Arrobamiento

En el léxico teresiano, arrobamiento equivale a éxtasis, con leves diferencias de matiz. Pero es término mucho más usado que el segundo vocablo. Más frecuente también que los equivalentes arrebatamiento y suspensión. (Un tanteo lexical daría estos resultados: arrobamiento/s, 108 veces; éxtasis, 10; arreba­tamiento/s, 8; suspensión/es, 22; rapto, 4. Pero no usa extasiar ni arrobar; en cambio, sí usa arrebatar, suspender las potencias. “Suspensión o arrobamiento”, escribirá en Fund 28,3, dando por equivalentes los dos términos).

De arrobamiento tratan expresamente el c. 20 de Vida y el 4 de las Moradas sextas: “Que trata de la diferencia que hay de unión a arrobamiento. Declara qué cosa es arrobamiento y dice algo del bien que tiene el alma que el Señor por su bondad llega a él… Es de mucha admiración”. Así, el epígrafe del c. 20 de Vida. El capítulo 4 de las moradas sextas se titula: “Trata de cuando suspende Dios el alma con arrobamiento o éxtasis o rapto, que todo es uno, a mi parecer, y cómo es menester gran ánimo para recibir grandes mercedes de Su Majestad”. Intermedio cronológicamente entre Vida y Moradas, se reitera el argumento en el capítulo 6 de los Conceptos, cuyo epígrafe dice: “Habla de la suspensión de las potencias y dice cómo algunas almas llegan en poco tiempo a esta oración tan subida”.

En la Relación 5,9, escrita un año antes del texto de las Moradas, puntualiza otra equiparación: “La diferencia que hay de arrobamiento y arrebatamiento, es que el arrobamiento va poco a poco muriéndose a estas cosas exteriores y perdiendo los sentidos y viviendo a Dios. El arrebatamiento viene con una sola noticia que Su Majestad da en lo muy íntimo del alma, con una velocidad que le parece que le arrebata a lo superior de ella, que a su parecer se le va del cuerpo…”.

Poco antes había escrito: “Arrobamientos y suspensión, a mi parecer, todo es uno, sino que yo acostumbro a decir suspensión, por no decir arrobamiento, que espanta” (Ib 7).

En cambio, en Fundaciones c. 6 se esforzará por aportar criterios de discernimiento entre la gracia mística de arrobamiento y ciertas anomalías psíquicas, que ya en M 4,3,11 había etiquetado ella misma como abobamiento, y poco antes en F 5,13 de embebecimientos. El criterio básico de discernimiento entre el hecho místico y el contrahecho morboso consiste en el contenido de uno y otro desde el punto de vista noético: en la suspensión mística de las potencias “es adonde le da el Señor a entender grandes secretos, que parece los ve en el mismo Dios” (6M 10,2).

T. Álvarez

Pureza

Entre depender de los apetitos o ser de Dios. De las más de sesenta y una vez que emplea Juan de la Cruz la palabra “pureza”, la primera es en Subida (1,9,3). Y no podía ser de otro modo, pues comienza por ver al alma impura, atacada por el virus de los  apetitos, al mismo tiempo que llamada a convenir con Dios en  unión de amor. Aquellos, entre otras cosas, la ensucian y manchan (S 1,9,2-3). El alma sin embargo está llamada a volver a la pureza con la que salió de las manos de  Dios al crearla, pues la hizo a su imagen y semejanza. Necesita desandar un camino para volver a la hermosura que Dios quiso plasmar en ella. El alma, que se deja invadir por los apetitos, se vuelve fea y sucia. Su tarea será recobrar lo perdido. Esto exige, por una parte, pureza y, por otra, limpieza. Cuando una cosa es fea, impura, existe un desorden (S 1,9,7), porque se han mezclado cosas impropias del sujeto que lo desfiguran; cuando algo está sucio, manchado, pierde brillo y transparencia. La fealdad encuentra su remedio en la pureza y la suciedad en la limpieza.

Pureza y limpieza. Estas dos palabras, aunque parecen sinónimos en la pluma sanjuanista, tiene cada una su significado propio. La primera indica no tener mixtura de ninguna otra cosa y “consiste en que no se le pegue [al alma] ninguna afición de criatura, ni temporalidad, ni advertencia eficaz” (S 3,3,4). La segunda exige no tener suciedad, mancha ni mota que la haga menos clara. Ser alma pura y limpia son dos características del alma que llega a la unión con Dios que se completan. En el  camino de la vida espiritual tanto interesa la una como la otra.

Precisando ideas y aclarando el camino a seguir, el autor de la Subida emplea la acción del verbo “purgar” y “purificar”, o del sustantivo “purga” y “purificación”, como remedios para liberar al alma de las mezclas que la impiden ser pura. Este adjetivo lo usa más de ciento cuarenta y ocho veces. Lo mismo ha de decirse cuando se trata de limpieza: “limpiar” el alma, volverla “limpia”. Pero es de notar que el Santo no alude a la “castidad”, cuando de pureza y limpieza se trata. Sólo en dos ocasiones menciona esta palabra: en los Avisos (n. 155) y en el gráfico del Monte Carmelo. No fue olvido. La omite porque no le hacía al caso, dado que entonces prevalecía el significado casi exclusivo de voto dentro de la vida religiosa.

En Subida se insiste en la total fealdad del alma por la variedad de imperfecciones y de pecados que producen los apetitos (S 1,9,7). El alma necesita purificarse del apetito para llegar a la unión con Dios (ib. n. 3). Sobre esta necesidad J. de la Cruz es tajante; pero no se le puede calificar de intransigente, al no admitir atenuantes de ningún género. La pureza es imprescindible al estado de perfección que se pretende, y esto aunque parezca “cosa recia y muy dificultosa poder llegar el alma a tan alta pureza y desnudez, que no tengan voluntad y afición de ninguna cosa” (S 1,11,1). Está en juego el llegar o no al  matrimonio espiritual (CB 20,1).

