(en Santa Teresa de Jesús)
El tema se contempla
en dos perspectivas. Una nos mostraría las dos experiencias básicas de
comunidad que tuvo Teresa de Jesús, en la Encarnación y en San José. Otra, su
pensamiento en torno a la comunidad religiosa, concretamente en el Carmelo
femenino. Puede preguntarse si, en su proyecto fundacional, tuvo en mente un
diseño de comunidad y con qué rasgos.
1. La primera
experiencia 1535-1562
1.1.En el Monasterio
de la Encarnación
Santa María de la
Encarnación de Ávila, es el monasterio de monjas carmelitas en que, a sus 20
años, ingresa doña Teresa de Ahumada, el 2 de noviembre de 1535. ¿Por qué
precisamente aquí? Ella dice: «era al que yo tenía mucha afición»; y «adonde
estaba aquella mi amiga» (V 4,1). Su amiga es doña Juana Juárez.
La fundación
originaria en 1479, comenzó como un beaterio carmelitano que se regía por un
estatuto especial. El definitivo edificio sería inaugurado el 4 de abril de
1515, el mismo día en que la niña Teresa de Ahumada era bautizada. A partir de
aquí la comunidad cambia su estatuto jurídico para convertirse en monasterio
bajo las constituciones de la Orden.
Al ingreso de Teresa
de Ahumada la comunidad se regiría, con toda probabilidad, por las
Constituciones de la Encarnación de Ávila, texto publicado por el P. Silverio
(BMC 9, Burgos, 481-523). Eran monjas de profesión solemne y rezo coral. El
voto de clausura no estaba en vigor en esa época: «En la casa en que era monja
no se prometía clausura» (V 4,5).
1.2.El marco
comunitario desde la legislación
Las Constituciones de
la Encarnación, junto con la Regla del Carmen, serían los primeros textos
legales de la Orden que conoció y estudió la joven novicia Teresa de Ahumada.
Presentan un programa de vida religiosa con tonos de gran exigencia. De su
lectura se entresacan los siguientes caracteres comunitarios:
– Presentan una
comunidad estructurada verticalmente en torno a la autoridad y a las normas.
– Son escasos los factores que ayuden al conjunto de monjas a sentirse
comunidad convocada. Ésta encuentra su identidad casi exclusivamente en los
actos corales y litúrgicos.
– En la plasmación del carisma orante del Carmelo, la oración mental no figura
como acto de la comunidad.
– En cuanto al estilo de la relación interpersonal, hay ex-presiones
ciertamente significativas en las leyes, como «hermandad», «nuestra compañía»,
«las hermanas se hablen dulcemente». Pero predomina el tono de mutuo respeto y
reverencia.
– La priora queda en un plano distante, y se configura como garante de la
observancia regular, la guarda de la honestidad y el buen cumplimiento de las
normas.
– Se prescribe un silencio de carácter ascético. Y no se contemplan momentos
comunitarios para el diálogo fraterno. Los actos de recreación comunitaria no
figuran en las constituciones.
– Es escasa la doctrina sobre el amor fraterno. Mucho más relieve tienen las
penas previstas para el quebranto de la caridad, que se recogen detalladamente
en un largo apartado de culpas y penas. Sí se aconseja expresamente la caridad
en el acto de la corrección fraterna.
– Las constituciones programan una vida común con escasos elementos de cohesión
fraterna. No se tiene en cuenta el factor número, ni existen criterios, como la
idoneidad para la vida en común, en las condiciones para la admisión al hábito.
– Los derechos de las capitulares a participar por votación secreta en la
elección de priora, admisión de novicias y otras decisiones importantes,
tampoco presentan originalidad respecto al derecho común de los monasterios
similares de la época.
– En cuanto a los confesores ordinarios, las leyes son restrictivas. Y las
religiosas tienen poca libertad para llamar a otros. No es extraño que doña
Teresa hubiera padecido esta carencia en los primeros años.
En ese marco legal
muchas carmelitas sirvieron, según la Santa «con mucha perfección al Señor» (V
7,3). Sólo que estas leyes obedecen a la mentalidad de una época, con sensibles
carencias en torno al sentido de la comunión fraterna.
