Epistolario

Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Epistolario

1 A sus abuelos – fin de abril de 1882
2 A su padre- 28 de abril de 1885
3 A su padre – 4 de mayo de 1885
4 A su madre – 1 de enero de 1889
5 A su madre -31 de diciembre de 1889
6 A Alicia Chervau – 20 de septiembre de 1893
7 A Alicia Chervau – principios de agosto de 1894
8 A Alicia Chervau – 1 de agosto de 1895
9 A Alicia Chervau – hacia el 10 de agosto de 1896
10 A la señorita Forey – hacia el 10 de agosto de 1896
11 A Alicia Chervau – 22 de septiembre de 1896
12 A la señorita Forey – 4 de octubre de 1896
13 A Alicia Chervau – 19 de julio de 1897
14 A Alicia Chervau – 21 de julio de 1898
15 A Valentina Defougues – 25 de julio de 1898 (o poco después)
16 A Francisca de Sourdon – 9 de agosto de 1898
17 A María Luisa Maurel – 23 de septiembre de 1898
18 A María Luisa Maurel – 6 de octubre de 1898
19 A María Luisa Maurel – 20 de noviembre de 1898
20 A María Luisa Maurel – 2 de enero de 1899
21 A María Luisa Maurel – 11 de enero de 1899
22 A María Luisa Maurel – 16 de abril de 1899
23 A María Luisa Maurel – 26 de abril de 1899
24 A María Luisa Maurel – 12 de agosto de 1899
25 A María Luisa Maurel – 29‑30 de noviembre de 1899
26 A María Luisa Maurel – principios de enero de 1900
27 A María Luisa Maurel – 17 de junio de 1900
28 A Margarita Gollot – 1 de julio de 1900
29 A María Luisa Maurel – 1 de julio de 1900
30 A María Luisa Maurel – 12 de agosto de 1900
31 A Francisca de Sourdon – 29 de agosto de 1900
32 A María Luisa Maurel – 1 de septiembre de 1900
33 A María Luisa Maurel – 7 de septiembre de 1900
34 A María Luisa Maurel – 28 de. septiembre de 1900
35 A María Luisa Maurel – 7 de octubre de 1900
36 A María Luisa Maurel – 16 de octubre de 1900
37 A María Luisa Maurel – 21 de noviembre de 1900
38 Al canónigo Angles – 1 de diciembre de 1900
39 Al canónigo Angles – 24 de diciembre de 1900
40 A Margarita Gollot – enero 1901
41 A Margarita Gollot – 18 de febrero de 1901
42 A Margarita Gollot – 30 de marzo de 1901
43 A Francisca de Sourdon – principios de abril de 1901
44 A Margarita Gollot – 7 de abril de 1901
45 A Francisca de Sourdon – 14 de abril de 1901
46 A su madre y a su hermana – 16 de abril de 1901
47 A Margarita Gollot – 18 de abril de 1901
48 A Berta Tardy – hacia el 18 de abril de 1901
49 A Margarita Gollot – abril junio de 1901
50 A Margarita Gollot – abril junio de 1901
51 A María Luisa Maurel – 1 de mayo de 1901
52 Luisa Demoulin – 5 de mayo de 1901
53 A Margarita Gollot – 8 de mayo de 1901
54 A Margarita Gollot – 16 de mayo de 1901
55 Al canónigo Angles – 19 de mayo de 1901
56 A Margarita Gollot – 23 de mayo de 1901
57 A Margarita Gollot – 30 de mayo (?) de 1901
58 A Margarita Gollot – 2 de junio de 1901
59 A Margarita Gollot (?) – 2 de junio de 1901
60 A María Luisa Maurel – 5 de junio de 1901
61 A Margarita Gollot – 6 de junio de 1901
62 Al canónigo Angles – 14 de junio de 1901
63 A Francisca de Sourdon – 14 de junio de 1901
64 A María Luisa Maurel – 21 de junio de 1901
65 A Francisca de Sourdon – 21- 24 de junio de 1901
66 A Francisca de Sourdon – 28 de junio de 1901
67 A Francisca de Sourdon – 30 de junio – 4 de julio de 1901
68 A Margarita Gollot – 2 de julio de 1901 Martes 2 de julio
69 A Francisca de Sourdon – 10 de julio de 1901
70 A Margarita Gollot – 10 de julio de 1901
71 A María Luisa Maurel – 14 de julio de 1901
72 A María Luisa Maurel – 19 de julio de 1901
73 A Margarita Gollot [19 de julio de 1901
74 A Francisca de Sourdon – 20 de julio de 1901
75 A Margarita Gollot – 21 de julio de 1901
76 A Margarita Gollot – 26 de julio de 1901
77 A Margarita Gollot – 29 de julio de 1901
78 A sus tías Rolland – 31 de julio de 1901
79 A Cecilia Gauthier – 1 de agosto de 1901
80 A Alicia Chervau – 1 de agosto de 1901
80 bis A su hermana – 1 de agosto (?) de 1901
81 Al canónigo Angles – 2 de agosto de 1901
82 A la señorita Forey – 2 de agosto de 1901
83 A Berta Tardy – 2 de agosto de 1901
84 A Francisca de Sourdon – 4 de agosto de 1901
85 A su madre – 9 de agosto de 1901
86 A su hermana – 9 de agosto de 1901
87 A su madre – 13‑14 de agosto de 1901
88 A Francisca de Sourdon – 22 de agosto de 1901
89 A su hermana – 30 de agosto de 1901
90 A sus tías Rolland – 30 de agosto de 1901
91 Al canónigo Angles – 11 de septiembre de 1901
92 A su madre – 12 de septiembre de 1901
93 A su hermana – 12 de septiembre de 1901
94 A su madre – 17 de septiembre de 1901
95 A su hermana – hacia el 20 de septiembre de 1901
96 A Alicia Chervau – 29 de septiembre de 1901
97 A su hermana – 10 de octubre de 1901
98 A Francisca de Sourdon – Octubre noviembre de 1901
99 Al canónigo Angles – 1 de diciembre de 1901
100 A la hermana María Javiera de Jesús – 3 de diciembre de 1901 (?)
101 A la Madre Germana – 25 de diciembre de 1901
102 A la hermana María de la Trinidad – 25 de diciembre de 1901
103 A su madre – 25 de diciembre de 1901
104 A su hermana -17 (?) de enero de 1902
105 A Francisca de Sourdon – 28 de enero de 1902
106 A la señora de Bobet – 10 de febrero de 1902
107 A la Madre María de Jesús – 11 de febrero (o poco antes) de 1902
108 A sus tías Rolland – 11 de febrero de 1902
109 A su hermana – 16 de febrero de 1902
110 A su hermana – 16 de febrero (?) de 1902
111 Al canónigo Angles – 7 de abril de 1902
112 A Berta Guémard – 22 de abril de 1902
113 A su hermana – 25 de mayo de 1902
114 A la hermana María de la Trinidad – 25 de mayo de 1902 (?)
115 A una persona no identificada – 1902
116 A Cecilia Lignon – 29 de mayo de 1902
117 A su hermana – 30 de mayo de 1902
118 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902
119 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902
120 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902
121 A la hermana Inés de Jesús María – 11 de junio de 1902
122 A la señora de Sourdon – poco después del 15 de junio de 1902
123 A Francisca de Sourdon – 19 de junio de 1902
124 Al abate Beaubis – 22 de junio de 1902
125 A Elena Cantener – después del 21 de junio de 1902
126 A Elena Cantener – después del 21 de junio de 1902
127 A Francisca de Sourdon – julio de 1902
128 A Francisca de Sourdon – 24 de julio de 1902
129 A la señora de Sourdon – 25 de julio de 1902
130 A su madre – 2 de agosto de 1902
131 Al canónigo Angles – 2 de agosto de 1902
132 A sor María de la Trinidad – 6 de agosto de 1902
133 A Germana de Gemeaux – 7 de agosto de 1902
134 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – hacia fin de agosto de 1902
135 A su hermana – Antes del 14 de septiembre de 1902
136 A Germana de Gemeaux – 14 de septiembre de 1902
137 A su tía Francisca Rolland – 14 de septiembre de 1902
138 A la señora Angles – 29 de septiembre de 1902
139 A su tía Matilde Rolland – hacia el principio de octubre de 1902
140 A su hermana – 14 de octubre de 1902
141 A su madre – 14 o 15 de octubre de 1902
142 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 26 de octubre de 1902
143 A su madre – 1 de noviembre de 1902
144 A su hermana – 1 de noviembre de 1902
145 A la señora Angles – 9 de noviembre de 1902
146 A la señora de Sourdon – 9 de noviembre de 1902
147 A la señora Farrat – antes de fin de 1902
148 A su madre – hacia el final de 1902
149 A la señora Angles – 29 de diciembre de 1902
150 Al P. Vallée – 31 de diciembre de 1902
151 Al canónigo Angles – 31 de diciembre de 1902
152 A la hermana María de la Trinidad – 10 de enero de 1903
153 A la Madre Germana – 11 de enero de 1903
154 A sus tías Rolland – 12 de enero (o poco después) de 1903
155 A la señora de Bobet – 4 de febrero de 1903
156 A la señora Angles – 15 de febrero de 1903
157 A la señora de Sourdon – 21 de febrero de 1903
158 Al abate Chevignard – 24 de febrero de 1903
159 A su madre – marzo de 1903
160 A la señora de Bobet – 27 de abril de 1903
161 A Francisca de Sourdon – 28 de abril de 1903
162 A sus tías Rolland – 28‑30 de abril de 1903
163 A la señora Farrat – 16 de mayo de 1903
164 A Germana de Gemeaux – 20 de mayo de 1903
165 Al abate Chevignard – 14 de junio de 1903
166 A su hermana – 15 de junio de 1903
167 A la señora de Sourdon – 21 de junio (?) de 1903
168 A la señora Angles – 29 de junio de 1903
169 Al canónigo Angles – 15 de julio de 1903
170 A su madre – hacia el 13 de agosto de 1903
171 A sus tías Rolland – 15 de agosto de 1903
172 A Germana de Gemeaux – 20 de agosto de 1903
173 A la señora de Sourdon – 23 de agosto de 1903
174 A Francisca de Sourdon – 23 (?) de agosto de 1903
175 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 24 de agosto de 1903
176 A su madre – hacia el 27 de agosto de 1903
177 Al canónigo Angles – hacia el 27 de agosto de 1903
178 A su madre – 6 (u 8) de septiembre de 1903
179 A Germana de Gemeaux – 20 de septiembre de 1903
180 A la señora Lignon – 23 de septiembre de 1903
181 A la señora de Sourdon – 21 de noviembre de 1903
182 A Francisca de Sourdon – 21 de noviembre de 1903
183 A su hermana – 22 de noviembre de 1903
184 A la señora Angles – 24 de noviembre de 1903
185 Al abate Chevignard – 28 de noviembre de 1903
186 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 15 de diciembre de 1903
187 A sus tías Rolland – 30 de diciembre de 1903 ‑ 3 de enero de 1904
188 A su madre – 31 de diciembre de 1903
189 A su madre – 1 de enero de 1904
190 Al canónigo Angles – 4 de enero de 1904
191 Al abate Chevignard – 25 de enero de 1904
192 A Francisca de Sourdon – 27 de enero de 1904
193 Al abate Jaillet – 11 de febrero de 1904
194 A la señora Angles – 14‑15 de febrero de 1904
195 A la señora Farrat – 15 de febrero de 1904
196 A su madre – 11 de marzo de 1904
197 A su hermana – 12 (?) de marzo de 1904
197 bis A la señora de Avout – 5 de abril de 1904
198 A sus tías Rolland – 9 de abril de 1904
199 Al abate Chevignard – 27 de abril de 1904
200 Al abate Chevignard – 27 de abril de 1904
201 A su hermana – 27 de abril de 1904
202 Al abate Beaubis – 2 de junio de 1904
203 Al canónigo Angles – 2 de junio de 1904
204 A su hermana – 19 de julio de 1904
205 A su hermana – 30 o 31 de julio de 1904
206 A la señora de Sourdon – 31 de julio de 1904
207 A la señora Angles – 14‑16 de agosto de 1904
208 Al canónigo Angles – 14‑16 de agosto de 1904
209 A su madre – 21 de agosto de 1904
210 A su hermana – 21 de agosto de 1904
211 A su hermana – 25 de septiembre de 1904
212 A Ivonne de Rostang – 6 de octubre de 1904
213 A su hermana – 12 de noviembre de 1904
214 Al abate Chevignard – 29 de noviembre de 1904
215 A su hermana – 29 de noviembre o 6 de diciembre de 1904
216 A sus tías Rolland – 31 de diciembre de 1904
217 A María Luisa… – hacia 1905
218 A la señora Hallo – principios de enero de 1905
219 Al canónigo Angles – principios de enero de 1905
220 A la señora Angles – 5 de enero de 1905 pp
221 A su hermana – 5 de enero de 1905
222 A su hermana – 6 de enero de 1905
223 A la señora de Sourdon – poco antes del 20 de enero de 1905
224 A la señora Angles – poco antes del 8 de marzo de 1905
225 Al canónigo Angles – poco antes del 8 de marzo de 1905
226 Al abate Chevignard – 7 de abril de 1905
227 A su hermana – 22 de abril de 1905
228 A la señora Hallo – hacia el 30 de abril de 1905
229 A su madre – mayo de 1905
230 Al canónigo Angles – 1 de junio de 1905
231 Al abate Chevignard – principios de junio de 1905
232 Al abate Chevignard – hacía el 25 de junio de 1905
233 A su hermana – 3 de julio de 1905
234 Al abate Chevignard – 21 de julio de 1905
235 A las tías Rolland – 1 de agosto de 1905
236 A su madre – 11 o 12 de agosto de 1905
237 A la señora de Sourdon – 11 o 12 de agosto de 1905
238 A Francisca de Sourdon – 11 o 12 de agosto de 1905
239 A su hermana – 13 de agosto (y días siguientes) de 1905
240 A sus sobrinas Isabel y Odette Chevignard – hacia el 15 de agosto de 1905
241 A la señora de Bobet – 17 de agosto de 1905
242 A Ivonne Rostang – 18 de agosto de 1905
243 A su madre – 17 (?) de septiembre de 1905
244 Al abate Chevignard – 8 de octubre de 1905
245 A su hermana – 8 de octubre de 1905
246 A la señora de Sourdon – 12 (?) de noviembre de 1905
247 A María Luisa de Sourdon – 18 de noviembre de 1905
248 A la hermana María de la Trinidad – 24 de noviembre de 1905
249 A la señora Angles – 26 (?) de noviembre de 1905
250 A Andrés Chevignard – (hacia el) 29 de noviembre de 1905
251 A Francisca de Sourdon – 28 de diciembre de 1905
252 A Germana de Gemeaux – Fin de diciembre de 1905
253 A la hermana Luisa de Gonzaga – agosto de 1905 ‑ marzo de 1906
254 A la hermana Luisa de Gonzaga – agosto de 1905 ‑ marzo de 1906
255 A la hermana Teresa de Jesús – diciembre de 1905 ‑ marzo de 1906
256 Al canónigo Angles – fin de diciembre de 1905
257 A la señora de Anthes – hacia el principio de enero de 1906
258 A sus tías Rolland – principio de enero de 1906
259 A la señora Hallo – principio de enero de 1906
260 A su hermana – principios de enero de 1906
261 A la señora de Bobet – 4 de enero de 1906 (?)
262 A la señora de Sourdon – 13 (?) de enero de 1906
263 A la señora de Sourdon – 26 de enero de 1906
264 A la señora Angles – fin de enero de 1906
265 A su madre – 14 de marzo de 1906
266 A su madre – 15 de abril de 1906
267 A su madre – (después del 19) de abril de 1906
268 A la señora de Sourdon – hacia fin de abril (el 27?) de 1906
269 A su hermana – hacia fin de abril de 1906
270 A Francisca de Sourdon – hacia fin de abril de 1906
271 Al canónigo Angles – 9 de mayo de 1906
272 A María Luisa de Sourdon – 10 de mayo de 19061
273 A su madre – hacia el 27 de mayo de 1906
274 A la Madre Juana del Santísimo Sacramento – 3 de junio de 1906
275 Al canónigo Angles – Principio de junio de 1906
276 A la señora Hallo – hacia el 7 de junio de 1906
277 A María Luisa Hallo (y a su madre) – hacia el 7 de junio de 1906
278 A Germana de Gemeaux – (hacia el) 10 de junio de 1906
279 A la hermana María de la Trinidad – )10 de junio de 1906?
280 A su madre – 12 de junio de 1906
281 A la hermana Marta de Jesús – ¿primavera de 1906?
282 A la hermana Marta de Jesús – ¿primavera de 1906?
283 A la hermana Marta de Jesús – a partir del 15 de junio de 1906
284 A la Madre Germana – 15 de junio de 1906
285 A su madre – 16 de junio de 1906
286 A la señora y a María Luisa Hallo – 16 de junio de 1906
287 A su madre – 19 de junio de 1906
288 A su hermana – 24 de junio de 1906
289 A la señora Hallo – 25 de junio (o poco después) de 1906
290 A Cecilia Lignon – fin de junio de 1906
291 A Luisa Demoulin – fin de junio de 1906
292 A su hermana – principios de julio de 1906
293 A Clemencia Blanc – (hacia principios de) julio de 1906
294 Al canónigo Angles – 8 o 9 de julio de 1906
295 A su madre – 11 de julio de 1906
296 A la señora de Sourdon – 15 de julio de 1906
297 A la hermana María del Santísimo Sacramento – 16 de julio de 1906
298 A su hermana – 16 de julio de 1906
299 A un novicio carmelita – hacia el 17 de julio de 1906
300 A su madre – 18 de julio de 1906
301 A su madre – hacia el 26 de julio de 1906
302 A su madre – 2 de agosto de 1906
303 A sor María Felipa – 2 de agosto de 1906
304 Al Padre Vallée – 2 de agosto de 1906
305 A su madre – 13‑14 de agosto de 1906
306 A la Madre María de Jesús – 14 de agosto de 1906
307 A la hermana Inés de Jesús María – 15 de agosto de 1906
308 A su madre – 29 de agosto de 1906
309 A su madre – hacia el 9 de septiembre de 1906
310 A Francisca de Sourdon – hacia el 9 de septiembre de 1906
311 A su hermana – 14 de septiembre de 1906
312 A la señora de Anthes – 18 de septiembre de 1906
313 A la señora de Sourdon – 18 de septiembre de 1906
314 A su madre – hacia el 21 de septiembre de 1906
315 A la señora Gout de Bize – hacia el 23 de septiembre de 1906
316 A la Madre Germana de Jesús – 24 de septiembre de 1906
317 A su madre – Fin de septiembre de 1906
318 A la señora Gout de Bize – 30 de septiembre de 1906
319 A la Madre Germana de Jesús – 30 de septiembre de 1906
320 A la Madre Germana de Jesús – octubre de 1906
321 A la Madre Germana de Jesús – 4? o 9? de octubre de 1906
322 A la señora Gout de Bize – 7 de octubre de 1906
323 A la señora de Sourdon – 9 de octubre de 1906
323bis A la señora de Vathaire – hacia el 10 de octubre de 1906
324 A Germana de Gemeaux – hacia el 10 de octubre de 1906
325 A su madre – 14 de octubre de 1906
326 A la señora Farrat – hacia el 18 de octubre de 1906
327 A su madre – hacia el 20 de octubre de 1906
328 A la hermana Luisa de Gonzaga – hacia el 20 de octubre de 1906
328bis A Ana María de Avout – hacia el 21 de octubre de 1906
329 A la Madre Germana de Jesús – 22 de octubre de 1906
330 A la señora Gout de Bize – 23 de octubre de 1906
331 A Clemencia Blanc – octubre de 1906
332 A Marta Weishardt – octubre de 1906
333 A la señora de Bobet – fin de octubre (?) de 1906
334 A la señora Gout de Bize – fin (?) de octubre de 1906
335 A la hermana María Odila – 28 de octubre de 1906
336 A la hermana Ana de San Bartolomé – 28 de octubre de 1906
337 A la Madre Germana de Jesús – últimos días de octubre de 1906
338 A la señora de Sourdon – 30 de octubre de 1906
339 A la hermana Javiera de Jesús – 31 de octubre de 1906
340 Al doctor Barbier – primeros días de noviembre de 1906
341 A la señora Hallo – noviembre de 1906
342 A Carlos Hallo – noviembre de 1906

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1 A sus abuelos – fin de abril de 1882

Querida mamá Lina y papá Mond:
Gracias por las naranjas. Pido al buen Jesús por Lina que tiene pupa.
Os abrazo. Isabel

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2 A su padre- 28 de abril de 1885

Mi padrecito:
Tú eres muy amable pensando en mis muñecas. Me gustaría un gorrito hecho a ganchillo para mi muñeca. Se me hace el tiempo largo pensando en ti y te abrazo como a mis primas. Isabel.

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3 A su padre – 4 de mayo de 1885

Mi querido papaíto:
Buen viaje y no se te olviden mis encargos. Te abrazo, así como a Irma y a todos.
Isabel.

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4 A su madre – 1 de enero de 1889

Querida mamita: Al desearte un Año Nuevo quisiera prometerte que seré muy buena, muy obediente y que no te haré enfadar, que no lloraré más y que seré una niña modelo para darte gusto. Pero tú no me creerás. Haré todo lo posible para cumplir mis promesas, para no decir una mentira en mi carta, como las he dicho otras veces. Tenía en la cabeza una carta larga, larga, y ahora no sé decir más. De todos modos verás que seré muy buena.

Te abrazo, querida mamita. Tu hija querida, Isabel Catez. Dijon, 1 de enero de 1889

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5 A su madre -31 de diciembre de 1889

Querida mamita: Veo con placer la llegada del Año Nuevo para renovarte mi felicitación de un año bueno. Te deseo todo cuanto puedas querer, y ahora que soy ya más mayor, voy a ser una niña amable, paciente, obediente, aplicada y que no se enfada nunca… Primero, porque siendo la mayor debo dar ejemplo a mi hermanita. No la llevaré la contraria. En fin, seré una niña modelo y tú podrás decir que eres la más feliz de las madres. Y como espero que pronto tendré la dicha de hacer mi primera Comunión, seré todavía más buena, pues pediré a Dios que me haga mejor.

Te dejo, querida madrecita, abrazándote de todo corazón.

Isabel Catez. Dijon, 31 de diciembre de 1889

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6 A Alicia Chervau – 20 de septiembre de 1893

Mi querida Alicia:
Estaba muy impaciente por recibir sus noticias y cada día el correo me traía una gran decepción. Por lo mismo, comprenderá lo feliz que he sido al recibir su carta, tan deseada. ¡Qué contenta estoy de ver que se divierte tanto y que pasa unas vacaciones tan agradables! Así tendrá muchas cosas que contarme cuando nos volvamos a ver en Dijon.

También yo estoy encantada de mis vacaciones. Hemos estado quince días en Gemeaux en casa de la señora de Sourdon, que no nos quería dejar marchar, y nos hemos divertido muchísimo. Hemos jugado interminables partidas de croquet, largas caminatas. Además, yo tocaba. Al señor de Gemeaux le gusta mucho la música. Hemos ido frecuentemente al castillo.

De Gemeaux fuimos a Mirecourt. Se han organizado comidas y grandes meriendas en nuestro honor, y los quince días de estancia se han pasado rápidamente. Finalmente, desde el dos de septiembre estamos en el Jura, donde hacemos grandes excursiones. Me encantan estos bellos bosques de abetos. Hemos ido a la fuente del Ain, la Cascada de Mailly, a Noseroy a coger frambuesas en los bosques, beber […] las granjas […] Nuestras jornadas se pasan recorriendo la zona y el buen aire del campo nos sienta muy bien.
He recibido varias cartas de María Luisa. La semana pasada estaba en casa de su prima la señora de Haiys en el castillo de Roellecourt, donde se divertía mucho.

Volveremos a Dijon hacia el seis de octubre y me gustaría mucho volverla a ver pronto.
Hasta la vista, mi querida Alicia. Margarita se une a mí para abrazarla de todo corazón y desearla aún muchas diversiones.

Su amiga, que piensa en usted.

No nos olvide con sus padres, a los que mamá envía los mejores recuerdos.

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7 A Alicia Chervau – principios de agosto de 1894
Mi querida Alicia:
¡Que pensará usted de mi silencio después de mi promesa de escribirla pronto! Pero hemos adelantado nuestra partida porque mi tío cayó enfermo y nuestras primas nos reclamaban. Además yo he estado muy ocupada con los concursos… En el Conservatorio ha habido un gran revuelo por mi causa. El jurado me había otorgado un premio por unanimidad. Pero el señor Fritsch, cuyo alumno había tenido uno, pensó que yo iba a eclipsar la gloria de su alumno. Recurrió al Gobierno civil, y también la señora Vendeur. Tuvieron tal habilidad que el Prefecto les dio la razón, diciendo que el jurado no tenía derecho para dar este premio. Entonces los miembros del jurado, muy enfadados, han querido presentar su dimisión, y si el señor Deroye, presidente del jurado, hubiera estado al tanto, las cosas habrían sucedido de otro modo, pues habría ido a hablar con el Prefecto. Así lo ha dicho el señor Leveque. En fin, un revuelo del que no se puede hacer idea. Y es el señor Fritsch la causa de todo. El ha obrado muy mal. Se ha malquistado con el señor Diétrich. Margarita ha tenido el segundo premio de piano. Esto es magnífico.

Hemos llegado el martes, después de haber pasado la mañana en Cette, y muy felices de volvernos a encontrar en familia. Nos colman de atenciones.

El aire de la montaña nos hace mucho bien. También usted, mi querida Alicia, debe divertirse mucho, y espero que me lo escriba muy pronto.

Hasta la vista, querida Alicia. Margarita se une a mí para abrazarla de todo corazón, así como a sus padres, a los que mamá envía sus mejores recuerdos.

Su amiga Sabel

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8 A Alicia Chervau – 1 de agosto de 1895

Querida Alicia: Hemos tenido un viaje estupendo con un tiempo delicioso.

Nuestra estancia aquí es muy agradable. Somos muy felices de encontrarnos con la familia. Nuestra prima Paula, de dieciocho años, es encantadora. Nos divertimos mucho juntas.

Mi prima invitó el domingo a unas amigas y nos pasamos una agradable tarde. Hoy vamos a oír un concierto. Nos espera un pequeño baño de vapor porque hace un calor insoportable; se diría que estábamos en el Sur.

Pasamos nuestras tardes en un jardín que tiene mi tía a las puertas de Mirecourt. Allí se está muy bien, se respira un aire delicioso en el pequeño bosque de abetos.

¿Y usted, querida Alicia, qué hace? ¿Cuándo piensa marchar a Suiza? Pienso que no olvide la promesa que nos hizo de venir a vernos a Champagnole. Será para todas una alegría verla.

Dijon debe estar despoblada y los paseos y las calles desiertos. ¿Tiene usted que sufrir un calor tan insoportable como aquí? María Luisa debe estar hoy en Dijon. Si tiene un momento libre irá seguramente a darle un abrazo. Cómo hablaremos juntas de usted, pues la aseguro que nosotras la queremos mucho.

Espero que haya salido bien su fotografía y me alegro de tenerla a mi vuelta.

Adiós, querida Alicia. En espera de una larga carta la abrazo como la amo.

Su amiga querida, Isabel He aquí mi dirección: hasta el 7 de agosto en casa de la señora Hougue, en Mirecourt, Vosges. A partir del 7 de agosto: cerca de la iglesia, en Champagnole, Jura. Mamá envía recuerdos al señor y señora Chervau.

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9 A Alicia Chervau – hacia el 10 de agosto de 1896

Mi querida Alicia:

Hemos llegado sin novedad a Carlipa, menos fatigadas de lo que temía mamá. Tuvimos cuatro horas de parada en Lyon, el tiempo de hacer nuestra peregrinación a Fourvieres, llena de gente. La basílica es espléndida. Lyon ha volcado allí toda su riqueza. No te he olvidado en mis oraciones ni tampoco a tus padres. Desde Fourvieres fuimos a cenar a un restaurante al aire libre, y después, a las ocho, partimos a Cette, donde hemos llegado a las cinco de la mañana. Pasamos la mañana en la playa, admirando el mar que tanto me encanta y contemplando a los bañistas. A las cuatro estábamos en Carlipa, donde estamos siendo regaladas por nuestras primas y donde hacemos honor a la excelente cocina del Mediodía. Damos largos paseos. Sólo que, a consecuencia de una tormenta, se ha refrescado tanto el ambiente que casi hace frío.

El señor Diétrich ha enviado a mamá cuatro periódicos que cantan las alabanzas de Margarita. Uno la pone quince años de edad. ¡Es muy generoso! Y tú, mi buena Alicia, ¿qué haces? Pienso que, como nosotras, te aprovechas bien de tus vacaciones. Debes encantar a la familia con tus brillantes dotes de pianista. Debéis dar verdaderos conciertos con la señorita Chatellier, que tiene tan buena voz. He tenido noticias de María Luisa. Su padre ha sufrido mucho a causa de un pie. Sólo hace tres o cuatro días que sale. No tiene suerte.

Adiós, querida Alicia. Guita se une a mí para abrazarte de todo corazón, como a la señora Chervau, a la que mamá envía sus más afectuosos recuerdos.

Tu amiga que te quiere mucho, Isabel.

Figúrate que he compuesto un cántico que se va a cantar el día de la Asunción… Será cosa de risa. Me he dejado moño, lo que me da un aire interesante. Da recuerdos nuestros a la señorita Chatellier.

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10 A la señorita Forey – hacia el 10 de agosto de 1896
Querida señorita:

Hemos llegado bien, menos cansadas de lo que se temía mamá.

Nos detuvimos cuatro horas en Lyon. La basílica nueva es espléndida.

Lyon ha desplegado allí todo su lujo. He rogado mucho a la Santísima Virgen por usted. Después de partir de Fourvieres hemos cenado en un restaurante al aire libre. Partimos a las ocho de la noche para llegar a Cette a las cinco de la mañana. Pasamos la mañana en la playa. Hacía muy bueno y envidiaba a los bañistas. A las cuatro de la tarde llegamos a Carlipa, donde somos mimadas por nuestras buenas tías. Hacemos agradables paseos. Hay aquí un valle encantador, que contemplaría de la mañana a la noche. Oh, cuánto me gustaría que estuviese usted aquí. Este aire puro le sentaría muy bien, como a mí, a quien han vuelto los colores.

He compuesto un cántico. El señor Cura ha compuesto la letra. Hará que le canten. Será de risa.

Leo mucho. Mis tías tienen muchos libros interesantes. Acabo de leer Odette de Maryan. Se lo recomiendo. Esto no me impide repasar la historia.

La verdad es que he comenzado hoy.

La pobre Yvonne ha tenido que partir de Dijon. Pienso en usted, que no podrá verla tan pronto como yo. A la vuelta, procuraré mitigar su disgusto, pero sé bien que nunca reemplazaré a Yvonne, porque ciertamente no tengo sus cualidades.

¿Qué tiempo hace por Dijon? Aquí se hiela una. Se nos anuncia para el día 15 un ciclón que va a barrer a todos los habitantes de Carlipa. Pero no será tan terrible que no nos volvamos a ver…

Adiós, querida señorita. La abrazo como la quiero, es decir, con todo el corazón.

Su afectísima alumna, Isabel Mamá me encarga enviarla sus mejores recuerdos.

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11 A Alicia Chervau – 22 de septiembre de 1896

Mi querida Alicia:

He esperado tu vuelta a Dijon para responder a tus dos cariñosas cartas que tanta alegría me han causado. He sabido con verdadera alegría que pasabas una vacaciones agradables. Yo también, te lo aseguro. Hemos ido a pasar algunos días a Saint Hilaire, hermosa cabeza de partido, donde mamá vivió cuando tenía mi edad. Nos han dado tales banquetes que nuestros estómagos no los podían soportar. Debemos volver el sábado y nos detendremos tres días para ver al señor Párroco, que es un viejo amigo y estaba en Luchon durante nuestra estancia. También en Limoux somos continuamente agasajadas. He encontrado a mi querida amiga Gabriela Montpellier, que tiene veinte años y es encantadora. Hacemos con ella agradables excursiones al campo. Mañana vamos a pasar el día a Ginoles les Bains y nos alegramos muchísimo. En fin, querida Alicia, tengo muchas cosas que contarte.

Estaremos en Limoux hasta el seis de octubre. Después iremos a casa de unos parientes que viven en el Alto Garona, donde debo volver a encontrar a Berta de Crépy, y desde allí, es decir, hacia el catorce o quince iremos a Tarbes, en casa de la señora de Rostang, que nos escribe cartas deseando vernos. Ya ves que no volveremos a Dijon hasta fin de octubre. Nos alegraremos mucho de encontrarte allí. Tengo buenas noticias de María Luisa, que me cuenta que ha subido en un globo. Volverá a Dijon el 30 de septiembre.

Yo aquí dedico mucho tiempo a la música. Mi amiga tiene un excelente piano de cola que hace mis delicias. Tiene unos sonidos magníficos y pasaría allí horas tocando. Yo acompaño a la prima de Gabriela, que toca muy bien el violín. Su marido es un excelente pianista y tocamos piezas a cuatro manos.

Adiós, mi querida Alicia Guita se une a mí para abrazarte de todo corazón, así como a la señora Chervau, a la que mamá envía sus mejores recuerdos. Tu buena amiga, Sabel Recuerdos al señor Chervau.

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12 A la señorita Forey – 4 de octubre de 1896

Querida señorita:

Tiene usted toda la razón de llamarme desmemoriada por haber estado tanto tiempo sin escribir, pero ya sabe lo que pasa durante las vacaciones, y por mi parte no tengo un momento libre, lo que no me impide pensar mucho, mucho, en usted y quisiera tenerla aquí para que tomase parte en todas mis distracciones y diversiones.

Desde el mes de septiembre nos encontramos en Limoux en casa de una buena y antigua amiga, a quien queremos mucho. Está en casa una joven encantadora, por la que siento un gran afecto. Es una sabia. Tiene su diploma superior y, como buena amiga, debía soplar algo sobre mí para comunicarme algo de su ciencia. Hemos estado también algunos días en Saint Hilaire, cabeza de partido donde vivió mamá cuando tenía mi edad. Es muy querida en el lugar y cada vez que vuelve es una fiesta. En esta zona los viñedos son espléndidos y he hecho una cura de deliciosos racimos, que me hubiera gustado hacerla probar, pues estoy segura que los hubiera apreciado.

El martes por la mañana dejamos Limoux para ir a casa de unos parientes del Alto Garona y de allí iremos, hacia el 17 de octubre, a casa de mi querida Yvonne. Será para mí una gran fiesta. Allí hablaremos de usted.

Quisiera poder traerla y espero que algún día hará usted este viaje. En Lourdes rogaré mucho por usted y, si la Santísima Virgen escucha mis plegarias, caerá del cielo una lluvia de gracias y bendiciones… Ya ve por este itinerario, querida señorita, que no volveremos a Borgoña hasta fin de octubre. Me alegrará mucho volverla a ver. Reanudaré mi trabajo con alegría, pues después de unas vacaciones tan largas se siente la necesidad de ello, y estoy dispuesta a que me dé mucho trabajo. Permítame decirla de paso que mientras estaba en Carlipa he visto a un tío que me ha hecho pasar un verdadero examen. Hubiera querido que estuviese a mi lado para soplarme al oído, pues me preguntó de ciencias, de literatura ¡entre otras cosas de Polyeucte¿ y sobre todo, de aritmética. Creía que me volvía loca. Gracias a Dios no he dicho necedades, pero buen miedo tenía… ¿Está bien el señor Milliard? ¿Ha hecho un hermoso viaje como el año pasado? Adiós, querida señorita. La mando millones de besos, que la hagan palidecer, lo que, sin embargo, no querría.

Su alumna respetuosa, Isabel Cuando vea a mi querida María Luisa Hallo, déle un abrazo de mi parte.

Usted constatará que mi escritura no ha progresado. Estoy haciendo una sabanilla de altar, a base de margaritas. Es un encanto.

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13 A Alicia Chervau – 19 de julio de 1897

Mi querida Alicia:

Se necesita tener muchas ganas de escribirte, pues esta mañana estamos en un gran tráfago. La señorita Lalande da una comida en nuestro honor y esta mañana la ayudamos en sus preparativos. Llevamos en Lunéville una vida muy agradable desayunando en casa de unos, merendando y cenando en casa de otros, sin contar las numerosas partidas de tenis con jóvenes muy atentas.

En fin, no tenemos un minuto libre y no sabemos ya dónde estamos.

El 14 de julio hemos asistido a un magnífico desfile en el Campo de Marte. No puedes imaginarte lo bello que era ver toda esta carga de caballería con los cascos y corazas brillando al sol. Por la tarde hemos estado en el Bosquet, avenida magnífica; más bonita que el Parque. La iluminación, muy buena. ¡Una se creía en Venecia!…

Nos están mimando mucho. Una vieja amiga de mi abuela, la señora de la Roque, nos ha dado unas sortijas muy bonitas de oro con turquesas. Y tú, mi querida Alicia, ¿cómo lo pasas? Estoy deseando tener noticias tuyas. Hasta el 24 de julio dirígeme tus cartas a: Señorita Lalande, calle de los Bosquets, Lunéville. Después a casa de la señora Hougue, Mirecourt, Vosges.

Al ir a Mirecourt nos detendremos dos o tres días en Nancy, en casa de una amiga de mamá que quiere hacernos ver la ciudad, que es muy bonita.

Adiós, mi querida Alicia. Perdona estos garabatos, pues te escribo de prisa. Te mando una lluvia de besos. Mis respetos a la señora Chervau, a quien mamá envía sus mejores recuerdos. Tu amiga, Isabel

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14 A Alicia Chervau – 21 de julio de 1898

Mi querida Alicia:

No quiero abandonar Tarbes sin escribirte lo mucho que hemos hablado de ti con los de Rostang, que te mandan sus mejores recuerdos. Nuestra estancia aquí no ha sido sino una continua diversión: bailes, música, excursiones al campo, todo seguido. La gente de Tarbes es muy agradable. He tratado con muchas chicas, a cual más agradable. Estamos muy emocionadas de la acogida que se nos ha hecho y llevamos un recuerdo delicioso de Tarbes. Dirás a Valentina que he visto muchas veces a su amiga Isabel de Rouville, que se acuerda mucho de ella. Por lo demás, yo le escribiré uno de estos días, en cuanto esté en Carlipa.

Las de Rostang tienen una tía, señora de Saint Michel, que ha pasado algunos días en Tarbes con su hija, que tiene veinte años, encantadora y muy buena música. No dejábamos de tocar y los comercios de música de Tarbes no bastaban para darnos partituras suficientes.

Hoy marchamos a Lourdes. Mi corazón se entristece al pensar que debo separarme de mi querida Yvonne. Si vieras qué chica más bonita y qué carácter tan ideal… En cuanto a la señora de Rostang, su enfermedad no la ha dejado ningún rastro, y está más joven, más elegante que nunca, siempre tan buena. Anteayer cumplí mis dieciocho años. Me regaló un encantador juego de botones turquesa para la blusa.

Parece que has conquistado a un negro. Tengo ganas de conocer esa historia, cuyos ecos han llegado hasta mí. Escríbeme pronto. El 25 estaré en casa de la señora Rolland, en Carlipa, por Cennes Monestiés, Aude.

Te dejo para cerrar las maletas. En Lourdes me acordaré de ti. Desde allí iremos a dar una vuelta por los Pirineos, Luchon, Cauterets, etc. Estoy loca por estas montañas que contemplo al escribirte. Me parece que no podré en adelante prescindir de ellas.

Adiós, cara Alicia. Nos reuniremos con los de Rostang para cubrirte con una lluvia de besos. Isabel ¿Qué tiempo tenéis? Aquí tenemos un calor atroz.

Mil recuerdos a María Luisa, Valentina…

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15 A Valentina Defougues – 25 de julio de 1898 (o poco después)

Mi querida Valentina:

Usted me tratará de olvidadiza por haber tardado tanto en escribirle.

Desde mi partida no he encontrado un minuto, pero no por ello he pensado menos en usted y estoy muy contenta de poder dedicarle unos instantes.

Nuestra estancia en Tarbes ha sido una cadena ininterrumpida de diversiones: bailes, conciertos, paseos al campo, todo seguido. La gente de Tarbes es muy agradable. He conocido a un gran número de jóvenes muy amables y sencillas. Nos han obsequiado en todas partes y nos ha llegado al corazón esta afable acogida. He visto varias veces a su amiga de Clermont, Isabel de Rouville. Me ha dado cariñosos recuerdos para usted. La encuentro encantadora.

Al dejar Tarbes nos dirigimos a Lourdes, ese rinconcito del cielo, donde hemos pasado tres días deliciosos, como no se pueden pasar sino allí. He pensado mucho en usted al pie de la gruta. ¡Ah, si supiera qué ratos tan buenos se pasan allí y cómo se emociona una! No había grandes peregrinaciones. Pudimos comulgar en la gruta. Me gusta Lourdes con esta tranquilidad. De Lourdes nos fuimos a Pau a visitar el castillo de Enrique IV, que merece ser visto, pues hay en él tapicerías magníficas, y no éramos nosotras solas las que las admirábamos. Llegamos la víspera a Cauterets. El viaje en coche es admirable desde Pierrefite. Estábamos en un éxtasis mudo ante estas bellas montañas, que me vuelven loca y que nunca hubiera querido dejar. Sin embargo, Luchon nos reservaba algo mucho más bello todavía. Para mí el paisaje es incomparable. Hemos pasado allí dos días y así pudimos hacer una excursión al valle de Lys. Teníamos un gran landó de cuatro caballos y fuimos con las primas de los de Rostang, las de Saint Michel, que habíamos encontrado en Luchon. Estas señoras nos encomendaron a un sacerdote que conocíamos que hacía también la excursión para subir al Precipicio del Infierno. Estábamos a 1801 metros de altura, inclinadas sobre aquel abismo horrible. Magdalena y yo encontrábamos la cosa tan bella que casi deseábamos ser arrastradas a las aguas. El señor Abate, a pesar de su entusiasmo ¡pues prefiere este lugar a la Gran Cartuja¡, no pensaba lo mismo. Era incluso mucho más prudente que nosotras, que galopábamos a los bordes del precipicio sin notar el menor vértigo. Estas señoras lanzaron un suspiro de satisfacción al vernos, pues no estaban muy tranquilas durante nuestra jira.

Ahora estoy en el campo, en mi querida Carlipa, que tiene también su propia distinción con su hermoso valle. Gozo de la dulce vida de familia y me dejo mimar por mis buenas primas.

Adiós, mi querida Valentina. Espero con impaciencia carta. Mientras espero, la abrazo de todo corazón. Isabel En casa de la señora Rolland.

Carlipa por Cennes Monestiés (Aude).

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16 A Francisca de Sourdon – 9 de agosto de 1898

Mi buena Francisquita:

¿Piensas alguna vez en tu amiga Sabel? Yo pienso frecuentemente en ti, y hubiera querido tenerte conmigo para admirar juntas todas las hermosas cosas que hemos visto.

¡Cuántas cosas tendríamos que decirnos! [Hemos] pasado en primer lugar… deliciosas en T[arbes: sesiones] de baile, conciertos, excursiones al campo, todo seguido. Hemos hablado frecuentemente de ti con las de Rostang, que son siempre tan amables. Tenía mucha tristeza al dejarlos, sobre todo a mi querida Yvonne, a quien tanto quiero. Todas las de Rostang vinieron a acompañarnos a Lourdes. Allí hemos pasado tres días deliciosos.

¡Cómo he rezado en la gruta por mi querida Francisquita, y cómo hubiera querido tenerla conmigo en aquel rincón del cielo!… De Lourdes fuimos a Pau, a Cauterets, que es delicioso, y por fin a Luchon, que merece su título de Reina de los Pirineos. Allí yo estaba en el culmen del entusiasmo. ¡Ah, qué montañas tan bellas! Hicimos una excursión al valle de Lys, lo más hermoso que se pueda imaginar. Ya te contaré esto de palabra.

Ahora estamos en este querido Carlipa, que tanto me gusta, incluso después de haber visto los Pirineos. Yo le encuentro su tipismo. Llevo una vida serena y tranquila, una vida de campo que tanto me gusta. Me dejo mimar, agasajar, por mis primas tan buenas.

Adiós, mi buena Francisquita. Te abrazo de todo corazón, como a M[aría Luisa]. Tu amiga Sabel A[braza a la señora] Sourdon. Recuerdos a María Luisa Hallo, Alicia y Valentina.

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17 A María Luisa Maurel – 23 de septiembre de 1898

Querida señorita María Luisa:

Mañana a las siete y cuarto partimos para Quillan. Llevamos nuestra comida y acabo de suplicar a las señora Angles que la deje venir con nosotras. Mamá velará por usted como si fuera hija suya. Os iríamos a buscar a la estación de Alet a las siete y media, y en Ginoles comeríamos en el campo. Nos resultaría mucho más agradable si estuviese con nosotras. Cuento con el señor Párroco para convencer a su tía, y le doy las gracias por adelantado. Por eso con el corazón lleno de esperanza le digo: hasta mañana a las siete y media. Volveremos a las cinco y media. Saludos. Isabel Llevaremos nuestras labores. Gracias y saludos a toda la familia.

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18 A María Luisa Maurel – 6 de octubre de 1898

Mi queridísima María Luisa:

Hace tres días que estamos en Dijon y mi primera carta es para usted.

¡Cómo hubiera querido tenerla a mi lado para compartir mi entusiasmo y mi admiración por todas las cosas bellas que hemos visto los últimos diez días! En Marsella hemos ido en peregrinación a Nuestra Señora de la Guardia.

Inútil decirle que ha tenido una gran parte en mis oraciones, querida María Luisa. Usted lo adivina, ¿no es verdad? Para probarla que no ha sido olvidada le mando una estampita. En Marsella visitamos un transatlántico. Me interesó mucho. Mamá tenía un miedo atroz, pues el barco estaba en alta mar y, para llegar allá, nuestra barquichuela se movía mucho. Por eso se puso muy contenta al volver a tierra, pues no comparte mi entusiasmo por el hermoso mar que tanto me gusta.

Lo que más admiración me ha producido es la Gran Cartuja. Si supiera lo hermoso que es el camino del Desierto, lo verdes y pobladas que están estas montañas… Es la soledad más profunda que se pueda soñar. Uno se cree a cien leguas del mundo. Tan perdida se siente una en esas montañas que tienen un aspecto excesivamente salvaje. Dormimos en el convento de religiosas que hay frente al de los Cartujos, en una pequeña celda, en camas muy duras, pues la penitencia impera en la Gran Cartuja. Bajamos a Grenoble por el Sappey, otro camino muy hermoso. Hemos visitado la villa, que está muy bien situada. Después estuvimos cerca de Annecy, en casa de una amiga de mamá que vive junto al lago. Es una región encantadora. El lago es muy pintoresco, rodeado de sus hermosas montañas. Lo recorrimos todo y me encantó. Estuvimos también en Ginebra, donde pasamos un día. Pero no recorrimos el lago, porque llovía. Una lástima.

En Bourg visitamos la famosa iglesia de Brou, que es un monumento magnífico.

Finalmente estamos ahora en Dijon, contentas de haber llegado con salud y dando gracias a Dios de habernos protegido durante este largo viaje. He encontrado aquí a mi amiga María Luisa, que llegó algunos días antes que nosotras. No ceso de hablarle de usted. Ella la conoce ya, se lo aseguro, y además tendrá el gusto de veros este año, pues cuento absolutamente con su visita. Convenza al señor Angles, y estoy segura de que su madre, que es tan buena, nos querrá dejar a su hija. Seremos muy felices por ello.

Adiós, mi querida María Luisa. Margarita se une a mí para enviarle mil besos. Isabel Catez. 10 rue Prieur de la Coted’Or. Dijon. Escríbame pronto.

Aunque no tengamos el gusto de conocer a su señora madre, le enviamos nuestros más respetuosos saludos, extensivos también al señor Angles.

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19 A María Luisa Maurel – 20 de noviembre de 1898

Mi queridísima María Luisa:

No puedo decirle la emoción que he sentido al ver que se ha acordado de mi fiesta. Esta mañana he tenido un gran gozo al reconocer su pequeña y querida escritura. Gracias por la hermosa estampa y por la de Margarita.

Gracias también por haber trabajado para mí. ¡Ah, si supiese cómo me conmueve esta atención, querida María Luisa! ¡No se lo puedo expresar! ¡Qué sacrificio nos manda el Señor al vivir tan distantes! Me gustaría tanto vernos frecuentemente. ¡Nos entendemos tan bien! ¡Pensar que nos hemos visto tan poco y nos queremos tanto!, pues usted tiene un lugar muy grande en mi corazón.

He pensado mucho en usted durante sus Ejercicios y me ha gustado mucho leer todos los detalles que me da sobre esos días en su última carta. Me han interesado mucho, los he leído y releido.

Yo asisto a las conferencias para las jóvenes que da un padre jesuita cada quince días. Son muy interesantes y me agradaría que las oyese conmigo.

Están muy bien hechas.

Ya han regresado todas mis amigas y asisto a muchas reuniones. Me parece que son demasiadas, pues no tengo tiempo para hacer lo que querría, pues comienzo muchos trabajos. ¡Me gusta tanto coser!. Por eso, como los días son demasiado cortos, me levanto muy pronto y cuando voy a la misa de 7 ya he hecho bastantes cosas.

Margarita y yo aprendemos inglés. Recibimos las lecciones junto con mi amiga María Luisa, de la que la he hablado frecuentemente. Nuestra profesora es una joven inglesa, muy dulce y amable. Trabajo con interés para poder balbucir pronto esta lengua de pájaros. Hoy voy a oír a un predicador muy bueno que nos va a echar un sermón sobre la caridad durante las vísperas. Me alegro y quisiera tenerla conmigo.

Adiós, mi querida Mana Luisa. Reciba mi agradecimiento junto con mis mejores cariños. Isabel Nos unimos todas para saludar a su madre. No me dice nada de la señora Angles, espero que se haya puesto bien. Margarita la abraza y agradece su bonita estampa. Mamá está muy cansada desde hace algunos días. Su salud deja mucho que desear. Estoy muy preocupada.

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20 A María Luisa Maurel – 2 de enero de 1899

Mi queridísima María Luisa: Acabo de recibir su cariñosa carta, que me produce gran alegría. Gracias por su felicitación y sobre todo por sus santas oraciones por mi querida mamá, que ha estado tan mala. Si supiese lo preocupada que he estado… Gracias a Dios va mejor desde hace algunos días.

El régimen de leche la va muy bien. El médico le ha mandado guardar reposo absoluto, lo que cuesta mucho a esta querida mamá, acostumbrada a una vida muy activa. Durante estos tristes días he tenido ocasión de apreciar a nuestras buenas amigas, que nos han rodeado de afecto, y me ha impresionado ver lo querida que es esta amada mamá.

¡Cuánto me hubiera gustado estar ayer junto a usted para decirla con un largo beso todo mi afecto y todos los votos que hago por su felicidad!…

Pero estando tan distantes no podemos sino pensar y rezar mucho la una por la otra. La oración es el vínculo de las almas. ¡Qué gran parte tiene usted en las mías, queridísima María Luisa! Cada día la recuerdo ante Jesús y quisiera tenerla junto a mí en esta capillita, adonde voy todas las mañanas a oír la misa de siete. Espero llevarla algún día conmigo, pues cuento con su visita, y es uno de mis deseos para 1899. Convenza al señor Angles, mi querida María Luisa. Sería tan feliz teniéndola en casa. Estudio mucho el inglés con Margarita y mi amiga María Luisa, de la que la he hablado.

Nuestra profesora es una inglesa muy amable a quien su familia ha echado por haberse hecho católica. Tengo mucha simpatía por esta pobre joven tan sola.

Usted es muy amable acordándose de mí. Se lo agradezco mucho. Muchas gracias también por su envío. Cuando lo haya recibido la escribiré.

Adiós, mi queridísima María Luisa, la envío con mi felicitación una lluvia de besos y cariños. Su muy triste Isabel Nos unimos para enviar la felicitación a su madre y al señor Angles.

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21 A María Luisa Maurel – 11 de enero de 1899

Mi queridísima María Luisa:

Acabo de recibir su atenta carta y su delicioso trabajo. ¡Cuántas atenciones tiene conmigo! No he visto nunca algo tan bonito y tan bien hecho. Tiene usted dedos de hada. Mi amiga María Luisa, que estaba allí, ha admirado este magnífico bolso de bombones, con el que me alegra adornar mi cuarto, pero sólo los días solemnes, pues quiero conservarle con gran esmero y me recordará a una amiga muy querida, a quien me gustaría tener junto a mí. ¿Por qué estamos tan distantes, mi querida María Luisa? Me gustaría tanto verla con frecuencia y gozar de su tan buena amistad. Espero siempre que el señor Angles la traerá a Dijon. Háblele con frecuencia de esto. Qué alegría verla, volver a nuestras conversaciones, a nuestras confidencias, pues me ha conmovido la confianza que me ha mostrado. Ya sabe que ruego mucho por usted y cada día en la misa la encomiendo al buen Jesús. ¡Que El nos reúna pronto! Sus fervientes oraciones han sido escuchadas y le pido las prosiga por esta querida mamá, que está mejor. Pero se necesita mucha prudencia. Por eso vive como una reclusa. Felizmente tenemos muy buenas amigas que vienen a visitarla todos los días, de modo que el tiempo no se le hace demasiado largo.

Vamos a tener unos Ejercicios para jóvenes, predicados por el Superior de los Jesuitas de Dijon. Me alegro mucho de poder hacerlos. Comenzarán el 24 de enero. Se acordará de mí durante estos días, querida María Luisa. Por mi parte le prometo un recuerdo muy especial.

Estoy cosiendo muchísimo, no saliendo casi, estando mi mamá enferma.

Hago labores de lencería bastante difíciles. Acabo de terminar una bonita camisa con un canesú bordado.

Adiós, mi queridísima María Luisa. Permítame darle las gracias con todo mi corazón por su delicioso trabajo, que tanto me gusta. La manifiesto todo mi mejor reconocimiento mandándola mis mejores besos y cariño.

Su amiga, que piensa mucho en su querida María Luisa. Isabel Saludos afectuosos a su señora madre. Le envío una estampita que he escogido para usted desde hace días y le hará acordarse de mi.

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22 A María Luisa Maurel – 16 de abril de 1899

Mi queridísima María Luisa:

Hace ya mucho tiempo que no tengo noticias suyas y no la he escrito. He estado muy ocupada todo este tiempo. Hemos tenido una espléndida Misión que ha durado cuatro semanas. ¡Cuánto he pensado en usted y rezado en estos días benditos! Hubiera querido tenerla conmigo y seguir juntas las pláticas tan hermosas y conmovedoras. Había 19 padres Redentoristas en Dijon. En nuestra parroquia dos. Estos misioneros son verdaderos apóstoles. Hablan sencillamente, con un gran amor a las almas. Había cada día tres instrucciones. La primera a las seis de la mañana, la segunda a las nueve, y por la tarde, a las ocho, tenía lugar el gran sermón de la Misión. Había mucha gente, muchos hombres. Para encontrar asiento había que venir una hora antes de comenzar la función. Si supiese lo hermoso y edificante que era…

Una se sentía conmovida. Los Padres habían organizado una cadena de oraciones a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, la patrona de las Misiones, y cada media hora se renovaban para rezar el rosario en voz alta y otra oraciones por la conversión de los pecadores. Era un espectáculo conmovedor ver el fervor con que se rezaba a esta buena Madre. Ha hecho muchos milagros. Ha habido en Dijon mil conversiones.

El día de Pascua tuvo lugar la clausura de la Misión. Todos lloraban en la iglesia al despedirse los Padres. Estas cuatro semanas han pasado pronto, se lo aseguro, mi querida María Luisa. ¡Cómo hubiera querido seguir esta Misión con usted y cuántas cosas habría tenido que decirle! Convenza al señor Angles para que venga a Dijon. Me alegraría mucho tenerla conmigo, continuar nuestras conversaciones íntimas de Nuestra Señora de Marceille Estamos ya en primavera, una estación muy agradable para viajar, y la espero. Estoy segura que su señora madre consentirá en dejarla venir con el señor Angles y nosotras os cuidaremos muy bien.

Todos admiran el magnífico bolso de bombones que ha […] precauciones y miramientos. Cosemos juntas, acabamos de hacer pequeñas blusas que han salido bastante bien.

Adiós, mi querida María Luisa. Se acuerde alguna vez de mí, ruegue por mí, que no la olvido y […] De Nuestra Señora del Perpetuo Socorro para usted.

Ruegue mucho por mi querida mamá. La encomiendo a sus fervorosas oraciones.

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23 A María Luisa Maurel – 26 de abril de 1899

Mi muy querida María Luisa:

No puedo expresarle la alegría que he sentido al recibir su querida fotografía. ¡Qué amable ha sido enviándomela! La he colocado inmediatamente en mi habitación encima del piano, en un álbum de fotografías especial donde están mis amigas verdaderas, las amigas de corazón, entre las que está usted, mi querida María Luisa, pues aunque nos hayamos visto poco, sin embargo nos hemos podido comprender y amar mucho!…

Reconozco que en la hermosa fotografía no ha salido muy bien. Pero yo, que conozco a mi querida amiga, sé encontrarla en esta primera imagen que me alegro tener.

Mamá está un poco mal estos días, se siente muy fatigada. Hay mucha gripe en Dijon, y no se oye hablar más que de personas enfermas. Hay que decir que tenemos un tiempo horrible, muy húmedo y malsano.

Voy a perder dos amigas que se van a casar, una sobre todo, a quien yo quería mucho y que se irá de Dijon, pues se casa con un oficial de marina.

Nos vemos frecuentemente y siento ver acabarse nuestra dulce intimidad, aunque me alegro de la felicidad de mi amiga. ¡No hay que ser egoísta en los afectos! Margarita y yo formamos parte de un coro de canto, adonde van también varias de nuestras amigas. El domingo hemos ido a cantar al Carmelo para la fiesta del Patrocinio de San José. Hubo un buen sermón, predicado por un Padre dominico. La Exposición fue magnífica. Mi amiga María Luisa, de quien la he hablado otras veces, cantó un hermoso Panis angelicus.

Adiós, mi queridísima María Luisa. Le doy de nuevo las gracias por su querida fotografía. Acuérdese de mí, rece por mí, que no la olvido, y reciba mis mejores besos, y muchos saludos de Margarita. Su amiga Isabel Nuestros mejores recuerdos a su señora madre y al señor Angles. Cuando me haga mi fotografía, la primera será para usted.

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24 A María Luisa Maurel – 12 de agosto de 1899

Mi querida María Luisa:

Hace un mes que nos hallamos en el campo, y desde entonces he deseado muy frecuentemente venir a hablar con usted, pero me ha sido imposible.

Estamos en el campo, en medio de un bosque de abetos, en una verdadera pequeña Tebaida, y pasamos todo el día al aire libre. ¡Se está tan bien en medio del bosque! Llevamos con nosotras libros y labores y no volvemos hasta la noche para cenar. Quisiera tenerla conmigo para compartir mi soledad, pues vivimos de hecho como reclusas. A pesar de esto, no me aburro ni un solo instante. ¡Hace tanto bien vivir tranquilos en el campo! El aire puro del Jura y el descanso hacen mucho bien a mamá, que tenía gran necesidad de ello. Había partido de Dijon muy fatigada, y ya puede pensar lo feliz que soy al verla mejor. Nuestra estancia aquí toca a su fin. El 17 partimos para Suiza, donde estaremos tres semanas. Después volveremos unos días a Dijon antes de ir a los Vosges en casa de una tía. Cuando me escriba ‑y deseo mucho tener noticias suyas‑ diríjame su carta: Hotel de la Poste, a Fleurier, Cantón de Neuchatel. Suisse.

Esta carta, mi querida María Luisa, la llegará el día de su fiesta.

Quisiera poder seguirla y decirle en un largo beso mi cariño. Pero, ¡ay!, nos separa una gran distancia y será esta carta la que le llevará todos los votos que hago por su felicidad. Recibirá también una pequeña labor, que no tendrá otro mérito que haber sido hecha por su amiga, muy feliz de trabajar por su querida María Luisa, pensando en ella.

Adiós, querida amiga. Le mando mi felicitación y los más cariñosos besos. Mamá y Guita se unen a mi para abrazarla. Muy suya, Isabel Catez.

Tenga la bondad de dar nuestros mejores recuerdos a su señora madre. La envío una pequeña fotografía 4 hecha por una amiga, esperando las que nos hagan al regreso.

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25 A María Luisa Maurel – 29‑30 de noviembre de 1899

Mi muy querida María Luisa:

Me causó mucha emoción que haya pensado en mi fiesta, y hubiera debido haberla escrito más pronto para agradecerle su carta y sus hermosas estampas. Margarita me encarga de darle las gracias en su nombre.

Usted sabe muy bien cuánto la quiero, mi querida María Luisa, para que tenga necesidad de decirle la alegría que he sentido al enterarme de sus esponsales. Lo sospechaba un poco después de recibir su carta de septiembre, pues la que me ha escrito en octubre no la he recibido todavía, con gran disgusto mío. Ruego mucho por usted, querida amiga, y pido al Señor que la llene de sus bendiciones y le dé toda la felicidad que se puede gozar en la tierra. Sí, querida María Luisa, el buen Maestro nos llama por caminos diferentes. La porción que me ha escogido es muy hermosa. Espero que este verano nos volvamos a ver. ¡Cuántas cosas tendremos que decirnos! Usted cree que mi marcha al Carmelo está próxima, pero no será antes de mis veintiún años. Así que, como ve, me queda todavía un año largo para disfrutar de la compañía de mi querida mamá y de Guita. Ruegue mucho por mamá, querida amiga, para que Dios la sostenga en este duro sacrificio. ¡Ah, qué dura será la separación! Pero es el Divino Maestro quien lo quiere así. El sabrá arreglarlo todo. Mamá y Guita, a quienes confié su secreto, como me lo había permitido, me encargan enviarle sus sinceras felicitaciones. Todas nos alegramos de su felicidad, pues la amamos mucho.

Nuestro nuevo obispo, monseñor Le Nordez, comienza hoy una serie de conferencias en la catedral para señoras y jóvenes. Me alegro de ir a oírle inmediatamente. ¡Cómo quisiera tenerla conmigo! Asistimos también a unas conferencias muy interesantes que tienen lugar cada quince días para las jóvenes. Las da un padre jesuita que habla muy bien. Además, el tema es tan bello: este año es sobre Jesucristo. Adiós, querida amiga. Me agradaría escribir más, pero la debo dejar, pues antes de ir a la conferencia tengo que ir a un coro de canto donde con varias jóvenes preparamos hermosos cánticos para la Inmaculada Concepción. La envío mis mejores besos, querida amiga. Ruegue un poco por mí, ¿verdad? Isabel Mandamos nuestros mejores recuerdos y felicitaciones a su señora madre.

¿Debo enviarle las cartas a Labastide Esparbairenque o Labastide Cabardes?

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26 A María Luisa Maurel – principios de enero de 1900

…asistirá conmigo por última vez. Pensaré mucho en usted, querida amiga, durante estos días de bendición. ¡Cuánto me gustaría tenerla conmigo! ¿Ha tenido dos misas de media noche en el campo?… Aquí la del 1 de enero sólo se ha dicho en algunas capillas. Yo he ido a la de las carmelitas, que están muy cerca de casa. Estuvo muy bien. El Santísimo Sacramento estuvo expuesto toda la tarde. ¿Le diré, mi querida María Luisa, que durante esta vela delante del buen Jesús la he recordado de un modo particular? Ha sido junto al altar donde he formulado todos mis votos por usted, y usted sabe lo sinceros que son.

Mamá ha tenido hace unos días una caída que la ha quebrantado. Al ir a misa se cayó por la escalera y pudo hacerse daño en los riñones. El Señor la ha protegido porque no ha tenido más que unas contusiones, pero sufre mucho y no puede andar. Fuera de esta desgraciada caída su salud ha mejorado y estamos muy contentas de ello.

Adiós, querida María Luisa. No me deje estar mucho tiempo sin sus noticias. La abrazo muy cariñosamente. Margarita la envía besos afectuosos.

Recuerdos a su señora madre. Su amiga que no la olvida. Isabel

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27 A María Luisa Maurel – 17 de junio de 1900

Domingo, 17 de junio Mi queridísima María Luisa:

¡Cuánto tiempo hace que no tengo noticias suyas! Me decido a romper este largo silencio. ¿Qué es de su vida? Escríbame pronto, ¿lo hará? Pensamos marchar al Sur dentro de tres semanas. Primeramente iremos a Tarbes y a Lourdes, después a casa de nuestras primas en el campo, cerca de Carcasona, adonde estaremos mucho tiempo. Iremos también algunos días a Saint Hilaire y volveremos por Limoges, ya que tenemos amigos por esos lugares que nos quieren ver. Esperamos volverla a ver durante esta larga estancia en el Sur y nos alegramos mucho, porque conservamos un gratísimo recuerdo de las jornadas que pasamos juntas. Hace ya dos años que nos conocemos, mi querida María Luisa. No es mucho tiempo y, sin embargo, nos queremos mucho, ¿verdad? ¿Tiene proyectos para las vacaciones? Escríbame pronto y dígame todo.

Nosotras estamos muy ocupadas estos días. Hay que hacer tantas cosas para una ausencia de tres meses. Por eso estoy cosiendo mucho. Margarita y yo debíamos ir a París el 24 de junio, pues mi amiga María Luisa debía tomar el hábito ese día en el Sagrado Corazón de Conflans y su madre nos llevaba consigo. Por desgracia la ceremonia ha sido retrasada para agosto o septiembre y no podremos asistir, estando en ese tiempo en el Sur. Siento no poder ver a mi amiga, pero por otro lado me alegro de no dejar sola a mamá.

Estos cinco días sin sus hijas le habrían parecido demasiado largos.

El 9 de mayo pasé un hermoso día en Paray le Monial. Los Padre jesuitas habían organizado una peregrinación para ese día y la señora Hallo, la madre de María Luisa, me llevó consigo. ¡Qué bella jornada, mi querida María Luisa! Si viese lo bien que se reza en la pequeña capilla… No la he olvidado ante el Sagrado Corazón. He tenido un recuerdo especial para usted.

Adiós, querida María Luisa. La abrazamos muy cariñosamente. Su amiga que no la olvida, Isabel Recuerdos cariñosos a su buena madre. Recuerdos también al señor y señora Angles. Espero pronto una carta.

