Lc 12, 54-59 – JMC

«En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: «Chaparrón tenemos», y así sucede. Cuando sopla el sur decís: «Va a hacer bochorno’: y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el últi­mo céntimo».

  1. A todo el mundo le preocupa ahora el cambio climático. Y son muchos los que se preguntan angustiados si no estamos asistiendo a una nueva era en la historia y en la vida de la humanidad. No vivimos en una época de cambio, sino en un cambio de época. Un cambio acelerado y creciente que lo está trasformando todo: las costumbres, las formas de vida, los valores y, de un modo especial, los usos y tradiciones religiosas.
  2. Por eso ahora, más que nunca, la Iglesia tiene «el deber  permanente  de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (Conc. Vaticano 11. GS 4, 1). ¿Qué quiere decir esto ahora mismo? Cuando se producen cambios tan rápidos y tan profundos, con tales cam­ bios ocurren dos cosas: 1) la religiones se quedan rezagadas, no pueden evolucionar con la misma rapidez con que cambia la sociedad; 2) mucha gente se desconcierta y por eso, mientras unos abandonan las creencias, otros se aferran a lo que les da seguridad, lo tradicional, lo de siempre. Así las cosas, surgen las divisiones, las tensiones, los conflictos. El problema en este momento está en que, después de Pablo VI, el papado ha protegido y potenciado a los grupos de creyentes más fundamentalistas, al tiempo que grandes cantidades de cristianos abandonan masivamente las creencias y prácticas religiosas. Los «signos de los tiempos» nos impulsan a poner los ojos en la humanidad sufriente que busca, y no encuentra, un mundo más humano. Es urgente que todos en la Iglesia nos esforcemos por humanizar este mundo a la luz del Evangelio.

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