, cantemos gozosos a Yahvé, aclamemos a la Roca que nos salva; entremos en su presencia dándole gracias, aclamándolo con salmos. (Sal 95,1-2)

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Lectio mié, 15 de mar, 2023

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu palabra, te pedimos, Señor, que te sirvamos fielmente con nuestras penitencias y perseveremos unidos en la plegaria. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Mateo 5,17-19

esús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.

Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.

Reflexión

El Evangelio de hoy (Mt 5,17-19) enseña como observar la ley de Dios de manera que su práctica muestre en qué consiste el pleno cumplimiento de la ley (Mt 5,17-19). Mateo escribe para ayudar las comunidades de judíos convertidos a superar las críticas de los hermanos de raza que los acusaban diciendo: “Ustedes son infieles a la Ley de Moisés”.

Jesús mismo había sido acusado de infidelidad a la ley de Dios. Mateo trae la respuesta esclarecedora de Jesús a los que lo acusaban. Así nos da una luz para ayudar las comunidades a resolver su problema.

Usando imágenes de la vida cotidiana, con palabras sencillas y directas, Jesús había dicho que la misión de la comunidad, su razón de ser, es ser sal y luz. Había dado algunos consejos respecto de cada una de las imágenes. A continuación vienen los tres breves versículos del Evangelio de hoy.

Mateo 5,17-18: Ni una tilde de la ley dejará de ser vigente. Había varias tendencias en las comunidades de los primeros cristianos. Unas pensaban que no era necesario observar las leyes del Antiguo Testamento, pues es la fe en Jesús lo que nos salva y no la observancia de la Ley (Rm 3,21-26). Otros aceptaban a Jesús como Mesías, pero no aceptaban la libertad del Espíritu con que algunas comunidades vivían la presencia de Jesús resucitado. Pensaban que ellos, siendo judíos, debían continuar observando las leyes del AT (Hec 15,1.5). Había además cristianos que vivían tan plenamente en la libertad del Espíritu, que habían dejado de mirar la vida de Jesús de Nazaret o el AT y que llegaban a decir: “¡Anatema Jesús!” (1Cor 12,3). Ante estas tensiones, Mateo procura un equilibrio más allá de los dos extremos. La comunidad ha de ser un espacio, donde este equilibrio pueda ser alcanzado y vivido. La respuesta dada por Jesús a los que lo criticaban seguía bien actual para las comunidades: “¡No he venido a abolir la ley, sino a darle pleno cumplimiento!”. Las comunidades no podían estar contra la Ley, ni podían encerrarse en la observancia de la ley. Al igual que Jesús, debían dar un paso y mostrar, en la práctica, cuál es el objetivo que la ley quiere alcanzar en la vida de las personas, a saber, en la práctica perfecta del amor.

Mateo 5,17-18: Ni una tilde de la ley dejará de ser vigente Y a los que querían deshacerse de toda la ley, Mateo recuerda otra palabra de Jesús: “Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos”. La gran inquietud del Evangelio de Mateo es mostrar que el AT, Jesús de Nazaret y la vida en el Espíritu Santo, no

pueden separarse. Los tres forman parte del mismo y único proyecto de Dios y nos comunican la certeza central de la fe: el Dios de Abrahán y Sara está presente en medio de las comunidades por la fe en Jesús de Nazaret que nos manda su Espíritu.

Para la reflexión personal

¿Cómo veo y vivo la ley de Dios: cómo horizonte de libertad creciente o cómo imposición que delimita mi libertad?
Y ¿qué podemos hacer hoy para los hermanos y las hermanas que consideran toda esta discusión como superada y sin actualidad? ¿Qué podemos aprender de ellos?

Oración final

¡Celebra a Yahvé, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión!,
que refuerza los cerrojos de tus puertas
y bendice en tu interior a tus hijos. (Sal 147,12-13)

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Lectio mar, 14 de mar, 2023

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Señor, que tu gracia no nos abandone, para que, entregados plenamente a tu servicio, sintamos sobre nosotros tu protección continua. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Mateo 18,21-35

Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contestó: «No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete».