1.3. Otras
circunstancias de la vida real
La primera, el número.
Cuando se inauguró el monasterio nuevo en 1515, la fundadora, doña Beatriz
Guiera y sus compañeras, eran partidarias de establecer un número límite de 14
monjas. Pero la enorme afluencia de vocaciones, pronto les llevó a desistir, y
el convento se llenó hasta rebosar. Las referencias de la Santa sitúan el
número en torno a 180 (cta A una aspirante religiosa, mayo.1581, n. 2). Lo
mismo se comprueba por otros documentos de la época (Doña María Pinel, Noticias
del Santo Convento de la Encarnación, BMC, 2, 102).
Al mismo tiempo se dan
otras circunstancias coyunturales: una de ellas, la extrema penuria económica a
que llegó la comunidad. Para aliviar la situación, algunas monjas salen a pasar
largas temporadas en sus familias o en casas de amigos. Hubo que buscar ayudas
de las familias pudientes. Y la misma doña Teresa recibiría el encargo de
atender en el locutorio y visitar en sus casas a muchos de esos bienhechores (V
32,9).
Otra, las
desigualdades basadas en el linaje y los bienes de fortuna. Mientras las
«doñas» disponen de espaciosas celdas con varios compartimentos, las más pobres
duermen en una sala común. Algunas de las primeras mantienen dentro criadas a
su servicio. Había también diferencias en el comer, entre las que podían ser
ayudadas por sus familias y las demás.
Por otra parte, en el
monasterio, aun dándose una fidelidad básica al coro y a los rezos comunes, se
hizo difícil mantener el clima adecuado de silencio y oración. En realidad era
un monasterio de fundación reciente y escasa tradición, que se vio desbordado
por la situación. Exceso de locutorio, dependencia de los parientes. Seglares
que moraban en el convento trayendo y llevando noticias y recados de fuera.
Algunas monjas de dudosa vocación, que habían recalado en el convento. Todo un
mundillo monjil. (Steggink, Otger, Experiencia y realismo de Santa Teresa y San
Juan de la Cruz, Madrid 1974, 70-90).
Hay pasajes teresianos
(V 7,3-5) que denuncian abusos y relajaciones en monasterios de aquel tiempo.
Con evidente delicadeza, sale en defensa del suyo: «Esto no se tome por el mío,
porque hay tantas que sirven muy de veras y con mucha perfección… Y no es de
los muy abiertos, y en él se guarda toda religión» (V 7,3).
Pero a la vez no puede
menos de ser realista. Sólo un dato entre muchos: Acababa de integrarse en la
nueva fundación de San José, y ante el peligro de que el P. General le mandase
regresar a la Encarnación, escribía que le sería «desconsuelo, por muchas
causas que no hay por qué decir. Una bastaba, que era no poder yo allá guardar
el rigor de la Regla primera, y ser de más de ciento cincuenta el número» (F
2,1).
1.4. Cómo vive la
madre Teresa esta experiencia
Entra en la comunidad
con gesto humilde, pidiendo la hermandad de las hermanas. Ella viene a
entregarse a Dios, a beber en las fuentes del Carmelo. Viene a aprender. La
reciben en su compañía con cariñoso respeto y cierta admiración. Aquella joven
de familia hidalga, dotada de evidentes gracias personales, ha tenido el coraje
de afrontar la fuga de la casa paterna contra la voluntad de su padre (V 3,7;
4,1). Se le asigna una amplia celda, como correspondía a su rango y dote. En
cuanto a la casa, ella la describe como «grande y deleitosa» (V 36,8).
1.4.1. Su estado
de ánimo. – Lo conocemos a través de sus testimonios personales. En primer
lugar hay un antes y un después de la toma de hábito, como si el Señor, tras
las previas luchas vocacionales y las sequedades del año de postulantado,
hubiera querido llenar su alma de un gozo nuevo: «En tomando el hábito… a la
hora me dio un tan gran contento de tener aquel estado, que nunca más me faltó
hasta hoy… Dábanme deleite todas las cosas de la religión» (V 4,2). Pasaría
después por las ansiedades y temores lógicos del noviciado «grandes
desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tomo». Pero «con el gran contento
que tenía de ser monja todo lo pasaba» (V 5,1). Una extraña y grave enfermedad
al año de profesar, la obliga a ausentarse del convento para curarse (V 4,5).
