«Sabía yo bien de mí,
que en cosas de la fe, contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien
viese yo iba, o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura, me pondría yo a
morir mil muertes» (V. 33,5).
Puestos a referir el
amor y el estudio que los cristianos han hecho a lo largo de los siglos de la
Biblia, difícilmente encontraríamos un testimonio tan vivo y apasionado como
este de Teresa que citamos. Y ninguna presentación mejor podemos hacer del tema
ya que su propia palabra nos ahorra de golpe todo esfuerzo por ponderar la
importancia que la Biblia ha tenido en su vida, y va a tener en sus actitudes y
en su pensamiento. Para mejor clarificar éste podemos señalar unos hitos que
definen y enmarcan su amor y conocimiento de la Biblia.
a) La Biblia, un libro
escaso y difícil…
Si para estudiar a un
autor hay que situarse en su tiempo y su contexto, esto se hace especialmente
necesario al referirnos al tema de la Biblia en la espiritualidad teresiana.
Sólo así puede entenderse una necesaria afirmación que hoy podría resultar
extraña: Teresa no ha tenido siquiera una Biblia. Teresa no ha podido leer la
Biblia. Si, Teresa, lectora precoz, a ejemplo e inducción de su padre, que
«tenía buenos libros para que leyesen sus hijos» (V 1,1) y tan amiga ella misma
de los libros desde la infancia, hasta el punto de no estar contenta si no
tenía cada día un libro nuevo, no ha tenido, ni ha podido leer la Biblia, como
libro completo. Ni siquiera en casa de su tío D. Pedro, ha podido hacerlo en
aquel tiempo tan singular que dedica, al reposo y la reflexión, a la lectura
complaciente de los buenos libros que aquél posee (V 3,5).
Y no ha podido hacerlo
por la simple razón de que la Biblia no estaba al alcance de cualquiera. Sólo
corría en latín para uso de los estudiosos. Existían, ciertamente, traducciones
parciales, de algunos de sus libros, y de 1553 es la edición completa en
castellano de la Biblia de Ferrara. Pero después que en 1546 debate el tema el
Concilio de Trento en su cuarta sesión, si bien no toma decisión alguna, los
teólogos españoles se pronuncian por la conveniencia de que no se hagan traducciones,
ante el temor, que apuntaba Carranza, de que las «personas simples y sin
letras» hagan mal uso de las mismas. Son los tiempos del alborear del
protestantismo, y la Inquisición vela cuidadosa porque la Biblia no esté al
alcance de personas sin formación sólida. De ahí que apenas empiezan a
publicarse las ediciones en castellano, las prohíbe. Así lo hace ya en el Índice
que se publica en Toledo en 1551, ratificado luego y añadido con nuevos títulos
hasta 172, en el famoso Índice de Valdés del año 1559. Y que no sólo alcanza a
la Biblia como tal, sino también a los libros de Comentarios sobre la misma,
como por ejemplo la Guía de Pecadores del P. Granada y al Audi Filia de Juan de
Ávila.
Pero el hecho cierto
de que Teresa no haya podido manejar la Biblia por completo, ni tenerla a su
servicio, no quiere decir que ella no la haya conocido y venerado. Las más de
600 citas que de la misma hay en sus obras, demuestran que a pesar de que la
Biblia no era un libro a su alcance, ella la llega a conocer en profundidad, a
través de otros libros, o de lecturas fragmentarias de la misma que por fuerza
ha tenido que hacer.
Ella misma nos cuenta,
de hecho, refiriéndose al tiempo que estuvo en las Agustinas de Gracia, cuando
apenas tiene 16 años, lo que se alegra de poder hablar con D.ª María de
Briceño, por lo bien que «hablaba de Dios» (V 3,1) y cómo ésta se sintió
llamada por sólo leer en la Escritura, que el Señor ha dicho que «muchos son
los llamados y pocos los escogidos».
A tenor de lo que
Teresa nos cuenta parece evidente que al menos el Evangelio lo conoce en
profundidad antes de entrar en la vida religiosa, pues medita ya todas las
noches antes de acostarse en la oración del Huerto (V 9,4), lee la Pasión (V
3,1), y se sirve del mismo para sus razonamientos para vencer los temores y
dudas vocacionales previas al ingreso. (V 4,3).