Entonces Jesús les dijo: «El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’ Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.

Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Reflexión

El Evangelio de hoy habla de la necesidad del perdón. No es fácil perdonar. Pues ciertas heridas siguen machucando el corazón. Hay personas que dicen: “Yo perdono pero no olvido” Rencor, tensiones, discusiones, opiniones diferentes, ofensas, provocaciones dificultan el perdón y la reconciliación. Vamos a meditar las palabras de Jesús que hablan de reconciliación (Mt 18,21-22) y que nos traen la parábola del perdón sin límites (Mt 18,23-35).

Mateo 18,21-22: ¡Perdonar setenta veces siete! Jesús había hablado de la importancia del perdón y sobre la necesidad de saber acoger a los hermanos y a las hermanas para ayudarlos a reconciliarse con la comunidad (Mt 18,15-20). Ante estas palabras de Jesús, Pedro pregunta: “¿Cuántas veces tengo que perdonar a los hermanos que pecan contra mí? ¿Hasta setenta veces siete? ” El número siete indica una perfección. En este caso, era sinónimo de siempre. Jesús va más lejos de la propuesta de Pedro. Elimina todo y cualquier límite posible para el perdón: «No te digo siete, sino setenta veces siete.” O sea, ¡setenta veces siempre! Pues no hay proporción entre el perdón que recibimos de Dios y el perdón que debemos ofrecer a los hermanos, como nos enseña la parábola del perdón sin límites.

La expresión setenta veces siete era una alusión a las palabras de Lamec que decía: “Y dijo Lamec a sus mujeres: Que un varón mataré por mi herida, y un joven por mi golpe. Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete lo será”. (Gen 4,23-24). Jesús quiere invertir el espiral de violencia que entró en el mundo por

la desobediencia de Adán y Eva, por el asesinato de Abel y Caín y por la venganza de Lamec. Cuando la violencia desenfrenada se apodera de la vida, todo se deshace y la vida se desintegra. Surge el Diluvio y aparece la Torre de Babel de la dominación universal (Gen 2,1 a 11,32).

Mateo18, 23-35: La parábola del perdón sin límite. La deuda de diez mil talentos valía alrededor de 164 toneladas de oro. La deuda de cien denarios valía 30 gramos de oro. No existe medio de comparación entre los dos. Aunque el deudor con mujer e hijos fuesen a trabajar la vida entera, jamás serían capaces de juntar 164 toneladas de oro.

Ante el amor de Dios que perdona gratuitamente nuestra deuda de 164 toneladas de oro, es nada más que justo el que nosotros perdonemos al hermano una deuda insignificante de 30 gramos de oro, ¡setenta veces siempre! ¡El único límite a la gratuidad del perdón de Dios es nuestra incapacidad de perdonar al hermano! (Mt 18,34; 6,15).

La comunidad como espacio alternativo de solidaridad y de fraternidad. La sociedad del Imperio Romano era dura y sin corazón, sin espacio para los pequeños. Estos buscaban un abrigo para el corazón y no lo encontraban. Las sinagogas también eran exigentes y no ofrecían un lugar para ellos. Y en las comunidades cristianas el rigor de algunos en la observancia de la Ley llevaba dentro de la convivencia los mismos criterios de la sinagoga. Además de esto, hacia finales del siglo primero, en las comunidades cristianas comenzaban a aparecer las mismas divisiones que existían en la sociedad entre rico y pobre (Sant 2,1-9). En vez de ser la comunidad un espacio de acogida corría el riesgo de volverse un lugar de condena y de conflictos. Mateo quiere iluminar las comunidades, para que sean un espacio alternativo de solidaridad y de fraternidad. Deben ser una Buena Nueva para los pobres.

Para la reflexión personal

¿Por qué es tan difícil perdonar?
En nuestra comunidad, ¿existe un espacio para la reconciliación? ¿De qué manera?