¿Exceso de penitencia, angustia interior, inadaptación a los manjares? ¿O un
episodio más de su siempre frágil salud?
Sentimientos íntimos
que pueden ratificarse con otros pasajes: «Yo nunca supe lo que era descontento
de ser monja ni un momento» escribe (V 36,11). En superlativo: «Y como estaba
tan contentísima en aquella casa…» (V 32,12). Si no conociéramos los motivos,
sería extraño que tuviese la tentación de irse a otra comunidad de la misma
Orden, donde nadie la conociera, muy probablemente a La Encarnación de
Valencia. Que nadie viera y que nadie comentara sus arrobamientos y fenómenos
místicos. (Efrén de la Madre de Dios, Tiempo y vida de Santa Teresa, I, n.
469). Contaba entonces 42 años (V 31,13).
Su contento interior
está lleno de gratitud y alabanza a Dios por la vocación, por haberla traído a
aquel lugar: «de traerme por tantos rodeos vuestra piedad y grandeza a estado
tan seguro y a casa donde había muchas siervas de Dios, de quien yo pudiera
tomar» (V 4,3). Y en otro pasaje: «Bendito seáis, mi Dios y alábeos todo lo
criado, que… darme estado de monja fue grandísima merced» (C 8,2). Esa es la
visión global, muy por encima de los pequeños sinsabores de lo cotidiano. El
llanto y las lágrimas que refiere en algunos pasajes de su vida, tienen motivos
bien diferentes (V 9,1.8).
1.4.2. Sus
relaciónes fraternas. – En la convivencia con las hermanas de esa numerosa y
compleja comunidad, es donde Teresa de Ahumada, desplegaría la riqueza de su
virtud y de sus dotes para la relación humana. Poco se sabe sobre su relación
con las prioras de turno. ¿Qué ayuda y consejo le prestaron, por ejemplo, en
sus crisis afectiva y espiritual? Se sabe que, desde joven, tuvieron gran
confianza en ella, y que se sintió querida y valorada. «Como me veían tan moza
y en tantas ocasiones, y apartarme muchas veces a soledad a rezar y leer… y
mucho hablar de Dios…, no decir mal…, con esto me daban tanta y más
libertad que a las muy antiguas y tenían gran seguridad de mí» (V 7,2).
En el cultivo de la
relación fraterna brilla con luz propia la honradez y sinceridad de su caridad:
«No era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me parece podía
querer mal a nadie» (V 32,7). No es extraño que tuviera «tantas amigas» (V
36,8).
Es verdad que en
momentos muy puntuales sufre murmuración, no digo ahora de parte de extraños,
sino de las monjas de su comunidad. Dos momentos, muy alejados uno del otro,
así lo ratifican. Uno en plena juventud, recién recuperada la práctica de la
oración: «Comenzó la murmuración de golpe… decían que me quería hacer santa y
que inventaba novedades» (V 19,7-8). Otro, en su madurez humana, cuando se
comentan sus proyectos fundacionales: «Estaba malquista en todo el monasterio,
porque quería hacer un monasterio más encerrado… Decían que las afrentaba» (V
33,2). Las críticas subirían mucho más de tono en el episodio de la nueva
fundación (V 36,11-13). Eran riesgos que afrontaba desde una convicción
interior.
¿Cómo la veían las
demás? Ana María de Jesús, testigo en los procesos de canonización, declaraba
que «por entonces todas las religiosas del dicho convento la querían y
estimaban mucho» (Proceso de Ávila, 1610, 4ª: BMC 19, 441). La experiencia de
soledad humana (sentirse sola, marginada o aislada en la masa) que muy
posiblemente se daba en aquella comunidad, ella no la sufre.
