Nuestra Madre del Carmen

QFernando Millán Romeralbueridos hermanos y hermanas de la Familia Carmelita:

Se acerca la fiesta de Nuestra Madre del Carmen y, un año más, quisiera hacerles llegar mi más cordial felicitación. Esta fecha significa para todos nosotros un momento entrañable y festivo, en el que, con gozo, celebramos nuestra devoción por la Madre del Señor, bajo la advocación tan popular de la Virgen del Carmen. Un año más, quisiera poner bajo su intercesión nuestros proyectos e ilusiones, nuestras misiones y apostolados, nuestras alegrías y también nuestras preocupaciones. Que María, Nuestra Madre y Hermana, nos ilumine, nos guíe y nos acompañe para que seamos fieles a nuestra vocación y para que sepamos responder con generosidad a la llamada insistente que está haciendo el Papa Francisco a toda la Iglesia a ser verdaderos evangelizadores.

Como quizás recordarán, el año pasado les sugería una posible interpretación de un imagen típica de la devoción a la Virgen del Carmen: la Virgen que desciende al Purgatorio y que salva, con su escapulario, a los que sufren. Les pedía entonces que, a imitación de María, también nosotros descendamos a los purgatorios de la existencia y de forma solidaria y compasiva ayudásemos a los que sufren a salir de esos purgatorios de todo tipo que no faltan en nuestro mundo.

En esta ocasión les pediría que todos los carmelitas (frailes, monjas, religiosas de vida activa, terciarios, cofrades, laicos de los diversos grupos que forman la “familia carmelita”), nos unamos para contemplar, compartir y acrecentar, la belleza que (a veces, muy escondida) existe a nuestro alrededor. Desde sus orígenes, el Carmelo está vinculado a la belleza. El Monte Carmelo es sinónimo de ello en el Primer Testamento y todavía nosotros hoy llamamos a María, Mater et Decor Carmeli (“Madre y hermosura del Carmelo”). Nuestra Orden se ha caracterizado a lo largo de los siglos por esa tendencia a lo poético, a lo artístico… a lo hermoso.

Por ello, les pediría que nuestras vidas constituyesen una alabanza a Dios por la hermosura que nos rodea, y también un compromiso generoso para que esa hermosura no se vea ensombrecida y afeada por el mal, por el pecado, por el sufrimiento de tantos inocentes que padecen las consecuencias del egoísmo y de todas sus ramificaciones (injusticia, violencia, desigualdad…).

Que nuestras vidas como carmelitas, cada cual desde su condición específica, se conviertan en un canto de alabanza al creador y que -como María- también nosotros sepamos proclamar con humildad las maravillas que el Señor ha hecho y hace en nuestras vidas (Lc 1,46-55). Quizás unos de los mayores dramas que vive el mundo moderno es su incapacidad para generar belleza y para descubrir la belleza. En otras ocasiones, la belleza queda reducida a un mero gozo estético, egoísta e insolidario, y entonces deja de ser tal, no es auténtica y produce hartazgo y vacío. Y es que, como decían los antiguos escolásticos, lo bueno y lo bello, el bonum y el puchrum (si son tales) siempre coinciden.

Cuando queremos descubrir lo bello, María, mistagoga y maestra de espiritualidad, orienta nuestras miradas en otra dirección: hacia lo pequeño, hacia lo humilde, hacia lo que no cuenta… María nos invita a descubrir la hermosura en los entresijos de la vida, en lo heroico y noble que a veces no somos capaces de descubrir en la existencia cotidiana.

Que el día del Carmen, nuestras novenas y cultos, nuestras liturgias y celebraciones sean también un canto humilde y sereno a la belleza. No caigan en lo rutinario, ni en unas celebraciones desganadas, tributo a un pasado tan glorioso como lejano. No caigamos tampoco en una mera belleza exterior, reducida a rúbricas y pompas, sino que ese día, nuestro corazón sea capaz de elevarse -a través de la serena belleza de la liturgia- sobre las miserias humanas y mirar a la “estrella del mar” para que Ella nos guíe a Jesucristo, Nuestro Señor…

¡Feliz fiesta del Carmen! Que María, Madre y Hermana Nuestra os acompañe siempre. Con afecto fraterno

Fernando Millán Romeral O.Carm.

Prior General

N.P. Sr. san José

 

sgiuseppe19 de marzo, se celebra la fiesta de San José, Esposo de María y Patrono de la Iglesia Universal. Así que dedicamos esta catequesis a él, que merece toda nuestra gratitud y devoción por como fue capaz de custodiar a la Virgen Santa y al Hijo Jesús. Ser custodio es el sello distintivo de José, es su gran misión, ser custodio.

Hoy me gustaría retomar el tema de la custodia de acuerdo con una perspectiva particular: la perspectiva de la educación. Echemos un vistazo a José como el modelo del educador, que custodia y acompaña a Jesús en su camino de crecimiento «en sabiduría, edad y gracia», como dice el Evangelio. Él no era el padre de Jesús: el padre de Jesús era Dios, pero él le hacía de papá a Jesús, le hacía de padre para hacerlo crecer. Y ¿cómo lo ha hecho crecer? En sabiduría, edad y gracia.

Empecemos por la edad, que es la dimensión más natural, el crecimiento físico y psicológico. José, junto con María, se encargaron de Jesús, sobre todo, desde este punto de vista, es decir, lo «criaron», preocupándose de que no le faltara nada de necesario para un desarrollo saludable. No hay que olvidar que el cuidado atento y fiel de la vida del niño también dio lugar a la huida a Egipto, la dura experiencia de vivir como refugiados -José ha sido un refugiado con María y Jesús- para escapar de la amenaza de Herodes. Luego, una vez de vuelta a casa y establecidos en Nazaret, hay todo el largo período de la vida de Jesús en su familia. En aquellos años, José enseñó también a Jesús su trabajo, y Jesús ha aprendido a hacer el trabajo carpintero con su padre José. Así José ha criado a Jesús.

Pasemos a la segunda dimensión de la educación que es la de la «sabiduría. José fue para Jesús ejemplo y maestro de esta sabiduría, que se nutre de la Palabra de Dios. Podemos pensar en cómo José educó al pequeño Jesús a escuchar las Sagradas Escrituras, en especial acompañándole el sábado a la sinagoga de Nazaret. Y José lo acompañaba para que Jesús escuchara la palabra de Dios en la sinagoga.