Oración final

Muéstrame tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas.
Guíame fielmente, enséñame, pues tú eres el Dios que me salva.
En ti espero todo el día, por tu bondad, Yahvé. (Sal 25,4-6)

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Lectio lun, 13 de mar, 2023

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua, y pues sin tu ayuda no puede mantenerse incólume, que tu protección la dirija y la sostenga siempre. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 4,24-30

En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria”.

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una saliente del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.

Reflexión

El evangelio de hoy (Lc 4,24-30) forma parte de un conjunto más amplio (Lc 4,14-32). Jesús ha presentado su programa en la sinagoga de Nazaret por medio de un texto de Isaías que hablaba de pobres, de presos, de ciegos y de oprimidos (Is 61,1-2) y que reflejaba la situación de la gente de Galilea en el tiempo de Jesús. En nombre de Dios, Jesús toma postura y define su misión: anunciar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, restituir la libertad a los oprimidos. Terminada la lectura, actualiza el texto y dice: “¡Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír!” (Lc 4,21).. Todos los presentes quedan admirados (Lc 4,16-22ª). Pero luego hay una reacción de descrédito. La gente en la sinagoga queda escandalizada y no quiere saber más de Jesús. Decía: “¿No es este acaso el hijo de José?” (Lc 4,22b) ¿Por qué quedan escandalizados? ¿Cuál es el motivo de aquella reacción tan inesperada?

Jesús cita el texto de Isaías sólo hasta donde dice: «proclamar un año de gracia de parte del Señor», y corta el final de la frase que decía: “e proclamar un día de venganza de nuestro Dios” (Is 61,2). La gente de Nazaret queda asombrada porque Jesús omite la frase sobre la venganza. Ellos querían que la Buena Nueva de la liberación de los oprimidos fuera una acción de venganza de parte de Dios contra

sus opresores. En este caso, la venida del Reino sería apenas un mínimo cambio y no una mudanza o conversión del sistema. Jesús no acepta este modo de pensar. Su experiencia de Dios como Padre ayuda a entender mejor el sentido de las profecías. Descarta la venganza. La gente de Nazaret no aceptó la propuesta y comienza a disminuir la autoridad de Jesús: “¿ No es éste el hijo de José?”

Lucas 4,24: Ningún profeta es bien recibido en su patria. La gente de Nazaret sintió rabia hacia Jesús porque no había hecho ningún milagro en Nazaret, como había hecho en Cafarnaún. Jesús responde: “¡Ningún profeta es bien recibido en su patria!” En el fondo, ellos no aceptaban la nueva imagen de Dios que Jesús les comunicaba a través de esta nueva interpretación más libre de Isaías. El mensaje del Dios de Jesús superaba los límites de raza de los judíos para acoger a los excluidos y toda la humanidad.

Lucas 4,25-27: Dos historias del Antiguo Testamento. Para ayudar la comunidad a superar el escándalo y entender el universalismo de Dios, Jesús usa dos historias bien conocidas en el AT: una de Elías y la otra de Eliseo. Por medio de estas historias criticaba la cerrazón del pueblo de Nazaret. Elías fue enviado a la viuda extranjera de Sarepta (1 Reyes 17,7-16). Eliseo fue enviado para atender al extranjero de Siria (2 Reyes 5,14).

Lucas 4,28-30: Querían matarle, pero él pasando en medio de ellos, se marchó. El llamado de Jesús no aplaca a la gente. ¡Al contrario! El uso de estos dos pasajes de la Biblia produce más rabia. La comunidad de Nazaret llega al punto de querer matar a Jesús. Y así, en el momento en que presenta su proyecto de acoger a los excluidos, Jesús mismo ¡fue excluido! Pero él mantuvo la calma. La rabia de los otros no consigue desviarle de su camino. Lucas nos muestra, así, lo difícil que es superar la mentalidad de privilegio y de cerrazón. Mostraba, además, que la polémica apertura hacia los paganos venía de Jesús. Jesús tuvo las mismas dificultades que las comunidades estaban teniendo en tiempo de Lucas.