Hay que pasar por la  noche oscura que limpia al alma y la purifica de imperfecciones (N 1,1,3); experimentar la sequedad y  purgación del apetito, por las que se purifica y limpia el alma de las imperfecciones que se le pegaban por medio de los apetitos y afecciones (N 1,13,4). Nada puede librarse de la  purificación y limpieza: ni el entendimiento, voluntad y memoria. La luz que la vaya a llegar de Dios depende de su claridad y pureza (N 2,8,3). Pero todo se purga y limpia de una forma muy original: con fuego amoroso, tenebroso, espiritual (N 2,12,1). Con todo, no es el alma la que crea su pureza y limpieza, sino Dios quien le concede esa merced de curarla con “fuerte lejía y amarga purga” (N 2,13,11). Al alma que se deja hacer de Dios, éste le da “la limpieza y pureza que en el estado original la dio, o en el día del bautismo, acabándola de limpiar de todas sus imperfecciones y tinieblas como entonces lo estaba” (CA 37,1). Particular importancia tiene la pureza de  fe, porque el camino para ir a Dios es camino santo, es decir, pureza de fe (S 2,8,3; cf. S 2,28,1 y S 3,1,1).

Efectos en el alma. Cuando el alma queda limpia y pura y vacía de todas formas y figuras que antes tenía (CB 26,17) y ha sido evacuado “todo lo que tenía ajeno de Dios” (CB 27,6), J. de la Cruz se detiene en enumerar los efectos que produce tal pureza y limpieza, indicando que merece la pena volver a ser como Dios la pensó. Dios la conforma con su sencillez y pureza (CB 226,17); la transforma en sí, haciéndola toda suya (CB 27,6); se enamora de ella, viendo la pureza y entereza de su fe (CB 31,3); “canta la pureza que ella tiene en este estado y las riquezas y premio que ha conseguido por haberse dispuesto y trabajado por venir a él” (CB 34,2). La “consumación de amor de Dios” es precisamente “venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él” (CB 38,2). De la pureza y limpieza depende también la mayor o menor comunicación con Dios. Dirá en Llama: “Cuando hay más pureza, tanto más abundante y frecuente y generalmente se comunica Dios” (LlB 1,9).

Como fino observador, el Doctor místico resalta la importancia que tiene la pureza de espíritu (Av pról.), de conciencia (ib. 12), de amor (ib. 20, 26), de intención con que obra todas las cosas (ib. 104), de corazón (ib. 184). Enseña, hablando de la pureza y limpieza, que el alma está hecha para volar, como las aves, “que en el aire se purifican y limpian” (ib. 98). El alma que vuela en los aires de Dios hace suya la pureza y limpieza de su Creador.

Evaristo Renedo

Humildad

No existe en los escritos sanjuanistas una exposición directa y sistemática de esta virtud, al estilo de los maestros de ascética. Las enseñanzas dispersas a lo largo y ancho de sus páginas demuestran la importancia concedida a este valor evangélico y cristiano. Consecuente con el principio metodológico tan recordado por él, la contraposición a la  soberbia espiritual (N 1,2) le sirve para iluminar el sentido de la humildad, que es “la virtud contraria al primer vicio capital, que es la soberbia” (N 1,12,7). A las ideas comunes y generales sobre la humildad, J. de la Cruz aporta detalles muy interesantes al tratar de la correcta actitud espiritual frente a las gracias y favores concedidos por Dios. Tres son los aspectos a destacar en su magisterio sobre la humildad: noción general, valor y aplicaciones concretas.

a) Humildad y conocimiento propio. Según el Santo, la humildad comienza y termina en el conocimiento de la propia realidad existencial o antropológica. Su valor dimana, sin embargo, de la palabra y del ejemplo de Cristo (S 1,13,2-4; 2,7), que “es la suma humildad” (LlB 3,6). Además, está siempre “empleado en regalar y acariciar al alma como la madre en servir y regalar a su niño” (CB 27,1). Es más: “Aún llega a tanto la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala y engrandece a esta humilde y amorosa alma … que se sujeta a ella verdaderamente para la engrandecer, como si él fuese su siervo y ella su señor … como si el fuese su esclavo y ella fuese su Dios: ¡tan profunda es la humildad y dulzura de Dios!” (ib.).

La verdadera humildad está íntimamente vinculada al propio conocimiento y tiene su expresión concreta en la  desnudez espiritual, que lleva derechamente al ejercicio de la caridad (S 3,23,1). En la desnudez –asegura el Santo– “halla el espiritual su quietud y descanso, porque, no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad” (S 1,13,13).

La humildad alcanza plenitud y autenticidad cuando desaparece radicalmente el propio egoísmo y se realiza la configuración a  Cristo; entonces se alcanza la verdadera unión con él: “Cuando –el hombre– viniere a quedar resuelto en nada, que será la suma humildad, podrá unirse con Cristo” (S 2,7,11). Escalar esa cima es cosa de tiempo y esfuerzo, como lo es adquirir la virtud o hábito. El modo concreto de proceder –avisa el Santo– es asumir la nada del propio ser frente a Dios (S 2,4), es decir, “no sólo el tener sus propias cosas en nada, mas con muy poca satisfacción de sí” (N 1,2,6). Brota de ahí el sincero deseo de ser enseñados y guiados por los demás (ib. 7). Señal cierta de verdadera humildad es el aceptar las propias limitaciones e imperfecciones. Las almas humildes “en las imperfecciones que se ven caer, con humildad se sufren, y con blandura de espíritu y temor amoroso de Dios” esperan en él (N 1,2,8).

b) Necesidad de la humildad evangélica. A la motivación suprema de su valor evangélico, como imitación de Cristo, J. de la Cruz añade otras razones para destacar la necesidad de esta virtud fundamental. Una de ellas es su valor para descubrir y superar las insidias del demonio. Asumiendo la doctrina de Cristo repite que nadie podrá entender sus engaños “sin oración, mortificación y humildad” (CB 3,9). Las armas más eficaces para luchar contra los enemigos del alma son de hecho: “la oración y la cruz de Cristo, en que está la verdadera humildad y mortificación” (ib.).