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28 A Margarita Gollot – 1 de julio de 1900

Domingo, 1 de julio Mi queridísima hermana:

No puedo decirle la alegría tan sentida que me ha causado su cartita. La he leído y releído. ¡Si supiese lo contenta que estaba! También yo, querida hermanita, la quiero mucho y ruego mucho, mucho, por usted. ¡Ah! Seamos totalmente de El, entreguémonos a nuestro Amado Jesús en un generoso abandono. No hay cosa mejor que cumplir su voluntad.

Ofrezcámosle nuestro destierro. Es tan bueno sufrir por quien se ama… ¿no es así, querida Margarita? Quisiera darle un abrazo antes del miércoles, día de mi partida. ¿Puede venir al Carmelo el lunes, poco antes de las dos? Pienso hallarme allí. Adiós. Me llaman, me voy. Mil besos de su hermanita.

María Isabel de la Trinidad

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29 A María Luisa Maurel – 1 de julio de 1900

Domingo, 1 de julio Mi queridísima María Luisa:

No puedo decirle la alegría que me ha producido su amable carta. Hubiera querido responderla ya, pero si supiese lo ocupada que estoy… Cuento con la indulgencia de mi querida María Luisa. ¡Qué alegría volverla a ver, querida amiga! No lo puedo creer. Es usted muy amable deseando nuestra visita, y cuánto agradecemos a su buena madre su amable invitación, que no podemos rechazar, pues nos alegrará mucho conocerla. Dígaselo, por favor.

Nosotros marchamos el jueves a Tarbes a casa de nuestras amigas de Rostang, y estaremos allí quince días. De allí iremos un día a Biarritz. Después marcharemos a Lourdes, de lo que me alegro mucho. ¡Oh, cómo voy a rezar a la Virgen por mi querida María Luisa! Desde allí marcharemos al campo a casa de mis primas. y allí estaremos hasta el 25 de agosto. Es entonces cuando iremos a Carcasona. donde podremos encontrarnos y marchar untas a su encantador pueblo. ¡Ah, qué felicidad, ¿verdad?, estar juntas uno o dos días! Tengo que dejarla, querida María Luisa, pues tengo mucho que hacer. He aquí mi dirección hasta el 19 de julio: Chez madame Rostang, rue des Petits Fossés, 21, Tarbes, Hautes Pyrénées.

Adiós, pues, querida amiga. Reciba besos cariñosos de su amiga que la quiere mucho y que se alegra de volverla a ver. Isabel Recuerdos cariñosos a toda su familia.

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30 A María Luisa Maurel – 12 de agosto de 1900

Carlipa, 12 de agosto. Por Cennes Monestiés, Aude Mi querida María Luisa:

Esta carta le llegará el día de su fiesta y será portadora de mis mejores votos. Los deposito y pongo en las manos de María. ¿A quién podría confiárselos mejor? Tuve la alegría de ir a Lourdes el mes pasado. ¿Necesito decirle que he rezado mucho por usted, querida amiga, y por todos sus seres queridos? Usted lo adivina, ¿no es verdad? Usted está en mi corazón y no podría olvidarla.

Desde principios de julio estamos en el Sur. Hemos pasado antes un mes en Tarbes en casa de nuestras amigas de Rostang, tan buenas, sencillas y piadosas. Estoy convencida de que le agrada rían mucho. Ahora estamos en el campo con nuestras excelentes primas, gozando de la hermosa vida de familia.

Nuestra vida es muy solitaria realmente; pero yo soy como usted, me gusta el campo y no tengo tiempo de aburrirme. Tenemos los mismos gustos, ¿no es así, querida María Luisa? Antes de llegar a Carlipa fuimos a pasar un día en Biarritz para ver el océano. ¡Qué bello, querida amiga! No puedo manifestarle lo grandioso que es este espectáculo. Me gusta ese horizonte sin fronteras, sin límites. Ni mamá ni Guita podían arrancarme de su contemplación, y me parece que me encontraban un poco exagerada. Estoy segura de que usted me habría comprendido.

Llegaremos a Carcasona el 3 de septiembre. El señor Angles ha tenido la bondad de invitarnos y aprovechamos con gusto la ocasión de volverle a ver, como a usted, querida María Luisa. ¡Qué agradable será encontrarse después de estos dos largos años de separación! ¡Cuántas cosas tendremos que decirnos! ¿No es verdad? El lunes iremos con nuestras primas a pasar el día en Carcasona en casa de un tío. Esperamos que haga buen tiempo, pues vamos en una diligencia y la lluvia sería muy molesta.

Mi amiga, la que ingresó en el Sagrado Corazón, está enferma. El postulantado ha quebrantado su salud. Ha salido de su amado convento para cuidarse, con la esperanza de volver pronto a él. Su pobre madre está contentísima de que el Señor le devuelva la hija por algún tiempo.

Adiós, querida amiga. Estoy hasta septiembre en Carlipa, por Cennes Monestiés, Adue. Escríbeme pronto, me dará mucha alegría. Reciba, querida María Luisa, un beso con los mejores votos de su amiga, que piensa en usted.

Isabel Nuestros respetuosos saludos a su señora madre y a la señora Angles.

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31 A Francisca de Sourdon – 29 de agosto de 1900

Miércoles 29 de agosto
Me parece que no quieres a tu amiga Isabel más que en Dijon. Ella está triste, porque no olvida a su querida Francisquita.

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32 A María Luisa Maurel – 1 de septiembre de 1900

Carlipa, 1 de septiembre Mi queridísima María Luisa:

Recibí ayer su carta, pero me ha sido imposible responderla, pues el cartero partía inmediatamente. No puedo decirle toda mi alegría de volverla a ver. Sólo faltan dos días, querida amiga, pues llegaremos el lunes por la tarde, como ha decidido el señor Angles. ¡Nos parece que nunca llega ese momento! Querida María Luisa, dé muchas gracias a su madre de parte de la mía. No puedo decirle cuánto nos ha emocionado su amable invitación. Nos alegramos de conocerla, dígaselo, ¿verdad? ¡Qué hermosos ratos vamos a pasar juntas! ¡Cuántas cosas nos diremos después de dos años de separación! Adiós, queridísima María Luisa. La mando mil besos. ¡Hasta el lunes! Su amiga, muy contenta de volverla a ver, Isabel Recuerdos cariñosos y nuestro agradecimiento a su señora madre.

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33 A María Luisa Maurel – 7 de septiembre de 1900

Viernes 7 de septiembre
Queridísima María Luisa:

No hace todavía dos días que nos hemos separado y, ya ve, me parece que hace un siglo. ¡Ah! ¡Qué triste estaba mi corazón al despedirme! Jamás olvidaré estas hermosas jornadas pasadas en Labastide y la hospitalidad tan afectuosa de sus queridos padres. Me parece que he conocido siempre a su excelente madre. Dígaselo con un beso de mi parte, agradeciéndole todo. Yo estaba tan emocionada al despedirme que no podía decir nada. Trataba de retener la primera lágrima… Ayer a las dos nos despedimos del señor Angles. Esta nueva separación ha sido también muy triste. Esperamos verle mañana unos minutos en la estación de Limoux, por donde debe pasar para ir a Alet. Después será el adiós definitivo… Hemos tenido el gusto de comer antes de nuestra partida con la señora Angles y le he encargado mil cosas para mi querida María Luisa. ¡Qué bueno es Dios, querida amiga, al darnos la una a la otra, y qué sacrificio también es vivir tan lejos cuando se ama tanto! En fin, pensemos en estas felices jornadas y en el próximo encuentro.

Estoy muy contenta por habérmelo prometido usted y también su prometido. Con esto estoy tranquila. Le doy las gracias por habérmelo presentado. Cada día pido por su felicidad y me es algo muy dulce. También usted, querida María Luisa, ruegue un poco por su amiga Isabel, que la quiere tanto y la tendrá reservado siempre este lugar en su corazón, como lo sabe, ¿verdad? Hemos encontrado muy fatigado a ese señor de la Soujeole. Este ataque de parálisis lo ha quebrantado mucho. Hablamos de usted.

Adiós, mi queridísima María Luisa, la dejo, forzada por la hora del cartero, pero de todos modos con el corazón quedo junto a usted, a quien quiero tan tiernamente. Le mando una lluvia de besos muy afectuosos. Isabel Un beso cariñoso para sus buenos y queridos padres, a quienes quiero mucho. Déles nuevamente las gracias. Recuerdos a su novio y a vuestros familiares.

La abrazo de nuevo. Cuando vea a la señora Angles le dé un abrazo de mi parte.

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34 A María Luisa Maurel – 28 de. septiembre de 1900

Viernes 28 de septiembre
Mi queridísima María Luisa:

He recibido sus dos cartas en Chateau Chesnel después de haber dado muchos rodeos. ¡Si supiese con qué impaciencia las esperaba! No la respondí inmediatamente porque estaba preparando el equipaje para marchar. Pero en cuanto leímos la carta mamá ha escrito al coronel Recoing y le aseguro que ella ha recomendado bien a su hermano. Es una gran alegría para nosotras hacer algo por usted, querida María Luisa. Mamá ha puesto bien claro todas las explicaciones que me dio usted para que no hubiese error y estoy segura que el coronel, que es muy bueno, no dejará de hacer lo que pueda por el señor León.

Al dejar Limoux hemos pasado una semana larga en Saint Hilaire, en casa de la señora Lignon. Hemos hablado juntas muy mal de usted, ¡mi querida María Luisa! Hemos ido en peregrinación a Nuestra Señora de Roc Amadour. ¡Ah, qué bien se estaba allí, querida amiga, y cómo me he acordado de usted y de los suyos y los he encomendado a la Virgen Santísima! ¡Ah, ¿podía yo olvidarla, estando en mi corazón?! ¡Qué bueno es, ¿verdad?, rezar la una por la otra, encontrarse junto al Señor! Entonces no hay distancia ni separación… Hemos pasado una buena semana en Chateau Chesnel en casa de unos buenos amigos que hacía once años no veíamos, y nos han recibido muy cariñosamente. El castillo es maravilloso, data del siglo XIII. Está rodeado de enormes fosos y el parque es inmenso. Había mucha gente. He conocido allí a una joven encantadora, de nuestra edad, muy sencilla y muy educada. Me hacía acordarme de mi María Luisa, pero no la reemplazaba. Créalo. Ahora estamos en Menil, en casa de nuestras amigas de Chezelles. El domingo por la noche partimos para París y el miércoles por la noche estaremos en Dijon. Escríbame pronto, querida amiga. ¡Ah!, frecuentemente pienso en estos días tan buenos que hemos pasado juntas y que nunca olvidaré. Adiós, querida María Luisa, mil besos. Isabel Dé un abrazo de nuestra parte a su madre, a quien tanto quiero, recuerdos a todos los suyos y al señor Angles.

¿Salieron bien las fotos?

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35 A María Luisa Maurel – 7 de octubre de 1900

Domingo por la mañana
Mi queridísima María Luisa:

Su amable y larga carta ha sido recibida y leía con mucha alegría por su amiga que tanto la quiere. Hubiera querido responderla inmediatamente para decirle que el coronel ha hecho responder inmediatamente a mamá por la señorita Recoing, diciendo que el señor León acababa de ser nombrado sargento, y que el coronel tendrá gusto en favorecernos en esta circunstancia haciendo lo que pueda por su hermano. Ya puede pensar, querida María Luisa, lo contentas que estamos de esto. Dígaselo a su buena madre, a quien amamos tanto, y nos alegramos de poderla servir. Jamás olvidaremos su hospitalidad tan buena, tan afectuosa, y pensamos frecuentemente en esos deliciosos días. Ya ve, querida amiga, parece que he conocido siempre a sus queridos padres…

Antes de volver a Dijon nos detuvimos dos días en París, en casa de una buena amiga, a quien queríamos volver a ver. He tenido la satisfacción de ir a Montmartre y a Nuestra Señora de las Victorias. ¡Oh, cómo he rezado por usted, querida María Luisa, y por todos los que quiere! Hemos ido dos veces a la Exposición. Es algo muy bonito, pero no me gusta ese ruido, tanta gente. Margarita se reía de mí y decía que parecía que venía del Congo. Al llegar a Dijon el miércoles por la noche hemos encontrado a nuestras amigas de Rostang, que no nos habían comunicado el día de su llegada, para que no adelantásemos nuestra vuelta. Nos hemos alegrado mucho de volverlas a ver.

Les he hablado mucho de usted, de nuestra deliciosa estancia en Labastide.

Ahora estamos ordenando la casa, y le aseguro que no es fácil después de tres meses de ausencia. He vuelto a encontrar a mi amiga María Luisa. Tiene mala cara y necesita cuidarse. Está mejor desde que volvió, pero no podrá volver al Sagrado Corazón hasta que no se restablezca perfectamente. Así gozaré todo el invierno de su compañía. Me parece soñar al verla a mi lado en la misa todas las mañanas, pues pensaba que no la vería más aquí. Le hablo frecuentemente de usted y ya os conoce, mi buena María Luisa. Hoy hemos estado juntas en una distribución de premios a los niños del Patronato de que me ocupo. Hacía tres meses que no las veía y estas pobrecillas me han recibido con tanta alegría que me han conmovido. ¡Cuánto me gustaría llevar allá conmigo a estas pobrecitas que la amarían tanto! ¡Qué desgracia encontrarse tan lejos! Frecuentemente mi corazón y mi pensamiento están con usted. La veo allá abajo en su bella montaña. ¡Estoy tan contenta de conocer su pequeño nido tan delicioso! Adiós, mi buena María Luisa. Acuérdese siempre de mí alguna vez, sobre todo ante el Señor, adonde hace tanto bien el encontrarse. ¡Démonos nuestra cita en El, ¿verdad? Háblele algunas veces de su amiga Isabel. ¡Ella gusta tanto de hablarle de su querida María Luisa! Le envío mis mejores afectos, lo mismo que a sus padres, sin olvidar a la señorita Victorina. Toda suya, Isabel Mamá y Guita envían a todos recuerdos afectuosos. El señor Angles le entregará alajú de parte de mamá.

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36 A María Luisa Maurel – 16 de octubre de 1900

Martes por la tarde
Mi querida María Luisa:

Siento cierto escrúpulo por venir a distraerla durante estos hermosos días que pasa en su querido convento. Pero como me envió la dirección no he podido resistir la alegría de charlar con usted.

Estaré más unida con usted durante esta semana, querida María Luisa. Oh, por su parte, pida también por mí. Tengo mucha necesidad, y además está bien rezar la una por la otra. ¿No es así, querida amiga? La oración es el lazo de las almas. Oh, cuando estoy cerca del Señor me parece tan dulce, tan bueno, hablarle de todos los que amo. En El los vuelvo a encontrar… Usted también, querida María Luisa, hable un poco de mí al buen Jesús. El nos ha escogido caminos diferentes, pero el fin debe ser el mismo. Oh, seamos todas de El, amémosle mucho. ¡Nos ama tanto! Mañana comulgaré por sus Ejercicios.

¡Cómo voy a encomendar a mi querida María Luisa al Señor!… Espero una larga carta cuando esté de vuelta en sus montañas. No me haga esperar mucho, ¿verdad? Quisiera haberla tenido a mi lado en el Carmelo el lunes, escuchando un hermoso y estupendo sermón sobre Santa Teresa, que era su fiesta. Asistí con María Luisa y estábamos tan contentas. ¡Oh, si usted hubiera estado allí!..; La víspera de Santa Teresa pasé una parte de la tarde en el Carmelo, ayudando a las Hermanas Torneras a adornar la capilla.

Estaba tan contenta en mi querido convento. Lo quiero tanto… Hemos reanudado nuestra intimidad con María Luisa. Va mejor, pero yo la encuentro muy cansada todavía. Espera volver al Sagrado Corazón en enero y entonces nos tendremos que separar de nuevo. Pero no quiero ser egoísta. Ya que el Señor la quiere allí y ella encuentra allí su felicidad, yo se la doy…

Hablamos con frecuencia de usted. Ya la conoce, se lo aseguro. Ella es muy buena. Usted la querría mucho.

Vuestro trío nos ha gustado mucho. Dé las gracias a su novio. Es una lástima que el grupo no haya salido bien. Nos habría gustado tenerlos a todos. ¿Cómo va su buena y excelente madre? La queremos tanto. Como verá al señor Angles, dele gracias de mi parte por su amable carta, que me ha hecho muy feliz. Le escribiré muy pronto. Pídale que ruegue por mí. Es tan bueno… ¡Qué lástima que no esté él tampoco en Dijon! Adiós, querida amiga. Es tarde, la tengo que dejar. Sólo tengo tiempo para abrazarla afectuosamente, como la quiero. Isabel

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37 A María Luisa Maurel – 21 de noviembre de 1900

Miércoles por la noche
Mi querida María Luisa:

Le aseguro que me ha conmovido ver que se ha acordado de mí el día de mi fiesta. Sabía que no me olvidaría ante el Señor ese día, y su amable y larga carta que tanta alegría me ha causado, me ha probado que no me engañaba. Nos amamos demasiado, ¿verdad, María Luisa?, para poder olvidarnos. Y nuestros corazones con frecuencia están juntos. Gracias por su felicitación y sus oraciones. Ah, continúe orando mucho por su amiga Isabel. Me lo promete, ¿no es así? Sus bondadosos padres nos han mimado verdaderamente con todas sus deliciosas golosinas. No sé cómo agradecerles el habernos regalado también las buenas cosas de la montaña, esa montaña querida, esa linda Labastide, de la que guardamos un delicioso recuerdo. Me ha apenado mucho saber que su buena y excelente madre ha estado enferma. Tendrá la bondad de mandarnos pronto noticias suyas. La queremos mucho y hablamos de ella con frecuencia.

Jamás olvidaremos su hospitalidad tan afectuosa y los hermosos días que nos hizo pasar. Nos alegramos de la visita del señor León. Ah, querida María Luisa, si él pudiese traeros, qué alegría sería. Pero esto será para más tarde. Está prometido, ya lo sabe…

Hoy he pedido mucho a la Santísima Virgen por mi querida María Luisa, por todas sus intenciones, por todo lo que le es querido. Me gusta mucho la fiesta de la Presentación. Ayer asistí a una toma de hábito en el Carmelo.

Es una ceremonia muy hermosa. La joven que tomaba el hábito es tan gentil que con su vestido blanco parecía un ángel…

Adiós, mi buena María Luisa. La abrazo muy, muy fuerte, como también a su madre. Isabel He recibido el día de mi fiesta una muy hermosa carta del señor Angles.

Gracias, una vez más, a sus queridos padres.

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38 Al canónigo Angles – 1 de diciembre de 1900

Sábado 1 de diciembre
Querido señor:

No puedo expresarle lo que he agradecido que se haya acordado de mi fiesta. Estoy confundida de no haberle agradecido antes esta atención, pero esperaba siempre haber ido a las María Teresa. Hasta ahora me ha sido imposible y me propongo hacer esta visita en la primera ocasión.

Gracias por sus santas oraciones. Tengo tanta necesidad de ellas… Si supiese lo que sufro viendo cómo mi pobre mamá se aflige al acercarse mis veintiún años… Se deja influenciar. Un día me dice una cosa y al día siguiente lo contrario. El día de Difuntos parecía perfectamente dispuesta, incluso me había dicho que podía marchar este verano. Había rogado tanto a mi pobre papá que le inspirase bien. Pero dos días después había cambiado sus ideas. El señor Cura me dice que no prometa nada a mamá cuando me hable de esperar, que no conviene que me obligue a nada. Ruegue por mí, ¿verdad? ¡Qué duro es hacer sufrir a los que se ama! Pero es por El. Si El no me ayudase, en ciertos momentos me pregunto qué sería de mí. Pero El está conmigo y con El se puede todo. ¡Qué bueno es perderse, desaparecer en El! Se experimenta tan claro que no somos más que una máquina, y que es El el que obra, el que es Todo. Entonces me entrego, me abandono a este divino Esposo. Estoy muy tranquila, sé a quién me confío (II Tim 1, 12). El es omnipotente. Que disponga todas las cosas según su voluntad. No quiero más que lo que El quiere, no deseo más que lo que El desea. Sólo le pido una cosa: amarlo con toda mi alma, con un amor verdadero, fuerte, generoso. Esta temporada hemos estado muy ocupadas por una cantidad de cosas, y ahora empiezan de nuevo las reuniones. Bien sabe usted lo poco que me gusta todo esto. En fin, se lo ofrezco a Dios. Me parece que nada puede distraer de El cuando se obra por El, viviendo de continuo en su divina presencia, bajo esa mirada divina que llega a lo más profundo del alma. Incluso en medio del mundo se le puede escuchar en el silencio de un corazón que no quiere ser más que suyo.

Hemos estado a ver al señor Obispo, que es siempre tan bueno conmigo. Ha dicho a mamá cosas muy hermosas, de esas que usted sabe decirle y que la hacen tanto bien. ¡Pobre mamá! Es tan buena que algunas veces me quejo al Señor de habérmela dado así.

Hemos recibido las magníficas castañas y deliciosas manzanas de Labastide. Estamos confundidas de tantos mimos y nos regalamos con estos frutos tan buenos de la montaña, esa bella montaña en la que hemos pasado con usted días tan felices. ¡Qué lástima, ¿verdad?, estar tan lejos! Pido al Señor que nos conceda la gran alegría de visitarnos en Dijon. Usted vendrá a verme al Carmelo. ¿Le parece bien? La semana pasada he asistido a la toma de hábito de una hermanita a quien quiero mucho. He sido yo quien la ha conducido a las puertas de la clausura. Nuestra Madre estaba allí. Me hizo sobre la frente la señal de la cruz. Luego la puerta se cerró… sin entrar yo. Le aseguro que estaba muy triste. He ofrecido a mi Jesús las lágrimas que querían brotar y me abandoné a El para hacer su voluntad. Es lo mejor…

Su querida hermana no ha sido olvidada en mis oraciones. He ofrecido varias comuniones por ella. Siempre la recuerdo tan afectuosa. Adiós, querido señor. Necesitará tiempo para descifrar este correo con mi horrible letra.

Me había pedido un diario. Ya ve bien que esta carta es muy íntima, pero es usted tan bueno que le permito leer en mi alma. No me olvide ante el Señor.

Yo le hablo muchas veces de usted, a quien tanto amo. Isabel

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39 Al canónigo Angles – 24 de diciembre de 1900

Lunes 24 de diciembre
Querido señor:

¡Que el Divino Niño le llene de sus más dulces bendiciones, de sus muy abundantes gracias, que le ilumine con los más dulces rayos de su amor! ¡Cuánto pediré por usted esta noche junto al Nacimiento! Confiaré a mi amado Jesús todos mis votos para 1901. El se los llevará. Esta fiesta de Navidad dice tanto al alma… Me parece que Jesús la invita a morir a todo, para renacer a una vida nueva, una vida de amor. ¡Oh, si pudiera ser tan pequeña como El y crecer después a su lado, colocando mis pasos en sus pisadas divinas! Estuve en María Teresa a ver a la religiosa de que me habló. Si supiese cuánto le ha agradecido su cariñoso recuerdo… Pensaba que estaba hacía tiempo olvidada, y se ha alegrado mucho de nuestra visita. Yo también he quedado muy contenta de haber hecho su encargo. Lo estaba deseando desde hacía tiempo y nunca podía. Me alegro cuando recibo alguna de sus atentas cartas, que me recuerdan nuestras largas conversaciones de este verano. Si estuviese aquí, tendría muchas cosas que decirle. Pida mucho por mí y por mi querida mamá. Cuento con usted para ayudarla. ¡Está a veces en un estado de ánimo!… Dios se lo pagará, y yo se lo pido con todo mi corazón, asegurándole mi respetuoso afecto y mi profunda gratitud. Isabel

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40 A Margarita Gollot – enero 1901

Amemos nuestras cruces. Son todas de oro, si se ven con los ojos del amor.

M. Isabel de la Trinidad. Enero 1901

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41 A Margarita Gollot – 18 de febrero de 1901

Lunes por la mañana
Mi queridísima hermana:

Había preparado esta estampita para usted y pensaba llevársela el domingo al Carmelo, pero me ha sido imposible. Esta mañana la hermana Gertrudis me entregó su querida cartita. ¡Oh, mi buena hermana, que no pueda ir a verla! Mi corazón, al menos, no la deja, y bien lo sabe, ¿verdad? ¡Oh! Ha sido Jesús quien hace un año nos unió tan íntimamente. He ahí el secreto de nuestro profundo afecto. Hay algo tan íntimo entre nosotras… Se lo decía el viernes a nuestra Madre hablándole de usted. Querida hermana, déjese curar, no sea imprudente, hágalo por El. ¡Oh, qué bueno es nuestro Prometido, sí, qué bueno es! Cuando El prueba parece que está todavía más cerca, que la unión es más íntima. Ya ve, nosotras somos sus víctimas. El nos marca con el sello de la cruz para que nos parezcamos más a El. ¡Oh, cuánto la quiere, querida Margarita, quien se complace en colocarla en su cruz! Hay correspondencias de amor que no se pueden comprender sino allí.

Voy a confiarla una cosa: ya ve, me parece que El es nuestra Aguila divina y nosotras presas de su amor. El nos coge, nos pone en sus alas y nos lleva lejos, muy alto, a esas regiones en las que el alma y el corazón gustan perderse. ¡Oh, dejémonos coger, vayamos adonde El quiera! Un día nuestra Aguila querida nos hará entrar en esa patria por la que nuestros corazones aspiran. ¡Oh, qué felicidad, hermana mía, qué bien estaremos! Pero mientras quiera dejarnos en la tierra, amemos, amemos cuanto podamos, vivamos del amor, mi queridísima hermanita. Es lo que la deseo para sus veinte años, abrazándola como la amo. M. Isabel de la Trinidad Perdone mi mala letra. Escribo de prisa. Fue a mí ciertamente a quien usted vio.

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42 A Margarita Gollot – 30 de marzo de 1901

Sábado 30
¡Cuánto tiempo hace que no nos vemos, queridísima hermana, pero, ya ve, desde nuestra última conversación mi corazón no la ha dejado, y me siento muy cerca de usted. Nuestro afecto es tan profundo, tan elevado sobre las cosas terrenas, que me parece que nada puede ni podrá jamás separar nuestras dos almas, unidas por Jesús tan íntimamente! ¡Si supiera cómo ruego por usted! Por su parte siento que tampoco usted me olvida, querida hermanita.

Ahora necesito particularmente su ayuda, ¿comprende?… He ofrecido varias comuniones a su intención, pobre hermana, privada de recibir a Aquel a quien ama sobre todo. Pero, ya ve, El no tiene necesidad del Sacramento para venir a usted. Cada mañana hago mi acción de gracias con usted. Unase a mí de siete a ocho. ¿Le parece? Más tarde, a la una, la encuentro al pie de la cruz, adonde nos hemos dado nuestra piadosa cita. ¡Oh, hermana mía, dejémonos crucificar con nuestro Amado! ¡Es tan bueno sufrir por El! Por este sufrimiento nos parecemos más a El y podemos darle un poco de amor. ¡Es tan bueno dar algo a Aquel a quien se ama! ¡Oh, cuánto amor hacia usted veo en su Corazón, querida hermanita! Ahora no la trata ya como a un niño, que tiene necesidad de golosinas, sino como a una amada esposa, con el amor de la cual puede contar y a quien quiere unirse de una manera muy íntima! ¡Oh! Durante esta Semana en que tanto sufrió por nosotros hay que redoblar el amor. Somos las pequeñas víctimas de su amor, entreguémonos a El…

Cómo voy a sentir su falta toda esta semana en el Carmelo…

¿Se acuerda de nuestra vigilia del Jueves Santo? ¡Oh, qué recuerdo! Este año no tengo a nadie que me acompañe, pero de todos modos espero ir al Carmelo, aunque sea un ratillo. ¿Necesito decirle que no la olvidaré en esa noche de amor? El viernes la cito al pie de la cruz hasta las tres de la tarde. Tenemos que morir con El, sí, morir a todo para no vivir más que de El.

El domingo también resucitaremos con El. ¡Oh, la fiesta de Pascua! Me parece que sería necesario ir a celebrarla en nuestro Carmelo del cielo.

Pero cuando El quiera. ¡Qué importa la vida o la muerte! Amemos.

Adiós, mi queridísima hermana. Creo que el sacerdote le habrá entregado mi otra carta. Cuando esté mejor y me pueda escribir al Carmelo, ¡qué contenta me pondré! ¿La puedo escribir por correo? Sólo tengo tiempo para abrazarla con todo cariño. Permanezcamos muy unidas. Amémosle. María Isabel de la Trinidad El miércoles por la mañana pasaré por su calle.

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43 A Francisca de Sourdon – principios de abril de 1901

Martes por la tarde
Mi querida Francisca:

¡Si supieras lo contenta que se ha puesto tu amiga Sabel al recibir tu amable carta! Eres muy buena no olvidándola. Ella también piensa con frecuencia en su querida Francisca. ¡Cuántas veces su corazón y su pensamiento están en ella! Ya ves, nos amamos tanto las dos que me parece que nada nos podrá separar, ni siquiera alejarnos.

Hago votos para que ese mal catarro que parecía amenazarte desaparezca.

También aquí hemos tenido un tiempo malísimo hasta hoy, que ha salido el sol y tenemos un día primaveral. Espero que podréis hacer vuestras proyectadas excursiones campestres. En la noche del domingo al lunes tuvimos un huracán espantoso. Figúrate que durante el día había dicho en broma que ya que había ganado mi jubileo por la mañana quisiera que me matase un rayo para irme al cielo. Por eso mi mamá no estaba segura por la noche. Pensaba que iba a atraer los rayos hacia la casa. Yo he esperado; pero, ya ves, el Señor no lo ha querido…

Hemos ido hoy a casa de la señora Claus, que empieza a hacer los vestidos. Nos ha encargado decir a tu madre que no podía hacer ahora su blusa, por estar muy ocupada y haber enviado ya tres.

Adiós, mi querida Francisca. Diviértete mucho y piensa un poco en tu amiga Sabel, que tanto te quiere. Mis saludos a la señora de Sourdon y a la señora de Anthes, a quien me pesa no haber visto este invierno. Recuerdos a María Luisa.

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44 A Margarita Gollot – 7 de abril de 1901

Pascua de 1901
Mi queridísima hermanita:

¡Al fin! ¡Se acabaron sus dolores, estamos salvadas! ¡Aleluya!…

¿No le parece que ese gozoso Aleluya no lo podemos cantar verdaderamente más que en el cielo? ¿No es verdad que en estos días de fiesta se siente más el peso del destierro? Pero ¿podemos desear algo fuera de lo que El quiere? ¿No estamos dispuestas a estar en la tierra todo el tiempo que El quiera? ¡Oh, qué bueno es unir, identificar nuestra voluntad con la suya! Entonces una es siempre feliz, siempre está contenta… En el cielo no podremos sufrir por Aquel a quien amamos. Aprovechemos ahora cada uno de nuestros sufrimientos para consolar a nuestro Amado. Es tan bueno poder darle algo, a El que tanto nos ha mimado… ¡Oh, cuánto nos ama, querida hermana! Si pudiéramos siquiera comprender esta pasión de amor de su Corazón… No la diré lo que he echado en falta su presencia en el Carmelo durante esta Semana. El martes y el miércoles fui a ayudar a las hermanas. El jueves tuve la alegre sorpresa de estar cerca del Amado desde las siete y media hasta las once y media de la noche. ¡Piense mi felicidad! Si supiese cómo me sentía unida a usted. Nunca habíamos estado tan unidas. Oh, sí. No éramos más que una sola cosa en El. El viernes pasé con Berta el día en el Carmelo.

A las tres me recogí con usted al pie de la cruz, pues nos hemos unido a la Víctima divina para ofrecernos en holocausto a la Majestad Divina y morir a todo con Jesús, nuestro Amor crucificado. El sábado pasé la tarde en el Carmelo. Había mucho que hacer. A las seis nuestra querida Madre me mandó llamar para bendecirme. Sólo estuve cinco minutos, pero la hablé de usted, querida Margarita. Usted está en mi corazón, ¿puedo olvidarla? Nuestra Madre nos bendijo a las dos. Pensaba escribirla hoy y enviarla algo ¡la dejo adivinar la sorpresa¿. No pretendo describir la alegría que sentí cuando la hermana Gertrudis me entregó el miércoles su carta. Gracias, mi buena hermana, por haberme dado tal satisfacción. No quiero que se canse de mí.

Sería demasiado egoísta. Pero cuando se sienta lo suficientemente fuerte para volverme a escribir, ya sabe el gusto y el bien que me hará.

Quedamos muy unidas, ¿verdad, hermanita? Pídale por su hermana Isabel, ámele también por ella. ¡Oh, crezcamos cada día en su amor, unámonos a El sin cesar por el sufrimiento y la inmolación! ¿No es verdad que es muy bueno sufrir por El? No había comprendido nunca como en estos días cómo el sufrimiento desapega de todo: de las dulzuras, gustos y consuelos que se pueden encontrar incluso en El… ¡Oh, no veamos otra cosa que a El, incluso cuando esta mano llena de amor parece hacer sangrar el corazón; incluso cuando El se oculta; El, a quien únicamente buscamos! Adiós. La dejo toda con El. No olvide nuestras citas de las siete a las ocho y de una a dos, y, si quiere, de las cinco a las seis durante mi oración de la tarde. La abrazo de todo corazón. Su hermana, M. Isabel de la Trinidad ¡Qué hermosa estampa me ha enviado, cuánto me ha gustado!…

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45 A Francisca de Sourdon – 14 de abril de 1901

Domingo 14 de abril
Mi querida Francisca:

No te escribo más que unas líneas, porque estoy ayudando a mamá a hacer sus preparativos de viaje, pues mañana emprende con Guita ese largo viaje. Es una complicación. ¡No he comprendido todavía el itinerario! Esta pobre mamá lo pasó mal ayer. Creía que no podría partir, lo que hubiera sido algo muy molesto. estando ya todo preparado. Hoy está bien y se desenvuelve. La señora Claus ha hecho maravillas. El vestido azul de Guita es fantástico y la cae muy bien. Asistirá mucha gente a la boda. Estarán allí todas las primas de Gabriel. Mamá está muy contenta, pues se encontrará en Brive con la señora de Cavaillés, a quien conoce. Toda la cuadrilla irá en el mismo tren para Eccideuil. Mamá se hospeda en casa del general de Marmies, que habita en un castillo cerca de la estación. Tiene una hija y Guita querría que fuera de su edad. En cuanto a mí, ha sido imposible resistir a las instancias de la señora Hallo, y duermo allí ¡en cámara aparte¡. María Luisa está llena de alegría de tenerme consigo. Continuamos teniendo un tiempo malo. Hoy no ha cesado de llover. Pienso mucho en ti, mi Francisca querida. Si supieras cuánto me alegran tus cariñosas cartas…

Diviértete mucho. No te faltan distracciones. Vas a tener muchas cosas que contarme.

Adiós, estoy muy ocupada y tengo que dejarte. Pero con el corazón estoy siempre unida a mi querida Francisquita, a quien abrazo con todo mi corazón.

Sabel Perdón por estos garabatos.

Mis respetos a la señora de Anthes y a la señora de Sourdon. Recuerdos afectuosos a María Luisa.

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46 A su madre y a su hermana – 16 de abril de 1901

Martes por la mañana
Queridas mías:

¡Estábamos todas muy tristes al veros marchar! Guita tenía un aire tan triste que me causó pena. Espero que ahora no estéis tristes en absoluto. En cuanto a mí, querida madrecita, sentía un grandísimo deseo de abrazarte y he comprendido toda la grandeza de este sacrificio. Así dije al buen Jesús:

«Jesús mío, ya que no está mi querida madre para acariciar a su Isabelita, es necesario que lo hagáis por ella.» Y si supieras cómo El lo ha sabido hacer con la ternura de una madre… Le he pedido que sustituya junto a ti a tu hija querida, que no te olvida. Puedo decir que mi corazón no os abandona a las dos. Esta noche hemos tenido una tormenta. Me desperté a media noche y mi primer pensamiento se dirigió a vosotras. Os hubiera querido mandar mi buena cama. Es de muelle. Estoy muy bien en mi cuarto. Nunca he tenido ninguno tan agradable. Por la noche, desde mi lecho, contemplaba un hermoso cielo azul, todo estrellado. ¡Era tan hermoso! María Luisa vino a acostarme, después que hubimos abrazado a la señora Hallo en su cama. ¡Si supieseis lo bien que se portan conmigo! Podéis estar bien tranquilas de mi suerte. La señora Hallo me cuida como a una hija, y María Luisa ¡es tan buena! Voy a contaros lo que he hecho después de vuestra partida mis dos queridas. Hemos ido inmediatamente a comprar la franela para María Luisa a casa del nuevo camisero de la calle de la Libertad. Tiene un surtido maravilloso y no hay por qué escribir a Tarbes. La que hemos escogido es escocesa, rosa, tirando a granate. Vamos a cortarla inmediatamente. Espero salir con ello, pondré mis cinco sentidos. La señora Hallo me llevó después a la pastelería. Volví a casa para dar mis instrucciones a Clara. Después de esto fui a la iglesia.

Después vine a instalarme en mi nueva morada, donde se me atiende tan bien.

La señora Hallo me sirvió una excelente cena con un exquisito entremés. Me hubiera gustado mandaros algo. ¿Llegaron buenos vuestros bocadillos? Después de la cena Carlos nos ha dado un concierto. Tocamos El Barbero de Sevilla. A las nueve nos fuimos a dormir. Esta mañana fui a misa al Carmelo. Rogué mucho por vosotras, mi madrecita y mi Guitita. Clara me trae la carta de tía Matilde, que meto en ésta. Para los sombreros espero vuestra vuelta. Me parece preferible y también a la señora Hallo. Prefiero que elija mamá. Por lo demás, se hace tan pronto en las modas de París que el retraso no será grande. Creo que tendremos mal tiempo para nuestro viaje, pues el cielo se cubre de grandes nubes. ¡Qué tiempo la noche pasada! Espero que no hayáis tenido esa tormenta. Adiós, mis dos tesoros. Tendría muchas cosas que deciros todavía, pero temo que pese demasiado la carta. Divertíos bien, pensad que estoy contenta de estar en casa de esta buena señora Hallo, que me mima, pero no estéis celosas, pues bien sabéis que nada os reemplaza en el corazón de vuestra Sabel, que os cubre de besos.

¡Con qué paciencia espero una carta! Encargo a Guita el peinado de mamá. No olvidar el peine de estrás y de hacer el moño delante. Mojar la trenza en los polvos antes de hacer el moño.

La señora Hallo y María Luisa os envían todo su cariño.

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47 A Margarita Gollot – 18 de abril de 1901

Jueves a las cinco Es preciso que obre con usted como una hermanita querida para permitirme escribirla a lápiz. Pero no estoy en mi casa. Habiendo marchado mi mamá y mi hermana para el Sur a una boda, han consentido dejarme con mi amiga la del Sagrado Corazón. Ya sabe a la que me refiero. Aquí, por lo demás, gozo de toda libertad. Pero no quiero que me vean escribirla. Por eso, no teniendo otra cosa a mano en mi cuarto, me veo forzada a este último recurso, prefiriendo escribirla sencillamente. Excúseme, pues, mi querida hermanita.

¡Cuánto me alegro de que esté mejor y cuánto me agradan estas noticias! No, querida Margarita, no la trato de imprudente, pues en su lugar yo habría hecho lo mismo. Habrá quedado muy contenta de esta visita al Carmelo y de su entrevista con nuestra querida Madre. Pienso ir a verla esta mañana. El martes mi amiga me llevó a Beaune a hacer una peregrinación al Niño Jesús del Carmelo. Es como decirle que he rezado por usted. Le mando una estampita, ella le dirá que no ha sido olvidada. ¡Oh, mi querida hermana, cómo ha adivinado lo que pasa en el alma de su hermana Isabel! Es bueno, muy bueno, comprenderse así, y ¿no tengo razón al decir que nada nos puede separar? ¡Qué bueno es sufrir, dar algo a quien se ama! Jamás, hermanita, lo había comprendido tan bien. Es allí, al pie de la cruz, donde se siente su prometida; todas estas oscuridades y sufrimientos la despegan para unirla a nuestro único Todo, la purifican para llegar a la unión. ¡Ah, hermana mía! ¿Cuándo se consumará en nuestras almas esta divina unión? «Dios en mí, yo en El», sea ésta nuestra divisa. ¡Ah, qué buena es la presencia de Dios dentro de nosotras, en el santuario íntimo de nuestras almas! Allí le encontramos siempre, aun cuando no experimentemos sensiblemente su presencia. Pero El está allí lo mismo, tal vez más cerca aún, como dice. Es ahí donde me gusta buscarla. Oh, procuremos no dejarle nunca solo, que nuestras vidas sean una oración continua. ¡Oh! ¿Quién nos le puede arrebatar? ¿Quién puede incluso distraernos de Aquel que ha tomado posesión de nosotras, que nos ha hecho todas suyas? ¡Qué bueno es El, hermanita! Sí, amémosle, que podamos llamarle con verdad nuestro Esposo, como dice nuestra Madre. Entreguémonos al amor.

Sí, seamos víctimas de amor, mártires de amor. Esto estaría muy bien. Y después, morir de amor, como nuestra Santa Madre Teresa… En Beaune tuve la alegría de ver su bastón, lo que es un gran favor. Además tuve el gozo de besarlo, y lo hice por usted también, hermanita querida. ¿Sabe que he hecho un gran sacrificio al Señor, sabiendo que el sábado la habría podido ver? Pero estoy contenta de podérselo ofrecer. Si supiese cuándo volverá por el Carmelo yo iría entonces, pues ahora es raro que vaya antes de las cinco.

Oremos mucho, mantengámonos unidas. Es preciso que la deje para hacer mi oración, pero esto no es dejarla, al contrario, es acercarme más aún. Diga a su querida hermana que yo también la quiero mucho y no la olvido en mis oraciones. Adiós. La abrazo de corazón. Su hermana M. I. de la Trinidad.

Perdón por esta letra, apenas me atrevo a mandársela. Cuando pueda darme noticias suyas seré también muy feliz.

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48 A Berta Tardy – hacia el 18 de abril de 1901

Que el querido Niño Jesús encuentre en nuestros corazones su descanso y su alegría y que él se oculte allí para siempre. M. I. de la Trinidad, abril 1901

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49 A Margarita Gollot – abril junio de 1901

Lunes. A la una
Queridísima hermana:

Ayer acabé de leer las cartas del P. Didon y se las devuelvo agradeciéndoselo cordialmente. También la seguí ayer en su excursión al campo. ¿Me ha sentido, verdad? Ahora no podemos separarnos ya. Margarita e Isabel no son más que una hostia. Ayer pasé un día muy tranquilo, cosa que rara vez me pasa los domingos. Puede suponerse lo feliz que me sentía. ¡Es algo tan hermoso la soledad y el silencio!… Estoy convencida que dentro se puede tener siempre esto, porque cuando el corazón está enamorado ¿quién podrá distraerlo? El ruido no llega más que a la superficie. En el fondo no reina más que El. ¿No es verdad, querida Margarita? ¡Oh!, hagamos bien el vacío. Desprendámonos de todo. Que no quede más que El, El solo… que ya no vivamos nosotras, sino que El viva en nosotras (Gal 2, 20). Al pie de la cruz se siente tan bien este vacío de las creaturas, esta sed infinita de El. El es la fuente. Vayamos a beber junto a nuestro Amado. El sólo puede saciar nuestro corazón… Oigo el carillón… Oh, Margarita, me parece que estas campanas me invitan a subir por encima de esta tierra… a las regiones infinitas, donde no hay nada más que El.

Adiós. I. de la Trinidad

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50 A Margarita Gollot – abril junio de 1901

Martes por la noche
Mi querida hermanita:

Sólo unas líneas, escritas de prisa, para decirle que he sentido mucho no encontrarla en el Carmelo. Tuve que salir rápidamente, pues vino a buscarme María Teresa, que sustituía a una compañera que trabaja conmigo en el catecismo. Volvimos a la capilla a las cinco y media. Pregunté por mi Margaritina, pero ella se había marchado…

Doy gracias al Señor, que, creo, ha puesto en las dos idéntico estado de alma. ¿He acertado? ¡Oh, qué bueno es, querida hermana! Entreguémonos a El para amarlo y hacer su santa voluntad… Que sea ésta nuestra comida, como me dice en su amable carta. El es «El que es» y nosotras «la que no es».

¡Oh, olvidémonos de nosotras, no nos miremos más, vayamos a El y perdámonos en El! ¿No le parece que a veces esta necesidad de silencio se hace sentir más? ¡Oh! ¡Hagamos callar todo, para no oírle más que a El! ¡Es tan bueno el silencio junto al Crucificado! ¡Oh, hermana mía, El es siempre el mismo, da siempre! Estoy hecha un lío. pero es necesario que la deje. Excuse estos garabatos. Es mi corazón el que habla. no mire a la forma. Adiós. La abrazo.

Permanezcamos muy unidas. Ahora, ¿no es verdad?, no hay horas. ¿Ha decidido con nuestra Madre algo sobre su peregrinación? Dígamelo, ya sabe cuánto me intereso por todo lo suyo. Adiós. Isabel de la Trinidad

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51 A María Luisa Maurel – 1 de mayo de 1901

Dijon, 1 de mayo
Mi queridísima María Luisa:

Me preguntaba qué la habría pasado, cuando llegó su amable carta. No necesito decirle la alegría que me ha causado. Pero estoy muy afligida por las noticias que me da de su buenísima madre. Comprendo todas sus preocupaciones, mi querida María Luisa. He pasado por eso y sé lo que es.

Además, me parece que todas las madres son buenísimas, pero las nuestras mejores que las demás. ¿Está de acuerdo conmigo? Tenga la bondad de darme noticias de la señora Maurel cuando tenga un momento libre. Mamá ha estado muy fatigada hace tres semanas. Había ido con Margarita a la boda de un primo nuestro, por la zona de Perigueux. El viaje era largo y precipitado, pues no estuvieron más que de lunes a sábado. Yo me quedé en casa de mi amiga, la otra María Luisa. Estábamos tan contentas de estar juntas. No sospechaba que mi madre estaba tan fatigada, pues, para no inquietarme, las dos no me daban más que buenas noticias. Menos mal que esta indisposición no ha durado mucho. Es usted muy amable invitándonos a su boda. Le aseguro que me ha llegado al corazón. Mi querida María Luisa: Sé que la voy a entristecer y apenas me atrevo a confiarla este gran secreto que guardará para usted sola: «Para esa fecha yo estaré en el Carmelo.» No llore, querida mía. Piense en la hermosa vocación que el Señor me ha reservado y pídale que responda a tanto amor. Además, pídale también valor para su amiga, pues a pesar de toda la alegría que tendré de darme a Dios, que me llama desde hace mucho tiempo, es muy duro dejar a una madre como la mía y a una hermanita tan buena. Mi mayor sufrimiento es ver el suyo. ¡Ah, querida amiga! Ruegue mucho por ellas. Sólo Dios las puede ayudar y las encomiendo a su Corazón.

Guarde todo esto para usted. Si ve al señor Angles le podrá decir que mis asuntos los ha arreglado el Señor de un modo admirable. Hace mucho tiempo que no tengo cartas de este buen señor Angles. Dígale que una carta suya me haría muy feliz. Mi mamá y Margarita se hallarán probablemente en el Sur en la época de su matrimonio. Así serán felices de poder asistir a él. Yo estaré presente en espíritu y ese día ¡que fervientes oraciones haré por la felicidad de mi querida María Luisa, a quien quiero! ¡Ah!, ¿no es verdad que nada nos podrá separar ni incluso alejar? Siempre nos encontramos junto al Señor. Que el sea nuestro vínculo de unión.

Estos días voy a estar muy ocupada con una chiquilla a quien preparo para la primera Comunión, que será el domingo. Esta pobrecilla ha sido bautizada a los catorce años y, como es muy mayor para ir al catecismo con las otras, que se reirían de ella, me ocupo yo de ella. Durante el retiro la tendré todo el día conmigo en casa. Le agradeceré una oración por ella.

Comienza el mes de María. Me gusta tanto este mes de mayo… La doy cita todos los días ante la Virgen María. Pidamos mucho a esta buena Madre la una por la otra. Pidámosle que nos conduzca a Jesús, que nos lo dé. Adiós, mi buena María Luisa. La abrazo como la amo y ya sabe que es de todo corazón.

Escríbame pronto. Isabel.

Un abrazo de todas para su buena madre. Dé recuerdos nuestros a su padre y también a la señora Angles y a todos los suyos.

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52 Luisa Demoulin – 5 de mayo de 1901

A mi querida Luisita.
Recuerdo del día más bello de su vida. Isabel

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53 A Margarita Gollot – 8 de mayo de 1901

Miércoles 8 de mayo

Mi queridísima Margarita:

Figúrese que ayer por la tarde, al llegar a la capilla, creí verla al ver a su hermana… Ya adivina lo contenta que me puse. De todos modos me he alegrado mucho de tener noticias suyas a través de ella. Me parece muy buena. Dígale que pido por ella. Ya ve, mi querida Margarita, que sus sufrimientos agradan mucho a su Esposo, pues se complace en prolongarlos tanto. ¡Ah, cuánto la ama, cómo la une íntimamente a Sí! Querida hermanita, Jesús la trata como a esposa. Quiere que lleve su cruz, que participe en su agonía, que beba con El el amargo cáliz. Pero todo esto es amor. ¿No es siempre El quien nos ofrece la alegría o el dolor, la salud o la enfermedad, el consuelo o la cruz? ¡Ah! Amemos, bendigamos esa voluntad amorosa que nos envía estos sufrimientos.

Pida mucho por mí, amadísima hermana. También a mí no es un velo, sino un muro grueso, quien me lo oculta. Es muy duro, verdad, después de haberlo sentido tan cercano; pero estoy dispuesta a permanecer en este estado de alma el tiempo que quiera mi Amado, pues la fe me dice que El está ahí también. Y entonces, ¿de qué sirven las dulzuras y los consuelos? No son El.

Y es a El solo a quien buscamos. ¿No es así, mi querida Margarita? Vayamos, pues, a El en la fe pura. ¡Oh, hermana mía! Nunca he sentido tan al vivo mi miseria. Pero esta miseria no me deprime. Al contrario, me sirvo de ella para ir a El y pienso que es por ser yo tan débil por lo que me ha amado tanto y me ha hecho tantos favores. El otro día era el aniversario de mi primera Comunión, hace diez años. ¡Ah, cuando pienso en las gracias de que me ha colmado!… ¿No le parece que esto dilata el corazón? ¡Ah, cuánto amor! Hermanita, procuremos responder a él.

Jueves. A la una [9 de mayo de 1901] Vuelvo con usted, querida Margarita, pues me vi obligada a dejar la carta sin concluir. La vi ayer por la mañana y esa conversación bien corta me alegró. Pero es junto a El, sobre todo, donde la encuentro.

Isabel y Margarita no son más que «una» en el Corazón del Maestro. Ya ve, si El nos prueba, ocultándose así a nuestra alma, es por saber que ya le amamos demasiado para abandonarle. Que El dé, pues, sus dulzuras y consuelos a otras almas para atraérselas a Sí, y amemos esta oscuridad que nos conduce a El. Si su hermana va al Carmelo, escríbame, por favor, unas letritas, que ella podrá entregar para mí a las hermanas. Adiós. Amémosle. Olvidémonos de nosotras para no ver más que a El. Siempre unidas, querida hermanita. M.

Isabel de la Trinidad Le pido me perdone estos garabatos, pero la escribo de prisa. Gracias por su carta. Me ha hecho bien, se lo aseguro. ¡Qué hermosa estampa del Sagrado Corazón me ha enviado! Gracias.

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54 A Margarita Gollot – 16 de mayo de 1901

Jueves por la noche
Mí queridísima Margarita:

Me supongo que vendrá usted uno de estos días al Carmelo, y, si no tuviera la suerte de verla, las hermanas le entregarán estas líneas juntamente con la plática del P. Vallée. Le estoy muy agradecida de habérmela pasado. Estas páginas tan hermosas y tan profundas hacen mucho bien. ¡Ah, hermana mía, lleguemos cada día más a esa «unión de amor», a ese «Uno» con El. Sí, mi querida Margarita, dejemos la tierra y todo lo creado y sensible; vivamos ya en el cielo con nuestro Amado. ¿No parece que hoy nos invita a seguirle? ¡Oh!, ya ve, siento que El me llama a vivir en esas regiones infinitas donde se consuma la «Unidad» con El…

Acuérdese de mí el domingo por la noche, por favor. Tengo que ir a una fiesta. Mi cuerpo estará allí, pero eso es todo, pues ¿quién podrá distraer mi corazón de Aquel a quien amo? Y, ya ve, creo que El estará contento de verme allí. Pídale que esté de tal modo en mí que se le sienta al acercarse a su pobre prometida y que se piense en El… Nosotras somos sus hostias vivas, sus pequeños tabernáculos, ¡Ah!, que todo en nosotras le refleje, le dé a las almas. Es tan bueno ser suyas, totalmente suyas, su presa, su víctima de amor.

¿Y su viaje? He pedido que se arregle. Si decide algo, tenga la bondad de decírmelo. Adiós. La escribo siempre de prisa y me da vergüenza de lo que la envío. Adiós. Dejemos la tierra, dejémonos llevar con nuestro Amado, no vivamos más que en El. Es ahí donde la dejo, mi amadísima Margarita. Su hermanita que mucho la quiere. M. Isabel de la Trinidad

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55 Al canónigo Angles – 19 de mayo de 1901

Domingo 19 de mayo
Querido señor:

Me parece que usted me priva de sus cartas que tanta alegría me dan, pues hace mucho que no tengo noticias suyas. ¡Cuántas cosas han pasado desde mi última carta! Si hubiera estado aquí habría tenido muchas confidencias que hacerle… ¡Oh, querido señor, qué bueno es Dios, qué dulce entregarse a El, abandonarse a su voluntad! Cuando El quiere algo, sabe superar bien todos los obstáculos, allanar todas las dificultades. Yo le había confiado mis asuntos, le pedí que El mismo hablase a mi querida mamá, y lo ha hecho tan bien que yo no he tenido nada que decir. ¡Pobre mamá! Si usted la viese, es admirable. Se deja guiar por Dios. Comprende que El me quiere para Sí y que no hay otra cosa que hacer. Por eso dentro de dos meses me dejará entrar en el Carmelo. He deseado, he esperado tanto ese día que me parece soñar.

Pero no crea que no siento el sacrificio. Se lo ofrezco a Dios cada vez que pienso en la separación. ¿Puedo ofrecerle más que una madre como la mía? Oh, el me comprende; El, cuyo corazón es tan tierno. Sabe bien que es por El. El me da fuerza y me prepara al sacrificio. Ya ve usted, este buen Maestro me quiere toda suya. Yo lo sabía; tenía confianza, estaba segura de que El me tomaría consigo. Dé gracias al Señor en nombre de su Isabelita. Sobre todo por las gracias que El solo conoce, por esas cosas que pasan en lo más íntimo del alma. ¡Oh, cuánto amor! Pero El, que sabe todo, sabe también que yo le amo y me parece que esta palabra lo dice todo. Vivir de amor quiere decir que no se vive más que de El, en El y por El. ¿No es esto tener ya en la tierra un poco el paraíso? ¡Oh, le quiero confiar una cosa! Si usted supiera cómo tengo a veces nostalgia del cielo… Quisiera tanto irme allá arriba junto a El. Sería tan feliz si me llevase consigo, aun antes de entrar en el Carmelo, porque el Carmelo del cielo es mucho mejor, y sería igualmente carmelita en el Paraíso… Cuando digo esto a mi buena Madre Priora me tiene por perezosa. Pero yo no deseo más que lo que quiere el Señor, y si quiere dejarme mucho tiempo en la tierra, estoy dispuesta a vivir para El. Va a pensar usted que soy una pequeña sin corazón. Me dan vergüenza las tonterías que le estoy diciendo, pero usted me ha pedido que le hable con el corazón en la mano y quiero obedecerle, pues estoy segura de que me comprende. Este verano verá a mamá y a Margarita, pues irán al Sur.

¡Qué joven tan buena es mi hermanita! Tan piadosa, tan sacrificada. Pido al Señor que le pague todo lo que ha hecho por mí. Y yo ¿cuándo le veré ahora, mi querido señor? Usted vendrá a verme al Carmelo, ¿no es así? Prométamelo, pues de otro modo no nos veremos más que en el cielo. Las rejas, la distancia, el tiempo, nada, me parece, podrá separar nuestras almas, pues nos amamos en Dios y en El no hay separación. Le ruego que continúe encomendándome al Señor. Tengo mucha necesidad. ¡Oh, ruegue sobre todo por mi queridísima mamá; pida a Dios que El me sustituya en su corazón, que El sea «todo» para ella. Aquí tiene una carta muy larga. Me da vergüenza enviársela, porque perderá mucho tiempo en descifrarme. Espero con impaciencia una de sus amables cartas y espero recibirla pronto. Si ve a María Luisa déle muchos recuerdos. Le he escrito hace poco.

Adiós, querido señor. Permanezcamos muy unidos en El y reciba la expresión de mis sentimientos llenos de respeto y afecto. Isabel Recuerdos de mamá y Guita.

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56 A Margarita Gollot – 23 de mayo de 1901

Jueves por la mañana
No sé, querida hermanita, si el Señor le ha dado el don de adivinar las cosas. De todos modos esta vez su corazón las ha presentido. De hecho no fui a aquella fiesta. Mi Amado me envió un catarro precisamente el día fijado y no tuve necesidad de mentir. Ya ve lo bueno que es para su Isabelita. ¿No es una delicadeza de su Corazón? Amémosle, querida Margarita, amémosle con aquel amor sereno, generoso, profundo, que no retrocede ante ningún sacrificio. Permanezcamos al pie de la cruz adonde nuestro Esposo nos llama, y cuando no podamos rezar, ¡Oh!, mirémosle. Gracias por su carta. No he olvidado su intención esta mañana después de la Comunión.

Adiós. Tengo prisa. La abrazo. Su hermanita. M. I. de la Trinidad

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57 A Margarita Gollot – 30 de mayo (?) de 1901

Jueves por la noche

Mi queridísima hermanita:

Acabo de leer su atenta cartita. ¡Qué atenta es! Ya ve, el Señor la permite leer en mi corazón… sin que yo lo sospeche… Sí, querida hermana, es duro hacer sufrir a seres queridos, pero es por El y soy muy feliz de dárselos. ¡Oh! El lo sabe bien. El lo sabe todo. ¡Oh, qué bueno es sufrir por El! ¡Oh, qué dulce es sacrificar algo a Aquel a quien se ama! El es nuestro Todo. ¿No es así, querida Margarita? Sí, nuestro Unico Todo. ¡Es tan bueno sentir que El está allí, que no hay más que El, sólo El! Acepto con alegría su protesta, querida hermanita. Sí, no seamos sino «una», no nos separemos jamás. Si usted quiere el sábado comulgaremos la una por la otra.

Este será nuestro contrato, será «la Unidad» para siempre. En adelante cuando dé a la una, dará a la otra, pues no habrá más que una víctima, ¡un alma en dos cuerpos! Tal vez soy demasiado sensible, querida hermana, pero me ha gustado mucho que me diga que soy la más querida hermana! Me gusta releer estas líneas. ¡Oh!, usted sabe también que es mi hermanita la más querida de todas. ¿Necesito decírselo?… Cuando usted estaba enferma sentí que nada, ni aun la muerte, podría separarnos. ¡Oh, querida hermana!, no sé a cuál de las dos llamará más pronto el Señor; entonces no cesará la unión; al contrario, se consumará. ¡Qué agradable será hablar al Amado de la hermana a quien se habrá precedido ante El! ¡Quién sabe, tal vez nos pida la sangre a las dos; ah, qué alegría ir juntas al martirio!… No puedo pensar en ello… es demasiado bueno. Mientras tanto démosle la sangre de nuestro corazón… gota a gota…

Oremos mucho. Ah, pida por mi pobre madre, tiene momentos de desesperación… El sólo puede cicatrizar la herida, ah, pídaselo. Cuento con sus oraciones, hermanita, ellas me sostendrán. El me comprende. El, cuyo corazón es tan tierno. ¡Qué bueno es amarlo, ser su víctima de amor!…

Nuestra conversación de esta noche no cuenta. ¡No sé cuándo la veré, pero nuestras almas se perderán en El, en esta Trinidad eterna, en este Dios todo Amor! Querida hermana, déjeme pedirla una cosa: si me ve con otra, si todo la hace creer que yo la dejo, no lo piense nunca, pues no conocería el corazón de su Isabel. ¿Entendido, verdad? Adiós. No se la olvide el sábado.

La abrazo; es a El a quien abrazo en usted. I. de la Trinidad

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58 A Margarita Gollot – 2 de junio de 1901

Santísima Trinidad

Querida hermanita:

Desaparezcamos en esta Santísima Trinidad, en este Dios todo Amor.

Dejémonos llevar a esas regiones donde no hay nada más que El, El solo.

¿Comprende, verdad? Mi corazón desborda y no puedo decir más, pero usted me adivina. ¡Oh, ruegue, querida hermanita, ruegue para que seamos santas, para amarlo con el amor que sabían amar los Santos. Permanezcamos siempre unidas al pie de la Cruz, permanezcamos silenciosas junto al divino Crucificado y escuchémosle. El nos manifestará sus secretos, nos conducirá al Padre, que nos ha amado tanto «que nos ha dado a su Hijo Unico (Jn 3, 16). Adiós Que no haya más que El y amémonos siempre. Su hermanita, M. I. de la Trinidad

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59 A Margarita Gollot (?) – 2 de junio de 1901

¡Que en nuestras almas se consume la «Unidad» con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo! Su hermanita María Isabel de la Trinidad. 2 de junio de 1901.

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60 A María Luisa Maurel – 5 de junio de 1901

Jueves 6 de junio

Mi queridísima María Luisa:

Hace tres día recibimos los magníficos espárragos y este nuevo regalo nos ha confundido. Dé las gracias a sus buenísimos padres por esta delicada atención, que, se lo aseguro, nos ha conmovido profundamente. Estas hermosas verduras parecen de la Tierra Prometida.

Le hubiera escrito inmediatamente para darle las gracias, pero no pudiendo tener hasta hoy la fotografía que mamá acaba de hacer, he preferido hacerla esperar para enviársela, pensando que la alegraría, pues sé que me quiere mucho y ya sabe que esto es recíproco. ¡Ah, querida María Luisa, el Señor no estrecha el corazón de los que se dan a El, al contrario, lo dilata y esté segura de que detrás de las rejas no se olvida a quienes se dejó.

Cuanto más cerca se está de Dios, más se ama.

Mamá le enviará o le llevará personalmente un recuerdo para preparar la casa. En cuanto a mí, querida María Luisa, quisiera enviarle algo que yo haya traído y que usted llevaría en recuerdo de su amiga. ¿Le gustaría una de mis sortijas? Dígamelo con sencillez cuando me escriba, ¿verdad? Las carmelitas no pueden llevar nada hasta el día de la profesión, pero usan cada día el Manual del cristiano. Este libro debe ser negro, sin dorado ninguno. Contiene los Evangelios, la Imitación, etc. Hablaremos de esto más tarde. Le doy gracias de corazón por acordarse de mí. Un recuerdo de mi querida María Luisa me gustaría, pero ella sabe bien que no necesito nada para acordarme de ella, pues está en mi corazón y no la puedo olvidar.

Le escribo con la pierna estirada. Me duele la rodilla y el médico me ha prescrito reposo absoluto. Sobre todo me ha prohibido ponerme de rodillas.

Es un verdadero sacrificio, pues mañana es el Corpus y hace tanto bien pasar las horas delante del Santísimo Sacramento estos ocho días… Pero pues el Señor quiere esto, es todavía mejor. El sabe elegir mejor que nosotros.

Adiós, querida María Luisa. Le mando una lluvia de besos. Recuerdos de todas nosotras, renovando el agradecimiento a sus queridos padres. Que lo pase bien. Isabel Recuerdos a su novio. He recibido una amable carta del señor Angles.

Mando sólo la carta, no habiendo recibido mi fotografía. Estoy avergonzada de todo este retraso, pero no es culpa mía. Escríbame pronto, por favor.

Tengo un pequeño derrame sinovial. Esta mañana me han dado masajes, y estoy mejor. Adiós. Una vez más, mil besos.

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61 A Margarita Gollot – 6 de junio de 1901

Jueves por la mañana

Muy querida hermanita:

Estoy mal de la pierna, por eso no me ve por el Carmelo. Tengo un pequeño derrame sinovial, casi nada, pero no puedo casi andar. Evidentemente el Amado quiere hacer participar a su prometida del dolor de sus divinas rodillas en el camino de la Cruz. Estoy privada del Sacramento, pero Dios no tiene necesidad de él para venir a mí. ¡Oh, hermanita mía!, ¿quién puede separarnos de Aquel a quien amamos, de Aquel que nos ha tomado para hacernos suyas; para no ser más que «Una cosa» con El? Esperaba tener noticias suyas, pues mi hermana va todos los días al Carmelo y podría entregárselas. Es muy discreta. ¿Tal vez no se ha atrevido? ¿Le han entregado mi última cartita del domingo pasado? Ruegue mucho por mí, querida Margarita. No sé cuándo la veré. Ayer fui a la capilla y me sentó mal. Permanezcamos muy unidas. Encontrémonos en El. ¡Oh!, amémosle, dejémosle que tome posesión de nosotras, que nos lleve. Dejemos la tierra, para vivir con El en esas regiones donde el corazón se pierde y se dilata.

Adiós. La abrazo. Isabel de la Trinidad He comenzado la carta al revés, perdón. Si hay alguna procesión esta tarde, procuraré ir hasta ella. ¿Y su viaje? Vaya pronto a curarse.

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62 Al canónigo Angles – 14 de junio de 1901

Viernes 14 de junio

Muy querido señor:

Su amable carta me ha causado mucha alegría y me ha hecho mucho bien. No puedo decir cuántas veces la he leído. Ya sabe que el Señor me ha dado un corazón agradecido y todo lo que hace por su Isabelita no se pierde.