Para la reflexión personal

¿El programa de Jesús está siendo mi programa o nuestro programa? ¿Mi actitud es la de Jesús o la del pueblo de Nazaret?
¿Quiénes son los excluidos que deberíamos acoger mejor en nuestra comunidad?

Oración final

Mi ser languidece anhelando los atrios de Yahvé;
mi mente y mi cuerpo se alegran por el Dios vivo. (Sal 84,3)

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Lectio Dom, 12 de mar, 2023

El encuentro de Jesús con la Samaritana Un diálogo que genera vida nueva

Juan 4,5-42

Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.

Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

Lectura

Una clave de lectura:

El texto describe el diálogo entre Jesús y la Samaritana. Diálogo muy humano, que demuestra cómo Jesús se relacionaba con las personas y cómo Él mismo aprendía y se enriquecía hablando con otros. Durante la lectura, intenta prestar atención a lo que más te sorprende en la conducta tanto de Jesús como de la Samaritana.

Una división del texto para ayudar a la lectura:
Jn 4,5-6: Crea el escenario donde se entabla el diálogo
Jn 4,7-26: Describe el diálogo entre Jesús y la Samaritana
7-15: Sobre el agua y la sed
16-18: Sobre el marido y la familia
19-25: Sobre la religión y el lugar de la adoración
Jn 4,27-30: Describe el resultado del diálogo en la persona de la Samaritana
Jn 4,31-38: Describe el resultado del diálogo en la persona de Jesús
Jn 4,39-42: Describe el resultado de la misión de Jesús en la Samaría

El texto:

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.

Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.

La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.

La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.

La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.

En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’ Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.

Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.

Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.

Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

Algunas preguntas

… para ayudarnos en la meditación y en la oración.

¿Qué nos ha llamado más la atención en la conducta tenida por Jesús durante el diálogo con la Samaritana? ¿Qué pedagogía ha usado para ayudar a la Samaritana a percibir una dimensión más profunda de la vida?
¿Qué nos llama más la atención en la conducta de la Samaritana durante el diálogo con Jesús? ¿Qué influencia ha tenido ella en Jesús?
En el Antiguo Testamento ¿dónde está asociada el agua al don de la vida y al don del Espíritu Santo?
¿En qué puntos la conducta de Jesús, me interroga, interpela, provoca o critica?
La Samaritana ha llevado el tema de la conversación hacia la religión. Si tú pudieras hablar con Jesús y hablar con Él, ¿qué temas quisieras tratar con Él? ¿Por qué?
¿Será verdad que adoro a Dios en espíritu y verdad o me apoyo y oriento más sobre ritos y prescripciones?

Una clave de lectura

para aquellos que quieran profundizar más en el tema.

El simbolismo del agua:

Jesús usa la palabra agua, en dos sentidos: en sentido material, normal del agua que quita la sed y en sentido simbólico del agua como fuente de vida y don del Espíritu.

Verdaderamente Jesús usa un lenguaje que las personas entienden y que, al mismo tiempo, despierta en ellos la voluntad de profundizar y de descubrir un sentido más profundo de la vida.

El uso simbólico del agua tiene su raíz en la tradición del Antiguo Testamento, donde es frecuente la mística del agua como símbolo de la acción del Espíritu de Dios en las personas. Jeremías, por ejemplo, opone el agua viva del manantial al agua de la cisterna (Jr 2,13). Cisterna cuanta más agua sacas, menos agua habrás. Manantial, cuanta más agua sacas, más agua tendrás. Otros textos del Antiguo Testamento: Is 12,3; 49,10; 55,1; Ez 47,1-3, etc. Jesús conoce las tradiciones de su pueblo y sobre ellas se apoya en la conversación con la Samaritana. Sugiriendo el sentido simbólico del agua, evoca en ella (y en los lectores) todo un conjunto de episodios y frases del Antiguo Testamento.