1.4.3. «Buscar
compañía» (V 7,22). – La expresión se refiere a la necesidad de relaciones en
profundidad, confesores o consejeros espirituales: «Yo no hallé confesor que me
entendiese, aunque le busqué en 20 años» (V 4,7). Largos períodos de crisis,
dudas sobre sus experiencias espirituales, luchas personales, en que se ve
sola, sin ayuda. Nadie, ni priora, ni maestra de novicias, ni confesor que la
ayude y aconseje. Su palabra suena como un lamento: «Gran mal es un alma sola
entre tantos peligros; paréceme a mí que si yo tuviera con quien tratar todo
esto…» (V 7,20). Una larga búsqueda, que cambia completamente de signo en su
madurez, en amplias relaciones, no sólo con buenos confesores y teólogos de
gran prestigio, sino incluso con santos hoy canonizados (V 23,4.8.10).
Otra cara de la misma
moneda, es la necesidad de amigos en torno a Cristo y compañeros de camino,
ante las escasas posibilidades de contacto espiritual que se dan en la
comunidad. Por la gran significación de sus miembros, es capítulo aparte el
grupo de «los cinco» (V 16,7). Luego está su pequeño círculo de amigas, monjas
y seglares, que se reúnen en su celda en íntimos y espirituales coloquios y
para ayudarse en la oración. Precisamente en una de las veladas de este grupo,
surgiría el primer esbozo de la futura comunidad (V 32,10).
El locutorio, punto
débil en la Encarnación, fue también para Teresa lugar de relación y conversación.
Visitas que interesan a la comunidad, y otras personas. Esto sería para Teresa
como una espada de doble filo. Mientras, por un lado, se prodiga en ser amable
con las visitas, consolarles, darles consejos o enseñarles a orar, por otro
lado, algunas de estas amistades, como es bien sabido, afectaron por algún
tiempo a su mundo afectivo y emocional, y dificultaron su vida de oración (V
7,6.8).
La casa y las
hermanas, compartiendo cada día oración y vida, gozos y preocupaciones, fueron
tejiendo en su espíritu un hondo y agradecido sentido de pertenencia. Entre sus
monjas ella se ha sentido hermana y carmelita. De este monasterio se siente
hija. Y cuando, años más tarde, en sus viajes de fundadora, pase por Ávila, se
acercará a la Encarnación con este comentario: «Vuélvome a mi madre» (BMC 2,
108). En el juicio que reflejan sus escritos sobre esta comunidad, Teresa se
muestra delicada y generosa con las personas. No se escandaliza de las
debilidades humanas. Pero en una clara mirada a las realidades negativas, se le
presenta la otra alternativa. El proyecto de un nuevo marco vital donde vivir
el más puro ideal del Carmelo contemplativo. Un proyecto largamente pensado,
orado y consultado (V 32,12-13), que se le hace cada día más urgente ante los
problemas y males de la Iglesia.
2. La otra experiencia
1562-1582
2.1.Una comunidad en
formación
En la madrugada del 24
de agosto de 1562, mientras se desata una gran polémica por la nueva fundación,
Teresa asiste, a la inauguración del nuevo conventito de San José, y da el
hábito a las cuatro primitivas. Ella es hija de la Encarnación y a la vez
fundadora de San José. Pero no se queda a vivir allí, porque, en cuanto la
noticia llega a la Encarnación, la priora manda llamarla para pedirle cuentas
(V 36,11). Sólo meses más tarde tendría autorización para trasladarse y tomar
el cargo de Priora. Bajo su dirección y magisterio, la comunidad iría
rápidamente creciendo hasta llegar al número de trece. En principio, la madre
Teresa sólo pensaba en esa única fundación.
Al mismo tiempo se va
perfilando la legislación. Una legislación para una comunidad de nuevo cuño. Al
comienzo serían unas breves normas redactadas por la madre Teresa. En el
trascurso de los cinco primeros años, termina la redacción de las
constituciones. Son fruto de sus propias intuiciones, de las experiencias
pasadas y de la vida misma. Reciben la aprobación del General de la Orden en
1567. Es un libro breve, con fuerte impronta teresiana, escrito con aliento
espiritual. El apartado de culpas y penas no es de su pluma. Otros escritos
teresianos, y sobre todos ellos el Camino de Perfección, escrito a petición de
sus monjas, ayudan a completar el diseño de la comunidad teresiana.