Hace diez días que tengo un derrame sinovial en una rodilla. ¡Figúrese lo contenta que estaré! Pienso que es una atención de mi Amado que quiere hacer participar a su prometida del dolor de sus divinas rodillas camino del Calvario. No puedo ir a la iglesia ni recibir la sagrada Comunión, pero, ya ve, Dios no tiene necesidad del Sacramento para venir a mí. Me parece que lo poseo igualmente. ¡Es tan buena esta presencia de Dios! Es allí, en el fondo, en el cielo de mi alma donde me gusta buscarle, pues nunca me abandona. «Dios en mí, yo en El». ¡Oh! Esta es mi vida. Es tan bueno, ¿verdad?, pensar que a excepción de la visión beatífica nosotros le poseemos ya como los bienaventurados le poseen en el cielo. Que podemos no abandonarlo, no dejarnos distraer de El. ¡Oh!, pídale mucho que le deje apoderarse de mí, que me arrebate…

¿Le he dicho mi nuevo nombre en el Carmelo? «María Isabel de la Trinidad». Me parece que este nombre indica una vocación particular. ¿Verdad que es muy bonito? Amo tanto este misterio de la Trinidad… Es un abismo en que me pierdo…

¡Poco más de un mes!, querido Señor. Estos últimos momento son una agonía. Pobre mamá. ¡Ah!, ruegue por ella. Yo lo dejo todo en manos del Señor. «Piensa en mí, pensaré en ti», dijo El a Santa Catalina de Sena. ¡Es tan bueno abandonarse, sobre todo cuando se conoce Aquel a quien uno se entrega! Adiós, querido señor. Le envío mi fotografía; mientras la hacían pensaba en El. Por tanto, ella le llevará a El. Al mirarla, ruéguele por mí.

Tengo necesidad, se lo aseguro. Isabel ¿Seré indiscreta si le pido que me escriba pronto?

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63 A Francisca de Sourdon – 14 de junio de 1901

Viernes. A las cinco

Mi querida Francisquita:

La señorita Lalande y Guita han ido a la procesión de los Padres. Así, aprovecho esta tranquilidad para escribirte. Esta mañana me desperté a las cinco. Pensé que en ese momento el tren te llevaba lejos, muy lejos de tu Sabel. Pero para nuestros corazones no hay, no habrá jamás distancia.

¡Vaya tiempo que habéis escogido para viajar! El cielo se va cubriendo de grandes nubes y no me extrañaría que la procesión fuera regada. Mi rodilla está mucho mejor hoy. He ido dos veces al Carmelo: para la misa y a mi adoración, y no estoy muy fatigada. Han tenido conmigo mucha atención.

Como me siento con dificultad en las sillas, que son un poco bajas, me han traído una de casa de las Hermanas. Hacía pareja con el buen viejo señor de Benito. Ya ves lo que hay por aquí. Hasta mañana. Te dejo para ir al piano.

Voy a improvisar un dúo entre Francisquita y Sabel. Ya te diré si salió bien.

Sábado por la tarde [15 de junio de 1901] Recibí tu carta, Francisquita mía, y no puedo decirte la alegría que me produjo. Gracias por haberte acordado de mí en Paray. Pide un poco por tu Sabel. Ella es muy feliz de darse al Señor que la llama, pero siente las separaciones. Mi dúo no salió muy mal; era un coloquio entre las dos. Me parecía que te hablaba.

Mi jornada ha estado muy llena. Hemos tenido muchas visitas, pero no me han impedido pensar en ti. Temo que tengáis frío en Mont Dore, pues aquí ciertamente no hace calor. Esta noche he tenido que echar sobre la cama el edredón. Mamá ha ido a ver a tu abuela con la señorita Lalande y Guita.

Parece que está muy preocupada por mi asunto. Trataré de ir a visitarla, aunque casi no ando ahora, por precaución.

He visto hoy a la Priora del Carmelo. La señorita S. de Baune le había dicho que sufría mucho. Mi rodilla no la preocupa en absoluto. No me despedirá por eso. Ya ves, pobre Francisquita.

Domingo por la mañana [16 de junio de 1901] Una palabra antes de cerrar la carta, pues pienso que la esperas con impaciencia. Querida mía, escríbeme el miércoles y sobre todo piensa un poco en mí.

La señorita Lalande nos deja el miércoles para ir a casa de su sobrina a Besançon. Después acabaremos el traslado. El martes cenamos con ella en casa de los Chervau. Ya te contaré nuestra velada.

Adiós, Francisquita querida. Espero pronto noticias tuyas. Te mando una lluvia de besos. Tu Sabel Recuerdos a la señora de Sourdon de parte de mamá. Recuerdos míos también.

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64 A María Luisa Maurel – 21 de junio de 1901

Viernes, junio

No la puedo agradecer suficientemente su envío. Si supiera lo que me ha gustado este Manual tan completo. Su encuadernación es la usada en el Carmelo. Me servirá toda mi vida, y cada vez que le abra haré una oración por mi querida María Luisa. Estoy confundida, al ver que no piensa sino en mimarme. La reprendo, pues me mima demasiado.

Antes de mi ingreso le enviaré una de mis sortijas, pues veo que gusta de ello. Usted la llevará en recuerdo de su Isabel, que la amará siempre y hablará de usted con frecuencia al Señor.

Cuento con su agradable visita. Espero que las rejas no la espanten, como a una amiga de mamá que acaba de venir a despedirse. Me había pedido que la llevase a ver a la Madre Priora, y cuando se encontró con las rejas experimentó un terrible escalofrío. Yo estaba afligida de verla así. Ruegue mucho por mi pobre mamá. Tiene momentos de desesperación, pero no trata de retenerme. Es muy duro hacerla sufrir así. Es preciso que sea por el Señor.

Sólo El puede darme fuerzas. Su corazoncito debe comprender estos desgarrones. Ruegue por nosotras. Yo no la olvido. ¿Usted lo nota, verdad? Si el señor Angles está con usted, ofrézcale mi respetuoso recuerdo. Le tengo envidia de tenerle con ustedes. Nosotras tendríamos mucha necesidad de su visita en estos momentos. Dígaselo de mi parte. Mi rodilla no quiere curarse del todo. Es algo largo. Una simpática carmelita, ¿verdad? Con todo, mi buena Priora no parece preocupada.

Adiós. Tengo que dejarla. La mando una lluvia de besos. Isabel Diga a su señora tía que no la olvidaré. Mamá tiene que mandar repetir las fotografías y se las enviaremos.

Gracias por el forro del libro. Como la encuadernación es bastante sobria, no lo necesito. Muchas gracias, querida María Luisa.

Recuerdos a sus familiares.

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65 A Francisca de Sourdon – 21- 24 de junio de 1901

Viernes 21 de junio

Mi querida Francisquita:

He recibido ayer tu atenta carta. ¡Qué alegría! Hubiera querido escribirte inmediatamente después de recibirla, pero me ha sido imposible.

Estoy ocupadísima estos días. Con todo no he podido resistir a la tentación de escribirte, mi querida Francisquita. El miércoles, a las nueve de la mañana, la señorita Lalande ha querido dejarnos para ir a casa de una sobrina suya en Besançon. Inmediatamente después de su marcha han venido los obreros para acabar el traslado, que está todo acabado, salvo las cortinas… Quiero describirte mi cuarto para que puedas seguir a tu Sabel, porque allí discurre la mayor parte de mis jornadas. Se ha colocado el armario cerca de la cama, después, a su lado, mi pequeña cómoda con mi Virgen. En la otra parte está mi escritorio con el anaquel encima lleno de libros, mis sillas, una mesita de costura y, enfrente de la cama, el pequeño armario que estaba en el cuarto de Guita. Te das cuenta un poco, ¿verdad? Vuelvo a las ocho de la misa y me instalo en la terraza, donde hace muy bueno. Esta mañana María Luisa Hallo ha venido a trabajar un rato conmigo.

Está muy contenta, pues parte el lunes para pasar una semana en Conflans.

No tengas envidia de estas visitas de María Luisa. Ya sabes que tú, tú, eres mi Francisquita querida, que ocupas en mi corazón un puesto especial y que nadie te podrá sustituir. Ya ves, estamos muy lejos, el Mont Dore y Dijon no están cercanos. Pues bien, querida Francisquita, a veces me siento tan cerca de ti… Para los corazones no hay distancia, ni tampoco separación. Nosotras nunca estaremos separadas. ¿no es verdad. querida Francisquita? 2 Domingo, a las dos [23 de junio de 1901] Ayer, querida mía, tuve un día muy ocupado. Acabado el traslado, comienzan los trabajos manuales. Acabo de hacer a Guita un vestido de tela rosa que le vendrá muy bien en el Sur, pues es muy ligero, sin cuello. Algo que había visto y que he hecho como he podido. Ayer tuvimos la visita de la señora de Gemeaux. Pensaba ir a ver a la señora de Sourdon. Mamá le dijo que habíais marchado de viaje. Yvonne hace la Primera Comunión el 2 de julio.

Nosotras iremos a misa a la Visitación. Yo… si me lo permite la rodilla.

Todos mi paseos se limitan al bulevar Carnot. ¡Esto me basta! Francisquita mía, te pido que hagas todos los días una oración por tu Sabel y por su pobre mamá. Tú tienes un corazoncito muy bueno y comprendes lo duro que es hacer sufrir a los que se ama. ¿Comprendido, verdad? Ruega por nosotras. Me alegro de que no olvides nuestra citas de la noche. ¿No es verdad, querida mía, que me sientes muy cerca? tan cerca como aquí en la terraza, cuando me haces esas confidencias que tanto me gustan? ¡Eres muy buena, Francisquita mía! ¿Eres como te quiere Sabel? Me parece que hay en ti cosas tan buenas…

No seas un alma vulgar, ¿comprendes? Perdona si tengo el aire de un predicador. Esto no va conmigo, pues ya sabes lo poco que valgo. Es verdad lo que te digo. Por ejemplo: el Señor me ha dotado de un corazón muy tierno, muy fiel, y cuando yo amo, ¡Amo de veras!… Tú lo sabes bien por ti, mi Francisquita amada entre todas mis amigas.

3 Lunes [24 de junio de 1901] Mamá me encarga desmentir la falsa noticia que dio a tu madre: los dragones no se marchan. Estamos en pleno concurso hípico y este año parece que es muy brillante. Nosotras no hemos ido. Nos han comunicado el matrimonio del hijo Belgrand con la señorita Villiard, de Beaune, una prima de la señorita Tardy.

Adiós, ángel mío. Espero con alegría tu carta. Te abrazo de corazón.

Saludos respetuosos a la señora de Sourdon. Sabel Perdón por la mala letra.

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66 A Francisca de Sourdon – 28 de junio de 1901

Viernes 28 de junio

Mi querida Francisquita:

Perdóname si no te he escrito. Todos estos días he estado tan ocupada que no he podido darme este gusto. Sabes bien lo mucho que me gusta escribirte, querida mía. He recibido anteayer tus hermosos pensamientos. No puedo decirte lo que me han impresionado. Tú lo adivinas, ¿verdad? Inmediatamente los he colocado en un vaso en mi pequeña cómoda, delante de la Virgen. Eres tú la que estás representada por ese dulce emblema, expresión viva de tu pensamiento. Durante el día los miro muchas veces; esas queridas flores que me hablan de mi Francisca querida, a quien no puedo olvidar.

Nada nuevo que contarte, si no es el matrimonio de Magdalena Eugster con el señor Marchal, el guapo teniente de dragones, no sé exactamente cuándo.

El pabellón se ha alquilado por unos meses a un joven matrimonio. ¿Te acuerdas de Cauvel, esa tienda de artículos de París? Una de las hijas se ha casado hace unos días con el cocinero de los Hermanos, que vive allí. El marido, el famoso cocinero, tiene un perímetro de miedo. ¡Pobre joven, es una lástima a su edad! El padre Chapuis ve las cosas cada vez más negras.

Predice cosas horribles; mamá acaba creyéndole. Es triste ver las cosas de este modo para sí y los demás.

Ayer por la tarde, a las ocho, hubo un gran alboroto delante del Buen Pastor. Timbrazos capaces de hacer saltar a toda la Comunidad por los aires y golpes a la puerta. Una multitud escandalosa se había reunido para acompañar a unos padres que venían a reclamar a su hija, una pobrecita, a quien las buenas monjas, espantadas, han tenido que devolver. Nuevamente ha comenzado el alboroto, pues se quería el equipaje de la chica. Ya ves lo que hay por aquí.

El otro día vino tu abuela al jardín. Estaba muy contenta. Mamá le ha dicho que volviera. María la deja en un banco del paseo y viene a abrirle la puertecita del jardín, lo que le ahorra un poco de camino.

Gracias, mi Francisquita, por tus amables y largas cartas. No me dices cuándo te vas de Mont Dore. Pienso que será en estos días; por eso te voy a mandar mi carta mañana por la mañana. Perdóname sino te escribo más largo.

Lo haré con más regularidad esta semana. Tú, querida mía, vas a ir de viaje y después estarás muy ocupada en el Havre y en Ruán. No quiero ser egoísta.

Ya sabes lo que me alegran tus cartas; escríbeme cuando puedas, pero no te molestes por su Sabel. Sabe bien que te acuerdas de ella. Yo te escribiré regularmente, pero mándame la dirección, pues no sabría dónde encontrar a mi Francisquita. Volverás a ver pronto a María Luisa. Dale un largo beso de mi parte, ¿verdad? Mamá dice que hace mucho que no tiene noticias de tu madre, que tanta alegría la causan siempre.

Adiós, querida Francisquita. Pienso frecuentemente en ti y te abrazo como te amo. Tu Sabel Mis respetuosos saludos a tu buena madre. Gracias de nuevo por los hermosos pensamientos y tu postal. Mamá recibiría con gusto noticias del proceso de tu tía.

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67 A Francisca de Sourdon – 30 de junio – 4 de julio de 1901

Domingo 30 de junio

Mi querida Francisquita:

Supongo que habrás recibido mi carta y espero tu dirección para mandar esta mía. Ayer tuve muchas visitas. Como mis amigas saben que no salgo, vienen a verme. Vino María Belin, que trajo música para cuatro manos y tocamos un poco. A propósito: no me hablas de tu piano. ¿Lo tocas de cuándo en cuándo? Las señoritas de Massiac vinieron también ayer por la noche.

Dentro de ocho días marchan al campo, cerca de aquí. Les ha parecido tan cómoda mi terraza que vendrán a trabajar aquí mañana por la mañana. Por la tarde hace demasiado sol, y te aseguro que estos días el calor se hace sentir. ¡Quisiera poder enviarte un poco de este sol de Borgoña a Mont Dore! Esta noche hemos tenido una tormenta. Los cristales de la ventana vibraban.

¡Qué hermoso es un huracán en el silencio de la noche! ¿Verdad, querida? Nosotras estamos mucho mejor en el primer piso. Hace menos calor. Cerrando las ventanas se obtiene una temperatura muy soportable. ¡Cuándo piensas pasar por Dijon? Dímelo. No lo olvides, ¿verdad? Te abrazo. Hasta mañana.

2 Martes 2 de julio [de 1901] Ayer, querida mía, no te escribí, pues tenía que acabar un trabajo. ¡Si supieras la emoción que hemos tenido el domingo! Eran las seis y media.

María Luisa había vuelto de Conflans y había venido a abrazarme. El tiempo estaba de tormenta y mamá la aconsejó que fuera a su casa. Apenas había salido, cuando se levantó un ciclón espantoso. Guita se precipitó a cerrar la ventana de su habitación y del comedor. Por suerte, no se habían abierto las del salón. Clara cerró la de mi cuarto. En la de mamá y en la cocina entraba el granizo. Se las dejó así por miedo a sufrir algún daño. Entonces sucedió algo espantoso. Yo estaba encerrada en mi habitación. En la cocina y en la habitación de mamá los granizos, que entraban por toda la habitación hasta detrás de la cama, formaban un repiqueteo horrible. Mamá gritaba, pensando que su armario iba a quedar hecho añicos. En fin, en diez minutos ha habido en Dijon una infinidad de estragos. En la Madre de Dios es una desolación. No quedó nada. Todos van a ver el desastre. Las hermanitas han perdido 10.000 francos en cristales rotos. En el Carmelo todos los cristales de los claustros están rotos, por un valor de 3.000 ó 4.000 francos. Y por todas partes lo mismo. No te puedes figurar lo terrible que ha sido.

Me detuve al oír la señal del cartero. ¡Qué alegría! Me ha entregado una carta de mi querida Francisquita, y puedes figurarte mi alegría. Estoy completamente descompuesta. Esta mañana ni siquiera he ido a misa, después de pasar la noche con la palangana a mi lado. Sufro, mi Francisquita, por hacer sufrir a los otros; todo se resiente. Después, la emoción de la otra noche vino a completar el cuadro.

Sólo veinticuatro días, querida mía, y estaremos juntas nuevamente.

¡Cuántas cosas tenemos que contarnos! Dirás a tu querida mamá, a quien quiero tanto, que cuento con ella para ayudar a mi pobre mamá…

3 Miércoles [3 de julio de 1901] Sólo un abrazo, querida mía. Hoy he estado tan agitada, que estoy como atontada. Acuérdate de mí, Francisquita.

Jueves [4 de julio de 1901] Sólo una palabra, querida mía, antes de enviar la carta. Estoy muy cansada y no sé lo que te escribo. No te olvido, querida mía, y cuento los días que todavía nos separan, mi Francisquita querida. Muchos abrazos a María Luisa.

Cuando vayas a verla ¡cuántas cosas te va a contar! Adiós, querida. Da a tu madre un abrazo de mi parte y recibe los mejores cariños de tu Isabel, que tanto te quiere, más de lo que tú piensas.

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68 A Margarita Gollot – 2 de julio de 1901 Martes 2 de julio

Martes 2 de julio

Queridísima hermanita:

Ayer nos separamos muy bruscamente. Me equivoco al decir que «nos separamos», pues no nos separamos nunca, querida Margarita. Gracias por su cartita, por su hermosa oración y por los versos. ¿Sabe la alegría que me da, querida hermanita? Hoy no he ido a misa, porque he tenido una mala noche. Estoy hecha añicos. Pero ya que El lo quiere, estoy contenta, ya ve. ¡Es tan bueno hacer su voluntad! A pesar de todo había decidido ir a misa y me había levantado.

Pero mamá ha creído que era una imprudencia y me volví a acostar, y he rezado. Estaba muy tranquila. Todos se habían marchado, y El estaba tan cercano… Ya ve, Isabel no podía ir a ver a su Prometido. Entonces El ha venido a ella… ¡Oh, hermana mía, qué bueno es, cuánto nos ama! Pídale que no baje yo de esas regiones adonde me lleva… Mientras estaba sola con El pensé que mi Margarita le iba a recibir y así comulgué con usted.

Adiós, querida hermanita. Estoy muy contenta de que usted lo sepa todo.

Comprende lo que quiero decir, ¿verdad? Oremos mucho, seamos totalmente suyas, que no haya otra cosa más que El, El solo.

La abrazo muy afectuosamente. Su Isabel

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69 A Francisca de Sourdon – 10 de julio de 1901

Miércoles 10 de julio

Mi querida Francisquita:

Siento vergüenza de no haberte escrito estos días, pero si supieras lo que he tenido que hacer… Tanto trabajo que no sé por dónde empezar. Mi corazón está muy cerca de ti, querida mía, y te sigo con el pensamiento y me alegro de todas las diversiones que tienes en Ruán. En cuanto mamá leyó la carta de la señora de Sourdon me puse el sombrero y me fui hasta tu casa.

Como ves, querida Francisquita, soy muy feliz cuando puedo hacerte un pequeño servicio. Junto con Ernestina hemos empaquetado los dos sombreros en la caja que tu madre ha indicado. Para que fueran bien sujetos hemos clavado unas cintas. Yo misma los empaqueté. Di a tu buena madre que he puesto todo mi cuidado para que lleguen bien. Mientras pienso en ello, Ernestina me ha encargado decir a tu madre que su trabajo va muy adelantado y que cuando lo haya acabado irá con mucho gusto a trabajar a las Hermanitas Dominicas. La madre de Sambuy ya se lo ha permitido y espera tener el permiso de la señora de Sourdon. He visto el otro día en el Carmelo a la madre de Sambuy ¡perdón por la ortografía¿ y di noticias vuestras. Me dijo que la pequeña Violeta de Balan acababa de estar muy mala de un ataque de apendicitis. Estas señoras se han marchado de Dijon. Ya lo sabrás sin duda.

La señora de Rostang e Yvonne llegan esta noche para verme. Estarán solamente dos días para darme un abrazo. Es una prueba de afecto que me conmueve profundamente. Ya está bien, ¿verdad?, hacer este viaje con este calor. Me alegro de volverlas a ver. Además, mamá estará distraída estos días. Pero es el regreso de tu madre, a quien tanto quiere, lo que la hará bien. Ahora tengo que dejarte, mi querida Francisquita. Me necesitan para algunas cosillas. Mamá ha dejado su cuarto a la señora de Rostang. Yvonne tendrá la habitación de Guita. Yo estaré cerca de ellas… Además, mamá y Guita están en el segundo piso, que el padre Chapuis ha puesto a nuestra disposición. Adiós, ángel mío, perdona esta horrible letra. Me llaman y tengo mucha prisa. Te mando un millón de besos. Su Sabel Recuerdos a tu madre. Dile que nuestra casa es magnífica, Un beso cariñoso a la querida viajera

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70 A Margarita Gollot – 10 de julio de 1901

Miércoles. A las dos

Queridísima hermanita:

Estoy muy ocupada, pero quiero mandarla estas letritas para decirle que no se debe inquietar si no me ve en el Carmelo estos días. Esta noche llegan dos amigas y estarán algunos días. No tendré tiempo libre. Vienen a despedirme.

Seamos suyas, querida Margarita. Dejémonos coger y llevar adonde nuestro Prometido quiera. Ah, hermanita querida, mi corazón se desborda, está tan aprisionado. Pero ¿qué digo? ¿No está El allí siempre? El, el Inmutable, El que es. ¡Oh! pídale que me pierda en El… con usted.

Adiós. La abrazo. I. T.

Perdóneme, querida hermana, esta letra. Llega gente. Adiós.

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71 A María Luisa Maurel – 14 de julio de 1901

Domingo 14 de julio

Queridísima María Luisa:

Le aseguro que no ha sido falta mía el haber estado tanto tiempo silenciosa. Lo he ido dejando de día en día esperando poder anunciarle nuestro envío, pero ha hecho tanto calor que mamá está agobiada y evita salir. Tenga la bondad de decirme a qué dirección de estación debo mandar el paquete postal con el regalo de mamá para su boda y una de mis sortijas, que usted llevará en recuerdo de su amiga Isabel, que nunca olvidará a su querida María Luisa. Su carta me llegó el día siguiente de sus esponsales.

Me hubiera gustado ofrecer ese día la santa Comunión por usted. Esté segura que el día de su matrimonio estaré muy cerca de usted, y mis oraciones se elevarán fervientes desde mi soledad y pediré que recen por usted. Querida María Luisa, usted sabe muy bien que, aunque ausente corporalmente, mi corazón estará muy unido al suyo.

Estos días hemos estado muy ocupadas con las amigas que vinieron a decirme adiós. Esta agradable visita, nacida de sincero afecto, ha hecho mucho bien a mi pobre mamá, que es admirable. ¡Ah, pida por ella! El sacrificio es terrible. Sólo Dios la puede sostener y consolar. Pida también por mi Guitita. Su pena me hace mal. Cuento con usted este verano, en que no tendrá junto a sí a su hermana mayor, a quien tanto quiere. Además, ruegue también por su amiga. Dé gracias al Señor con ella y por ella, pues me ha dado mucho. Pídale que me ayude hasta el fin, para que le dé todo lo que El quiere y como lo quiera. Ya le comunicaré la fecha de mi ingreso. Cuento ese día con sus oraciones y las de su buenísima madre, a quien no olvido.

Mientras tanto, ore, pues se acerca el día. Estoy haciendo mi equipo. ¡Es tan triste para mi querida mamá ocuparse de todo esto! Escríbame pronto y mándeme la dirección para el paquete postal. ¿Ha vuelto de Carcasona el señor Angles? Adiós, queridísima María Luisa. La dejo para ir a las vísperas.

Acuérdese un poco de nosotras ante el Señor, para que fortalezca a mis dos seres queridos, a quienes crucifico. La abrazo muy afectuosamente y a su buena madre. Isabel

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72 A María Luisa Maurel – 19 de julio de 1901

Viernes 19 de julio

Mi querida María Luisa:

Mamá acaba de mandar su regalo para su matrimonio. Espera que le será útil y de su gusto. Encontrará también en el envío un pequeño estuche que contiene una de mis sortijas: son turquesas que forman un ramillete de miosotis. Estos «no me olvides» que usted llevará siempre la recordarán a su amiga Isabel, que la quiere mucho. Me pide escribirle de cuando en cuando, cuando esté en el Carmelo. La regla es muy severa sobre el particular. Si casi no la escribo, querida María Luisa, no eche la culpa a mi corazón, que no podrá olvidarla.

Acuérdese de mí el 2 de agosto, querida amiga, o mejor, acuérdese de ellas, pues tendrán que hacer lo más duro del sacrificio. Cuento ese día con sus oraciones. ¡Quedan sólo quince días! Me veo forzada a dejarla, pues tengo mucho que hacer. Pero mi corazón no la deja. Adiós. Ruegue por nosotras. ¡Si supiera en qué triste casa se ha convertido nuestro piso! Pero es el Señor quien lo quiere y estoy contenta de darle todo. La abrazo. Isabel.

Recuerdos a los suyos.

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73 A Margarita Gollot [19 de julio de 1901

Viernes, a las tres

Muy querida hermanita:

La quiero demasiado y me acuerdo mucho de usted para olvidarme del día de Santa Margarita, fiesta de mi hermanita. Mañana comulgaré por usted y la encontraré en el Corazón del Maestro; allí también depositaré mis votos por mi Margaritina. Hermana mía, no me explico cómo la pequeña postulante acaba de entregarme su amable carta, que he leído con mucho gusto. Quisiera ser tan larga, pero siempre la escribo de prisa. Por lo menos, su corazoncito adivina a través de las líneas, ¿no es verdad? También yo, querida hermana, la deseo el amor. Esta palabra me parece que encierra toda la santidad.

Amémosle, pues, apasionadamente, pero con un amor profundo y sereno.

Permanezcamos recogidas cerca del que es, del Inmutable, cuya caridad se derrama siempre sobre nosotras. Nosotras somos «la que no es» 3. Vayamos a El, que quiere que seamos totalmente suyas, y que nos envuelve de tal modo que ya no vivamos nosotras. sino que el vive en nosotras (Gal 2. 20).

Adiós. Que El sea nuestro único Todo. La abrazo. Muchas felicidades. Isabel Recuerdos a su querida hermana.

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74 A Francisca de Sourdon – 20 de julio de 1901

Dijon, sábado

Mi querida Francisquita:

Pensarás que tu Sabel es muy negligente, pues sabes bien que no te puede olvidar. Pero el tiempo pasa tan rápido y he tenido tanto que hacer que me ha sido completamente imposible escribirte, querida mía. Pronto nos volveremos a ver. ¡Cuántas cosas tendremos que contarnos! y nos comprenderemos mucho mejor. ¿No es así, Francisquita mía? Hemos tenido con nosotras a la señora de Rostang y a Yvonne. Llegaron el miércoles a las siete de la tarde y marcharon el sábado a las seis de la mañana, para llegar a Dieppe a las siete de la tarde. Esta agradable visita nos ha hecho mucho bien. Mamá y Guita estaban en el segundo piso. Me dejaron en el primero con las Rostang, de modo que por la noche, cuando subían a las nueve, teníamos larga conversación hasta las once. ¡Era tan corto! Había que aprovecharlo.

He hablado mucho de ti, querida mía. Muy pronto tendremos nosotras dos largas conversaciones en la terraza. Tus cartas tan amables me causan mucha alegría. Si tienes un rato libre tendrás la bondad de dedicarle a tu Sabel, que tanto te ama y te guardará siempre un lugar especial en su corazón. Te abrazo un millón de veces, mi querida Francisquita. Sabel Cariños a María Luisa.

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75 A Margarita Gollot – 21 de julio de 1901

Domingo. A la una

Muy querida Margarita:

Berta me pidió que saliera para decirme una cosa, y cuando regresé mi hermanita se había marchado. ¿No le parece que es muy hermoso rezar la una junto a la otra? Hacía mucho que no tenía la dicha de comulgar a su lado y doy gracias al Señor por esta atención.

¿Puedo hacerle una confidencia? No quisiera, sin embargo, entristecerla.

¡Oh, ya ve!, estando esta mañana en la capilla junto a usted me pareció que eso era mejor que nuestras conversaciones. Si usted quiere, pasaremos junto a El, la una junto a la otra, el tiempo que pasamos en el jardín. ¿La causo pena, querida hermanita? ¿No piensa lo mismo que yo? Me lo parece. ¡Oh!, dígamelo con sencillez, ya sabe que a Isabel se lo puede decir todo…

Mañana es Santa Magdalena, esa amante apasionada de Cristo, a la que tengo una devoción particular. Amemos como ella, que sea nuestro modelo.

Permanezcamos cerca de El, silenciosas, recogidas, olvidándolo todo y no viendo más que a nuestro único Todo, Aquel a quien se lo hemos dado todo. Me gustan estas palabras que el Padre Lacordaire dirige a María Magdalena:

«¿Qué buscas? No hay nada que buscar, María, habéis encontrado a Aquel a quien no perderéis más. No preguntaréis por El a ninguna persona de la tierra, ni a ninguna persona en el cielo; y a El menos que a los demás.

Porque El es vuestra alma y vuestra alma es El. Separados por un momento os habéis encontrado en el lugar donde no hay espacios ni barreras, ni sombras, ni nada de lo que impide la unión y la unidad. Sois una sola cosa, como El lo deseaba, como tú lo esperabas. Uno como lo es Dios en su Hijo, en el fondo de esa esencia que habitáis por la gracia y habitaréis un día por la gloria». ¿No le parece que estas líneas nos tocan un poco, querida hermanita? ¡Oh, lleguemos a esta «Unidad» consumada en El! Adiós. Seamos suyas. La abrazo. Isabel de la Trinidad La envío esta poesía que había copiado hace tiempo para usted. Esta mañana vi a su querida hermana.

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76 A Margarita Gollot – 26 de julio de 1901

Viernes.

A las nueve He estado apenada al verla tan triste hace poco. He comulgado por usted y he rogado como se ruega por una hermanita muy querida. Animo. El está muy cerca de usted y quiere ser el solo, el Unico; sí, querida hermanita, el Unico Todo. El permite esto para separar el corazón de su prometida de todo lo que no es El. Usted tiene sed de sufrimientos, sed también y sobre todo de El. Vaya, pues, a su divino Amado; El es la fuente que siempre mana. El que beba de esta fuente no tendrá jamás sed (Jn 4, 1).

Adiós. La dejo con El. Es allí donde me gusta encontrar a mi Margaritina. Derramo el sobrante de su corazón en el suyo. La abrazo.

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77 A Margarita Gollot – 29 de julio de 1901

Lunes por la mañana

Muy querida hermanita:

¿Sería tan amable que aceptase esta sencilla estatuita del Sagrado Corazón? Es muy pobre, pero no mire más que Aquel a quien representa y a la que le pide un pequeño lugar en su oratorio. ¡Ah!, que el la haga pensar en su hermanita que mucho la quiere y nunca la abandonará. La abrazo. Isabel

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78 A sus tías Rolland – 31 de julio de 1901

Miércoles por la noche

Queridas tías:

El viernes por la mañana, después de la misa, entro en el Carmelo y quiero, antes de entrar, enviarles un último recuerdo.

Esta cartita les dirá que detrás de las rejas vuestra Isabelita será siempre suya y nunca las podrá olvidar. No lloren demasiado, mis queridas tiítas, y cuando estén con ustedes mi querida mamá y Guita, les pido las consuelen. ¡Se las confío!…

No digan que soy una pequeña sin corazón. Es Dios quien me llama. El me ha escogido la mejor parte. ¡Denle gracias por mí! Pido al señor Cura que ruegue mucho por mí. Por mi parte yo hablaré mucho de él al Señor. ¡Oh!, mis queridas tiítas, piensen que su Isabel es toda de El. ¡Cómo les va a encomendar a este Amado, por el que lo ha dejado todo! En El me encontrarán siempre. Tal vez no nos volvamos a ver en la tierra. ¡Oh, qué bello será volvernos a encontrar allá en el cielo para no separarnos más! Adiós. Las guardo a todas en lo mejor de mi corazón y les digo con un beso muy prolongado que nunca las olvidaré.

Vuestra Isabel, que las quiere mucho Digan a mi tía que rezaré mucho por su salud.

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79 A Cecilia Gauthier – 1 de agosto de 1901

Jueves por la noche

Mi buena Cecilia:

Esta cartita no te extrañará, pues lo sabes todo. Mi pobre mamá está deshecha. No he tenido valor para despedirme de usted. La quiero mucho y puede tener la seguridad de que detrás de las rejas del Carmelo tiene un corazoncito que le será siempre fiel.

Adiós. Cuando se ama en El, no se abandona nunca. Isabel

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80 A Alicia Chervau – 1 de agosto de 1901

Jueves por la noche

Mi muy querida Alicia:

Antes de entrar en el Carmelo quiero enviarte un último recuerdo. El otro día no tuve valor para decirte nada. Mi corazón sangra, el cuerpo hecho pedazos. ¡Dios sólo está allí y El me sostiene! No llores, mi queridita Alicia. El Señor me ha escogido la mejor parte. Dale gracias en mi nombre.

Te amo mucho. A ti y a los tuyos. Os guardo en lo mejor de mi corazón y os pido que nunca me olvidéis. Te confío a mi pobre hermanita. Está deshecha.

Adiós. Nunca estaremos separadas. Isabel

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80 bis A su hermana – 1 de agosto (?) de 1901

¡Que Cristo te consuele, que enjugue tus lágrimas, que te enseñe a sufrir, a amar!…

Te doy cita al pie de su cruz, donde tanto me ha dado. Allí no hay separación y mi Guita encontrará siempre a su Sabel.

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81 Al canónigo Angles – 2 de agosto de 1901

Viernes 2 de agosto. A las seis

Muy querido señor:

Antes de ingresar en el Carmelo quiero enviarle un último recuerdo. Esta cartita le dirá que detrás de las rejas tiene un corazoncito que le guardará siempre un fiel recuerdo. Vamos a comulgar en la misa de las ocho, y después de esto, cuando El esté en mi corazón, mamá me conducirá a las puertas de la clausura. Quiero a mi madre como nunca la he querido y en el momento de consumar el sacrificio que me va a separar de estos dos seres tan queridos, que El me ha escogido tan buenos, si supiese la paz que inunda mi alma…

Esto no es ya la tierra. Veo que soy toda suya, que no me quedo con nada. Me arrojo en sus brazos como un niño pequeño. Adiós. Se las confío, y le guardaré lo mejor de mi corazón. Isabel

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82 A la señorita Forey – 2 de agosto de 1901

Viernes por la mañana

Querida señorita:

Antes de entrar en el Carmelo quiero enviarle un último recuerdo. Esta cartita le dirá que detrás de las rejas usted tiene un corazoncito que le guardará siempre un fiel recuerdo.

Adiós. La encomiendo a mi pobre Guita, y la abrazo muy cariñosamente.

Su Isabel

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83 A Berta Tardy – 2 de agosto de 1901

Viernes. A las siete

Adiós, mi hermanita querida. La llevo en mi corazón. Gracias una vez más por todo lo que ha hecho por mí. Usted sabe que la quiero mucho y que detrás de las rejas tiene un corazoncito muy unido al suyo. Adiós.

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84 A Francisca de Sourdon – 4 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, 4 de agosto

Mi querida Francisquita:

Si supieras lo feliz que es tu Isabel no llorarías más, al contrario, darías gracias al Señor por mí.

Puede ser que te preguntes cómo puedo encontrar tanta felicidad, ya que para entrar en esta soledad he dejado a los que amaba. Pero, ya ves, querida mía, todo lo tengo en el buen Dios. A todos los que he dejado los encuentro en El. ¡Ah, cómo le confío a mi Francisquita! Yo seré siempre tu madrecita, nada habrá cambiado entre nosotras, ¿no es así? Puedo decirte que las rejas no serán una separación y que te guardaré siempre tu lugar en mi corazón.

Tendría muchas cosas que decirte, pero estoy un poco apurada de tiempo. Me doy prisa, sin embargo, a enviarte estas letritas que te dirán que mi corazón está siempre cerca del tuyo. Vi el sábado a mi querida madre y a Guita; hoy deben venir. Diles que te cuenten todo lo que no tengo tiempo de decirte. Gracias a tu buena madre y a María Luisa por todo lo que hacéis con mis seres queridos.

Si supieses qué buenas son todas aquí… Me parece que he estado con ellas desde hace tiempo. La Madre Supriora es una verdadera madrecita. El viernes vino a abrazarme en mi camita. Ya le he hablado de mi Francisca. Te dejo, querida, pero mi corazón permanece muy cerca de los que amo y no olvidaré jamás… Da un buen beso de mi parte a tu madre, con toda mi gratitud. Dile que no me olvido de sus intenciones, lo mismo que a María Luisa, a quien doy gracias por reemplazarme junto a Guita.

Tu gran amiga Sabel Me ha venido a ver el abate Courtois.

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85 A su madre – 9 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, 3 de agosto

Mi querida madrecita:

¡Qué felicidad poder conversar un poquito contigo! ¡Oh, si supieses cuánto te quiero! Creo que nunca te daré suficientemente las gracias por haberme dejado entrar en este querido Carmelo, donde soy tan feliz. Te debo también, en parte, mi felicidad, porque bien sabes que si tú no hubieras dicho «sí» tu Isabelita se hubiera quedado contigo. ¡Oh, madrecita, cuánto te ama el buen Dios, si vieses con qué ternura te mira!…

Ya que deseas que te hable de mí, voy a darte gusto. Mi salud es perfecta, me ha vuelto el apetito y hago honor a la cocina del Carmelo.

Alicia me ha dicho que deseas que beba un poco de vino. ¿No te acuerdas que no lo puedo digerir? Duermo sobre nuestro jergón como una bienaventurada.

Hace tiempo que no me pasaba esto. La primera noche no me sentía muy segura y me preguntaba si no acabaría cayéndome. Al día siguiente por la mañana ya me había acostumbrado a mi lecho. Me acuesto antes de las nueve y me levanto a las cinco y media. Está bien, ¿no es verdad? Así logro reponerme. Esta noche la Madre Supriora me permite ir a maitines, de lo que me alegro.

Puedes estar muy tranquila, no hay peligro de que exagere; esta buena madrecita me cuida como a un verdadero bebé. Mi corazón os acompaña por ahí Contadme todo lo que hacéis. Estaré muy contenta de recibir noticias vuestras. Goza bien de ese hermoso país que tanto te gusta, y cuando pienses en tu Isabelita da gracias a Dios, porque El le ha escogido una porción muy hermosa. ¡Oh, si supieses!…

Te abrazo, te aprieto fuertemente entre mis brazos, como antes. ¡Si tú supieras cómo te amo y te digo gracias! Tu Isabel

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86 A su hermana – 9 de agosto de 1901

Mi querida Guita:

No te disgustes viendo este pedacito de carta. La Madre Supriora ha dicho que ésta no se cuenta y te escribiré muy pronto. ¿Cómo está mi pequeña? Cuéntamelo todo, ¿lo entiendes? Ayer vi a Alicia; la pobrecilla estaba toda emocionada. Juana Sougris vino un momento con ella. Te confieso que no comprendo cómo estaba allí.

El martes tendremos una toma de velo. Ya te contaré la ceremonia. ¡Si supieses lo bien que estoy! Me parece que he cambiado de cuerpo. Además, tú lo comprendes, he encontrado lo que buscaba. ¡Oh, mi querida, qué bueno es Dios! ¿Quieres que no tengamos más que un corazón y un alma para amarlo? Dale gracias todos los días por tu Isabel, que te ama muchísimo y te abraza de todo corazón.

Di a María Luisa que pienso en ella muy especialmente, así como en la señora Hallo.

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87 A su madre – 13‑14 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, 13 de agosto

Mi querida mamita:

Como ramillete de fiesta, te envío todo mi corazón. ¡Oh! ¿No es verdad que no nos hemos separado y tú sientes bien a tu hijita cerca de su querida mamá? Si supieses cómo hablamos de ti con mi Esposo. Me parece que tú le debes oír. Estoy muy contenta de que comulgues con más frecuencia. Es ahí, querida mamá, donde encontrarás la fortaleza. ¡Es tan hermoso pensar que después de la comunión tenemos todo el cielo en nuestra alma, menos la visión! Tu carta, o mejor, vuestras cartas me han hecho muy feliz… Tal vez me he alegrado demasiado, pero el buen Dios, cuyo Corazón es tan amable, me comprende bien y creo que no está enfadado conmigo. Todos vuestros detalles me interesan, pero casi me voy a enfadar con ese bravo Koffman que os ha relegado a ese chalet. Disfrutad bien de ese hermoso país; la naturaleza lleva a Dios ¡Cuánto me gustaban esas montaña! me hablaban de El. Pero, ya veis, mis queridas, los horizontes del Carmelo son todavía más bellos. ¡Es el infinito!…

En el buen Dios yo tengo todos los valles, los lagos, los panoramas.

¡Oh! Dadle todos los días gracias de mi parte. Mi porción es muy bella y mi corazón se derrite de reconocimiento y de amor. ¡No estéis celosas! Os amo tanto. Le pido que se posesione de vosotras como de mí. Tengo muchas cosas que decirte, y no sé por dónde empezar. Nuestra Madre se presentó sin avisar. ¡Piensa, qué sorpresa! Sólo la he visto unos momentos, pues ella partió el día siguiente a las dos, llevándose consigo a dos de nuestras hermanas. Volverá el lunes. Tú la encontrarás a tu vuelta. Vino solamente para dar ayer el velo a una de nuestras hermanas. Fíjate qué pequeña envidia: estaba muy contenta de que no fuera la Madre Supriora la que tuviera la ceremonia, porque quiero ser su primera. ¡Es tan buena!… ¡La quiero tanto! Hablamos de vosotras. Puedes estar tranquila. Te aseguro que ella me cuida. Esta mañana, para mi primer ayuno, me ha hecho tomar algo, cosa que, bien seguro, yo no habría hecho si no hubiese estado aquí. Esta mañana mi buena Madrecita me ha permitido ir a la oración. Me levanté en cuanto llamaron, a las cinco menos cuarto. Tenía miedo de no prepararme en un cuarto de hora. Y ¡piensa mi alegría cuando al llegar al coro vi que era la primera!…

Soy la camarerita de Jesús. Todas las mañanas, antes de la misa, preparo el coro. Hoy he adornado un altarcito de la Virgen que está en el antecoro.

Mientras colocaba las flores a los pies de esta buena madre del cielo, le hablaba de ti. La he pedido que recoja todas estas flores, haga un hermoso ramillete y te lo lleve de parte de tu Isabel.

He pasado por una prueba terrible. Ha sido necesario hacer coplillas para la toma de velo y yo he tenido que cantar, ayer tarde, en la recreación. Temblaba… cosa ridícula, ya que nuestras hermanas son tan caritativas que han encontrado mi obra muy lograda. María Luisa, a quien tanto la gusta verme sonrojada, hubiera tenido ocasión de ver mi timidez a prueba. La Madre Supriora me permite enviarte mis coplillas. Esto os divertirá. Adiós, mamá querida, pienso que estarás contenta con esta carta tan larga. Para acabar: duermo como una bienaventurada, tengo excelente apetito, la comida es muy refrescante y va bien con mi temperamento. Oh, madrecita, ¡qué feliz soy! Gracias una vez más por haberme entregado al buen Dios. Te abrazo contra mi corazón y te abrazo cerca del buen Jesús, que sonríe al vernos. Tu Isabel Mi Angel me encarga decirte que ella hará también mañana la Santa Comunión por ti. Hubiera querido escribirte, pero no tiene tiempo. Te enviaré mis coplillas otra vez, no tengo tiempo.

Mi Guita querida no estará celosa de que María Luisa haya ocupado su lugar hoy. La guardo en mi corazón y pido al Señor que le diga lo que yo no puedo por mí misma. Ella sabe dónde le doy la cita

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88 A Francisca de Sourdon – 22 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, jueves

Mi buena Francisquita:

Nuestra querida Madre, que está de regreso desde hace dos días, me permite escribirte. Tú sabes, querida mía, que una carmelita casi no escribe, y es un favor que se hace a mi pequeña Francisca. Pero, mira: si mi pluma queda silenciosa, ¡Ah!, cuánto pienso en ti. Todos los días hablo al Señor de mi querida. ¡Es tan dulce confiarle aquellos a quien se ama y se han abandonado por El! Pero ¿qué digo? Nosotras no nos hemos separado, las rejas no existirán nunca para nuestros corazones, y el de tu Sabel será siempre el mismo. Di a tu buena madre que ruego cada día por ella y por las intenciones que me recomendó, y también por la señora de Anthes. No olvido a nadie. Ya ves, en el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar más todavía.

El buen Dios me ha restablecido sin polvos ni quinina. Mi salud va cada día mejor. Yo devoro. ¡Si vieras lo que como! Se me cuida bien, puedes estar segura sobre eso. Duermo sobre nuestro jergón con un sueño de plomo que ya no conocía. La primera noche no me sentía muy segura y pensaba que antes de la mañana habría rodado de un lado o de otro. Ahora ya nos conocemos, me parece delicioso. ¡Oh, mi querida, si supieses lo bueno que es todo en el Carmelo! Tu Isabel no encuentra expresiones para decir su felicidad. Cuando penséis en mí, no lloréis, sino dad gracias a Dios. ¡Soy tan feliz! Ya que tienes tantas ganas de detalles, te voy a hablar como una egoísta nada más que de mí. Nuestra celdilla, este pequeño nido amado entre nosotras, se parece del todo a mi habitación en cuanto a las dimensiones. El lecho y la ventana en el mismo sitio, la puerta en el lugar de mi cómoda y, en el rincón donde esta mi tocador, nuestro pupitre, sobre el que te escribo, con el Combate espiritual a mi lado. Está sobre la tablilla y todos los días leo algo. Tu corazoncito no me abandona, está unido al rosario que llevo en la cintura. Ya ves, tus recuerdos no me abandonan; pero es sobre todo en el fondo del alma, cerca de Dios, donde te encuentro y te coloco. Mis jornadas no son todas iguales, porque se me cuida como a un bebé y me levanto y me acuesto más o menos pronto. Si supieras lo rápido que pasa el tiempo en el Carmelo, y además me parece que he vivido siempre en esta querida casa. No seas celosa, tú sabes bien que tendrás siempre tu lugar en mi corazón, porque yo seré siempre tu madrecita. Sólo, ¿sabes?, ¡quiero una Francisca muy buena! Adiós, os reúno a todas, incluso con la señora Anthes, si lo permite, para enviaros mi mejor afecto. M. Isabel de la Trinidad He visto a mamá esta mañana. Suiza no le ha sentado bien. Pobre madre querida, ruegue por ella. Encomiendo mi pequeña Guita a María Luisa, dándole gracias una vez más por todo lo que ha hecho. Adiós, mi corazón os es muy fiel; amemos al buen Dios, seamos santas. Adelante, hacia el Cielo.

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89 A su hermana – 30 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, viernes

Mi buena Guitita:

Puedes imaginarte mi disgusto al saber vuestras peripecias. Pobre mamá querida, cuídala bien… No me dices lo que había dicho el médico antes de vuestra partida. Santa Magdalena va a curarla. Todos tus detalles me han interesado mucho. Gracias por las estampas. Ellas han gustado. He colocado la mía en nuestro Manual, del que me sirvo todos los días. ¡Me gusta tanto mirar a esta querida Santa a los pies del Maestro! Es el modelo de la carmelita. ¡Oh, qué bueno es estar allí en silencio, como un niñito en los brazos de su madre, y no ver ni oír nada más que a El! Es allí, ya lo sabes, donde encontrarás siempre a tu Isabel. Entonces no hay separación; el «trío» está reunido en su Corazón.

Como sé que os gusta que os cuente muchas cosas, aquí tienes algo interesante: hemos tenido la colada. Para el caso me puse mi gorro de noche, mi vestido oscuro, todo arremangado, un delantal grande encima y, para remate, unos zuecos. Bajé así al lavadero, donde se frotaba a más no poder, y procuré hacer como las demás. Chapoteaba y me mojaba bastante, pero no importaba, estaba entusiasmada. ¡Oh, ya ves, todo es delicioso en el Carmelo! Se encuentra al buen Dios lo mismo en la colada que en la oración.

Sólo está El en todas partes. Se le vive, se le respira. Si supieses lo dichosa que soy; mi horizonte se agranda cada día.

Hace hoy cuatro semanas que os dejé, mis queridas, nunca os he amado tanto. Una vez más, gracias a mi querida mamá por haberme dado al buen Dios.

Gracias a mi pequeña, a su generosidad. No olvido lo que ella ha hecho, pero sobre todo lo sabe El.

¡Oh, que El os dé todo lo que me da a mí; que El os tome y haga suyas! Mi salud es siempre excelente. Creo que ahora vosotras no me podríais saciar, tanto como. Duermo desde que la cabeza cae en la almohada. Estos días es hacia las diez, pues nuestra Reverenda Madre me permite ir a maitines. Solamente el día de la colada mi Angel me hizo ir a dormir antes.

Entonces me he echado en nuestro lecho sin miedo a deshacerle ¡una ventaja del jergón¡ y he dormido media hora antes de bajar al coro para los maitines. Oh, ya lo ves, a esa hora que el Señor está tan solo, está bien unirse al cielo para cantar sus alabanzas. Parece entonces que el cielo y la tierra no son más que una cosa y canta el mismo cántico.

Nuestra querida Madre viene todos los días al noviciado de dos y media a tres. Si supieses lo bueno que es esto… Me gustaría que mi pequeña Guita estuviese en un pequeño rincón para alimentarse conmigo…

Estos días voy también a la oración. Me levanto a las cinco menos cuarto. Me doy prisa a arreglarme, y llego casi siempre la primera al coro.

Ya puedes imaginarte lo contenta que estoy… ¡Oh, es muy bueno tener al buen Dios tan cerca, bajo el mismo techo!…

Adiós, Guita querida, cuida bien a nuestra querida mamá, y dame noticias de ella. Dile con un buen beso que rezo mucho por ella, que la amo con todo mi corazón. Pienso que no la apenará que te escriba, ella lo ha permitido.

¡Seguid recibiendo frecuentemente a Jesús! Isabel de la Trinidad He recibido una larga carta de la señora de Montléau, de Ana María y de la señora de Vathaire, que está siempre con dolores. Ella me envía el libro que me había prometido.

Si el señor Cura ha guardado la Navidad que le había compuesto, tráemela.

Nuestra Madre te quiere mucho; hablamos de ti. Mi buen Ángel te da gracias por la estampa y la Madre Supriora ha agradecido mucho el que mamá escribiese unas palabras en su estampa, que tiene en su breviario.

¿Piensas en la celdilla?. Te doy cita todos los días a las ocho.

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90 A sus tías Rolland – 30 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, viernes

Mis queridas tías:

No quiero que llegue este correo sin llevaros un recuerdo de vuestra Isabelita, que os recuerda mucho. Si pudieseis leer en mi alma y ver toda la felicidad que Jesús ha colocado en ella, seríais dichosas también vosotras, que tanto me queréis. Mi corazón es siempre el mismo, no ha cambiado nada, soy siempre vuestra. Ya veis, en el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar aún mejor. Mi buena tía tal vez no comprenda esto. Decidle que rezo mucho por ella. Os encomiendo a mi querida madre y a Guita; gracias por vuestras bondades, por vuestro cariño; ya sabéis cómo os amo. Decid al señor Cura que él tiene un recuerdo especial en mis oraciones y que le pido ruegue mucho por mí para que sea una carmelita de verdad, es decir, santa, pues todo es uno. Os escribo durante el gran silencio de la noche, no sé lo que garabateo, pues casi no veo con nuestra pequeña lamparilla. Si supieseis lo bien que se está en esta pequeña celda… Ah, ya veis, el Carmelo no es todavía el cielo, pero tampoco es la tierra. ¡Cuán bueno es Dios por haberme traído aquí! No estéis celosas, mi corazón es muy amplio y tendréis siempre vuestro lugar. Os sigo con el pensamiento, mi corazón está cerca de vosotras. ¿No me sentís entre vosotras en ese querido Carlipa con su bella Serre?. Pues los horizontes del Carmelo son todavía más bellos, es el Infinito. Adiós, os abrazo con todo mi corazón. Os dejo para ir a maitines y os llevo en mi alma cerca del Señor.

Vuestra Isabelita de la Trinidad En el Carmelo tenemos también mucha devoción a San Roque. El día de su fiesta hemos tenido procesión por todo el monasterio. ¡Si pudieseis asistir a nuestros oficios en un rinconcito! ¡Es tan bello! Los días de fiesta hacen pensar en el cielo.

Un saludo a la buena Ana.

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91 Al canónigo Angles – 11 de septiembre de 1901

Amo Christum. Carmelo de Dijon, 11 de septiembre

Querido monseñor:

Nuestra Reverenda Madre me permite escribirle y con todo el corazón vengo a darle las gracias por sus bondades para con mi querida madre. No me ha extrañado nada lo que ella me ha dicho. Sabe usted bien cuán reconocida le estoy. No pasa día sin que rece por usted. Oh, ya ve, siento que todos los tesoros encerrados en el alma de Cristo son míos. Por eso me siento rica y con qué gozo vengo a sacar de esta fuente para cuantos amo y que me han hecho bien.

¡Oh, qué bueno es Dios! No encuentro palabras para decir mi felicidad; cada día la aprecio más. Aquí no hay nada más que El, El lo es todo, El basta y es de El solo de quien se vive. Se le encuentra en todas partes, en la colada como en la oración. Me agradan sobre todo las horas del silencio riguroso, y durante una de ellas le escribo. Imagínese a su Isabel en su pequeña celdilla que tanto quiere: es nuestro santuario, nada mas que para El y para mí y podrá adivinar las horas que paso con mi Amado.

Todos los domingos tenemos expuesto el Santísimo Sacramento en el oratorio. Cuando abro la puerta y contemplo al divino Prisionero, que me ha hecho prisionera en este querido Carmelo, ¡me parece que es la puerta del cielo la que se abre un poco! Entonces pongo delante de mi Jesús a todos los que están en mi corazón, y allí, cerca de El, los encuentro de nuevo. Ya ve que pienso en usted con frecuencia, pero sé que no me olvida, que todas las mañanas al ofrecer el Santo Sacrificio tiene un recuerdo particular para su pequeña carmelita que os confió su secreto hace ya mucho tiempo. No me pesan los años de espera; mi felicidad es tan grande, que había que comprarla cara. ¡Ah, qué bueno es Dios! Nosotras no nos marchamos. ¡Ah!, ¡cuánto me agrada vivir en estos tiempos de persecución! ¡Oh!, qué santos deberíamos ser! Pida para mí esta santidad que deseo. Sí, yo quisiera amar como los santos, como los mártires.

Me alegro al pensar que mi querida mamá os volverá a ver. ¡Qué alma! ¿No es verdad? Dígale que nunca la he amado tanto, nunca, y que la doy todavía gracias por haberme dado al Señor. Y mi querida Guita ¡qué generosidad! Ella no se abre fácilmente, pero si pudiese ver hasta el fondo, como se lo dejaba hacer a su hermana mayor… Algunas veces me pregunto si el buen Dios no la tomará también.

Adiós, querido monseñor. Unión siempre, para no vivir más que de El. Ah, dejemos la tierra, es bueno vivir en las alturas. Os pido me bendigáis con lo mejor de vuestra alma. María Isabel de la Trinidad

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92 A su madre – 12 de septiembre de 1901

Carmelo de Dijon, 12 de septiembre

Mi querida mamita:

¡Oh, cuánto pienso en ti! ¡Cómo ruego por ti! ¿Cómo va tu querida salud? Las últimas noticias me han entristecido. ¡Quisiera tanto que mejorases! Te aseguro que tu Isabelita pide por ti al buen Dios. ¿Te acuerdas que antes, cuando tú estabas enferma por la noche, era siempre a mí a quien despertabas y yo iba inmediatamente junto a ti? Pues bien, llámame todavía. Yo lo oiré bien, pues mi alma está muy cerca de la tuya. ¡Me gusta tanto hablar al Señor de esta madrecita a quien amo tanto y a quien he abandonado por El!…

Vi al Padre Vallée la semana pasada. Estuvo muy amable. Hemos hablado de ti, y me ha dicho que a tu vuelta le vayas a ver. Te hará bien, querida mamá.

Oh, ya ves, si pudiera darte un poco de mi apetito. Devoro, y también parece que tengo muy buen aspecto. La señora de Avout, que vino a verme el otro día, dijo al verme que iba a pedir que se admita en el convento a Ana María para que se reponga, pues tiene muy mala cara. Como de todo, y las cosas que en otro tiempo no podía comer me parecen deliciosas. Todo este tiempo voy a maitines, e incluso me quedo alguna vez a laudes. Soy también de las del primer turno, pero te aseguro que no pierdo el tiempo en la cama.

Basta con poner la cabeza sobre la almohada para dormirme. A partir del sábado nos levantaremos una hora más tarde, pues es el horario de invierno.

Ahora recuerdo que hago también labores: la blusa que me hice para entrar estaba en tal estado que la Madre Priora me ha dicho que lo repase. Por suerte tenía tela, y he puesto unos remiendos lo mejor que he podido. A tu vuelta te pediré paño negro para forrar mis libros, pues sin esto se estropean. Pero me ha dicho nuestra Madre que puedo esperar. ¡Oh! ¡Si supieras lo buena, lo maternal que es!… Además, conoce el corazón de su Isabel. La otra noche tuve un miedo horrible, y creo que si mi madrecita hubiera estado en mi lugar no hubiera sido más valiente. Había subido a las ocho a nuestra celda con la lámpara. Ordinariamente cierro la ventana cuando tengo luz, pero como sólo iba a ser por un momento la dejé abierta. De repente, noto algo por encima de mi cabeza. ¿Qué veo? ¡Un murciélago que se divertía en la celda! El Señor me dio fuerza para no gritar. Salí al claustro y tuve muchas ganas de llamar a la celda de la Madre Supriora, que es mi vecina. Pero, armándome de valor, volví a entrar, y quitando la luz, todo acabó. Abraza a mi querida tía Sabina y a mi buen tío Julio. Diles que cada día ruego por ellos y no olvido todas sus atenciones, todos sus regalos y que les reservo un muy buen puesto en mi corazón. ¡Los quiero mucho. Son tan buenos!… Adiós, mi mamá querida. Pienso que esta carta tan larga te gustará. ¡Nuestra Reverenda Madre te mima! Te envío todo mi cariño. Me parece que tu hija mayor se apoya en tu hombro y se deja acariciar como antes. ¡Animo! Soy tan feliz… ¿No tendrás envidia, verdad? Mira. ¡Si supieses cómo te ama el Señor!… Es allí, junto a El, donde Sabel y su madrecita se encuentran y no son más que una… Me han escrito la señora de Rostang e Ivonne y también Francisca.

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93 A su hermana – 12 de septiembre de 1901

Amo Christum

Mi buena Guitita:

Eres una hermanita muy buena y sé que mis cartitas te hacen muy feliz, por eso meto una en la carta de mamá, pensando darte gusto. No puedo decirte cuánto pido por mi pequeñita, pues pienso que hay momentos muy tristes viendo a nuestra mamá tan fatigada y sin tener a Sabel para desahogar el pobre corazoncito. Oh, mi querida, cuando tú estés triste, díselo a El, que lo sabe todo, lo comprende todo y que es el Huésped de tu alma. Piensa que El está dentro de ti como en una pequeña hostia. Ama mucho a su Guitita, te lo digo de su parte… Durante el día piensa algunas veces en Aquel que vive en ti y que tiene sed de ser amado. ¡Junto a El me encontrarás siempre! Mi Angel está de Ejercicios. No la hablo y ni aun la veo, porque anda con el velo bajado. ¡Cuánto la envidio! Pero me ha prometido llevarme con ella y lo siento en efecto. Ya ves lo buena que es la unión de las almas.

Hay que amarse por encima de todo lo pasajero; entonces nada puede separar.

Amémonos así, mi Guita, amémosle sobre todo a El. ¿Y la meditación? Te aconsejo simplificar tus libros, llenarte un poco menos; verás como es mejor. Toma tu Crucifijo, mira, escucha. Ya sabes que es ahí nuestro encuentro. No te turbes cuando tienes mucho que hacer, como ahora, y no puedes cumplir con todos tus ejercicios. Se puede orar a Dios trabajando.

Basta pensar en El. Entonces todo se hace dulce y fácil, porque no se está solo trabajando, está también Jesús. Tranquiliza bien a mamá. Ciertamente varios Carmelos van al extranjero; nosotros nos quedamos. Nuestra Reverenda Madre ha pedido autorización, así que estad muy tranquilas. Adiós mi queridita. Voy a bajar a maitines y te llevo en mi alma cerca de Dios ¡Oh!, ¡qué bueno es amarle! Es nuestro oficio en el Carmelo, ya ves que es bien dulce. Dale todos los días las gracias por tu hermana mayor. Isabel de la Trinidad Saludos a Gabriela. ¡Si ella supiese hasta qué punto tengo yo la mejor parte!…

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94 A su madre – 17 de septiembre de 1901

Carmelo de Dijon, martes por la tarde

Mi querida madrecita:

Como mis cartas te alegran tanto, nuestra buena Madre, que comprende bien el corazón de las madres, me permite escribirte. Así preparo todo un correo para Labastide. Pero como no tengo mucho tiempo, lo comienzo con antelación y todos los días os escribiré unos instantes. Por lo mismo no te extrañes al ver la fecha de mi carta.

El domingo, fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, pensé que era un poco tu fiesta, querida madrecita. Por eso ¡con qué fervor he rogado por ti! Lo has notado, ¿no es verdad? He puesto tu alma en la de la Madre de los dolores y la he pedido que te consuele. Tenemos aquí, en el fondo del claustro, una estatua de la Madre Dolorosa, a la que tengo mucha devoción.

Todas las noches voy a hablarla de ti. Esta noche la he dicho mi palabrita antes de subir a escribirte. Amo mucho esas lágrimas de la Virgen, las uno a las de mi pobre madre al pensar en su Isabel. ¡Oh, ya ves, si pudieses leer en mi alma, si vieses la felicidad de que gozo en el Carmelo, felicidad tan profunda que comprendo mejor cada día, felicidad que sólo Dios conoce! ¡Ah, qué porción tan hermosa ha dado a su pequeñita! Si pudieras ver todo esto un instante, madrecita, te verías obligada a alegrarte. Y ya que era necesario tu «flat» para entrar en este rincón del cielo, gracias una vez más por haberlo pronunciado tan valientemente. ¡Si supieses cuánto te ama el Señor! ¡Y cómo tu hija te quiere más que nunca! La semana pasada me vinieron a ver las señoras de Recoing y de Marcela.

Me extrañó no ver a Luisa, que se había quedado en la Cloche con su abuela.

Clara de Chatellenot, que pasaba algunos días en Dijon, vino también; no salían de su asombro al ver mis hermosas mejillas. La Madre Supriora dice que son elásticas, ya que ellas se inflan cada día. ¡Ah! Si pudieras hacer como yo, madrecita querida. Comer bien y dormir bien son, al parecer, condiciones para ser una buena carmelita. En esto no dejo nada que desear.

Pido incluso al Señor que me dé un poco menos de sueño. Tuve en maitines una famosa humillación. Parecía que me había medio dormido. La Madre Supriora, que me observaba, veía mi cabeza irse hacia un lado y el breviario por el otro. Así que vino a hacerme señas de irme a la cama, lo que me despertó del todo. Muy edificante, ¿verdad? Me alegro de vuestra estancia en Labastide.

Di a monseñor Angles que cada día hablo de él al Señor y me uno a El en la recitación del breviario, y que le pido rezarle en unión con su carmelita, tan reconocida a todo lo que hace por su querida mamá. La campana va a llamarme a maitines. Te dejo sin dejarte, pues te llevo en mi alma, cerca de Aquel que es todo Amor. ¡Qué dulce es ser suya! Si supiese toda mi felicidad…

Adiós, madrecita querida, me pongo en tus brazos para dejarme acariciar.

Tu Isabelita, que te ama más que nunca.

La tía Francisca me ha escrito y me da nuevas mucho mejores de tu salud, lo que me ha alegrado mucho. Déjate hacer por nuestra buena Guitita.

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95 A su hermana – hacia el 20 de septiembre de 1901

Amo Christum

¡Qué contenta estoy, mi querida pequeña, pensando que vas a recibir esta carta en Labastide, donde vas a tener una hermana mayor para sustituir a tu Sabel! Pero sabes bien que ella está junto a ti, nuestras almas están unidas en Aquel que es todo Amor. ¡Oh, qué bueno es ser suya! El 2 de octubre estaremos particularmente unidas para rezar por nuestro querido papá. Ya ves, me parece que en el cielo es muy feliz viendo a su pequeña en el Carmelo. Desde que estoy aquí me siento muy cercana a él. ¡Oh. qué bien se está en el Carmelo! No temas que pase mi felicidad, porque el Señor, que es su único objeto, «no se muda».

La Madre Supriora está de Ejercicios con su velo echado y no le digo una palabra, pero me alegro tanto de verla toda perdida en el Señor que no lo lamento. Es así como hay que amar. Mis dos vecinas de celda están de Ejercicios, ¡si supieses cómo las envidio!…

La señora Massiet me ha escrito unas líneas pidiéndome oraciones por su hermano, que está en Carcasona; acaba de sufrir una grave operación en la garganta y los médicos temen no poder salvarlo. Nuestra Madre me ha permitido escribirle unas líneas. ¡Oh, mi Guita, qué bien se está en nuestra querida celda! Cuando entro en ella y me siento sola con mi Esposo, en quien tengo todo, es decir, a mi pequeña, no puedo decir lo feliz que soy. Allí paso muchas horas. Me instalo con mi crucifijo delante de nuestra pequeña ventana, después coso aprisa, mientras que mi alma queda con El. Adiós, bajo al coro para rezar maitines y laudes. según creo. Te mando todo mi cariño, diciéndote una vez más gracias por todo lo que has hecho por tu hermana mayor. M. I. de la Trinidad No tengo más sellos, ¿cuándo volveréis? ¿No os causo pena diciéndoos mi felicidad? No seáis celosas, pienso mucho en vosotras, mis queridas, a quienes amo tanto…

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96 A Alicia Chervau – 29 de septiembre de 1901

Carmelo de Dijon, domingo

Querida Alicia:

No acabo de creer lo que acaban de decirme y mi corazón no te abandona.

He pasado por esas angustias y comprendo tu tristeza; yo, que tan bien conozco el corazón tan tierno, tan sensible, de mi pobre Alicia, a quien tanto quiero.

Fui a hacer una visita al Santísimo Sacramento que tenemos en el oratorio. He colocado a tu querido enfermo cerca del buen Maestro y le he dicho: «Señor, el que amas está enfermo» (Jn 11, 3). Confianza, mi querida Alicia. El es omnipotente y nosotras rogamos con todo el corazón. No olvido todas las atenciones y delicadezas que habéis tenido con mi querida mamá cuando estuvo tan mala, y pido a mi Esposo que os pague todo esto. Animo, tu pobre madre te debe necesitar mucho para superarlo. Le dirás, ¿verdad?, cuánto me uno a vosotras y que mi corazón no os abandona. Te abrazo muy afectuosamente, mi querida Alicia. Piensa que no estás sola, que el Señor está contigo para confortarte. Abandónate en sus brazos. El es todo Amor. M.