El diálogo entre Jesús y la Samaritana:

Jesús encuentra a la Samaritana cerca del pozo, lugar tradicional para los encuentros y las conversaciones (Gén 24,10-27; 29,1-14). Él parte de la necesidad muy concreta de su propia sed y obra de modo que la mujer se sienta necesaria y servidora. Jesús se hace el necesitado de ella. Por la pregunta, hace de modo que la Samaritana pueda descubrir que Él depende de ella para resolver el problema de su sed. Jesús despierta en ella el gusto de ayudar y servir.

El diálogo de Jesús y la Samaritana tiene dos niveles.

El nivel superficial, en el sentido material del agua que quita la sed a las personas y del sentido normal de marido como padre de familia. A este nivel, la conversación es tensa y difícil y no tiene continuidad. Quien tiene ventaja es la Samaritana. Al principio, Jesús ha intentado un encuentro con ella a través de la puerta del trabajo cotidiano (sacar agua), pero no lo ha logrado. Después, ha intentado la puerta de la familia (llamar al marido), y tampoco ha tenido resultado. Finalmente, la Samaritana ha tomado el tema de la religión (lugar de la adoración). Jesús ha logrado entrar por la puerta que ella ha abierto.

El nivel profundo, en el sentido simbólico del agua como imagen de la vida nueva traída por Jesús y del marido como símbolo de la unión de Dios con su pueblo. A este nivel, la conversación tiene una continuidad perfecta. Después de haber revelado que Él mismo, Jesús, ofrece el agua de la nueva vida, dice: «Ve, llama a tu marido y luego regresa acá». En el pasado, los samaritanos tuvieron cinco maridos, ídolos, ligados a cinco pueblos que fueron llevados a aquel lugar por el rey de Asiria (2Re 17,30-31). El sexto marido, el que tenía ahora, no era el verdadero: «¡el que tienes ahora no es tu marido!» (Jn 4,18). No realizaba el deseo más profundo del pueblo: la unión con Dios, como marido que se une a su esposa (Is 62,5; 54,5). El verdadero marido, el séptimo, es Jesús, como fue prometido por Oseas: «Y te haré mi esposa para siempre; y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en piedad y misericordia. Y te haré mi esposa fiel, y ¡reconocerás que soy el Señor!» (Os 2,21-22). Jesús es el esposo que llega (Mc 2,19) para llevar la vida nueva a la mujer que lo ha buscado toda la vida y, hasta ahora, no lo había encontrado. Si el pueblo acepta a Jesús como «esposo», tendrá acceso a Dios en cualquier parte que esté, tanto en espíritu como en verdad (vv.23- 24).

Jesús declaró su sed a la Samaritana, pero no tomó el agua. Señal de que su sed era simbólica y tenía relación con su misión, la sed de realizar la voluntad del Padre (Jn 4,34). Esta sed está todavía presente en Él, y lo estará por toda la vida, hasta la muerte. Dice Él en la hora de la muerte: «Tengo sed» (Jn 19,28). Declara que tiene sed por última vez y así puede decir: «¡Todo se ha cumplido!» Después inclinando la cabeza entregó el espíritu (Jn 19,30). Realizó su misión.

El relieve de la mujer en el Evangelio de Juan:

En el Evangelio de Juan, las mujeres se destacan en siete momentos, decisivos para la divulgación del Evangelio. A ellas se le atribuyen funciones y misiones, algunas de las cuáles, en los otros evangelios, son atribuidas a los hombres.

En las Bodas de Caná, la Madre de Jesús reconoce los límites del Antiguo Testamento y reafirma la grande ley del Evangelio: «¡Haced todo lo que Él os diga!» (Jn 2,1-11). La Samaritana es la primera persona que recibe de Jesús el más grande secreto, a saber, que Él es el Mesías: «Soy yo, que hablo contigo!» (Jn 4,26). Y se convierte en la evangelizadora de la Samaria (Jn 4,28-30, 39-42). La mujer, llamada la adúltera, a la hora de ser perdonada por Jesús, se convierte en juez de la sociedad patriarcal (o del poder masculino) que la quería condenar (Jn 8,1-11). En los otros evangelios es Pedro el que hace la profesión de fe en Jesús (Mt 16,16; Mc 8,29; Lc 9,20). En el evangelio de Juan, quien hace la profesión de fe es Marta, hermana de María y Lázaro (Jn 11,27).