En esa dirección van algunos de sus avisos espirituales: “Eso que pretendes y lo que más deseas no lo hallarás por esa vía tuya ni por la alta contemplación, sino en la mucha humildad y rendimiento de corazón” (Av 1,40). Se atreva a decir J. de la Cruz que “quien de sí propio se fía, peor es que el demonio” (ib. 5,8). El conjunto de las Cautelas y los Avisos a un religioso (en especial el n.4) recogen la síntesis del pensamiento sanjuanista en torno a la humildad. En la misma línea discurre su enseñanza en las cartas de dirección espiritual. Su pensamiento al respecto podría resumirse en lo que escribe a una dirigida: “Dios nos libre de nosotros. Dénos lo que él se agradare, y nunca nos lo muestre hasta que él quiera … y nosotros ni verlo de los ojos, ni gozarlo, porque no desfloremos a Dios el gusto que tiene en la humildad y desnudez de nuestro corazón y desprecio de las cosas del siglo por él” (Ct a una dirigida espiritual, n. 23).

c) Aplicaciones prácticas. El Santo, lo mismo que en otros puntos, tiene presente a personas espirituales seriamente empeñados en la lucha ascética y que han superado los primeros pasos. Los que él considera principiantes están todavía muy apegados a sí mismos y dominados por ímpetus de soberbia. Los aprovechados, en cambio, se creen ya libres de ese lastre, al verse favorecidos con gracias especiales de Dios. Cuando al alma le suceden cosas un tanto extraordinarias, “muchas veces se le ingiere secretamente cierta opinión de sí, de que ya es algo delante de Dios, lo cual es contra humildad” (S 2,11,5). Son sutiles resabios de soberbia, que han de purificarse por la  noche pasiva del sentido (N 1,2).

La actitud que esas personas espirituales deben de mantener siempre es someter todas sus cosas al maestro o director espiritual (S 2,22,16), entre otras razones, “porque para la humildad y sujeción y mortificación del alma conviene dar parte de todo, aunque todo ello no haga caso ni lo tenga en nada.

Porque hay algunas almas que sienten mucho en decir las tales cosas, por parecerles que no son nada, y no saben cómo las tomará la persona con quien las han de tratar, lo cual es poca humildad y, por lo mismo, es menester sujetarse a decirlo” (S 2,22,18).

Merecen especial atención al Santo las  visiones y revelaciones, por cuanto suelen ser motivo de vanidad y cierta complacencia, cosas contrarias a la verdadera humildad. La norma sanjuanista es clara y contundente: “No las ha el alma de querer admitir” (S 2,17,7), entre otras razones, porque “en renunciar estas cosas con humildad y recelo, ninguna imperfección ni propiedad hay” (ib.). Todavía más: aunque “parece  soberbia desechar estas cosas si son buenas, digo que antes es humildad prudente aprovecharse de ellas en el mejor modo y guiarse por lo más seguro” (S 3,13,9).

Aunque abundan los directores y maestros espirituales que embarazan a las almas no llevándolas “por camino de humildad” y “no las edifican en  fe” (S 2,18,2). Asegura J. de la Cruz que de ahí “salen muchas imperfecciones, por lo menos, porque el alma ya no queda humilde, pensando que aquello es algo y que tiene algo bueno, y que Dios hace caso de ella, y anda contenta y algo satisfecha de sí, lo cual es contra humildad” (ib. 3).

Admite el Santo que se dan algunas visiones sobrenaturales que producen en el alma “quietud, iluminación y alegría a manera de gloria, suavidad, limpieza y amor, humildad e inclinación o elevación del espíritu en Dios” (S 2,24,6), pero no es menos cierto que el demonio puede causar o fingir tales manifestaciones con efectos totalmente contrarios. Por ello se impone cautela y discreción. El criterio básico para un discernimiento seguro es “desnudarse y desasirse de ellas lo mismo que de las otras. El medio para que Dios las haga, “ha de ser humildad y padecer por amor de Dios con resignación de toda retribución; porque estas mercedes no se hacen al alma propietaria” (S 2,26,10).

La conclusión del Santo, aplicable a todas las gracias extraordinarias, queda formulada así: “Por tanto, el alma pura, cauta, y sencilla y humilde, con tanta fuerza y cuidado ha de resistir y desechar las revelaciones y otras visiones, como las muy peligrosas, porque no hay necesidad de quererlas, sino de no quererlas para ir a la unión de amor” (S 2,28,6; cf. 2,29,12). Lo que importa es el amor humilde: “Cuando en las palabras y conceptos juntamente el alma va amando y sintiendo con humildad y reverencia de Dios, es señal que anda por allí el  Espíritu Santo, el cual siempre que hace algunas mercedes, las hace envueltas en esto” (S 2,29,11).

Mientras persiste esta actitud es posible desenmascarar las tretas del demonio que “pone a veces en el ánimo falsa humildad … que a veces es menester que la persona sea harto espiritual para que lo entienda” (ib.). El remedio es siempre el mismo: “Quedemos, pues, en esta necesaria cautela … que no hagamos caudal de nada de ellas, sino sólo de saber enderezar la voluntad con fortaleza a Dios, obrando con perfección su ley y sus santos consejos, que es la sabiduría de los santos, contentándonos de saber los misterios y verdades con la sencillez y verdad que nos las propone la Iglesia” (S 2,29,12).

Pese a los esfuerzos personales, no es posible limpiarse de todo resabio de soberbia hasta que la obra purificadora de la noche pasiva no acaba con todas las escorias a través de la sequedad y el verdadero conocimiento de la propia miseria. Sólo entonces se adquiere auténtica humildad (N 1,12,7; 1,13,1).

Cuando es así, pura y auténtica, se convierte en caridad exquisita; de ahí su incomparable valor: “Visiones y revelaciones y sentimientos del cielo … no valen tanto como el menor acto de humildad, la cual tiene los efectos de la caridad, que no estima sus cosas ni las procura, ni piensa mal sino de sí, y de sí ningún bien piensa, sino de los demás” (1 Cor 13,4-7: S 3,9,4).

Eulogio Pacho

Carta apostólica del santo Padre Francisco con ocasión del año de la vida consagrada

 

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¡¡BASTA YA!!

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México, D.F. a 12 de noviembre de 2014
CEM B. 160 / 2014

¡¡BASTA YA!! 
Mensaje de los Obispos de México

Los Obispos de México decimos: ¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes. No queremos más desparecidos. No queremos más dolor ni más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las familias cuyos hijos están muertos o están desaparecidos en Iguala, en Tlatlaya y que se suman a los miles de víctimas anónimas en diversas regiones de nuestro país. Nos unimos al clamor generalizado por un México en el que la verdad y la justicia provoquen una profunda transformación del orden institucional, judicial y político, que asegure que jamás hechos como estos vuelvan a repetirse.