Isabel de la Trinidad En el Carmelo se ruega mucho por tu querido enfermo.

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97 A su hermana – 10 de octubre de 1901

Carmelo de Dijon, jueves

Mi querida Guitita:

Estamos de fiesta en el Carmelo, pues ayer tuvieron lugar las elecciones. ¡Oh! ¡Si supieras cómo al llevarse a nuestra buena Madre, a quien tanto amaba, el Señor me ha dado otras dos muy buenas, muy buenas! Ya ves, esto es maravilloso, y me hace amar más a este buen Maestro, que tanto mima a su pequeña. Nuestra querida Madre Supriora ha sido elegía Priora.

Esta buena noticia alegrará a mi querida mamá, y por eso quería comunicárosla cuanto antes. Con ocasión de las elecciones hemos tenido licencias, es decir, podemos durante el día hacernos pequeñas visitas las unas a las otras. Pero, ya ves, la vida de una carmelita es el silencio; por eso ella le ama por encima de todo. ¡Oh!, ¡qué bueno es el Carmelo! No encuentro expresiones para decirlo. El martes tendremos la fiesta de Santa Teresa y ya me estoy alegrando. Tendremos el Santísimo Sacramento en el coro. Y ese día pienso estar allí lo que quiera. ¡Vaya si me voy a aprovechar! Vosotras estaréis conmigo, mis queridas. Me gusta hablarle de vosotras al Señor. Allí, junto a El, os vuelvo a encontrar de nuevo, porque para las almas no hay separación. ¡Ah, cuánto os amo! Nunca como ahora lo he notado…

En cuanto a cosas importantes, está la colada. Puse tanto entusiasmo que por la noche tenía ampollas; pero en el Carmelo todo es delicioso, porque se encuentra en todas partes al Señor… Cada vez me parece más que es un rincón del cielo. ¡Ah, cuántas gracias doy a mamá por haber dicho su «fiat», que me ha abierto mi prisión de amor. Gracias también a mi pequeña, que tanto ha hecho por su hermana mayor. El Señor sabe todo esto. ¡Ah, cuánto os ama! Ya ves, me hace bien ver todo este amor que envuelve a mis seres queridos, a quienes amo tanto! Me alegro de que nuestra madrecita vaya mejor. Estoy muy contenta de que estéis en casa de la señora de Guardia. Creo no olvide a esta Isabelita que le guarda un lugar muy bueno en su corazón. Da las gracias a Margarita y a Juana por todas sus atenciones contigo. Yo les estoy muy reconocida por el afecto de que rodean a mi pequeña… Me parece que habláis de mí, pero si supieseis cómo yo, detrás de las rejas, hablo de vosotras con mi Esposo, con Aquel que es Amor…

Adiós, mi pequeña, te dejo para ir a maitines y te llevo en mi alma.

Abraza a mi querida madrecita, dile que yo la amo mucho, mucho. Recuerdos afectuosos a Margarita y Juana, un recuerdo particular a la señora de Guardia y a mi querida señora Berta, a quien tanto quiero. Gracias por todas sus atenciones con mamá. Guarda para ti lo mejor de mi corazón. I. de la Trinidad Martes, una unión todavía mayor.

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98 A Francisca de Sourdon – Octubre noviembre de 1901

Carmelo de Dijon, domingo

Mi querida Francisquita:

Habiéndome permitido escribirte nuestra Madre, aprovecho el domingo para hacerlo. Me parece que se te mima, querida mía, pero ya sabes la condición.

Veo que mi Francisca casi no se enmienda. Eso me causa pena. Antes te aguantaba tus enfados, pero ahora no eres ya una niña y esas escenas son ridículas. Sé que permites todo a tu Sabel, por eso te digo lo que pienso.

¡Es preciso que trabajes en serio! Ya ves, querida mía, tú tienes mi natural, y sé lo que puedes hacer. ¡Ah, si supieses lo bueno que es amar al buen Dios y darle lo que El te pide, sobre todo cuando cuesta, no dudarías en escucharme después de tanto tiempo! Ciertamente que al principio tú no sientes más que el sacrificio, pero verás, mi Francisca, que después se goza de una paz deliciosa. ¡Si supieras cómo pienso en ti!… Ya ves que nada ha cambiado, que soy tu madrecita. Ah, te querría tan buena… Voy a decirte una cosa: ya que no estoy a tu lado para recibir a cada momento lo que rebosa tu corazoncito, cada vez que sientas necesidad de contarme algo, te encerrarás en tu cuarto y allí, entre el crucifijo y mi retrato, que tanto te gusta, te recogerás un momento y pensarás que estoy allí con el buen Jesús y mi Francisca. Cada vez que hayas evitado una riña o una disputa con María Luisa o cuando te sientas demasiado enfadada irás allá.

¿Entendido? Hice tu encargo la misma noche. Me parece que soy gentil. También tú puedes darme gusto. Te quiero mucho, mi querida. Sabes que eres mi pequeña hijita y que no quiero a nadie más que a ti. ¿Quieres continuar nuestras citas de las ocho de la tarde como en Mont Dore?.

Adiós, querida. Te dejo sin dejarte, pues te guardo en mi alma. Da gracias a Jesús por mí. Soy demasiado feliz. Tú no comprendes esto, pero si supieses lo bueno que es no vivir más que de El… Que El te lo enseñe, se lo pido con toda mi alma. Tu Sabel Di a tu buena madre que ruego todos los días por sus intenciones.

Saludos a María Luisa. Besos a mi Guita.

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99 Al canónigo Angles – 1 de diciembre de 1901

Carmelo de Dijon, 1 de diciembre

Muy querido señor:

Tengo la satisfacción de comunicarle mi inmensa felicidad, a la que, lo sé, usted ha contribuido en una gran parte. ¿Tengo necesidad de manifestarle mi profunda gratitud? Usted conoce el corazón de su Isabelita y sabe cómo paga ella las deudas a aquellos que ama.

María me va a revestir de mi querida librea del Carmelo el día 8, fiesta de su Inmaculada Concepción. Voy a prepararme al hermoso día de mis desposorios con un retiro de tres días. Ya ve. Cuando pienso en ello me parece no estar ya en la tierra. Ruegue mucho por su pequeña carmelita, para que ella se entregue del todo, se dé enteramente y alegre el Corazón de su Señor. Quisiera darle el domingo algo muy bueno, pues amo tanto a mi Cristo… Oh, hubiera sido muy feliz de tenerle junto a mí. Sé que si puede hacerlo no me rehusará esta gran alegría. Su alma, ¿no es verdad?, estará siempre en comunión con la de la dichosa prometida que, al fin, va a darse a Aquel que desde hace mucho tiempo la llama y quiere sea toda suya. Pídale que yo no viva más, sino que sea El quien viva en mí (Gal 2, 20), y después, desde lo mejor de su alma, bendiga a su hijita feliz y agradecida.

Isabel de la Trinidad Gracias por sus felicitaciones por mi fiesta. No puedo escribir a mi querida María Luisa. Le ruego le comunique mi felicidad.

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100 A la hermana María Javiera de Jesús – 3 de diciembre de 1901 (?)

Toda el alma de vuestra hermanita festeja la vuestra. Escuchad lo que para vos sube de su corazón al de Cristo… Después perdámonos en El…

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101 A la Madre Germana – 25 de diciembre de 1901

¡Oh, mi Verbo adorado, en el silencio di bajito a nuestra Madre lo que el corazón lleno de gratitud de su novicia no puede expresar. Después llévanos a esas regiones de paz, de luz y de amor donde se consuma el «Uno» en los Tres! Navidad de 1901

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102 A la hermana María de la Trinidad – 25 de diciembre de 1901

En este Pequeñito está toda el alma de Cristo. Es en él donde vuestro Tobías os da la cita. Dejémonos tomar, llevar a sus claridades. El viene a decirlo todo, a enseñarlo todo. Navidad de 1901

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103 A su madre – 25 de diciembre de 1901

Diciembre

Mi querida mamita:

El Señor no nos ha separado. Nada ha cambiado y tu Isabelita viene como en otro tiempo a dejarse acariciar y decirte con un buen beso que ella te quiere mucho, mucho. Por lo tanto, nada de tristeza este día. ¡Si supieras lo cerca que estoy de ti! Hace tanto bien encontrarse en Dios. Me parece que no hay separación, ni distancia. «En El lo tenemos todo». Oh, madre querida, si supieses cómo te ama el Maestro, cómo bendice tu sacrificio… «El que hace la voluntad de mi Padre, ha dicho El, ése es mi padre, mi madre y mi hermana». Me parece que es a ti a quien dirige esas palabras. El pequeño Jesús de la cuna te extiende los brazos con amor y te llama su «madre». Tú le has dado tu hija para ser su pequeña esposa, y he aquí que El se hace tu hijo muy querido. Ya lo ves. El me ha tomado para darse más a ti. Escúchale, haz silencio, El te llevará todos mis encargos. Es a Cristo, mi Prometido, a quien entrego mis cariños, mis gracias para mi querida mamá y mi Guita, a quien amo con todo mi corazón.

Isabel de la Trinidad, muy feliz en su Carmelo

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104 A su hermana -17 (?) de enero de 1902

Que el buen Dios enseñe a mi pequeña Guita el secreto de la felicidad: consiste en la unión, en el amor… No ser más que «una cosa» con El, es tener su cielo en la fe, en espera de la visión cara a cara…

Enero de 1902. Isabel de la Trinidad

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105 A Francisca de Sourdon – 28 de enero de 1902

Mi querida Francisca:

Te envío todo mi corazón como un ramillete de fiesta. Tú sientes bien, ¿no es verdad?, que está cerca del tuyo y que nada ha cambiado entre nosotras. Me parece que las rejas no pueden ser una separación entre dos almas tan unidas como las de Francisquita y la de Sabel. Y si no sabes encontrarme, la falta es tuya, porque yo te indiqué el lugar de nuestro “encuentro”, y te aseguro que yo no me privo de ir allí para encontrarte…

Nuestra buena Madre, a quien hablo frecuentemente de mi Francisquita, va a sacar fuera de clausura a una hermosa pequeña carmelita que te llevará todas mis felicitaciones. No hagas demasiado ruido junto a ella, piensa que viene de la soledad del Carmelo y no la espantes.

¡Oh, mi Francisquita, que ella te lleve un poco de la dulzura de tu santo Patrón, que te enseñe el secreto de la verdadera felicidad! Ya ves, te quiero tanto, te querría tan buena… ¡Cuántas palabritas digo al Señor para ti! Adiós, Francisquita querida, no olvides lo que me has prometido. Te quiero mucho, y te envío lo que tengo de mejor en mi corazón. Hna. Isabel de la Trinidad Envío toda mi gratitud a tu querida mamá, no sé cómo agradecerla sus atenciones para con mi querida madre. Recuerdos respetuosos a la señora de Anthes. Dile que rezo con toda mi alma y que estoy llena de confianza. Me parece que mi oración es omnipotente, porque no soy yo quien ruega, es mi Cristo que está en mí.

Abrazos y gracias a María Luisa.

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106 A la señora de Bobet – 10 de febrero de 1902

Carmelo de Dijon, 10 de febrero

Muy querida señora:

No sé cómo darle las gracias. Realmente me ha mimado. ¡Si supiese qué alegría me ha dado! Tenía muchas ganas de este bello Cántico de San Juan de la Cruz, y dado por usted, con su hermosa sentencia de la primera página, me lo hace doblemente precioso. El está muy cerca de mí, en la tablilla de mi querida celda. ¿Tendré necesidad de mirarle para pensar en usted, querida señora? Oh, no, ciertamente no, ya que mi pensamiento y mi corazón, o mejor, mi alma, la encuentran en Aquel ante quien no hay separación ni distancia y en el que es bueno encontrarse. Que El sea nuestro “Encuentro”. ¿Le parece, querida señora? Positivamente ha habido un encuentro entre nuestras almas.

Nos conocíamos muy poco y nos amamos mucho. ¡Oh, es Jesús quien ha hecho esto! Que El cimente nuestra unión y nos consuma en las llamas de su amor.

Adiós, querida señora. Crea que detrás de las rejas del Carmelo tiene un pequeño corazón que le guarda un muy fiel recuerdo. un alma toda unida a la suya y que la ama mucho. Una vez más gracias. No sé decírselo. El se lo dirá de parte de su pequeña prometida. Isabel de la Trinidad Un beso a la querida Simonita.

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107 A la Madre María de Jesús – 11 de febrero (o poco antes) de 1902

Amo Christum

Mi buena Madre:

Debe encontrar a su Isabelita muy silenciosa. Pero si su pluma se calla, su alma y su corazón al menos no se privan de ir a encontrarla en Aquel en quien siempre permanece, mientras todo pasa y cambia a nuestro alrededor.

¡Oh, mi buena Madre! Ruegue un poco para que la pequeña “casa de Dios” esté siempre llena, habitada por los Tres. He marchado al alma de Cristo, y es ahí donde voy a pasar mi Cuaresma. Pídale que no viva yo, sino que El viva en mí (Gal 2, 20), que “la Unidad” se consume cada día más, que quede yo siempre bajo la gran visión. Me parece que está en ello el secreto de la santidad, y ¡es tan sencillo! Oh, mi buena Madre, pensar que tenemos nuestro cielo en nosotros, ese cielo del que siento a veces la nostalgia… ¡Qué hermoso será cuando el velo se descorra al fin, y gocemos cara a cara de Aquel a quien amamos sobre todo! En la espera, vivo en el amor, allí me sumerjo, me pierdo; es el infinito, ese infinito del que tiene hambre mi alma… Pero usted conoce el alma de su Isabel, por la que tanto ha hecho.

Ella no olvida todo esto. Sabe que el Señor le ha dado un corazón agradecido, amoroso y lleno de ternura para con la buena Madre que le ha enseñado a amar al Maestro, por el que quisiera morir de amor. Permitid a vuestra pequeñita abrazaros, y bendecidla con lo mejor de vuestra alma, ¡guardadla en ella muy cerca de El!… Isabel de la Trinidad

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108 A sus tías Rolland – 11 de febrero de 1902

Mis buenas tiítas:

Estamos otra vez en Cuaresma. No lo puedo creer. El tiempo pasa muy rápido en el Carmelo, donde, desde hace seis meses, tengo la felicidad de ser la prisionera de Aquel que se hizo prisionero por nosotros. No las olvido, y todos los días ruego por ustedes. Lo sienten, ¿no es verdad? Hemos tenido expuesto el Santísimo durante las Cuarenta Horas y era hermoso ir a consolarlo. Tan hermoso que se quisiera permanecer allí siempre, ¿no es así, tía Francisca? ¿Te acuerdas cuando tía Matilde reprendía a las dos Magdalenas, que se ponían a rezar en vez de adornar la capilla?. Menos mal que, aun siendo Marta, se puede permanecer como Magdalena siempre cerca del Maestro, contemplándolo con una mirada amorosa. Y esto es nuestra vida en el Carmelo. Pues aunque la oración sea nuestra principal y aun única ocupación, porque la oración de una carmelita no cesa nunca, nosotras tenemos también trabajos, obras exteriores. Quisiera que me vieseis en la colada, toda arremangada y chapoteando en el agua. Dudáis de mis capacidades en esta materia y tenéis razón. Pero con Jesús una se pone a todo, se encuentra todo delicioso y nada es difícil y penoso. ¡Oh, qué bien se está en el Carmelo! Es el mejor país del mundo y puedo decir que soy tan feliz como el pez en el agua. Mi tía me cree con dificultad. Dadla un abrazo de mi parte y guardad para vosotras lo que hay de mejor en el corazón de vuestra pequeña, que os quiere tanto y no os olvidará jamás.

Hna. Isabel de la Trinidad Recuerdos al señor Cura.

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109 A su hermana – 16 de febrero de 1902

Carmelo de Dijon, domingo

Mi querida Guita:

¡Qué agradable sorpresa! ¡Una carta de Sabel en Cuaresma! Ya ves, el Señor es muy bueno, y nuestra Madre también, ellos me mandan decir a mi pequeña que el jueves mi oración será muy intensa y que yo no seré más que “una cosa” contigo. Por lo demás, no es una cosa nueva, porque nosotras no nos separamos jamás. Sabes bien la oración que Cristo hacía a su Padre: “Quiero que sean uno, como tú y yo no somos más que uno”. Oh, cuando este “uno” está consumado entre las almas, me parece que no hay separación posible. Tú lo sientes así, ¿no es verdad? El sábado yo os seguía, mis queridas. Veía el tren que os llevaba, pero me parecía que no os alejábais, porque hay Uno que es el Inmutable, el que permanece siempre, en el que nos encontramos siempre…

Te envío mi carta a Lunéville. Pienso que estáis allí ahora. Te doy mil cariñosos recuerdos para la señorita Adelina. Tú le dirás que las rejas del convento que la habían helado y parecido tan sombrías me parecen de oro.

¡Ah! Si se pudiese levantar la cortina, ¡qué bello horizonte de la otra parte! Es el Infinito, y por eso se hace mayor cada día. Guita, querida, no llores a tu Isabel. Si supieses el hermoso nido que mi Amado me preparaba aquí. ¡Ah! Este Carmelo, este solo a solo con el que se ama, si supieses lo hermoso que es. Sí, es un cielo anticipado. No seáis envidiosas, mis queridas. El solo sabe el sacrificio que hice al dejaros, y si su amor no me hubiese fortalecido, si no me hubiera apretado muy fuerte en sus brazos, veo bien que no hubiera podido hacer este sacrificio. Os amo mucho, y me parece que este amor crece más cada día, porque El lo diviniza.

He pasado estos días de Carnaval deliciosos, divinos. El lunes y el martes tuvimos el Santísimo Sacramento en el oratorio y el domingo en el coro. He pasado casi todo el día junto a El, y mi Guita estaba allí conmigo, porque me parece que la guardo en mi alma. Era muy hermoso, te lo aseguro.

Estábamos en la oscuridad, porque la reja estaba abierta y toda la luz venía de El. Me gusta tanto ver esta gran reja entre nosotros… El está prisionero por mí, y yo estoy prisionera por El.

Ya que a mamá le interesan las noticias de mi salud, dile que voy bien, la Cuaresma no me fatiga, ni me doy cuenta de ella, y además tengo una Madrecita que vela sobre mí con un corazón todo maternal. Que mi querida mamá esté tranquila, su pequeña está bien cuidada, bien amada. En cuanto al frío, si no viese las lindas cortinas que el buen Dios pone en nuestra pequeña ventana, ni se me ocurriría pensar que estamos en invierno. ¡Si vieras lo bonito que está nuestro claustro con sus cristales helados! ¿Has sabido la muerte de la señorita Galmiche, aquella que estaba en las Damas de los Ejercicios?. Su amiga la señorita Rouget está muy mal. La señora Sagot me ha escrito para pedirme oraciones. Mamá querida, ¿no piensas que es mejor dar su hija a Dios y alegrarse de su felicidad que dejar que el Señor se la lleve? Adiós, Guita querida. Que Cristo te lleve mi cariño y todo lo que mi alma quisiera decirte. No le dejes, vive en su intimidad; es ahí donde no somos más que uno.

Mil besos, mamá querida, y gracias. ¡El Señor está muy contento! Si vieras con qué amor te mira…

Gracias a la señorita Adelina por el afecto que nos tiene, y también a la señora Cosson. Di a la señora Massiet que su pequeña carmelita le está muy unida.

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110 A su hermana – 16 de febrero (?) de 1902

Que Cristo cautive, encadene, llene a mi Guita querida. Que ella vaya a perderse en El como la gota de agua en el océano.

Permanezcamos en su amor (Jn 15, 9); es ahí donde El da la cita a las dos hermanitas para fundirlas en la unidad. Isabel de la Trinidad.

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111 Al canónigo Angles – 7 de abril de 1902

Carmelo de Dijon, 7 de abril

Querido señor canónigo:

Si usted supiese el bien que hace pasar una Cuaresma, una Semana Santa, un día de Pascua en el Carmelo. ¡Es algo único! Con qué alegría he cantado el Alleluia, envuelta en la capa blanca, vestida de esta querida librea que tanto he deseado. La jornada del Jueves Santo, pasada junto a El, fue muy buena. Yo habría pasado la noche también, pero el Maestro ha querido que me fuese a dormir. Esto no importa, ¿no es verdad? Se le encuentra en el sueño como en la oración, pues El está en todo, en todas las partes y siempre. A las dos bajé al coro. Usted adivine lo que me regalé, y también lo que he rogado por usted. Amo cada vez más las rejas que me hacen su prisionera de amor. Es tan hermoso pensar que somos prisioneros, encadenados el uno para el otro; más aún, que no somos más que una sola víctima, ofrecida al Padre por las almas, para que sean todas consumadas en la Unidad.

Cuando usted piense en su carmelita, dé gracias a Aquel que me ha reservado una porción tan hermosa. Algunas veces pienso que es un cielo anticipado. El horizonte es tan bello… Sí, es El. ¡Oh!, ¿qué será allá arriba, si ya aquí abajo hay uniones tan íntimas?… Usted conoce mi nostalgia del cielo. Ella no disminuye, pero yo vivo ese cielo, porque le llevo conmigo. En el Carmelo parece que se está muy cerca dé él. ¿No vendrá usted a verme un día y continuar a través de las rejas las conversaciones que tenía con su Isabelita? ¿Se acuerda usted de mi primera confidencia en el claustro de Saint Hilaire?. He pasado muy buenos ratos con usted y pido a Dios que le haga el bien que usted me ha hecho. Me acuerdo todavía de mi alegría cuando podía charlar un poco con usted y confiarle mi gran secreto.

No era más que una niña, y, sin embargo, usted no dudó de la llamada divina.

No he visto todavía a mi querida mamá, la espero para el primer día. Mi Guita vino la semana última. Hacía casi dos meses que no nos habíamos visto.

Ya puede figurarse lo que fue la visita. Estoy admirada viendo lo que el Señor hace en el alma de mis seres queridos. El me ha hecho suya para darse más, y veo que en mi querido Carmelo les hago más bien que cuando estaba con ellas. ¡Oh, qué bueno es Dios! Le dejo para ir a la oración donde tenemos expuesto el Santísimo Sacramento todos los domingos. No tengo tiempo sino para pedir su bendición. Sé que ella es toda paternal para con su pequeña carmelita. M. Isabel de la Trinidad Muchas gracias por su bonita estampa. Dé mis recuerdos a mi querida María Luisa. Dígale que no está olvidada.

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112 A Berta Guémard – 22 de abril de 1902

Carmelo de Dijon, martes

Mi querida Bertita:

Mi corazón se alegra y se une a la alegría del tuyo, y contigo cuento los días que te separan de la primera visita de tu amado Jesús. ¡Ah!, ¡cómo espera El también este dichoso día, en que, al fin, se dará a su Bertita y, como al Apóstol amado, la hará reposar sobre su corazón (Jn 13, 25). Cuando llegue el momento no te olvides de tu Ángel, que te quiere tanto. Detrás de sus amadas rejas te estará muy unido. Yo haré la Santa Comunión por ti y allí, junto al buen Dios, nos encontraremos, las dos con nuestro velo blanco, porque El me ha dado el de las prometidas, el de las vírgenes que siguen al Cordero a todas partes (Ap 14, 4). Tú vendrás a verme, y ese día podré abrir la cortina y leer en los ojos de mi pequeña Berta toda la alegría que la habrá dejado su Jesús. Más aún, veré a Jesús mismo en la querida Bertita, pues El no viene a ella solamente unos instantes, sino para estar siempre. Acuérdate bien de esto. Y cuando haya pasado el hermoso día, di que esto no se ha acabado, sino que entre Jesús y su pequeña Berta comienza una unión que debe ser un anticipo del cielo.

Di a tu querida mamá que estaré muy cerca de ella, participando de toda su emoción. Un recuerdo particular a la querida enferma, la pequeña víctima que el Señor se ha elegido, porque la ama con un amor particular. Y para ti y mi Magdalena lo que tengo de mejor en mi corazón.

Hna. Isabel de la Trinidad

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113 A su hermana – 25 de mayo de 1902

Mi Guitita:

¡Qué alegría me ha producido tu sorpresa! Tenía casi abierta la boca para cantar, cuando oí las primeras notas del armonium y mi corazón lo adivinó todo. Estaba emocionado el corazón de tu Isabel. La atención de su pequeña la ha conmovido mucho y toda su alma estaba en comunión con la tuya.

Manifiesta mi gratitud a las hermosas voces que vinieron a festejar a la Santa Trinidad, particularmente a mi María Luisa. Dile que he reconocido su voz y también la de Alicia y que ruego por ellas.

Oh, sí, Guita mía. Esta fiesta de los Tres es verdaderamente mi fiesta.

Para mí no hay ninguna parecida. Ella está muy bien en el Carmelo, porque es una fiesta de silencio y de adoración. Nunca había comprendido tan bien el misterio y toda la vocación que hay en mi nombre. Yo te he consagrado a los Tres, Guita mía. Ya ves cómo dispongo de ti. Sí, es en este gran misterio donde te doy mi cita. Que él sea nuestro centro, nuestra morada. Te dejo con este pensamiento del P. Vallée para que te sirva de oración: “Que el Espíritu Santo te lleve al Verbo, que el Verbo te conduzca al Padre y que seas consumada en la Unidad, como sucedía en Cristo y nuestros Santos”. Os abrazo, mis dos queridas. Te doy la cita todos los días de la Octava, de mediodía a la una

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114 A la hermana María de la Trinidad – 25 de mayo de 1902 (?)

Que la Unidad se consume en lo más profundo de nuestras almas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

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115 A una persona no identificada – 1902

Que los Tres reúnan nuestras almas en la unidad de una misma fe y de un mismo amor. Isabel de la Trinidad

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116 A Cecilia Lignon – 29 de mayo de 1902

Carmelo de Dijon, 29 de mayo

Mi querida Cecilita:

Tu gran amiga ha estado hoy muy unidad a ti, su corazón era uno con el tuyo. Te he encontrado junto a mi Amado Jesús. Estábamos las dos sobre su Corazón; mi Cecilita con su velo de comulgante y yo con la blanca capa de la Virgen y el velo de las prometidas, pues yo soy la prisionera de mi Cristo, su pequeña prisionera por amor. ¡Ah, si supieses lo bien que se está en la montaña del Carmelo! Yo lo he abandonado todo para poder subir a ella, pero mi Jesús vino antes por mí, me tomó en sus brazos para llevarme como a un niño y para reemplazar a todo lo que había dejado por El. Pues le he dado a mi querida madre y a Guita; después, a todos los que quería, entre los que se halla mi querida Cecilita. Ya no iré a verla ni a su querida mamá, a quienes quiero tanto, pero os cito cerca del tabernáculo. Cuando ellas piensen en mí, que vayan allá y me encontrarán siempre cerca del Señor. Que El sea el lugar de nuestro encuentro, ¿verdad, Cecilia? Si El ha venido esta mañana a tu corazoncito, no es para venir y marcharse, sino para quedarse siempre. Guárdalo bien, querida mía, y guárdame a mí también en ese pequeño santuario. Abraza por mí a tu madrecita. Dile que mi corazón guarda un fiel recuerdo de ella.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

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117 A su hermana – 30 de mayo de 1902

Viernes por la noche

Mi Guitita:

Me dijiste que deseabas mucho que te pidiera algo. Y así vengo a decirte que me harías un gran favor si vinieras a cantar en la Exposición el viernes próximo, fiesta del Sagrado Corazón, a las cinco. Tal vez tengas dificultad para reunir a nuestras amigas por causa de la procesión de San Ignacio, pero espero que lo logres. ¿No tendrás algo bonito para cantarlo sola? Paula de Thorey tal vez pueda venir y María Luisa estará muy contenta de hacerlo por el Sagrado Corazón. En cuanto a Alicia, no irá, sin duda a los Padres, a causa de su luto. En fin, Guita mía, procura arreglar esto. Yo te siento en la capilla, de mediodía a la una; es la fusión de nuestras dos almas en El.

¡Oh, si supieras qué cerca estamos! Sigue unida a los Tres a través de todo; allí está el centro donde nos encontramos. Te quiero mucho, Guita mía. La comunión del domingo será para ti. Después yo pasaré el día en el coro y tú estarás allí conmigo. ¿No es verdad que es hermoso estar cerca de El? Ya ves: El es mi Infinito. En El amo, soy amada y tengo todo. Unión firme y profunda. Di a mamá que he recibido su cartita.

Perdón por este papel. He querido acercarlo a la lámpara para secarlo más pronto y he quemado la parte inferior. Tu Sabel, que es “una” contigo Di a la señora de Avout que pido por sus intenciones.

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118 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902

Mi Guitita:

¿Puedes copiarme la música de los cánticos siguientes con una sola letra para darme cuenta de las sílabas?:

Oh, Santo altar, dos partes.
El Trío de Saint Saens, dos partes.
La melodía de la medalla milagrosa.

Si tienes romanzas bonitas fácilmente versificables, dámelas también.

¡Ha sido nuestra buena Madre la que me ha dado esta bonita estampa.¡ Hazlo lo más pronto posible. Gracias.

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119 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902

Mi Guitita:

Acudo nuevamente a pedirte un favor. Serás muy gentil enviándome lo más pronto posible la piel de guantes blancos (piel satinada). Podrías enviarme los puños de tus guantes grandes. La lavarás para que esté limpia. Me harás un buen servicio. Di a las hermanas que no se lo entreguen a nuestra Madre, porque esto me servirá para hacer algo para su fiesta. ¿Puedes también copiarme el [O] Salutaris de Gounod? Gracias, Guita mía querida. Te doy cita en el misterio de los Tres. Ruega por tu Sabel, que te quiere mucho y siente su alma muy cerca de la tuya.

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120 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902

Mi pequeña Guita:

La melodía que ha escogido la señorita de Benolt carece de ilación y no podía sacar nada sobre ella. A nuestras hermanas las gusta mucho la melodía de los “Mártires”, que hemos cantado en San Benigno. La Madre Supriora tiene la música, que ella os presta. Es con esta música con la que cantaréis las coplas. Tengo tres, creo fue lo que me dijiste. ¿Tendrías la bondad de enviarme ¡mandándoselo a la Madre Supriora¡ toda la muselina que queda de nuestros trajes de primera comunión? Si no hay suficiente, la muselina de lunares, que está en una caja del desván. Es para Santa Germana. Ya te lo contaré. (Después te la devolveré).

Adiós. No tengo tiempo más que para abrazarte antes de dormir. Unión, nosotras tenemos nuestro cielo en nosotras; vivámosle. Te quiero mucho, mi Guita.

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121 A la hermana Inés de Jesús María – 11 de junio de 1902

A la hermana Inés de Jesús María

Vayamos al Padre Sí, querida hermana, pasemos a través de todo, perdidas en su Infinito, como Magdalena, la gran apasionada, la gran iluminada. “Le han sido perdonados muchos pecados porque amó mucho” (Lc 7, 47). He aquí lo que nos pide: el Amor que no se mira a sí mismo, sino que se abandona, sube por encima de los sentimientos y las impresiones; el Amor que se da, que se entrega, el Amor “que establece la Unidad”. ¡Vivamos como Magdalena a través de todo el día y la noche en la luz o en las tinieblas; siempre bajo la mirada de la Inmutable Belleza que quiere fascinarnos, cautivarnos, más aún, deificarnos! ¡Oh, mi hermana! “Ser El”, he ahí todo mi anhelo. Entonces ¿no cree que una mirada, un deseo, no viene a ser una oración poderosa a la que el Padre, que contempla en nosotras su Verbo adorado, no puede resistir? ¡Oh, sí! Seamos El y “vayamos al Padre” en el movimiento de su alma divina. 11 de junio de 1902

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122 A la señora de Sourdon – poco después del 15 de junio de 1902

Muy querida señora:

Con la alegría de un niño he ofrecido de su parte a nuestra Reverenda Madre, abrumada por todas partes, estas exquisitas magdalenas, a quien su delicada atención ha emocionado mucho. Permítame expresarla mi gratitud por ello, así como por sus atenciones para con mi querida mamá, que en cada visita me habla de sus delicadezas para con ella. Ruego mucho por usted, se lo aseguro, ya que por este trato divino puedo pagar todas mis deudas de reconocimiento. Oh, sí, querida señora, vivamos con Dios como con un amigo; avivemos nuestra fe, para comunicar con El a través de todo. Esto es lo que hace a los Santos. Llevamos nuestro cielo en nosotras, pues Aquel que sacia a los bienaventurados en la luz de la visión y a nosotros se nos da en la fe y en el misterio es el mismo. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó en mí, y querría decir bajito este secreto a todos los que amo, para que también ellos se unan siempre a Dios a través de todas las cosas y se realice esta oración de Cristo: “Padre, que sean consumados en la Unidad” (Jn 17, 23).

Esta mañana he visto a María Luisa y he pensado que mi Francisquita habrá tenido una gran tristeza por no haber aprovechado esta buena ocasión.

¡Que se consuele! La envío lo mejor de mi corazón, y que ella me encuentre en Aquel que nunca falta.

Adiós, querida señora. Tenga la bondad de decir a la señora de Maizieres que pido mucho por el proceso, y guarde para usted las mejores ternuras del corazón de su amiguita muy agradecida. Isabel de la Trinidad Nuestra Reverenda Madre, a quien hablo con frecuencia de mi Francisquita, me da para ella esta fotografía de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

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123 A Francisca de Sourdon – 19 de junio de 1902

Carmelo, jueves por la noche Sí, mi querida, yo pido por ti y te guardo en mi alma cerca del Señor, en ese pequeño santuario todo íntimo donde yo le encuentro a cada hora del día y de la noche. Nunca estoy sola. Mi Cristo está allí orando en mí y yo con El. Me haces sufrir, mi Francisquita. Veo bien que eres desgraciada, pero es falta tuya, te lo aseguro. Estáte tranquila. No te creo loca, pero sí nerviosa y sobreexcitada, y cuando estás así haces también sufrir a los demás. ¡Ah, si yo pudiera enseñarte el secreto de la felicidad, como el Señor me lo ha enseñado! Dices que yo no tengo preocupaciones ni sufrimientos. Es cierto que soy muy feliz; pero si supieses cómo, aun siendo contrariada, se puede ser también feliz: hay que mirar siempre a Dios. Al principio hay que hacer esfuerzos cuando se siente que todo hierve dentro, pero poco a poco, a fuerza de paciencia y con la ayuda del Señor, se logra lo que se pretende.

Es necesario que te construyas, como yo, una pequeña celdilla dentro de tu alma. Pensarás que el Señor está allí y entrarás en ella de cuando en cuando. Cuando te sientas nerviosa o te consideres infeliz, corre pronto a ella, y confía todo al Maestro. ¡Ah!, si le conocieses un poco, la oración no te aburriría; me parece que ella es un reposo, un descanso. Uno va con toda naturalidad a Aquel a quien se ama, se está junto a El, como un niño pequeño en los brazos de su madre, y se deja hablar al corazón. Te gustaba mucho sentarte junto a mí y hacerme confidencias. Es así como hay que ir a El. Si supieras qué bien nos comprende… Si comprendieras esto, no sufrirías más. Este es el secreto de la vida del Carmelo. La vida de una carmelita es una comunión con Dios de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Si El no llenase nuestras celdas y nuestros claustros ¡qué vacío estaría esto!… Pero le vemos a través de todo, porque le llevamos en nosotros, y nuestra vida es un cielo anticipado. Pido al Señor que te enseñe todos estos secretos y te guarde en mi pequeña celdilla. Por tu parte, guárdame en la tuya, así no nos dejaremos jamás. Te quiero mucho, mi Francisquita, y te querría muy buena, llena de la paz de los hijos del buen Dios. Tu Isabel de la Trinidad La Exposición del Santísimo me gustó mucho. Da de mi parte muchas gracias a María Luisa. He rogado mucho por el proceso

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124 Al abate Beaubis – 22 de junio de 1902

Carmelo de Dijon, 22 de junio

¿No le parece que para las almas no hay distancias, no hay separación? Es la realización de la oración de Cristo: “Padre, que ellos sean consumados en la Unidad” (Jn 17, 23). Me parece que las almas de la tierra y los bienaventurados en la luz de la visión están muy cerca los unos de los otros, porque comunican todos con un mismo Dios, con un mismo Padre, que se da a los unos en la fe y el misterio y sacia a los otros en sus claridades divinas… Pero es el mismo, y nosotros lo llevamos en nosotros. El está inclinado sobre nosotros con todo su amor, día y noche, queriendo comunicársenos, infundirnos su vida divina, para hacer de nosotros seres deificados que le irradien por todas partes. ¡Oh, qué poder tiene sobre las almas el apóstol que permanece siempre junto a la Fuente de las aguas vivas! (Ap 7, 17). Entonces puede verterse sin que jamás su alma se vacíe, ya que vive en comunión con el Infinito. Pido mucho por usted, para que Dios llene todas las potencias de su alma, la ponga en comunión con todo el Misterio, para que todo en usted sea divino y marcado con su sello; en fin, para que sea otro Cristo trabajando por la gloria del Padre. Usted también ruegue por mí, ¿verdad? Quiero ser apóstol con usted, desde el fondo de mi querida soledad del Carmelo. Quiero trabajar por la gloria de Dios y para esto es necesario que esté llena de El. Entonces tendré la omnipotencia: una mirada, un deseo son una oración irresistible que pueden obtenerlo todo, porque es, por decirlo así, Dios que se ofrece a Dios. Que nuestras almas no sean más que una en El, y mientras usted le lleva a las almas, yo quedaré, como Magdalena, a los pies del Maestro en silencio y adoración, pidiéndole que haga fecunda su palabra en las almas. “Apóstol, carmelita”, ¡es lo mismo! Seamos todo para el Señor, señor abate. Dejémonos invadir por su savia divina. Que El sea la vida de nuestra vida, el alma de nuestra alma, y permanezcamos día y noche conscientes bajo su acción divina. Crea, señor abate, a mi sincero afecto en Nuestro Señor. Hna. Isabel de la Trinidad Gracias por su carta. Sí, que Dios una nuestras almas en El para su gloria. ¡Unión, comunión!…

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125 A Elena Cantener – después del 21 de junio de 1902

Que Cristo nos introduzca en esas profundidades, en esos abismos donde no se vive sino de El. ¿Queréis uniros a vuestra hermanita para haceros toda amante, toda oyente, toda adorante? ¡Amar, amar en todo tiempo, vivir de amor, es decir, entregarse, ser su presa! ¿Queréis darme vuestra alma y como en otro tiempo nos encontraremos a los pies del Maestro, que quiere decirnos todo su misterio? Os abrazo muy cariñosamente.

Vuestra hermanita, Isabel de la Trinidad

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126 A Elena Cantener – después del 21 de junio de 1902

Permanezcamos en su amor (Jn 19, 9). Que El virginice, que El imprima en nosotras su belleza, y que llenas completamente de El podamos comunicarlo a las almas.

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127 A Francisca de Sourdon – julio de 1902

Mucho te agradecería, mi Francisquita, si pudieras prestarme tu colección de Botrel. Las melodías son tan bonitas, que quisiera componer algunas letrillas sobre ellas y yo copiaré algunas antes de que marches.

María Luisa me ha dicho que podía enviar a tu madre esta cartita, que tendrá la bondad de enviarla en una de sus cartas. Dile que ruego mucho por sus intenciones. En cuanto a ti, mi Francisquita, te guardo en mi alma y pido a Aquel que mora en ti que te haga muy buena. Te quiero y te abrazo. Isabel

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128 A Francisca de Sourdon – 24 de julio de 1902

Carmelo, jueves 24 de julio

Mi querida Francisquita:

Conservo la larga carta que me escribiste antes de tu partida. La he leído y releído, pidiendo al Divino Ideal que cautive y bendiga a este corazoncito que El busca, que El envuelve, y que quiere escapársele para vivir en cosas muy por debajo del fin para el que ha sido creado y puesto en el mundo. Mi Francisquita, comprendo que tengas necesidad de un ideal, es decir, algo que te haga salir de ti para subir más arriba. Pero, ya ves, no hay más que Uno y es El, el solo Verdadero. ¡Ah, si le conocieras un poco, como tu Sabel!… El fascina, El arrebata. Bajo su mirada el horizonte se hace tan bello, tan vasto, tan luminoso… Ya ves. Le amo apasionadamente y en El lo tengo todo. A través de El, bajo su irradiación, debo mirarlo todo, ir a todo. ¿Quieres, querida mía, orientarte conmigo hacia ese sublime Ideal? Esto no es una ficción, es una realidad, es mi vida en el Carmelo. Si no, mira, a la Magdalena. ¿No fue ella cautivada? Ya que tú tienes necesidad de vivir más allá, vive en El. Es muy sencillo. Y después, sé buena. Me causas mucha pena haciendo sufrir así a quien te ama más de lo que tú comprendes. Puede ser que un día te des cuenta de tu mal proceder. ¡Qué pesares entonces, mi Francisquita! Tú no sabes lo que hay en el corazón de madres como las que Dios nos ha dado. Acuérdate que en la tierra no hay cosa mejor, y creo que el Maestro no podía pedirme cosa mayor que darle la mía.

Te quiero educada y sumisa, llena de la paz del Señor. Permanezcamos en El, Francisquita querida. Cuanto más mala te veo, más me apego a tu alma, porque el Maestro la quiere, y además tú eres un poco mi hijita, y me parece que tengo que responder un poco por ti. No tengas una conversión demasiado difícil. Déjate coger en las redes del Maestro. Es muy bueno estar allí.

Tu gran amiga y tu madrecita, Isabel de la Trinidad (cautiva de Cristo)

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129 A la señora de Sourdon – 25 de julio de 1902

Carmelo de Dijon, 25 de julio

Querida señora:

Su larga y buena carta me ha causado pena, pues siento la gran tristeza de su alma. He rogado mucho por usted, en comunión con el Verbo de Vida (I Jn 1, 1), con Aquel que ha venido para traer el consuelo de todos los dolores, y que la víspera de su Pasión, en el discurso de después de la cena, donde manifiesta toda su alma, decía, hablando de los suyos: “Padre, quiero que ellos tengan la plenitud de mi alegría” (Jn 17, 13).

El abandono, querida señora, es lo que nos entrega a Dios. Soy muy joven, pero me parece que algunas veces he sufrido mucho. ¡Oh, entonces, cuando todo se embrollaba, el presente era tan doloroso y el futuro se presentaba más oscuro todavía, cerraba los ojos y me abandonaba como un niño en los brazos del Padre, que está en el cielo. Querida señora, ¿permite a esta pequeña carmelita que la quiere tanto que le diga una palabra de su parte? Estas son las palabras que el Maestro dirigió a Santa Catalina de Sena: “Piensa en mí y yo pensaré en ti”. Nos miramos demasiado, querríamos ver y comprender, no tenemos suficiente confianza en Aquel que nos envuelve en su caridad. No es necesario pararse ante la Cruz y mirarla en sí misma, sino, recogiéndose en las claridades de la fe, subir más alto y pensar que ella es el instrumento que obedece al Amor divino… “Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada” (Lc 10, 42). Esta mejor parte, que parece ser mi privilegio en mi querida soledad del Carmelo, se la ofrece Dios a toda alma bautizada. El se la ofrece, querida señora, en medio de sus cuidados y solicitudes maternas…

Crea que todo su deseo es llevarla a una unión cada vez más profunda con El… Entréguese a El con toda sus, preocupaciones, y ya que me considera buena abogada en la Corte del Rey, le pido me confíe también lo que desea.

¡Ya puede suponer que su causa será defendida con calor! Cuando mi querida madre me confiaba sus preocupaciones por Guita, yo le decía que no pensase en ello, que yo pensaría por ella y usted ve que el Señor ha pensado por mí.

¿Quiere que la haga la misma petición? habéis dicho sí, ¿verdad? He visto ayer a mi feliz mamá, que reconocía ahora lo bueno que es Dios.

Un día verá usted cómo todo se aclara, todo se ilumina.

El señor Courtois ha vuelto hoy; voy a verle para hablar de usted.

¿Tendrá la bondad de dar las gracias a la señora de Anthes por su carta tan llena de fe? Había rogado tanto… Dios tiene planes que no comprendemos, pero que debemos adorar. Diga también a Miss toda mi unión. Siento su alma perdida en el Infinito de Dios, mirando a ese Océano que lo manifiesta tan bien al alma sedienta de Dios.

Adiós, querida señora. Envuelvo en mi corazón a María Luisa y a Francisquita y, si usted quiere, la doy cita en Aquel que es el Todo, pidiéndole que la haga sentir las dulzuras de su presencia e intimidad divina. Hna. Isabel de la Trinidad

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130 A su madre – 2 de agosto de 1902

Querida mamá:

Hace un año justamente ofrecí al buen Dios la mejor de las madres. Pero este gran sacrificio no ha podido separar nuestras almas. Hoy, más que nunca, ellas no son más que una sola cosa… ¿Tú lo notas, no es verdad? Oh, déjame decirte que soy feliz, divinamente feliz, que el Señor ha sido demasiado bueno conmigo. Es toda una ola que se desborda en mi alma, ola de gratitud y de amor a El y a ti. Gracias por haberme [dado] a El. Está contento contigo, y allá arriba, nuestros queridos ausentes son también muy dichosos. Repasando esas horas desgarradoras, doy gracias a Aquel que nos ha sostenido y arropado. Las fotografías me causan gran alegría. Encuentro que el señor Chevignard ha salido mejor que Guita. ¡Qué alegre estaba el otro día! Desde hace un año no la había visto así. Su corazoncito está preso.

¡Ah! ¿No crees que cuando él está cautivado por Cristo no puede dejar de entregarse hasta el final? Es tan bello mi Prometido, mamá, yo le amo apasionadamente, y amándole me transformo en El, nos amamos tanto… ¡Ah, si no fuera por esto, todavía estaría contigo. Te abrazo, mamá querida. Como tú, siento el sacrificio, pero soy divinamente feliz. Tu hija Isabel Di a los novios que la carmelita les envuelve en su oración.

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131 Al canónigo Angles – 2 de agosto de 1902

Amo Christum

Querido señor canónigo:

¡Qué rápido pasa el tiempo en El! Hace un año que El me introdujo en el arca bendita y ahora, como dice mi bienaventurado Padre San Juan de la Cruz en su Cántico:

Y ya la tortolica al socio deseado en las riberas verdes ha hallado.

Sí, yo he encontrado a Aquel a quien ama mi alma, a este único necesario que nadie me puede arrebatar. Oh, qué bueno, qué bello. Yo quisiera estar toda en silencio, toda en adoración, para penetrar siempre más en El, y estar tan llena de El que pueda darle por la oración a esas pobres almas que ignoran el don de Dios. Sé que usted ruega todos los días por mí en la Santa Misa. ¡Oh! ¿Verdad? Métame en el cáliz, para que mi alma se bañe en la Sangre de mi Cristo, de quien estoy tan sedienta, para ser toda pura, transparente, para que la Trinidad pueda reflejarse en mí como en un cristal. ¡Le gusta tanto contemplar su belleza en un alma! Esto la hace darse más todavía, llenarlas más, para obrar el gran misterio de amor y de unidad. Pida a Dios que yo viva plenamente mi vida de carmelita, de prometida de Cristo. Esto supone una unión tan profunda… ¿Por qué me ha amado El tanto?… Me siento tan pequeña, tan llena de miseria. Pero le amo, no sé hacer otra cosa, le amo con su mismo amor, es una doble corriente entre El que es y la que no es. ¡Ah! Cuando siento al Señor invadir toda mi alma, cómo le ruego por usted. Me parece que es una oración a la que Dios no resiste más y quiero que El me dé todo poder. ¡Cómo me gustaría ir a desbordar la plenitud de mi alma en la suya, como en otro tiempo! Pero ¿no es verdad que nos comunicamos de alma a alma? Adiós, señor canónigo. Bendiga a quien gusta de llamarse siempre su hija.

Hna. Isabel de la Trinidad

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132 A sor María de la Trinidad – 6 de agosto de 1902

Que este aniversario sea verdaderamente un día de iluminación para mi Madrecita. Que toda la Divinidad refleje sus rayos en su alma. Que a través de todo, noche y día, ella comience el cara a cara con el Inmutable, la Belleza radiante que nos saciará durante la eternidad y que desde la tierra quiere llevarnos, cada vez más allá, en las profundidades infinitas, bajo “la gran visión”.

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133 A Germana de Gemeaux – 7 de agosto de 1902

Carmelo de Dijon, 7 de agosto

Mi querida Germanita:

Muchas gracias por su cariñosa carta, que me ha llenado de alegría. Me he alegrado mucho del éxito de Alberto, del que no dudaba, y también por haberme tomado por confidente. El otro día en el locutorio comprendía tan bien su alma que, si no hubiera temido asustar a su madre, la hubiera hecho esperar unos minutos, y las dos, como hermanitas, habríamos hablado de Aquel a quien ama nuestra alma. Me acuerdo todavía de su primera confidencia en Gemeaux. Era todavía muy pequeña, pero ya el Señor cautivaba su corazoncito, y mi alma se sentía atraída hacia la suya… Una carmelita, querida mía, es un alma que ha mirado al Crucificado, le ha contemplado ofreciéndose como víctima a su Padre por las almas y, recogiéndose bajo esta gran visión de la caridad de Cristo, ha comprendido la pasión de amor de su alma, y ha querido entregarse como El… Y en la montaña del Carmelo, en el silencio, en la soledad, en una oración que nunca acaba, porque se continúa a través de todo, la carmelita vive ya como en el cielo: “de Dios solo”. El mismo, que hará un día su bienaventuranza y la saciará en la gloria, se da ya a ella, no la abandona jamás, permanece en su alma. Más aún, los dos no son más que Uno. Por eso ella está hambrienta de silencio, para escuchar siempre, para penetrar más en su Ser Infinito, está identificada con Aquel a quien ama, le encuentra en todo, le ve irradiar a través de todas las cosas. ¿No es esto el cielo en la tierra? Este cielo, mi querida Germanita, le lleva en su alma; puede ya ser carmelita, porque la carmelita es por dentro donde Jesús la reconoce, es decir, por su alma. No le abandone nunca, hágalo todo bajo su mirada divina, y permanezca toda alegre en su paz y en su amor, haciendo la felicidad de los suyos.

Adiós, mi buena Germanita. He pedido a nuestra Reverenda Madre una bendición para usted y estoy muy contenta de enviársela. ¡Es tan buena nuestra Madre! Se llama como usted, Germana “de Jesús”.

Tenga la bondad de ofrecer mi respetuoso y afectuoso recuerdo al señor y señora de Gemeaux. Un beso a Ivonne, y para usted lo mejor de mi alma.

Isabel de la Trinidad Si tiene algún encargo para mí, lo puede confiar a Margarita. Es una buena confidente.

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134 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – hacia fin de agosto de 1902

Mi queridísima María Luisa:

Me entero mediante unas letras de mamá de su gran pena. E inmediatamente mi corazón tiene necesidad de comunicarla que es uno con el suyo y que pide a Aquel que ha abierto la herida que la cicatrice, pues sólo El lo puede hacer. Comprendo muy bien el dolor de su corazón, mi querida María Luisa, y por eso no trataré de ofrecerla consuelos humanos. Hay un corazón de Madre al que puede ir a arrojarse; es el de la Virgen. El ha conocido todos los quebrantamientos, todos los desgarros, y permanecía siempre tan sereno, tan fuerte, porque estaba apoyada en el corazón de su Cristo. Querida mía, usted ha enviado arriba a un angelito. Jamás conocerá nuestras miserias.

Contémplele entre aquellos espíritus tan puros que pueden contemplar la Faz de Dios. El sonríe a su madrecita y quiere atraer todo su corazón, toda su alma a esas regiones celestiales donde el sufrimiento se transforma en amor.

Diga a todos los suyos que me uno a su dolor, y crea, mi queridísima María Luisa, en el profundo amor de su amiga. Hna. Isabel de la Trinidad

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135 A su hermana – Antes del 14 de septiembre de 1902

Amo Christum

Paso por ti, mi Guitita, para llegar a tu novio: ¡La perla de los cuñados! Estoy profundamente emocionada por haber sido escuchado mi deseo y es un verdadero placer para mí que Santa Teresa bendiga el matrimonio de mi Guita, por la que tanto he rezado. Ese día tenemos expuesto el Santísimo Sacramento en la capilla, y mientras la iglesia consagra vuestra unión, la carmelita, la feliz prisionera de Cristo, pasará el día a sus pies, haciéndose toda adorante, orante, por estos “dos” que el Señor quiere “uno” (Gen. 2, 24). ¿Quieres, verdad, que os envuelva en mi oración, o mejor en la de Cristo que vive en mí? He tenido una conversación toda divina con el señor abate Chevignard.

Creo que ha habido fusión entre el alma del sacerdote y la de la carmelita.

Reúno a los novios para enviarlos lo mejor de mi corazón. Por la noche, cuando oigan sonar la campana, que se unan a una prometida, la más feliz de todas las criaturas. Al cantar las alabanzas del que ama, su corazón no olvida al “dúo”, al “trío” de la calle del Prior.

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136 A Germana de Gemeaux – 14 de septiembre de 1902

Carmelo de Dijon, 14 de septiembre

Mi querida Germanita:

Esta carta le llegará el 17. Ese día comulgaré por usted y, si quiere darme su alma, la consagraré a la Santa Trinidad, para que ella la introduzca en la profundidad del misterio, y los Tres, que tanto amamos las dos, sean verdaderamente el centro donde discurra nuestra vida. Santa Teresa dice que el alma es como un cristal donde se refleja la Divinidad. Me gusta mucho esta comparación, y cuando contemplo el sol invadir nuestros claustros, pienso que Dios invade de la misma manera al alma que sólo le busca a El. Vivamos, querida mía, en la intimidad con nuestro querido, seamos totalmente suyas, como El es totalmente nuestro. Usted no puede recibirle con la frecuencia que desea y comprendo muy bien su sacrificio.

Pero piense que su amor no tiene necesidad de sacramentos para venir a su pequeña Germanita. Comunique con El todo el día, ya que está viviendo en su alma. Escuche lo que nos dice nuestro Padre San Juan de la Cruz, y, por consiguiente, su Padre también, pues es de hecho mi hermanita: “Oh, la más bella criatura, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado, para buscarle y unirte con El… Tú misma eres el aposento donde El mora, el escondrijo donde está escondido. Vuestro Amado, vuestro tesoro, vuestra única esperanza está tan cerca de ti, que está en ti o, por mejor decir, tú no puedes estar sin El”.

He aquí toda la vida del Carmelo, vivir en El. Entonces, todos los sacrificios, todas las inmolaciones se tornan divinos. El alma ve a través de todo a Aquel a quien ama y todo la lleva a El; es un diálogo ininterrumpido. Usted ve que puede ser carmelita en el alma. Ame el silencio, la oración, que son la esencia de la vida del Carmelo. Pida a la Reina del Carmen, nuestra Madre, que la enseñe a adorar a Jesús en el recogimiento profundo. Ella ama mucho a sus hijas del Carmelo, su Orden privilegiada. Es también nuestra patrona principal.

Encomiéndese también a nuestra seráfica Madre Santa Teresa. Ella amó mucho y murió de amor. Pídala su apasionado amor a Dios, a las almas, pues la carmelita debe ser alma apostólica: todas sus oraciones, todos sus sacrificios se dirigen a esto. ¿Conoce usted a San Juan de la Cruz? Es nuestro Padre, y ha penetrado mucho en las honduras de la Divinidad. Antes de él debiera haberla hablado de San Elías, nuestro primer Padre. Ya ve que nuestra Orden es muy antigua, pues se remonta hasta los profetas. ¡Ah, yo quisiera poder cantar todas sus glorias! Amemos nuestro Carmelo. Es incomparable. En cuanto a la Regla, mi Germanita, verá un día qué hermosa es. ¡Vívala ya en espíritu! Nuestra Reverenda Madre va a responder ella misma a lo que le había preguntado. Veo su alegría. Verá lo buena que es. Dé gracias al Señor por habérmela dado.

Adiós, mi hermanita, ruego mucho por usted. Hay una comunión entre mi alma y la suya. Lo hago todo con usted. En la oración, en el Oficio divino, en todas partes está conmigo, pues la guardo en mi alma cerca de El. ¡Nos perdemos juntas en la Santa Trinidad! Me llamo siempre Isabel, pero tengo también el nombre de la Santa Trinidad. Hna. Isabel de la Trinidad ¿No es un nombre bonito? Mis afectuosos recuerdos a sus queridos padres y un buen beso a la buena Ivonne. Margarita ha dicho que, viéndoos a las dos, se volvía a encontrar conmigo.

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137 A su tía Francisca Rolland – 14 de septiembre de 1902

Carmelo de Dijon, 14 de septiembre

Querida tía Francisca:

Sí, el tiempo pasa pronto en mi bendito Carmelo. Es un oasis en el desierto de esta vida, un rincón del cielo o, por lo menos, una travesía entre el cielo y la tierra. Tú, que comprendes toda la belleza y la grandeza de mi vocación, da gracias a Aquel que ha escogido para mí la mejor parte y pídele que yo corresponda a tanto amor.

¡Qué lástima que no vengáis al matrimonio de Guita! Me alegro mucho de que tenga lugar el día de Santa Teresa, la gran fiesta del Carmelo, y mientras la Iglesia consagra la unión de mi Guita, yo, mil veces más feliz, pasaré el día ante el Santísimo Sacramento. ¡Si supiese lo bien que se está en el coro!… Cuando el Santísimo Sacramento está expuesto en la capilla, la gran reja está abierta, y para que las personas de fuera no nos puedan ver, estamos en la oscuridad. Cuando abro la puerta, al entrar, me parece que es el cielo el que se abre, y es así en realidad, porque Aquel que adoro en la fe es el mismo que los bienaventurados ven cara a cara. Si quieres enviarme tu alma, seremos las dos como la Magdalena. Las vísperas de las fiestas os recuerdo adornando vuestra iglesita querida, que tanto amo.

Pienso que estáis bien ocupadas y no os molestaría tener una pequeña ayuda, que en realidad no hacía gran cosa. Aquí hago todos los días el arreglo del coro. No tengo el consuelo de acercarme muy cerca del sagrario como en Carlipa; incluso no veo el altar, pues está todo cerrado; pero es mucho mejor ser carmelita. Amo esta espesa reja que me oculta a mi Querido, al mismo tiempo que me hace prisionera de su amor.

Durante el mes del rosario tenemos Exposición todos los días. Es el mes que más me gusta, porque es también el de nuestra madre Santa Teresa.

Nosotras la hacemos una novena solemne, y yo te prometo rogarla mucho por ti. Ya verás cómo ella te trae aquí el día que yo tenga la felicidad de hacer la profesión. Por tu parte, querida tía, rézala un poco por mí, para que llegue a ser una verdadera carmelita, es decir, una santa, ni más ni menos. Pide también por nuestra Guitita para que Dios sea muy amado en esa pequeña familia. Pienso que será así, pues los dos son muy piadosos. Doy gracias al Señor por haber escogido para mi hermanita un hombre tan formal; su familia es profundamente cristiana. Tuve el otro día la visita de su hermano que está en el seminario, un alma toda angelical, toda llena de Dios… Adiós, no tengo tiempo nada más que para abrazaros a las tres. Di a mi tía que ruego todos los días por ella. Te encargo des mis recuerdos respetuosos al señor cura. ¿No tiene él ganas de venir a conocer el Carmelo? Ruego muy particularmente por él y le pido que no me olvide en el santo Sacrificio de la misa. Dile que la musa pasa al Carmelo, pero que yo tendría necesidad, como antes, de sus luces para corregir mis versos. Hna. Isabel de la Trinidad Saludos a la buena Ana.

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138 A la señora Angles – 29 de septiembre de 1902

Carmelo de Dijon, 29 de septiembre

Muy querida señora:

He compartido con usted sus emociones y penas. Tenga la bondad de decir a nuestra María Luisa que pido mucho por ella, para que el Señor la consuele en el dolor que destroza su corazón tan tierno y amoroso. También ruego mucho por usted, querida señora, y creo que es en la cruz donde el Maestro quiere consumar su unión con usted. No hay madera como la de la cruz para atizar el fuego del amor. Y Jesús tiene tanta necesidad de ser amado, de encontrar en el mundo, donde se le ofende tanto, almas entregadas, es decir, totalmente dedicadas a El y a sus deseos. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34). Nuestro Señor lo ha dicho el primero, y en comunión íntima con El el alma penetra en el movimiento de su alma divina y todo su ideal es cumplir la voluntad de este Padre que nos ha amado con un amor eterno (Jn 31, 3). Ya que me permite que le hable íntimamente y leer un poco en su alma, déjeme decirle, querida señora, que yo veo en sus sufrimientos una “voluntad de Dios”. El la quita la posibilidad de obrar, de distraerse, de ocuparse, para que la única ocupación de su corazón sea amarle, pensar en El. ¡Se lo digo de su parte! El está sediento de su alma.

Usted le está consagrada de modo particular, lo que me alegra mucho. Usted quiere ser completamente suya, aunque en el mundo. ¡Es tan fácil! El está siempre con usted. Esté usted siempre con El, a través de todas sus acciones, en sus sufrimientos, cuando el cuerpo está enfermo. Permanezca bajo su mirada, véale presente, viviente en su alma. Si no tuviese mi querido Carmelo, tendría envidia de su soledad. Usted está tan bien perdida en sus bellas montañas… Me parece que es una pequeña Tebaida. Hace tanto bien caminar solitaria en esos grandes bosques, y allí, dejando libros y trabajos, permanecer con el Señor en un diálogo íntimo, con una mirada amorosa. Guste esta felicidad. Ella es divina, y lleve el alma de su amiguita con la suya. Ahora voy yo a pedirla oraciones, pues el seis de octubre vamos a entrar en Ejercicios hasta la fiesta de Santa Teresa. El P.

Vallée, que predicó en mi toma de hábito, va a predicarnos los Ejercicios.

El es muy profundo, muy claro. Ruegue para que me aproveche del don de Dios.

Además, el quince, pida por Guita. Se la encomiendo particularmente. Pida también por mi querida madre, que ese día sentirá el vacío de todos los ausentes, pero en el cielo y en la tierra ellos estarán muy cercanos.

Comprendo que su salud no la haya permitido este viaje tan largo, que, sin embargo, las habría agradado mucho. Querida señora, encontrémonos en Aquel que es Amor, y que nuestras vidas estén consagradas a su mayor gloria.

La abrazo muy afectuosamente, sin olvidar a los huéspedes de Labastide.

Mis saludos al señor Angles.

Su amiguita profundamente unida en Nuestro Señor. Hna. Isabel de la Trinidad Encuentro muy fatigada a mi querida mamá y temo por ella este largo viaje.

¡Me hubiera gustado tanto saber que estaba con usted! ¡Qué lastima estar tan lejos!

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139 A su tía Matilde Rolland – hacia el principio de octubre de 1902

Querida tía Matilde:

Cada vez estoy más convencida de que las rejas no nos han separado y que las almas muy unidas, de las que Dios es el vínculo y el lugar de encuentro, saben siempre dónde encontrarse. ¿Es que no sientes mi alma en esa querida iglesia donde por la noche y la mañana me gustaba tanto ir a rezar contigo? ¿Te acuerdas también de nuestros paseos por la Serre, por la noche, al claro de la luna, mientras se oía el armonioso carillón? ¡Oh, qué hermoso era, tiíta, ese valle a la luz de las estrellas, esa inmensidad, ese infinito! Todo me hablaba de Dios… Jamás olvidaré las vacaciones pasadas con ustedes, ellas estarán siempre entre mis mejores recuerdos y ustedes en lo mejor de mi corazón. Tú lo sientes así, ¿no es verdad? En cuanto a mí, he encontrado mi cielo en la tierra en mi querida soledad del Carmelo, donde estoy sola con Dios solo. Lo hago todo con El, por eso voy a todo con una alegría divina; que barra, que trabaje o que esté en oración, lo encuentro todo delicioso, porque veo en todas partes a mi Maestro. Quisiera tener tus dedos para la ropería y hacer hermosos puntos como tú, pues no me falta trabajo.

Saluda de mi parte al señor cura. Dile que amo apasionadamente el Oficio divino y que le pido que al rezarlo se una a la pequeña carmelita.

Adiós, querida tía Matilde. Me alegro al pensar que mis queridas van a veros. Sé que no tengo necesidad de recomendároslas , ¡sois tan buenas con ellas! Os abrazo a las dos, sin olvidar a mi tía. Dile que todos los días ruego por ella.

Tu pequeña, que te quiere mucho. Hna. Isabel de la Trinidad Saludos a Ana.

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140 A su hermana – 14 de octubre de 1902

Carmelo de Dijon, 14 de octubre

Mi querida Guitita:

En la víspera de este gran día, tu Isabel te envía todo su corazón, toda su alma. Ella no es más que una contigo y esta noche, pensando en su pequeñita, a la que ama tanto, se siente toda emocionada y no puede decir más. Tú lo comprendes, mi Guita, ¿no es así? Esta mañana he ofrecido por ti la santa Comunión, y durante la misa de ocho mi alma estaba muy unida a las vuestras. Puedes adivinar con qué fervor he rogado a Dios por los novios y cómo pido al Señor que derrame sobre ellos sus más dulces bendiciones. El os ama, mi Guita, vuestra unión está totalmente bendecida por El.

Estoy muy contenta de enviarte esta hermosa estampa de Santa Teresa. Es de Marta Weihardt, que ha tenido esta delicada atención. Tú reconocerás su pincel. Nuestra Reverenda Madre, que te quiere mucho, mi pequeña Guita, ha escogido las palabras que están escritas al pie de nuestras dos Santas.

Verás que somos beatificadas las dos, cada una en el camino al que el Maestro nos llama y en el que nos quiere. Hasta mañana, mi Guita. Mientras tanto recibe lo que tu hermana mayor tiene de mejor en su corazón. Ella pide a Aquel que ha recogido todas las lágrimas que has derramado por dársela a El, que las transforme en un dulce rocío, en una lluvia de bendiciones, en una dulce efusión de su paz y de su amor. Tu Isabel de la Trinidad

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141 A su madre – 14 o 15 de octubre de 1902

Mi querida madrecita:

En el cielo y en la tierra los ausentes están muy cerca de ti, ¿no los sientes? ¡Oh, madre querida, no estás sola! El está allí, El y los que te han dejado por El. Esta noche, en el silencio de esta querida celdilla, sola con Aquel que amo, mi alma y mi corazón van a encontrarte, y creo que si, en realidad, yo estuviese allá abajo contigo lo estaría menos; porque, tú lo sabes bien, para el corazón no hay distancias, y el de tu Isabel es siempre tuyo. ¡Oh, mamá! Aquel a quien me has entregado es Amor y Caridad y El me enseña a amar como El, El me da su amor para amarte.