María, hermana de Marta, unge los pies de Jesús para el día de su sepultura (Jn 12,7). En aquel tiempo, quien moría en la cruz, no tenía sepultura, ni podía ser embalsamado. Por esto, María anticipó la unción del cuerpo de Cristo. Esto significa que ella aceptaba a Jesús como el Mesías-Siervo que debería morir en la cruz. Pedro no aceptaba a Jesús como Mesías-Siervo (Jn 13,8) y trató de disuadirlo (Mt 16,22). Así, María se presenta como modelo para los otros discípulos. A los pies de la Cruz: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!». «¡He ahí a tu Madre!» (Jn 19,25-27). Nace la Iglesia de los pies de la cruz. María es el modelo de la comunidad cristiana. La Magdalena debe anunciar la Buena Nueva a los hermanos (Jn 20,11-18). Ella recibe una orden sin la cual todas las otras órdenes dadas a los apóstoles no hubieran tenido fuerza ni valor.

La Madre de Jesús aparece dos veces en el evangelio de Juan: al principio, en las bodas de Caná (Jn 2,1-5) y al final, a los pies de la Cruz (Jn 19, 25-27). En los dos casos ella representa al Antiguo Testamento que espera la llegada del Nuevo y, en los dos casos, contribuye a fin de que el Nuevo pueda llegar. María es el anillo de unión entre lo que era antes y lo que debería venir después. En Caná, es ella, la Madre de Jesús, símbolo del Antiguo Testamento, la que percibe los límites del Antiguo y da los pasos para que el Nuevo pueda llegar. En la hora de la muerte es la Madre de Jesús, la que acoge al «Discípulo Amado». Aquí, el Discípulo Amado es la nueva Comunidad que ha crecido en torno a Jesús. Es el hijo que ha nacido del Antiguo Testamento. A petición de Jesús, el hijo, el Nuevo Testamento, acoge la Madre, el Antiguo Testamento, en su casa. Los dos deben caminar juntos. Porque el Nuevo no se puede entender sin el Antiguo. Sería un edificio sin fundamento. Y el Antiguo sin el Nuevo sería incompleto. Sería un árbol sin frutos.

6. Salmo 19 (18)

Dios dialoga con nosotros por medio de la Naturaleza y de la Biblia

Los cielos cuentan la gloria del Señor,
proclama el firmamento la obra de sus manos.
Un día al siguiente le pasa el mensaje y una noche a la otra se lo hace saber.
No hay discursos ni palabras ni voces que se escuchen, mas por todo el orbe se capta su ritmo,
y el mensaje llega hasta el fin del mundo.
Al sol le fijó una tienda en lontananza, de allí sale muy alegre,
como un esposo que deja su alcoba, como atleta, a correr su carrera.
Sale de un extremo de los cielos y en su vuelta, que alcanza al otro extremo,
no hay nada que se escape a su calor. La ley del Señor es perfecta,
es remedio para el alma,
toda declaración del Señor es cierta y da al sencillo la sabiduría.
Las ordenanzas del Señor son rectas y para el corazón son alegría.
Los mandamientos del Señor son claros y son luz para los ojos.
El temor del Señor es un diamante, que dura para siempre;
los juicios del Señor son verdad, y todos por igual se verifican.
Son más preciosos que el oro,
valen más que montones de oro fino; más que la miel es su dulzura,
más que las gotas del panal. También son luz para tu siervo, guardarlos es para mí una riqueza. Pero ¿quién repara en sus deslices? Límpiame de los que se me escapan.
Guarda a tu siervo también de la soberbia, que nunca me domine.
Así seré perfecto y limpio de pecados graves.
¡Ojalá te gusten las palabras de mi boca, esta meditación a solas ante ti,
oh, Señor, mi Roca y Redentor!

7. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén

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Lectio sab, 11 de mar, 2023

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Señor, Dios nuestro, que, por medio de los sacramentos, nos permites participar de los bienes de tu reino ya en nuestra vida mortal; dirígenos tú mismo en el camino de la vida, para que lleguemos a alcanzar la luz en la que habitas con tus santos. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 15,1-3.11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: «Éste recibe a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ «.

Reflexión

El capítulo 15 del evangelio de Lucas está lleno de la siguiente información: “Todos los publicanos y pecadores se acercaban para oírle a Jesús. Los fariseos y los escribas, sin embargo, murmuraban. Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,1-3). E inmediatamente Lucas presenta tres parábolas entrelazadas entre sí por el mismo tema: la oveja perdida (Lc 15,4-7), la dracma perdida (Lc 15,8-10), el hijo perdido (Lc 15,11-32). Esta última parábola es el tema del evangelio de hoy.

Lucas 15,11-13: La decisión del hijo menor. Un hombre tenía dos hijos. El menor pide la parte de la heredad que le toca. El padre divide todo entre los dos. Tanto el mayor como el menor, reciben su parte. Recibir la herencia no es un mérito. Es un don gratuito. La herencia de los dones de Dios está distribuida entre todos los seres humanos, tanto judíos como paganos, tanto cristianos como no cristianos. Todos reciben algo de la herencia del Padre. Pero no todos la cuidan de la misma manera. Así, el hijo menor se va lejos y gasta su herencia en una vida disipada, huyendo de su Padre. En tiempo de Lucas, el mayor representaba a las comunidades venida del judaísmo, y el menor a las comunidades venidas del paganismo. Y hoy, ¿quién es el mayor y quién el menor?

Lucas 15,14-19: La decepción y la voluntad de volver a casa del Padre. La necesidad de tener que comer hace que el menor perciba su libertad y se vuelva esclavo para cuidar de los puercos. Recibe el tratamiento peor que los puercos. Esta era la condición de vida de millones de esclavos en el imperio romano en tiempo de Lucas. La situación en la que se encuentra hace que el hijo menor recuerde la casa del Padre. Hace una revisión de vida y decide volver a casa. Hasta prepara las palabras que va a decir al Padre: “Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. ¡Trátame como a uno de tus jornaleros!” Jornalero, ejecuta órdenes, cumple con la ley de la servidumbre. El hijo menor quiere ser cumplidor de la ley, como lo querían los fariseos y los publicanos en el tiempo de Jesús (Lc 15,1). Era esto lo que los misioneros de los fariseos imputaban a los paganos que se convertían al Dios de Abrahán (Mt 23,15). En el tiempo de Lucas, cristianos venidos del judaísmo consiguieron que algunos cristianos, convertidos del paganismo, se sometieran al yugo de la ley (Gál 1,6-10).

Lucas 15,20-24: La alegría del Padre al reencontrar al hijo menor. La parábola dice que el hijo menor estaba todavía lejos de casa cuando el Padre ya lo vio, corrió a su encuentro y lo llenó de besos. La impresión que Jesús nos da es que el Padre se había quedado largo tiempo a la ventana mirando hacia la carretera para ver si el hijo despuntaría a lo lejos. Conforme con nuestra forma humana de pensar y de sentir, la alegría del Padre parece exagerada. Ni siquiera deja que el hijo termine las palabras que había preparado. ¡No escucha! El Padre no quiere que el hijo sea su esclavo. Quiere que sea su hijo. Esta es la gran Buena Nueva que Jesús nos trae. Túnica nueva, sandalias nuevas, anillo al dedo, churrasco, ¡fiesta! En esta alegría inmensa del reencuentro, Jesús deja trasparentar la gran tristeza del Padre por la pérdida del hijo. Dios estaba muy triste, y la gente se da cuenta ahora, viendo el tamaño de la alegría del Padre cuando vuelve a encontrar al hijo. ¡Es una alegría compartida con todo el mundo en la fiesta que pide preparar!

