Lectio jue, 1 oct, 2020

Lucas 10,1-12

1)   Oración inicial

¡Oh Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo. Por nuestro Señor.

2)   Lectura

Del santo Evangelio según Lucas 10,1-12

Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: `Paz a esta casa.’ Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comed y bebed lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: `El Reino de Dios está cerca de vosotros.’ En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: `Sacudimos sobre vosotros hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies. Sabed, de todas formas, que el Reino de Dios está cerca.’ Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad.

3)   Reflexión.

  • El contexto. El cap. 10, que empieza con nuestro pasaje, presenta un carácter de revelación. En 9, 51 se dice que Jesús “se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén”. Este camino, expresión de su ser filial, se caracteriza por una acción doble: están estrechamente unidos el “ser quitado” de Jesús (v.51) y su “venida” mediante la invitación de sus discípulos (v.52); hay una ligazón en el doble movimiento: “ser quitado del mundo” para ir al Padre, y ser enviado a los hombres. De hecho sucede a veces que el enviado no es atendido (v.52) y por tanto debe aprender a “entregarse” sin por desistir ante el rechazo de los hombres (9,54-55). Tres breves escenas ayudan al lector a comprender el significado del seguimiento de Jesús, que va a Jerusalén para ser quitado del mundo. En la primera, se presenta un hombre que desea seguir a Jesús a dondequiera que vaya; Jesús lo invita a abandonar todo lo que le proporciona bienestar y riqueza. Los que quieran seguirlo deben compartir con él su condición de nómada. En la segunda, es Jesús el que toma la iniciativa y llama a un hombre cuyo padre acaba de morir. El hombre pide una dilación de la llamada para atender a su deber de sepultar a su padre. La urgencia del anuncio del reino supera a este deber: la preocupación por sepultar a los muertos resulta inútil porque Jesús va más allá de las puertas de la muerte y esto lo realiza incluso en los que lo siguen. Finalmente, en la tercera escena, se presenta a un hombre que se ofrece espontáneamente a seguir a Jesús, pero pone una condición: saludar antes a sus padres. Entrar en el reino no admite demoras. Después de esta renuncia, la expresión de Lc 9,62, “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios”, introduce el tema del cap. 10.
  • Dinámica del relato. El pasaje objeto de nuestra meditación empieza con expresiones muy densas. La primera, “Después de esto”, remite a la oración de Jesús y a su firme decisión de ir a Jerusalén. La segunda, respecta al verbo “designar”: “designó a otros setenta y dos y los envió…” (10.1), precisando que los envía delante de sí, es decir, con la misma resolución con la que él se encamina a Jerusalén. Las recomendaciones que Jesús les da antes de enviarlos son una invitación a ser conscientes de la misión a la que se les envía: la mies abundante en contraste con el número exiguo de obreros. El Señor de la mies llega con toda su fuerza, pero la alegría de su llegada se ve impedida por el reducido número de obreros. De aquí, la invitación categórica a la oración: “Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (v.2). La iniciativa de enviar a la misión es competencia del Padre, pero Jesús da la orden: “Id”, indicando después el modo de seguir (vv.4-11). Empieza con el equipamiento. Ni bolsa, ni alforja, ni sandalias. Estos elementos manifiestan la fragilidad del que es enviado y su dependencia de la ayuda que viene del Señor y de los habitantes de la ciudad. Las prescripciones positivas se resumen, en primer lugar, en la llegada a la casa (vv.5-7) y después en el éxito en la ciudad (v.8-11). En ambos casos no se excluye el rechazo. La casa es el lugar en el que los misioneros tienen los primeros intercambios, las primeras relaciones, valorando los gestos humanos del comer, del beber y del descanso, como mediaciones sencillas y normales para comunicar el evangelio. La paz es el don que precede a la misión, es decir, la plenitud de vida y de relaciones; la alegría verdadera es el signo que caracteriza la llegada del Reino. No hay que buscar la comodidad, es indispensable ser acogidos. La ciudad, sin embargo, es el campo más extenso de la misión en el que se desenvuelve la vida, la actividad política, las posibilidades de conversión, de acogida o de rechazo. A este último aspecto se une el gesto de sacudirse el polvo (vv.10-11), como si los discípulos, al abandonar la ciudad que los ha rechazado, dijesen a sus habitantes que no se han apoderado de nada, o también podría indicar el cese de las relaciones. Al final, Jesús recuerda la culpabilidad de la ciudad que se cierre a la proclamación del evangelio (v.12).

4)   Para la reflexión personal

  • Cada día el Señor te invita a anunciar el Evangelio a tus íntimos (la casa) y a los hombres (la ciudad). ¿Adoptas un estilo pobre, esencial, al testimoniar tu identidad cristiana?
  • ¿Eres consciente de que el éxito de tu testimonio no depende de tus capacidades personales, sino sólo del Señor que envía y de tu disponibilidad?

5)   Oración final

«Busca su rostro». Sí, Yahvé, tu rostro busco: no me ocultes tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, No me abandones, no me dejes, Dios de mi salvación. (Sal 27,8-9)

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