Mi corazón te hablará todavía largo tiempo, ¡se está tan bien junto a la mamá! Pero llega la hora de maitines y voy a bajar al coro a hablarte cerca de El. Esto será aún mejor.

Te abrazo como a la mejor de las madres. ¿Cómo está tu pobre corazón? El mío muy emocionado esta noche, y he enjugado las lágrimas de mis ojos. Soy feliz, El me ha escogido la mejor parte. ¡Oh! Da las gracias a nuestra Madre Santa Teresa, a quien amas tanto, por la felicidad de tu Isabel.

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142 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 26 de octubre de 1902

Carmelo de Dijon, 26 de octubre

Mi querida María Luisa:

Sí, he rogado mucho por usted y lo hago todos los días. La oración es el vínculo de las almas, ¿no le parece? Pido al Señor que consuele El mismo el corazón de su María Luisa. El es el Consolador supremo, que nos ama con un amor que nunca podremos comprender. Jesús lloró cuando estaba en la tierra.

Una sus lágrimas a las suyas divinas, adore con El la voluntad de Aquel que no hiere sino porque ama, y después oriente su alma hacia ese lugar de paz y luz al que su ángel ha volado. ¡Oh, si supiese qué cerca está de usted!, podría vivir con él en una dulce intimidad, pues todo ese mundo invisible, bajo la luz de la fe, se acerca mucho a nosotros y se establece la comunión entre los del cielo y los de la tierra.

Pienso, en efecto, que Guita la visitará. Me lo dijo la última vez que la vi, y este proyecto la alegraba. Con el corazón estaré en medio de ustedes. ¡Qué felices ratos hemos pasado juntas, querida María Luisa! No volveré más a vuestras hermosas montañas, pero hay Uno donde la encuentro siempre. Cuando le rece, háblele de su Isabel y piense que ella está allí, muy cerca de usted. ¡Ah, si supiese cómo el Carmelo es un rincón del cielo! En el silencio y la soledad se vive sola con Dios solo. Aquí todo habla de El, en todas las partes se le siente muy vivo, muy presente. La oración es nuestra principal, yo diría única ocupación, ya que para una carmelita nunca debe cesar. No la olvido a usted en esas horas pasadas junto a El. La dejo para ir a maitines y la llevo en mi alma para cantar con usted las alabanzas del Señor. Usted lo consiente, ¿no es verdad? La escribo en nuestra celdilla, que me parece un verdadero paraíso. Es el santuario íntimo, nada más que para El y para mí. Nadie, si no es nuestra Reverenda Madre, puede entrar en ella. ¡Si supiese lo bueno que es vivir bajo la mirada del Maestro y en un dulce diálogo con El! Adiós, voy a tocar la campana. No tengo tiempo mas que para enviarla muchísimos recuerdos. No me olvide en Labastide y en Mas cuando escriba. Mis saludos al señor José. Unión siempre. Hna. Isabel de la Trinidad ¿Tiene usted la bondad de ir a ver al señor canónigo de mi parte y decirle que pida mucho por su carmelita? Usted verá a Guita antes que yo.

Dele un abrazo por mí y dígale que haga otro tanto de mi parte con mi querida María Luisa.

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143 A su madre – 1 de noviembre de 1902

Carmelo de Dijon, 1 de noviembre

Mi querida madrecita:

Nuestra Reverenda Madre es tan buena que comprende la soledad de tu corazón y me permite escribir para decirte que estos días mi alma estará todavía más unida a la tuya, y que, en la unidad de una misma fe y de un mismo amor, encontraremos en Dios a los queridos difuntos que nos han precedido allá arriba. Nunca los he sentido tan presentes. ¿Ves, madre querida? Ellos están contentos de que yo esté en el Carmelo, porque el Carmelo está muy cerca del cielo, ¡es el cielo en la fe! Cuando oigas tocar al Oficio de difuntos, que tu alma se una a la mía. Todo lo que yo hago, tú lo haces conmigo. ¡Así quedamos ante Dios! Para hoy es para cuando el Maestro ha dicho: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5, 5). En el cielo: “El enjugará las lágrimas de sus ojos” (Ap 7, 17). Querida mamá, te he visto llorar con frecuencia; tu vida ha estado sembrada de dolores y de sacrificios; pero tú lo sabes: cuanto más pide Dios, más trae y da.

El Cordero a quien los bienaventurados adoran en la Visión es el mismo con quien está desposada tu Isabel, que tantas ganas tiene de llegar a ser su esposa. ¡Oh, mamá, qué hermosa es mi porción! Todo el mundo divino es mío, es el centro donde yo debo vivir y desde aquí abajo seguir a todas partes a mi Cordero (Ap 14, 4). Si tú supieses mi felicidad, darías gracias al que me ha escogido. Además, escucha lo que El dice: “El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi padre, mi madre, mi hermano, mi hermana”. Piensa que no estás sola, que el Amigo divino está contigo, y tu Isabel con El…

Que El te lleve todas las ternuras de mi corazón. Ha sido por El por quien te he dejado, pero yo te amo más que nunca. ¡Eres una madre tan buena!… Isabel de la Trinidad Si no estás muy fatigada, debieras ir a oír al Padre Menne a San Miguel durante la Octava de Difuntos. Parece que es un verdadero hijo del P. Vallée.

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144 A su hermana – 1 de noviembre de 1902

Carmelo de Dijon, 1 de noviembre

Mi querida Guita:

Tu cariñosa carta me ha causado gran alegría. ¡Pienso tanto en ti! Para mi corazón Dijon y Sainte Maxime están bien cerca, te lo aseguro. Me alegro de tu felicidad y doy gracias al Señor (y a Santa Teresa), pidiéndoles que esta felicidad vaya siempre aumentándose y que mi hermanita sea tan feliz como yo.

He visto a mamá el martes. Me ha dicho la alegría que le causan vuestras cariñosas cartas. Ella tiene mucha necesidad de ellas, pues el tiempo pasa menos rápido para ella que para nosotras, pero en su soledad ella goza de nuestra felicidad, pues ya sabes que ella no ha vivido más que para nosotras. El jueves por la mañana ha debido también acompañar a nuestra querida Alicia a las Hermanitas. Me visitó algunos día antes de marcharse y me pareció muy simpática.

Da gracias a Jorge por su gentil (y maligna) cartita, que me ha conmovido. Pienso que mi agradecimiento será mejor recibido pasando por su querida Margarita. Por eso te lo confío. ¿No es verdad que una no se cansa nunca de contemplar el mar? ¿Te acuerdas de la última vez que lo vimos juntas en la Roca de la Virgen en Biarritz? ¡Qué felices horas he pasado allí! Era tan bello ver aquellas olas de fondo cubrir las rocas… Mi alma vibraba ante un espectáculo tan grandioso. Goza bien de él con Jorge y piensa que en el Carmelo tengo todos estos vastos horizontes. No me olvides en Carlipa, ni en Limoux y en la visita a los amigos. Os seguiré a todas partes. Dentro de quince días nos volveremos a ver, pero, ¿verdad?, no nos hemos dejado. ¡Si supieses cómo te envuelvo en mi oración! Tú también, mi pequeña, pide por tu Sabel para que ella sea pronto esposa. ¡Se le hace tan largo!…

Os junto a los dos para enviaros mil cariñosos recuerdos y doy gracias a Jorge por mimar tanto a mí Guita, a quien me gustaba también mimar. Vuestra Hna. Isabel de la Trinidad Debieras rogar a María Luisa que te lleve al Carmelo de Carcasona

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145 A la señora Angles – 9 de noviembre de 1902

Carmelo de Dijon, 9 de noviembre

Muy querida señora:

Creo que habrá visto a Guita en estos días y que ella le habrá hablado de todos los encargos que mi corazón la había encomendado; pero es sobre todo de “alma a alma” como me gusta hablar, bajo la mirada de Aquel que amamos y a quien únicamente buscamos. Muchas gracias por sus fervorosas oraciones. Hemos tenido unos Ejercicios muy bellos, muy profundos, muy divinos. El Padre Vallée nos ha hablado todo el tiempo sobre Jesucristo. Me hubiera gustado tenerla a mi lado para que su alma, querida señora, fuese elevada con la mía a través de todo, comunicásemos todo el tiempo con este Verbo encarnado, con Jesús, que mora en nosotras y quiere manifestarnos todo su misterio. La víspera de su Pasión decía a su Padre, hablando de los suyos: “Las palabras que me habéis dado, yo se las he dado; la claridad que he tenido en Vos antes de que existiese el mundo, yo se la he dado” (Jn 17, 8, 22‑24). El está siempre vivo, siempre trabajando en nuestra alma.

Dejémonos construir por El y que El sea el Alma de nuestra alma, la Vida de nuestra vida, para que podamos decir con San Pablo: “Vivir, para mí, es Jesucristo” (Flp. 1, 21). Querida señora, El no quiere que su alma se entristezca viendo lo que no se ha hecho únicamente por El. El es Salvador; su misión es perdonar, y el Padre nos decía en los Ejercicios: “No hay más que un movimiento en el Corazón de Cristo: borrar el pecado y llevar el alma a Dios”. Ruego mucho por usted, pues la siento tan amada por el Maestro, y le pido que la tome, la atraiga a El cada vez más, para que a través de todas las cosas goce de su presencia. Que su alma sea otra Betania donde Jesús venga a descansar y donde usted le servirá el festín del amor. Querida señora, amemos como la Magdalena. Además, dé gracias por su pequeña amiga a Aquel que la escogió la mejor parte…

Vi ayer a mi mamá, que espera con impaciencia la vuelta de Guita. Ella está muy fatigada, pero en medio de todo esto el Señor hace su obra, y cuando esta querida mamá me abre su alma. soy sumamente feliz viendo lo que hace en ella Aquel por quien la dejé. Adiós, querida señora. La dejo para ir a maitines, o mejor, la voy a encontrar en el que une nuestras almas.

Continúe siempre su oración conmigo, y que Jesús nos absorba y nos posea.

Su amiguita muy querida, Hna. Isabel de la Trinidad He escrito a Mana Luisa, espero que haya recibido mi carta, pero temo haber puesto mal la dirección.

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146 A la señora de Sourdon – 9 de noviembre de 1902

Miércoles, 19 de noviembre

Muy querida señora:

No puedo decirla cuánto agradezco su felicitación por mi fiesta y todos sus dulces. Su corazón adivinará entre líneas lo que el mío no puede expresar. ¡Usted ha sido siempre tan buena con su amiguita y con su querida mamá, y hay recuerdos que no se pueden olvidar! Querida señora, me gusta mucho encontrarla cerca del Señor; en El, que no hay distancias ni separaciones, y siento muy bien esto desde que estoy en el Carmelo. Me parece que se pueden tener encuentros muy verdaderos e íntimos, de alma a alma, y que podemos también vivir con los queridos difuntos que nos han precedido en el cielo. Tenemos también trato con las almas que nos están unidas. Es Dios quien hace todo esto. Esté persuadida, querida señora, de que las rejas no nos han separado, y el corazón de su pequeña carmelita es siempre suyo, porque es Dios el que le guarda, y usted sabe, como dice San Pablo, “que El es fiel” (I Cor 1, 9); lo que El guarda está bien guardado.

Cuando escriba a la señora de Anthés, ¿tendrá la bondad de decirle que ruego particularmente por ella y no olvido sus intenciones? Tampoco las suyas, querida señora, están olvidadas. Usted conoce mi corazón lo bastante para saber que los que han entrado en él no pueden salir nunca. Y ¿dónde encontrarles mejor que en Dios, que es el principio y el vínculo indisoluble de los verdaderos y profundos afectos, aquellos que ni la distancia ni el tiempo pueden cambiar? Crea, querida señora, en la seguridad de mi profundo afecto, y en un cariñoso beso reciba todo el agradecimiento de su amiguita.

Isabel de la Trinidad ¿Quiere usted decir a la buena Adela que he hecho una buena oración por ella mientras comía su deliciosa crema? A través de usted doy las gracias a María Luisa y a Francisquita, cuyas felicitaciones me han gustado mucho. No les escribo por haberlas visto la semana pasada, pero mi corazón va a buscarlas. ¡Amo tanto a las dos!

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147 A la señora Farrat – antes de fin de 1902

Muy querida señora:

El corazón de su amiguita tiene necesidad de decirle que su oración por su querida enferma es muy intensa. Mi comunión de hoy será por ella. Después tendremos exposición del Santísimo Sacramento en el oratorio, y, como Magdalena a los pies del Maestro, me haré toda suplicante y le diré: “El que amáis está enfermo” (Jn 11, 3). Jesús da la cruz a sus verdaderos amigos para entregarse más a ellos. En su Corazón veo mucho amor para con usted. Su querido angelito vela desde el cielo sobre usted, y yo me uno a ella, que tanto me quería, para conmover el Corazón del buen Dios.

La abrazo y quedo muy unida con el corazón y la oración.

Su amiguita, M. Isabel de la Trinidad

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148 A su madre – hacia el final de 1902

Muy querida mamá:

Nuestra Reverenda Madre te habrá dicho que, vistas las circunstancias, hacemos, como medida de precaución, algunos preparativos para el caso que tuviéramos que abandonar nuestra querida clausura. Te agradecería mucho me mandases inmediatamente tu patrón de falda, el que se compone de la parte delantera y de una sola pieza para cada lado, como el vestido gris de Guita, para poder poner un pliegue de cada lado, como hacía con tus faldas, pues podría servirme de él para algunos arreglos. Me harías también un favor mandándome el sombrero de caballero que compramos en París, pero esto me urge menos. Gracias, querida mamá. Espero el patrón. Me va a recordar el tiempo en que trabajábamos juntas. Estáte persuadida que el que me ha tomado toda para Sí, me guarda toda para ti. Tu Isabel

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149 A la señora Angles – 29 de diciembre de 1902

Carmelo de Dijon, 29 de diciembre

Muy querida señora:

El Niño Jesús reservaba a mi alma una gran felicidad, y en esta fiesta de Navidad me ha dicho que iba a venir como Esposo. El día de la Epifanía me hará su reina y pronunciaré los votos que me unirán a El para siempre. ¡Mi alegría es tan profunda, tan divina! Es de las que no se pueden explicar; pero su alma ha tratado al Señor lo suficiente para poderla comprender.

Ayúdeme, ¿verdad?, pues quisiera estar como El me quiere, y en este día de mi profesión es necesario que consuele a mi Maestro y le haga olvidarlo todo. Siento mi impotencia, pero El está en mí para prepararme. Así, llena de gozo y confianza me atreveré a presentarme delante de El, para que consume la unión que ha soñado en su amor infinito. Aquel día usted no será olvidada de su amiguita, se lo aseguro. Por su parte, únase a ella en esa mañana, la más bella de su vida, en la que ella va a ser Esposa de Cristo, y esto hasta la muerte. ¡Oh!, ¿no es verdad? Déle gracias por mí. ¡Mi porción es tan bella!… ¡Toda una vida que ha de transcurrir en el silencio, la adoración, el diálogo íntimo con el Esposo! Pídale que yo sea fiel, que llegue a realizar hasta el fin sus designios divinos sobre mi alma, que cumpla sus deseos plenamente, que sea su felicidad. ¡Querida señora, que nuestras almas se unan para consolar a nuestro Maestro! ¡Se le ofende tanto en el mundo! No se quiere saber nada de El. Abrámonos para recibirle. Y después no le dejemos nunca solo en el santuario de nuestra alma. Pensemos a través de todas las cosas que El está allí y que tiene necesidad de ser amado. Mañana por la noche entro en Ejercicios para prepararme a la profesión. Usted adivinará la alegría con que veo llegar estos diez días de soledad más completa y de separación absoluta. ¿Quiere usted unirse a su amiguita? Su felicitación me ha llegado al corazón. No la escribí antes del Adviento por hacer poco que había escrito, y nuestra santa Regla no permite hacerlo con tanta frecuencia. Pero nuestra unión es muy profunda, pues nos podemos comunicar de alma a alma.

Adiós, querida señora. ¿Tiene usted la bondad de comunicar mi dicha a María Luisa y al señor canónigo, si es que le habla de nuestra correspondencia? Toda suya en El. Hna. M. Isabel de la Trinidad

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150 Al P. Vallée – 31 de diciembre de 1902

Carmelo de Dijon, 31 de diciembre

Mi Reverendo Padre:

¿No le ha dicho el Maestro que vuestra pequeñita iba a ser su esposa, que su primera palabra para ella ha sido un “Veni” y que en esta bella fiesta de luz y de adoración, en ese día que es de los Tres, El iba a salir a su encuentro para consumar la unión que El ha planeado en su amor infinito? ¡Oh, Padre mío, qué feliz soy, con una felicidad que no se parece a la que he experimentado hasta ahora. Es menos sensible; está en lo más profundo del alma. Además, ¡es tan serena, tan tranquila! Esta noche entraré en Ejercicios. Ruegue, ¿no es así?, para que me entregue del todo, esté vigilante y el Señor pueda realizar en mí sus quereres sobre mi alma. Me parece que se está preparando algo grande y me siento envuelta en el amor de Cristo. ¡Oh, Padre mío! ¡Qué bueno es entregarse en estos tiempos en que El es tan ofendido! En el día hermoso de mi profesión yo quisiera consolarlo, hacerle olvidar todo. Además quisiera que esto sea el comienzo de un acto ininterrumpido de adoración en mi alma. Usted quiere, ¿verdad?, que su pequeñita sea su adoradora, como la Magdalena, que se callaba siempre, para escuchar lo que el Maestro le decía.

Mi buen Padre, usted me ha dicho que para las almas no hay distancia.

Guarde, entonces, la mía muy cerca de la suya, y después entrégueme para ser tomada del todo por Cristo, que no viva yo, sino que El viva en mí (Gal 2, 20). Finalmente, bendiga a su pequeña hija con un corazón todo paterno.

Isabel de la Trinidad

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151 Al canónigo Angles – 31 de diciembre de 1902

Carmelo de Dijon, 31 de diciembre

Querido señor canónigo:

¡Usted ha sido siempre muy bueno conmigo y se ha interesado tanto en mi vocación! Mi alma viene también esta noche a confiar a la suya su gran felicidad.

El Esposo me ha dicho su “Veni”, y el once de enero, en la bella fiesta de la Epifanía, toda de luz y adoración, pronunciaré los votos que me unirán para siempre a Cristo. Usted, que desde mi infancia me ha seguido y ha recibido mis primeras confidencias, puede comprender la felicidad tan grande que inunda mi alma. Esta tarde he pedido las oraciones de mi querida comunidad y mañana comienzo mis Ejercicios de diez días. Me parece un sueño.

¡Lo he esperado y deseado tanto! ¿Quiere usted tener cada día en la Santa Misa un recuerdo especial para mí?, pues es algo tan grande lo que se prepara… Me siento envuelta en el misterio de la caridad de Cristo. Cuando miro hacia atrás me parece ver una persecución de Dios sobre mi alma. ¡Oh, qué amor! Estoy como aplastada bajo este peso. ¡Entonces me callo y adoro!…

En esa mañana de la Epifanía, la más bella de mi vida, aunque ya el Maestro me ha hecho pasar días tan divinos que se parecen mucho a los que se pasan en el Paraíso, en ese día en que se van a realizar todos mis deseos y voy a ser, al fin, “esposa de Cristo”, ¿quiere usted, señor canónigo, ofrecer el Santo Sacrificio por su carmelita? Después entréguela, para que sea toda tomada, toda repleta y pueda decir con San Pablo: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

¿Necesito decirle cuál será mi oración por usted? Conoce bastante mi alma y mi corazón.

Le dejo para entrar con el Esposo en profundo recogimiento. Ruegue por mí y bendiga a su feliz carmelita. Hna. Isabel de la Trinidad

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152 A la hermana María de la Trinidad – 10 de enero de 1903

Acabo de ver a nuestra Madre, que me ha confesado su inquietud por verme hacer los votos en tal estado de alma. Ruegue por su pequeña carmelita, que está en el colmo de la angustia.

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153 A la Madre Germana – 11 de enero de 1903

¡Madre mía, el Esposo llega! El os invita a reposar sobre su Corazón. Allí oiréis lo que se canta en el alma de la esposa, y lo que se eleva de su corazón al alma de la Madre amada, que la ha preparado al día de la unión.

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154 A sus tías Rolland – 12 de enero (o poco después) de 1903

Mis buenas tiítas:

Mi primera carta es para ustedes. Me apresuro a comunicarles mi felicidad y a darles las gracias por su hermoso recuerdo. Sus breviarios han llegado, y en adelante mi alma y las suyas no serán más que “una” cuando cante las alabanzas del Señor. No sé cómo expresarles todo mi reconocimiento por la alegría que me causan dándome estos hermosos breviarios, que, al venir de ustedes, me son doblemente preciosos, y encargo a mi divino Esposo de pagar toda la deuda de mi corazón. ¡Oh, mis tías, qué feliz soy siendo ya una esposa de Cristo! Quisiera hablarles del día de mi profesión, pero, ya lo ven, es algo tan divino que el lenguaje de la tierra es incapaz de decirlo. Yo había tenido ya días muy hermosos, pero ahora no me atrevo ni siquiera a compararlos con éste. Es un día único, y creo que si me encontrase delante del buen Dios no tendría una emoción mayor que la que sentí. ¡Es tan grande lo que ha pasado entre Dios y el alma! La ceremonia es totalmente privada. Se hace en el capítulo, y la toma de velo no se hace el mismo día. No os había explicado bien esto. Son dos ceremonias. Espero recibir el velo el 21, fiesta de santa Inés, pero esto no está decidido, pues no sabemos si Monseñor estará libre ese día. ¡Oh, si supiesen cuánto ha rogado Isabel por sus queridas tías ese día, el más bello de mi vida! Querida tía Francisca, si el Señor no te ha curado la vista, creo que en su amor tiene sus planes sobre ti, y que si te pide tantos sacrificios es para darte más. He rogado mucho por ti, te lo aseguro, y lo hago cada día.

Quisiera escribiros más todavía, pero quiero acabar mi carta esta noche, porque tengo prisa para que ella les lleve todo el agradecimiento de vuestra Isabel. ¡Oh! Den gracias al Señor por mí. Soy tan feliz… La profesión es un día sin ocaso. Me parece que es como el principio del día que nunca acaba. Adiós. Las reúno a las tres en el corazón de mi Esposo y las abrazo, dándoles nuevamente las gracias de todo corazón. Hna. Isabel de la Trinidad He rogado mucho por el cura; se lo dirán, ¿verdad? Les envío dos pequeñas flores; estaban en el capítulo sobre el altar donde me he inmolado.

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155 A la señora de Bobet – 4 de febrero de 1903

Carmelo de Dijon, miércoles

Mi querida Antonieta:

Le aseguro que mi alma ha respondido bien a su llamada. No ceso de pedir por su querida hijita. Comprendo bien las angustias de su corazón materno, y Jesús, El, sobre todo, las comprende. Por eso la encomiendo a El muy fuertemente. Es tan poderoso, tan bueno.

El siempre vive. El, que por la petición de María resucitó a Lázaro.

Como esa santa tan amada, voy al Maestro y le digo: “¡Señor, la que amáis está enferma (Jn 11, 3), y mi querida Antonieta es tan desgraciada!” Animo, piense que estamos en sus manos. El es el Señor de la vida y de la muerte.

En otro tiempo, los enfermos con tocarle recobraban la salud. Lo mismo hoy El está inclinado sobre nuestro ángel y sobre usted con un amor infinito. El ha llorado ante la tumba del amigo a quien amaba (Jn 11, 35); por esas lágrimas divinas le pido que enjugue las que brotan de sus ojos.

Nuestra Reverenda Madre, cuya alma es toda maternal, pide mucho por ustedes, como también la comunidad. En cuanto a mí, soy una joven esposa, porque hace apenas tres semanas que he hecho mis votos solemnes, que me unen al Señor para siempre. Yo uso, pues, de todo mi poder sobre el Corazón de mi divino Esposo en favor de mi querida Antonieta. Su silencio me hace suponer que las noticias son mejores, pero mi corazón necesitaba decirle que es uno con el suyo. Adiós, la dejo en El y quedo su hermanita que mucho la quiere.

M. Isabel de la Trinidad

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156 A la señora Angles – 15 de febrero de 1903

Carmelo de Dijon, 15 de febrero

Muy querida señora:

No le he olvidado en estos dos días “divinos” del 11 y 21 de enero, pues le aseguro que si usted ruega por mí, por mi parte me siento fuertemente arrastrada hacia su alma, que veo tan amada y buscada por el Maestro, que quiere poseernos plenamente. Soy completamente feliz al pensar que usted está consagrada al Señor, y me parece que puede comprender mejor la felicidad de vuestra hermanita carmelita. ¿Quién podrá decir la alegría de mi alma cuando, al contemplar el Cristo que he recibido después de mi profesión, que nuestra Reverenda Madre ha colocado “como un sello sobre mi corazón”, he podido decirme: “Al fin El es todo mío y yo soy toda suya, no le tengo más que a El, El es mi todo”? Ahora no tengo más que un deseo, amarle, amarle siempre, celar su honra como una verdadera esposa, hacer su felicidad, hacerle feliz preparándole una morada y un refugio en mi alma, y que allí olvide, a fuerza de amor, todas las abominaciones que los malvados hacen. Sí, querida señora, consolémosle.

Me pregunta cómo puedo soportar el frío. Crea que no soy más generosa que usted; sólo que usted está enferma, mientras que yo gozo de una buena salud. Casi no me doy cuenta de que hace frío. Así que ya ve que tengo poco mérito. En casa sufría mucho más en el invierno que en el Carmelo, donde no tengo calefacción. El Señor da sus gracias. Además, es tan bueno, cuando se sienten estas cosillas, contemplar al Maestro, que también ha sufrido todo esto porque nos ha “amado demasiado”, como dice San Pablo. Entonces se desea devolverle amor por amor. En el Carmelo hay muchos sacrificios de este género, pero ¡son tan dulces cuando el corazón está poseído por el amor! Le voy a decir lo que hago cuando tengo alguna pequeña fatiga: miro al crucificado, y cuando veo cómo El se ha entregado por mí, me parece que yo no puedo hacer otra cosa por El que entregarme, gastarme, para darle un poco de lo que El me ha dado. Querida señora, por la mañana en la santa misa comuniquemos en su espíritu de sacrificio; somos sus esposas, debemos parecernos a El. Además, después de esto, estemos siempre con El durante la jornada. Entonces, si somos fieles en vivir de su vida, si nos identificamos con todos los movimientos del alma del Crucificado, con sencillez, entonces no tenemos que temer nuestras debilidades, porque El será nuestra fortaleza, y ¿quién nos puede arrancar de El? Creo que El está muy contento y que nuestros sacrificios consuelan mucho su Corazón. Durante esta Cuaresma la cito en el infinito de Dios, en su Caridad. ¿Quiere usted que sea éste el desierto donde vayamos a vivir en soledad con nuestro divino Esposo, ya que es en esta soledad donde El habla al corazón? (Os. 2, 16).

Adiós, señora y querida hermana. Unión, ¿verdad? Y crea en la expresión de mis sentimientos muy afectuosos. Su pequeña hermanita. M. Isabel de la Trinidad Le diré cómo paso el día en la próxima carta, ya que veo que la interesa.

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157 A la señora de Sourdon – 21 de febrero de 1903

Carmelo, sábado noche

Querida señora:

Antes de recibir su carta había recibido unas líneas de la señora de Maizieres, un grito del corazón al que mi alma ha respondido, se lo aseguro.

Cuando usted le escriba, ¿quiere decirle que nosotras rezamos mucho en el Carmelo y que no asisto una vez al Oficio divino sin encomendar a Dios la salud del querido enfermo, que causa tanta inquietud a los que le aman? Comprendo muy bien esas angustias, y, sobre todo, las comprende el Señor.

Recuerde usted, querida señora, que yo he conocido esas horas dolorosas.

Nunca olvidaré lo buena que fue usted para con la pobrecita que pensaba que iba a perder a su madre. ¡Cuántos recuerdos penosos que son como el vínculo que une nuestras almas! Esas horas son las horas de Dios. El Padre Didon dice “que todo destino que no tiene su calvario es un castigo de Dios”. ¡Oh, entonces, si supiéramos entregarnos completamente en las manos de aquel que es nuestro Padre!… Le recomiendo mucho sus intenciones. No dude de El, querida señora, abandónele todo y a su amiguita… ella será su abogada…

Su misión es orar sin cesar y usted sabe que esto es muy verdad para usted.

Ella es muy FELIZ, con una felicidad que sólo Dios conoce, porque El es su único objeto, felicidad que se asemeja mucho a la del cielo. Durante esta Cuaresma, que es tan divina en el Carmelo, mi alma estará particularmente unida a la suya. Pido al Señor que la revele las dulzuras de su presencia y haga de su alma un santuario donde pueda venir a consolarse. ¿Me permite penetrar allí y adorar con usted al que mora en él? Abrazo a mi querida Francisca, a quien tanto quiero, y a su gentil María Luisa. Pido mucho por ellas, y soy siempre suya, ¿no lo nota? Su amiguita, Hna. Isabel de la Trinidad ¿Quiere usted decir a mi mamá que mi alma no hace más que una con la suya y que la amo con todo mi corazón?

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158 Al abate Chevignard – 24 de febrero de 1903

Carmelo de Dijon, febrero

Amo Christum

Señor abate:

Antes de entrar en el silencio riguroso de la Cuaresma quiero responder a su atenta carta. Mi alma tiene necesidad de decirle que está en comunión con la suya, para dejarse tomar, llevar, invadir por Aquel cuya caridad nos envuelve y que quiere consumarnos con El en la “unidad”. Pensaba en usted al leer estas palabras del P. Vallée sobre la contemplación: “El contemplativo es un ser que vive bajo la irradiación de la Faz de Cristo, que entra en el misterio de Dios no con la claridad que nace del pensamiento humano, sino con la que produce la palabra del Verbo encarnado”. ¿No tiene usted esta pasión de escucharle?. A veces es tan fuerte esta necesidad de callarse que se desearía no saber hacer más que permanecer como Magdalena, esa bella figura de alma contemplativa, a los pies del Señor, ávida de escucharle, de penetrar cada vez más profundamente en ese misterio de Amor que ha venido a revelarnos. ¿No le parece que en la acción, al cumplir el oficio de Marta (Lc 10, 38‑42), el alma puede permanecer siempre en adoración, sepultada como Magdalena en la contemplación, estando junto a la fuente como una sedienta? Así concibo yo el apostolado, tanto para la carmelita como para el sacerdote. Entonces uno y otra pueden irradiar a Dios, darle a las almas, si están sin cesar junto a estas fuentes divinas.

Me parece que convendría estar muy cerca del divino Maestro, comunicar mucho con su alma, identificarse con todos sus movimientos y entregarse como El a la voluntad del Padre. Entonces, pase lo que pase por el alma, nada importa, porque tiene fe en Aquel que ella ama y mora en ella. Durante esta Cuaresma quisiera, como dice San Pablo, “sepultarme en Dios con Cristo”, perderme en esa Trinidad que un día será nuestra visión, y con estas claridades divinas hundirme en la profundidad del misterio. Ruegue, ¿verdad?, para que yo me entregue totalmente y mi Esposo muy amado pueda llevarme adonde quiera.

Adiós, señor abate, permanezcamos en su amor (Jn 15, 9). ¿No es El ese infinito del que nuestras almas están tan sedientas? Hna. Isabel de la Trinidad Nuestra Reverenda Madre me encarga darle las gracias por el cántico. ¿No le parece que es muy buena y comunica al buen Dios? El lunes comulgaré por usted; no me olvide usted tampoco.

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159 A su madre – marzo de 1903

Mi querida madrecita:

Nuestra Reverenda Madre, que es muy buena, me permite escribirte, y ya adivinas si el corazón de tu hija está contento de venir a decirte que no hace más que “uno” con el tuyo. ¡Oh, si supieses qué verdad es que te sigo a todas partes y que no hay distancia entre mi querida mamá y yo!…

A través de tus líneas adivino mucho… Si estuviera junto a ti trataría de endulzártelo. En otro tiempo me causaba pena ver una señal de tristeza en tu rostro. Sigo siendo la misma. Pido al Esposo divino, por el que te he dejado, que sea “todo” para ti. Me da tanto gusto que vayas a El así. Mamá querida, cuando sientas frío en tu corazón, ve a calentarte junto a Aquel que es un fuego de amor y que no causa vacío sino para llenarlo del todo…

Di a tus buenos huéspedes que me alegro de saber que estás con ellos y que no les olvido en mis oraciones. Díselo también a la buena señorita Adelina, a la señora Massiet, que le estoy muy unida y pido por su madre. Que ella ruegue un poco por mí y dé las gracias a Aquel que me escogió la mejor parte. Tú también, querida mamá, dale gracias por tener una hija carmelita, no obstante los sacrificios y lágrimas que esto te ha costado. Pero si vieras esa vocación a la luz de Dios, ¡cómo le bendecirías! El está contento contigo, mamá. ¡Si supieras cómo te ama y cómo te amo yo también! ¿Te acuerdas del 26 de marzo de hace cuatro años? Fue el día en que dijiste tu “Fiat” al Señor y a tu Isabel. Adiós, querida mamá. Ofrécele todo lo que hiere tu corazón, confíale todo. Piensa que tienes en tu alma día y noche uno que no te deja jamás sola. Te amo, madre querida, la mejor de las madres, y te abrazo muy tiernamente. Isabel de la Trinidad Marcho de maravilla. Nuestra Reverenda Madre vela bien sobre su hijita.

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160 A la señora de Bobet – 27 de abril de 1903

Carmelo de Dijon, 27 de abril

Muy querida Antonieta:

Después del silencio de Cuaresma mi primera carta es para usted. ¡Ah, si supiese cómo mi alma está en comunión con la suya y cómo pido a Aquel que es mi único Todo que la tome cada vez más! Participo de todas sus inquietudes por las dos queridas que el Señor le ha dado. ¡Por qué angustias ha pasado su corazón materno!… Todo esto, querida Antonieta, es para acercarse más a El, para forzarnos a abandonarnos en los brazos de Dios, que es nuestro Padre y que en las horas más difíciles, cuando parece, a veces, muy lejano, está en realidad muy cerca, “muy dentro” de nosotros. Comprendo bien sus angustias y la envío estas palabras que el Señor dirigía a Santa Catalina de Sena: “Piensa en mí, y yo pensaré en ti”. Vaya a perderse en El, querida Antonieta. El la guarda sus dos tesoros, y vuestra hermanita le habla frecuentemente de ellos…

Sí, el futuro es muy sombrío, y ¿no siente usted la necesidad de amar mucho para reparar… para consolar a este Maestro adorado? Hagámosle en lo más íntimo de nuestra alma una soledad y permanezcamos allí con El, no le abandonemos jamás. Es su mandato: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15, 4). Esta celda interior nadie nos la podrá arrebatar. Por eso ¿qué me importan las pruebas por las que pasemos? Mi único Tesoro lo llevo “en mí”, y todo lo demás es lo que no es. ¡Oh, si usted supiese la felicidad que llena mi alma cuando pienso que es verdad que soy suya, que soy, como El, perseguida!… Déle usted las gracias, ¿verdad?, por su pequeña hermana. ¡Es demasiado bueno ser carmelita! Y, después, unámonos para amarlo. Yo desearía tanto no vivir más que de amor, muy elevada sobre esta tierra, donde todo deja vacío en el alma. San Pablo dice que nosotros somos “de la Ciudad de los santos y de la Casa de Dios” (Ef 2, 19). Entonces, ¿por qué no vivir ya allí, pues poseemos en el fondo de nuestra alma a Aquel que hará un día nuestra bienaventuranza? Acaban de tocar a maitines. La llevo conmigo.

Adiós, seamos en El siempre “toda una cosa”. Reparta todas mis ternuras con sus dos queridas. Hna. M. Isabel de la Trinidad

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161 A Francisca de Sourdon – 28 de abril de 1903

Carmelo de Dijon, martes por la noche

Mi querida Francisca:

Es tan buena nuestra Reverenda Madre que, al decirle la confusión que ha habido entre mi madre y yo, me permite decirte cuánto pienso en ti esta noche, cuánto pido por ti, querida mía, a quien tanto quiero. Te aseguro que las rejas no han separado mi corazón del tuyo. Los dos están fundidos juntos, ¿no es verdad? Tanto en el cielo como en la tierra serán siempre “uno”.

He pasado una Cuaresma muy buena. De todo lo que he visto en el Carmelo no hay nada más bello que la Semana Santa y el día de Pascua. Diría incluso que es algo único. Ya te lo contaré cuando te vea. ¿Oh, querida mía, ¡qué feliz se es cuando se vive en intimidad con el Señor, cuando se hace de la vida un diálogo, un intercambio de amor, cuando se sabe encontrar al Maestro en el fondo del alma! Entonces nunca se está sola, y se tiene necesidad de la soledad para gozar de la presencia de este Huésped adorado. Ya ves, Francisquita mía, hay que darle su lugar en tu vida, en tu corazón, que El ha hecho tan cariñoso, tan apasionado. ¡Oh, si supieses lo bueno que es, cómo es todo Amor! Le pido que se revele a tu alma, que sea el Amigo que sepas encontrar siempre. Entonces todo se ilumina y la vida resulta hermosa.

Esto no es un sermón que quiera echarte, es el desbordamiento de mi alma en la tuya para que juntamente vayamos a perdernos en Aquel que nos ama, como dice San Pablo, con un “amor demasiado” (Ef 2, 4).

Buenas noches, mi Francisquita, te quiero sinceramente y te abrazo con todo mi corazón. Hna. Isabel de la Trinidad.

Dile a tu madre, a quien tanto amo, que no olvido lo que le he prometido. Recuerdos afectuosos a María Luisa.

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162 A sus tías Rolland – 28‑30 de abril de 1903

Carmelo de Dijon, abril

Mis buenas tiítas:

Me parece que Carlipa y Dijon están muy cerca, pues mi corazón ha recorrido pronto la distancia para encontrar los vuestros. Y es mi divino Esposo quien me da así alas para volar hasta vosotras. Estas alas son la oración y esta unidad en la fe y el amor que hace la comunión de los santos.

Tengo muchas cosas que deciros, queridas tías, y ¿por dónde comenzar? ¡Oh, si supieseis lo hermosa que es una Semana Santa en el Carmelo! Me hubiera gustado que hubieseis asistido a nuestros hermosos Oficios y, sobre todo, a nuestra bella fiesta de Pascua. Ese día cantamos los maitines a las tres de la mañana. Vamos en procesión al coro, revestidas de nuestras capas blancas, con una vela encendida, cantando el Regina Coeli. A las cinco tenemos la Misa de Resurrección, seguida de una magnífica procesión por nuestro hermoso jardín. Todo estaba tan sereno, tan misterioso… Parecía que a través de los caminos solitarios se nos iba a aparecer el Señor, como en otro tiempo a la Magdalena, y si nuestros ojos no lo han visto, al menos nuestras almas lo han encontrado en la fe. ¡Es tan buena la fe! Es el cielo en las tinieblas.

Pero un día el velo caerá y contemplaremos en su esplendor Aquel a quien amamos. Mientras esperamos el “Veni” del Esposo es necesario gastarse, sufrir por El y, sobre todo, amarlo mucho. Dadle gracias por haber llamado a vuestra Isabelita para la persecución. No sé lo que nos espera, y la perspectiva de tener que sufrir por ser suya llena mi alma de felicidad. Amo tanto mi querida clausura que a veces me pregunto si no amo demasiado esta pequeña celda, donde se está tan bien, sola con El solo. Puede ser que un día El me pida el sacrificio. Por mi parte estoy dispuesta a seguirle a todas partes y mi alma dirá con San Pablo: “¿Quién me separará del amor de Cristo?” (Rom8, 35). Dentro de mí hay una soledad donde El mora, y ésta ¡nadie me la puede arrebatar!…

Guita ha tenido la buena idea de mandarme vuestras queridas fotografías.

Voy a enseñárselas a nuestra Madre, que hace tanto tiempo oye hablar de vosotras por su corderito, que os ama tanto. Me ha llenado de alegría enseñarle vuestra querida casita. ¡Qué dulces recuerdos me trae a la memoria! He pasado en ella tantas buenas vacaciones, ciertamente las mejores. Y la Serre, ¿sigue estando tan bonita? ¡Qué bien se debe orar allí! ¿Tendrán la bondad de decir al señor cura que le mando mi alma para rezar el Oficio con él en ese querido valle? Presentadle mis respetos y pedidle que ruegue por mí. El es tan bueno… Estoy cierta que querrá encomendarme en su misa. ¡Queridas tías, si supiesen cuánto aprecio sus hermosos breviarios! No puedo decirlo suficientemente; pero cada vez que los uso tomo vuestras almas con la mía para entrar en comunión con todo el cielo. Les aseguro que me han proporcionado un gran placer. Ellos me seguirán a todas partes, y día y noche mi oración por ustedes será mi “agradecimiento”.

Las dejo para ir a maitines “con ustedes”. Tendría muchas más cosas que decirles, pero suena la campana, y no tengo tiempo más que para abrazarlas, así como a mi buena tía, con lo mejor de mi corazón. Vuestra Isabelita de la Trinidad Rueguen por mi querida mamá. Los acontecimientos la entristecen mucho, pero me edifica su ánimo y doy gracias a Aquel que me la ha dado tan buena.

Saludos a Ana.

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163 A la señora Farrat – 16 de mayo de 1903

Carmelo, sábado por la noche

Muy querida señora:

Su pequeña amiga no puede estar silenciosa sabiendo cómo está usted siendo probada; tiene necesidad de decirle cuánto ruega por aquel que se ha ido con Dios y también por los que ha dejado. Ante tales pruebas el lenguaje humano se siente trivial e impotente. Sólo Aquel que hace la herida puede comprender nuestro corazón y dar los consuelos de que tiene necesidad. Por esto es a ese Dios, que no hiere sino porque ama, a quien se acerca su amiguita, y con todo su corazón, con toda su alma le habla de usted. Querida señora, por la fe nosotros levantamos el velo y seguimos a aquel que ha volado bien alto a esas regiones de paz y de luz, donde el sufrimiento se transforma en amor. Allí habita ya nuestra querida Cecilita, y unida a ella yo ruego por usted. ¿Quiere usted, querida señora, expresar a la señora Clerget Vaucouleurs mis sentimientos de respetuosa y dolorosa simpatía y decirle que en el Carmelo tanto nuestra Reverenda Madre como toda la Comunidad pide con ella por esta alma, que al ir a Dios no la ha dejado? Es tan verdadero que podemos vivir con los que no están ya en la tierra…

Adiós, querida señora. No me olvido de vuestro pequeño Olivier y le pido que el 17 se acuerde de su amiga carmelita.

La abrazo muy afectuosamente como a María Magdalena.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

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164 A Germana de Gemeaux – 20 de mayo de 1903

Carmelo de Dijon, 20 de mayo

Mi querida Germanita:

Habiéndome dicho mamá que iba usted a comer la semana próxima a casa de Margarita, he pedido a nuestra Reverenda Madre permiso para escribir, para decirle que la considero de hecho como a una hermanita. Me parece que nuestras almas no hacen más que una, que usted es carmelita conmigo, pues todo lo que hago es con usted. Y el Señor, al verme entre sus hijas predilectas del Carmelo, ve también a su Germanita de la Trinidad. Los domingos paso con usted mi día en honor de la Santa Trinidad. ¡Oh, mi Germanita, qué bueno es Dios por habernos dado la devoción a este misterio! Que nuestra vida discurra en El, como decíamos el otro día, que sea verdaderamente nuestra morada en la tierra. Allí hagamos silencio, para escuchar a Aquel que tanto tiene que decirnos. Y ya que usted también tiene esa pasión de escucharle, nos encontraremos cerca de El, para oír todo lo que se canta en su alma… He aquí la vida de la carmelita: ante todo, es una contemplativa, otra Magdalena a quien nada debe distraer de lo único necesario (Lc 10, 42). Ama tanto al Maestro que quiere llegar a ser una inmolada como El, y su vida llega a ser un don continuo de sí misma, un intercambio de amor con Aquel que la posee hasta querer transformarla en otro El mismo. Es allí, en El, donde me siento cerca de usted. Es necesario que nuestra divisa sea esta palabra de San Pablo: “Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 3).

Adiós, hermanita, diga a su buena y querida mamá que pido todos los día por ella y que la quiero de todo corazón, junto con la buena Ivonne, que es también la hermanita de mi corazón. Entramos en retiro de la Ascensión a Pentecostés. Yo le haré con usted en el alma del Maestro. Pida por su hermana mayor.

M. Isabel de la Trinidad

La pequeña fotografía es para Ivonne.

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165 Al abate Chevignard – 14 de junio de 1903

Carmelo de Dijon, 14 de junio

“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1).

Señor Abate:

Creo que nada refleja mejor el amor del Corazón de Dios que la Eucaristía. Es la unión, la comunión, es El en nosotros, nosotros en El. Y ¿no es esto el cielo en la tierra? El cielo en la fe, esperando la visión cara a cara tan deseada. Entonces “seremos saciados cuando aparezca su gloria” (Sal 16, 15), y nosotros le veremos en su luz. ¿No le parece que da quietud al alma pensar en ese encuentro, en esa entrevista con El que ella ama sobre todo? Entonces todo desaparece y parece que ya se penetra en el misterio de Dios…

Es totalmente “nuestro” todo este misterio, como usted me dice en su carta. ¡Oh, ruegue para que yo viva plenamente mi dote de esposa! Que esté toda disponible, toda despierta en la fe, para que el Maestro pueda llevarme adonde quiera. Quisiera estar sin cesar junto a Aquel que sabe todo el misterio, a fin de oírlo todo de El. “El hablar del Verbo es la infusión de su don”. ¡Oh, sí, ¿verdad que El habla a nuestra alma en el silencio? Me parece que este querido silencio es una bienaventuranza. Desde la Ascensión hasta Pentecostés hemos estado en retiro, en el Cenáculo, esperando al Espíritu Santo, y era muy hermoso. Durante toda esta Octava tenemos el Santísimo Sacramento expuesto en el oratorio. Son horas divinas las que se pasan en este pequeño rincón del cielo, donde poseemos la visión en sustancia bajo la humilde Hostia. Sí, es el mismo al que contemplan los bienaventurados en la claridad y a quien nosotros adoramos en la fe. Hace unos días me escribían un hermoso pensamiento que le envío: “La fe es el cara a cara en las tinieblas”. ¿Por qué no sería así para nosotros, ya que Dios está en nosotros y no pide otra cosa que poseernos como poseyó a los Santos? Sólo que ellos estaban siempre atentos, como dice el P. Vallée:

“Ellos se callan, se recogen y no tienen otra actividad que ser el ser que recibe”. Unámonos, pues, señor abate, para hacer la felicidad de Aquel que nos ha “amado demasiado” (Ef 2, 4). Hagámosle en nuestra alma una morada toda sosegada en la que se cante siempre el cántico del amor, de la acción de gracias, y después, ese gran silencio, eco del que existe en Dios…

Además, acerquémonos, como usted me dice, a la Virgen, toda pura, toda luminosa, para que ella nos introduzca en Aquel que ella penetró tan profundamente, y que nuestra vida sea una comunicación continua, un movimiento sencillo hacia el Señor. Ruegue por mí a la Reina del Carmelo.

Por mi parte, rogaré por usted, se lo aseguro. Permanezco con usted en la adoración y en el amor.

Hermana María Isabel de la Trinidad

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166 A su hermana – 15 de junio de 1903

Que en el alma de mi Guita se haga un profundo silencio, eco del que se canta en la Trinidad. Que su oración nunca cese, ya que posee lo que será un día su Visión, su Bienaventuranza.

Santa Germana, 1903.

Isabel de la Trinidad.

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167 A la señora de Sourdon – 21 de junio (?) de 1903

Carmelo de Dijon, domingo

Querida señora:

Puede usted adivinar cuánto pensaré en usted mañana y los días siguientes. Por lo demás, es una pendiente a la que se siente arrastrado mi corazón. Usted lo sabe bien, ¿verdad? Francisca me había dicho en una de sus conversaciones que ella pensaba sacar su título. Me parecía que se acercaba el momento, cuando me llegó su amable carta. Tengo mucha confianza. Y aunque amo a mi Francisquita con todo mi corazón, deseo el éxito de su examen, más por su querida mamá que por ella, pues esta mamá ¡se ha dado tanto a sus hijos! Lamento de todos modos que, como usted me dice, la pequeña no haya estudiado más; pero Dios le ha dado mucha facilidad, y además es tan bueno que hay que esperarlo todo de su amor.

¿Y su gentil María Luisa? Veo que no he rogado todo lo necesario, ya que el personaje en cuestión no reúne todas las cualidades. Lamento que no tenga otro apellido, pues me figuro que es esto lo que le falta. Es una lástima, se lo confieso, porque es raro encontrar jóvenes con las cualidades de éste, pero de todos modos había que hacer un sacrificio. Pido mucho por usted, créalo, querida señora, y ya que tiene tanta devoción al Sagrado Corazón, le confío sus solicitudes maternales.

Mientras escribo, recuerdo aquellas veladas de verano que hemos pasado juntas… Ahora estoy sola en nuestra celdilla, sola con El… el “Todo”…

Si usted supiese qué paz, qué felicidad inundan mi alma… Si supiese también cómo estoy “más cerca” de usted y cómo la amo…

Adiós, querida señora, voy a bajar a maitines y llevo a las tres en mi corazón. Hna. Isabel de la Trinidad

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168 A la señora Angles – 29 de junio de 1903

Carmelo de Dijon, 29 de junio

Señora y querida hermana:

Veo que también usted sufre la persecución, ya que sus buenos padres capuchinos han tenido que marchar al destierro. Comprendo el sacrificio que es para usted. Es tan bueno, ¿verdad?, encontrar un alma que sepa guiar a los demás al Señor… En el mundo tuve que hacer muchos sacrificios por este motivo pero he visto que cuando el Señor me privaba de todo lo que me parecía me conducía a El, era para darme más todavía. Querida señora, hay que decir siempre gracias, pase lo que pase, porque Dios es Amor y no puede hacer más que obras de amor… En el Carmelo estamos en calma, en la paz del Señor. Somos de El y estamos bajo su protección. La víspera de su muerte Cristo decía a su Padre: “No ha perecido ninguno de los que me diste” (Jn 17, 12). Entonces ¿qué podríamos temer? Se nos podrá quitar nuestra querida clausura, en la que he encontrado tanta felicidad, se nos podrá conducir a prisión o a la muerte. Le confieso que sería muy feliz si tal suerte me estuviera reservada… Me pregunta cuáles son mis ocupaciones en el Carmelo.

Podría responderla que para la carmelita no hay más que una: “amar, orar”.

Pero como, aun viviendo ya en el cielo, tiene todavía el cuerpo en la tierra, debe, aun entregándose al amor, tener sus ocupaciones, para hacer la voluntad de Aquel que ha hecho, el primero, todas estas cosas para darnos ejemplo. Comenzamos el día con una hora de oración a las cinco de la mañana.

Después estamos todavía una hora en el coro para salmodiar el santo Oficio… Después la Misa. A las dos rezamos vísperas, a las cinco la oración hasta las seis. A las ocho menos cuarto completas. Después, hasta los maitines, que se rezan a las nueve, oramos y sólo hacia las once dejamos el coro para ir a reposar. Durante el día tenemos dos horas de recreación.

Todo el demás tiempo es silencio. Trabajo en nuestra celdilla cuando no tengo que barrer. Un jergón, una silla, un atril sobre una tabla. Esto es todo el moblaje. Pero está lleno de Dios y paso allí muy buenas horas sola con el Esposo. Para mí la celda es algo sagrado, es su santuario íntimo, nada más que para El y su pequeña esposa. Estamos tan bien “los dos”… Me callo, le escucho… Es tan bueno escucharlo todo de El. Y además le amo mientras coso y remiendo este querido sayal, que tanto he deseado llevar.

Querida señora, usted está rodeada de silencio ahí, en sus bellas montañas.

Tiene mucha soledad, no permitiéndola su salud trabajar. ¡Oh, viva con El, hágale presente por la fe! Piense que El mora en su alma y le acompañe sin cesar, ¿verdad? Unámonos para hacer su felicidad y, para esto, que nuestra vida sea una comunión continua…

He visto a mamá estos días. Me gustaría que fuese por ahí este verano.

Usted le haría bien. Desde que estoy en el Carmelo el Señor la ha tomado más consigo, y cada vez que tengo conversación con ella, le doy gracias al ver todo lo que hace en esta alma tan amada. ¡Oh, qué bueno es! Amémosle, y que el fruto de nuestro amor sea el abandono. Ahí la dejo. Unión como nunca en el silencio y la adoración, en el alma de Aquel en el que soy su hermanita.

María Isabel de la Trinidad Ruego por su convertida.

Encuentro esta carta en nuestro atril y me avergüenzo. Habrá recibido usted mi fotografía de carmelita; que ella le lleve mi alma.

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169 Al canónigo Angles – 15 de julio de 1903

Carmelo de Dijon, 15 de julio

Señor canónigo:

Mi querida mamá, a quien vi la semana pasada, me ha entregado su amable carta, y le aseguro que me ha causado mucha pena por lo que sufre a causa de sus ojos y ruego mucho por usted. Me preguntaba un poco qué le podía pasar, pero ¿no es junto al Señor donde encontrará a su pequeña carmelita? Es allí donde también ella le encuentra. Entonces, nada de distancia, nada de separación, sino ya, como en el cielo, la fusión de los corazones y de las almas. Después de mi última carta ¡cuántas cosas han pasado! La Iglesia me ha hecho oír el “Veni, sponsa Christi”, ella me ha consagrado y ahora todo está “consumado” (Jn 19, 30), o más bien, todo comienza, pues la profesión no es más que una aurora, y cada día de mi “vida de esposa” me parece más bello, más luminoso, más envuelto en la paz y el amor. En la noche que precedió al gran día, mientras estaba en el coro esperando al Esposo, comprendí que mi cielo comenzaba en la tierra, el cielo en la fe, acompañado del sufrimiento y la inmolación por Aquel a quien amo… Quisiera amarle tanto… amarle como mi seráfica Madre, hasta morir de amor: “O charitatis Victima”, cantamos el día de su fiesta, y ésta es toda mi ambición: ser la presa del amor. Me parece que en el Carmelo es tan sencillo vivir de amor.

Desde la mañana hasta la tarde la Regla manifiesta instante tras instante la voluntad del Señor. Si usted supiera cómo amo la Regla, esa Regla que es la forma en que El me quiere santa. No sé si tendré la felicidad de dar a mi Esposo el testimonio de mi sangre, pero, al menos, si cumplo plenamente mi vida de carmelita, tengo el consuelo de gastarme por El, por El solo.

Entonces ¿qué importa la ocupación en que me quiere? Dado que está siempre conmigo, el diálogo no debe acabar nunca. Le siento tan vivo en mi alma, que no tengo más que recogerme para encontrarle dentro de mí, y es esto lo que constituye mi felicidad. El ha puesto en mi corazón como una sed de infinito y una necesidad tan grande de amar que El solo puede llenar. Entonces voy a El como va el niño a su madre, para que El llene, invada todo y me tome y lleve en sus brazos. Me parece que hay que ser muy sencillos con el Señor.

Estoy impaciente por enviarle mi buena mamá. Usted verá cómo el Señor ha hecho su obra en esta alma tan querida. Algunas veces lloro de felicidad y agradecimiento. Es tan bueno sentir veneración por la madre, ver que ella también es toda de Dios, poder comunicarle el alma y ser comprendida…

Usted es la gran ilusión del viaje, se lo aseguro. Me gusta recordar las vacaciones en Saint Hilaire, en Carcasona y Labastide. Son las mejores que he pasado. ¡Con qué bondad escuchaba las confidencias que me gustaba hacerle! Sería muy feliz si un día se las pudiese hacer a través de mis queridas rejas. ¿No vendrá usted a bendecir a su pequeña carmelita, a dar gracias junto a ella a Aquel que la ha “amado demasiado”? (Ef 2, 4), ya que, usted lo ve, mi felicidad es inefable. Escuche usted lo que se canta en mi alma y lo que sube del corazón de la esposa al corazón del Esposo por usted, de quien se reconoce siempre hijita. Envíele la mejor bendición. En la santa Misa báñela en la sangre del Esposo. ¿No es El la pureza de la esposa? Y ella ¡lo ansía tanto! Adiós, señor canónigo, crea en la expresión de mis sentimientos tan respetuosos como afectuosos. Hna. Isabel de la Trinidad

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170 A su madre – hacia el 13 de agosto de 1903

Carmelo de Dijon, agosto

“(Permanezcamos en su amor!” (Jn 15, 9).

Querida mamita:

¿Te acuerdas con qué cuidado se escondía tu Isabel al acercarse tu fiesta para prepararte una linda sorpresa? ¡Era tan bueno darte gusto! Este año hago también mis perspectivas, mis “complots” con mi divino Esposo. El me brinda todos sus tesoros, y es allí donde voy a proveerme para ofrecerte un ramillete todo divino, una corona que brillará sobre tu frente por toda la eternidad, y tu pequeña se alegrará un día al pensar que ella ha ayudado al Señor a prepararla, que ella la ha enriquecido con hermosos rubíes, sangre de tu corazón y también del suyo…

Me alegro mucho de saber que estás con nuestra querida Guita, y después con la amable señora Hallo y María Luisa. Goza bien de tu hija y de estas buenas amistades. Te escribo antes de maitines. Nuestra celda está llena de silencio, llena sobre todo de la presencia del Señor. Mamá, esto no te hace sufrir, ¿verdad? ¡Soy tan feliz en mi Carmelo! Mi pensamiento te acompaña allá en medio de la querida colonia. Mando a cada uno un afectuoso recuerdo, particularmente a Alicia. ¡Oh, si supieras qué verdad es que yo tengo la mejor parte!… Esta noche tengo necesidad de decirte “gracias”, pues sin tu “fiat” sabes bien que yo jamás te hubiera dejado, y El quería que yo te sacrificase por su amor. El Carmelo es como el cielo. Hay que dejarlo todo para poseer a Aquel que es Todo. Me parece que te amo como se ama en el cielo. Que no puede ya haber separación entre mi mamita y yo, porque a quien tengo en mí mora en ella; por eso estamos muy cercanas.

Había interrumpido la carta y he recibido la tuya, que me llena de alegría. Me hubiera gustado recibir mejores noticias, pero no temas estar enferma. Pídele la fortaleza, y después abandónate, tu hija está allí para rogar por ti. Estoy profundamente conmovida por las atenciones de la señora Hallo y encargo al Señor salde mi deuda de gratitud. La Exposición eucarística debió estar muy bien. Me alegro de que el Señor tenga una buena parte en vuestras vacaciones…

Me ha visitado la señora de Vathaire con Antonieta de Bobet, que me ha traído sus dos hijitas; nuestra Reverenda Madre me ha permitido verlas, y por deseo de su madre ha venido ella a verlas. La más pequeña es un encanto.

Amo tanto a estos pequeños seres puros, y quisiera que un día nuestro Señor dé uno a nuestra querida Guita. ¿Quieres decírselo, dándola un abrazo de mi parte? Gracias por su amable carta. Estoy unida a ella no sólo por la mañana como me pide, sino continuamente.

Y ahora, mamá querida, no me queda lugar más que para expresarte un deseo: que Aquel que me ha tomado para El sea, cada vez más, el Amigo en quien descanses de todo. Vive en su intimidad, como se vive con quien se ama, en un dulce diálogo. Este es el secreto de la felicidad de tu hija, que te abraza con todo el amor de su corazón de carmelita, este corazón que es todo tuyo, porque es todo suyo, todo de la Trinidad.

Se me olvidaba decirte que estoy de maravilla. ¡Si supieras lo buena que es nuestra Madre! Es una madre, ¿no es decirlo todo? Hasta el lunes.

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171 A sus tías Rolland – 15 de agosto de 1903

Mis buenas tiítas:

Mientras la pluma se desliza sobre el papel, mi pensamiento os sigue allá abajo en esa querida iglesia donde tanto me gustaba rezar con ustedes.

Veo a la hermosa Virgen con su altar todo adornado de flores y de luces por mis tiítas tan amadas. ¡Cuántas veces he pasado con ustedes esta hermosa fiesta de la Asunción… Este año sólo estoy con el corazón y el alma, pero es como en el cielo, no hay distancia, ¿verdad? También nosotras, en el Carmelo, hemos tenido nuestra procesión después de vísperas, que cantamos a las dos. Llevábamos nuestras capas blancas. Es tan hermoso hacerla en medio de nuestros claustros… Me gusta pensar en la procesión de las vírgenes que siguen al Cordero a dondequiera que va. Ya en la tierra El ha escogido a vuestra Isabelita para formar parte del divino cortejo, entre sus esposas del Carmelo. Dadle gracias en mi nombre cada día, ¿verdad?, porque desborda en mi alma el agradecimiento.

Si supiesen lo contenta que estoy de enviarles a mi querida mamá… Se la encomiendo, queridas tiítas. Su cariño y sus atenciones son tan dulces para su corazón… La hubiera gustado mucho que Margarita la acompañase, pero, ya saben, sabe sacrificarse, lo mismo que ustedes. No se enfaden con Jorge. Guita está cansada y este año un viaje tan largo no hubiera sido muy razonable. Está descansando en el campo, y, como el pueblo está cerca de Dijon, su marido va a pasar con ella el domingo. La querida pequeña hubiera sido muy feliz de ir a verlas, se lo aseguro, pero en este mundo hay que hacer sacrificios, ¿verdad?, queridas tiítas. Para mamá y para ustedes esto lo es. ¡Pobre mamá!, el sacrificio ha sido frecuentemente su porción en este mundo. Yo, la primera, he hecho sangrar su corazón entrando en el Carmelo.

¡Oh!, si no hubiese sido por El… pero, ya veis, no se puede resistir a su llamada. El cautiva, encadena, una no se pertenece más, es la presa de su amor. Puede haber desgarramiento en el corazón, pero en el alma reina una paz inefable, una felicidad que no se parece a la de este mundo. Cuando hace tres años me despedí de ustedes, sentía en el fondo de mi alma que todo estaba acabado, que no volvería más a ese Carlipa con mis tías queridas, tan buenas conmigo. ¿Se acuerdan cómo corrían las lágrimas mientras arrancaba la diligencia? Pues bien, ahora me es muy fácil ir con ustedes, y hago frecuentemente este viaje: la oración, la unión en Aquel que es el vínculo de todo afecto es mi medio de transporte. No lo olviden, mis tiítas, y vengan también a mí. Antes de acabar, déjenme hablar todavía de sus hermosos breviarios. Darían envidia al señor cura. Sólo que les encontraría un poco voluminosos, y, para ir a la Serre, serían poco prácticos. Tienen 24 centímetros de largo por 16 de ancho. Ya estáis bien enteradas. Digan a su buen párroco que le agradezco infinitamente el recuerdo que tiene de mí en el santo Sacrificio. Cuento con sus oraciones, y, por mi parte, no le olvido.

En cuanto a ustedes, queridas tiítas, les mando, y también a tía Catalina, mis mejores cariños. Den un abrazo a mamá por mí, ámenla por su carmelita… Hna. M. I. de la Trinidad.

He contado en recreación la procesión de San Roque en Carlipa, que les ha interesado y edificado.

Recuerdos a Ana y a Luisa.

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172 A Germana de Gemeaux – 20 de agosto de 1903

Carmelo del Corazón Agonizante de Jesús. 20 de agosto

Mi querida hermanita Germana de la Trinidad:

Su cariñosa carta y sus confidencias me han alegrado mucho. Me gusta tanto, cuando usted alza el velo de su alma, penetrar en ese santuario íntimo donde vive sola con Aquel que la quiere toda para El y que se ha construido dentro de usted una amada soledad. Allí, mi Germanita, hágale descansar en usted, descansando usted en El. Escuche todo lo que se canta en su Alma, en su Corazón. Es el Amor, ese Amor infinito que nos envuelve y quiere asociarnos desde la tierra a toda su bienaventuranza. Es toda la Trinidad la que reposa en nosotras, todo ese misterio que será nuestra visión en el cielo: que ella sea su claustro. Me llama hermanita, y me causa mucha alegría. Que su vida discurra en El. También la mía. Yo soy “Isabel de la Trinidad”, es decir, Isabel que desaparece, se pierde, se deja invadir por los Tres. Ya ve que estamos muy cerca en Ellos, somos una cosa, ¿verdad? Desde la mañana hasta la noche todo lo hago con usted y la tengo por la verdadera hermanita de mi alma. La encomiendo a todos nuestros Santos, particularmente a nuestra santa Madre Teresa y a la hermana Teresa del Niño Jesús. Sí, mi Germanita, vivamos de amor, seamos sencillos como ella, entregados siempre, inmolándonos a cada instante haciendo la voluntad del Señor sin buscar cosas extraordinarias. Y, después, hagámonos pequeñitas, dejándonos llevar como el niño en los brazos de su madre, por Aquel que es nuestro Todo. Sí, mi hermanita, somos muy débiles, diría incluso que no somos más que miseria, pero El lo sabe bien. Le gusta tanto perdonarnos, levantarnos, y después transformarnos en El, en su pureza, en su santidad infinita. Es así como nos purificará con su contacto continuo, con sus toques divinos. El nos quiere muy puras, pero El mismo será nuestra pureza.

Es necesario dejarnos transformar en una misma imagen con El, y esto sencillamente, amándole siempre con ese amor que establece la unidad entre los que se aman.

También yo, Germana. quiero ser santa, santa para hacer su felicidad.

Pídale que yo no viva más que de amor, “esta es mi vocación”. Y después, unámonos para hacer de nuestras jornadas una comunión perenne: por la mañana, despertémonos en el Amor. Durante el día, entreguémonos al Amor, es decir, haciendo la voluntad del Señor, bajo su mirada, con El, en El, para El solo. Entreguémonos todo el tiempo como El quiera, usted sacrificándose, haciendo la alegría de sus padres queridos. Y después, al llegar la noche, tras un diálogo de amor que no ha cesado en nuestro corazón, descansemos también en el Amor. Tal vez veamos faltas, infidelidades; dejémoslas al Amor: es un fuego consumidor, hagamos así nuestro purgatorio en su amor.

No le digo nada de parte de nuestra Reverenda Madre. Es tan buena que quiere escribir ella misma, y será mucho mejor. ¿Quiere dar un abrazo por mí a su mamá querida y decirle que la quiero como a una verdadera mamá? Diga a Ivonne que ella es también mi hermanita, que pido todos los días por ella y también por el señor Gemeaux. A usted, mi Germanita, no la dejo nunca. Crea que ya es carmelita con su hermana mayor. M. I. de la Trinidad.