Luego seguirá
aumentando su conocimiento de la Escritura tras la entrada en la vida
religiosa, en plena juventud. Basta recordar como dato sus lecturas obligadas
del Breviario o el rezo de la Liturgia de las Horas. Ella misma recuerda a este
respecto a sus hijas refiriéndose al Cantar de los Cantares: «Y así lo podéis
ver en el oficio que rezamos de Nuestra Señora, cada semana, lo mucho que está
escrito de ello en antífonas y lecciones» (Conc 6,8). Y lo mismo cabe decir de
la Misa de cada día, como fuente de su conocimiento de la Escritura. O la Regla
del Carmelo, que es un enlosado de citas Bíblicas, para cerciorarse de su progresivo
conocimiento de la misma.
Y si a esto se añade
las largas horas de lectura que tiene en su enfermedad, «diome la vida haber
quedado amiga de leer buenos libros» (V 3,7), y que jamás osaba comenzar a
tener oración sin un libro entre las manos (V 4,9) que le sirviera de escudo,
mas su deseo de encontrar luz que le lleva a confesar «aunque he leído muchos
libros espirituales, decláranse poco» (V 14,7) queda bien de manifiesto que a
través de ellos, Teresa ha conocido a fondo la Escritura, pues según es obvio
tales libros tienen siempre como trasfondo la palabra de Dios, según ella lo
recuerda expresamente: leí en un libro que decía San Pablo que era Dios muy
fiel (V 23,15). De ahí que cuando se publica el famoso y citado Índice de
Valdés, ella lo lamenta. «Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no
se leyesen, yo sentí mucho» (V 26,5), si bien la ocasión sirvió de pretexto
para que el Señor que le había enseñado y sostenido a través de los libros,
empiece a hacerlo de otro modo: con las visiones. «No tengas miedo, yo te daré
libro vivo», le dijo el Señor (V 26,5).
Y por si no fuera
suficiente, sabemos con certeza que también en el trato con los confesores y
consultores, grandes teólogos y letrados en su mayoría, ha encontrado Teresa
una fuente de conocimiento de la Escritura. Y es natural, pues es lo que
buscaba y lo que más aquietaba su espíritu, como lo dice al referirse al Dr.
Velázquez de Toledo… (F 30,1).
b) La Biblia, un libro
amado
A tenor de las citas
que Teresa hace en sus obras de la Escritura, podemos decir que ha conocido la
mayor parte de la Biblia. Cuarenta y siete libros distintos cita ella de la
Escritura. Veintiséis son del A. T. con 200 citas y veintiuno del Nuevo con
cuatrocientas. Citas que van del Génesis al Apocalipsis. Sin que pueda decirse
que ignora los no citados, sino que han dejado menor huella en su pensamiento o
no ha encontrado oportunidad para traerlos a colación. El más citado, sin duda,
es el Evangelio, luego san Pablo, los Salmos, el Cantar de los Cantares. Unas
son citas textuales. Otras son referencia a hechos bíblicos, y con frecuencia y
evidente regodeo evocación de los personajes de la Escritura. Algunas citas son
una simple referencia, mientras otras se convierten en punto central de su
pensamiento.
Y hasta tal punto la
Escritura se convierte en el trasfondo de su obra y del pensamiento teresiano,
que no hay libro suyo que no esté cuajado de citas. Ciento treinta y dos hay en
el libro de las Moradas. Luego viene la Vida con 118, Camino ofrece 105, y 34
las Fundaciones. Pero hay dos obras teresianas, como es sabido, de escaso
volumen, pero de una densidad bíblica asombrosa. Son las Exclamaciones, que en
apenas una veintena de páginas contienen 66 citas de la escritura, y el pequeño
libro Meditaciones sobre los Cantares, que constituye una obra única, atrevida,
insólita, y mucho más para una mujer. Un comentario nada menos que al Cantar de
los Cantares, por cuya simple traducción al castellano se ganará la cárcel Fr.
Luis de León. Así que no es extraño que el P. Yanguas, su confesor del momento,
le mandara quemar el original, por algo más que probar su obediencia. Hay en él
42 citas de la Escritura.
