«En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según Jo había prometido desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia, en su presencia todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».
- Zacarías había estado mudo varios meses. Cuando pudo hablar, no se quejó. Ni le pidió explicaciones a Dios. Lo primero que hizo fue bendecir al Señor. Zacarías veía el lado positivo de la vida. No se lamentaba de los males que le sobrevenían. Y agradecía los bienes de los que disfrutaba. Zacarías era un hombre bueno. Y esa bondad se manifestaba, ante todo, en que lo primero que veía era lo positivo que tiene la vida de cada día. Era un hombre de Espíritu, motivado por buenos deseos. En todo esto, Zacarías es un ejemplo a seguir; y una buena lección que es importante aprender.
- Pero con frecuencia ocurre que también las buenas personas, quizá sin darse cuenta de lo que les pasa, abrigan sentimientos equivocados o torcidos. Zacarías creía en un Dios nacionalista, para el que son enemigos los enemigos que odian a un pueblo determinado. Para Zacarías, los enemigos de Israel eran enemigos de Dios. Y es que, con frecuencia, las religiones dividen, separan y hasta enfrentan a los pueblos y a las personas. En los evangelios, páginas adelante, veremos que el Dios de Jesús no es así. Porque Jesús fue el primero que mostró una ejemplar predilección por los extranjeros y extraños en general. El Dios de Jesús no es nacionalista y, menos aún, xenófobo.
- Como decimos que Dios es trascendente y, por tanto no está a nuestro alcance, cada pueblo, cada nación, cada grupo humano y cada individuo se lo imagina como puede o quizá como le conviene. Por eso hay tanta gente, que son buenas personas y, sin embargo, creen en un Dios que se identifica con los de mi país, los de mi partido o los de mi grupo. Y rechaza a mis enemigos o a los que me odian. Todo esto entraña una lección fuerte, dura, que da que pensar. Se trata de que, a veces, las personas religiosas, los que son vistos como los «buenos», utilizan a Dios como un argumento o un motivo que favorece sus intereses y mantiene sus privilegios. Esto hace mucho daño a la religión y a las personas religiosas.