Y, por último, la dimensión de la «gracia». Dice siempre San Lucas refiriéndose a Jesús: «La gracia de Dios estaba sobre él» (2,40). Aquí, sin duda, la parte reservada a San José es más limitada respecto a los temas de la edad y de la sabiduría. Pero sería un grave error pensar que un padre y una madre no pueden hacer nada para educar a sus hijos a crecer en la gracia de Dios. Crecer en edad, crecer en sabiduría, crecer en gracia. Este es el trabajo que ha hecho José con Jesús: hacerlo crecer, en estas tres dimensiones, ayudarlo a crecer.

Queridos hermanos y hermanas, la misión de San José es sin duda única e irrepetible, porque Jesús es absolutamente único. Y sin embargo, en su custodia a Jesús, educándolo a crecer en edad, sabiduría y gracia, él fue un modelo para todos los educadores, especialmente para cada padre. San José es el modelo del educador y del papá, del padre. Así que encomiendo a su protección a todos los padres, los sacerdotes -que son padres, ¡eh!- y los que tienen un papel educativo en la Iglesia y en la sociedad.

En modo particular quisiera saludar hoy, en el día del papá, a todos los padres, a todos los papás: ¡los saludo de corazón!
Veamos: ¿hay algunos papás en la plaza? Levanten la mano los papás, pero ¡cuántos papás! ¡Felicidades, felicidades en su día!
Pido para ustedes la gracia de estar siempre muy cerca de sus hijos, dejándolos crecer, pero de estar muy cercanos, ¿eh? Ellos tienen necesidad de ustedes, de su presencia, de su cercanía, de su amor. Sean para ellos como San José: custodios de su crecimiento en edad, sabiduría y gracia. Custodios de su camino, educadores. Y caminen con ellos. Y con esta cercanía serán verdaderos educadores. Gracias por todo lo que hacen por su hijos, ¡gracias! Y a ustedes tantas felicidades y buena fiesta del papá, a todos los papás que están aquí, a todos los papás.

Que San José los bendiga y los acompañe.

También algunos de nosotros hemos perdido al papá, se ha ido, el Señor lo ha llamado; tantos que están en la plaza no tienen a su papá. Podemos rezar por todos los papás del mundo, para los papás vivos y también por aquellos difuntos y por los nuestros, y podemos hacerlo juntos, cada uno recordando a su papá, si está vivo o está muerto. Y recemos al grande Papá de todos nosotros, el Padre, un Padre nuestro por nuestros papás: Padre nuestro…

¡Y tantas felicidades a los papás!

S.S. Francisco

 

Alegraos …

 Emblem_of_Vatican_CityCarta a los consagrados y consagradas hacia el año dedicado a la Vida consagrada

Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica

 

«ALEGRAOS…» 

Palabras del Magisterio del Papa Francisco

Carta circular a los consagrados y consagradas hacia el año dedicado a la Vida consagrada

«Quería deciros una palabra, y la palabra era alegría. Siempre, donde están los consagrados, siempre hay alegría».

Papa Francisco

ver y/ descargar: Alegraos …

Mensaje del XVIII Capítulo Provincial

Comunicación Provincial (F)“todos caminamos para esta FUENTE aunque de diferentes maneras”
CV 21,6

A todos nuestros hermanos, hermanas y amigos con quienes formamos la familia del Carmelo en México:

En la asamblea extraordinaria de septiembre de 2013 pulsamos el pensar y sentir de la Provincia para tomarlo en cuenta en el proceso preparatorio hacia el XVIII Capítulo Provincial; en él resaltaban  sobre todo la vida comunitaria en la relación de fraternidad, la integración de comunidades de mayor calidad de hermanos, la vivencia de la dimensión orante, y la proyección que como carmelitas queremos dar en nuestra realidad. A partir de estos elementos generamos en la comisión precapitular algo que expresara todos estos aportes. Logramos diseñar un símbolo que se enriqueció con la reflexión de los que formamos la comisión precapitular y se amplió en el diálogo con el consejo provincial, así como también escogimos el texto teresiano de CV 21, 6: “todos caminamos para esta fuente aunque de diferentes maneras”, que complementaba y enriquecía lo expresado en el símbolo.

El símbolo expresa el dinamismo de personas, comunidades, regiones de la provincia toda en un abrazo de hermanos, centrados en la Fuente que nos da identidad y nos une. Es la imagen de la “fuente” de Teresa: Dios Trinidad, la experiencia bíblica de Él en el monte, el carisma, y todo aquello que revitaliza y anima todo nuestro ser de carmelitas descalzos, como el agua que da la vida.

Tenemos la seguridad de que la riqueza de este símbolo nos abrirá de las fronteras  del trabajo individual o de comunidades aisladas, y por la posibilidad de sus múltiples interpretaciones, nos facilitará avanzar hacia horizontes creativos y conceptuales para adaptar estas riquezas del carisma a cualquier ámbito de las necesidades de nuestra Iglesia y sociedad, desde la abundancia y multiplicidad con la que el Espíritu Santo realiza todo en todos, en este abrazo conjunto, como comunidad provincial que expresa la riqueza y diversidad de Dios que se manifiesta y actúa en nosotros, para realizar un proyecto de mayor alcance. Por ello creemos indispensable seguir creciendo en el trabajo de equipo en todas las instancias de nuestras relaciones (equipo provincial, áreas, comunidades, regiones, trabajo con laicos y con toda la familia carmelitana) en las que con cada esfuerzo y logro vamos descubriendo el acontecer de Dios siempre creativo en nuestros quehaceres.

A partir de lo que somos y vivimos, con la fuerza y dinamismo del Espíritu Santo que nos proyecta hacia el servicio del mundo en la realidad tan difícil que vivimos, y que compartimos con la Iglesia, muy concretamente la latinoamericana, podemos expresar nuestro compromiso apostólico con nuestra sociedad mexicana, reflejado sobre todo en los centros de espiritualidad que abrazan la pastoral de iglesias, misión, movimientos y grupos, atención espiritual, diplomados, etc.

Además, queremos estar atentos al dinamismo de la vida religiosa en AL y el Caribe desde lo que la CLAR (Conferencia Latinoamericana de Religiosos) propone en su Horizonte Inspirador, expresado en el marco bíblico teológico del texto Juan 11-12 y Lucas 10.