Gracias por su bonita estampa, que me ha causado mucha alegría… El jueves 27 celebramos el aniversario del día en que un serafín traspasó el corazón de nuestra santa madre Teresa. ¡Pidámosle también una herida de amor!…

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173 A la señora de Sourdon – 23 de agosto de 1903

Carmelo de Dijon, domingo

Muy querida señora:

Le aseguro que he respondido pronto a su llamada. Después de haber leído su carta, que nuestra Madre me remitió, inmediatamente (ella comprende muy bien sus preocupaciones), fui al oratorio, donde tenemos el Santísimo Sacramento, y con todo mi corazón y mi alma he rogado por vuestra querida enferma. Hay una oración a la que el Maestro no resiste: la de la Magdalena.

Me parece también que sus carmelitas tienen también mucho poder sobre su Corazón y uso de todos mis derechos en favor de usted. Querida señora, qué providencia paternal vela sobre nosotras y cómo se manifiesta clara en esta prueba, ya que por el retraso de un día nuestra querida Francisca no ha sido cuidada a tiempo. ¡Oh, si usted supiese cómo pido por ella! La querida pequeñita tiene un lugar tan grande en mi corazón y soy tan feliz pensando que desde el fondo de mi claustro puedo hacer algo por usted, pues tengo una gran deuda de gratitud que pagarle. Crea que estoy con el corazón y el alma a la cabecera de su querida enferma y que mi oración las envuelve.

Voy a tocar la campana. Me doy prisa, pues me urge que reciba esta palabra de mi corazón, que le dirá cuanto pido.

Tenga la bondad de ofrecer mis respetuoso recuerdo a la señora de Maizieres y decirle que no la tengo en olvido en mis oraciones. A usted, querida señora, le envío lo mejor de mi corazón. Hna. M. Isabel de la Trinidad Si dice a Francisquita que le he escrito, déle un abrazo por mí, y lo mismo a María Luisa.

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174 A Francisca de Sourdon – 23 (?) de agosto de 1903

Mi buena Francisca:

En otros tiempos, cuando sabía que estabas cansada, venía muy pronto a verte y acompañarte. Ahora no puedo tomar el tren para ir a cuidarte ni siquiera escribirte con la frecuencia que mi corazón desea, pero )no notas que estoy viva junto a ti? Nos amamos demasiado, mi pequeña, para que exista distancia, obstáculo entre nuestros corazones.

Pobre Francisquita, estoy triste por verte condenada a guardar reposo en ese París que tanto te gusta. Pero, ya ves, el sacrificio es un sacramento que nos envía el buen Dios. El lo envía a los que ama y quiere cerca de El.

Sé que tú se le has ofrecido generosamente y estoy contenta de mi Francisquita. Si supieras cómo pienso en ti, cómo ruego por ti, que es todo una cosa en una carmelita… Ya ves, yo soy feliz. Pido al Señor que te haga gustar también las dulzuras de su amor y su presencia. Es esto lo que transforma e ilumina la vida, es el secreto de la felicidad… Mi querida Francisca, piensa que si el Señor nos ha separado, El quiere ser el Amigo a quien puedes encontrar siempre. El está a la puerta de tu corazón… El espera… Ábrele (Ap 3, 20). Que esto sea la intimidad, el diálogo. Y siendo yo su esposa, y “la esposa es del Esposo” (Jn 3, 29), piensa que allí estoy yo también. Entonces no nos separaremos, nuestras almas y nuestros corazones no serán más que uno.

Abraza por mí a tu buena madre y a María Luisa, que debe tener muchas cosas importantes que contarte. Un recuerdo respetuoso a la señora de Maizieres y saludos a todas tus primas. Para ti, querida mía, lo mejor de mi corazón. Hna. M. I. de la Trinidad

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175 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 24 de agosto de 1903

Carmelo de Dijon, 24 de agosto

Mi queridísima María Luisa:

Recibí ayer su cariñosa carta y me apresuro a manifestarle el agradecimiento que llena mi corazón. ¡Qué buenos son todos y cada uno para con mi madre querida! ¡Oh, si supiese cómo me conmueve! Se me saltan las lágrimas al escribirla y no hallo palabras para expresar los sentimientos de mi corazón hacia el suyo. ¿Quiere usted “escucharle”, querida María Luisa… escucharle en el silencio, cerca del Señor? Es El el que se encarga de pagar la deuda de gratitud de su pequeña carmelita. Me dice que mi nombre se oye con frecuencia en sus conversaciones. Puedo decirle, por mi parte, que en la intimidad y el diálogo con mi divino Esposo “nosotros estamos” frecuentemente con usted. Porque, ya ve, en el Carmelo es como en el cielo; no hay distancia, es ya la fusión de las almas. Esta unidad consumada fue el gran deseo del Maestro. Usted recuerda la oración que la noche de la Cena brotó de su Corazón desbordante de amor por aquellos “que El ha amado hasta el fin” (Jn 13, 1): “Padre mío, que ellos sean uno” (Jn 17, 21). Me gusta mucho hacer esta oración con El. Entonces me parece que estamos muy cerca.

Mi querida María Luisa, ya lo ve. Desde que estoy en el Carmelo (aunque al parecer no le haya dado casi señal de vida) me parece que estoy más cerca de usted, que la amo más profundamente. Es porque Aquel que me ha tomado toda para sí es todo amor y yo procuro identificarme con todos sus movimientos.

La amo con su Corazón, y con su alma rezo por usted, mi buena María Luisa, y me alegro de sus esperanzas por la llegada del angelito. No tema, esté en la paz del Señor. El la ama, y vela sobre usted como la madre sobre su hijo pequeñito. Piense que está en El, que El es su morada aquí en la tierra. Y además que El está en usted, que le posee en lo más íntimo de usted misma, que a cualquier hora del día y de la noche, en las alegrías o en las penas, le puede encontrar ahí, muy cercano, muy dentro. Es el secreto de la felicidad, el secreto de los santos. Ellos sabían muy bien que eran el “templo de Dios” (I Cor 6, 19, o 3, 6) y que uniéndose a este Dios se llega a ser “un mismo espíritu con El” (I Cor 6, 17), como dice San Pablo; por eso, ellos caminaban siempre bajo su luz. Querida María Luisa, si El ha permitido la prueba, si ha sufrido tanto su corazón de madre, es que El quería hacerla partícipe de su cruz, como a una amada a quien se puede pedir todo. Pero El estaba allí, muy cerca, para ayudarla. Ahora la quiere toda alegre en la espera del angelito. Confíe en su amor y en su Isabel, que se hace su abogada ante El. Ella es divinamente feliz, con una felicidad que se parece a la que se goza en el cielo. Dé gracias al Señor en mi nombre.

Además, al acabar esta carta, permítame una vez más manifestarla mi gratitud, a usted que es una verdadera hija para mi mamá. ¿Quiere usted abrazarla por su Isabel y hacerse mi intérprete para los queridos huéspedes de Labastide? Diga a su querida madre que la quiero mucho y no olvidaré sus atenciones. Un muy afectuoso recuerdo a su tía la señora Angles y a la señorita Victorina. Diga a su buen padre y al señor José que no les tengo olvidados. Finalmente, muchas cosas para todos y para usted lo mejor que tengo en mi corazón. Vuestra hermanita,

M. Isabel de la Trinidad

¡Qué delicioso recuerdo guardo de su montaña y de nuestra reunión!… ¡Todo se lo he dado a El!…

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176 A su madre – hacia el 27 de agosto de 1903

Mi querida madrecita:

Creo que te alegrarás de recibir unas letritas de tu Isabel, por eso no puedo resistir a la alegría de darte gusto. Nuestra Reverenda Madre no ha esperado a que le pida permiso para escribirte 2. Ella misma me lo ha dicho, ella que conoce el corazón de su hijita y el de su querida madre. Además, tú lo sabes, es tan buena y estaba muy contenta al darme tan buenas noticias. Por lo que a mí se refiere, ha sido al Señor a quien he dicho mi alegría y mis gracias. ¡Qué felicidad oír que eres cuidada, mimada, rodeada de cariño! Ya sabía yo que hacía falta enviarte a tan buenos amigos.

Te he acompañado durante tu largo viaje, mi alma estaba unida a la tuya. Toda la comunidad ha rogado por ti y durante los maitines tu pequeña estaba muy contenta de envolverte en su oración. Cuando me fui a reposar me dije: ¿Por esta noche mi madrecita no se enfadará por tener nuestro jergón”, y he aquí que he soñado que estaba contigo… ¡hasta Tarascón! Pero, ¿no es verdad?, esto no es un sueño. Es mucha verdad que estamos muy cerca, que nos amamos como en el cielo y ninguna distancia nos puede separar. ¡Oh! ¿No notas mi oración que sube continuamente hacia El y baja hacia ti? En otro tiempo tú me velabas y me cuidabas muy bien. Ahora, me parece que soy yo la que te guarda con El y esto me es muy dulce. Mamá querida, ¿lo quieres, verdad?

¿Sabes que Francisca de Sourdon está gravemente enferma de apendicitis en París? He escrito a su pobre mamá, que me había lanzado un grito de socorro. Goza bien de tu estancia con el querido señor canónigo, que debe hacerte tanto bien, además de la señora Maurel y su simpática María Luisa. Diles todo mi reconocimiento y guarda para ti todas las ternuras de tu pequeña,

I. de la Trinidad

Acabo de recibir tu amable carta, que me ha llenado de alegría. Te sigo a todas partes y doy gracias al Señor que te hace pasar unas vacaciones tan hermosas, tan bien rodeada, tan bien cuidada. ¡Oh, qué contenta estoy! Vive con El, ¿verdad?, mamá.

La señora de Cernon y sus hijas han venido a verme. Ella te manda un afectuoso recuerdo. No he visto a Guita.

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177 Al canónigo Angles – hacia el 27 de agosto de 1903

Querido señor canónigo:

¡También tengo que darle a usted las gracias! ¡Si supiera la alegría que es para mí pensar que mi querida mamá está con usted! ¿No es verdad que ella es buena? ¡Y cuánto bien le hará usted! ¡Ha hecho tanto a su carmelita! Recuerdo todavía nuestras conversaciones en la sala grande durante las queridas vacaciones en su bellas montañas y los paseos por la noche al claro de la luna… Allá arriba, junto a la iglesia… Era tan bello el silencio y la calma de la noche. ¿No notaba usted que toda mi alma está arrebatada hacia El? Y además la misa en la capillita, esa misa celebrada por usted… ¡Cuántos dulces recuerdos que no olvidaré jamás! Ahora con el alma y el corazón le sigo y me siento muy cerca de usted. Me gusta tanto pensar que es por El por quien he dejado todo. Es tan hermoso dar cuando se ama, y yo amo mucho a este Dios que está celoso de tenerme toda para Sí. Siento tanto amor sobre mi alma. Es como un océano en el que me sumerjo y me pierdo: es mi visión en la tierra, mientras espero el cara a cara en la luz. El está en mí, yo estoy en El. No tengo más que amarle, dejarme amar siempre, a través de todas las cosas: despertarse en el Amor, moverse en el Amor, dormirse en el Amor, el alma en su Alma, el corazón en su Corazón, los ojos en sus ojos, para que por su contacto El me purifique y me libre de mi miseria. Si supiera lo llena de ellas que estoy… Me gustaría decírselas como en otro tiempo en Saint Hilaire, y después bañarme en la Sangre del Cordero. Mi querida mamá me hace casi cometer pecados de envidia. Por lo menos ¿quiere en la santa misa meter mi alma en el cáliz y decir al Esposo que me haga toda pura, toda virgen, toda una con El? Voy a tocar a maitines, voy a rezarles con usted, me es muy dulce pagar con la oración mi deuda de gratitud. Le llevo mi alma, bendígala, ofrézcala al Señor; dígale que quiero hacer su felicidad.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

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178 A su madre – 6 (u 8) de septiembre de 1903

Mi querida madrecita:

Acabo de recibir tu cariñosa carta y tú adivinas cuánto me agradan las buenas noticias que me das acerca de tu salud. ¡Nunca ese largo viaje se ha pasado tan bien! Ya ves, si tu hija no puede cuidarte como en otro tiempo, hace en verdad mucho más, y es una gran alegría para su corazón pensar que ella atrae sobre ti todo el amor, todas las bendiciones del Señor.

Te sigo a todas partes. Tú tomarás mi alma con la tuya en Nuestra Señora de Marceille; ¡tantas veces hemos subido juntas! ¿Te acuerdas? Di a la querida señora Lignon que su amiguita la quiere siempre mucho, que no olvida las hermosas vacaciones en Saint Hilaire, las alegres veladas y el paso de cuatro… Me acuerdo, querida mamá, que mientras bailaba como las otras y danzaba, allá abajo, en el gran salón, estaba como obsesionada por este Carmelo que tanto me seducía y donde un año más tarde había de encontrar tanta felicidad. ¡Qué misterio! ¡Oh, no te arrepientas de haberme dado a El! El lo quería y además tú sabes bien que soy toda tuya.

Cecilia debe estar bien linda. No olvidaré sus grandes ojos azules. Dala un abrazo por mí, y a María, su madre, a la señora Silvia Aiguesper. No olvido a nadie… Di a las buenas tías el cariño que les tengo. Ruega por mí en esa querida iglesia que tanto me gustaba y piensa que estoy allí… que mi alma está junto a la tuya… Esto es mucha verdad, querida madrecita.

Guita, a su retorno, ha venido a verme con su marido. Tenía el rostro fresco y sonrosado, lo que me ha gustado. Me han hablado de sus esperanzas.

Parecían tan felices, eran tan amables… He dado gracias al Señor por ellos, y después lo he hecho por mí. De tejas abajo parece que no tengo más que el sacrificio, pero, aun así, soy yo, querida mamá, la que tengo la mejor parte, convéncete. Pienso que a pesar de las lágrimas y el dolor que supone para el corazón de una madre, y sobre todo de una madre como tú, esta madre debe alegrarse de haber dado al Señor una carmelita, pues después del sacerdocio no veo nada más divino en la tierra. Una carmelita supone un ser tan divinizado… ¡Oh!, pide a nuestra Madre Teresa, a quien de pequeña me enseñaste a amar, pídele que yo sea una carmelita santa, y después alégrate de ser amada por este corazoncito que es todo de Dios. El le ha dado una gran potencia amorosa, y al pensar en ti ha sangrado a veces; pero es por El. Madre querida, si le amo un poco es porque tú has orientado hacia El el corazón de tu pequeñita. Tú me preparaste muy bien para la Primera Comunión, ese gran día en que nos dimos el uno al otro. Gracias por todo lo que has hecho. Yo quisiera hacerle amar y, como tú, darle almas. Ruego mucho por el señor Chapuis… Ayer Guita me vino a decir que estaba muy mal y toda la comunidad ha cantado la Salve por él. Jorge me había dicho que iba a procurar prepararle a recibir a un sacerdote, bajo pretexto de la novena, para el 8 de septiembre, y que él mismo comulgaría con Guita, lo que me agradó. Si supieses lo bien que me cuida nuestra Reverenda Madre… Tú le dijiste que el calor me fatigaba. Ella me defiende tan bien que no he tenido verano mejor. Pensarás sin duda que la obedezco mejor que a ti, mi madrecita, porque sobre eso no te hacía casi caso. El 14 volveremos a empezar los ayunos, pide al Señor me continúe dando la gracia de la salud.

Adiós, mi querida madrecita. Estoy tan contenta pensando lo bien acompañada que estás. No te veo, pero te amo por ti, y quiero más tu alegría que la mía. Confío un beso a mi Cristo, para que El te le lleve de parte de su esposa, tu querida pequeña.

Isabel de la Trinidad

Francisca se prepara con alegría a su operación; me ha escrito una carta sin precio. ¡Qué tipo!

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179 A Germana de Gemeaux – 20 de septiembre de 1903

J.M. + J.T.

¡Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto!…

Mi querida hermanita Germana de la Trinidad:

Si supiera cuánto he pedido por usted el día de sus quince años… Hice la santa Comunión por esta intención. Después la he dado a la Santísima Trinidad y me parecía que este don era aún más verdadero, más lleno que el del año pasado. Sí, mi hermanita, usted es toda de “Ellos”; usted es cosa del Señor. ¡Oh, entréguese usted bien a El, a su Amor! La hermana Teresa del Niño Jesús dice: “Uno no es consumido por el Amor hasta que uno no se ha entregado al Amor”. Ya que aspiramos a ser víctimas de su Caridad, como nuestra Santa Madre Teresa, es necesario que nos dejemos enraizar en la caridad de Cristo, como dice San Pablo en la hermosa epístola de hoy. Y ¿cómo será esto? Viviendo sin cesar, a través de todo, con Aquel que habita en nosotros y que es Caridad (I Jn 4, 16, y 8). Tiene tanto deseo de asociarnos a todo lo que El es, de trasformarnos en El. Querida hermana, reavivemos nuestra fe, pensemos que El está allí, dentro, y que nos quiere muy fieles. También, cuando esté a punto de impacientarse o de decir una palabra contra la caridad, vuelva hacia El, deje pasar ese movimiento de la naturaleza por darle gusto. ¡Cuántos actos de abnegación, únicamente conocidos por El, podemos ofrecerle! No perdamos ninguno, querida hermanita.

Me parece que los Santos son almas que se olvidan de sí siempre, que se pierden de tal manera en Aquel a quien aman, sin volver sobre sí mismas, sin mirar a las criaturas, que pueden decir con San Pablo: “No soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Para llegar a esta transformación, sin duda es necesario inmolarse, pero, ¿verdad?, hermanita, usted ama el sacrificio, porque ama al Crucificado. ¡Oh!, mírele bien, apóyese en El, y después llévele su alma, dígale que sólo quiere amarlo, que El haga todo en usted, pues es demasiado pequeña. ¡Es tan bueno ser el niño del Señor, dejarse llevar siempre por El, reposar en su Amor! Pidamos esta gracia de la sencillez y del abandono a la hermana Teresa del Niño Jesús El noviciado se prepara a su fiesta del 30 con una novena. Si usted quiere unirse, nosotras rezamos el Magnificat, según el deseo que ella había manifestado a una hermana de uno de nuestros Carmelos. Yo la prometo una intención particular en esta novena.

Pronto, antes de un mes, vamos a celebrar la gran fiesta de nuestra Madre Santa Teresa. La invito a unirse a su hermana mayor del Carmelo. Ella se prepara allí a celebrarla con una especie de ejercicios Espirituales. Su Cenáculo es el “Amor”, ese Amor que habita en nosotras. Por eso todo mi ejercicio consiste en volver a entrar adentro, de perderme en Aquellos que están allí…

Cuando renuevo mis santos votos, estos votos que me hacen “la encadenada de Cristo”, para usar el lenguaje de San Pablo me gusta añadir su nombre al mío y ofrecerla juntamente conmigo. Darse, ¿no es esa la necesidad de su alma, mi hermanita? ¡Oh, es la respuesta a su amor! Démosle almas también nosotras. Nuestra Santa Madre quiere que sus hijas sean apostólicas. ¡Es tan sencillo! El divino Adorador está en nosotras; por consiguiente, tenemos su oración. Ofrezcámosla, unámonos a ella, oremos con su Alma. Adiós, mi querida hermanita. Dé por mí un abrazo a su querida madre y a Ivonne. Para usted confío un beso a mi Crucifijo, El se lo dará, “el beso del Esposo”. Unión dentro, en el silencio y el amor. Su hermana mayor,

M. I. de la Trinidad.

Espero que las aguas curen por completo a la señora de Gemeaux

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180 A la señora Lignon – 23 de septiembre de 1903

Carmelo de Dijon, 23 de septiembre

Queridísima señora:

¡Qué amable ha sido no olvidándose de su amiguita carmelita enviándola un recuerdo de su peregrinación a Nuestra Señora de Prouille!. Sus bonitas estampas me han gustado mucho. Tenga la bondad de dar las gracias a mi querida Cecilia, dándola un abrazo de mi parte. Eramos muy buenas amigas en Saint Hilaire y su recuerdo está siempre fresco, así como el de su querida mamá. Ninguna de las dos será olvidada… Mamá volvió ayer por la mañana, y por la tarde vino a verme. Ya pueden suponer lo que hablamos de ustedes.

Estoy muy conmovida por sus atenciones y delicadezas de toda clase y no sé cómo agradecérselas. Exprese al señor Lignon toda mi gratitud. Yo le conozco bien.

Ruego mucho por usted, querida señora, por su Cecilia y todos sus seres queridos. Si usted supiera cómo el corazón se dilata y ensancha en el Carmelo y cómo le permanece fiel el de su amiguita… Hace dos años ya que está en su querida soledad y su felicidad es siempre nueva porque su objeto es Dios. Adiós, la amo siempre. Gracias una vez más y distribúyales toda clase de cariño, que le envío desde el fondo de mi claustro.

Hna. M. Isabel de la Trinidad. r.c.i.

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181 A la señora de Sourdon – 21 de noviembre de 1903

Carmelo de Dijon, 21 de noviembre

Los días de una carmelita están tan llenos, minuto a minuto, por la oración y el trabajo, que no he podido encontrar un instante libre para escribirla. Hoy hemos renovado los santos votos, fiesta sin trabajo en el Carmelo, y aprovecho el primer minuto libre para expresarle toda mi gratitud. Su corazón no sabe olvidar. Los que han entrado en él no salen nunca y usted tiene para con su amiguita un recuerdo fiel, que me conmueve profundamente. Si usted supiese lo agradable que es en esta querida soledad recibir estas felicitaciones tan afectuosas, que me indican que la reja no me separa de usted… Gracias también por sus buenas magdalenas. Toda la comunidad ha festejado a Santa Isabel y esto me ha recordado nuestros alegres almuerzos. Aquí, un profundo silencio envuelve nuestras vidas y permite a nuestras almas franquear el Infinito para perdernos, como en un anticipo del cielo, en el amor de Aquel que es nuestro Todo. Querida señora, sabe que en estas intimidades divinas no está usted olvidada. Entonces es mi corazón el que habla… y él se dirige a Aquel que la ama con un amor tan grande. Tengo, pues, todas las garantías para ser escuchada… Confianza, querida señora, el Señor a veces hace esperar, pero su Providencia paternal gobierna todo. “Piensa en mí y yo pensaré en ti”, esto es lo que le dice hoy por su pequeña esposa. Ella le envía lo mejor de su corazón. Usted sabe el afecto que hay allí hacia usted… He rogado mucho por la señora de Maizieres. Confío que la operación haya salido bien.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Un afectuoso recuerdo a su simpática María Luisa.

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182 A Francisca de Sourdon – 21 de noviembre de 1903

Carmelo de Dijon, sábado

Mi querida Francisca:

Gracias por la carta y tu felicitación. ¡Cuántas veces hemos celebrado juntas la fiesta de Santa Isabel! Me parece ver tu cara llena de alegría al presentarte con tu bonito ramillete y echarte en mis brazos. Querida Francisca, te quiero siempre mucho y te aseguro que he rezado mucho por ti durante tu enfermedad; de todos modos, si te hubieras ido, ¿piensas, mi querida, lo que hubiera sido de tu querida Isabel?…

No me extraña nada de lo que te ha dicho ese padre jesuita lo he pensado siempre, ahora más que nunca. No tienes que asustarte. ¡Oh, si quisieras, Francisquita!… De todo modos ¿no te ha hecho reflexionar tu enfermedad? Me parece una cosa muy buena verse tan cerca de la eternidad. Me vas a encontrar rara, es una confidencia que te hago: yo he comenzado ya mi cielo en la tierra, pero a veces me gustaría mirar desde la otra parte, para verle a El, para amarle y perderme en su Infinito. Oh, mi Francisquita, tú que tienes un corazón tan ardiente, ¿no comprendes lo que es el amor cuando se trata de Aquel que nos ha amado tanto? Si supieras cómo te ama y cómo te amo yo también…

Nuestra Reverenda Madre me encarga enviarte estas dos series de billetes de lotería; tienes muchas amigas y pienso que los colocarás fácilmente. Es para ayudar a uno de nuestros Carmelos desterrados. Nuestras Madres de Bélgica, que las han recogido, han organizado esta lotería, y pienso que te ocuparás con gusto en esta buena obra. Nuestra Reverenda Madre quisiera enviarlas las series para Navidad. Cuento con tu gran disponibilidad y, esperando darte las gracias de palabra, te mando mil cariños como a mi querida Francisquita.

Hna. M. I. d. l. Trinidad

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183 A su hermana – 22 de noviembre de 1903

Carmelo de Dijon, domingo

“El reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17, 21).

Mi querida Guita:

¡Si supieras la alegría que me has proporcionado felicitándome así!…

Tus cariñosas líneas me han gustado mucho y tu bella fotografía me ha hecho bien. Santa Isabel te lo ha inspirado ciertamente. Precisamente la deseaba.

Me da devoción mientras recito el Oficio divino y pienso también que estamos las dos junto a El. Es muy cierto, mi pequeña, que El está en nuestras almas y que siempre estamos cerca de El, como Marta y María; mientras tú trabajas, yo te guardo junto a El. Y, además, lo sabes bien, cuando se ama, las cosas exteriores no pueden distraer del Maestro, y mi Guita es juntamente Marta y María (Lc 10, 3842). Si supieras cómo me siento cerca de ti, cómo te envuelvo en mis oraciones a ti y al pequeño ser que está ya en el pensamiento de Dios… ¡Oh, déjate tomar, déjate invadir por su vida divina, para podérsela dar al querido pequeño, que llegará al mundo lleno de bendiciones! Piensa lo que pasaría en el alma de la Virgen cuando, después de la Encarnación, poseía en ella al Verbo Encarnado, al Don de Dios… ¡En qué silencio, en qué recogimiento, en qué adoración más profunda debió sumergirse en el fondo de su alma, para estrechar a aquel Dios de quien era Madre!… Guitita mía, El está en nosotros. ¡Oh!, mantengámonos, pues, junto a El, con aquel silencio, con aquel amor de la Virgen. Será así como pasaremos el Adviento, ¿verdad? No me di cuenta el otro día de que el Adviento comenzaba el domingo y que sería muy pronto para vernos. No te entristezcas, mi querida, no es mucho el tiempo que hay que esperar. Podrás venir inmediatamente después de Navidad (el tercer día, pues tenemos expuesto el Santísimo¿. Será un poquito más de un mes. Ya sabes que Nuestra Reverenda Madre te quiere mucho. Si pudiera concederte una visita lo haría, pero esta semana habrá muchas. Sé algo de ello, siendo tornera. Ofreceremos este sacrificio por el angelito, pues también a mí me gusta ver a Guita, que es a la vez la hermana pequeña de mi corazón y de mi alma. Adiós, seamos “una cosa”, no nos separemos en El. Gracias a Jorge por sus felicitaciones; a vosotros os deseo un pequeñín muy hermoso, y gozo de la felicidad que va a traer consigo. Doy gracias a Dios y me asocio a vosotros desde el fondo de mi amada soledad. ¡Pobre señor Chapuis! He llorado por su alma. ¡Dios es muy bueno, pero es el justo Juez! El os premiará por todo lo que mamá y tu amable marido han hecho para salvarle; es una bendición para el angelito. Que el Señor, todo Amor, te envuelva cada vez más en su Caridad; contigo descanso en su Corazón y le pido que en un divino abrazo consume a las dos hermanitas en la Unidad.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

Mañana creo irás a la Bendición con mamá; me alegro.

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184 A la señora Angles – 24 de noviembre de 1903

“Mi Amado es para mí y yo para El” (Cant. 2, 16).

Señora y querida hermana:

Me ha emocionado su felicitación. Por mi parte, la felicito también, ya que Santa Isabel es su patrona. Es provechoso mirar al alma de los santos y después seguirlos por la fe hasta el cielo. Allí están resplandecientes con la luz de Dios; ellos le contemplan en un eterno cara a cara. Este cielo de los santos es nuestra patria, es la “Casa del Padre” (Jn 14, 2), donde se nos espera, se nos ama, y adonde un día podremos volar también nosotros y descansar en el seno del Amor Infinito.

Cuando se contempla ese mundo divino, que ya desde el destierro nos envuelve, en el que podemos movernos, ¡Oh!, ¡cómo desaparecen entonces las cosas de la tierra! Todo esto es lo que no es, menos que nada. Los santos comprendieron la ciencia verdadera, que nos hace salir de todo, principalmente de nosotros mismos, para lanzarnos a Dios y no vivir más que de El.

Querida señora, El está en nosotras para santificarnos; pidámosle que El sea nuestra santidad. Cuando Nuestro Señor estaba en el mundo, dice el santo Evangelio que “una virtud secreta salía de El” (Lc 6, 19); a su contacto los enfermos recibían la salud, los muertos volvían a la vida. Pues bien, ¡El está siempre vivo! Vivo en el tabernáculo, en su adorable sacramento, vivo en nuestras almas. Es el mismo que ha dicho: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Ya que está allí, acompañémosle como un amigo a Aquel que él ama. Esta unión divina e íntima es como la esencia de nuestra vida en el Carmelo. Es esto lo que hace que nos sea tan querida la soledad, porque, como dice nuestro Padre San Juan de la Cruz, cuya fiesta celebramos hoy, “dos corazones que se aman prefieren la soledad a todo”. El sábado, fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen, hemos tenido la hermosa ceremonia de la renovación de los votos. ¡Oh, querida señora, qué día tan hermoso, qué alegría el encadenarse al servicio de un Maestro tan bueno, el decirle que hasta la muerte se es suya, “sponsa Christi”! Soy felicísima de saber que usted también está entregada a El, y me parece que desde el cielo nuestra Santa Isabel debe bendecir y sellar la unión de nuestras almas. ¿Quiere usted decir a su hermanita Imelda de Jesús que acepto con gusto su deseo, recordándola cada día ante el Señor? Le pido que también ruegue por mí, y sobre todo. de dar “gracias” a Aquel que me ha escogido la mejor parte. Me he alegrado mucho de tener noticias suyas a través de mamá, que ha sido tan bien recibida y mimada por ustedes. No sé cómo expresarles mi reconocimiento a todos. En cuanto a mí, no volveré más a sus bellas montañas, pero con el alma y el corazón la seguiré, pidiendo a Aquel que es nuestro “Encuentro” de atraernos hacia esas otras montañas, hacia esas cimas divinas, que están tan lejos de la tierra, que tocan casi el cielo. Es allí donde la quedo toda unida bajo los rayos del Amor.

Hna. M. Isab. de la Trinidad

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185 Al abate Chevignard – 28 de noviembre de 1903

Carmelo de Dijon, 28 de noviembre

“Ipsi sum desponsata cui Angeli serviunt”

Señor abate:

Gracias por sus fervorosas oraciones, gracias por su carta. Lo que usted me dice acerca de mi nombre me hace bien. ¡Me gusta tanto! Me manifiesta toda mi vocación. Pensando en él mi alma se eleva a la gran visión del Misterio de los misterios, a esa Trinidad que desde la tierra es nuestro claustro, nuestra morada, el Infinito en que podemos movernos a través de todo. Estoy leyendo ahora unas bellas páginas de nuestro bienaventurado Padre San Juan de la Cruz sobre la transformación del alma en las tres divinas Personas. ¡Oh, señor abate, a qué abismo de gloria estamos llamados!. ¡Oh!, comprendo el silencio, el reconocimiento de los santos, que no podían salir de su contemplación. Además, Dios podía llevarlos sobre las cimas divinas, donde se consuma la “Unidad” entre El y el alma, hecha esposa en el sentido místico de la palabra. Nuestro bienaventurado Padre dice que entonces el Espíritu Santo levanta el alma a una altura tan admirable que la hace capaz de producir en Dios la misma aspiración de amor que el Padre produce con el Hijo, y el Hijo con el Padre, aspiración que no es otra que el Espíritu Santo mismo. Pensar que el buen Dios nos ha llamado, por nuestra vocación, a vivir en estas claridades santas. ¡Qué adorable misterio de Caridad! Yo quisiera responder, pasando sobre la tierra, como la Santísima Virgen, “guardando todas estas cosas en mi corazón” (Lc 2, 19 y 51), sepultándome, por decirlo así, en el fondo de mi alma, para perderme en la Trinidad que mora allí, para transformarme en ella. Entonces, mi divisa, “mi ideal luminoso”, como usted le llama, será realizado, será en efecto Isabel de la Trinidad.

Le agradezco mucho el haberme enviado su instrucción. Ella puede dirigirse tanto a la carmelita como al sacerdote. Me gustaba mucho leerla el día 21, día en que hemos tenido la bella ceremonia de la renovación de nuestros votos. Ya ve usted que estaba hecha para la circunstancia…

El lunes aplicaré por usted el Oficio de San Andrés y comulgaré con esta misma intención. Que el gran Río de vida le sumerja y le invada, que sienta brotar de lo más profundo de su alma las fuentes de agua viva (Jn 4, 14); en fin, que Dios sea su Todo. El deseo que ha tenido sobre mi alma le he depositado en las manos de aquella que fue tan plenamente la “cosa” de Dios, y es ella quien se lo dirá en el silencio de su alma. Quedo con usted adorando el misterio.

Hna. M. Is. de la Trinidad.

La muerte del señor Chapuis me ha apenado profundamente. Decir que Dios ha amado tanto y que las almas se cierren a la acción de este amor…

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186 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 15 de diciembre de 1903

Carmelo de Dijon, 15 de diciembre

Mi querida María Luisa:

Aunque estamos en el santo tiempo de Adviento, en el que se interrumpe en el Carmelo la correspondencia, nuestra Reverenda Madre, que conoce mi afecto hacia usted, me permite hacer una excepción en su favor, y estoy muy contenta de decirle cuánto pido por usted y por el angelito que espera. El está ya en la mente del Señor. Me gusta envolverle en la oración, para que llegue al mundo lleno de bendiciones, y pido al divino Maestro, a Aquel que mora en su alma como en la pequeña hostia del tabernáculo, que la comunique una sobreabundancia de su vida divina, para que se la dé al angelito del que va a ser madre. Nuestra Madre me da para usted ese pequeño corazón. Nuestro Señor ha prometido a una de las hermanas de nuestra Orden que las personas que lo lleven serán protegidas y ha hecho verdaderos milagros. Que él la proteja, querida María Luisa, y la traiga felicidad. Después, abandónese en las manos del Señor, como el niño que reposa en el corazón de su madre. Si usted supiese cómo El la ama y la quiere cerca de Sí… Viva en su intimidad. El es el Amigo que quiere ser amado por encima de todo; El nos ha amado tanto que “ha venido con nosotros” (Jn 1, 14), y este año le confía un angelito para que le enseñe a conocerlo, a amarlo. Querida madrecita, he ahí su misión… Permanezca siempre unida al Dios de la Hostia que tanto ama. El la enseñará a sufrir, a inmolarse, a orar, a amar. El la dirá que su Isabel ruega mucho por usted y se alegra de la venida del angelito. Cuente con sus oraciones y las de su amado Carmelo. Ella la abraza y a su querida mamá. Ya sabía por la mía que estaba con ustedes.

Hna. M. Is. de la Trinidad

Dé mis recuerdos al señor José, dígale que me uno a su alegría.

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187 A sus tías Rolland – 30 de diciembre de 1903 ‑ 3 de enero de 1904

Carmelo de Dijon, 30 de diciembre de 1903

Mis buenas tiítas:

Las escribo antes de maitines en nuestra querida celdilla, y me gustaría ser pintor para hacerles un croquis del cuadro que me rodea. El cielo está hermoso, tachonado de estrellas; la luna penetra en nuestra celdilla a través de los cristales helados. ¡Es encantador! Nuestra ventana da al patio, jardín interior que rodean nuestros grandes claustros. En el medio, sobre su peana de piedra, destaca una gran cruz. Todo está en calma y silencio, y me hace pensar en la noche en que el Niño Jesús nació. Me parece oír cantar a los ángeles: “Alegrémonos, se nos ha dado un Salvador” (Lc 2, 1011). Queridas tías: ¿Han pasado una feliz Navidad? La mía ha sido deliciosa, porque una Navidad en el Carmelo es algo único. Por la noche me instalé en el coro y allí se pasó toda mi velada con la Santísima Virgen en la espera del divino Pequeñín, que esta vez iba a nacer no en el pesebre, sino en mi alma, en nuestras almas, pues es en realidad el Emmanuel, el “Dios con nosotros” (Mt 1, 23). A las diez y cuarto tenemos los maitines semitonados, que es como se canta en el Carmelo. Yo canté una lección.

Inmediatamente después de los maitines hemos tenido la misa de medianoche, y después hemos cantado los laudes, e inmediatamente la acción de gracias.

Ustedes no han sido olvidadas esta noche, mis tiítas, y las he acompañado en esa querida iglesia que tanto quiero. Siempre había soñado asistir a la misa de medianoche en Carlipa, y ese deseo, que nunca se realizó, me parece realizarlo ahora que soy carmelita y que mi Esposo me da alas para volar hasta ustedes. ¿Cómo va la vista de mi tía Francisca? Mamá, a su regreso, me dio detalles sobre ello y pido cada día por esta intención. ¡Qué sacrificio! Tiíta mía, es porque El te ama, el Maestro, y El sabe que puede contar contigo. De todos modos, yo le pido mucho para que El ilumine tu alma con sus divinas luces y que dé a tus ojos, que tanto quiero, una completa curación. Ustedes adivinan lo feliz que he sido hablando de ustedes con mamá a su regreso del Sur. Ha vuelto con un aspecto magnífico y continúa bien. La he visto al principio de la semana, pues durante el Adviento no vamos al locutorio. También me ha visitado Guita. Estaba fresca y sonrosada y con buena salud. Me alegro de la venida del angelito que traerá consigo tanta felicidad. Desde el fondo de mi claustro me asocio a la alegría de aquellas a quienes tanto amo, y además, mirando al divino Pequeñito en la cuna, le digo con inefable felicidad: “Tú eres mi Todo.” Sí, tiítas mías, el horizonte me parece muy bello, porque en mi vida no hay más que El, y El ¿no es todo el cielo?… Os quiero siempre. Soy de Aquel que es “fiel” (I Cor 10, 13), según la expresión de San Pablo, y El guarda en la fidelidad las almas que le pertenecen. Que el Dios del pesebre, a quien he confiado mis deseos para mis tiítas, les lleve todo mi corazón. Estas felicitaciones llegarán con retraso, pues la carta, comenzada hace cuatro días, quedó sin concluir; pero mi corazón la ha adelantado. Os encargo de mis mejores afectos para la tía. Tengan la bondad de ofrecer mi felicitación respetuosa al señor cura y decirle que a mi pequeña alma le gusta unirse a la suya en la oración. Adiós. Bueno, feliz y santo año. Vuestra sobrinita,

Hna. M. I. de la Trinidad

Saludos a Luisa, Ana y a las pequeñas.

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188 A su madre – 31 de diciembre de 1903

Jueves por la noche, 31 de diciembre

Mi querida madrecita:

Ahí envío a la Santa Virgen que quiere ir contigo, para expresarte todos los deseos de tu Isabel. Hoy te lleva todo su corazón… He pasado con esta querida estatua días deliciosos en la intimidad de nuestra celdilla. Me ha dicho tantas cosas… Ya verás lo viva que es. Ella viene a llenar el vacío de tu soledad, diciéndote los secretos de la unión. Jesús, María, ¡se querían tanto!; todo el corazón del uno se derramaba en el otro. Estoy en una buena escuela, mamá querida. El me enseña a amarte como el ha amado; El, el Dios todo Amor. Pero por cumplir la voluntad de su Padre, El se separó de esa Madre a quien amaba infinitamente. Yo también te he dejado por eso, pero estoy más cercana, porque no tengo más que un corazón y un alma (Hch. 4, 32) con mi madrecita. Pongo en manos de la Virgen todos mis afectos, todos mis deseos para ti y para Guita. Nuestra Reverenda Madre me encarga presentarte sus mejores votos. Tu

Is. de la Trinidad

Pasaré mi día junto a El contigo.

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189 A su madre – 1 de enero de 1904

Viernes I de enero

Mi querida madrecita:

Había entregado ya mi cartita cuando he recibido tus hermosos regalos, y nuestra Reverenda Madre me permite escribir para decirte: gracias. Es algo magnífico. La ropera está muy contenta porque todo será realmente muy bueno.

Me has mimado, madrecita. Te aseguro que estoy muy contenta y que no podías hacerme regalos más útiles… Escucha mi corazoncito, está rebosando de ¡”gracias”! ¿La Santísima Virgen hizo bien mis encargos?… Pobre mamá, comprendo tu soledad en estos días de fiesta, en otro tiempo tan alegres; pero si supieras cómo quiere El hacerse el Amigo, el Confidente, cómo quiere llenar tu vida con su presencia… También yo pensaba hoy en el tiempo pasado, en todo lo que he dejado por El, y, mira, no te entristezcas, era todo tan bello en mi alma, había tanta paz, tanta felicidad… He pasado un día de cielo junto al Santísimo Sacramento, y te he llevado conmigo, pues ya sabes que no te abandono nunca. Me he alegrado del hermoso día que has pasado. Mientras te escribo, te acompaño en casa de la buena señora de Sourdon. ¿Quieres ofrecerle mis saludos y decirle que pido por su particular intención?. Da las gracias a la señora de Avaut por su buen chocolate.

Adiós, querida mamá. Estoy muy habladora, para una carmelita; pero cuando estoy contigo mi corazón no quiere callarse. Me hago una niñita, para dejarme acariciar por ti. ¡Son tan dulces las caricias de una madre! No sin dolor se despide una de ellas para siempre…

Tu Is.,

Voy a escribir al canónigo. Estoy muy contenta por María Luisa. Pronto te tocará ser abuela. Gracias de nuevo por tus hermosos regalos.

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190 Al canónigo Angles – 4 de enero de 1904

Carmelo de Dijon, 4 de enero

“Deus meus et omnia” Señor canónigo:

¿El Dios del pesebre no le ha dicho bajito, en el silencio de su alma, la felicitación que su carmelita le ha confiado para usted? Puesto que el Pequeñito mora en mi alma, tengo toda su oración y me gusta hacerla llegar a aquellos a quienes mi corazón permanece siempre agradecido. Quiero decir que tiene una gran parte en mis pobres oraciones.

La hermosa fiesta de Navidad, que siempre me ha gustado mucho, tiene un sello muy particular en el Carmelo. En lugar de pasar la santa vigilia con mamá y Guita, esta vez ha sido en el gran silencio, en el coro, junto a El, y me gustaba decirme: “El es mi Todo, mi único Todo.” ¡Qué felicidad, qué paz pone esto en el alma! El es el único a quien he entregado todo. Si miro a la tierra veo la soledad y aun el vacío, pues no puedo decir que mi corazón no haya sufrido; pero si mi mirada permanece fija en El, mi Astro luminoso, ¡Oh!, entonces desaparece todo lo demás y me pierdo en El como la gota de agua en el océano. Está todo en calma, todo tranquilo. Y ¡es tan buena la paz del Señor! Es de ella de la que habla San Pablo cuando dice que “sobrepasa todo sentimiento” (Fil. 4, 7).

Me he enterado por mamá de la llegada del angelito a casa de María Luisa, y me uno a la alegría de su corazón. ¿Quiere usted decírselo cuando la vea? Le estaré muy agradecida. Había rogado mucho por ella al Señor para que le haga olvidar la prueba del año pasado. He visto a Guita esta semana, llena de gozo por ser muy pronto madre. Además, he visto a mi buena mamá, que esperaba la Navidad con impaciencia, ya que durante el Adviento no vamos al locutorio, y se le hacía largo el tiempo. Estoy contenta, el Señor obra en ella. ¡Oh, qué bueno es vivir en el abandono para sí y para aquellos a quien se ama! El domingo es el aniversario del gran día de mi profesión.

Estaré de retiro y me alegro de pasar el día con mi Esposo. Tengo tanta hambre de El… El abre abismos en mi alma, abismos que sólo El puede colmar y para esto me lleva a silencios profundos de los que no querría salir.

Adiós, señor canónigo. Ruegue por mí, si lo tiene a bien. Tengo tanta necesidad de su ayuda. En el Santo Sacrificio, en el altar de Aquel a quien amo, acuérdese de su carmelita, diga al Señor que ella quiere ser su hostia para que El permanezca siempre en ella, y, además, para darle. Le envío mis mejores deseos y le pido se digne bendecirme.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

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191 Al abate Chevignard – 25 de enero de 1904

Amo Christum

Señor abate:

Dice San Pablo que “no somos ya huéspedes o extranjeros, sino de la Ciudad de los Santos o de la Casa de Dios” (Ef 2, 19)… Es ahí, en ese mundo sobrenatural y divino, donde habitamos ya por la fe, donde mi alma se siente muy cerca de la suya, en el abrazo del Dios todo amor. Su amor, su “demasiado amor” (Ef 2, 4), para usar una vez más el lenguaje del Apóstol, ésa es mi visión en la tierra. Señor abate, ¿comprenderemos nosotros algún día cuánto somos amados? Me parece que esa es la ciencia de los santos. San Pablo, en sus magníficas cartas, no predica otra cosa que este misterio de la caridad de Cristo. Por eso tomo de él las palabras para enviarle mis felicitaciones: “Que el Padre de Nuestro Señor Jesucristo os conceda según los tesoros de su gloria ser fortificado en el hombre interior por su Espíritu; que Jesucristo habite en su corazón por la fe, que sea enraizado y fundado en la caridad de modo que pueda comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conocer también la caridad de Jesucristo, que sobrepuja toda ciencia, para que se llene de toda la plenitud de Dios” (Ef C. III) (Ef 3, 14, 16‑l9).

Gusta a mi alma unirse a la de usted en una misma oración por la Iglesia y por la diócesis. Ya que Nuestro Señor mora en nuestras almas, su oración es nuestra y yo quisiera estar de continuo en comunión con ella, manteniéndome como un pequeño vaso junto a la Fuente, el Manantial de vida (Ap 7, 17; 21, 6), para poder después comunicarla a las almas, dejando desbordar sus olas de caridad infinita. “Yo me santifico por ellos, para que ellos sean también santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Hagamos nuestra esta palabra de nuestro Maestro adorado. Sí, santifiquémonos por las almas.

Y ya que somos todos miembros de un solo cuerpo (I Cor 12), en la medida en que tengamos la vida divina podremos comunicarla al gran cuerpo de la Iglesia. Hay dos palabras que a mi modo de ver resumen toda la santidad, todo el apostolado: “Unión, Amor.” Pida que yo las viva plenamente y para esto que permanezca engolfada en la Santísima Trinidad. No podría usted desearme nada mejor. Adiós, señor abate. Ruego mucho por usted, para que el día de su subdiaconado el Señor encuentre su alma como El la quiere.

Unámonos para hacerle olvidar todo a fuerza de amor y seamos, como dice San Pablo, “la alabanza de su gloria” (Ef 1, 12).

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192 A Francisca de Sourdon – 27 de enero de 1904

Carmelo de Dijon, 27 de enero

¡Buena fiesta, Francisca mía! Que el divino Maestro, a quien he confiado mis deseos, te haga oír todo lo que sube de mi alma hacia la tuya. ¡Adivina a dónde iré a felicitarte! Al cielo, sencillamente. Y te doy allí la cita, pues, ya lo ves, el cielo está muy cercano. “Donde está el Rey está su corte”, decía nuestra Madre Teresa, y como El mora en nuestras almas, ya ves que no tenemos necesidad de ir lejos para entrar en la Ciudad de la paz, en el Cielo de los Santos. Allí me uniré a tu santo Patrón para hacer bajar sobre mi Francisquita las más dulces bendiciones del Señor; que “El la llene según todos los tesoros de su gloria”, como dice tan bien San Pablo (Ef 3, 16). He dado a mamá, a través de la reja, un buen beso para ti y estoy segura de que cumplirá bien el encargo. El viernes por la mañana, en un abrazo divino sobre el Corazón del Maestro, le pediré que funda nuestros dos corazones; creo que hace mucho tiempo lo ha hecho. pero el amor es algo infinito y en el infinito siempre se puede ir más lejos.

He visto esta mañana a tu querida mamá. ¿Quieres decirle que desde nuestra entrevista le estoy todavía más unida y que la amo muchísimo? Nuestra Reverenda Madre me concede con gusto verte antes de Cuaresma, aunque hace dos meses que nos vimos. Ella es muy buena y sabe cuánto nos queremos. Por eso concede algunas excepciones en tu favor.

Adiós, Francisca mía, me uní a tu pobre padre, que tanto te quería; creo que está allá arriba, en esas regiones de paz, de luz y de amor, donde se contempla a Dios en un eterno cara a cara. En una misma oración con él, pido a Aquel que es todo “Amor” que te sumerja, te invada con sus olas de amor infinito. Que El te conceda en este 29 de enero todo lo que tiene de mejor en su providencia paterna. Este es mi deseo, querida Francisquita, y te le envío pasando por el Corazón del Esposo. Tu

Isabel de la Trinidad

Recuerdos muy afectuosos a María Luisa.

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193 Al abate Jaillet – 11 de febrero de 1904

Carmelo de Dijon, 11 de febrero

“Deus charitas est” (Jn 4, 16).

Señor cura:

Nuestra Reverenda Madre, que se ha repuesto de su bronquitis y tenemos la alegría de verla con su querida comunidad, le dará ella misma noticias.

Sin embargo, me permite darle las gracias por su carta y por su bendición, que me ha alegrado mucho. Desde nuestra última conversación le estoy particularmente unida y un fuerte movimiento de oración lleva mi alma hacia la suya, particularmente durante el Oficio divino. Le prometo acordarme de usted en “tercia”, para que el Espíritu de Amor, aquel que sella y consuma la “Unidad” en la Trinidad, le dé una sobreefusión de Sí mismo. Que El le lleve con la luz de la fe hasta esas cimas donde sólo se vive de paz, de amor, de unión ya irradiada por los rayos del Sol divino. No hace mucho me escribían este bello pensamiento: “La fe es el cara a cara en las tinieblas”. Oh, señor cura, que esto sea verdad en nuestras almas a través de todas las fases por donde el Señor quiera llevarlas y que nada pueda distraernos de la visión de su Caridad. El nos lo ha dicho por su Verbo Encarnado: “Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Que éste sea el lugar de nuestra cita en la tierra, mientras esperamos el encuentro del cielo, donde cantaremos el Sanctus y el cántico de Amor siguiendo al Cordero.

No puedo decirle, señor cura, lo agradecida que estoy al recuerdo que quiere tener de mí en el altar. Es ahí donde le pido me bendiga.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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194 A la señora Angles – 14‑15 de febrero de 1904

Carmelo de Dijon, 15 de febrero

Señora y querida hermana:

Estos días, leyendo la vida de Santa Isabel, su madre y mi patrona celestial, le he estado particularmente unida. Me gustan mucho estas palabras que le dirigió Nuestro Señor: “Isabel, si quieres estar conmigo, yo quiero también estar contigo y nada nos podrá separar”. Querida señora, ¿no nos ha dicho esto bajito en el silencio de nuestra alma al invitarnos a seguirle más de cerca, a no ser más que una cosa con El siendo sus esposas?… Durante los días de las Cuarenta Horas tenemos expuesto el Santísimo Sacramento en nuestro querido oratorio. Hoy, domingo, he pasado casi todo el día junto a El. Habría querido, a fuerza de amor, hacerle olvidar todo el mal que se comete en estos días de Carnaval. En esas largas horas de silencio me he acordado de usted, y su hermanita Imelda de Jesús ha tenido también el recuerdo que le había prometido. Yo le pido que se acuerde alguna vez de la pequeña carmelita y diga por ella al Señor “gracias”. El miércoles entraremos en la santa Cuaresma. ¿Quiere usted que hagamos una Cuaresma de amor?: “El me ha amado, se ha entregado por mí” (Gal 2, 20).

Este es, pues, el término del amor: darse, perderse toda entera en Aquel que se ama: “El amor hace salir de si al amante, para transportarle, en un éxtasis inefable, al seno del Objeto amado”. ¿No es éste un pensamiento hermoso? Que ellas se dejen llevar por el Espíritu de Amor y que bajo la luz de la fe vayan ya a cantar con los bienaventurados el himno de amor que se canta eternamente ante el trono del Cordero (Ap 5, 69). Sí, querida señora.

Comencemos nuestro cielo en la tierra, nuestro cielo en el amor. Es San Juan quien nos lo dice: “Deus charitas est” (I Jn 4, 16). Allí será nuestro encuentro, ¿verdad? No me olvido de su querida María Luisa y me alegro de la dicha que le ha venido con el pequeño Juan. Pronto tocará a Guita la vez de ser mamá. Vino a verme con su marido la semana pasada. Usted comprende lo contentos que están por la llegada del angelito. Ruegue, querida señora, por la madrecita. Y ahora, adiós. Le quedo muy unida en El. Permanezcamos en su amor (Jn 15, 9) y que su amor permanezca siempre en nosotras. Su hermanita,

M. Isabel de la Trinidad

El jueves, fiesta de la Beata Juana de Valois, pediré particularmente por usted.

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195 A la señora Farrat – 15 de febrero de 1904

Carmelo de Dijon, 15 de febrero

Muy querida señora:

Acabo de saber en este momento que el Señor viene a usted con su cruz pidiéndola el más doloroso de los sacrificios, y le pido que sea El mismo su fuerza, su apoyo, su divino consolador. Toda mi alma y mi corazón son una cosa con usted, pues sabe, querida señora, el profundo afecto que me une a usted. Hoy comparto todo su dolor; usted adivina, a través de estas líneas, lo que mi corazón no puede decirle. Ante semejantes pruebas sólo puede hablar el Señor, que es el Consolador supremo. Se dice en el Evangelio que ante la tumba de Lázaro, viendo llorar a María, “Cristo se turbó y lloró” (Jn 11, 33‑35). Este Señor, cuyo corazón es tan compasivo, está cerca de usted, querida señora. El ha recibido allá arriba a esta querida alma, que participará cada día en nuestras oraciones y sacrificios, no lo dude usted.

Viva con ella en aquel más allá que está tan cerca de nosotros. ¡Es tan verdadero que la muerte no es una separación!… Que vuestro angelito, que está en el cielo para recibir a quien usted llora, le obtenga fortaleza y ánimo. Me uno a ella, querida señora, pidiendo a Dios que la sea “todo lo que le ha quitado” y enjugue con su mano divina las lágrimas de sus ojos. Le envío lo mejor de mi corazón. Nuestra Reverenda Madre y toda la Comunidad ruegan mucho por usted. Su amiguita,

Hna. M. I. de la Trinidad

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196 A su madre – 11 de marzo de 1904

“¡Cuán bueno es el Señor!”.

Querida abuelita:

Estoy toda emocionada al darte este nombre tan dulce. Al saber esta mañana la llegada de la pequeña Isabel, la Isabel mayor ha llorado como un niño. Es que os quiero mucho. Su corazón no es más que uno con los vuestros y canta al unísono de vuestros tres corazones junto a la querida cunita.

Díselo a Guita y a Jorge. Diles también mi gran alegría de que se llame como yo. Me parece que el Señor me la da para que sea su ángel y la adopto de hecho. ¡He pedido tanto por ella antes de que naciera! En adelante mi oración y mis sacrificios serán las dos alas a cuya sombra la guardaré. ¡Qué emoción, mamita querida! ¡Qué gracias doy al Señor que todo haya ido bien! Querida Guitita, dile que mi corazón olvida la distancia, tan cerca está del suyo, y que pido mucho por ella. Yo había ofrecido una novena de misas por su Isabelita, para colocarla bajo la protección de la Preciosa Sangre. La novena se acababa esta mañana, fiesta “de las Cinco Llagas del Salvador”, y el angelito nos llega de la herida de su Corazón. ¿No es emocionante? Serás muy amable haciéndome saber el día del bautismo; así podré acompañar a mi sobrinita a las aguas bautismales, cuando la Santísima Trinidad descenderá a su alma. Madre querida, la carmelita hubiera querido verte, pero ya ves, el sacrificio es muy bueno, sobre todo el del corazón. Lo ofreceremos al Señor por nuestra querida pequeña. Tú le has dado una Isabel, El te manda otra y las dos rivalizaremos en ver cuál te ama más… Dime entonces si no eres mimada por Dios, si no te da el céntuplo que ha prometido ya desde la tierra (Mt 19, 29). Te abrazo, querida mamá, y también a Guita. ¿Quieres hacer una pequeña señal de la cruz en la frente de tu pequeña Sabel por tu Isabel? Creo que estará con vosotras la amable hermana Teresa.

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197 A su hermana – 12 (?) de marzo de 1904

Mi Guita querida:

Esta mañana en recreación hemos festejado a tu Isabelita con una salva de aplausos. Nuestra Reverenda y bondadosa Madre estaba llena de alegría al enseñarnos su fotografía y ya adivinas si el corazón de su tía Isabel latía fuerte… Oh, Guita mía. Amo a ese pequeño ángel, creo que tanto como a su mamita, que no es decir poco. Y además, ya ves, me siento llena de respeto en presencia de este pequeño templo de la Trinidad Santísima. Su alma me parece como un cristal que irradia al Señor, y si estuviera junto a ella, me pondría de rodillas para adorar a Aquel que habita en ella. Guita mía, ¿quieres darla un abrazo en nombre de su tía carmelita? Si estuviera aún con vosotras, cómo me gustaría mecerla, llevarla en mis brazos… ¡qué sé yo! Pero el Señor me ha llamado a la montaña para que yo sea su ángel, la envuelva en la oración. Por lo demás hago muy gozosa el sacrificio por ella.

Además, para mi corazón no hay distancia y estoy muy cerca de vosotras. ¿Lo notas, verdad? Veo que el Señor escucha las oraciones de sus carmelitas, ya que la niña y la madre siguen bien. Nuestra Reverenda Madre está muy contenta con las noticias que mamá le ha dado ayer. Estoy cierta de que San José acabará su obra y podrás dar el pecho a tu niña querida. Pido mucho por esta intención, pues sé cuánto lo deseas.

Soy muy feliz enviándote estos versos. Tú adivinarás fácilmente que no son míos. Nuestra Reverenda Madre ha permitido a una de las hermanas prestarme su musa para cantar junto a la cuna de la pequeña Sabel. Es ahí donde te encuentro, pequeña mamá querida. Si supieses lo que me emociona pensar que eres madre… Te encomiendo a ti y a tu ángel a Aquel que es Amor; con vosotras le adoro y os abrazo sobre su Corazón. Tu Isabel de la Trinidad.

Di a tu amable maridito que me uno a su alegría y el gran placer que me ha proporcionado su fotografía. A la feliz abuela abrázala también por su otra Isabel, que la ama con todo su corazón de carmelita y que está muy contenta de tener su querida imagen grabada en el corazón. Estoy muy contenta que esté contigo la amable Sor Teresa.

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197 bis A la señora de Avout – 5 de abril de 1904

Carmelo de Dijon, martes

Muy querida señora:

Habiendo cesado con el canto del Alleluia el gran silencio de la Cuaresma, vengo pronto a decirle cómo ruego por usted y por su querido Bernardito. A través de sus líneas adivino lo que no me dice. ¡Oh, si usted supiese cómo en mi corazón hay un eco de todo lo que pasa en el suyo! No es extraño, la amo mucho y, desde que veo sobre usted la cruz del Maestro, me parece que la estoy más cerca todavía. Cada vez que veo a mamá le pregunto por Bernardo. Ella le puede decir que sus nombres se oyen con frecuencia en nuestras conversaciones. Querida señora, en las largas horas de silencio, en el diálogo con el Señor, es cuando más me gusta hablarle de usted, porque El “lo sabe todo, lo puede todo y nos ama con un amor muy grande; es el Infinito”. Uso de todos mis derechos de esposa sobre su Corazón en su favor, ya lo sabe usted, ¿verdad?, pues usted conoce a su amiguita. ¡Ha sido usted siempre tan buena con ella! En el Carmelo es así como se pagan las deudas.

Esta mañana he visto a la feliz abuela y la he encargado de darle las gracias por su chocolate y además por toda la ropa que nos ha enviado; se han hecho maravillas, muchas gracias mil veces. Adiós, querida señora. Os entrego a la Santísima Virgen, que fue mártir en su corazón. Le pido que haga brillar su dulce mirada en la suya, ya que es la “Estrella”: “Stella matutina”… Envío a todos lo mejor de mi corazón. Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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198 A sus tías Rolland – 9 de abril de 1904

Carmelo de Dijon, 9 de abril

Mis queridas tiítas:

Después de haber cantado el Alleluia, mi corazón viene a cantar junto a los suyos. Escuchen bien… la cuerda que vibra: es el cariño. Sí, mis tiítas, un cariño que nada podrá romper porque es El quien lo ha sellado y El es fiel.

Después de mi última carta ha tenido lugar un gran acontecimiento: la llegada de Isabelita. Heme aquí hecha una respetable tía. Me parece soñar cuando pienso que Guita es madre. No he visto todavía a mi sobrina más que en fotografía. Me la traerán cuando haga bueno. Me alegra adorar a la Santísima Trinidad en esta almita hecha templo suyo por el bautismo. ¡Qué misterio!…

He visto ayer a la feliz abuela, que esperaba con impaciencia el fin de la Cuaresma para contármelo todo. Pobre mamá, ¿adivináis su alegría? Una Isabel que viene a reemplazar a la que ella ha dado al Señor. Esto es como una respuesta de Aquel que ha prometido el céntuplo ya en la tierra (Mt 19, 29). He hablado hoy con la religiosa que asiste a Guita. Me ha dicho cuánto la había edificado la querida pequeña, y me alegro de pensar cómo educará a su hijita. Oremos, queridas tías, para que esta pequeña flor brote y se desarrolle bajo la mirada de Dios y El more siempre en su cáliz… Una de mis hermanas, poetisa, me ha prestado su musa para cantar junto a la cuna de este angelito. Pienso que os gustará, particularmente a tía Francisca. Por eso he pedido permiso a nuestra querida Madre para enviarles estos versos.

¿Qué les diré de mí, queridas tías? Mi horizonte se agranda… mi cielo está todo tranquilo, todo estrellado, y en esta “soledad sonora”, como dice mi bienaventurado Padre San Juan de la Cruz en su Cántico, pienso que Dios es muy bueno, por haberme tomado toda para El y colocado aparte en la montaña del Carmelo. Este es el himno de acción de gracias que canta mi alma mientras espero ir al cielo a cantar siguiendo al Cordero.

No sé si les he dicho lo impresionante que es entre nosotras la ¡Cuaresma, sobre todo la Semana Santa. Se penetra tan profundamente en el misterio del Crucificado… Porque El es el Esposo, el único Todo. Aunque nuestra capilla esté cerrada, hemos podido poner el Monumento el Jueves Santo. Ya adivinan lo que habré rogado esa noche por ustedes. Era tan divino, queridas tías… ¡Qué bueno era velar con el Maestro en el gran silencio y calma de esta noche en la que El tanto nos amó! (Jn 13, 1). A través de mis queridas rejas veía la puertecilla del tabernáculo y me decía:

Esto es muy cierto. ¡Yo soy la prisionera del divino prisionero; somos cautivos el uno del otro! Y ahora las dejo para ir a cantar sus alabanzas, pues está cerca la hora de maitines, y como soy tañedora no quiero tocar tarde. Sólo tengo el tiempo de confiar a mi Divino Esposo todas mis ternuras para ustedes y de decirles que soy siempre suya. Su

Isabelita de la Trinidad.

(Un beso afectuoso a mi tía.) ¡Cuántas horas paso al día con sus breviarios en las manos y sus corazones en mi corazón! ¿Tienen la bondad de ofrecer mis atentos respetos a su buen párroco y decirle que cada día ruego mucho por él? A cambio cuento de hecho con sus oraciones y estoy muy agradecida a su recuerdo en la santa Misa.

Saludos a Luisa y Ana, a las pequeñas y a todos los que pregunten por mí.

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199 Al abate Chevignard – 27 de abril de 1904

Carmelo de Dijon, 27 de abril

“Surrexit Dominus vere, alleluia”

Señor abate:

“Dios es libre en todo, menos en su amor.” Esta sentencia, que me parece es de Monseñor Gay, me llega muy dentro del alma, particularmente en este tiempo de Resurrección en que Cristo, vencedor de la muerte, quiere permanecer cautivo nuestro… Y me parece que es así como podemos resucitar con El: pasando por la tierra “libres de todos, menos de nuestro amor”, fijos siempre en Dios el alma y el corazón, repitiéndonos las palabras que Santa Catalina de Sena gustaba decirse en el silencio de su alma: “Yo soy buscada, yo soy amada”. He aquí lo que es verdad, todo el resto es lo que no es. ¡Oh, qué bueno sería, como me dice, vivir de esta vida de la Trinidad que Jesucristo ha venido a traernos! El ha dicho tantas veces que El era la vida y que venía a dárnosla abundante (Jn 10,10). “El ha recogido todo en Dios para ser la casa de todos”, nos decía un día el P. Vallée con su estilo realista. Además, añadía que todos los que se acercaban a El tenían “conciencia de la visión que llevaba en su alma”. Ya que El está siempre vivo, ¿por qué no iríamos a pedirle la luz definitiva, esa luz de la fe que hace los santos, que ha iluminado tanto el alma de Santa Catalina de Sena, cuyo Oficio rezaremos el sábado y a la que rogaré particularmente por usted, que forma parte de su gran familia religiosa?. En sus Diálogos repite frecuentemente estas palabras: “Abre el ojo de tu alma a la luz de la fe”.

Le pediremos, si usted quiere, que atraiga nuestras almas hacia ese Dios a quien ella tanto amó, para que seamos de tal manera cautivados por El que no podamos ya salir de su irradiación. ¿No es esto un cielo anticipado? Durante este mes de mayo le estaré unida en el alma de la Virgen y en ella adoraremos a la Trinidad. Me ha gustado mucho lo que me dice en su carta sobre la Virgen. Le pido que, ya que vive tan cerca de ella, le pida un poco por mí. Yo contemplo también mi vida de carmelita en esta doble vocación:

“virgen madre”. Virgen: desposada en la fe por Cristo; madre, salvando las almas, multiplicando los hijos adoptivos del Padre, los coherederos con Jesucristo. ¡Oh, cuánto agradece esto el alma! Es como un abrazo del Infinito… He rogado mucho por usted y lo hago cada día. Le quedo profundamente unida en Aquel que es una inmensidad de amor que nos desborda por todas partes.

Hna. M. Is. de la Trinidad.