2.2. Líneas básicas de
la nueva comunidad
En la famosa velada,
ya mencionada, con el grupo de amigas (V 32.10), surgen las líneas elementales
de la posible fundación. La documentación existente, revela cuáles fueron los
comentarios: En la Encarnación hay demasiada gente, la casa es enorme, el
ambiente poco recogido y de mucho ruido, falta un clima de paz y sosiego.
Hagamos por lo tanto un monasterio «pequeño y de pocas monjas» (Tomás de la
Cruz – Simeón de la Sagrada Familia, La Reforma Teresiana. Documentación de sus
primeros días, Teresianum, Roma 1962, 211).
Ese monasterio
«pequeño y de pocas monjas», será el nuevo enmarque donde vivir dos valores
primordiales que ella descubre como propios del Carmelo: contemplación y
hermandad, ambos en armoniosa integración. Al primero, Teresa de Jesús lo
llamará «tesoro» y «preciosa margarita», al evocar con nostalgia los orígenes
eremíticos del Carmelo: «de esta casta venimos» (M 5,1,2). Y lo asume en una
clara afirmación: «El estilo que pretendemos llevar es no sólo de ser monjas,
sino ermitañas» (C 13,6). Quedaría plasmado en tres elementos básicos de
soledad para la contemplación: clausura estricta, celda y ermitas (Cons
8.15.32), dejando de lado la sala común de labor (Cons 8).
El otro rasgo, «estilo
de hermandad», es una expresión ya clásica de la Santa. Una hermandad fraterna
que no se expresa sólo en la seriedad de actos comunes o momentos corales. Es
lo que trata de explicar a fray Juan de la Cruz, recién conquistado para su
causa, trayéndolo hasta la fundación de Valladolid en 1568. Que sea testigo de
la «manera de proceder» y «del estilo de hermandad y recreación que tenemos
juntas, que todo es con tanta moderación, que sólo sirve para entender allí las
faltas de las hermanas y tomar un poco de alivio» (F. 13, 5). Lo que aquí se
describe es la recreación comunitaria. En torno al sentido de la frase
«entender las faltas», las interpretaciones han sido varias. En ese contexto,
la palabra «faltas» no se traduciría como fallos o culpas, sino como carencias
o necesidades de las hermanas (cf Álvarez, Tomás, EstTer, III, Monte Carmelo,
Burgos 1996, 531-540). Con esta interpretación la recreación comunitaria al
estilo teresiano toma distancia de la corrección y se define como tiempo de
distensión, alivio y buen humor.
La conformación de
esta comunidad es una convergencia feliz entre las normas y las realidades, y
se completaría con otras características, aquí recogidas en síntesis: comunidad
de gente escogida (Cons 21); ocupadas en oración por la Iglesia (C 3,1-2); en
pobreza, sin rentas, en trabajo y austeridad de vida (Cons 9.11.12.32); todas
iguales en derechos, sin títulos de «don» ni diferencias de clase (Cons 30);
sin la exigencia de «dote» (Cons 21); con una sólida formación y buenos libros
(Cons 8); unidas en un amor desprendido y oblativo (Cons 28); en alegría y
acción de gracias (V 35,12); en gozoso clima de familia (Cons 26-28); y en el
horario diario, además de la Eucaristía y el rezo coral, dos horas de oración
mental (Cons 2.7). Todo converge hacia la plasmación de una pequeña comunidad
orante y fraterna.
Y como base firme
donde asentar la paz interior y exterior, virtudes prácticas: «Importa mucho
entendamos lo muy mucho que nos va en guardarlas para tener la paz… interior
y exteriormente: La una es amor unas con otras; otra, desasimiento de todo lo
criado; la otra, verdadera humildad… que las abraza a todas» (C. 4.4).
2.3.Cómo vive T la
nueva experiencia
Hay varios factores
que convergen en esta experiencia de vida en San José de Ávila y que la hacen
excepcional. El primero es la presencia y la catequesis oral de la madre
Teresa. Otro factor a tener en cuenta es que, en la elaboración de las
constituciones, se tienen en cuenta, entre otros muchos, los datos aportados
por el fluir de la vida. Y es evidente finalmente, ese clima especial y único
de fervor y de unidad que se da en los comienzos, y que queda como un reclamo
para las generaciones venideras. Estos factores, en su conjunto, no se darían
en las comunidades posteriores.