Reunidos para reflexionar sobre los desafíos actuales, vemos en esta crisis un llamado para construir un país que valore la vida, dignidad y derechos de cada persona, haciéndonos capaces de encontrarnos como hermanos.

En el año 2010, en la exhortación pastoral “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna” advertíamos sobre el efecto destructor de la violencia, que daña las relaciones humanas, genera desconfianza, lastima a las personas, las envenena con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza; afecta la economía, la calidad de nuestra democracia y altera la paz.

Con tristeza reconocemos que la situación del país ha empeorado, desatando una verdadera crisis nacional. Muchas personas viven sometidas por el miedo, la desconfianza al encontrarse indefensas ante la amenaza de grupos criminales y, en algunos casos, la lamentable corrupción de las autoridades. Queda al descubierto una situación dolorosa que nos preocupa y que tiene que ser atendida por todos los mexicanos, cada uno desde su propio lugar y en su propia comunidad.

En nuestra visión de fe, estos hechos hacen evidente que nos hemos alejado de Dios; lo vemos en el olvido de la verdad, el desprecio de la dignidad humana, la miseria y la inequidad crecientes, la pérdida del sentido de la vida, de la credibilidad y confianza necesarias para establecer relaciones sociales estables y duraderas.

En medio de esta crisis vemos con esperanza el despertar de la sociedad civil que, como nunca antes en los últimos años, se ha manifestado contra la corrupción, la impunidad y la complicidad de algunas autoridades. Creemos que es necesario pasar de las protestas a las propuestas. Que nadie esté como buitre esperando los despojos del país para quedar satisfecho. La vía pacífica, que privilegia el diálogo y los acuerdos transparentes, sin intereses ocultos, es la que asegura la participación de todos para edificar un país para todos.

Estamos en un momento crítico. Nos jugamos una auténtica democracia que garantice el fortalecimiento de las instituciones, el respeto de las leyes, y la educación, el trabajo y la seguridad de las nuevas generaciones, a las que no debemos negarles un futuro digno. Todos somos parte de la solución que reclama en nosotros mentalidad y corazón nuevos, para ser capaces de auténticas relaciones fraternas, de amistad sincera, de convivencia armónica, de participación solidaria.

Nos vemos urgidos junto con los actores y responsables de la vida nacional a colaborar para superar las causas de esta crisis. Se necesita un orden institucional, leyes y administración de justicia que generen confianza. Es indispensable la participación de la ciudadanía para el bien común. Sin el  acompañamiento y la vigilancia por parte de la sociedad civil, el poder se queda en manos de pocos.

Ante la situación que enfrentamos, los Obispos de México queremos unirnos a todos los habitantes de nuestra nación, en particular a aquellos que más sufren las consecuencias de la violencia, acompañándoles, en su dolor, a encontrar consuelo y a recuperar la esperanza.

Jesucristo es nuestra paz. Él está presente en su Palabra, en la Eucaristía, en donde dos o más se reúnen en su nombre, en todo gesto de amor misericordioso y en el compromiso por construir la paz en la verdad y la justicia.

Con esta certeza, redoblaremos nuestro compromiso de formar, animar y motivar a nuestras comunidades diocesanas para acompañar espiritual y solidariamente a las víctimas de la violencia en todo el país. A colaborar con los procesos de reconciliación y búsqueda de paz. A respaldar los esfuerzos de la sociedad y sus instituciones a favor de un auténtico Estado de Derecho en México. A seguir comunicando el Evangelio a las familias y acompañar a sus miembros para que se alejen de la violencia y sean escuelas de reconciliación y justicia.

Agradecemos al Papa Francisco su cercanía y preocupación en estas circunstancias. Unidos a él, celebraremos el próximo 12 de diciembre la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, haciendo una jornada de oración por la paz. Le pediremos su intercesión por la conversión de todos los mexicanos, particularmente la de quienes provocan sufrimiento y muerte.

Que Santa María de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por quien se vive, que reclama a sus hijos desaparecidos y ruega por la paz en México, interceda por nosotros para que una oleada de amor nos haga capaces de reconstruir la sociedad dañada.

Por los obispos de México

El Sínodo agradece a las familias del mundo su testimonio de fidelidad, de fe y de amor

III ASAMBLEA GENERAL EXTRAORDINARIA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

MENSAJE

Los Padres Sinodales, reunidos en Roma junto al Papa Francisco en la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, nos dirigimos a todas las familias de los distintos continentes y en particular a aquellas que siguen a Cristo, que es camino, verdad y vida. Manifestamos nuestra admiración y gratitud por el testimonio cotidiano que ofrecen a la Iglesia y al mundo con su fidelidad, su fe, su esperanza y su amor.

Nosotros, pastores de la Iglesia, también nacimos y crecimos en familias con las más diversas historias y desafíos. Como sacerdotes y obispos nos encontramos y vivimos junto a familias que, con sus palabras y sus acciones, nos mostraron una larga serie de esplendores y también de dificultades.

La misma preparación de esta asamblea sinodal, a partir de las respuestas al cuestionario enviado a las Iglesias de todo el mundo, nos permitió escuchar la voz de tantas experiencias familiares. Después, nuestro diálogo durante los días del Sínodo nos ha enriquecido recíprocamente, ayudándonos a contemplar toda la realidad viva y compleja de las familias.

Queremos presentarles las palabras de Cristo: “Yo estoy ante la puerta y llamo, Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). Como lo hacía durante sus recorridos por los caminos de la Tierra Santa, entrando en las casas de los pueblos, Jesús sigue pasando hoy por las calles de nuestras ciudades. En sus casas se viven a menudo luces y sombras, desafíos emocionantes y a veces también pruebas dramáticas. La oscuridad se vuelve más densa, hasta convertirse en tinieblas, cuando se insinúan el mal y el pecado en el corazón mismo de la familia.

Ante todo, está el desafío de la fidelidad en el amor conyugal. La vida familiar suele estar marcada por el debilitamiento de la fe y de los valores, el individualismo, el empobrecimiento de las relaciones, el stress de una ansiedad que descuida la reflexión serena. Se asiste así a no pocas crisis matrimoniales, que se afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la paciencia, del diálogo sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del sacrificio. Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la opción cristiana.