Tras este simple
apunte de datos, que aparece en una lectura somera de sus obras, no cabe la
menor duda de que Teresa, aunque no haya podido leer directa y enteramente la
Biblia, ha llegado a tener un conocimiento hondo de la misma. Tanto más
meritorio cuanto difícil era el acceso a la misma para una mujer de su tiempo.
Pero ella no era mujer que se arredrara ante las dificultades por más que diga
que el ser mujer y ruin bastaba «para caérsele las alas» (V 10,8) cuando había
una motivación seria y trascendente para obrar. Y en esta motivación, que ahora
veremos, es quizá, donde está la clave de ese conocimiento y amor a la Escritura
profesado y confesado por Teresa.
c) La Biblia, palabra
viva, actual, de Dios
Teresa ha tenido,
desde niña, una extraña facilidad para hacer suyo lo que lee, identificándose
de algún modo con lo que la lectura desvela. Así lo hará con la lectura compartida
del Flos Sanctorum, que hace con su hermano y que le lleva a ansiar y buscar el
martirio en tierra de moros, sorprendida y gozosa de descubrir que la pena o la
gloria fuera «para siempre, siempre, siempre» (V 1,4). O con la propia lectura
de los libros de caballerías, que no sólo aviva en ella el gusto por aquellas
lecturas, que hasta parece llegó a imitar, sino que la lleva a vivir su propio
romance, ya que la misma saca a flote su sensibilidad femenina, que atrae a los
primos, con aquel «traer galas y desear contentar en parecer bien, con mucho
cuidado de manos y cabelllo y olores» (V 2,2).
De ahí que no tiene
nada de extraño que cuando T comienza a conocer la Escritura, la perciba como
Palabra viva de Dios. Una Palabra estimulante, provocadora, recién dicha para
todos, y a cuya eficacia no se ha podido sustraer. Y si bien al principio se
sorprende, en su adolescencia, de que aunque leyera toda la Pasión no llorara
una lágrima (V 3,1), no deja de sentir pena por ello y envidia de quien lo
hace.
El encuentro en
Hortigosa con su tío D. Pedro y las lecturas que por complacerle hace de sus
libros, van a resultar en este aspecto definitivas. Y es que aunque la Santa no
lo especifica, está claro que aquellas lecturas rondan la Escritura, y que a
través de ellas se empieza a clarificar su vida «con la fuerza que hacían en mi
corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, vine a ir entendiendo la
verdad de cuando niña» (V 3,5). No sólo eso. Teresa confiesa que a través de
esto, Dios «le forzó a que se hiciese fuerza» (V 3,4) para definir su vida. Es
así como empezó a descubrir que la Palabra de Dios es viva, actual, impulsiva,
seductora.
Y con este entusiasmo
de la verdad redescubierta de su infancia, que es valorar todo lo humano como
vanidad frente a la trascendencia de Dios, se afianza en ella otro valor que va
a ser igualmente definitivo en su vida. El amor a la verdad, que va a guiar
todos sus pasos, tan habituada a «entender lo que es verdadera verdad, que todo
lo demás le parece juego de niños» (V 21,9). Y esa verdad verdadera no es otra
que Dios mismo, «verdad sin principio ni fin, ya que todas las demás verdades
dependen de ella» (V 40,4).
Ahora bien esta verdad
suprema con la que debemos verificar y contrastar nuestras pequeñas verdades,
es precisamente la que se contiene y revela en la Escritura. Y confirmando esta
certeza de Teresa le dirá el Señor en una de sus gracias místicas: «Todo el
daño que viene al mundo es por no conocer la verdad de la Escritura con clara
verdad, no faltará una tilde de ella» (V 40,1). Y esta es la razón suprema por
la que Teresa buscará siempre el parecer de los letrados para no equivocarse
siguiendo seducida sus pequeñas verdades personales. Incluso, puesta a elegir,
prefiere contar con los letrados antes que con los espirituales que no tengan
letras, convencida desde la experiencia de que «buen letrado nunca me engañó»
(V 5.3), porque como ella explica aunque no sepan las cosas por experiencia,
que tanto vale ciertamente en los caminos del espíritu, «en la Sagrada Escritura
que tratan, siempre hallan la verdad del buen espíritu» (V 13,18). Y de ahí su
gozo singular cuando encuentra a alguno especialmente versado en la Escritura,
como era el Dr. Velázquez, de Toledo (F 30,1).
