Jn 1,6-8. 19.28 – CMM

En medio de ustedes hay uno al que ustedes no conocen

  1. Vivimos en un mundo de injusticias, de violencia, de marginación, de guerras, de odios de todo tipo, de problemas económicos. Sentimos la impotencia frente a tantos problemas que hoy conocemos mejor por los medios de comunicación. Nos parece caminar a la deriva. Estar metidos en un desierto: lugar árido, donde no hay agua, vegetación, lugares donde habitar, símbolos de esperanza. Muchos piensan que no hay solución; que todo está perdido porque el mal domina en la sociedad y en todas partes dejando secuelas de muerte, marginación, angustia existencial. Tenemos la impresión, como se dice, de estar dejados de la mano de Dios.
  2. El Adviento, tiempo de conversión y de esperanza, debería abrirnos al esfuerzo por superar esos problemas que agobian a la humanidad. Podemos hacerlo en nuestro pequeño medio, como el Bautista, siendo una voz que clama en este desierto y que con el testimonio de vida proclama la presencia y la acción de Cristo resucitado en medio de nosotros aunque no lo experimentemos sensiblemente. La segunda lectura nos invita a estar siempre alegres en medio de las tribulaciones. La alegría es compatible con el sufrimiento; no lo es con la tristeza. Podemos y debemos estar alegres porque tenemos la certeza de la fidelidad de Dios que cumplirá su promesa de ayudarnos en todo momento; de acompañarnos hasta el fin de los tiempos.
  3. Todos estamos llamados a ser precursores de la venida del Señor, testigos de su presencia invisible pero real que renueva nuestra confianza. Estamos llamados a ser una voz de esperanza en el desierto de nuestro mundo. Nosotros no somos capaces de transformar el desierto, pero sí de preparar la venida del Señor al corazón de las personas. Él es la luz, nosotros sus testigos. Podemos hacer poco, pero eso poco nos lo pide el Señor: que reanimemos la confianza en nuestros hermanos con el testimonio de una vida que contribuye a crear un mundo más justo y más humano. Que nuestro Adviento sea la esperanza y el compromiso en hacer que la luz de Cristo ilumine y transforme poco a poco el desierto. No olvidemos que Dios nos pide preparar el camino de su llegada. Estamos llamados a ser como el Bautista.

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