Entre tantos desafíos queremos evocar el cansancio de la propia existencia. Pensamos en el sufrimiento de un hijo con capacidades especiales, en una enfermedad grave, en el deterioro neurológico de la vejez, en la muerte de un ser querido. Es admirable la fidelidad generosa de tantas familias que viven estas pruebas con fortaleza, fe y amor, considerándolas no como algo que se les impone, sino como un don que reciben y entregan, descubriendo a Cristo sufriente en esos cuerpos frágiles.

Pensamos en las dificultades económicas causadas por sistemas perversos, originados “en el fetichismo del dinero y en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (Evangelii gaudium, 55), que humilla la dignidad de las personas. Pensamos en el padre o en la madre sin trabajo, impotentes frente a las necesidades aun primarias de su familia, o en los jóvenes que transcurren días vacíos, sin esperanza, y así pueden ser presa de la droga o de la criminalidad.

Pensamos también en la multitud de familias pobres, en las que se aferran a una barca para poder sobrevivir, en las familias prófugas que migran sin esperanza por los desiertos, en las que son perseguidas simplemente por su fe o por sus valores espirituales y humanos, en las que son golpeadas por la brutalidad de las guerras y de distintas opresiones. Pensamos también en las mujeres que sufren violencia, y son sometidas al aprovechamiento, en la trata de personas, en los niños y jóvenes víctimas de abusos también de parte de aquellos que debían cuidarlos y hacerlos crecer en la confianza, y en los miembros de tantas familias humilladas y en dificultad. Mientras tanto, “la cultura del bienestar nos anestesia y […] todas estas vidas truncadas por la falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera” (Evangelii gaudium, 54). Reclamamos a los gobiernos y a las organizaciones internacionales que promuevan los derechos de la familia para el bien común.

Cristo quiso que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie. Agradecemos a los pastores, a los fieles y a las comunidades dispuestos a acompañar y a hacerse cargo de las heridas interiores y sociales de los matrimonios y de las familias.

***

 También está la luz que resplandece al atardecer detrás de las ventanas en los hogares de las ciudades, en las modestas casas de las periferias o en los pueblos, y aún en viviendas muy precarias. Brilla y calienta cuerpos y almas. Esta luz, en el compromiso nupcial de los cónyuges, se enciende con el encuentro: es un don, una gracia que se expresa –como dice el Génesis (2,18)– cuando los dos rostros están frente a frente, en una “ayuda adecuada”, es decir semejante y recíproca. El amor del hombre y de la mujer nos enseña que cada uno necesita al otro para llegar a ser él mismo, aunque se mantiene distinto del otro en su identidad, que se abre y se revela en el mutuo don. Es lo que expresa de manera sugerente la mujer del Cantar de los Cantares: “Mi amado es mío y yo soy suya… Yo soy de mi amado y él es mío” (Ct 2, 17; 6, 3).

El itinerario, para que este encuentro sea auténtico, comienza en el noviazgo, tiempo de la espera y de la preparación. Se realiza en plenitud en el sacramento del matrimonio, donde Dios pone su sello, su presencia y su gracia. Este camino conoce también la sexualidad, la ternura y la belleza, que perduran aún más allá del vigor y de la frescura juvenil. El amor tiende por su propia naturaleza a ser para siempre, hasta dar la vida por la persona amada (cf. Jn 15,13). Bajo esta luz, el amor conyugal, único e indisoluble, persiste a pesar de las múltiples dificultades del límite humano, y es uno de los milagros más bellos, aunque también es el más común.

Este amor se difunde naturalmente a través de la fecundidad y la generatividad, que no es sólo la procreación, sino también el don de la vida divina en el bautismo, la educación y la catequesis de los hijos. Es también capacidad de ofrecer vida, afecto, valores, una experiencia posible también para quienes no pueden tener hijos. Las familias que viven esta aventura luminosa se convierten en un testimonio para todos, en particular para los jóvenes.

Durante este camino, que a veces es un sendero de montaña, con cansancios y caídas, siempre está la presencia y la compañía de Dios. La familia lo experimenta en el afecto y en el diálogo entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas. Además lo vive cuando se reúne para escuchar la Palabra de Dios y para orar juntos, en un pequeño oasis del espíritu que se puede crear por un momento cada día. También está el empeño cotidiano de la educación en la fe y en la vida buena y bella del Evangelio, en la santidad. Esta misión es frecuentemente compartida y ejercitada por los abuelos y las abuelas con gran afecto y dedicación. Así la familia se presenta como una auténtica Iglesia doméstica, que se amplía a esa familia de familias que es la comunidad eclesial. Por otra parte, los cónyuges cristianos son llamados a convertirse en maestros de la fe y del amor para los matrimonios jóvenes.

Hay otra expresión de la comunión fraterna, y es la de la caridad, la entrega, la cercanía a los últimos, a los marginados, a los pobres, a las personas solas, enfermas, extrajeras, a las familias en crisis, conscientes de las palabras del Señor: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35). Es una entrega de bienes, de compañía, de amor y de misericordia, y también un testimonio de verdad, de luz, de sentido de la vida.

La cima que recoge y unifica todos los hilos de la comunión con Dios y con el prójimo es la Eucaristía dominical, cuando con toda la Iglesia la familia se sienta a la mesa con el Señor. Él se entrega a todos nosotros, peregrinos en la historia hacia la meta del encuentro último, cuando Cristo “será todo en todos” (Col 3,11). Por eso, en la primera etapa de nuestro camino sinodal, hemos reflexionado sobre el acompañamiento pastoral y sobre el acceso a los sacramentos de los divorciados en nueva unión.

Nosotros, los Padres Sinodales, pedimos que caminen con nosotros hacia el próximo Sínodo. Entre ustedes late la presencia de la familia de Jesús, María y José en su modesta casa. También nosotros, uniéndonos a la familia de Nazaret, elevamos al Padre de todos nuestra invocación por las familias de la tierra:

Padre, regala a todas las familias la presencia de esposos fuertes y sabios, que sean manantial de una familia libre y unida.

Padre, da a los padres una casa para vivir en paz con su familia.

Padre, concede a los hijos que sean signos de confianza y de esperanza y a jóvenes el coraje del compromiso estable y fiel.

Padre, ayuda a todos a poder ganar el pan con sus propias manos, a gustar la serenidad del espíritu y a mantener viva la llama de la fe también en tiempos de oscuridad.

Padre, danos la alegría de ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ame la verdad, la justicia y la misericordia.