Importa también tener
en cuenta este dato de la relación que Teresa plantea entre la vida espiritual
y la Escritura, porque ilumina el sentido de su acercamiento y su lectura de la
Biblia. Y es que, como es obvio, T no es un exégeta que busca precisar el
sentido hermenéutico de cada cita que hace de la Escritura. Teresa es,
simplemente una mujer, sin formación bíblica específica, que busca y ama la
verdad y que dado su nivel de compromiso con Dios, con la vida espiritual a la
que se siente empujada y atraída, lo que busca en la Escritura, es una luz, un
alimento para su vida espiritual. Su lectura de la Biblia es, por lo mismo en
clave espiritual, de interioridad.
No faltan ciertamente
en sus escritos ocasiones en que Teresa se atiene al sentido literal de la
Escritura, como al citar a Lucas que dice de Jesús que «vivía sumiso a sus
padres» (2,51), de donde ella deduce el poder de san José, ya que si Jesús le
ha obedecido en la tierra, «que como tenía el nombre de ayo, le podía mandar»
(V 6,6), así «en el cielo hace cuanto le dice». O el texto de san Pablo donde
dice que las mujeres en la Iglesia callen, que impide a las mismas la
predicación.
Tampoco faltan otras
referencias bíblicas que son interpretadas por Teresa en su sentido
«acomodaticio», donde partiendo de lo que dice la propia Escritura se hace la
trasposición hacia otra realidad, por semejanza de causas o efectos. Como
cuando dice Jesús: «He deseado ardientemente celebrar la Pascua con vosotros»
(Lc 22,15), que Teresa interpreta como el deseo de la entrega de la Eucaristía,
o el famoso del Agua viva que Jesús ofrece a la Samaritana, y que ella
identifica con la contemplación.
Pero ella, lo que
busca, sobre todo, es descubrir cada vez con mayor profundidad, lo que Dios le
pide, en el afán de darle una respuesta siempre más generosa, buscando la
identificación más plena con los sentimientos de Cristo.
En definitiva, pues,
lo que ella quiere desde esa lectura espiritual e íntima de la Biblia, es
conocer y experimentar más el amor de Dios, su designio, y darle, inducida y
guiada por su Palabra, una respuesta más total.
d) Palabra de Dios
experimentada
Y tanto, de hecho, se
ha acercado a la Escritura con este ánimo, que bien puede decirse que Teresa ha
tenido de ella una experiencia mística. Hablándonos de la oración de quietud,
ella misma nos recuerda, que me «ha acaecido estando en esta quietud, con no
entender casi cosa que rece en latín, en especial del salterio, no sólo
entender el verso en romance, sino pasar más adelante en regalarme con lo que
el romance quiere decir». (V 15,8). Y cuenta más adelante, en la Vida, un caso
bien concreto del salmo 41. «¿Dónde está tu Dios?» es de mirar que el romance
de estos versos yo no sabía bien el que era, y después que lo entendía me
consolaba de ver que me los había traído el Señor a la memoria sin procurarlo
yo. Otras, me acordaba de lo que dice san Pablo, que está crucificado al mundo»
(V 20,11). Insistiendo sobre lo mismo en el prólogo del Cantar de los Cantares.
Repasando las
relaciones que hace de las gracias místicas recibidas, vemos que se refiere más
de una vez a las que han tenido lugar en torno a la Escritura. Tanto al oír
palabras de los Cantares (R 24) como del Magnificat (R 2) y de los salmos (V
15,9). Con textos del Evangelio (R 36) y de San Pablo (R 47,57). Precisamente
aludiendo al texto del apóstol de Corintios (1Cor 14,34) donde alude al papel
de las mujeres, y sospechando que con el mismo esté manifestándole el Señor su
voluntad de que no funde más conventos y se retire, le dirá el Señor para
orientación de sus consultores: «Diles que no se sigan por una sola parte de la
Escritura, que miren otras. Y que si podrán, por ventura, atarme las manos» (R
19).
De lo que no cabe duda
es de que esta experiencia mística que Teresa ha tenido de la Escritura, ha
ahondado en ella el amor por la misma, su convencimiento de que a través de
ella Dios manifiesta y revela su designio, prestándole por lo mismo una fe más
convencida, pues como dice Teresa en las Moradas, aludiendo a la Inhabitación
de la Trinidad en el alma. «¡Oh, válgame Dios! ¡Cuán diferente cosa es oír
estas palabras y creerlas, a entender por esta manera cuán verdaderas son!» (M
7,1,7).