  • El ícono evangélico de Betania, como una solicitud ad intra et ad extra frente a las situaciones de muerte en la sociedad que claman por señales de vida. Estamos invitados a entrar en esta familia: casa de encuentro, comunidad de amor y corazón de humanidad…
  • Con Jesús maestro, a hacernos más humanos y mejores prójimos (Jn 11,4-5.33-36
  • Con Marta, a profesar nuestra fe y a servir en la diaconía (Jn 11,27; Lc 10,38-42).
  • Con Lázaro, a pasar de la muerte a la vida y a caminar en la libertad del Espíritu (Jn 11,1-44).
  • Con María, a quebrar los frascos y a derramar el perfume de la escucha y del amor (Jn 12,1-8; Lc 10,38-42).

 En el contexto de Betania, con Teresa de Jesús, queremos que en cada uno de nosotros “Marta y María anden siempre juntas”. En la celebración del V Centenario de su Nacimiento, en comunión con todo el Carmelo teresiano durante este trienio que empezamos, kairós del Señor, deseamos que la Santa nos renueve y oriente a través de todas las nuevas oportunidades que el Papa Francisco nos recuerda para actualizar nuestra identidad y carisma de carmelitas contemplativos para el mundo (Cfr. Mensaje al Cap. Gral. O. Carm. 2013), desde nuestra mejor expresión de humanidad y de cristianismo que nos son propias: amor de unos con otros, desasimiento de las cosas creadas y humildad.

Situación actual

Lo que predomina en la sociedad actual, no es precisamente la vida interior, que demanda profundidad, sino la superficialidad; no la interioridad sino la exterioridad, propia de la cultura dominante lo que tiene como consecuencia un inmenso vacío que produce un miedo difuso, el síndrome de pánico y otros síntomas parecidos.

¿Cómo darse un tiempo y crear condiciones para encontrarse consigo mismo y escuchar la voz interior? ¿Cuándo reservamos espacios de tiempo para hacer un viaje al interior de nuestro corazón?

Por otro lado, nos damos cuenta que no dejan de presentarse movimientos de revitalización de todo tipo: religiosos, caminos espirituales y esoterismo, bien sea porque las religiones tradicionales se renuevan y ganan más adeptos, o porque surgen nuevas iglesias, sectas y corrientes espirituales y místicas.

Es verdad que el mercado, que todo lo convierte en negocio y en oportunidad de lucro, se ha apropiado de muchas de estas experiencias, de este modo se explotan carencias humanas, sentimientos de abandono y de fragilidad para ofrecer soluciones fáciles e inmediatas. Entonces, ¿dónde queda el encuentro personal con Dios y la percepción de nuestra conexión con el Todo mayor, la comunión con todos los demás seres en los que también actúa el Espíritu? ¿Escuchamos a nuestro yo profundo?

En este retorno de lo religioso y de lo místico hay elementos positivos, porque ha permitido que las personas descubran una dimensión invisible en el mundo moderno, que puede ayudar a dar sentido a sus vidas.

Bien sabemos que, la búsqueda de una paz interior y la vivencia de una auténtica espiritualidad prescinden de cualquier espectáculo, a lo que muy fácilmente se recurre hoy. La espiritualidad es la dimensión de lo más profundamente humano, que llamamos vida interior.

Somos testigos de la necesidad de una búsqueda sincera, honesta y dolorosa de vida interior. Encontramos personas que cuestionan el sentido de la vida, que someten a la crítica nuestro paradigma cultural consumista, productor de injusticias sociales y depredador de la naturaleza; hombres y mujeres que se preguntan por el destino de la humanidad, hoy globalizada por las desigualdades sociales; sobre el futuro de nuestro planeta, sometido a grandes transformaciones por la crisis ecológica y climática irrefrenable. ¿Cómo redefinir hoy la familia, precisamente ante el eclipse de la figura paterna? ¿Cómo orar, meditar, contemplar, es decir, entrar en comunión con Dios?

Para nosotros, carmelitas descalzos, la espiritualidad y la vida interior tienen gran significado y constituyen el núcleo de nuestra razón de ser, reflejadas en nuestro quehacer, en todo un  estilo de vida que supone la integración de todas las dimensiones del ser humano, consigo mismo, con la comunidad, con la naturaleza y con Dios.

Queremos ser hombres de Espíritu, con profundidad humana, en el silencio para mirar al interior y preguntarnos entre muchas otras cuestiones: ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué significado tiene todo este universo de cosas, de aparatos, de trabajos, de placeres, de sufrimientos, de luchas y victorias? ¿Cuál es mi lugar junto a los demás seres? ¿Cómo asumo la interdependencia de todo y me relaciono con las energías que conforman el universo y la Tierra? ¿Quién se esconde detrás de las estrellas? ¿Qué puedo esperar más allá de esta vida cuando veo a veces morir a tantos amigos cercanos de manera absurda: por accidente en carretera, por una bala perdida o de una enfermedad voraz? ¿Por qué estoy, en definitiva, en este bello y maltratado planeta?

Es decir, vivir una espiritualidad que parta de  las realidades de abajo, que afirma que Dios habla en la Biblia y por la Iglesia pero también nos habla por nosotros mismos a través de nuestros pensamientos y sentimientos, por nuestro cuerpo, por nuestros sueños, hasta por nuestras heridas y flaquezas; por todos los acontecimientos y hechos de la vida.

La experiencia de Dios pasa generalmente por muchos cruces de errores, curvas y rodeos, pasa por fracasos y desengaños. No son solamente mis virtudes las que me abren a Dios sino también mis flaquezas, mi incapacidad, incluso mis pecados, es decir, mi historia misma, en ella  es necesario abrirme a la relación personal con Dios en el punto preciso en que se agotan y cierran todas las posibilidades humanas[1].

Nuestra Provincia.

Como Provincia de carmelitas descalzos en México nos vemos con mucha esperanza hacia el futuro. Descubrimos que hemos alcanzado más convicción en los proyectos comunitarios, más credibilidad en nuestros ambientes pastorales, contamos con mayor colaboración y compromiso con los laicos, mayor influencia con otros interlocutores, sin los cuales ya no nos definimos en nuestro caminar hacia Dios. Hemos venido creando instancias para discernir, dialogar y compartir proyectos comunes como provincia (asambleas, encuentros, consejos, equipos, etc.) Reconocemos con alegría cómo nuestros compromisos en los diversos tipos de pastorales se van conjuntando en la nueva expresión de nuestras presencias, que llamamos “centros de espiritualidad”. Además contamos con vocaciones, no muchas, apoyadas con un plan formativo de calidad que ofrece el desarrollo de sus personas, su formación cristiana, nuestra riqueza espiritual, que tiene sentido desde el trabajo pastoral compartido con ellos. Es un hecho que este proceso de formación inicial se va consolidando, sin dejar de apuntar que implica nuevos retos.