Carta del Papa Francisco con motivo del V Centenario

StemmaFco1A Monseñor Jesús García Burillo

Obispo de Ávila
Ávila

Querido Hermano:

El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila una niña que con el tiempo sería conocida como santa Teresa de Jesús. Al acercarse el quinto centenario de su nacimiento, vuelvo la mirada a esa ciudad para dar gracias a Dios por el don de esta gran mujer y animar a los fieles de la querida diócesis abulense y a todos los españoles a conocer la historia de esa insigne fundadora, así como a leer sus libros, que, junto con sus hijas en los numerosos Carmelos esparcidos por el mundo, nos siguen diciendo quién y cómo fue la Madre Teresa y qué puede enseñarnos a los hombres y mujeres de hoy.

En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida y de su obra. Ella entendió su vida como camino de perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta Él y, al mismo tiempo, lo pone en marcha hacia los hombres. ¿Por qué caminos quiere llevarnos el Señor tras las huellas y de la mano de santa Teresa? Quisiera recordar cuatro que me hacen mucho bien: el camino de la alegría, de la oración, de la fraternidad y del propio tiempo.

Teresa de Jesús invita a sus monjas a «andar alegres sirviendo» (Camino 18,5). La verdadera santidad es alegría, porque “un santo triste es un triste santo”. Los santos, antes que héroes esforzados, son fruto de la gracia de Dios a los hombres. Cada santo nos manifiesta un rasgo del multiforme rostro de Dios. En santa Teresa contemplamos al Dios que, siendo «soberana Majestad, eterna Sabiduría» (Poesía 2), se revela cercano y compañero, que tiene sus delicias en conversar con los hombres: Dios se alegra con nosotros. Y, de sentir su amor, le nacía a la Santa una alegría contagiosa que no podía disimular y que transmitía a su alrededor. Esta alegría es un camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial, bullanguera. Hay que procurarla ya «a los principios» (Vida 13,l). Expresa el gozo interior del alma, es humilde y «modesta» (cf. Fundaciones 12,l). No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf. Vida 6,2; 30,8), mirando al Crucificado y buscando al Resucitado (cf. Camino 26,4). De ahí que la alegría de santa Teresa no sea egoísta ni autorreferencial. Como la del cielo, consiste en «alegrarse que se alegren todos» (Camino 30,5), poniéndose al servicio de los demás con amor desinteresado. Al igual que a uno de sus monasterios en dificultades, la Santa nos dice también hoy a nosotros, especialmente a los jóvenes: «¡No dejen de andar alegres!» (Carta 284,4). ¡El Evangelio no es una bolsa de plomo que se arrastra pesadamente, sino una fuente de gozo que llena de Dios el corazón y lo impulsa a servir a los hermanos!

La Santa transitó también el camino de la oración, que definió bellamente como un «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabernos nos ama» (Vida 8,5). Cuando los tiempos son “recios”, son necesarios «amigos fuertes de Dios» para sostener a los flojos (Vida 15,5). Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata al Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (Vida 22,6). Para orar «no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho» (Moradas IV,1,7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente y sufrirnos pacientemente (cf. Camino 26,3-4). Por muchos caminos puede Dios conducir las almas hacia sí, pero la oración es el «camino seguro» (Vida 213). Dejarla es perderse (cf. Vida 19,6). Estos consejos de la Santa son de perenne actualidad.

¡Vayan adelante, pues, por el camino de la oración, con determinación, sin detenerse, hasta el fin! Esto vale singularmente para todos los miembros de la vida consagrada. En una cultura de lo provisorio, vivan la fidelidad del «para siempre, siempre, siempre» (Vida 1,5); en un mundo sin esperanza, muestren la fecundidad de un «corazón enamorado» (Poesía 5); y en una sociedad con tantos ídolos, sean testigos de que «solo Dios basta» (Poesía 9).

Este camino no podemos hacerlo solos, sino juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Esta fue su respuesta providencial, nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas comunidades de mujeres que, a imitación del “colegio apostólico”, siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con una vida hecha plegaria. «Para esto os junto El aquí, hermanas» (Camino 2,5) y tal fue la promesa: «que Cristo andaría con nosotras» (Vida 32,11). ¡Que linda definición de la fraternidad en la Iglesia: andar juntos con Cristo como hermanos! Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad, que «aunque la digo a la postre es la base principal y las abraza todas» (Camino 4,4). ¡Cómo desearía, en estos tiempos, unas comunidades cristianas más fraternas donde se haga este camino: andar en la verdad de la humildad que nos libera de nosotros mismos para amar más y mejor a los demás, especialmente a los más pobres! ¡Nada hay más hermoso que vivir y morir como hijos de esta Iglesia madre!

Precisamente porque es madre de puertas abiertas, la Iglesia siempre está en camino hacia los hombres para llevarles aquel «agua viva» (cf. Jn 4,10) que riega el huerto de su corazón sediento. La santa escritora y maestra de oración fue al mismo tiempo fundadora y misionera por los caminos de España. Su experiencia mística no la separo del mundo ni de las preocupaciones de la gente. Al contrario, le dio nuevo impulso y coraje para la acción y los deberes de cada día, porque también «entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones 5,8).

Ella vivió las dificultades de su tiempo -tan complicado- sin ceder a la tentación del lamento amargo, sino más bien aceptándolas en la fe como una oportunidad para dar un paso más en el camino. Y es que, «para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo» (Fundaciones 4,6). Hoy Teresa nos dice: Reza más para comprender bien lo que pasa a tu alrededor y así actuar mejor. La oración vence el pesimismo y genera buenas iniciativas (cf. Moradas VII, 4,6). ¡Éste es el realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones, y amor en vez de ensueños, el realismo del amor humilde frente a un ascetismo afanoso! Algunas veces la Santa abrevia sus sabrosas cartas diciendo: «Estamos de camino» (Carta 469,7.9), como expresión de la urgencia por continuar hasta el fin con la tarea comenzada. Cuando arde el mundo, no se puede perder el tiempo en negocios de poca importancia. ¡Ojalá contagie a todos esta santa prisa por salir a recorrer los caminos de nuestro propio tiempo, con el Evangelio en la mano y el Espíritu en el corazón!