Y como su fe, la fe de
cualquier creyente si es auténtica y viva, no es una simple iluminación
intelectual para comprender verdades más o menos subidas, sino ante todo un
impulso cordial, vital que lleva a traducir en obras lo que se cree, debemos
reconocer y recordar que merced a esta fe absoluta que Teresa presta a la
Palabra de Dios, su vida se ha ido llenando de la misma, para luego irse modelando
conforme a la exigencia de la Escritura, que se convierte para ella en norma
segura de vida. Dice ella: «quedé… con grandísima fortaleza y muy de veras
para cumplir con todas mis fuerzas, la más pequeña parte de la Escritura
divina. Paréceme que ninguna cosa se me pondría delante, que no pasase por
esto» (V 40,2) hasta morir las mil muertes ya aludidas.
Y en las Relaciones
(3,13) hablando precisamente del examen y juicio que ha buscado en los
confesores sobre su vida y sus experiencias místicas, confiesa humilde, pero
satisfecha: «Ninguna cosa han hallado que no sea muy conforme a la Sagrada
Escritura, y esto me hace estar ya sosegada». De modo que al fin, su amor a la
Escritura y su amor a la verdad, la otra gran pasión de su vida, se funden en
el mismo objetivo: vivir y leer su vida al trasluz de la Palabra de Dios,
dejándose guiar por ella.
Y partiendo de esta
asimilación vital de la Escritura, su gran gozo era, precisamente, el de
identificarse con los personajes bíblicos, que son los que encarnan las
actitudes más nobles ante Dios. Bien sea el Rey David que llora su pecado, o el
profeta Elías con su hambre insaciable de Dios. Job con su ilimitada paciencia
o Pedro con su amor apasionado. Pablo o la Magdalena en su enamoramiento de
Jesús. O la samaritana tan ansiosa y necesitada del agua. A todos admira y
envidia, por más que luego, su fe viva le lleve a satisfacerse en ella, sin
añorar a los que pudieron vivir con el Señor (C 34,6-7).
Una identificación que
no se queda, por supuesto, en la simple admiración, sino que busca el recrear
sus actitudes. Especialmente las de los personajes evangélicos, acogiendo en su
corazón a Jesús como las hermanas de Lázaro en Betania (R 26), llorando a sus
pies como la Magdalena (C 34,7), buscándole ansiosa como la Samaritana (V
30,19) o acompañándole en la soledad del Huerto más allá de lo que hicieron los
apóstoles (V 9,3).
Y una vez verificado
este puesto central que la Escritura tiene en la vida de T como luz que le
orienta y crisol de su veracidad, sólo nos queda por ver el papel que la
Escritura tiene en su espiritualidad, en la transmisión de su experiencia y
doctrina para los demás.
e) La Biblia, fuente
de su espiritualidad
Dando por suficiente
lo dicho para apuntar la importancia de la Biblia en su itinerario espiritual,
recordaremos brevemente sólo cómo algunos de los grandes planteamientos
doctrinales de Teresa parten de la Escritura que se convierte así en el núcleo
de la espiritualidad teresiana. Comenzando por el libro de su autobiografía que
ella quiso fuera, recordando el salmo 88, el libro de las «Misericordias del
Señor». «¡Y con cuánta razón las puedo yo cantar para siempre!» (V 14,10),
dice. La Autobiografía es una especie de salmo mayor en el que recordando su
vida, desde la infancia a la madurez, lo único que pretende es contar la
Historia de Salvación de Dios para sus elegidos. El triunfo de la gracia sobre
la debilidad humana. «Que en verdad, cierto muchas veces me templa el
sentimiento de mis grandes culpas, el contento que me da se entienda la muchedumbre
de vuestras misericordias» (V 4,30), confiesa. Con un propósito bien concreto:
«engolosinar» a las almas (V 8,8) y convencerlas de que cualquiera recibirá
esas mismas gracias si deja obrar a Dios en su vida, como ella lo ha hecho.