Son muy precisos los
datos sobre la experiencia de los cinco primeros años en San José. Teresa los
describe como «los más descansados de mi vida, cuyo sosiego y quietud echa
harto de menos muchas veces mi alma» (F 1,1). Basta fijarse en los términos del
lenguaje: «contento», «sosiego», «quietud», «alegría», «descanso», etc. O
expresiones que hablan por sí mismas: «esto es un cielo», «un rinconcito de
Dios», las hermanas tienen «almas de ángeles». Todo un anuncio de buena nueva
jalonado de bendiciones y alabanzas al Señor (V 35.36; F 1,1-6).
No es ella sola la que
vive este gozo, son todas las hermanas de la comunidad. Y esto resulta más
significativo si tenemos en cuenta la austeridad y pobreza en que viven. Una
clave importante es el estilo de humanismo y suavidad: «gran perfección con
mucha suavidad» (V 36,30). «Llévanlo con una alegría y contento que cada una se
halla indigna de haber merecido venir a tal lugar» (V 35,12).
Bendice a Dios por
esta realidad. Él es quien ha convocado a estas hermanas, almas escogidas, que
son un verdadero regalo suyo, «porque yo no supiera desearlas tales para este
propósito» (V 35,12). Sólo de Dios puede brotar tanta alegría: «Dáles Dios un
contento y alegría tan ordinaria que no parece sino un paraíso en la tierra»
(cta a D. Cristóbal R. Moya, 26-6-1968, n. 1).
Otros testimonios
referentes a estos años confirmarían la misma realidad. Entre varios posibles,
tienen gran valor histórico los que aporta Francisco de Ribera, primer biógrafo
de la Santa en los capítulos 5 y 6 de la Vida de Santa Teresa de Jesús, Libro
II. Por su parte, María de San José nos presenta su impresión personal. Ella se
sintió fascinada por la madre Teresa y sus hijas, por la admirable vida y
conversación y en especial por la «suavidad y gran discreción»: «Me llamó el
Señor a la religión viendo y tratando a nuestra Madre y a sus compañeras»
(Libro de las recreaciones, 2; Humor y Espiritualidad, Monte Carmelo, Burgos
1966, 170-171). Una incógnita preocupante era la opinión del General de la
Orden que visitó San José de Ávila en 1567. Felizmente, y a pesar de los
problemas que surgirían después, Teresa encuentra en él una cariñosa acogida.
«Alegróse de ver la manera de vivir» (F 2,3).
Estas son las
valoraciones, netamente positivas. Posiblemente haya que bajar el diapasón en
referencia a los años posteriores, cuando las fundaciones se van multiplicando.
Nunca faltaron problemas, fragilidades e incluso contradicciones. A la misma
Santa le tocará enfrentarlos. Pero su testimonio de admiración es diáfano:
«Pues comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen, nuestra Señora,
comenzó la Divina Majestad a mostrar sus grandezas en estas mujercitas flacas,
aunque fuertes en los deseos y en el desasirse de todo lo criado» (F 4,5). O
cuando exclama: «Algunas veces me es particular gozo cuando, estando juntas,
las veo a las hermanas tenerle tan grande interior, que la que más puede, más
alabanzas da a nuestro Señor» (M 6,6,12).
3. Caracterización de
la comunidad teresiana
3.1. Enclave teologal
El pequeño «colegio de
Cristo» (CE 20,1) no es simple realización humana. Teresa de Jesús lo sitúa en
una perspectiva de gracia. La vocación es un don, cada hermano es un don, la
comunidad pertenece al Señor, es obra suya. La realiza y sostiene por el
Espíritu. Se lo recuerda a sus monjas en estos tres postulados: a) El Señor nos
ha reunido: «Gracias al Señor que nos juntó aquí» (C 1,5; 3,1.10; 8,3). b) El
Señor mora con nosotras; esta casa es «rinconcito de Dios», «morada en que Su
Majestad se deleita» (V 35,12). c) El Señor cuidará de vosotras: «Los ojos en
vuestro Esposo; Él os ha de sustentar» (C 2,1). La actualidad de estos conceptos
teológicos es ratificada en el Vaticano II (PC 15).