Es así que, aunque no hemos crecido en número de frailes, sí se ha reducido la edad promedio que hoy es de 56 años[2]. Reconocemos sin embargo que no hemos resuelto aún algunos pendientes. Por ejemplo: adecuar nuestro proyecto provincial para que acabe de atender satisfactoriamente los retos sociales de nuestro país, la poca autocrítica, la distribución desigual del trabajo, el activismo o la falta de un compromiso mayor. Como hijos de nuestro tiempo estamos transitando desde una madurez humana alcanzada en el desarrollo de proyectos personales, hacia una mayor implicación comunitaria con el proyecto del Padre, que es el Reino. A partir de ellas queremos dar un paso mayor respondiendo a las nuevas realidades que resumimos de la siguiente manera:

a. Realidad social

No es posible confiar en la transparencia y justicia de las autoridades encargadas de proteger a la población al grado que se van desarrollando grupos de autodefensa en diversas regiones del país con un discurso y un potencial de armas y relaciones cada vez mayor. El problema es que quienes efectivamente tienen mandato de gobernar no son confiables en absoluto. Si bien la autodefensa ha de considerarse un derecho legítimo de los pueblos no es posible soslayar el grave riesgo que la multiplicación de esos grupos, con controles autónomos y sus propias directivas de acción, resultado de la ingobernabilidad.

Los procesos electorales que se han venido desarrollando desde hace años han tenido demasiadas irregularidades y evidencias de la cercanísima relación y considerable influencia de los principales capitales económicos del país sobre las instituciones y los personajes políticos. Y no hay que olvidar que una buena parte del dinero que está moviéndose en este país se ha comprobado que tiene nexos cercanos con actividades ilícitas, que van desde el narcotráfico al tráfico de personas. En torno a estos capitales en movimiento se han formado también grupos paramilitares que defienden los intereses de sus patrones, algunos de los cuales ya independizados han formado bandas de extorsión en diferentes regiones del país.

Esta situación ha conducido a la desconfianza y apatía política de la mayor parte de la población especialmente de los jóvenes. Ya no es meramente la bajísima incorporación de estos grupos a los diferentes partidos políticos o su escasa participación en votaciones u otros eventos de discusión pública, sino en la dificultad misma de identificarse como ciudadanos de una nación.[3] Esta gradualidad necesaria de incorporación en la vida pública está ausente de la experiencia de los jóvenes actuales más bien sometidos a una constante inestabilidad e inseguridad respecto de sus propios derechos ciudadanos (trabajo, educación. vivienda. etc.).

La tendencia creciente de frustración en la ciudad promueve entonces la individualización juvenil o el gregarismo en grupos naturales (familia o barrio) igualmente excluidos de la gradualidad ciudadana que enfrentan con sus propias fuerzas adquiridas los diferentes retos que alcanzan a abordar desde sus lugares geográficos naturales. El reinado de la fuerza se convierte en una de las características exacerbadas de la sociedad actual especialmente en las clases marginadas. La proliferación de bandas y la contratación de esos jóvenes como sicarios del narcotráfico y otros grupos del crimen organizado es un problema ya presente, aunque poco debatido en los círculos políticos.[4]

En el fondo de la realidad social que se vive, encontramos dos factores sobre los cuales se arraigan y desarrollan muchos males sociales: la corrupción y la impunidad. Como consecuencia encontramos la violencia institucional, la falta de rendición de cuentas, la desigualdad social con la injusta distribución de la riqueza. Constatamos un abuso excesivo de políticos banqueros y empresarios que parten de un proyecto neoliberal en detrimento de las personas y del beneficio social y de la naturaleza. Esto conlleva a una crisis generalizada en la que apreciamos la carencia de un proyecto de nación incluyente; a esto también contribuye la manipulación creciente de los medios de comunicación trayendo consigo una confusión y una falta de credibilidad en las instituciones.

Esto ha dado lugar también a la poca conciencia del pueblo acerca de los problemas que vivimos, de la falta de credibilidad de los movimientos alternativos, como la fragmentación del pensamiento, la poca continuidad en los proyectos, la carencia de una vida social digna, la despersonalización que ha provocado una generalizada crisis en la educación. En medio de este círculo vicioso la gente se ve presionada a satisfacer las necesidades básicas e inmediatas restando la posibilidad de ocuparse de proyectos sociales o nacionales.

No obstante, en medio de esta situación caótica vemos en el pueblo una gran capacidad de solidaridad y de organización. Asimismo no dejan de manifestarse diferentes grupos emergentes de variadas procedencias: indígenas, mujeres, homosexuales, migrantes, madres de desaparecidos, organizaciones no gubernamentales, tierra, jóvenes etc. En este contexto se hace evidente la búsqueda de Dios, tener una esperanza, una luz que les dé sentido a sus vidas y a la lucha por su dignidad.

Todo este escenario que vivimos a nivel de país y global nos coloca en el horizonte de cambios necesarios y transformaciones inmediatas y a largo plazo.

b. Realidad eclesial

En nuestra Iglesia descubrimos sombras que ocultan, entre otras cosas, una mundanidad espiritual, detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia que busca en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal.

Otra es el protagonismo de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar.

Esta oscura mundanidad se manifiesta también en muchas otras actitudes: hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga un real inserción en el Pueblo fiel de Dios, y en las necesidades propias de la historia; así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos.

También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización.

Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia.[5]

Como Iglesia compartimos el gozo del Evangelio en medio de esta cruda realidad y, junto con ella, compartimos anhelos de un nuevo rostro que refleje la imagen del Dios verdadero.

NUESTRO SUEÑO

Entendemos nuestra colaboración a favor de una sociedad más igualitaria donde todos tengan un lugar y una valoración dignos. Nos impulsa a ello el reconocimiento de la Vida Trinitaria a cuya imagen hemos sido creados para ser amigos de Ella y entre nosotros. Esto nos facilita compartir el ser y el quehacer en la provincia y en las regiones, para estar más identificados en el ser que en la tarea.

Agradecemos profundamente al Espíritu de Dios el seguir suscitando vocaciones a nuestra forma de vida en la Iglesia. Estamos seguros que el Señor nos conduce hacia un nuevo rostro de provincia más acorde con su proyecto para el mundo de hoy y nuestra realidad.