Haciendo melodía a
este trasfondo del salmo, aparecen luego en el texto otras referencias
bíblicas, principalmente del Evangelio, algunos de cuyos personajes se evocan
repetidas veces, como Pedro, Marta, María, la Magdalena (V 22, 12); así como la
parábola del Hijo pródigo o la dracma perdida (V 16,3). También las epístolas
de san Pablo. Y con especial gusto el texto de Gálatas, que ella repite
complacida en otros escritos: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en
mí» (2,20), amén de otros salmos y libros del Antiguo Testamento, como el
Cantar de los Cantares (V 4,1;5,1,18, etc.).
En la misma línea
temática de Vida, habría que situar el libro de las Fundaciones, que prosigue
el relato autobiográfico, como un nuevo salmo que canta las misericordias del
Señor, aunque en un nuevo horizonte, que ya no es el de su alma, embargada por
la gracia del Señor, sino el de la obra realizada por medio de Teresa para
gloria de Dios, para que se vea, como ella reclama «que estas casas, en parte,
no las han fundado los hombres, las más de ellas, sino la mano poderosa de
Dios, y que es muy amigo Su Majestad de llevar adelante las obras que El hace,
si no queda por nosotros» (F 27,11). Ciertamente el libro es el que menos
referencias explícitas ofrece de la Biblia, aunque no faltan las habituales del
Evangelio (5,5, 15,17) el salterio (17,9-10) y san Pablo (5,3, 8,5), ceñido
como está al relato de las andanzas fundacionales. Pero en él se entrevé como
en ninguno, por lo que tiene de humano y a la vez de relato de una acción
sorprendente de Dios, esa Historia de Salvación que Dios escribe, valiéndose de
nuestra mediación y nuestras debilidades.
El trasfondo Bíblico
de otras obras mayores, como el Camino de Perfección, no necesita de
exaltaciones. Baste decir que la obra es una glosa del Padrenuestro, paladeando
el texto de san Mateo (6,7-13) que ocupa más bien la segunda parte del libro
(c. 19-42) mientras la primera se dedica a ponderar la necesidad de las
virtudes evangélicas del amor (c. 4-7),el desasimiento y abnegación (c. 8-13) y
la humildad (c. 15-18). Todo el libro es una invitación a cumplir la consigna
del Evangelio de velar y orar (C 7,6). Y así se comprende y explica la
abundancia de citas bíblicas con que está enriquecido, del Evangelio, san Pablo
y los Salmos.
Finalmente la otra
gran obra teresiana que es el Castillo Interior o las Moradas, no sólo abunda
en referencias bíblicas, sino que tiene como eje alguna de sus revelaciones más
iluminadoras, partiendo de las palabras de Jesús «dice el Evangelio que dijo el
Señor, que vendrían El y el Padre y el Espíritu Santo a morar en el alma que le
ama y guarda sus mandamientos» (M 7,1,7). Desde esa realidad de la presencia
permanente que por gracia Dios mantiene en el alma, fiel a su amor de Padre y
Creador, hasta esa vida nueva que se alcanza en la unión transformante con
Cristo. La mariposa que nace del gusano de seda (M 5,2,2) vuelve a recordar lo
dicho y sentido por el Apóstol: «No soy yo quien vive, es Cristo que vive en
mí». La misma defensa apasionada que Teresa hace de los textos, defendiendo la
necesidad del recurso a la humanidad de Cristo, contra el parecer de no pocos
doctos y espirituales de su tiempo, tiene su referencia bíblica que recuerda la
conveniencia de «que El se fuese» (Jn 16,7). Y argumenta Teresa: «Yo no puedo
sufrir esto, a usadas que no lo dijo a su madre sacratísima, porque estaba
firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre» (M 6, 7,14).
Lo cierto es que no
hay Morada sin alusión bíblica, y que en ellas se alude expresamente a ciertas
figuras bíblicas que encarnan las actitudes que el propio cristiano ha de tener
si quiere llegar a la meta. Así Pablo o la Magdalena (M 7,2,7) nos estimulan
con su conversión a buscar la propia. David, Salomón, Judas (M 5,4,7 ), la
pecadora, a vivir precavidos, sin fiarnos de nosotros mismos. El Hijo pródigo,
al reconocimiento del error y a la confianza ilimitada en Dios (M 6,6,10). Los
jornaleros de la parábola a aceptar agradecidos la largueza de Dios, nunca
merecida, trabajando gozosos y sin reclamaciones, como siervos inútiles (M
3,1,8).
