Jn 1, 29-34 – JMC

«Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que viene hacia él, exclama: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquél de quien yo dije: ‘Tras de viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no le conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bau­tizar con agua me dijo: «Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posar­ se sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo le he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».

  1. El cordero representaba para los judíos la liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 12, 5). Y la liberación del  pecado, mediante  el  rito de la  muerte de la víctima, que era el cordero sacrificado (Lv 9, 3; Nm 15, 5). En el fondo, todo esto viene a decir que las gentes del Antiguo  Testamento  pensaban que Dios, para liberar de esclavitudes o perdonar pecados, necesita sangre y muerte. Es la teología del Dios violento, que se repite en los mitos primitivos. Nunca sabremos cuándo, ni cómo, ni por qué un día los humanos empe­zaron a imaginarse que Dios necesitaba sufrimiento, destrucción sangre y muerte para que sea posible la relación entre el ser humano y Dios.
  2. En todo caso, lo más seguro es que Juan Bautista tenía estas ideas y pensaba que se cumplían en Jesús. Por eso le aplica el título de «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Sin duda, Juan estaba convencido del mandato estremecedor de la Ley religiosa según la cual «sin derra­mamiento de sangre no hay perdón» (Heb 9, 22). Lo más grave es que hay gente que sigue manteniendo es forma de pensar. Y se imagina que el dolor es un regalo de Dios. O que el hecho de sufrir, por sí mismo, nos acerca a Dios. Esta idea está en la base de la ascética y de la espiritualidad de algunos grupos o instituciones religiosas.
  3. Jesús no es la víctima religiosa que, como el cordero, con su sangre aplaca a Dios. El Dios de Jesús no necesita sangre para perdonar. Jesús fue asesinado (no «sacrificado») porque se enfrentó a la religión que pre­dica el dolor y la muerte como medio para estar cerca de Dios. Los cristia­nos sustituyeron el sacrificio por la comensalía, la mesa compartida. Eso es, en definitiva, la eucaristía.

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