3.2. Soledad en
compañía
Teresa trata, en
primera instancia, de revitalizar el carisma contemplativo del Carmelo. Y
entiende que esa nueva savia difícilmente puede circular en las estructuras
comunitarias de la Encarnación. De ahí su idea de grupo unido e identificado
con el ideal primigenio. En esas coordenadas se sitúa, por un lado, la
valoración de la soledad (Cons 8), y por otro, las oportunidades de relación.
Silencio y palabra. Y no sólo a través de los actos litúrgicos, sino también en
el diálogo espiritual privado (Cons 7), y en las recreaciones, en «que todas
juntas puedan hablar en lo que más gusto les diere» (Cons 26.28). La armonía de
la vida de esta comunidad está en el equilibrio entre el silencio contemplativo
bajo la Palabra, núcleo central de la Regla del Carmelo, y los momentos del
compartir espíritu y vida, liturgia y fiesta. «Mientras más santas, más
conversables con las hermanas» (C 41,7). Todo ello condimentado con la alegría,
elemento típico de las comunidades teresianas.
3.3. Un grupo pequeño
La madre Teresa hace
un cálculo muy preciso del número desde el primer esbozo de comunidad. El
número entra como dato importante dentro del modelo de comunidad que ha ideado
para el Carmelo. Huye de la comunidad-masa como la experimentada en la
Encarnación. Después de mucho pensar y consultar, el número quedaría fijado en
trece, ni una más. «Porque esto tengo por muchos pareceres sabido, y visto por
experiencia, que para llevar el espíritu que se lleva y vivir de limosna…, no
se sufre más» (V 36,29). Porque «adonde hay pocas, hay más conformidad y
quietud» (F 2, 1). Un cálculo del número así de preciso, en el siglo XVI, es un
dato relevante. Las razones que posteriormente influyen en la ampliación del
número hasta 21, no invalidan el planteamiento original.
3.4. Un grupo selecto
Teresa de Jesús es muy
exigente en esto. «Donde son tan pocas, de razón habían de ser escogidas» (cta
a doña María de Mendoza, 7.3.1572, n. 5) «Que sean personas de oración y para
nuestro modo» (cta a don Cristóbal R. Moya, 8.6.1568, n. 1). No importa que no
tengan bienes de fortuna si los tienen de virtudes (Cons 21). Las cualidades
que reflejan mayor sensibilidad para su época, serían las referentes al talento
o buen entendimiento (C 14,2; Cons. 21), y al equilibrio psíquico para convivir
(F 7). Estar también muy alerta frente a las presiones del exterior (C 14,2; CE
20,1), y ayudar al candidato para que haga una opción desde la libertad (Cons
17; C 13,7). La idea base sería que, aun contando con la fragilidad humana, una
comunidad podrá mantenerse unida y en crecimiento, en la medida en que sea
lúcida para admitir en su seno sólo aquellos miembros que puedan adherirse a
todo su ideal, y siendo consciente de que tiene un límite de conflictividad que
no es prudente rebasar.
3.5. La necesidad
ineludible de amarse (C 4,5)
Podría haber fallos en
otras cosas, pero es impensable vivir juntos sin amarse. La madre Teresa con
evidente dramatismo afirma rotunda que no hay mayor desgracia para la comunidad
que la ruptura del amor. Es como echar de casa al Señor (C 7,10). Por el
contrario, la pequeña comunidad ha de ser como una familia: «En esta casa…
todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se
han de ayudar (C 4,7). De la lectura del libro Camino (capítulos 4 a 7) surge
la clara conclusión de que hay que educar en el amor. Es de absoluta necesidad
para el equilibrio personal y comunitario. Educar para un amor puro y oblativo,
universal y sin exclusivismos (C 4,5.8; M 1.2,17). Entender el amor como don y
tarea (M 5.3,9). Y educar también para el perdón y la misericordia (C 36,7).