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200 Al abate Chevignard – 27 de abril de 1904

Miércoles 27 de abril

Acababa de escribirle cuando me entero del doloroso sacrificio que el Señor ha pedido a su corazón y mi alma tiene necesidad de decirle a la suya cuán unida le está en esta prueba. Me parece que en semejantes ocasiones solamente puede hablar el Maestro; El, cuyo corazón divinamente amante “se turbó” ante el sepulcro de Lázaro (Jn 11, 33). Nosotros podemos mezclar, pues, nuestras lágrimas con las suyas y, apoyados en El, encontrar fortaleza y paz. Pido mucho por el alma de su señor padre. Era ciertamente el justo de que habla la Escritura (Sab. 3, 13), y ¡qué consuelo para usted contemplar, al fin de su carrera, esta bella vida tan llena de méritos! Para él ha caído el velo, ha desaparecido la sombra del misterio, él ha visto… Señor Abate, sigámosle con la fe a esas regiones de paz y de amor. Sursum corda, es en Dios adonde todo debe acabar. Un día también nos dirá su “Veni”; entonces, nos dormiremos en El como el niño chiquito en los brazos de su madre, y “en su luz veremos la luz” (Sal. 35, 10).

Adiós, señor abate, vivamos muy alto, muy lejos, en El… en nosotros. Y ya que por la comunión de los santos estamos en relación con aquellos que nos han dejado, envolvamos en una misma oración el alma de su querido padre, para que, si no está ya, pueda ir muy pronto a gozar del eterno cara a cara.

Le quedo unida en el destello de la Faz de Dios.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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201 A su hermana – 27 de abril de 1904

Carmelo de Dijon, miércoles

Mi querida Guita:

Me sirvo de ti para decirle a Jorge la gran parte que tengo en el dolor que le aflige. La palabra humana se siente muy impotente ante semejantes pruebas. Con todo, a través de estas líneas adivinará lo que mi corazón es incapaz de expresar. Sabe bien que en el Carmelo tiene una hermana que comparte muy íntimamente sus penas y sus alegrías. Vuestro querido padre era verdaderamente el justo de que habla la Escritura, y el Dios de bondad y misericordia le ha dado ya lugar en su Reino. Pero hay que estar tan puros para entrar allí… Por eso pido mucho por él, mucho también por los que ha dejado. Nuestra Reverenda Madre me encarga de ser su intérprete y de la comunidad para con tu marido y decirle lo mucho que pedimos por esta alma que os es tan querida. El Señor, antes de llamarle, ha querido darle una última alegría: la pequeña Isabel ha venido a florecer como el último capullo de su corona. ¡Querido angelito, ya las lágrimas junto a su cuna!…

¿Quieres expresar a la señora Chevignard mis sentimientos de dolorosa y respetuosa simpatía? Recordando lo que nuestra pobre mamá sufrió cuando murió papá, me parece que comprendo mejor su dolor. Dile cuánto pido por ella, para que el Señor sea su sostén, su apoyo. Y ahora, Guita mía, te abrazo como a mi hermanita querida. Te encargo de manifestar mi afecto a tu cariñoso marido; no creo que dude de él. Vuestra hermanita, Hermana

Isabel de la Trinidad.

Estabas tan graciosa el otro día con tu ángel en los brazos. Os recuerdo continuamente… Dale un beso en nombre de su tía Isabel.

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202 Al abate Beaubis – 2 de junio de 1904

Carmelo de Dijon, 2 de junio

Señor abate:

Mi alma ha estado muy unida a las alegrías divinas que inundaban la suya en estos dos grandes días de su ordenación y primera misa, se lo aseguro.

Hubiera deseado que esta cartita, que debía manifestarle toda mi unión, le llegase antes. No me ha sido posible. Pero para las almas no hay necesidad de fórmulas. Penetran hasta el Infinito de Dios para encontrarse y abismarse en una misma adoración. La adoración me parece que es el himno que se canta en su alma después del gran misterio que se acaba de realizar en ella. Ya que en estos días el sello de Dios le ha marcado con su marca divina, y usted ha sido convertido en el “ungido del Señor”. El Todopoderoso, cuya inmensidad envuelve el universo, parece necesitar de usted para darse a las almas. Cuando en el Altar ofrezca el Cordero divino le pido un recuerdo.

Meta mi alma en el cáliz para que sea limpia, purificada, virginizada en su Sangre. Y ya que ha sido constituido dispensador de los misterios de Dios (ICor 4, 1), le voy a pedir una gracia en su nombre. El 15 de junio, día de Santa Germana, festejamos en el Carmelo a nuestra Reverenda Madre. Yo estaría muy contenta de ofrecerle, como ramillete de fiesta, una misa dicha por usted. Le estaría muy agradecida. Adiós, señor abate. Le pido bendecirme con su mano consagrada, y le quedo muy unida en Aquel que es Caridad.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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203 Al canónigo Angles – 2 de junio de 1904

Carmelo de Dijon, 2 de junio

“Deus charitas est” (I Jn 4, 16).

Querido señor canónigo:

Ya que usted es el dispensador de las gracias del Señor (I Cor 4, 1), vuestra pequeña carmelita viene a pedirle una en su nombre. El pequeño rebaño del Carmelo se alegra por celebrar la fiesta de su pastora el 15 de junio, día de Santa Germana, y por mi parte deseo ofrecerle un hermoso ramillete, todo divino, enrojecido con la sangre del Cordero, que usted inmolaría por ella en el altar. Es usted tan paternal y tan bueno con su hijita que ésta se atreve a pedirle todo, como al Padre del cielo, segura de ser escuchada, y me lleno de alegría ofreciendo a nuestra Madre una misa dicha por usted. Sólo que como quiero darle una sorpresa, le pido que, en caso de responderme, dirija la carta a casa de mi madre, que me la entregaría. ¡Si supiera cuán agradecida le estoy!… pero no intentaré explicárselo. Me parece que para las almas no hay necesidad de formulismos.

Penetran hasta el Infinito de Dios, y allí, en ese silencio y calma de Dios, donde El es El, entienden lo que se dirige de un alma a la otra… ¡Querido señor canónigo, es así como me gusta encontrarle! Ya no hay tanta distancia, porque ya somos “una cosa” como en el cielo… El cielo llegará un día y veremos a Dios en su luz. ¡Oh! ¡Qué será el primer encuentro! Este pensamiento hace saltar de gozo mi alma. Ruegue por mí. El horizonte es muy hermoso. El Sol divino brilla con su gran luz. Pídale que la pequeña mariposa se queme las alas en sus rayos.

Le pido su mejor bendición y soy siempre su hijita.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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204 A su hermana – 19 de julio de 1904

Martes por la noche, Carmelo

“La mirada de Dios está sobre ella, su amor la rodea como una muralla”.

Mi querida hermanita, “eco de mi alma”. Así llamaba Teresa del Niño Jesús a una de sus hermanas. Y esta noche, víspera de tu fiesta, en ese día que tanto me gustaba mimarte, me hace ilusión darte este dulce nombre. Mi flor querida, Margarita amada, pido al Señor que llene todos los deseos de tu ancho “corazón de oro” y que arroje sobre ti el fuego de su amor, para que bajo la acción de sus divinos rayos crezcas, te desarrolles y a la sombra de tus “grandes pétalos blancos” pueda entreabrir su tierna corola otra florecita muy querida de mi corazón…

¡Qué linda es Isabelita! Ayer, en los brazos de su radiante abuela, me mandaba un beso de parte de su madrecita. Después quiso hacerme oír su hermosa voz gritando a más no poder, pero su abuela la meció con tal habilidad que se quedó dormida. ¡Estaba tan guapa, con sus ojitos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho!… Hice sonreír a nuestra Reverenda Madre al decirla que mi sobrinita era “una adorante”. Es éste su oficio: “Casa de Dios”. Guita querida, vas a tomar a tu ángel en tus brazos, pon sus manecitas enlazadas alrededor de ti y le dirás que te dé un beso de parte de esta otra Sabel. que tiene para ti un corazón de madre. Adiós, que El te diga todo lo que brota de mi alma hacia la tuya. Tu

Is. de la Trinidad.

Di a Jorge, con mi afectuoso recuerdo, que su hija es su vivo retrato.

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205 A su hermana – 30 o 31 de julio de 1904

Mi hermanita querida:

No sé cómo agradecerte tu exquisita y abundante ensalada rusa. Mi hermana Inés y yo hemos admirado los adornos de Fanny, que se ha esmerado realmente. Recibe, pues, las gracias de nuestra Reverenda Madre y de las Martas improvisadas. Nos has enviado tanta cantidad que hemos tenido para dos veces. Gracias también por los huevos, que eran muy frescos. Hemos pasado una jornada realmente buena en la cocina, que parecía otra Betania (Lc 10, 38‑42), con la diferencia que había que descubrir al huésped divino en el fondo de nuestras almas. Es ahí, querida hermana, donde soy una contigo y con el angelito. ¡Oh, qué simpática es! El otro día quisiera haber estado en su lugar para descansar en tus brazos y decirte “mamá”. Adiós; que El os bendiga y os lleve mi cariño. Tu

I. de la Trinidad

Un muy afectuoso gracias a Jorge.

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206 A la señora de Sourdon – 31 de julio de 1904

Carmelo de Dijon, domingo

Querida señora:

Acabo de recibir su segunda carta y doy gracias al Señor con usted, pidiéndole que acabe su obra en su querida enferma. Admiro su ánimo y su sangre fría para esta grave operación. Esto es siempre tan pavoroso… Pero el Señor está allí y no abandona a los que se fían de El. Querida señora, el Carmelo ha oído su llamada, que es, por otra parte, su misión. Aquí, “orar es respirar” y cuando se trata de aquellos que amamos, la oración se hace muy intensa. Quedé muy contenta de Francisquita en mi última conversación.

No pude ver a María Luisa, que vino durante un acto de comunidad. Dígale que pienso mucho en ella; que me preocupo por su futuro como si fuese mi hermanita, y estoy tan llena de confianza que el otro día, al ver su letra, pensé que me comunicaba una noticia, y ya me alegraba, pues ya sabe que participo en todas sus alegrías y esperanzas, así como sus tristezas. Vemos en el Evangelio que el Señor quiere a veces hacernos esperar, pero El no niega nada a la fe, a la confianza, al amor. Es necesario “ganarle por el corazón”, decía una joven carmelita muerta en olor de santidad. Adiós, querida señora. La dejo con estas palabras de San Agustín: “El está ahí cuando nos creemos solos. El oye cuando nadie nos responde. El nos ama cuando todos nos abandonan”. Tenga la bondad de ofrecer mis respetuosos recuerdos a la señora de Anthes y guarde para usted, querida señora. lo que hay de mejor en mi corazón. Hna. M. I. de la Trinidad.

Nuestra Reverenda Madre me encarga decirle que se interesa mucho por sus asuntos y que la está muy unida en la oración.

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207 A la señora Angles – 14‑16 de agosto de 1904

Muy querida señora:

Mañana es el día de su fiesta y confío mi felicitación a la Santísima Virgen. Le pido en este día de su gloriosa Asunción que haga descender sobre su alma las más dulces bendiciones del cielo, y que ella la revele este secreto divino: “Dilectus meus mihi et ego illi. Mi querido es para mí y yo soy para El” (Cant. 2, 16). Veo que el Maestro la trata “como esposa” y la hace compartir su cruz. El sufrimiento es algo tan grande, tan divino. Me parece que si los bienaventurados en el cielo pudieran envidiar algo, sería este tesoro. Es una palanca muy poderosa sobre el corazón del Señor. Además, ¿no la parece que es dulce dar a quien se ama? La cruz es la herencia del Carmelo. “O padecer o morir”, decía nuestra Madre Santa Teresa; y cuando Nuestro Señor se apareció a nuestro Padre San Juan de la Cruz y le preguntó qué deseaba en recompensa por todo lo que había sufrido por El, respondió:

“Señor, padecer, ser despreciado por vuestro amor”. Querida señora, ¿quiere usted pedir para su amiguita esta pasión por el sacrificio? Por mi parte, se lo aseguro, pido al Señor que la sostenga en sus sufrimientos, que deben ser tan penosos de soportar, ya que a la larga el alma se resiente y pierde energía. Entonces no tiene que hacer más que acercarse al Crucificado y su sufrimiento es la mejor oración. El Padre Lacordaire, antes de morir, cuando abrumado por el sufrimiento no podía orar, pedía su crucifijo y decía: “Yo le miro”. Mírele usted también y hallará junto a la Víctima divina fortaleza y alegría en sus sufrimientos. Esto no impide, querida señora, que haga lo que pueda por recuperarse y no tema consultar al médico, abandonándose en las manos de Dios. Yo le pido que se acelere su restablecimiento, si es esa su voluntad.

Ya que el señor canónigo está con usted, ¿tiene la bondad de entregarle esta cartita? Me alegro de verla tan bien rodeada. La llegada de María Luisa y su Juanito debe ser una dulce alegría. ¿Quiere ofrecer mi afectuoso recuerdo a la querida madrecita? La mía ha salido hoy para Suiza (continúo la carta que quedó sin acabar hace dos días) con Guita y su ángel y ya adivina usted su alegría de marchar con estos dos tesoros. Adiós, querida señora. Nuestra unión, aunque sea silenciosa, no es menos verdadera. Le pido me conserve su buen afecto y sus oraciones. De mi parte la estoy muy unida y pido a Dios la haga cada vez más suya.

Su hermanita y amiga,

M. Isabel de la Trinidad.

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208 Al canónigo Angles – 14‑16 de agosto de 1904

“Misericordias Domini in aeternum cantabo”

Querido señor canónigo:

Una carmelita debe ser un alma silenciosa. Pero si calla su pluma, su alma y su corazón olvidan el espacio para ir junto a los que se halla profundamente unida. Y es así como su hijita viene a decirle un efusivo gracias por la alegría que le ha causado ofreciendo la santa Misa por su muy querida Madre. Era tan hermoso ofrecerle este bello ramillete todo divino pasando por sus manos. Nuestra Reverenda Madre se alegró mucho y le ha llegado al alma. Me encarga manifestarle su reconocimiento. Le sigo allá abajo en sus bellas montañas que tanto me gustaban. Nunca olvidaré los días pasados en Labastide, el viaje que hice con usted… ¡Qué dulces recuerdos! Fueron mis últimas vacaciones. He celebrado el día 2 el tercer aniversario de mi entrada en el Carmelo. ¡Oh, qué bueno ha sido el Señor conmigo!… Es como un abismo de amor en que me pierdo, esperando ir al cielo a cantar las misericordias del Señor.

He visto a mi querida mamá la semana pasada con su hijita. Creo que desde hace tres años nunca la he visto tan contenta y doy gracias a Dios.

¡Qué bueno es abandonarle todo con confianza, y después, como el niñito en los brazos de su madre, reposar en su amor! Es ahí, en esa morada inmutable, donde me gusta encontrarle. Adiós, querido señor canónigo. ¿Quiere usted bendecir a la que se llama siempre su hijita?

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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209 A su madre – 21 de agosto de 1904

Carmelo de Dijon, domingo

Mi querida madrecita:

He experimentado una verdadera alegría al leer tu amable y larga carta y me alegro de saberte tan feliz con tus dos seres queridos. ¡Qué bueno es el Señor contigo! Hace tres años, este viaje era muy triste, pues acababas de llevar tu Isabel al Carmelo, y este año tienes en su lugar un angelito. Os sigo allá abajo por esas montañas que conducen hacia Dios y donde nosotros tres éramos tan felices, tan unidas. Mamá querida, no añores esos días tan dulces; el Maestro lo ha hecho bien todo (Mc 7, 37). Ha escogido para tu hija una muy hermosa porción llamándola al Carmelo. Sábete que ella es feliz, con una felicidad que nadie le puede arrebatar porque es toda divina.

Ciertamente, ella ha sacrificado lo que más amaba después de Dios, pero esto no es ya un sacrificio existiendo una unión tan íntima entre nosotras. ¿Qué importa donde vive el cuerpo, si las almas y los corazones están muy cerca, “conglutinados” los unos a los otros? ¿No has notado cómo latía el de tu Sabel al reconocer tu letra? Ama tanto a su madre… El 15 he puesto en manos de la Virgen mis felicitaciones y la he pedido. al subir al cielo, que saque de los tesoros del Señor lo mejor que haya para mi mamá. Le pido también que te revele el dulce secreto de la unión con Dios, que hace que a través de todas las cosas se permanezca con El. Es la intimidad del hijo con su madre, de la esposa con el esposo. Esta es la vida de la carmelita. La unión, ése es su sol brillante; ante sus ojos se presentan horizontes infinitos. Cuando vayas a la querida iglesia haz una oración por mí; acuérdate del tiempo en que íbamos a arrodillarnos juntas ante el pobre Tabernáculo. Piensa que soy la prisionera del divino Prisionero y que junto a El no hay distancias. Un día en el cielo estaremos mucho más cercanas, ya que por su amor nos hemos separado. Me preguntas por el calor. No entiendo mucho, pero me parece que hace menos calor. Las noches son frescas, y ayer por la noche, cuando nuestra Reverenda Madre vino a bendecirme a la celda, no me permitió dejar abierta del todo la ventana. ¡Oh!, si supieses lo buena y maternal que es, si vieras las atenciones de que rodea a tu hija, se conmovería tu corazón. Hablamos de ti y Nuestra Madre se alegra de saberte tan feliz. Goza bien de tu amable Guita y de su ángel. ¿Quieres darles un abrazo en mi nombre? Cuando veas al señor párroco, ofrécele mis respetos, dile que pido por su parroquia, que no olvido que soy su vicario.

Adiós, madrecita, a quien amo con todo mi corazón de carmelita. Confío a mi sobrinita toda clase de ternuras para ti.

Tu hija Isabel de la Trinidad.

Saluda de mi parte al buen Koffmann. Recuerdos afectuosos a la señora de Sourdon y a las pequeñas. ¿Hay algo nuevo de María Luisa? Ruego por ella, díselo.

¡Qué alegría volverte a ver con un buen aspecto! Déjate cuidar por Guita.

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210 A su hermana – 21 de agosto de 1904

“Dios es amor” (I Jn 4, 16).

Mi querida hermanita:

Sí, te encuentro a los pies de Jesús; más aún, nunca me separo de ti. Me uno a la alegría de su Corazón por encontrar una Margarita donde pueda reposar. Sé su paraíso en ese país donde es tan poco conocido, tan poco amado. Abre tu corazón enteramente para recibirle y, además, allí, en tu pequeña celdilla, ama, Guita mía… El tiene sed de amor. Toma a tu Isabel contigo y, después, las dos hagámosle compañía… Estoy contenta de mi pequeñita y el Maestro ama a su flor. ¿Y tu ángel? Espero que sus dichosos dientes la dejen en paz. ¡Qué simpática es! Nuestra Reverenda Madre, que ha venido a echarla la bendición, la ha encontrado encantadora; pienso que esto agradará a tu corazón de madre. Algunas veces me parece soñar al darte este nombre, querida hermanita. Y, sin embargo, me parece muy lejano el tiempo en que trepábamos por las montañas. Recuerdo la hermosa perspectiva desde nuestra habitación. ¿No te parece que la naturaleza habla de Dios? El alma tiene necesidad de silencio para adorar… Me alegro de que estés tan bien con mamá, y comprendo tu sacrificio de tener a Jorge tan lejos de vosotras.

A pesar de todo. aprovecha bien tu estancia en Suiza y la dulce intimidad de esta buena mamá. Es la ley de la tierra: el sacrificio al lado de la alegría. El Señor quiere recordarnos que no hemos llegado al término de la felicidad; pero estamos orientadas a ella y El mismo quiere conducirnos en sus brazos. En el cielo El llenará nuestros vacíos. Mientras tanto, ¡vivamos en el cielo de nuestra alma! Hace tanto bien. Os uno a ti y al querido angelito para enviaros lo que hay de mejor en mi corazón. Os quiero mucho a las dos y os envuelvo en la oración. Oh, Guita mía, no hay distancia para dos hermanitas que oran en el Amor Inmutable.

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211 A su hermana – 25 de septiembre de 1904

Mi querida hermanita:

Estoy tan llena de felicidad en mi alma que necesito decírtelo, y vengo a pedirte oraciones. Nuestra Reverenda Madre me permite entrar en Ejercicios y esta noche comienzo mi gran viaje: diez días de silencio total, de soledad absoluta, con mi velo bajado y varias horas extraordinarias de oración. Es un programa muy atrayente. Te tomo conmigo y a tu ángel. ¿Quieres decir a nuestra querida mamá que ruegue por el ermitaño ¡que por su parte no la olvidará¡? Te encargo de saludar en mi nombre a tu cuñado, el abate y a María Luisa. Adiós, hermanita. Te dejo y voy a perderme en El, para derramar toda esta felicidad que no puedo contener. Unión.

Tu Sabel.

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212 A Ivonne de Rostang – 6 de octubre de 1904

Carmelo de Dijon, 6 de octubre

Muy querida Ivonne:

He salido esta mañana de los Ejercicios Espirituales, y me apresuro a decirte que mi corazón es uno con el tuyo. Participo en tu gran pena y comprendo el dolor de tu corazón. Si supieras cómo he llorado al saber que el Señor te había tomado a tu madre… La quería mucho y creo que ella también me quería. ¡Cuántas bondades y delicadezas tuvo conmigo! ¡Pobrecita Ivonne! Quisiera decirte palabras de consuelo, pero ante tu pena me siento impotente y pido al Señor que sea tu fortaleza, tu sostén, porque El es el consolador supremo y está junto a ti, y su amor te envuelve. El quiere ser el amigo de todos los instantes, El te ayudará en la misión que tendrás que cumplir para con tu padre, con tus queridas hermanas y Raúl. Eres tú la que has de reemplazar a la que ha marchado con el Señor. Ella también velará sobre ti. ¡Amaba tanto a Ivonne! Pequeña mía, vive con ella… Ya ves, yo siento su alma viva junto a la mía; me parece que estamos muy cerca la una de la otra en Aquel que es el Amor infinito. El la ha encontrado madura, era demasiado bella para vivir en los jardines de la tierra. El la ha llevado a los jardines del cielo. Ella ha contemplado la Belleza Inmutable…

Sigámosla, Ivonne mía, a las regiones de paz y de luz donde Dios enjuga toda lágrima de los ojos de los que ama. El cuenta contigo; tienes una misión que cumplir. Tu madre querida vela sobre su amada hija y pide a Aquel que la ha llevado que la sostenga a lo largo del camino.

Adiós. Adivinarás entre líneas lo que mi corazón no sabe expresar, porque, ya ves, no puedo pensar en ti sin llorar. Pido mucho por ti, por el pequeño Raúl, por tus queridas hermanas. No puedo escribir a cada una.

Dilas, ¿verdad?, y al señor Rostang que tomo parte en esta gran prueba.

Mamá, a quien vi esta mañana, estaba muy afectada. Animo, confianza, vivamos con ella. La quería tanto… Ella no nos ha abandonado, porque el amor vive en el alma y el alma nunca muere.

Hna. I. de la Trinidad.

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213 A su hermana – 12 de noviembre de 1904

Sábado por la noche

“El amor no se paga más que con amor”

Mi querida Guita:

Tu cuñado, el seminarista, ha mandado hacer en el Carmelo cuadros de malla, que sus hermanas deben bordar para hacer un alba. Habíamos quedado en que pasaría dentro de quince días para llevar lo que se hubiera hecho. Como no viene y se han hecho ya ochenta cuadros, nuestra Reverenda Madre cree que el medio más rápido para entregárselos es mandarlos por ti. Tal vez tus cuñadas les esperan para comenzar su trabajo, que será largo. Ten la bondad de mandárselos al abate. Muchas gracias, hermanita mía. Mi alma está siempre junto a la tuya. En preparación al Adviento y a la Navidad te doy una cita particular a los tres Angelus. Pediremos al Verbo, encarnado por amor, que establezca su morada en nuestras almas y que ellas no puedan abandonarle más. Te abrazo y a tu angelito. El 19 haré la comunión por ella. Tú harás que rece por su tía.

Sabel.

Abraza a mamá.

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214 Al abate Chevignard – 29 de noviembre de 1904

“Providebam Dominum in conspectu meo semper; quoniam a dextris est mihi, ne commovear”

Señor abate:

Le estoy muy agradecida por su felicitación. Y estoy muy contenta de que la iglesia haya colocado nuestros Santos tan cerca el uno del otro. Esto me permite hoy ofrecerle mis mejores votos. Dice San Agustín “que el amor, olvidándose de su propia dignidad, desea elevar y engrandecer al ser amado.

El no tiene otra medida que ser sin medida”. Pido a Dios que le llene con esta medida sin medida, es decir, según “las riquezas de su gloria” (Ef 3, 16), que el peso de su amor le arrastre hasta aquella feliz pérdida de que hablaba el Apóstol cuando decía: “Vivo enim iam non ego, vivit vero in me Christus” (Gal 2, 20). Tal es el sueño de mi alma de carmelita y creo que también el de su alma sacerdotal. Pero lo es sobre todo el de Cristo, y le pido que lo realice plenamente en nuestras almas. Seámosle en cierta manera una especie de humanidad prolongada, en la que pueda renovar todo su misterio. Le he pedido que se establezca en mí como Adorador, como Reparador y como Salvador, y no puedo decirle la paz que da a mi alma pensar que El suple mis impotencias y que, si caigo continuamente, El está allí para alzarme y llevarme más en El, al fondo de esa esencia divina en la que habitamos ya por la gracia y donde querría sepultarme tan profundamente que nadie me pueda hacer salir. Es allí donde mi alma encuentra la de usted, y con ella me callo para adorar juntos a Aquel que nos ha amado tan divinamente.

Yo me uno a las emociones y profundas alegrías de su alma en la espera de la ordenación, y le pido que me ponga con usted bajo la gracia. Cada mañana recito Tercia por usted para que el Espíritu de amor y de luz “descienda” a usted, para obrar allí todas sus creaciones. Si usted quiere, cuando recite el Oficio, nos uniremos en una misma oración durante esta Hora, a la que tengo devoción particular: nosotros aspiraremos el Amor, lo atraemos sobre nuestras almas y sobre la Iglesia.

Me dice que pida para usted la humildad y el espíritu de sacrificio. Por la noche, al hacer mi via crucis antes de los maitines, en cada efusión de sangre pedía para mí esta gracia; en adelante será también para usted. ¿No cree que para llegar al anonadamiento, al desprecio de uno mismo y al amor al sufrimiento, que estaba en el fondo del alma de los santos, es necesario contemplar durante largo tiempo al Dios crucificado por amor, recibir como una emanación de su virtud (Lc 6, 19) por un contacto continuo con El? El P. Vallée nos decía un día que “el martirio era la respuesta de toda alma noble al Crucificado”. Me parece que esto se puede decir también de la inmolación. Seamos, pues, almas sacrificadas, es decir, verdaderas en nuestro amor: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20).

¡Adiós, señor abate. Vivamos de amor, de adoración, de olvido de nosotros mismos, en la paz alegre y confiada, pues “nosotros somos de Cristo y Cristo es de Dios” (I Cor 3, 23). Hna. M. Isabel de la Trinidad.

El 8 vamos a hacer en nuestras almas una hermosa fiesta a nuestra Madre y Reina Inmaculada; le cito bajo su manto virginal.

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215 A su hermana – 29 de noviembre o 6 de diciembre de 1904

Martes por la noche

Mi hermanita querida:

¡Para ti siempre hay excepciones a la Regla! Nuestra buena Madre, que te quiere mucho, accede a mi deseo y me permite escribirte unas letritas. Por la noche, en la recreación, nos enseñaba palias maravillosas entre las que ha hecho su elección. Antes de devolverlas le pedí que te las enseñara. Esto podría servirte para el seminarista. Sus hermanas, que preparan desde hace tiempo sus trabajos, podrían acaso aprovecharse de esta buena ocasión, pues parece que aquí no hay nada fino y además todo es muy caro. Estas son muy baratas y nuestras hermanas bordadoras, que entienden de esto, las encuentran muy bien hechas. Tú podrías enseñárselas a mamá, que tiene la intención de hacer bordar alguna cosa por su criada. Tal vez la venga bien escoger entre estas lindas palias. Queridas mías, pienso en vosotras siempre y en todas las ocasiones. Sobre todo os recuerdo junto a El. Hermanita querida, mi “pequeñita”, como me gustaba llamarte y te llamo siempre en mi corazón, si supieses cómo te cubro con mi oración. Guardo tu secreto, hablo de él con El, y le digo que se establezca en ti, que te sumerja, que te llene para que su Margarita sea como una irradiación de El mismo, y que la pequeña Sabel, al verla, vea un reflejo del Señor. Abraza por mí a tu hija querida y el 8 hazla pedir por mí. Nosotras preparamos una gran fiesta para este día. Guita mía, he dicho a nuestra Reverenda Madre que habías encontrado un impermeable para su sacerdote pobre. Estaba muy contenta.

Estoy un poco preocupada al no ver llegar nada. ¿Me he atrevido demasiado? Dímelo con simplicidad, como yo lo hago contigo. Adiós, hermanita, no tengamos más que un corazón y un alma (Hch. 4, 32) para amar a Aquel que es todo Amor.

Hna. I. de la Trinidad.

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216 A sus tías Rolland – 31 de diciembre de 1904

Carmelo de Dijon, 31 de diciembre

Mis queridas tiítas:

Una carmelita es un alma silenciosa. Esta es la razón de que desde hace largo tiempo no hayan recibido ninguna carta de su Isabelita. Pero hoy ella toma su papel “gran formato”, y cuando se trata de escribiros, le parece siempre muy pequeño. ¡Tan lleno está su corazón! Me parece que la Santísima Virgen no ha obtenido todavía el milagro pedido, pues ya lo sabría, ¿no es así, querida tía Francisca? Toda mi querida comunidad se ha unido a tu novena del 8 de diciembre y ya adivinas la parte que en ella he tomado. Comprendo muy bien tu gran prueba; ¡cuántos sacrificios te impone! Veo que el Señor te trata como esposa y que quiere unirse a ti por la cruz. ¡Es algo tan grande el sufrimiento, y qué pocas almas consienten en seguir a Nuestro Señor hasta allí!… Le ruego mucho por ti y mientras espero que escuche nuestras oraciones le pido haga brillar en tu alma “el rayo del amor”…

El día 8 tuvimos una hermosa fiesta en honor de la Santísima Virgen. Por la noche nuestros claustros estaban iluminados e hicimos una magnífica procesión: una estatua grande de la Virgen Inmaculada, colocada en un hermoso trono, fue llevada por cuatro de nuestras hermanas, y ya podéis adivinar mi felicidad de ser una de ellas. Hubiera querido que el Señor os hubiera prestado alas para volar a mi Carmelo y os hubiera permitido también franquear la clausura para asistir a esta fiesta que era para nuestros corazones un eco de la fiesta del cielo. Después de mi última carta he tenido una gran felicidad y una gracia muy grande: unos Ejercicios en particular durante diez días, los primeros después de mi profesión. Durante este tiempo andaba con el velo delante del rostro y no tenía relación alguna con mis hermanas. Era la soledad absoluta, esa “soledad en la que Dios habla al corazón (Os. 2, 14). Para escucharlo mejor tenía, además de la oración de Regla, varias horas extraordinarias, y puedo decir que estos diez días de oración y silencio han sido un anticipo de la Patria. Me parece superfluo deciros que he rogado mucho por vosotras, pues tenéis parte en todas mis gracias. En la noche del 24 he colocado todos mis votos en el Corazón del Niño Dios y es El el que os los habrá llevado. Queridas tías, que el las llene según todas “las riquezas de su gloria” (Ef 3, 16), para emplear el lenguaje de San Pablo, y les haga una caricia con su manita de parte de su esposa Isabel de la Trinidad. ¿Tienen la bondad de ofrecer mi felicitación afectuosa a la tía Catalina y decirle que pienso en ella con mucha frecuencia? Les encargo también ofrecer mis votos respetuosos al señor cura.

Rezo todos los días por [él] y cuento con sus santas oraciones. Hace poco soñé que me venía a ver al Carmelo. ¿Se realizará alguna vez este sueño? Yo lo deseo y sería muy feliz hablando con él del Señor. Y vosotras, tiítas queridas, creo que si la tornera viniese a anunciarme vuestra visita mi corazón latiría muy fuerte y necesitaría algunos instantes para tranquilizarse. No sé si el Señor nos dará este consuelo, pero sé bien que El nos abre de par en par su Corazón para que podamos encontrarnos siempre y olvidar las distancias que separan nuestros cuerpos, pero no nuestros corazones y almas. He visto a mamá el jueves último; esperaba con impaciencia el fin del Adviento para ver a su carmelita. ¡Qué simpática es Isabelita! Margarita debe traérmela uno de estos días; es muy feliz con su ángel en los brazos.

Adiós, queridas tías, os abrazo con lo mejor de mi corazón, sin olvidar a la tía Catalina. Vuestra feliz sobrinita.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

Tía Francisca puede estar tranquila sobre sus cartas. Aquí se rompen.

Incluso hago más: he enviado a casa de mamá mis queridos breviarios, guardando sólo los necesarios, y cuando los necesito, ella me los trae. Den mis felicitaciones a Luisa y Ana, sin olvidar a los pequeños.

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217 A María Luisa… – hacia 1905

El alma que ama permanece en Dios y Dios mora en ella. Así, gracias al amor y por el amor, la creatura se hace reposo de Dios y Dios el reposo de la creatura.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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218 A la señora Hallo – principios de enero de 1905

Sólo Dios basta

Muy querida señora:

He agradecido muchísimo su felicitación, y puede figurarse mi alegría al reconocer su letra. Mi felicitación para 1905 le llegará con un pequeño retraso, pero mi corazón al menos, usted lo sabe bien, nunca se retrasa cuando se trata de escribirla, y desde que ha marchado de Dijon, la capital me parece estar muy cerca; por eso vuelo frecuentemente a ella con las alas de la oración y del amor. Nuestra Reverenda Madre le agradece mucho sus buenos deseos y la hermosa consagración al Sagrado Corazón; me encarga decírselo y también enviarla su felicitación para este año que comienza.

Querida señora, que sea un año de amor, todo dedicado a la gloria del Señor.

¡Sería tan hermoso poder decir el último día con nuestro Maestro adorado: “Padre, os he glorificado en la tierra, he consumado la obra que me habías encargado”! (Jn 17, 4). Veo que usted está dispuesta a trabajar en esa obra, y su carta me ha interesado mucho. ¡Qué consuelo dar Dios a las almas y las almas a Dios! ¿No es verdad que la vida es completamente distinta cuando se la orienta de este modo? Desde el fondo de mi celdilla la sigo a todas partes. Recomiendo al Padre de familias a esos “dos” que trabajan tan bien por su mies, mientras yo seré el pequeño Moisés en la montaña. Carlos me visitó algunos días antes de su partida, y al salir del locutorio he dado gracias al Señor por conservársele así. Creo que sus sufrimientos le han obtenido esta gracia. ¡Qué alegría saber que usted va mejor! Pido al Señor que esto vaya aumentando. ¡Hace ya tanto tiempo que usted es la víctima de su amor! He visto a mi querido trío después de Navidad. La pequeña Sabel es muy mona. Su madre se alegra de irla a ver en primavera. Está muy emocionada por su invitación. Yo también, se lo aseguro, y estoy convencida de que la atmósfera de oración en que usted vive hará bien a su alma. Adiós, querida señora, unión de oraciones. La abrazo de todo corazón y quedo siempre su segunda hija.

M. I. de la Trinidad.

¿Quiere usted dar mis recuerdos a Carlos y decirle que su hermana del Carmelo ruega por él todos los días? Me ha visitado la señora Mignard, recomendada por usted. Me ha hablado de la familia Desmoulins, que es muy interesante. Se los encomiendo, sobre todo al hijo, cuya conversión desearían.

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219 Al canónigo Angles – principios de enero de 1905

“Mihi vivere Christus est” (Fil. 1, 21).

Querido señor canónigo:

Me he retrasado mucho en mi felicitación de 1905, pero usted conoce bastante el corazón de su hijita para saber que él nunca se retrasa cuando se trata de escribirle. He pedido mucho por usted a mi real Esposo, y le he pedido que le dé lo mejor que tenga de sus tesoros: ¿no es Jesús, El mismo, el don de Dios? (Jn 4, 10). Cada día me hace experimentar mejor lo dulce que es ser suya, de El solo, y mi vocación de carmelita me lleva a la adoración y a la acción de gracias. Sí, es verdad lo que dice San Pablo: “El ha amado demasiado” (Ef 2, 4) a su Isabelita. Pero el amor reclama amor, y no pido al Señor otra cosa más que comprender esta ciencia de la caridad de que habla San Pablo (Ef 3, 1819), de la cual querría mi corazón sondear toda su profundidad. Esto será el cielo, ¿no es verdad? Pero me parece que se puede comenzar en la tierra, ya que se le posee a El, y se puede perseverar en su amor a través de todas las cosas (Jn 15, 9). Esto es lo que me ha hecho comprender en mis Ejercicios particulares, que tuve la suerte de hacer en el mes de octubre; diez días de silencio total, de soledad absoluta. ¡Hubiera usted visto desde Carcasona a la feliz ermitaña sepultándose en su desierto! Sí, soy feliz, me hace bien el decirlo, sobre todo a usted, pues estoy muy convencida de que me conserva siempre su afecto todo paternal. He visto a mamá, a Guita, a la pequeña Isabel, y está claro que hemos hablado de usted, de los queridos Maurel. Espero que el Señor habrá concedido al señor León la posición tan deseada, por la que he rogado mucho. ¿Quiere usted darle recuerdos míos, y también, de modo particular, a María Luisa? ¡Ah, si usted supiese cómo mi corazón es siempre el mismo!… ¿Qué digo? El se agranda, se ensancha al contacto del Dios Amor. Es en El en quien quedo toda suya y donde me recojo bajo su paternal bendición.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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220 A la señora Angles – 5 de enero de 1905 pp

Carmelo de Dijon, 5 de enero

“Sólo Dios basta.”

Muy querida señora:

Esta carta, que debe llevarla mi felicitación, le llegará con un poco de retraso, pero, ya sabe, mi corazón, no lo dude usted, se ha adelantado a la pluma para encontrar al suyo, pasando por el del Maestro divino. Leía en las epístolas de San Pedro una hermosa sentencia que será la expresión de la felicitación de su amiguita carmelita: “Santificad al Señor en vuestro corazón” (I Pe. 3, 15). Para llegar a esto hay que realizar aquellas otras palabras de San Juan Bautista: “Es necesario que El crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30). Querida señora, en este nuevo año que el Señor nos concede para santificarnos y unirnos más a El, hagámosle crecer en nuestras almas, guardémosle solo y separado; que El sea verdaderamente rey. Y nosotras desaparezcamos, olvidémonos seamos solo la “alabanza de su gloria” (Ef 1, 12), según la bella expresión del Apóstol… Le deseo todas las gracias de buena salud que necesita, ya que es tan probada por esta parte. Acuérdese de lo que decía San Pablo: “Me glorío en mis enfermedades, porque entonces habita en mí la fuerza de Cristo” (II Cor 12, 9). Todo está ordenado por la voluntad de Dios, y en sus enfermedades físicas, que redundan también en su alma, alégrese, querida señora, y piense que en ese estado de impotencia, llevado fielmente, con amor, le puede cubrir de gloria. Nuestra Madre Santa Teresa decía: “Cuando se sabe estar unidos a Dios y a su santa voluntad, aceptando todo lo que El quiere, se está bien, se tiene todo”. Le deseo, pues, esta paz profunda en el divino beneplácito. Comprendo todos los sacrificios que le impone su salud, pero es dulce decirse: “Es El el que quiere todo esto.” Un día decía el Señor a una de sus santas: “Bebe, come, duerme, haz lo que quieras, con tal que me ames”. El amor, he aquí lo que hace su carga tan ligera y su yugo tan dulce (Mt 11, 30). Pidamos al Divino Infante que nos consuma en esa llama divina, en ese fuego que El ha venido a traer a la tierra (Lc 12, 49). He visto a mamá, que esperaba con impaciencia el fin del Adviento para verme. También Margarita me ha venido a ver con la pequeña Isabelita, que es muy mona. Estas conversaciones me producen un gran consuelo y doy gracias a Dios viendo lo que va haciendo en estas dos almas tan queridas. Adiós, querida señora, voy a perderme en El para hallarla, pues El es nuestro lugar de encuentro. Pídale un poco por su amiguita del Carmelo. Así lo creo.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

El pequeño Juanito debe ser muy simpático. Déle un abrazo por mí a su querida mamita, Pienso que tendrá la bondad de ayudarme a hacer un acto de pobreza, haciendo llegar esta cartita al señor canónigo cuando tenga ocasión. Gracias adelantadas.

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221 A su hermana – 5 de enero de 1905

“Que Jesús nos fije en su amor”.

Mi hermanita querida:

Insististe tan amablemente el otro día en que te pidiese todo lo que quisiera, que pienso no ser indiscreta haciéndolo con toda sinceridad. Hay tradición en el Carmelo de festejar los Reyes el día mismo de la Epifanía y no el domingo. Ese día nuestra Reverenda Madre sirve en el refectorio, y hay también la costumbre de darnos el roscón tradicional. Este año nos ha fallado la persona que solía enviarlos, y como nosotras no sabemos hacerlos, nuestra Madre se encuentra un poco preocupada, pues es una antigua costumbre de la Orden esta fiestecita de los Reyes. Se ha acordado de tu ofrecimiento del otro día, que ella había rehusado por ser entonces innecesario, procurando esta buena Madre evitar lo que sea contrario al espíritu de penitencia que preside todo en la vida de una carmelita. Si puedes, Guita mía, envíanos tres roscones para veintiuna personas. Mándalos hacer lo más sencillo que se pueda, para no salir de nuestro espíritu de pobreza. Habrá que tenerlos para mañana viernes a las diez lo más tarde. Lo comprendes bien, ¿verdad? Mañana y no el domingo como en el mundo. Es la pequeña Sabel quien los ofrecerá a nuestra Reverenda Madre, que será feliz sirviéndoselos a sus hijas de su parte. ¡Oh, cuánto quiero a tu ángel! Tanto como a ti, que es decirlo todo. Me invita a hacer oración verla en tus brazos. Pienso que así hace Dios conmigo. Dejémonos llevar por El, hermanita, para que nos fije en su amor. Es ahí donde te dejo, o, mejor, donde moro en silencio contigo.

Un abrazo para ti y para tu ángel y pido por el que pronto veré en tus brazos. Tu hermana mayor,

I. de la Trinidad.

No te olvides de decir a tu cuñado que mi alma está muy unida a él.

Con tu lindo refajo puedo aguantar la Siberia. Gracias de nuevo.

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222 A su hermana – 6 de enero de 1905

El es Amor

Gracias, hermanita, por tus estupendos y abundantes roscones. Nuestra Reverenda Madre me encarga manifestarte todo su reconocimiento, y yo no me hago rogar cuando se trata de escribir a mi Guita. La sorpresa le tocó a nuestra Madre. Estaba muy contenta de que el Rey la haya elegido por su reina, y yo me he alegrado de este reinado de amor. Gracias, hermanita, por mimarnos así. Gracias a Isabel. Abrázala en nombre de su tía, y después hagamos silencio en su almita para adorar al Dios que la habita. El ama a los pequeñuelos. Hagámonos sus niñitos y dejémonos llevar en sus brazos. Es allí donde soy siempre tuya. Gracias de nuevo.

Hna. I. de la Trinidad.

Abraza a nuestra querida y buena mamá por su carmelita.

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223 A la señora de Sourdon – poco antes del 20 de enero de 1905

Muy querida señora:

Nuestra Reverenda Madre me encarga decirle que le concede con mucho gusto el consuelo de asistir el viernes a la misa en nuestra capilla. Por mi parte, le confieso que será para mí una verdadera alegría orar junto a usted; nuestras almas estarán todavía más cerca de Aquel que es “caridad”, según la hermosa definición del discípulo del amor (I Jn 4, 16). Haré la comunión con usted por el querido difunto, para que Dios, rico en misericordia, le dé parte en la herencia de los santos en la luz (Ef 2, 4, y Col 1, 12), si El no le ha introducido ya en su reino. Es, sin embargo, hasta allí adonde penetra mi alma al pensar en él, y me siento movida más bien a orarle que a orar por él. De todos modos lo haré, pues hay que estar muy puros para presentarse delante de Dios. Sin embargo, nos permite vivir en su intimidad desde aquí abajo y comenzamos de algún modo nuestra eternidad viviendo en “compañía” (I Jn 1, 3) con las tres Personas divinas.

¡Qué misterio! Es en él donde me pierdo para volverle a encontrar, querida señora, pidiendo al Señor que apriete muy fuerte el nudo que une a su alma la de su pequeña. Isabel de la Trinidad.

Quedé encantada de mi conversación con Francisca.

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224 A la señora Angles – poco antes del 8 de marzo de 1905

“El abandono es el fruto delicioso del amor”

Muy querida señora:

Antes de entrar en el silencio riguroso de la Cuaresma, nuestra Reverenda Madre me permite escribirle para manifestarle lo mucho que ruego por usted, así como mi querida comunidad. Comprendo sus temores ante la perspectiva de una operación. Pido al Señor que los endulce y los calme El mismo. Dice el apóstol San Pablo que “El hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef 1, 11). Por consiguiente, debemos recibir todo como viniendo directamente de la mano divina de nuestro Padre, que nos ama y procura obtener su fin a través de todas las pruebas, “unirnos más íntimamente a El”. Querida señora, lance su alma sobre las olas de la confianza y del abandono y piense que todo lo que la turba y la lleva al temor no viene del Señor, porque El es el Príncipe de la paz (Is. 9, 6) y la ha prometido “a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14). Cuando usted teme haber abusado de las gracias, como me dice, es el momento de redoblar la confianza, porque, como dice también el Apóstol, “donde el pecado abunda, la gracia sobreabunda” (Rom5, 20), y más adelante: “Me glorío en mis debilidades, porque entonces habita en mí la fuerza de Dios” (II Cor 12, 9). “Dios nuestro Señor es rico en misericordia, a causa de su inmenso amor” (Ef 2, 4). No tema usted, pues, nada esa hora por la que todos debemos pasar. La muerte, querida señora, es el sueño del niño que se duerme sobre el corazón de su madre. Finalmente, la noche del destierro habrá huido para siempre y entraremos en posesión de la herencia de los santos en la luz (Col 1, 12). San Juan de la Cruz dice que nosotros seremos juzgados sobre el amor. Esto responde muy bien al pensamiento de Nuestro Señor, que dijo a la Magdalena: “Muchos pecados le han sido perdonados, porque amó mucho” (Lc 7, 47). Pienso con frecuencia que tendré un largo purgatorio, porque se pedirá mucho a quien ha recibido mucho (Lc 12, 48) y El ha sido muy generoso con su pequeña esposa. De todos modos me abandono a su amor y canto desde la tierra el himno de sus misericordias. Querida señora, si cada día hacemos crecer a Dios en nuestra alma ¡qué seguridad nos dará para presentarnos un día ante su santidad infinita! Creo que usted ha encontrado el secreto y que es a través de la renuncia como se llega a este fin divino; por ella morimos a nosotros mismos para dejar todo el lugar a Dios. ¿Se acuerda de aquella hermosa página del evangelio según San Juan en la que el Señor dice a Nicodemo: “En verdad te digo que si uno no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Jn 3, 3)? Renovémonos, entonces, en el interior de nuestra alma, “despojémonos del hombre viejo y revistámonos del hombre nuevo, hecho a imagen de Aquel que lo ha creado (San Pablo) (Col 3, 9‑10). Esto se hace dulce y simplemente separándose de todo lo que no es Dios. Entonces el alma no tiene temores ni deseos, su voluntad está enteramente perdida en la de Dios, y como es esto lo que hace la unión, puede decirse: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Roguemos mucho la una por la otra durante este santo tiempo de Cuaresma, retirémonos al desierto con nuestro Maestro (Mc 1, 12) y pidámosle que nos enseñe a vivir su vida.

He visto a mamá, a Margarita y a su pequeña Isabelita. Es la última conversación antes de Pascua, y les parece el tiempo muy largo. Sé que María Luisa espera también un angelito y la encomiendo particularmente a Dios. Dé mis recuerdos a sus familiares. Respondo en una cartita al señor canónigo y, como pobre carmelita, me atrevo a confiársela, para que se la entregue cuando tenga ocasión. Pienso no abusar. Adiós, querida señora, ánimo y confianza. La abrazo como la quiero.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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225 Al canónigo Angles – poco antes del 8 de marzo de 1905

“Deus meus es tu et confitebor tibi. Deus meus es tu et exaltabo te”.

Querido señor canónigo:

Antes de sepultarme en la soledad del desierto me permite nuestra Reverenda Madre escribirle, para manifestarle lo feliz que me ha hecho su cariñosa carta. Sabía por mamá que estaba usted enfermo del brazo, pero su amable carta me permite esperar que su reumatismo haya desaparecido. ¡Pobre mamá! Ella quisiera que ya se hubiera cantado el Alleluia; usted lo adivinará fácilmente. El Señor le pagará este largo ayuno para su corazón de madre. Sí, señor canónigo, buena Cuaresma. Como me dice, hay mucho que expiar, mucho que pedir, y creo que para satisfacer a tantas necesidades hay que llegar a ser una “oración continua” y amar mucho. ¡Es tan grande el poder de un alma entregada al amor!… Magdalena es un hermoso ejemplo: una palabra le bastó para lograr la resurrección de Lázaro. Nosotros necesitamos mucho que el Señor obre resurrecciones en nuestra querida Francia. Me gusta ponerla bajo la efusión de la Sangre divina. San Pablo dice que “tenemos en El la remisión de los pecados según las riquezas de la gracia que ha derramado en nosotros” (Ef 1, 78). Este pensamiento me hace tanto bien…

Oh, qué bueno es, en los momentos en que no se siente más que la propia miseria, ir a hacerse salvar por El. Yo estoy llena de ella, pero el Señor me ha dado una Madre, imagen de su misericordia, que con una palabra sabe calmar toda angustia en el alma de su hijita y darle alas para volar bajo los rayos del Astro creador. Por eso vivo en la acción de gracias, uniéndome a la alabanza eterna que se canta en el cielo de los Santos. Hago aquí mi aprendizaje… Nuestra querida Madre me encarga decirle que ha quedado muy conmovida por su recuerdo especial. Ella le envía su saludo respetuoso y se encomienda a sus oraciones en la misa durante la Cuaresma. Ruegue también por su hijita, conságrela con la santa Hostia, para que no quede nada de la pobre Isabel, sino que sea toda de la Trinidad. Entonces su oración podrá ser todopoderosa, y usted se aprovechará de ella, ya que tiene una parte tan grande en sus oraciones. No hace con ello más que pagar una deuda de gratitud. Adiós, querido señor canónigo, la campana me llama a maitines. No me olvidaré de hacer allí “memoria de usted”. Será la primera.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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226 Al abate Chevignard – 7 de abril de 1905

Viernes por la noche

“Misericordias Domini in aeternum cantabo”

Señor abate:

Nuestra Reverenda Madre está muy ocupada esta tarde y me encarga escribirle para que reciba una cartita del Carmelo que le diga cuán unido le está en este gran día. Por mi parte, me retiro y me recojo hasta el fondo de mi alma, allí donde habita el Espíritu Santo. Pido a este Espíritu de amor “que penetra todo, hasta lo profundo de Dios” (I Cor 2, 10), que se le comunique sobreabundantemente e ilumine su alma para que bajo la gran luz vaya a recibir “la unción del Santo” (I Jn 2, 20) de que habla el discípulo amado. Canto con usted el himno de acción de gracias y me callo para adorar el misterio que envuelve todo su ser: es la Trinidad entera la que se inclina sobre usted para hacer brillar “la gloria de su gracia” (Ef 1, 6).

Nuestra Reverenda Madre me encarga decirle que está muy contenta de que haya escogido nuestra capilla para celebrar su primera misa y que el viernes, a las 8, estaremos todas con usted ante el altar del Dios amor. En cuanto a mí, la felicidad será grande y mi unión profunda. Se lo aseguro.

Adiós, señor abate. En la noche de esta fiesta de la Preciosa Sangre me pongo con usted bajo la efusión divina, para que Cristo nos guarde “santos y sin mancha en su presencia en el amor” (Ef 1, 4). El Apóstol nos lo dice: es el gran deseo de Dios. Puede realizarse en nosotros. Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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227 A su hermana – 22 de abril de 1905

Alleluia

Mi querida Guita:

Hemos cantado el Alleluia. Nuestra Reverenda Madre me permite escribirte en seguida para decirte cuánto me uno a tus alegrías maternas. Estoy tan contenta de ser una vez más tía, y sobre todo de una niñita, pues, ya ves, me parece que la unión que existía entre nosotras se va a perpetuar en tu dulce hogar, y me alegro que Sabel tenga una Odette como la tía Isabel tenía una Margarita. Nuestra querida Madre, que tanto se interesa por ti, estaba llena de alegría al darme la gran noticia y me encarga decírtelo. Sabel nació en la fiesta de las Cinco Llagas de Jesús y he aquí que Odette llega el día en que el Maestro fue vendido para rescatar su almita. ¿No es conmovedor? Espero que podrás tener contigo a la querida sor Teresa. Lo he pedido mucho al Señor. Espero, además, que la puedas dar el pecho, como la última vez. Mamá me dirá todo esto el miércoles. ¡Cuántas cosas tenemos que decirnos! Abraza por mí a esta querida abuela, dile que comparto su alegría y dale gracias por su carta.

Durante la Semana Santa he llevado a todas partes tu alma con la mía, sobre todo durante la noche del Jueves Santo, y ya que no podías ir a El, le he dicho que venga a ti. En el silencio de la oración decía muy bajito a mi Guita estas palabras que el P. Lacordaire dirigía a la Magdalena cuando buscaba al Señor la mañana de la Resurrección: “No preguntes por El a nadie sobre la tierra, a nadie del cielo, porque El es vuestra alma, y vuestra alma es El”. ¡Oh, hermanita, cómo bendice tu pequeño nido, cómo te ama confiándote estas dos almitas, “que El ha elegido en El antes de la creación, para que sean santas y sin mancha en su presencia en el amor” (Ef 1, 4) (San Pablo). Eres tú quien debes orientarlas hacia El y conservarlas todas suyas.

Te encargo, mi Guita, de decir a Jorge la resonancia que hallan en mi corazón todas vuestras alegrías, por las que doy gracias a Dios, “de quien proviene todo don perfecto” (Sant. 1, 17).

Adiós. En El, pequeña mamá, me recojo contigo junto a tus pequeñas; cada una tiene a su lado un hermoso ángel que contempla la Faz de Dios (Mt 18, 10). Pidámosle que nos lleve con El y nos fije en su amor. Te cubro de caricias y oración como a tus dos tesoros. Me alegro de ver a Sabel. Dile que dé un beso a su abuela en nombre de su tía.

Envío a Odette una medalla tocada al Niño Jesús milagroso de Beaune. Es de cobre, pues soy una pobre carmelita. La podrás poner en su cunita para que Dios, que tanto ama a los niños, la bendiga y la proteja Hna. M. I. de la Trinidad Te encargo transmitir a Sor Teresa mi religioso recuerdo.

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228 A la señora Hallo – hacia el 30 de abril de 1905

“Señor, quédate con nosotros” (Lc 24, 29).

Muy querida señora:

Estoy llena de alegría pensando en la amable visita que les va a hacer mi querida mamá. Hace unos día vino a verme y me habló de su viaje a París, del que se alegra mucho. Me habló de sus atenciones y delicadezas. Sé que María Luisa le deja su habitación y esto me conmueve profundamente. Nada me extraña, pues conozco el corazón de mi segunda madre. Con qué alegría escuchaba la relación de su vida ahí, los detalles de su casa. A la vuelta, cuántas cosas que contarme… No duden que formaré parte de su intimidad. Mi tren correrá más que el de mamá, pues para los corazones y las almas la distancia se salva pronto. Me llevarán con ustedes en todas las peregrinaciones. ¡Cuántas veces he rezado a su lado! Eso me era muy dulce, y lo que Dios ha unido no se puede desunir (Mt 19, 6). El es una inmensidad de amor que nos desborda por todas partes y en El la unión es todavía más fuerte y verdadera. Pienso que usted trabaja con su entrega inagotable por su mayor gloria. De una u otra manera es en esto en lo que nuestra vida debe emplearse; es nuestra “predestinación” según el lenguaje de San Pablo (Ef 1, 11; Rom8, 2830). Conocí el jueves a mi sobrina Odette. Tenía una encantadora capota, que he admirado, y se me dijo de dónde provenía. Veo que usted siempre mima. Adiós, querida señora. Gracias por todas sus bondades para con mi mamá. Soy siempre su segunda hija, y la abrazo como la amo.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Recuerdo muy afectuoso al buen Carlos.

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229 A su madre – mayo de 1905

Mi querida mamita:

Nuestra Reverenda y querida Madre me encarga un recado para ti. Lo hago con gusto. Me es siempre dulce escribir a mi madrecita, y además se trata de recurrir a su abnegación, que nunca se acaba. El año pasado nuestra Madre te había recomendado una familia pobre, a la que procuraste vestidos para el matrimonio de uno de sus hijos. Esta vez, si pudieras encontrar algo en casa de los Avout, Sourdon, para proveerles para el verano y primavera. harías una buena obra. Son personas muy importantes y están en mucha necesidad. Es tan triste ver estas miserias ocultas. La pobre madre sufre mucho por ello y nuestra buena Madre, con un corazón lleno de caridad, es tan feliz ayudándola… Cuento contigo, querida mamá, pues se puede decir de ti como del Señor: “Pedid y recibiréis” (Mt 7, 7), y me alegro pensando en ver llegar vestidos y blusas para los protegidos de nuestra querida Madre. ¿No tendrá Jorge algo para los jóvenes? Envío a Odette un precioso Agnus Dei. Gracias a nuestra Madre tengo la alegría de hacerle este regalo. Abraza a las pequeñas por su tía, sin olvidar a Guita. ¿Y tu corazón? Cuídalo mucho… Si estuviera contigo con qué cariño “mimaría” a esta mamá a quien tanto quiero y a quien encomiendo a Dios con tanto amor. Es el mes de mayo… ¡Qué dulces recuerdos! Unámonos junto a la Virgen Santísima en una misma oración. Encargo a esta divina Madre de todas mis ternuras para mi mamá querida.

Recuerdos a sor Teresa.

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230 Al canónigo Angles – 1 de junio de 1905

Querido señor canónigo:

Sé por mi querida mamá que usted sufre mucho. Por eso he pedido permiso a nuestra Reverenda Madre para hacerle una pequeña visita. Es hoy cuando el Maestro vuelve a su Padre, que es nuestro Padre (Jn 20, 17), y va a prepararnos un lugar (Jn 14, 23) en su herencia de gloria (Ef 1, 18). Yo le pido que lleve cautivas todas sus actividades y le restablezca muy pronto. Usted me dirá si ha escuchado a su carmelita. Nosotras tenemos esta mañana nuestra última recreación y entramos en el retiro del Cenáculo hasta Pentecostés. Durante estos días me parece que estaré todavía más cerca de usted, porque estaré más en El. San Pablo, cuyas hermosas epístolas leo con frecuencia y hacen mi felicidad, dice que “ninguno sabe lo que hay en Dios, fuera del Espíritu de Dios” (I Cor 2, 11). El programa de mi retiro será, pues, mantenerme por la fe y el amor bajo la “unción del Santo” (I Jn 2, 20) de que habla San Juan, ya que El es el único que “penetra hasta las profundidades de Dios” (I Cor 2, 10). ¡Oh! Ruegue para que no contriste al Espíritu de amor (Ef 4, 30), sino que le deje obrar en mí todas las creaciones de su gracia. Ruegue también por mi querida comunidad y especialmente por nuestra Reverenda Madre y todas sus intenciones. Le pido me ayude a pagar mi deuda de gratitud para con ella. ¡Si usted supiera lo que es para su hijita!… A cada instante una “virtud de Dios” (Lc 6, 19) pasa de su alma a la mía. Si el día 15 de junio, día de su fiesta, usted pudiese ofrecerle el hermoso ramillete enrojecido en la Sangre del Cordero que la alegró tanto el año pasado, mi felicidad sería grande, se lo aseguro.

Le doy las gracias de antemano, segura de que mi deseo será escuchado, si es posible. ¡Con qué confianza le trato! Pero, ¿no es usted el padre de mi almita? Todos están bien; ayer vi a mamá con su pequeña Sabel y la semana última a Guita con los dos angelitos. Doy gracias al Señor por ellas, a Aquel de quien viene todo don perfecto (Sant. 1, 17). ¡Es tan dulce ver su felicidad! Adiós, querido señor canónigo. Bendígame y entrégueme al Espíritu de amor y luz.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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231 Al abate Chevignard – principios de junio de 1905

“Si scires donum Dei”.

Señor abate:

El Señor, “que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (Ef 1, 11), ha querido el encuentro de nuestras almas, como me dice, para recibir por él más amor, adoración y alabanzas. Debemos ayudarnos por la oración, y no puedo decirle el impulso tan fuerte que me lleva hacia usted mientras se prepara para su primera misa. En efecto, me encuentro en Ejercicios, “escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 3), y pido a Aquel a quien Santa Catalina llamaba su “dulce Verdad” que realice en su alma el deseo que manifestaba a su Padre en su oración suprema: “Santifícalos en la verdad… Vuestra palabra es verdad” (Jn 17, 1 7).

San Pablo, en su carta a los Romanos, dice que “a los que El ha conocido en su presciencia los ha predestinado también a ser conformes con la imagen de su Hijo” (Rom8, 29). Me parece que se trata de usted aquí. ¿No es usted ese predestinado a quien el Eterno ha elegido para ser su sacerdote? Y creo que en su amorosa actividad el Padre se inclina sobre su alma, para trabajarla con su mano divina, con su toque delicado, para que la semejanza con el Ideal divino vaya siempre en aumento hasta el gran día en que la Iglesia le dirá: “Tu es sacerdos in aeternum”. Entonces vendrá a ser todo en usted así como una copia de Jesucristo, el Pontífice supremo, y usted podrá reproducirle sin cesar ante la faz de su Padre y ante las almas. ¡Qué grandeza! Es la “virtud sobreeminente de Dios” (Ef 1, 19), que pasa a vuestro ser para transformarlo y divinizarlo. ¡ Qué recogimiento, qué atención amorosa a Dios pide esta obra sublime! San Juan de la Cruz dice que “el alma debe mantenerse en el silencio y la soledad absoluta para que el Altísimo pueda llevar a cabo sus deseos en ella; entonces El la lleva, por decirlo así, como una madre que toma al niño en sus brazos y, encargándose El mismo de su dirección íntima, El reina en ella por la abundancia de la tranquilidad y de la paz que El derrama en ella”.

Le felicito por llevar a Nuestra Señora del Buen Consejo en sus ornamentos; me parece que es la Virgen sacerdotal, a quien el sacerdote debe invocar y contemplar siempre. Que ella le obtenga esa “ciencia de la claridad de Dios reflejada en el rostro de Cristo” (II Cor 4, 6) de que habla el Apóstol. Vayamos a pedírsela, junto a ella, en el silencio de la oración.

Adiós, señor abate. Que El nos haga verdaderos con su verdad, para que seamos ya desde la tierra la “alabanza de su gloria” (Ef 1, 12).

Hna. M. I.de la Trinidad.

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232 Al abate Chevignard – hacía el 25 de junio de 1905

“Sacerdos alter Christus”.

Señor abate:

Había pedido a nuestra Reverenda Madre permiso para escribirle, para decirle que mi alma era una con la suya en estos últimos días que preceden a su ordenación, pero he aquí que al acercarme a usted, ante el gran misterio que se prepara, no sé más que callarme… y adorar los excesos de amor de nuestro Dios.

Usted puede cantar su “Magnificat” con la Virgen y exultar en Dios su Salvador, porque el Todopoderoso hace en usted grandes cosas (Lc 1,49) y su misericordia es eterna (Sal 135,1)… Además, como María, “conserve todo esto en su corazón” (Lc 2,19, 51), acérquele al suyo, pues esta Virgen sacerdotal es también “madre de la divina gracia”, y, en su amor, ella quiere prepararle a ser “ese sacerdote fiel, enteramente según el corazón de Dios” (I Sam 2,35), de que El habla en la Sagrada Escritura.

Como ese pontífice “sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de días, sin fin de vida, imagen del Hijo de Dios” (Heb 7,3) del que San Pablo habla en la carta a los Hebreos, usted llega a ser también por la unción santa ese sacerdote que no pertenece ya a la tierra, ese mediador entre Dios y las almas, llamado a “hacer brillar la gloria de su gracia” (Ef 1,6), “participando en la sobreeminente grandeza de su virtud” (Ef 1,19). Jesús, el sacerdote eterno, decía a su Padre al entrar en el mundo:

“Heme aquí, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Heb 10,7; Sal 39,10‑11).

Me parece que en la hora solemne de su entrada en el sacerdocio ésta debe ser también su oración, y me gusta hacerla con usted… El viernes en el santo Altar, cuando por primera vez Jesús, el Santo de Dios, venga a encarnarse, entre sus manos consagradas, en la humilde hostia, no olvide a aquella que El ha guiado al Carmelo, para ser alabanza de su gloria. Pídale que la sepulte en la profundidad de su misterio y la consuma con el fuego de su amor. Después la ofrezca al Padre con el Cordero divino.

Adiós. señor abate. ¡Si supiese lo que pido por usted! “Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean siempre con usted” (II Cor 13,13).

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233 A su hermana – 3 de julio de 1905

Lunes por la noche

Mi querida hermanita:

Tu cuñado, el abate, habiendo escogido para su ornamento la talla grande, nota que, siendo muy delgado, la medida del cuello es un poco ancha para él. Se lo ha dicho a nuestra Madre y, como su mayor alegría es dar gusto, ha pedido a la hermana María Javiera si lo podía arreglar. La caridad no duda de nada, todo lo puede (I Cor 13, 7), y la querida hermana está esperando el ornamento. Si tuvieras la bondad de decírselo a tu suegra para que envíe el ornamento, se podría hacer el arreglo durante el viaje del abate, para que a su vuelta se encuentre la sorpresa. Cuento contigo. Guita, para tener el ornamento lo más pronto posible.

¡Qué hermoso día el viernes!. Yo he estado verdaderamente bajo la lluvia de gracias de tu cuñado. Le he visto unos momentos y me ha dicho que mañana dirá la misa por mí en Nuestra Señora de las Victorias. Ya adivinas lo feliz que soy. Yo te sumerjo con las pequeñas en el cáliz para que seáis lavadas en la Sangre del Cordero. Adiós, hermanita, permanezcamos en el centro de nuestra alma, allí donde El habita. Entonces, a través de todas las cosas, será el tú a tú. ¡Oh, si supieras cómo te ama y cómo, pasando por ti, quiere hacerse amar de esos pequeños ángeles! Confío a mi buen Angel un beso para cada una, sin olvidar a su ángel visible que es su madrecita, mi niñita. Su hermana mayor carmelita,

Hna. M. I. de la Trinidad.