Necesitamos consolidar las casas-comunidades que están en riesgo, de modo que no se pierda lo que el Señor nos ha dado. Esto requiere de nosotros un esfuerzo generoso. Asimismo, es tiempo de consolidar la formación de los laicos que colaboran en nuestras comunidades. Junto con ellos podemos potenciar nuestras presencias para una comunión mayor y un servicio eficaz. La realidad nos invita a buscar propuestas de integración acordes entre nosotros y con ellos.

Hay muchos campos de acción a los que podemos llegar desde lo que ya hemos creado. Del CEVHAC (Centro de Estudio de los Valores Humanos A.C.) hemos de aprovechar su crecimiento e impulso, para hacerlo crecer más y tener en él un medio oficial reconocido, de presencia y expansión.

Podemos aprovechar los medios de comunicación a nuestro alcance.

Las regiones en las que estamos organizados, nos permiten una vinculación entre nuestras casas para apoyar la consolidación de los centros de espiritualidad en todas ellas, así como también para colaborar más eficazmente con las comunidades formativas.

También tenemos oportunidades de tender puentes hacia otras fronteras que nos posibiliten una presencia de familia como carmelitas en México, no olvidamos a nuestros hermanos y hermanas carmelitas de otros lugares, con quienes estamos abiertos para la mutua colaboración.

Experimentamos la urgencia de atender la formación tanto inicial como continua para estar a la altura de lo que Dios nos confía y la sociedad nos demanda hoy.

Los trabajos realizados, la reflexión que hemos tenido, los recursos utilizados, los queremos sistematizar de modo que sean de provecho para nosotros mismos y para todo aquel que desee servirse de ese material.

Así, en este múltiple escenario social y eclesial, en proyección a diez años queremos ser Testigos de la experiencia de Dios que nos lleve a actuar integralmente, ad intra et ad extra, para que nuestra vida y quehacer reflejen esa convicción entrañable: divino y humano juntos.

Motivados por esta reflexión, queremos comprometernos a dar los pasos adecuados, y para ello hemos querido darles expresión formal mínima para desarrollarlas en nuestro trienio naciente a través de las siguientes determinaciones capitulares.

Sus hermanos en el Carmelo, los capitulares:

Fr. Ricardo Pérez Enríquez, Fr. Nicolás García Rodríguez, Fr. Germán Melgarejo Lomelín, Fr. Raúl Vargas Cerrito, Fr. Leonel Ceniceros Castro, Fr. Enrique Castro Yurrita, Fr. José Miranda Martín, Fr. Cesar Omar Hernández, Fr. Luis Fernando Téllez Arredondo, Fr. José de Jesús Orozco Mosqueda, Fr. Carlos Martínez Aguilar, Fr. Ricardo García Loe, Fr. Emilio Hadad Trujillo, Fr. Tomás Ostos Ríos, Fr. Germán Balvanera Villanueva, Fr. Jorge Orlando García Iniesta, Fr. Eduardo Juárez Domínguez, Fr. Cándido Celestino González,  Fr. Raúl Tapia Santamaría.



1] Cfr. GRUN Anselm y DUFNER Meinrad, Una espiritualidad desde abajo, El diálogo con Dios desde el fondo de la persona, ST, Santander, 2000, pp. 1-4.
2]  Edades de frailes de votos solemnes:  8 de 80 años y más, 16 de 70 a 79, 5 de 60 a 69, 9 de 50 a 59, 20 de 40 a 49, 14 de 30 a 39 y 2 de 20 a 29.
3] ALEJANDRE-ESCOBAR en REYES linares, Pedro Antonio, SJ, Un marco teológico para  el mundo actual, conferencia dictada en el III congreso de misión única, CSC. 3,4 y 5 de enero 2014, San Juan de los Lagos, Jal. p. 2 «La noción de ciudadanía se entiende como la necesidad de la sociedad y del Estado de construcción gradual de espacios valores y actitudes favorables al ejercicio efectivo de la ciudadanía por todos los sectores».
4] Cfr. Ibíd. REYES linares, Pedro Antonio, SJ.
5] Cfr. Evangelii Gaudium 93-97

Mensaje del Papa para la 51 jornada de oración por las vocaciones

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 51 JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

11 DE MAYO DE 2014 – IV DOMINGO DE PASCUA

Vocaciones, testimonio de la verdad

 Queridos hermanos y hermanas:

1. El Evangelio relata que «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dice a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”» (Mt 9,35-38). Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos que primero es necesario arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo, cosechar una mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que «la mies es abundante». ¿Pero quién ha trabajado para que el resultado fuese así? La respuesta es una sola: Dios. Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos nosotros. Y la acción eficaz que es causa del «mucho fruto» es la gracia de Dios, la comunión con él (cf. Jn 15,5). Por tanto, la oración que Jesús pide a la Iglesia se refiere a la petición de incrementar el número de quienes están al servicio de su Reino. San Pablo, que fue uno de estos «colaboradores de Dios», se prodigó incansablemente por la causa del Evangelio y de la Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado personalmente hasta qué punto es inescrutable la voluntad salvífica de Dios, y que la iniciativa de la gracia es el origen de toda vocación, el Apóstol recuerda a los cristianos de Corinto: «Vosotros sois campo de Dios» (1 Co 3,9). Así, primero nace dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante que sólo Dios puede dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por último, la adoración por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso de actuar con él y por él.

2. Muchas veces hemos rezado con las palabras del salmista: «Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3); o también: «El Señor se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya» (Sal 135,4). Pues bien, nosotros somos «propiedad» de Dios no en el sentido de la posesión que hace esclavos, sino de un vínculo fuerte que nos une a Dios y entre nosotros, según un pacto de alianza que permanece eternamente «porque su amor es para siempre» (cf. Sal 136). En el relato de la vocación del profeta Jeremías, por ejemplo, Dios recuerda que él vela continuamente sobre cada uno para que se cumpla su Palabra en nosotros. La imagen elegida es la rama de almendro, el primero en florecer, anunciando el renacer de la vida en primavera (cf. Jr 1,11-12). Todo procede de él y es don suyo: el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, pero ― asegura el Apóstol ―«vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios» (1 Co 3,23). He aquí explicado el modo de pertenecer a Dios: a través de la relación única y personal con Jesús, que nos confirió el Bautismo desde el inicio de nuestro nacimiento a la vida nueva. Es Cristo, por lo tanto, quien continuamente nos interpela con su Palabra para que confiemos en él, amándole «con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser» (Mc 12,33). Por eso, toda vocación, no obstante la pluralidad de los caminos, requiere siempre un éxodo de sí mismos para centrar la propia existencia en Cristo y en su Evangelio. Tanto en la vida conyugal, como en las formas de consagración religiosa y en la vida sacerdotal, es necesario superar los modos de pensar y de actuar no concordes con la voluntad de Dios. Es un «éxodo que nos conduce a un camino de adoración al Señor y de servicio a él en los hermanos y hermanas» (Discurso a la Unión internacional de superioras generales, 8 de mayo de 2013). Por eso, todos estamos llamados a adorar a Cristo en nuestro corazón (cf. 1 P 3,15) para dejarnos alcanzar por el impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en nosotros y transformarse en servicio concreto al prójimo. No debemos tener miedo: Dios sigue con pasión y maestría la obra fruto de sus manos en cada etapa de la vida. Jamás nos abandona. Le interesa que se cumpla su proyecto en nosotros, pero quiere conseguirlo con nuestro asentimiento y nuestra colaboración.