3.6. Convocadas para
una misión eclesial
Teresa de Jesús
describe su comunidad como un «castillito… de buenos cristianos» (C 3,2), y
así se lo transmite a sus hijas. La comunidad no está reunida sólo para su
propia santificación, sino para vivir por la Iglesia y la humanidad. Para
entrar en combate por medio de la intercesión. «Este es vuestro llamamiento» (C
1,5). Misión que toma tintes de urgencia ante las noticias que le llegan sobre
el desgarro de la Iglesia con el avance de la Reforma Protestante: «Estáse
ardiendo el mundo» (C 1,5). ¿Qué hacer? «Eso poquito» será: Vivir una fidelidad
evangélica y «que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la
Iglesia y predicadores y letrados… ayudásemos en lo que pudiésemos» (C 1,2).
Luego vendrían sus ansias misioneras ante el paganismo del Nuevo Mundo. Esta
toma de conciencia eclesial implicaría definitivamente a las comunidades
teresianas en la evÁngelización.
3.7. La comunidad,
escuela de formación
Sí, sobre las prioras
de sus comunidades y las maestras de novicias recae esa ineludible misión. Se
ha señalado anteriormente la necesidad de educar en el amor. También hay que
instruirles en los misterios de la fe, la oración y la vida misma, no sólo los
oficios. Para ello Teresa quiso dotar a las comunidades de buenas prioras,
personas equilibradas, serenamente firmes, capaces de conducir a cada hermana y
al grupo hacia el plan de Dios con delicadeza y sabiduría. Como pequeños
detalles: ella cuida de que haya buenos libros (Cons 8), orienta e ilumina a
cada monja en su vida interior en encuentros personales, exhorta e instruye a
la comunidad (Cons 41. 43), permite el diálogo espiritual privado entre
hermanas (Cons 7). Escoge con cuidado a la Maestra de novicias (C 40). La
consigna para la formación es «criar almas para que more el Señor» e insistir
más en «las virtudes, que en el rigor de la penitencia» (Cons 40).
3.8.Gran perfección
con mucha suavidad (V 36,29)
Es otro de los rasgos
del grupo teresiano. Educar a las hermanas para una radicalidad evangélica,
llevándolas con delicadeza. En el ejercicio de este magisterio y de la
autoridad en general, hay un estilo: que la priora actúe con amor de madre, y
que procure ser amada para ser obedecida (Cons 34). Es la actitud maternal, no
maternalista, que acompaña con suavidad, a la vez que corrige, amonesta y ayuda
a crecer a las súbditas, dejándose de niñerías. Mantener la obediencia bajo la
ayuda persuasiva del amor es una faceta más del humanismo teresiano.
Son rasgos, no
exclusivos por supuesto, pero que, en su conjunto, dan un sello de
singularidad. A ellos podrían añadirse muchos otros matices. En todo caso, puede
decirse que el modelo de comunidad y el estilo que lo caracteriza, aparece como
uno de los elementos fundamentales del movimiento renovador que Teresa promueve
en el Carmelo. Sus aportaciones al concepto y desarrollo de la comunidad
religiosa en su momento histórico, son importantes y de gran interés. Su
trayectoria fue pasar del no grupo al grupo, en la convicción de que sólo los
grupos fuertemente unidos y mentalizados pueden mantener la pureza de un ideal
con auténtica capacidad de irradiación.
BIBL. – Ildefonso
Moriones, Ana de Jesús y la herencia teresiana, Roma, 1968; Id.,El carisma
teresiano. Estudio sobre los orígenes, Roma, 1972; L. del Burgo, La comunidad
teresiana, en «Comunidades» 9 (1981), 170-180; Álvarez, Tomás, Temas Teresianos
III, Monte Carmelo, Burgos 1996, 260-279; 531-541; Efrén – Steggink, Otger,
Tiempo y Vida de Santa Teresa, BAC 283, Madrid 1968; Steggink, Otger,
Experiencia y realismo en Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz,
Espiritualidad, Madrid 1974; Murillo Agos, Jesús, La comunidad en Teresa de
Jesús, El Carmen, Vitoria 1982; G. Pozzobon, La comunitá teresiana. Genesi e
formulazione…, Roma, 1979; Ruiz, Alfonso, Un estilo de hermandad, Monte
Carmelo, Burgos, 1981.
Jesús Murillo
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