Una Palabra especial
merece el librito de Conceptos o Meditaciones sobre los Cantares. Precisamente
por eso. Porque ofrece una serie de consideraciones sobre la vida espiritual,
tomando como punto de partida el libro del Cantar de los Cantares. Y en
concreto algunos breves fragmentos del mismo. (c.1,2-3; 2,3-5). Ella escribe
desde una experiencia viva y mística del libro, según confiesa. «Habiéndome el
Señor, de algunos años acá, dado un regalo grande cada vez que oigo o leo algunas
palabras de los Cantares, que sin entender la claridad del latín en romance, me
recogía más y movía mi alma que libros muy devotos que entiendo» (pról.1).
Y desde la vivencia de
esta experiencia ofrecerá no pocas consideraciones y enseñanzas sobre la paz
del alma y la oración de quietud y unión, sin que falten las consabidas
referencias a otros libros de la Escritura como el Evangelio, con la evocación
siempre amorosa y entrañable de las mujeres más cercanas a Jesús: La Virgen
(6,7) María, Marta, la Magdalena, y otras escenas como Pedro echándose a la mar
(2,29) o las parábolas del rico Epulón (2,8) o las diez vírgenes (2,5).
Finalmente, como ya se
ha apuntado, entre todos sus escritos por la abundancia proporcional de citas
de la Escritura, merece advertencia el de las Exclamaciones. Que bien podemos
decir que es su salterio particular. Breves páginas en las que la Santa desvela
y confiesa sus sentimientos más íntimos, desde la pena por la ausencia de Dios
al lamento por el tiempo perdido, pasando por la ponderación de la entrañable
misericordia de Dios, que son siempre temas a flor de pluma para Teresa. Y para
ello, abunda en citas de los salmos y de los Evangelios, que son sin duda, los
dos libros más saboreados por la Santa. Prácticamente todas las exclamaciones
tienen alguna referencia de la Escritura, y alguna, como la última, nada menos
que nueve, hilvanando el texto de apenas dos páginas.
Añadamos aún, porque
no falte la referencia a todas las páginas teresianas, que también las poesías
tienen no pocas veces su transfondo bíblico, con referencias explícitas a sus
personajes, como David, Job, Jonás, José, los apóstoles, Egipto, la tierra
prometida, el Tabor, la Cruz, el Calvario, etc., amén de la glosa ingenua y
enamorada de la humanidad de Cristo, que son los villancicos.
Y hasta una página tan
singular y original como el Vejamen, en la que nos da una muestra exquisita de
su humor, hace eco a unas palabras de la Escritura. Como traerá a colación, con
frecuencia, en el propio Epistolario, citas y hechos bíblicos.
Hecho este somero
balance de sus libros, bien cabe decir que por la pluma de T, así como por su
experiencia, pasan los principales temas de la espiritualidad, iluminados por
una palabra viva y cálida, como ella la siente, de la Escritura. Desde el
mismísimo misterio Trinitario, del que tiene experiencias místicas repetidas (V
27,9, R, 36) y su Inhabitación en el alma del justo (V 38,9-10), hasta la
necesidad del recurso a la mediación de Cristo y su humanidad amorosamente
defendida (V 22), pasando por la obra que hace el Espíritu en las almas, y en
María en particular (Conc 5,2).
Creemos que lo dicho,
por más que sea sumariamente, es suficiente para demostrar la fuente de
inspiración que la Biblia ha supuesto para Teresa, y señal evidente del amor y
veneración que ella sentía por la misma. Así como de la fe, sencilla y honda
que presta a todas las Palabras de la Escritura. De ahí el consejo práctico,
nacido como siempre de su experiencia, que ella da a sus monjas respecto a la
Escritura y que tan lejos está de la actitud de aquella postulante «letrera»
que venía con su biblia al convento, y a la que la Santa no aceptó. Decía ella:
«Jamás en cosa que no entendáis de la Escritura, ni de los misterios de nuestra
fe, os detengáis más, ni os espantéis» (Con 1,7).
Alfonso Ruiz
Todos los derechos: Diccionario Teresiano, Gpo.Ed.FONTE