3. También hoy Jesús vive y camina en nuestras realidades de la vida ordinaria para acercarse a todos, comenzando por los últimos, y curarnos de nuestros males y enfermedades. Me dirijo ahora a aquellos que están bien dispuestos a ponerse a la escucha de la voz de Cristo que resuena en la Iglesia, para comprender cuál es la propia vocación. Os invito a escuchar y seguir a Jesús, a dejaros transformar interiormente por sus palabras que «son espíritu y vida» (Jn 6,63). María, Madre de Jesús y nuestra, nos repite también a nosotros: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Os hará bien participar con confianza en un camino comunitario que sepa despertar en vosotros y en torno a vosotros las mejores energías. La vocación es un fruto que madura en el campo bien cultivado del amor recíproco que se hace servicio mutuo, en el contexto de una auténtica vida eclesial. Ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma. La vocación surge del corazón de Dios y brota en la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia del amor fraterno. ¿Acaso no dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35)?

4. Queridos hermanos y hermanas, vivir este «“alto grado” de la vida cristiana ordinaria» (cf. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 31), significa algunas veces ir a contracorriente, y comporta también encontrarse con obstáculos, fuera y dentro de nosotros. Jesús mismo nos advierte: La buena semilla de la Palabra de Dios a menudo es robada por el Maligno, bloqueada por las tribulaciones, ahogada por preocupaciones y seducciones mundanas (cf. Mt 13,19-22). Todas estas dificultades podrían desalentarnos, replegándonos por sendas aparentemente más cómodas. Pero la verdadera alegría de los llamados consiste en creer y experimentar que él, el Señor, es fiel, y con él podemos caminar, ser discípulos y testigos del amor de Dios, abrir el corazón a grandes ideales, a cosas grandes. «Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Id siempre más allá, hacia las cosas grandes. Poned en juego vuestra vida por los grandes ideales» (Homilía en la misa para los confirmandos, 28 de abril de 2013). A vosotros obispos, sacerdotes, religiosos, comunidades y familias cristianas os pido que orientéis la pastoral vocacional en esta dirección, acompañando a los jóvenes por itinerarios de santidad que, al ser personales, «exigen una auténtica pedagogía de la santidad, capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe integrar las riquezas de la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 31).

Dispongamos por tanto nuestro corazón a ser «terreno bueno» para escuchar, acoger y vivir la Palabra y dar así fruto. Cuanto más nos unamos a Jesús con la oración, la Sagrada Escritura, la Eucaristía, los Sacramentos celebrados y vividos en la Iglesia, con la fraternidad vivida, tanto más crecerá en nosotros la alegría de colaborar con Dios al servicio del Reino de misericordia y de verdad, de justicia y de paz. Y la cosecha será abundante y en la medida de la gracia que sabremos acoger con docilidad en nosotros. Con este deseo, y pidiéndoos que recéis por mí, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 15 de Enero de 2014

 

FRANCISCO

Termina el XVIII Capítulo Provincial

Muy queridos hermanos de la Provincial de San Alberto de México.

Les saludo con mucha alegría en el Señor.

Hoy viernes 17 de enero de 2014 a las 8:30 am, hemos CONCLUIDO LOS TRABAJOS CAPITULARES.

En el Capítulo hemos trabajado bajo la iluminación del Espíritu Santo, bajo la protección de María y la guía de nuestros Santos Padres, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Agradecemos profundamente sus oraciones, realmente han causado efecto y nos han ayudado para dejarnos guiar por el Espíritu de Dios.

Aun quedan muchas tareas por realizar, allí en el día a día, donde cada uno de nosotros estamos. Todos trabajamos y todos colaboramos para la construcción el Reino de Dios, “todos caminamos para esta FUENTE aunque de diferentes maneras.» CV 21,6

Seguimos unidos en oración y con la alegría de saber que todos caminamos para esa misma FUENTE.

Reciban un abrazo fraterno

Su hermano: Fr. Ricardo Pérez Enríquez, OCD.
Provincial

 

Provincia mexicana de san Alberto – gobierno 2014-2017

Csjo14-17b

  • Fr. Ricardo Pérez Enríquez (Superior Provincial)
  • Fr. Raúl Vargas Cerrito (Formación)
  • Fr. Nicolás García (Carisma)
  • Fr. Leonel Ceniceros Castro (Pastoral)
  • Fr. Germán Melgarejo (Ecónomo y Adm. bienes)

Mensaje de los dos Consejos Generales OCarm-OCD a toda la Familia Carmelitana

ocarm-ocd2013aCommunicationes
Aylesford (31-05-2013).- En el año de la Fe, los dos Consejos Generales, OCarm y OCD, hemos peregrinado a Aylesford (Inglaterra), un lugar muy significativo para toda la Familia del Carmelo. Desde aquí, os escribimos esta carta-mensaje en la fiesta de San Simón Stock, desde este antiguo convento carmelita, fundado en el 1242 por algunos peregrinos-ermitaños del Monte Carmelo.

Su regreso de la Tierra Santa a Europa, su paso de la vida eremítica a la vida mendicante, su experiencia de Dios y sobre todo su humilde y fraterna confianza en la Virgen en un tiempo de crisis cultural han sido para nosotros manantial de inspiración para repensar nuestra misión en los tiempos actuales. Este ha sido el asunto al que hemos dedicado gran parte de nuestro trabajo, conducidos por el P. Benito de Marchi, misionero comboniano.