«¡Ya es tiempo de caminar!» (Ana de San Bartolomé, Últimas acciones de la vida de santa Teresa). Estas palabras de santa Teresa de Ávila a punto de morir son la síntesis de su vida y se convierten para nosotros, especialmente para la familia carmelitana, sus paisanos abulenses y todos los españoles, en una preciosa herencia a conservar y enriquecer.

Querido Hermano, con mi saludo cordial, a todos les digo: ¡Ya es tiempo de caminar, andando por los caminos de la alegría, de la oración, de la fraternidad, del tiempo vivido como gracia! Recorramos los caminos de la vida de la mano de santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre a Jesús.

Les pido, por favor, que recen por mí, pues lo necesito. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.

Fraternalmente,
Francisco

Mensaje del P. General con motivo del V Centenario

wcarme_noticia_23787foto_noticia_grande-D9pshqlMI1vNOb9X+ Ávila, 14 de octubre de 2014

Convento de «La Santa»

A todos los miembros de la Orden del Carmelo Descalzos, frailes, monjas y seglares y toda la gran familia teresiana, hermanas y hermanos, desde nuestra Casa Madre, la Casa de Teresa: ¡Que la Paz de Cristo, el Jesús de Teresa, esté con todos vosotros!

Después de cinco años y medio de concienzuda preparación personal y comunitaria, llegamos a este día tan deseado, 15 de octubre de 2014, solemnidad de Santa Teresa, en el que iniciamos las celebraciones del V Centenario de su nacimiento ¡Feliz 500º cumpleaños, Santa Madre!

Es para nosotros una magnífica oportunidad este quinto Centenario, para que Teresa continúe a hablarnos con la fuerza de su testimonio y de su pasión. La Santa nos habla de aquello que ha vivido, nos cuenta la historia de un alma -la suya- que después de muchas resistencias ha cedido al amor del Dios vivo y ha descubierto en él la propia verdad, la bondad y la belleza radical. Teresa no ha hecho alarde para sí misma de su experiencia, sino que nos la ha donado para que también nosotros podamos entrar en su misma plenitud de vida y de felicidad, que de otro modo no hubiéramos conocido, quedando prisioneros del mundo.

Constatamos, de día en día, que nuestro ser tiende a reducirse a las proporciones de un mundo dominado por las dinámicas del poder económico y tecnológico. Creemos ser omnipotentes, pero en realidad estamos perdiendo lo más grande que posee el ser humano: su capacidad de amar como Dios lo ama. Teresa nos lleva a esta cima de nuestro ser, al punto de contacto entre el hombre y Dios, el cual tiene un rostro y un nombre, el de Jesucristo crucificado y resucitado.

En el centro del centenario teresiano debe estar aquello que está en el centro del corazón de Teresa y no aquello que está en el centro de nuestros proyectos mundanos, de nuestras iniciativas. En el centro del centenario debemos situar aquello que, a quinientos años de distancia, no ha envejecido, ni mucho menos, ni ha perdido actualidad, es decir, una vida empapada, herida de Dios, a la cual ha sido confiada una misión de crucial importancia: recordar a la Iglesia y al ser humano de todos los tiempos que el centro del hombre es Dios y que el centro de Dios es el hombre.

Tengo miedo de denominar a todo esto mística, porque esta etiqueta podría hacer de Teresa un jardín cerrado, una fuente sellada a la cual sólo pueden acceder unos pocos elegidos. La misión de Santa Teresa es universal y no es sino una nueva propuesta del Evangelio, de la alegría del Evangelio, de su frescura, de su fuerza liberadora y humanizadora.

Teresa comparte con cualquiera, con toda persona en cualquier lugar del mundo cuyo andar se pierde en una ruta hacia ninguna dirección, aquello que ella ha encontrado: una morada y un camino. Precisamente estos son los títulos de sus obras principales: camino y morada. Si lo pensamos bien, son propiamente las dimensiones fundamentales que la vida necesita para existir y ser humana, las cuales sentimos hoy tan amenazadas por un modo de vivir que nos invade y nos dispersa.

A aquel camino y aquella morada en las que Teresa ha vivido debería conducirnos este Centenario. Si no conseguimos ponerlos en el centro, creo que no agradarán a Santa Teresa las celebraciones que organizaremos para ella, por más solemnes, atrayentes y refinadas que sean ¡Teresa es una monja simple y pobre, no lo olvidemos! Una monja con el hábito y las sandalias casi siempre llenos de polvo, con el rostro marcado por el cansancio físico, con el ánimo a menudo envuelto en sufrimientos y preocupaciones por sus hermanas y sus hermanos. Más allá, sin embargo, bajo esta superficie de cansancio y fragilidad, hay una fuerza y una determinación férreas.

Es la fuerza de quien, a pesar de tener que moverse continuamente, permanece en casa; es la decisión de quien, en medio de la complejidad de las situaciones, no pierde de vista la meta que orienta su camino.
¿Cómo haremos para poner en el centro el camino y la morada de Teresa? Releer sus escritos -como hemos hecho unidos a lo largo de estos últimos años-, es ciertamente un primer paso, de importancia fundamental. Pero no podemos quedarnos quietos. Hemos de pasar a la práctica.

Estamos llamados a reconocer en nosotros mismos aquello que las palabras de Santa Teresa describen, a encontrar, mi casa y mi camino. Advierto que ello no se podrá conseguir si no realizamos elecciones. No sé si tendremos que elegir apagar un poco más a menudo nuestros teléfonos móviles, nuestros ordenadores, nuestras tabletas o bien -lo que es bastante más complejo- tendremos más bien que aprender a hacer de todo ello un uso diverso. De algo sí estoy convencido, es decir, que el Centenario no lo celebraremos adecuadamente sólo haciendo cosas para honrar la memoria de Santa Teresa, sino haciéndonos Teresa, si me aceptáis esta expresión un tanto audaz.
Creo que Teresa nos está diciendo lo que San Pablo decía a sus discípulos de Corinto: vosotros mismos sois mi carta de recomendación, «escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no sobre tablas de piedra, sino sobre las tablas de carne de vuestros corazones» (2 Cor 3, 2-3).

En conclusión: ¿A dónde nos lleva el Centenario de Teresa? Nos lleva a nuestros corazones, el lugar donde habita nuestra verdad y la verdad del Dios vivo. Que ellas se encuentren en el nombre y siguiendo las huellas de la Santa: esta es la única celebración que podrá alegrar el corazón de la Madre y hacerle sentir la fecundidad de su búsqueda, de su lucha, de su infatigable peregrinar.

