Mt 9, 35 – 10, 1.6-8

«En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas  las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes se compade­cía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abun­dante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. A estos doce los envió con estas instrucciones: «Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca: curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis».

Comenta: José María Castillo

1. Jesús no fue un hombre instalado. No tuvo títulos, ni cargos, ni estuvo vinculado a ninguna institución. Quiso ser libre, para enseñar donde había ignorancia, y para aliviar el sufrimiento donde había enfermedades y do­lencias. Ante el dolor, la opresión y el abandono de la pobre gente, Jesús «se compadecía», literalmente «se le conmovían las entrañas». Jesús vio que lo más importante en la vida es la libertad al servicio de la misericordia. Al decir esto, se trata de caer en la cuenta y destacar que no basta con insistir en la importancia de la libertad. Por supuesto, la libertad es importante. ‘Pero, libertad ¿para qué? La libertad se puede invocar para usarla en pro­ pio beneficio; o para hacer daño a otros. La libertad de Jesús fue siempre libertad para dar vida, felicidad, dignidad a quienes carecían de todo eso.

2. A los doce «apóstoles» (Mt 10, 2), Jesús les dio «autoridad». ¿Para qué? No para dominar o someter a nadie en nada, sino para expulsar demonios y sanar enfermos. Estas dos expresiones significan: liberar de opresiones y aliviar sufrimientos. El Jesús histórico, el que vivió en Palestina, no pensó en una misión autoritaria para imponer doctrinas, normas o ceremonias.

3. La misión (según Mateo) se refería a Israel, para recuperar a los israe­litas descarriados. Para eso, Jesús envía a sus apóstoles a anunciar la cer­canía del Reino de Dios, que no se refiere a nada «sagrado» o «espiritual», sino (otra vez) a una serie de actividades que se refieren todas ellas a una sola cosa: dar vida, mejorar la vida, defender la vida, hacer feliz la vida.  Por supuesto, Jesús no excluye ni lo sagrado ni lo espiritual. Pero el hecho es que el Evangelio no menciona nada de eso. Habla sólo de lo que hace desgraciados o felices a los humanos.

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