En Aylesford hemos sido huéspedes de la comunidad local de los hermanos OCarm, a los cuales estamos sinceramente agradecidos por su calurosa y atenta acogida. Ha sido un tiempo de oración, de fraternidad y de reflexión, durante el cual hemos vivido también dos significativas experiencias ecuménicas. En primer lugar, celebramos las primeras vísperas del domingo con los hermanos anglicanos en la antigua catedral de Rochester (cuya fundación se remonta al año 604) y después hemos tenido un encuentro en Cambridge con el arzobispo-emérito de Canterbury, Dr. Rowan Williams, teólogo de renombre y excelente conocedor de la espiritualidad de los santos del Carmelo. Estos dos encuentros de oración y de reflexión teológica nos han ayudado a entender que la misión en el día de hoy debe desarrollarse en estrecha colaboración con las demás confesiones cristianas, en una actitud de apertura ecuménica.
De este nuestro peregrinar a las fuentes del Carmelo en Europa ha surgido la humilde convicción de que este tiempo, caracterizado por la globalización, el movimiento en todas las direcciones, la irrupción del «otro», la afirmación del «individuo» y el olvido de Dios, nos pide un nuevo corazón misionero.

Exige un corazón siempre más evangélico y menos seguro de sí. Lo que queremos compartir con los demás no son las visiones del mundo y las actitudes del hombre viejo, sino la humanidad que nos ha sido dada por Dios Padre a través de su Hijo muerto y resucitado e irradiada continuamente por el Espíritu Santo. Rowan Williams, en su apreciada intervención en el último Sínodo de los Obispos, cuando se refirió a santa Edith Stein, llamó a esta humanidad nueva «la humanidad contemplativa». Retomando esta feliz expresión, de sabor típicamente carmelitano, nosotros la hemos entendido en nuestras reflexiones, como una humanidad que se olvida de sí, silenciosa, libre de la búsqueda afanosa de satisfacciones personales y del pretexto de hacer felices a los otros imponiendo nuestras ideas y proyectos. Tal humanidad, dirigida hacia el Padre, es capaz de ver a todos los hombres, especialmente a los pobres, a los marginados y a los sufrientes, con ojos llenos de compasión. Es una humanidad acogedora, dispuesta a iniciar una incesante peregrinación para encontrar, junto a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, el camino que nos introduzca en las entrañas de la vida trinitaria.

Imaginar esta nueva humanidad es imposible para nosotros sin «liberar el carisma para un tiempo nuevo» (P. Benito de Marchi), es decir, liberar todo el potencial contemplativo y misionero de toda la superficialidad, soberbia y egoísmo, que nos impiden ver el amor trinitario y nos cierran en un círculo autorreferencial. Desde un punto de vista positivo, liberar el carisma quiere decir experimentar de manera viva las relaciones trinitarias en la vida fraterna y comunitaria; quiere decir reencontrar la alegría evangélica y gustar el sabor de la unidad y de la sencillez que existen entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para dar testimonio en cualquier lugar, en todo momento, y en toda situación a la que se nos envíe.

En todo ello nos acompaña María, Madre de Dios y Madre nuestra. Para nosotros, carmelitas, Ella es el modelo humano más sublime de la escucha de la Palabra y de la contemplación del Dios vivo. Ella, contemplativa por excelencia, se acerca a cada uno de nosotros y se hace peregrina del Dios vivo. Nos abraza con su amor materno y fraterno y enciende en nuestros corazones la llama de la Caridad. Pobre y humilde, con el sencillo signo del escapulario protege esta llama en nuestros frágiles cuerpos humanos y la transforma en una gran pasión evangelizadora y misionera. Su discreta, pero elocuente presencia en nuestra vida hace que todos aquellos que vestimos el escapulario seamos llamados a su mismo amor hacia el prójimo. En este sentido y con toda justicia la Virgen del Carmen ha sido llamada «Misionera del pueblo» (Óscar Romero)

Queridos hermanos y hermanas, partimos de Aylesford con una renovada conciencia del don de nuestra vocación y de la misión que ese don conlleva. El Señor Resucitado nos invita a no tener miedo de las dificultades, a no desanimarnos ante las inevitables pruebas y posibles fracasos. Existe en todos nosotros, pequeños y pobres, una fuerza más grande, que ha vencido al mundo. Es la fuerza del amor con la cual el Padre nos ama, es la fuerza de su Palabra y de su Espíritu que nos empuja a ir hacia el mundo, a abrirnos a todos aquellos que el Señor quiera poner en nuestro camino.

Muchos hombres y mujeres nos esperan, esperan que la familia del Carmelo les manifieste la ternura de nuestro Dios. Que el Señor nos ayude a no frustrar su esperanza.

ocarm-ocd2013

SS. FRANCISCO A LAS SUPERIORAS GENERALES

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS RELIGIOSAS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA UNIÓN INTERNACIONAL DE SUPERIORAS GENERALES

Aula Pablo VI
Miércoles 8 de mayo de 2013

stemma-papa-francescoSeñor cardenal,
venerado y querido hermano en el episcopado,
queridas hermanas:

Estoy contento de encontraros hoy y deseo saludar a cada una de vosotras, agradeciéndoos por lo que hacéis a fin de que la vida consagrada sea siempre una luz en el camino de la Iglesia. Queridas hermanas, ante todo agradezco al querido hermano cardenal João Braz de Aviz, por las palabras que me ha dirigido. Me complace también la presencia del secretario de la Congregación. El tema de vuestra Asamblea me parece especialmente importante para la tarea que se os ha confiado: «El servicio de la autoridad según el Evangelio». A la luz de esta expresión quisiera proponeros tres sencillos pensamientos, que dejo para vuestra profundización personal y comunitaria.

Jesús, en la última Cena, se dirige a los Apóstoles con estas palabras: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15,16), que recuerdan a todos, no sólo a nosotros sacerdotes, que la vocación es siempre una iniciativa de Dios. Es Cristo que os ha llamado a seguirlo en la vida consagrada y esto significa realizar continuamente un «éxodo» de vosotras mismas para centrar vuestra existencia en Cristo y en su Evangelio, en la voluntad de Dios, despojándoos de vuestros proyectos, para poder decir con san Pablo: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). Este «éxodo» de sí mismo es ponerse en un camino de adoración y de servicio. Un éxodo que nos conduce a un camino de adoración al Señor y de servicio a Él en los hermanos y hermanas. Adorar y servir: dos actitudes que no se pueden separar, sino que deben ir siempre juntas. Adorar al Señor y servir a los demás, sin guardar nada para sí: esto es el «despojarse» de quien ejerce la autoridad. Vivid y recordad siempre la centralidad de Cristo, la identidad evangélica de la vida consagrada. Ayudad a vuestras comunidades a vivir el «éxodo» de sí en un camino de adoración y de servicio, ante todo a través de los tres pilares de vuestra existencia.