Lucas 15,25-28b: La reacción del hijo mayor. El hijo mayor volvía de su trabajo en el campo y se encuentra con la casa en fiesta. No entra. Quiere saber qué pasa. Cuando se entera de la razón de la fiesta, se llena de rabia y no quiere entrar. Cerrado en sí mismo, piensa tener su derecho. No le gusta la fiesta y no entiende la alegría del

Padre. Señal de que no tenía mucha intimidad con el Padre, a pesar de vivir en la misma casa. Pues, si hubiera tenido intimidad con él, hubiera notado la inmensa tristeza del Padre por la pérdida del hijo menor y hubiera entendido su alegría por la vuelta del hijo. Quien vive muy preocupado en observar la ley de Dios, corre el peligro de alejarse de Dios. El hijo menor, a pesar de estar lejos de casa, parecía conocer al Padre mejor que el hijo mayor, que moraba con él en la misma casa. Pues el menor tuvo el valor de volver a la casa del Padre, mientras que el mayor no quiere entrar en la casa del Padre. No se da cuenta de que el Padre, sin él, perderá la alegría. Pues él también, el mayor, es hijo lo mismo que el menor.

Lucas 15,28a-30: La actitud del Padre y la respuesta del hijo mayor. El padre sale de casa y suplica al hijo mayor para que entre. Pero éste contesta: «Padre, hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!» El mayor también quiere la fiesta y la alegría, pero sólo con los amigos. No con el hermano, ni siquiera con el padre. Ni siquiera llama al hermano menor con el nombre de hermano, ya que dice “ese hijo tuyo” como si no fuera su hermano. Y es él, el mayor, quien habla de prostitutas. ¡Es su malicia la que interpreta la vida del hermano menor! Cuántas veces nosotros los católicos interpretamos mal la vida y la religión de los demás. La actitud del Padre es otra. El acoge el hijo menor, pero también no quiere perder el hijo mayor. Los dos forman parte de la familia. El uno no puede excluir al otro.

Lucas 15,31-32: La respuesta final del Padre. Así como el Padre no presta atención a los argumentos del hijo menor, así también no presta atención a los argumentos del hijo mayor y dice: » Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ¡ha sido hallado!» ¿Será que el mayor tenía realmente conciencia de estar siempre con el Padre y de encontrar en esta presencia la causa de su alegría? La expresión del Padre «¡Todo lo mío es tuyo!» incluye también al hijo menor que volvió. El mayor no tiene derecho a hacer distinción. Si él quiere ser hijo del Padre, tendrá que aceptarlo así como a él le gustaría que el Padre es. La parábola no dice cuál fue la respuesta final del hermano mayor. Esto le toca al hermano mayor, que somos todos nosotros.

Aquel que experimenta la gratuita y sorprendente entrada del amor de Dios en su vida se alegra y quiere comunicar esta alegría a los demás. La acción salvadora de Dios es fuente de alegría: “¡Alégrense conmigo!” (Lc 15,6.9) Y de esta experiencia de la gratuidad de Dios nace el sentido de la fiesta y de la alegría (Lc 15,32). Al final de la parábola, el Padre manda alegrarse y hacer fiesta. La alegría queda amenazada a causa del hijo mayor que no quiere entrar. El piensa que tiene derecho a una alegría sólo con sus amigos y no quiere la alegría con todos los miembros de la misma familia humana. El representa a los que se consideran justos y observantes y piensan que no precisan conversión.

Para la reflexión personal

¿Cuál es la imagen de Dios que está en mí desde mi infancia? ¿Ha cambiado a lo largo de los años? Si ha cambiado, ¿por qué ha cambiado?
¿Me identifico con cuáles de los dos hijos: con el menor o con el mayor? ¿Por qué?

Oración final

Bendice, alma mía, a Yahvé,
el fondo de mi ser, a su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Yahvé,
nunca olvides sus beneficios. (Sal 103,1-2)

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