¡Gracias, Teresa, porque no para ti, sino, verdaderamente, para todos nosotros has nacido!

Fr. Saverio Cannistrà, ocd
Prepósito General

Fr. Lorenzo de la Resurrección

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Mensaje de NP Gral. Fr. Saverio Cannistrà, OCD, con ocasión del cuarto centenario del nacimiento de Fr. Lorenzo de la Resurrección 1614-2014

Descarga en PDF Centenario Lorenzo de la resurrección ES

Mensaje del Definitorio Extraordinario – Corea 2014

OCDCorea2014

Queridos hermanos y hermanas:

Atendiendo a la invitación del Padre General hecha en la carta de convocatoria al Definitorio Extraordinario, y en la relación sobre el estado de la Orden en la que nos exhortaba a revisar «la situación actual de la Orden y preparar el momento más solemne y significativo de nuestra familia religiosa que es el Capítulo General», reunidos en la ciudad de Goseong (Corea del Sur) entre los días 26 de agosto y 03 de septiembre, setenta y seis religiosos de todas las circunscripciones de la Orden, acogidos muy fraternamente por parte de nuestros hermanos de la Provincia de Corea en colaboración con la Orden Seglar, después de haber hecho un análisis y discernimiento sobre la vida de nuestra familia religiosa, queremos compartir con ustedes este mensaje.

«Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo» (Mt 18,20). De esta forma hemos experimentado la presencia del Señor en la unidad en medio de la diversidad de los miembros de nuestra Orden y en las aportaciones hechas por todos. Seis días de trabajo bajo la guía de nuestro Padre General, que dieron comienzo escuchando la relación hecha por él y, que irá junto con este mensaje. Relación donde se hicieron evidentes los logros, las dificultades, los desafíos y las esperanzas hacia el futuro.

La evaluación hecha después cinco años y medio de gobierno, resalta el trabajo realizado en el ámbito de la comunicación, el servicio a la vitalidad de la Orden, la necesidad de enmarcar la libertad dentro de un ámbito de responsabilidad a nivel personal y comunitario, superando el culto al propio yo, de manera que busquemos «amar lo que hacemos» y no permanecer en los aspectos más superficiales de la vida. En este sentido, se hace imperioso partir de la realidad del hermano y la hermana más próximos, criterio de discernimiento de nuestro caminar.

Estos días de reflexión nos han ayudado a entender que realizar en la vida nuestra identidad carismática, tal y como nos la propone nuestra Santa Madre Teresa de Jesús; es el fin, el propósito al que tender, la meta que nos orienta a la hora de configurar nuestra existencia como religiosos y como comunidades.

La experiencia carismática va más allá de la mera observancia externa de la norma y de esta manera, conseguimos que elementos tan esenciales de nuestra vida como la fraternidad, no sean realidades únicamente teóricas, sino verdadera «comunicación fraterna», es decir, una verdadera relación de personas al estilo de Teresa de Jesús: «aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar» (C 4,7).

La pregunta fundamental a la que tenemos que responder es de naturaleza antropológica: «¿qué clase de persona quiero ser?», expresada por Teresa en Camino 4, 1 bajo la forma «qué tales habremos de ser», que fue para nosotros lema del pasado Definitorio extraordinario de 2011 en Ariccia (Italia).

La verdad, la sinceridad con la que respondamos a esta pregunta, asumiendo el camino que nos resta para alcanzar el ideal teresiano, será fundamental si queremos ser auténticos testigos de la identidad que la Santa nos legó.

Así pues, estamos decididos a profundizar en los elementos esenciales de nuestra identidad carismática, encarnada en la Iglesia y en el contexto de hoy. Necesariamente tendremos que hacer este camino en comunión con nuestras hermanas Carmelitas descalzas, pues sólo junto a ellas podemos vivir en plenitud nuestro patrimonio carismático. No somos autosuficientes, no se puede llegar a una claridad sobre nuestra identidad carismática sin tener en cuenta la experiencia de nuestras hermanas Carmelitas. Igualmente, queremos tener en cuenta la aportación de nuestros laicos que nos ayuda a encarnar el carisma en la vida de cada día.

Vislumbramos la necesidad de una sólida y constante formación a la vida religiosa, no sólo en la formación inicial, centrada sobre temas y aspectos esenciales de nuestra formación carmelitano-teresiana. Un camino guiado que permita reasimilar los valores fundamentales de nuestra propia vida. Reasumir, releer nuestras Constituciones y rescatar los textos fundamentales que las iluminan y les dan sentido.

Al final de este camino realizado, queremos invitar a toda nuestra familia, frailes, monjas y Orden seglar, en el contexto de la celebración del quinto centenario del nacimiento de nuestra santa Madre, a bajar al valle de la humildad (V 35,14) y desde ahí, conectar con «la savia constante» de nuestro patrimonio común desde las «raíces» de nuestros orígenes hasta las «ramas» de este presente, descubriendo los signos de vida y asumiendo los desafíos que nos presenta. Entrar en este camino con una mirada de fe y esperanza en la historia que nos lleva a una «nueva estación» cuando escuchamos otra vez la voz del Amado, porque el tiempo ha cambiado y un horizonte de vida se despliega: «Levántate hermosa mía y ven» (Ct 2,10).

Levantarnos y salir, en sintonía con el momento actual de la Iglesia y en vísperas del año de la vida consagrada: comunidades que acogen la Palabra y evangelizan, son misioneras. También nosotros acogemos la invitación constante del Papa Francisco: «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cual es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (EG 20).

De cara al Capitulo General:

El definitorio nombrara una comisión que preparara un instrumentum laboris a lo largo de los meses de octubre y noviembre. Dicho documento de trabajo será estudiado por las provincias en los meses de diciembre y enero. En marzo, el Definitorio General mandará el instrumentum laboris definitivo a todas las Provincias.

Finalmente, queremos agradecer de manera especial al definitorio General y a la curia general por el esfuerzo realizado en la convocación y preparación del Definitorio Extraordinario; a cada uno de los participantes por el trabajo hecho y, al Carmelo Coreano por toda la atención fraterna que han tenido para con nosotros. Que María, Reina del Carmelo, maestra de Oración y vida interior, nos ayude a recorrer el camino que se presenta ante nosotros.