La obediencia como escucha de la voluntad de Dios, en la moción interior del Espíritu Santo autenticada por la Iglesia, aceptando que la obediencia pase incluso a través de las mediaciones humanas. Recordad que la relación autoridad-obediencia se ubica en el contexto más amplio del misterio de la Iglesia y constituye en ella una actuación especial de su función mediadora (cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 12).

La pobreza como superación de todo egoísmo en la lógica del Evangelio que enseña a confiar en la Providencia de Dios. Pobreza como indicación a toda la Iglesia que no somos nosotros quienes construimos el reino de Dios, no son los medios humanos los que lo hacen crecer, sino que es ante todo la potencia, la gracia del Señor, que obra a través de nuestra debilidad. «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad», afirma el apóstol de los gentiles (2Co 12,9). Pobreza que enseña la solidaridad, el compartir y la caridad, y que se expresa también en una sobriedad y alegría de lo esencial, para alertar sobre los ídolos materiales que ofuscan el sentido auténtico de la vida. Pobreza que se aprende con los humildes, los pobres, los enfermos y todos aquellos que están en las periferias existenciales de la vida. La pobreza teórica no nos sirve. La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños.

Luego, la castidad como carisma precioso, que ensancha la libertad de entrega a Dios y a los demás, con la ternura, la misericordia, la cercanía de Cristo. La castidad por el reino de los cielos muestra cómo la afectividad tiene su lugar en la libertad madura y se convierte en un signo del mundo futuro, para hacer resplandecer siempre el primado de Dios. Pero, por favor, una castidad «fecunda», una castidad que genera hijos espirituales en la Iglesia. La consagrada es madre, debe ser madre y no «solterona». Disculpadme si hablo así, pero es importante esta maternidad de la vida consagrada, esta fecundidad. Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime vuestra existencia; sed madres, a imagen de María Madre y de la Iglesia Madre. No se puede comprender a María sin su maternidad, no se puede comprender a la Iglesia sin su maternidad, y vosotras sois iconos de María y de la Iglesia.

Un segundo elemento que quisiera poner de relieve en el ejercicio de la autoridad es el servicio: no debemos olvidar nunca que el verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que tiene su vértice luminoso en la Cruz. Benedicto XVI, con gran sabiduría, ha recordado en más de una ocasión a la Iglesia que si para el hombre, a menudo, la autoridad es sinónimo de posesión, de dominio, de éxito, para Dios la autoridad es siempre sinónimo de servicio, de humildad, de amor; quiere decir entrar en la lógica de Jesús que se abaja a lavar los pies a los Apóstoles (cf. Ángelus, 29 de enero de 2012), y que dice a sus discípulos: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan… No será así entre vosotros —precisamente el lema de vuestra Asamblea, «entre vosotros no será así»—, el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» (Mt 20, 25-27). Pensemos en el daño que causan al pueblo de Dios los hombres y las mujeres de Iglesia con afán de hacer carrera, trepadores, que «usan» al pueblo, a la Iglesia, a los hermanos y hermanas —aquellos a quienes deberían servir—, como trampolín para los propios intereses y ambiciones personales. Éstos hacen un daño grande a la Iglesia.

Sabed ejercer siempre la autoridad acompañando, comprendiendo, ayudando, amando, abrazando a todos y a todas, especialmente a las personas que se sienten solas, excluidas, áridas, las periferias existenciales del corazón humano. Mantengamos la mirada dirigida a la Cruz: allí se coloca toda autoridad en la Iglesia, donde Aquel que es el Señor se hace siervo hasta la entrega total de sí.

Por último, la eclesialidad como una de las dimensiones constitutivas de la vida consagrada, dimensión que se debe considerar y profundizar constantemente en la vida. Vuestra vocación es un carisma fundamental para el camino de la Iglesia, y no es posible que una consagrada y un consagrado no «sientan» con la Iglesia. Un «sentir» con la Iglesia, que nos ha generado en el Bautismo; un «sentir» con la Iglesia que encuentra su expresión filial en la fidelidad al Magisterio, en la comunión con los Pastores y con el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, signo visible de la unidad. El anuncio y el testimonio del Evangelio, para todo cristiano, nunca es un acto aislado. Esto es importante, el anuncio y el testimonio del Evangelio para todo cristiano nunca es un acto aislado o de grupo, y ningún evangelizador obra, como recordaba muy bien Pablo VI, «por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 80). Y proseguía Pablo VI: es una dicotomía absurda pensar en vivir con Jesús sin la Iglesia, en seguir a Jesús sin la Iglesia, en amar a Jesús al margen de la Iglesia, en amar a Jesús sin amar a la Iglesia (cf. ibid., 16). Sentid la responsabilidad que tenéis de cuidar la formación de vuestros Institutos en la sana doctrina de la Iglesia, según el amor a la Iglesia y el espíritu eclesial.

En definitiva, centralidad de Cristo y de su Evangelio, autoridad como servicio de amor, «sentir» en y con la Madre Iglesia: tres indicaciones que deseo dejaros, a las cuales uno una vez más mi gratitud por vuestra obra no siempre fácil. ¿Qué sería la Iglesia sin vosotras? Le faltaría la maternidad, el afecto, la ternura, la intuición de madre.

Queridas hermanas, estad seguras que os sigo con afecto. Rezo por vosotras, pero también vosotras rezad por mí. Saludad a vuestras comunidades de mi parte, sobre todo a las hermanas enfermas y a las jóvenes. A todas dirijo mi aliento a seguir con parresia y con alegría el Evangelio de Cristo. Sed alegres, porque es bello seguir a Jesús, es bello llegar a ser icono viviente de la Virgen y de nuestra Santa Madre la Iglesia jerárquica. Gracias.

Homilía S.S. Francisco – Misa inaugural de su pontificado

Queridos hermanos y hermanas

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas.

Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer” (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: “Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo” (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor.

Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu.

Y José es “custodio” porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas.

En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.

Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón.

Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres.

Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen “Herodes” que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos “custodios” de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro.

Pero, para “custodiar”, también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.

Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que “apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza” (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza.

También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza.

Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amen.