No dejes de hacer rezar a Sabel por la tata. Nuestra Reverenda Madre tiene una sobrinita que pesa ocho libras.

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234 Al abate Chevignard – 21 de julio de 1905

Señor abate:

Mañana es la fiesta de Santa María Magdalena, aquella de quien la Verdad dijo: “Ha amado mucho” (Lc 7,47). Es también fiesta para mi alma, pues celebro el aniversario de mi bautismo. Y ya que usted es el sacerdote del Amor, vengo a pedirle, con permiso de nuestra Reverenda Madre, que tenga la bondad de consagrarme a El mañana en la Santa Misa. Láveme en la Sangre del Cordero Inmaculado para que, virgen de cuanto no es El, viva para amar con una pasión cada vez mayor, hasta esa feliz unidad a la que Dios nos ha predestinado en su querer eterno e inmutable. Muchas gracias, señor abate.

Me recojo bajo su bendición.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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235 A las tías Rolland – 1 de agosto de 1905

“Nuestra vida está en los cielos” (Fil. 3, 20) (San Pablo).

Mis queridas tiítas:

Me parece que es hoy la fiesta, y con los numerosos invitados vengo yo también a hacer una pequeña visita a Carlipa. Con el silencio que conviene a una carmelita, me dirijo a la querida iglesia que tanto me gustaba, y allí, en la capilla que ustedes han adornado con sus mejores galas, me parece estar junto a ustedes como hace cinco años. Junto al tabernáculo, donde mora el Amor increado, no hay distancias. Siento que no vayan con ustedes este verano mi mamá, Guita y sus pequeñas, esas dos queridas pequeñas que hubieran hecho su dicha. Odette es la mejor niña del mundo, dulce y pacífica como su madre. Las visitas son muy agradables con ella, que se contenta con mirarnos con sus grandes ojos sin moverse. Sabel es otra cosa, hay que hacer el gasto con ella, si no no está contenta. Pero, en revancha, cuando yo le hablo de Jesús ella le manda muchos besos que deben alegrar su Corazón, que ama tanto a los pequeñitos. Verdaderamente es cautivadora y creo que tengo debilidad por ella. ¡Es la mía! El día de Santa Marta hemos festejado a nuestras hermanas de velo blanco. En honor de su santa Patrona ellas no trabajan en sus oficios para poder darse con la Magdalena al dulce reposo de la contemplación y las novicias las reemplazan y hacen la cocina. Yo estoy todavía en el noviciado, pues estamos allí tres años después de la profesión y he debido pasar una buena jornada junto al fogón. Mientras tenía el mango de la sartén no he caído en éxtasis, como mi santa Madre Teresa, pero he creído en la divina presencia del Maestro que estaba en medio de nosotras, y mi alma adoraba en el fondo de sí misma a Aquel que Magdalena supo reconocer bajo el velo de la Humanidad (Lc 10, 38‑42). También les hemos cantado a nuestras buenas hermanas. Por mi parte, he procurado sacar provecho de las buenas lecciones de mi tiíta poeta, y he compuesto unas coplillas sobre el amor. He tratado de balbucir lo que es amar. Creo que es la ciencia de los Santos y no quiero saber otra (Ef 3, 18‑19, y I Cor 2, 2).

Y ustedes, queridas tías, ¿qué es de su vida? ¿Cómo van esos ojos que tanto me gustaba mirar? En estos días largos y claros, la tía Francisca debe tener que hacer menos sacrificios en este terreno. Oremos con perseverancia; es ella la que mueve el Corazón de Dios. Y la tía Matilde ¿cómo va? Con frecuencia mi corazón vuela hacia el suyo. Espero que la tía no tenga necesidad de todos sus calmantes y que sus noches sean tranquilas. Son éstas las cosas que recomiendo a Dios, que ha querido que le llamemos “Padre nuestro” (Mt 6, 9). Sobre su montaña santa, vuestra Isabelita goza de la alegría, del amor de los hijos de Dios, de los que creen en “el amor que ha tenido por ellos” (I Jn 4, 16), según la expresión de San Juan. Adiós, mis queridas tías. Estamos en agosto. ¡Cuántos recuerdos me trae! Puedo decir que son de los más dulces, que están grabados tan profundamente en el fondo del corazón que nunca se borran. ¡Eran ustedes tan buenas conmigo!… Pido al Señor que pague mi deuda de gratitud con ustedes. Que El las llene de sus más dulces bendiciones y haga de sus corazones un santuario que le sirva de reposo y un cielo en la tierra. Es ahí, bajo la mirada del Maestro, donde las abrazo como las amo.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

Todas las noches, antes de dormirse, ¿quieren enviarme sus almas para ir a maitines conmigo? Es tan hermoso el Oficio… Lo amo apasionadamente.

Saludos a Luisa y Ana. ¿Qué hacen sus pequeñas? Qué hermosa debe estar la pradera… Me parece que allí haría muy buena oración, así como en la Serre.

Un recuerdo respetuoso al señor cura. Cuento mucho con su oración, sobre todo en la Santa Misa, y le doy mucha parte en toda mi vida de carmelita.

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236 A su madre – 11 o 12 de agosto de 1905


Mi querida madrecita:

Tú adivinas la alegría de mi corazón al recibir tu larga y cariñosa carta. Me alegro al leer que te hallas en la calma y tranquilidad de esa bella Suiza con sus magníficos horizontes. Ya ves, es mejor estar sin Guita y los angelillos, porque al menos vas a poder descansar completamente.

Margarita me ha escrito, diciéndome las preocupaciones que le ha dado Sabel.

Si hubiera estado contigo en el Mediodía, creo que habrías sufrido mucho, y tu breve estancia en Sombernon ha debido estar entristecida Felizmente ahora estás bien, y te prohibo, mamá querida, preocuparte tanto de la madrecita como de las niñas. Aprovecha bien tu estancia en Suiza. ¡Qué lindo parece tu nidito!… El diseño impreso de tu carta ha causado admiración a nuestra Reverenda Madre, y yo te sigo ahí, pues ya sabes que la distancia no es un obstáculo entre nosotras. ¡Esa bella naturaleza cómo transportaría mi alma y la llevaría a dar gracias al Creador! ¡Decir que por nosotros ha hecho todo eso! Nuestra Madre, que cuida de tu Sabel con un corazón verdaderamente maternal, quiere que tome el aire puro; por eso, en lugar de trabajar en nuestra celdilla, me instalo como un ermitaño en el lugar más solitario de nuestro jardín y allí paso horas deliciosas. Toda la naturaleza me parece tan llena de Dios: el viento que agita los grandes árboles, los pequeños pajarillos que cantan, el hermoso cielo azul, todo esto me habla de El. ¡Oh, mamá! Tengo necesidad de decirte que mi felicidad aumenta siempre, adquiere proporciones infinitas como el mismo Dios, y es una felicidad tan serena, tan dulce… ¡Quisiera darte mi secreto! San Pedro en su primera epístola dice: “Porque creéis, seréis llenos de una alegría inquebrantable” (I Pe. 1, 8). Creo que la carmelita saca toda su felicidad de esta fuente divina: la fe. Ella cree, como dice San Juan, “en el amor que Dios la tiene” (I Jn 4, 6). Ella cree que este mismo amor lo ha traído a la tierra… y a su alma, porque Aquel que se ha llamado la Verdad ha dicho en el Evangelio:

“Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15, 4). Entonces, sencillamente, obedece a este mandato tan dulce y vive en la intimidad con el Dios que mora en ella, y que le está más presente que ella a sí misma. Todo esto, querida mamá, no es sentimentalismo o imaginación. Es la fe pura, y la tuya es tan fuerte que el Señor te podría repetir las palabras que dijo en otro tiempo:

“Oh mujer, grande es tu fe” (Mt 15, 28). Sí, fue grande cuando condujiste a tu Isaac para inmolarlo en la montaña (Gén. 22). El Señor ha apuntado en el libro de la vida este acto heroico hecho por tu corazón de madre. Creo que tu página estará muy llena y que con dulce confianza puedes esperar el día de las manifestaciones divinas.

Mi querida madrecita, el martes es tu fiesta y, aunque en el Carmelo no se acostumbre escribir en esta ocasión, porque debemos ser sacrificadas, y el sacrificio del corazón es el mayor, nuestra Madre ha permitido hacer coincidir mi carta con esta fecha que me es tan querida. Ella me encarga mandarte sus felicitaciones, pues ya sabes que te quiere mucho… Cuanto a mí, ya adivinas que te envío lo que en mi corazón tengo de más tierno. En otro tiempo con qué alegría preparaba mi sorpresa para este día, ¿te acuerdas? Todo esto lo he inmolado sobre el altar de mi corazón a Aquel que es un Esposo de sangre (Ex. 4, 26). Decir que no me ha costado nada estaría muy lejos de la verdad, y a veces me pregunto cómo he podido dejar una madre tan buena. Cuanto más se da a Dios, tanto más se entrega El; lo comprendo cada día mejor. Felicidades, pues, querida mamá. Me alegraría mucho que la santa Virgen llevase en su Asunción todas las preocupaciones presentes, pasadas y futuras, porque, como sabes, te preocupas demasiado, y su Sabel no puede ver en tu rostro la más mínima sombra. Cuídate bien, para que tu estómago se arregle, y si tu estancia te va bien, debes prolongarla. No te preocupes por el gasto, piensa un poco más en ti. Tengo buenas noticias de nuestra querida Guita; las pequeñas están bien. Parece que está contenta de su instalación, no te quejes. Adiós, mi querida mamá. Te abrazo como te amo, que ya es decir.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Nuestra querida Madre del Corazón de Jesús me encarga decir a la señorita Surgand que reza siempre mucho por ella y espera que su salud esté mejor. Estoy muy contenta de que estés con esas señoras. Me ha visitado la señora de Avout con Ana María; ayer Margarita, la de la señora Hallo.

Te reitero mi felicitación. Haré la comunión por ti, y ya adivinas lo ferviente que será mi oración. Que la Virgen te lleve mis cariños. Te quiero mucho, mamá.

Nuestra Reverenda Madre me devuelve la carta para que te ofrezca sus votos religiosamente afectuosos. Rogará mucho por ti. Acabo de recibir una carta de Francisca anunciándome la muerte de su abuela de Sourdon. Voy a escribirles.

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237 A la señora de Sourdon – 11 o 12 de agosto de 1905

Muy querida señora:

Me doy cuenta de que el Señor la ha marcado con el sello de los predestinados, y que la cruz se encuentra frecuentemente a lo largo de su peregrinación aquí abajo. En el estado en que estaba la señora de Sourdon, la muerte es más bien una liberación; pero la circunstancia que la acompaña es particularmente dolorosa, y comprendo que, después de tantos cuidados y sacrificios prodigados a su señora suegra, le sea muy penoso no haber estado a su muerte, cuando ella preguntaba por usted. Ahora ella ve todo a la luz de Dios, y comprende que este sacrificio era algo querido por el Señor, que en ese momento del encuentro divino quería en su amor aumentar su corona.

Querida señora, ruego mucho por aquella que Dios ha hecho salir de este mundo y le pido que en su misericordia la introduzca en su herencia de gloria (Ef 1, 28). No dudo que allí su oración sea todopoderosa sobre el Corazón de Dios para estas dos queridas nietas, que eran su gloria y su alegría. Sursum corda, querida señora, levantemos el velo de la fe y reposemos en esas regiones de paz y de luz. San Pablo dice que “no somos ya huéspedes o extranjeros, sino que pertenecemos a la Ciudad de los santos, a la Casa de Dios” (Ef 2, 19). Sí, El nos ha predestinado a semejantes grandezas: “Sabemos que desde ahora somos hijos de Dios” (I Jn 3, 2), decía el Apóstol del amor, y “un día le conoceremos como somos conocidos por El” (I Cor 13, 12). Animo, querida señora, vuestra pequeña carmelita ruega por usted y le ruega acepte su sincera adhesión y respetuoso y muy cariñoso afecto.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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238 A Francisca de Sourdon – 11 o 12 de agosto de 1905

Comprendo tu disgusto, mi querida Francisquita, por no haber asistido a los últimos momentos de tu pobre abuela; es un sacrificio que el Señor ha apuntado en el libro de la vida. ¡Qué misterio tan insondable es la muerte! Y, al mismo tiempo, qué acto más sencillo para el alma que ha vivido de la fe, para aquellos que, según la expresión del Apóstol, “no han buscado las cosas visibles, pues son pasajeras, sino las invisibles, que son eternas” (II Cor 4, 18). San Juan, cuya alma tan pura había sido iluminada con las claridades divinas, dice unas breves palabras que me parecen una hermosa definición de la muerte: “Jesús, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…” (Jn 13, 1). ¿No te parece que es algo de una simplicidad encantadora?… Francisquita querida, cuando llegue para nosotras la hora decisiva (ya que permaneceremos durante la eternidad en el estado en que el Señor nos encuentre y nuestro grado de gracia será nuestra medida de gloria¿, no creas que Dios se presentará ante nosotras para juzgarnos, sino que por el hecho de la liberación de nuestro cuerpo, nuestra alma podrá verle sin velo en ella misma, tal como le poseyó durante toda su vida, pero sin poderlo contemplar cara a cara. Todo esto es verdad, es la teología. Es muy consolador, ¿verdad?, pensar que Aquel que nos debe juzgar habita en nosotras para salvarnos siempre de nuestras miserias y para perdonárnoslas. San Pablo dice claramente: “El nos ha justificado gratuitamente, por la fe en su sangre” (Rom 3,24‑25). ¡Oh, Francisquita, qué ricas somos en dones de Dios, nosotras las predestinadas a la adopción divina, y, por consiguiente, herederas de su herencia de gloria! (Ef 1,5 y 1,14‑18). “Desde toda la eternidad El nos ha elegido en El para que seamos santas en su presencia en el amor” (Ef 1,4). He aquí a lo que estamos llamadas por un “decreto divino” (Ef 1,5), dice el gran Apóstol.

Adiós, querida mía. He hecho la comunión por tu querida abuela y, si quieres unirte a mí, voy a hacer por ella una novena de viacrucis. Te dejo sin dejarte, pues mi alma y la tuya están “unidas” la una a la otra.

No me olvidaré de las dos fiestas de María y Luisa el 15 y el 25. Ofréceles todo mi afecto.

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239 A su hermana – 13 de agosto (y días siguientes) de 1905

“El que se une al Señor se hace un mismo espíritu con El” (San Pablo) (I Cor 6, 17).

Mi querida hermanita:

Hoy es domingo, día bendito entre todos, pues se pasa junto al Santísimo Sacramento, expuesto en el oratorio, fuera del tiempo que estoy en el torno.

Aun cumpliendo mi oficio de tornera, vengo a conversar contigo bajo la mirada de Aquel a quien amamos. He cogido una hoja grande, porque cuando estoy con mi querida Guita me vienen tantas cosas a la pluma…

En primer lugar, gracias por tu amable y larga carta. Ya adivinas con cuánta alegría reconocí tu letra, y esa alegría se dobló al ver el espesor del sobre. Me dije: “Seguramente en todo esto me habla un poco de su alma”, y ya sabes cuánto me gusta cuando me permites entrar en tu cielo, en el que el Espíritu Santo crea en ti.

Querida mamita, ¡cuántas preocupaciones te ha debido dar Sabel! Pero un hermoso ángel velaba sobre ella y te la protegía de todo mal (Sal. 90, 11‑12). Espero que no te dé más preocupaciones. Hay que ver todo esto a la luz del Señor y decir “gracias” a pesar de todo y siempre. Sé por una carta de mamá que estás cansada y te recomiendo ser muy prudente, dormir bien, lo necesitas tanto… ¿Te acuerdas cómo yo sabía cuidarte? Me doy cuenta que he sido siempre un poco maternal contigo y deseo que tus dos ángeles estén tan unidas como nosotras; más es imposible, ¿verdad? Acabo de leer en San Pablo cosas espléndidas sobre el misterio de la adopción divina. Naturalmente he pensado en ti. Hubiera sido extraño lo contrario. Tú que eres madre y sabes qué abismos de amor ha puesto en tu corazón para con tus hijas puedes comprender la grandeza de este misterio: hijos de Dios. Guita mía, ¿no te hace estremecer? Oye hablar a mi querido Pablo: “Dios nos ha elegido en El antes de la creación. El nos ha predestinado a la adopción de hijos para hacer brillar la gloria de su gracia” (Ef 1, 4‑6), es decir, que en su omnipotencia parece que no puede hacer nada más grande. Escucha además: “Si somos hijos, somos también herederos” (Rom8, 17). ¿Y cuál es la herencia? “Dios nos ha hecho dignos de tener parte en la herencia de los santos en la luz” (Col 1, 12). Y además, como para decirnos que no se trata de un futuro lejano, añade el Apóstol: “Vosotros no sois ya huéspedes o extranjeros, sino de la Ciudad de los Santos y de la Casa de Dios” (Ef 2, 19). Y también:

“Nuestra vida está en los cielos” (Fil. 3, 20). ¡Oh, Guita mía! Este cielo, esta casa de nuestro Padre está “en el centro del alma”. Como verás en San Juan de la Cruz, cuando estamos en nuestro más profundo centro estamos en Dios. ¡Qué simple es esto, qué consolador! A través de todo, entre tus solicitudes maternas, mientras cuidas a tus angelitos, te puedes retirar a esta soledad, para entregarte al Espíritu Santo, para que El te transforme en Dios, para que imprima en tu alma la imagen de la Belleza Divina, para que el Padre, al inclinarse hacia ti, no vea más que a su Cristo y pueda decir: “Esta es mi hija muy amada, en quien tengo todas mis complacencias” (Mt 3, 17). Oh, hermanita, en el cielo me alegraré viendo aparecer a mi Cristo tan hermoso en tu alma. No te tendré envidia, sino que, con un orgullo de madre, le diré: soy yo, pobre y miserable, quien ha dado a luz esta alma a vuestra vida. San Pablo hablaba así de los suyos (I Cor 4, 15) y yo tengo la pretensión de querer imitarlo. ¿Qué dices? Mientras tanto “creamos en el amor” con San Juan (I Jn 4, 16), y ya que lo poseemos en nosotros, ¿qué importan las noches que pueden oscurecer nuestro cielo? Si Jesús parece dormir, descansemos junto a El. Estemos muy serenas y silenciosas; no lo despertemos, sino esperemos en la fe. Cuando Sabel y Odette están en los brazos de su querida mamá, me parece que se inquietan poco de si hace sol o llueve. Imitemos a las queridas pequeñitas y vivamos en los brazos de Dios con la misma sencillez.

He recibido una carta de mamá a su llegada. Parece que estaba muy contenta de su estancia, pero me decía que su estómago no estaba bien; espero que esté mejor. Va a notar mucho tu falta, pero pienso, como tú, que ella descansará mejor allá y le he escrito que no la pese por ello. ¿Y tú, Guita mía? Tu gran parque me atrae. ¡Es tan buena la soledad, y creo que mi querida hermana la sabe apreciar! ¿Quieres hacer conmigo unos Ejercicios de un mes hasta el 14 de septiembre? Nuestra Madre me da estas vacaciones del torno. No tendré que hablar ni pensar, y voy a sepultarme en el fondo de mi alma, es decir, en Dios. ¿Quieres seguirme en ese movimiento tan sencillo? Cuando tú estés distraída por tus numerosas obligaciones, yo procuraré compensar y, si quieres, para recogerte, cada hora, cuando pienses en ello (y si te olvidas no importa¿ entrarás en el centro de tu alma, allí donde mora el Huésped divino. Podrás pensar en la hermosa palabra que te había dicho: “Vosotros sois el templo de Dios que habita en vosotros” (I Cor 6, 19), y en aquella del Maestro: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15, 4). Se dice de Santa Catalina de Sena que vivía siempre en su celda, aunque vivía en medio del mundo. Es que vivía en esta habitación interior donde mi Guita sabe vivir también. Adiós, hermanita, no puedo detenerme. ¡Qué diario! Le he escrito en diversas veces, lo que explica mi retraso. Os junto a las tres para abrazaros como os amo. Tu hermana mayor y madrecita,

Hna. I. de la Trinidad.

Si Jorge está junto a ti, te encargo le des un afectuoso recuerdo. Saludos a tu suegra (la carta es para nosotras dos).

¿Sabes que la señora de Sourdon, la madre, ha muerto?

Estoy muy contenta de que te guste San Juan de la Cruz; estaba segura. Conozco a mi hija.

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240 A sus sobrinas Isabel y Odette Chevignard – hacia el 15 de agosto de 1905

Queridas sobrinitas, mis dos bellos lirios blancos y puros, cuyo cáliz encierra a Jesús. ¡Si supieseis cómo pido por vosotras para que su sombra os cubra y os guarde de todo mal! (Sal. 90, 4‑10).

A quien os contempla en los brazos de vuestra mamá parecéis pequeñitas; pero vuestra tía, que os mira a las claridades de la fe, ve en vosotras una marca de grandeza infinita, porque Dios, desde toda la eternidad, os “tenía en su pensamiento. El os predestinaba a ser conformes con la imagen de su Hijo Jesús, y por el santo bautismo os ha revestido de El, haciéndoos así sus hijas al mismo tiempo que su templo vivo” (San Pablo). ¡Oh queridos pequeños santuarios del Amor, viendo el esplendor que os irradia y que no es, sin embargo, más que una pequeña aurora, me callo y adoro a Aquel que crea tales maravillas!…

No dejéis de pedir cada día por vuestra tata y por su buena Madre Germana de Jesús.

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241 A la señora de Bobet – 17 de agosto de 1905

Carmelo de Dijon, 17 de agosto

Mi querida Antonieta:

Nuestra Reverenda Madre está llena de bondad y delicadeza. Sabe también el profundo afecto que nos une, y al darme su carta me ha dicho que le escriba inmediatamente unas letras. Doy gracias a Dios que me concede la alegría de decirle cuánto vamos a rogar todas aquí por el querido cieguecito, para que aquella que es llamada Salud de los enfermos haga un milagro abriendo sus ojos a la luz. Pasaré el 18 y 19 en Lourdes y haré todas las cosas por esta intención. Querida Antonieta, mi oración es poco poderosa, pero tengo en mí al Santo de Dios (Mc 1, 24), el Gran Suplicante, y es esa oración la que ofrezco por el querido cieguecito.

Pido al Señor le conceda salud, mi querida Antonieta. El la marca con el sello de los elegidos, el de la cruz. ¡Oh, si supieseis cómo os ama, cómo a cada minuto que pasa quiere darse más a usted! Le pido mucho para que El realice en usted el sueño de su amor. Después de nuestra hermosa entrevista me parece que El ha apretado el nudo de nuestra unión y yo no puedo dejarla.

La llevo en el centro de mi alma, allí donde habita el Huésped divino, y yo la expongo a los dulces rayos de su amor, diciéndole: ¡Señor, Antonieta está ahí! Le pido que se imprima en usted para que pueda usted decir con el Apóstol: “Ya no vivo yo, Jesucristo vive en mí” (Gal 2, 20) y que usted sea su sacramento, en el que sus dos queridas hijitas lo vean siempre. Adiós, que El la guarde a la sombra de sus alas (Sal. 90, 4), que El la enraíce en su amor (Ef 1, 12), que su alma sea su santuario, su descanso en esta tierra, donde tanto se le ofende. Ruéguele un poco por su amiguita carmelita, que se siente impotente para agradecerle sus gracias. Sobre su Corazón, querida Antonieta, mi alma abraza la suya, sin olvidar a Simone y a Baby. Hna. M. I. de la Trinidad.

¡Si usted supiese lo feliz que sería yo también teniendo un rosario regalado por usted! En verdad, él será nuestra cadena. Gracias. ¡Qué buena es usted y cómo me mima! ¿Sabe que su libro de San Juan de la Cruz es todo el alimento de mi alma? Querida amiga, obro con usted con toda confianza, pidiéndola me ayude a hacer un acto de pobreza, teniendo la bondad de enviar la carta que acompaña a la mía, poniéndola franqueo. Gracias.

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242 A Ivonne Rostang – 18 de agosto de 1905

Carmelo de Dijon, 18 de agosto

Mi querida Ivonne:

Hoy es un fecha muy grata a tu corazón, y yo la escojo para venir a ti, con la querida difunta. En unión con ella participo en la alegría de tus esponsales, y pido al Señor, de quien procede todo don perfecto (Sant. 1, 17), que derrame el rocío de sus gracias a través de esta ruta nueva que se presenta ante tus pasos. El Salmista cantaba un día bajo la inspiración del Espíritu Santo: “El Señor os cubrirá con su sombra y esperaréis bajo la protección de sus alas; el mal no se acercará a vuestra morada, porque El ha ordenado a sus ángeles tener cuidado de vosotros y guardaros en todos vuestros pasos” (Sal. 90, 4, 10‑11). Sí, mi querida Ivonne, que ellos te lleven en sus manos (Sal. 90, 12), mientras vela sobre ti aquella de la que fuiste la alegría y la corona. ¡Oh, cuán intensa debe ser su oración por su hija querida! Me gusta unirme a ella para atraer sobre ti una sobreabundancia de gracias. Si supieses cómo vivo con ella, cuán viva está para mí. Me parece que la muerte nos ha acercado, ya que ella no vive más que de ese Dios de quien únicamente se vive en el Carmelo. Querida pequeña Ivonne, el día que tu madre voló al cielo comprendí lo profundo de tu dolor, y hoy pido a Dios, por ese sacrificio, que derrame sobre ti las mejores gracias. El matrimonio es también una vocación. ¡Cuántos santos y santas han glorificado a Dios en él, particularmente mi querida Santa Isabel! Para estar a la altura de tu misión te diré esta palabra de la Sagrada Escritura:

“Mira y haz según el modelo que te ha sido mostrado” (Ex. 25, 40). Sí, acuérdate de tu querida madre: el olvido de sí y la entrega parecían ser su divisa. Tú eres ciertamente su hija, y antes de dejar la tierra ha podido ver que llevabas su impronta. Por eso, cuando mamá me ha anunciado tus esponsales, me dije y sigo diciendo que tu novio es muy afortunado, pues sé todos los tesoros que encierra el corazón de mi Ivonne. Adiós, el tiempo y la distancia no podrán separarnos nunca. ¿No es verdad? Un lazo más nos une.

Cuando pienses en tu difunta querida puedes decirte: “Isabel está muy cerca de mí.” Que Dios te conceda una felicidad tan grande como la mía; que su amor te sea una sombra que te acompañe a todas partes y siempre. Te abrazo muy fuerte, y cada día mi oración sube por ti hacia Aquel que será nuestro lazo y nuestro lugar de encuentro.

Hna. M. Isab. de la Trinidad.

Recuerdos míos a tu padre, a Raúl y a cada una de tus hermanas. Ya adivinas lo contenta que me he puesto al tener noticias vuestras por mamá a su vuelta de París. ¿Te acuerdas de los felices meses pasados en Tarbes? Di a tus hermanas que guardo en mi corazón el recuerdo de esas dulces intimidades.

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243 A su madre – 17 (?) de septiembre de 1905

Carmelo de Dijon, domingo por la noche

Mi querida madrecita:

¡Qué alegría me has dado enviándome esas queridas fotografías! Tu imagen está grabada en mi corazón, pero, aun así, he sido muy feliz viéndola en este papel. El grupo es encantador y has salido muy bien. Las pequeñas Chevignard están muy simpáticas. La segunda se parece a Jorge. Sabel tiene algo de ella. Está realmente bien y natural con sus muñecas y su mano en la boca. ¡Ha heredado la costumbre de su madrecita! El grupo de las pequeñas está muy bien. Sabel tiene un aire de protección para Odette, que me recuerda a su tía carmelita, que tanto le gustaba hacer de hermana mayor con su pequeña Guita. Viéndola tan gordita me cuesta creer que sea aquella pequeña tan delgada que tenía yo que rellenar las blusas. Dile que estoy muy contenta de tenerla. Gracias también por las dos últimas fotos (a Jorge).

¡Cuántas gracias doy al Señor de que te sientas tan bien ahí! No te puedo decir la alegría de mi corazón, pues, ya lo sabes, te quiero más que a mí misma, y saberte feliz me es muy dulce. Esta cartita es también para Guita.

Dile que pienso en ella con frecuencia y mi alma está muy unida a la suya.

El Señor la quiere mucho al haberla dado estos dos angelitos. Si ella supiese cuánto les amo, cómo pido por ellas… Tú debes gozar de ellos a tu manera y me uno a las alegrías de esta querida abuela. Yo no las abrazaré nunca, pues mi Maestro me ha hecho su prisionera, pero detrás de estas rejas mi oración se elevará al cielo por estos pequeños seres tan puros que amo con un corazón de madre. Pronto volveremos a vernos. Creo que vas a encontrar cambiadas a las pequeñas, porque crecen a vista de ojos. Mientras tanto todas estáis en nuestro Manuel; mejor que esto, mis queridas, estáis en mi alma, en ese santuario íntimo donde vivo día y noche con Aquel que es mi amigo de todos los instantes. ¡Qué bueno es vivir en esta dulce intimidad! El conoce a su pequeña esposa… El sabe que su corazón tiene necesidad de amar y El quiere ser ese amor. En El me encuentro muy cerca de vosotras, os creo muy cerca de mí, os envuelvo en oraciones para que “sus ángeles os cubran con sus alas y os guarden a través del sendero de la vida” (Sal. 90, 4, 11), como cantaba el santo Rey David. Adiós, mamá querida.

Adiós, Guita mía y mis dos angelitos. Que El os llene, según las riquezas de su gracia (Ef 1, 7), “que Jesús habite por la fe en vuestros corazones y que seáis enraizadas y fundadas en el amor” (Ef 3, 17). El deseo de San Pablo para con los suyos brota también en mi corazón para vosotras.

Entonces, ya no hay separación ni distancia entre nosotras, queridas mías.

Es allí donde permanezco con vosotras y os abrazo sobre el Corazón del Dios todo Amor. Sólo El sabe la profundidad de mi amor por vosotras.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Gracias a mamá por su hermosa tarjeta. No pensaba que Sombernon fuese un lugar tan bonito.

Me alegro de que Sabel esté ya bien. Odette echa los dientes muy pronto; sigue el camino de su madrecita y la felicito por ello. Verdaderamente el pequeño grupo es encantador. Estoy muy orgullosa de mis sobrinas.

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244 Al abate Chevignard – 8 de octubre de 1905

Carmelo de Dijon, 8 de octubre

“Nuestra vida está en lo cielos” (Fil. 3, 20).

Señor abate:

Esta noche emprendo un largo viaje, que no es otro que mis Ejercicios espirituales en particular. Durante diez días estaré en la soledad más absoluta, con varias horas más de oración y andando por el convento con el velo echado. Ya ve que su hermana va a llevar la vida de un ermitaño en el desierto. Y antes de penetrar en su Tebaida siente una gran necesidad de escribirle para pedirle la ayuda de sus fervorosas oraciones; sobre todo una gran intención en el sacrificio de la misa. Cuando usted consagre esa hostia en que Jesús “el solo Santo” va a encarnarse, ¿quiere usted consagrarme con El “como hostia de alabanza a su gloria” para que todas mis aspiraciones, mis movimientos, mis actos sean un homenaje a su santidad? “Sed santos, porque yo soy santo.” Es en esta palabra donde me recojo. Es la luz a cuyos rayos voy a caminar durante mi divino viaje. San Pablo me la explica y me la comenta cuando dice: “Desde la eternidad Dios nos ha escogido en Cristo, para que seamos inmaculados, santos ante El en el amor” (Ef 1, 4). Está ahí, pues, el secreto de esa pureza virginal: permanecer en el Amor (Jn 15, 9), es decir, en Dios. “Deus charitas est” (I Jn 4, 16). Durante estos diez días ruegue mucho por mí. Cuento con ello. Yo diría incluso que esto me parece muy sencillo. El Señor ha unido nuestras almas para que nos ayudemos.

¿No ha dicho El que “el que sea ayudado por su hermano sería como una ciudad fortificada”? He ahí la misión que le confío. Por mi parte, no le digo que rogaré por usted. Es demasiado natural, sobre todo desde el día 30 de junio puedo decir que mi alma es movida a ello con sencillez. Puede usted, señor abate, hacer por mí esta oración que subía del gran corazón del Apóstol por los suyos de Efeso: “Que el Padre, según las riquezas de su gracia, os fortifique en poder por su Espíritu, de modo que Jesucristo habite por la fe en vuestro corazón y seáis enraizados y fundados en el amor. Que podáis comprender la altura y la profundidad de este misterio, conocer el amor de Cristo, que sobrepasa todo otro conocimiento, a fin de quedar llena según la plenitud de Dios” (Ef 3, 16‑l9).

Adiós, señor Abate. Me gustaría tener detalles de su nueva vida. Ya sabe cuánto me interesa su ministerio. “Santifiquemos a Cristo en nuestros corazones” (I Te. 3, 15) para realizar lo que David cantaba bajo el toque del Espíritu Santo: “Sobre él se desarrollará con gloria mi santificación”.

Me recojo, señor abate, para recibir a través de usted la bendición de la Santísima Trinidad.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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245 A su hermana – 8 de octubre de 1905

Mi querida hermanita:

El lunes, cuando me preguntaste cuándo haría mis Ejercicios, no sabía que el Señor y nuestra Reverenda Madre los preparaban para esta noche. Te escribo para pedirte San Juan de la Cruz para mi largo viaje. Te lo devolveré, una vez acabados, el tiempo que quieras. Estoy muy contenta de que él te haga provecho… Llevo tu almita con la mía. Ruega mucho por tu, Sabel y no se te olvide hacer rezar a tu angelito por su pequeña tata, para que ella corresponda plenamente a las gracias de su Maestro. Seamos santas, hermanita, porque “El es santo”, y para esto no cesemos de amar. Os envío, madre y bebés, lo mejor de mi corazón.

Gracias por el tintero.

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246 A la señora de Sourdon – 12 (?) de noviembre de 1905

Carmelo, domingo

Muy querida señora:

Supongo que mi querida mamá le habrá dado mi encargo. Pero no me basta.

Y con permiso de nuestra Reverenda Madre vengo a expresarla toda mi gratitud por el magnífico grabado que me ha enviado. Amo tanto este misterio, llamado por un autor piadoso “la caída del Amor” y pienso que ha sido contemplándole como ha podido decir San Pablo: “Dios nos ha amado demasiado” (Ef 2, 4).

En la soledad de nuestra pequeña celda, que yo llamo mi “pequeño paraíso”, porque está toda llena de Aquel de quien se vive en el cielo, miraré con mucha frecuencia la preciosa imagen y me uniré al alma de la Virgen cuando el Padre la cubría con su sombra, mientras el Verbo se encarnaba en ella y el Espíritu Santo descendía (Lc 1, 35) para obrar el gran misterio… Es toda la Trinidad la que actúa, la que se entrega, la que se da, ¿y no es en estos encuentros divinos donde debe desarrollarse la vida de la carmelita? Usted ve, querida señora, que su hermoso grabado es muy oportuno en nuestra celda, y puedo decir que me es doblemente precioso al ser un regalo suyo.

¡Si usted supiese cómo ruego por nuestra intención! Intereso a la Santísima Virgen en nuestra causa para estar más cierta de ganarla. Se dice en el Evangelio “que hubo unas bodas en Caná y estaba allí la Madre de Jesús” (Jn 2,1). Fue también en esta circunstancia cuando Jesús hizo su primer milagro por los ruegos de la Virgen. Es para mostrarnos cómo Dios se interesa por nuestras necesidades, aun las más materiales, por lo que se escribió este relato. ¡Tengamos confianza en su amor! Adiós, querida señora, gracias de nuevo. ¿Tiene usted la bondad de dar mis recuerdos a la señora de Anthes y decirle que sus recomendaciones se han hecho a Aquel que es el Todopoderoso? Recuerdos míos a María Luisa y Francisquita, y crea en la sinceridad de mi respetuoso y profundo afecto.

Hna. Is. de la Trinidad.

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247 A María Luisa de Sourdon – 18 de noviembre de 1905

Sábado por la noche Mi querida María Luisa:

Acabo de concederte un diploma por tus habilidades en repostería y te doy gracias por la hermosa caja que me has enviado. Es tan bonita a la vista que es una lástima tocarla. Nuestra Reverenda Madre me ha obligado a probar tus chocolatinas, que serán servidas solemnemente en el refectorio, y pido a nuestra santa madre Teresa, cuya gran alma era tan agradecida, una protección muy especial y un socorro urgente para la amable confitera, que mima así a sus hijas del Carmelo. Aunque en nuestra profunda soledad podemos decir con San Pablo: “Nuestra vida está en los cielos” (Fil. 3, 20), no nos desinteresamos de los que están en la tierra, y sabes la gran parte que tienes en las oraciones de tu amiga carmelita. Espero que el Señor las escuchará y que, como ramillete de fiesta, me obtendrá, por intercesión de mi querida Santa, una gracia que tú adivinas y que en unión con tu buena madre pido para ti.

Adiós, mi querida María Luisa. “Que El te cubra a la sombra de sus alas, que sus ángeles te guarden en todos tus caminos” (Sal. 90, 4‑11). Sobre mi santa montaña lo pido y desde allí te envío un cálido gracias y lo mejor de mi corazón. Tu vieja amiga,

Is. de la Trinidad.

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248 A la hermana María de la Trinidad – 24 de noviembre de 1905

Charitas numquam excidit.

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249 A la señora Angles – 26 (?) de noviembre de 1905

Sólo Dios basta.

Muy querida hermana y señora:

He agradecido mucho sus felicitaciones de onomástica, y le doy gracias por las oraciones que hace por su amiguita del Carmelo. Por su parte, le aseguro que ella le conserva un recuerdo fiel en Aquel que es el lazo indisoluble. Si usted supiese lo unida que está mi alma con la suya… más aún, diría que “tengo ambición de ella”. La querría toda libre, toda unida a ese Dios que la ama con tan gran amor. Sí, querida señora, creo que el secreto de la paz y de la felicidad está en olvidarse, en desocuparse de sí mismo. Esto no consiste en no sentir sus miserias físicas o morales; los santos mismos han pasado por esos estados tan dolorosos. Pero ellos no vivían allí. En cada momento ellos dejaban todas estas cosas. Cuando se sentían afectados por ellas, no se extrañaban, pues sabían de “qué barro estaban hechos” (Sal. 102, 13), como lo canta el Salmista. Pero añade también: “Con la ayuda de Dios estaré sin mancha y me guardaré del fondo de iniquidad que hay en mí”. Querida señora, ya que me permite hablarla como a una hermana querida, me parece que el Señor la pide un abandono y una confianza ilimitada en esas horas dolorosas, cuando siente esos vacíos espantosos. Piense que entonces El abre en su alma capacidades mayores para recibirle, es decir, de alguna manera infinitas como es El mismo. Procure entonces estar con la voluntad alegre bajo la mano que la crucifica. Más aún. vea cada sufrimiento, cada prueba, “como una prueba de amor” que la viene directamente de parte del Señor, para unirla a El.

Olvidarse de sí por lo que se refiere a su salud no quiere decir que haya de descuidar el cuidarse, porque es su deber y la mejor penitencia; pero hágalo con gran abandono, dando a Dios las gracias por todo lo que suceda. Cuando el peso del cuerpo se hace sentir y fatiga su alma, no se desanime, sino acuda con la fe y el amor a Cristo, que ha dicho: “Venid a mí y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Por lo que hace a su ánimo, no se deje nunca abatir por el pensamiento de sus miserias. El gran San Pablo dice: “Donde el pecado abunda, la gracia sobreabunda” (Rom5, 20). Me parece que el alma más débil, incluso la más culpable, es la que debe esperar más, y este acto que ella hace, para olvidarse y arrojarse a los brazos de Dios. Le glorifica y le da más alegría que todo el replegarse sobre sí misma y todos los exámenes que la hacen vivir con sus debilidades, mientras que ella posee en el centro de sí misma a un Salvador que quiere purificarla a cada minuto.

¿Recuerda usted aquella hermosa página donde Jesús dice a su Padre “que le ha dado poder sobre toda carne para que la comunique la vida eterna”? (Jn 17, 2). He aquí lo que quiere hacer en usted: en cada minuto quiere que salga de sí, que abandone toda preocupación, para retirarse a esa soledad que El se escoge en el centro de su corazón. El está siempre ahí, aunque no lo sienta. El la espera y quiere establecer con usted “un intercambio admirable”, como cantamos en la hermosa liturgia, una intimidad de Esposo con esposa. Es El que quiere librarla de sus debilidades, de sus faltas, de todo lo que la turba a través de este contacto continuo. ¿No ha dicho El:

“No he venido a juzgar, sino a salvar”? (Jn 12, 47). Nada debe parecerla un obstáculo para llegar a El. No se preocupe de si está fervorosa o sin ánimos; es la ley del destierro el pasar de un estado a otro. Crea, entonces, que El no cambia nunca, que en su bondad está inclinado sobre usted para levantarla y establecerla en El. Si, a pesar de todo, el vacío y la tristeza la agobian, una esta agonía a la del Maestro en el huerto de los Olivos, cuando decía al Padre: “Si es posible, haced que este cáliz se aleje de mí” (Mt 26, 39). Querida señora, tal vez la parezca difícil olvidarse de sí. No se preocupe. Si usted supiera lo sencillo que es. Le voy a comunicar mi “secreto”: piense en ese Dios que habita en usted, del cual es usted templo (I Cor 3, 16); es San Pablo el que habla así, podemos creerlo. Poco a poco el alma se habitúa a vivir en su dulce compañía, comprende que lleva en sí un pequeño cielo donde el Dios de amor ha fijado su morada. Entonces se halla como en una atmósfera divina en la que respira, diría incluso que sólo tiene en la tierra el cuerpo, pero el alma habita más allá de los velos y las nubes, en Aquel que es el Inmutable. No diga que esto no es para usted que es muy miserable, pues es, por el contrario, una razón más para ir a Aquel que salva. No es mirando nuestra miseria como seremos purificados, sino mirando a Aquel que es todo pureza y santidad. San Pablo dice que “El nos ha predestinado a ser conformes a su imagen” (Rom8, 29). En las horas más dolorosas piense que el divino artista se sirve del cincel para hacer su obra más hermosa, y permanezca en paz bajo la mano que la trabaja. Este gran Apóstol de que le hablo, después de haber sido arrebatado al tercer cielo (II Cor 12, 2), sentía su debilidad y se quejaba a Dios, que le respondió:

“Mi gracia te basta; pues la fortaleza se perfecciona en la debilidad” (II Cor 12, 9). ¿No es esto muy consolador? Animo, pues, señora y querida hermana, la confío particularmente a una carmelita muerta a los veintidós años en olor de santidad, que se llamaba Teresa del Niño Jesús. Ella decía antes de morir que pasaría su cielo haciendo el bien en la tierra. Su carisma es el de dilatar las almas, lanzarlas sobre las olas del amor, de la confianza y del abandono. Ella decía que había encontrado su felicidad cuando comenzó a olvidarse de sí.

¿Quiere usted invocarla cada día conmigo para que ella obtenga la ciencia que hace los santos y que da al alma tanta paz y felicidad? Adiós, querida señora. Siendo esta semana la última antes del Adviento, veré a mamá, a Margarita y a las pequeñas. No dejaré de darles recuerdos suyos. Mis sobrinitas son muy simpáticas y son la alegría de su querida abuela. Los niños de María Luisa serán también una alegría para usted.

¿Quiere decir a esa buena María Luisa que pido mucho por ella y no olvido nuestra feliz reunión de Labastide ? Tenga la bondad de dar mis recuerdos a la señora Maurel. En cuanto a usted, querida señora, crea en mi profundo afecto y en mi unión en Aquel de quien dice San Juan: “El es Amor” (I Jn 4, 16). Su hermanita y amiga,

M. Isabel de la Trinidad.

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250 A Andrés Chevignard – (hacia el) 29 de noviembre de 1905

Señor abate:

Hace unos momentos leía en San Pablo estas palabras tan sencillas y al mismo tiempo tan profundas: “Nostra autem conversatio in coelis est” (Fil. 3, 20), y pensaba que mi alma, para encontrar la suya, debía ir hasta allí.

¿No experimenta usted cada día la verdad de este pensamiento: “Vosotros no sois ya huéspedes o extranjeros, sino de la Ciudad de los Santos y de la Casa de Dios”? (Ef 2, 19). Pero para vivir así, más allá del velo, ¡qué necesidad hay de estar cerrados a todas las cosas de aquí abajo! El Maestro me apremia a separarme de todo lo que no es El ‑esta palabra me dice tantas cosas‑ y así es como me preparo a la fiesta de la Inmaculada, aniversario de mi toma de hábito. Le pido a usted un memento muy especial en ese día, para que Cristo, por la efusión de su Sangre, me revista de esa pureza, de esa virginidad que permite al alma ser irradiada con la claridad misma de Dios.

Se acerca el santo tiempo de Adviento. Me parece que es particularmente el de las almas interiores, de las que viven sin cesar y a través de todo “escondidas en Dios con Jesucristo” (Ef 2, 19), en el centro de ellas mismas. En la espera del gran misterio me gusta meditar el hermoso salmo XVIII, que decimos frecuentemente en maitines, y sobre todo estos versículos: “El ha colocado su tienda en el sol y este astro, como si fuera un nuevo esposo que sale de su tálamo, se lanza como un gigante a recorrer su camino. Sale de un extremo del cielo. Su curso es hasta la otra extremidad. Y nadie se libra de su calor” (Sal. 18, 57). Hagamos el vacío en nuestra alma para que El pueda lanzarse sobre ella y le comunique la vida eterna (Jn 17, 2), que es la suya. El Padre le ha dado para esto “poder sobre toda carne” (Jn 17, 2), nos dice en el Evangelio. Y después, en el silencio de la oración, escuchémosle. El es el “Principio” (Jn 8, 25) que habla dentro de nosotros, y ¿no ha dicho: “El que me ha enviado es veraz y todo lo que he oído de él, yo lo digo”? (Jn 8, 26). Pidámosle que nos haga veraces en nuestro amor, es decir, hacer de nosotros seres de sacrificio, porque me parece que el sacrificio no es más que el amor puesto en obra. “El me ha amado, se ha entregado por mí” (Gal 2, 20). Me gusta pensar que la vida del sacerdote (y de la carmelita) es como un Adviento que prepara la Encarnación del Señor en las almas. David canta en un salmo que “el fuego irá delante del Señor” (Sal. 96, 3). El fuego ¿no es el amor? ¿Y no es también nuestra misión preparar los caminos del Señor, por nuestra unión con Aquel que el Apóstol llama “fuego consumidor”? (Heb. 12, 29; Dt. 4, 24). A su contacto nuestra alma se convertirá en una llama de amor, que se reparte en todos los miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (Col 1, 24).

Entonces consolaremos el Corazón de nuestro Maestro y podrá decir mostrándonos al Padre: “Yo soy ya glorificado en ellos” (Jn 17, 10).

Ayúdeme, señor abate. Tengo mucha necesidad. Cuanto mayor es la luz, más siento mi impotencia. ¿Quiere usted (ya que es gran pontífice) consagrarme el 8 de diciembre al poder de su amor para que sea de verdad “Alabanza de gloria”? He leído esto en San Pablo y he comprendido que ésta era mi vocación desde el destierro, esperando el Sanctus eterno.

Adiós señor abate. No olvido que soy el vicario del Vicario de Meursault. Es decirle cuánto pido por él. Dígnese bendecirme y hacer descender a mi alma la gloria del Padre, del Verbo y del Espíritu. Para usted, que la unción que ha recibido del Santo (I Jn 2. 20) permanezca en usted y le enseñe todas las cosas.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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251 A Francisca de Sourdon – 28 de diciembre de 1905

Mi querida Francisquita:

Hoy tienen fiesta las novicias del Carmelo en honor de los Santos Inocentes. Esta noche, en la recreación, vamos a representar el martirio de Santa Cecilia, y como para las melodías celestes no tenemos ningún instrumento, te agradecería mucho si pudieras prestarme la bonita caja de música de Suiza. Pienso que estaría muy bien. En caso que no estuvieras ahí para dársela a la hermana externa, ¿tendrías la bondad de mandárnosla hacia las seis o seis y media? Gracias anticipadas, mi Francisquita. Ya ves que te trato con confianza. Te abrazo como te amo.

Hna. I. de la Trinidad.

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252 A Germana de Gemeaux – Fin de diciembre de 1905

“Nuestra vida está escondida con Jesucristo en Dios” (Col 3, 3).

Mi querida Germana:

Mi corazón ha participado mucho en el dolor que acaba de afligir a los suyos, y le ruego quiera ser mi intérprete para con su querida madre en esta dolorosa circunstancia. Ruego por vuestro querido difunto para que “el Dios rico en misericordia lo introduzca cuanto antes en la ciudad de los santos en la luz” (Ef 2, 4, y Col 1, 12). Pido también por los que quedan, que son quienes llevan la parte más dolorosa. Sí, mi Germanita, la vida es una cadena de sufrimientos, y creo que los felices en este mundo son los que han escogido la cruz por su porción y su herencia, y esto por amor de Aquel de quien dice San Pablo: “El me ha amado y se ha entregado por mí” (Gal 2, 20). Me parece que toda la doctrina del amor, del amor verdadero y fuerte, está contenida en estas breves palabras. Nuestro Señor cuando vivía decía:

“Porque amo a mi Padre, hago todo lo que le agrada” (Jn 8, 29). “Por eso, añade, el no me ha dejado solo, está siempre conmigo” (Jn 8, 29). Nosotras también, Germana, manifestémosle nuestro amor con todos nuestros actos, haciendo siempre lo que Le agrada, y El no nos dejará jamás solas, sino que permanecerá en el centro de nuestra alma, para ser El mismo nuestra felicidad. De nuestra parte, nosotros no somos más que nada y pecado, pero El, El es el Santo y habita en nosotros para salvarnos, purificarnos y transformarnos en El. ¿Se acuerda de ese hermoso desafío del Apóstol:

“¿Quién me separará del amor de Cristo?” (Rom8, 35). ¡Ah! Es que había sondeado el Corazón de Cristo, sabía qué tesoros de misericordia estaban encerrados en El, y exclamaba lleno de confianza: “Me glorío en mis debilidades, porque cuando soy débil habita en mí la fortaleza de Jesucristo” (II Cor 12, 9‑10). Ame siempre la oración, querida Germanita, y cuando digo la oración no me refiero a imponerse cada día una cantidad de oraciones vocales que rezar, sino esa elevación del alma hacia Dios a través de todas las cosas, que nos establece en una especie de comunión continua con la Santísima Trinidad, haciéndolo todo sencillamente bajo su mirada.

Pienso que sigue teniendo mucha devoción a este misterio y, si usted quiere, querida amiguita, ése será el lugar de encuentro de nuestras almas.

Entraremos en lo más íntimo de nosotras mismas, allí donde moran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y en Ellos no seremos más que una cosa. Le doy una cita especial por la tarde, a las cinco, durante nuestra oración. ¿Le parece bien? No le hablo de mi felicidad, no obstante la alegría que tendría de vérsela compartir un día, pues no quiero influenciar su almita, y, además, nuestra vocación es tan bella, tan divina, que sólo Dios la puede dar: “No somos nosotras las que le hemos escogido, es El quien nos ha escogido” (Jn 15, 16). Lo que le pido es que la haga cada vez más suya, es decir, según el lenguaje del Apóstol, “que El habite por la fe en su corazón, para ser enraizada en su amor” (Ef 3, 17). Así nada podrá separaros de El, su Germanita hará la alegría de su Corazón, su alma será un pequeño cielo donde Dios, a quien se quiere desterrar, vendrá a refugiarse, a consolarse; ella será la alegría de sus queridos padres, pues un alma unida a Jesús es una sonrisa viviente que le irradia y le comunica.

Adiós, mi muy querida Germana, la amo como una hermana, y también Ivonne tiene un buen lugar en mi corazón. Os junto con vuestra querida mamá, a la que tengo un afecto muy particular, dígaselo. Abrazo muy fuerte a las tres.

Dé mis recuerdos al señor de Gemeaux. Me parece escuchar su hermosa voz; me gustaban mucho nuestras largas sesiones de música. Pienso que usted habrá progresado mucho después de mi entrada en el Carmelo.

Su grande y verdadera amiga,

M. Isabel de la Trinidad.

Si está con usted la señorita Paulina, déle un respetuoso recuerdo.

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253 A la hermana Luisa de Gonzaga – agosto de 1905 ‑ marzo de 1906

No he hecho el trabajo que pensaba, y como mañana me levantaré tarde y tendré que hacer mi oración y mis Horas, no venga a prepararme el cestillo.

Procuraré hacerlo yo, y si no puedo, haré que se lo digan por la noche.

Gracias, querida Oficiala. Yo abuso de usted…

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254 A la hermana Luisa de Gonzaga – agosto de 1905 ‑ marzo de 1906

Hna. Luisa de Gonzaga. Antes de la Misa. Urgente Mi querida hermana:

Estoy un poco dudosa sobre el lugar donde hay que poner la pieza que me acaba de dar. He dejado los dos lados sin hacer la costura para mayor seguridad. Le agradecería mucho que después de misa pasara por nuestra celda. Entre y marque el lugar, si usted quiere, y además mire lo que yo he imaginado para una delantera que era demasiado estrecha. Si le parece mal la idea, déme otra mejor. Encontrará sobre nuestra mesa un lápiz y papel para el caso que tuviera que dar alguna explicación a su pequeña ayudante, que la ama y ruega por usted.

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255 A la hermana Teresa de Jesús – diciembre de 1905 ‑ marzo de 1906

“¡Que El viva y me dé su vida! ¡Que El reine y sea yo su cautiva! Mi alma no quiere otra libertad.

La hermana Isabel de la Trinidad a su querida hermanita Teresa de Jesús, con permiso de nuestra Reverenda Madre.

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256 Al canónigo Angles – fin de diciembre de 1905

“Instaurare omnia in Christo”.

Querido señor canónigo:

Creo que con verdad le puedo aplicar estas palabras del Apóstol:

“Nuestra conversación está en lo cielos” (Fil. 3, 20), porque hace ya mucho tiempo que no he comunicado de otro modo con usted. Pero si la santa Regla del Carmelo impone silencio a mi pluma, mi alma y mi corazón no se privan, se lo aseguro, de ir hasta usted. Ellos franquean frecuentemente la clausura… pero pienso que el Maestro me perdona porque es con El… en El… como hago el viaje. Con ocasión del año que va a comenzar nuestra Reverenda y muy amada Madre me concede la alegría de venir a ofrecerle mi felicitación. Nosotras tendremos expuesto el Santísimo en el interior de nuestro querido oratorio el 1 de enero. Allí pasaré mi día y allí su carmelita depositará sus votos para usted. Ruegue usted también por ella para que este año sea más lleno de fidelidad y de amor. ¡Quisiera tanto consolar a mi Señor manteniéndome unida a El sin cesar! Le voy a hacer una confidencia muy íntima: mi sueño es ser “la alabanza de su gloria” (Ef 1, 12). He leído esto en San Pablo, y mi Esposo me da a entender que ésta es mi vocación en el destierro, mientras espero ir a cantar el Sanctus eterno en la ciudad de los Santos. Pero eso pide una gran fidelidad, pues para ser alabanza de gloria hay que estar muerta a todo lo que no es El, para no vibrar más que con su toque, y la miserable Isabel tiene muchas desatenciones con su Maestro. Pero El la perdona, su divina mirada la purifica y, como San Pablo, procura “olvidar lo que está detrás para lanzarse hacia lo que está delante” (Fil. 3, 13). ¡Cómo se siente la necesidad de santificarse, de olvidarse para preocuparse únicamente por los intereses de la Iglesia!… ¡Pobre Francia! Me gusta cubrirla con la Sangre del Justo, “de Aquel que está siempre vivo para interceder y pedir misericordia” (Heb. 7, 25, y 4, 16). ¡Qué sublime es la misión de la carmelita! Debe ser mediadora con Jesucristo, serle como una humanidad complementaria en la que pueda perpetuar su vida de reparación, de sacrificio, de alabanza y de adoración. ¡Oh, pídale que yo esté a la altura de mi vocación! Que no abuse de las gracias que El me prodiga. Si usted supiese el miedo que esto me causa… Entonces me arrojo en Aquel que San Juan llama “el Fiel, el Verdadero” (Ap 19, 11), y le pido que sea El mismo mi fidelidad.

He visto a mi querida mamá, a Guita, a la pequeña Sabel. Odette estaba mala a consecuencia de su vacuna, por lo que no me la han traído. ¡Cuántas gracias doy al Señor por la alegría que derrama es este pequeño hogar! Es tan bueno unirse a estas alegrías y después decirse: “Yo, yo soy suya y El es mío”. Al subir a nuestra celdilla la noche de Navidad para reposar un poco después de la misa, qué dulce alegría inundaba mi corazón cuando, pensando en estos recuerdos tan dulces del pasado, me decía como el Apóstol:

“Por su amor he dejado todo” (Fil. 3, 8). Pídale que me pierda a mí misma para sepultarme en El. El domingo de la Epifanía es el tercer aniversario de mis bodas con el Cordero. ¿Quiere usted en el Santo sacrificio, al consagrar la hostia, donde Jesús se encarna, consagrar a su hijita al Amor Todopoderoso para que El la transforme “en alabanza de gloria”? ¡Cuánto bien me hace pensar que voy a ser dada, entregada por usted! Adiós, querido señor canónigo. Con mi felicitación reciba la certeza de mis sentimientos tan respetuosos como afectuosos. Pido su paternal bendición.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

Nuestra Reverenda y buenísima Madre me encarga ofrecerle sus votos muy respetuosos. Creo que si la conociese su alma se encontraría bien con la de ella.

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257 A la señora de Anthes – hacia el principio de enero de 1906

Muy querida señora:

Nuestra Reverenda y buenísima Madre se ha adelantado a mi deseo, haciéndome escribir a su querida enferma y le confío estas letritas para que se las entregue en una de sus cartas. La carta que ha tenido la bondad de enviarme me ha afligido mucho. He pensado en la espada de dolor que ha debido traspasar su corazón materno (Lc 2, 35) ante ese relato doloroso.

Pero, querida señora, la fe nos dice que subamos más arriba, hasta ese Dios “que obra todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef 1, 11), como nos dice el Apóstol San Pablo, y esa voluntad, a veces tan mortificante, no deja de ser todo amor, ya que la caridad es la misma esencia de Dios. San Juan lo define así: “Deus Charitas est” (I Jn 4, 16).

Querida señora, uno a la suya mi pobre oración. O mejor, ofrezco la que Cristo, el gran Adorador, que vive en nosotros, hace El mismo en nosotros.

Unidas a El podemos ser omnipotentes. ¡Oh! Volvamos a decir esa oración de Magdalena: “Señor, aquella a quien amáis está enferma” (Jn 11, 3). ¿No obtuvo ella un milagro con su ingenua y conmovedora confianza? Animo, querida señora. Redoblemos la oración con la paz y abandono de los hijos de Dios. ¿Quiere usted dar un recuerdo afectuoso y respetuoso a mi querida señora de Sourdon y a mis dos amiguitas tan queridas? Tenga usted, querida señora, la certeza de mi profundo respeto y de mi sincero afecto.

Hna. I. de la Trinidad.

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258 A sus tías Rolland – principio de enero de 1906

Mis queridas tiítas:

He hecho un sacrificio al pensar que mi felicitación las llegaría después del 1 de enero. Pero desde Navidad no he tenido un momento libre para confiarla a este papel. Felizmente me he resarcido junto al Divino Maestro y espero que El mismo haya llevado al secreto íntimo de sus corazones lo que su pequeña esposa había confiado a su Amor para sus queridas tías, que tienen siempre una gran parte en su afecto. He visto a mamá estos días y hemos hablado de ustedes, por supuesto. También vino Guita. Si supiesen lo monas que son las pequeñas. Ustedes adivinan la felicidad que procuran a su dulce hogar, que irradia hasta la abuela, e incluso hasta detrás de las rejas del convento, pues la tía carmelita no se desinteresa de las alegrías de los que ama. ¿Os ha dicho mamá que nuestra Reverenda y muy querida Madre, que es tan buena, ha permitido a una de nuestras hermanas vestir de carmelita a una bonita muñeca para Sabel? Es verdaderamente una obra maestra. No falta nada; de pies a cabeza está como nosotras. ¡Qué lástima que no la puedan ver! Eso os habría dado una muestra del vestido de vuestra sobrina. Tratando de vestido: ¿les he dicho que soy ropera, es decir, encargada de remendar los vestidos de la comunidad bajo la dirección de mi primera oficiala? Es ella quien me trae labor, me la explica y yo la hago en la soledad de nuestra celda. Os edificaría ver la pobreza de nuestros hábitos. Después de veinte y treinta años ya pueden adivinar lo que son algunas piezas… Me gusta trabajar en este querido sayal que tanto he deseado llevar y con el cual hace tanto bien vivir en el Carmelo.

Me gustaría tener noticias vuestras, sobre todo de cómo van los ojos de tía Francisca. Pienso que en este tiempo tendrá muchos sacrificios que hacer, con los días tan cortos. Su ángel custodio lo cuenta todo y lo apunta en el libro de la vida. El Señor tiene tanta necesidad de sacrificios que compensen el mal que se hace… y esto se comprende tan poco en el mundo…

Por eso, cuando el divino Maestro halla un alma bastante generosa para compartir su cruz, El la asocia a su sufrimiento, y esta alma debe recibirlo como una prueba de amor de Aquel que la quiere semejante a Sí. Sin embargo, queridas tías, no son cruces lo que vengo a desearlas hoy. Estaría tentada, al contrario, de desviar las que hubiera a lo largo de vuestro camino para colocarlas en el mío. La cruz no atemoriza a las hijas de Santa Teresa, es su herencia, su tesoro. El domingo voy a celebrar el tercer aniversario de mis bodas con el Cordero; ese día lo pasaré de retiro, es decir, no iré a la recreación, sino que la pasaré con mi divino Esposo. Me parece que comprendo todavía mejor mi felicidad y que es más profunda que en el hermoso día de mi profesión. ¡Oh, tiítas, qué dulce es ser toda de Dios! Después del cielo no veo nada más hermoso que el Carmelo. Pero no crean que los recuerdos se hayan borrado de mi corazón. Si ustedes supiesen cómo sus nombres están grabados en él con caracteres imborrables, por la misma mano de Jesús…

Adiós, queridas tías, tan buenas, tan amadas. Que El las llene de sus gracias. Que sus ángeles las libren de todo mal (Sal. 90, 10‑11) y las lleven sobre sus alas, como también a la tía, los votos y las caricias de su pequeña sobrina.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Espero que vaya mejor el señor cura. Tengan la bondad de ofrecerle mis votos respetuosos. Saludos a Luisa y Ana y a todos los que pregunten por mí.

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259 A la señora Hallo – principio de enero de 1906

“Adveniat regnum tuum”.

Querida señora y segunda madre:

Su felicitación me ha conmovido y ha sido para mí un sacrificio no haber podido felicitarla antes. Me ha sido imposible, pero me he resarcido con el buen Dios. El 1 de enero hemos tenido expuesto el Santísimo Sacramento en nuestro querido oratorio. He pasado el día a sus pies. Usted piensa acertadamente que no ha sido olvidada en nuestro diálogo. Es a El a quien he confiado mi felicitación para mi segunda madre. Veo que el Señor la tiene clavada siempre a la cruz con sus neuralgias. San Pablo decía: “Sufro en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo” (Col 1, 24). Usted también es de alguna manera una humanidad complementaria en la que le permite sufrir como una extensión de su pasión, porque sus dolores son verdaderamente sobrenaturales. Pero ¡cuántas almas puede salvar así!… Usted ejercita el apostolado del sufrimiento, además del de la acción, y creo que el primero debe atraer muchas gracias al segundo. Que Dios bendiga su celo y su abnegación por su gloria y su reinado en las almas. En su estado de sufrimiento, El le da verdaderamente una gracia especial para hacer lo que hace. ¡Con qué interés he escuchado a Margarita hablarme de todos los detalles de su vida cuando vino a verme en el verano!… Salúdela de mi parte. ¡Qué buena es usted pensando tanto en mi querida mamá! No dejaré de darle su encargo cuando la vea. Ella tiene un recuerdo muy grato de su estancia con ustedes; me gustaría volvérsela a mandar. La atmósfera sobrenatural en la que usted vive le hizo mucho bien. ¿Le ha hablado ella de la hermosa muñeca que nuestra Reverenda Madre permitió a una de nuestras hermanas vestir de carmelita para la pequeña Sabel? Nada falta a su vestido de pies a cabeza. La señora de Sourdon. a quien he visto hoy. me ha dicho que era una maravilla. Parece que la pequeña la abraza sobre su corazón llamándola “tata”. Me gustaría tener noticias de ustedes por Alicia. Me dijo Margarita que su madre la esperaba. Ruego por Carlos para que Dios le conserve puro en medio de este mundo tan malo. Creo que usted, por sus sufrimientos, le consigue muchas gracias. Adiós, mi segunda madre. ¿Cuándo la veré en el locutorio del Carmelo? Mientras espero, la encuentro en Aquel que nos ha unido de tal modo que nada nos podrá separar. Que El la lleve toda la ternura y afecto de su segunda hija.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

Un afectuoso recuerdo a Carlos.

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260 A su hermana – principios de enero de 1906

Mi querida hermanita:

Me has ofrecido con tanta gentileza los bollos de Reyes que he dado el encargo a Nuestra querida Madre. Como no deben dársenos en sábado, nuestra Madre acepta tu caridad, dándote gracias por tus golosinas. Tú conservarás la antigua costumbre del Carmelo y nuestra santa Madre Teresa te bendecirá desde el cielo y a tus angelitos. Si puedes hacer enviar los bollos muy de mañana, hacia las 10, estaría muy bien, pues mi hermana Inés teme siempre retrasarse. Tu excelente chocolate ha sido guardado para la circunstancia.

Ya ves que harás los gastos de esta pequeña fiesta en el refectorio. Es el sábado, no el domingo. ¡Que el Maestro aumente tu alma en su banquete de amor, que El te sumerja y te invada, querida pequeña, para que no seas ya tú, sino El! El 1 de enero pasé el día junto al Señor. Le he confiado mis votos para mi Guita y el pequeño nido. Que El derrame sobre vosotros sus más dulces bendiciones. Os abrazo, madrecita, con sus dos tesoros, de los que estoy un poco orgullosa en mi afecto de tía un poco maternal. Tu hermana mayor, “Laudem gloriae” ¡Es así como las dos nos llamaremos en el cielo!

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261 A la señora de Bobet – 4 de enero de 1906 (?)

Carmelo, jueves por la noche

Mi querida Antonieta:

Esta mañana su tía me ha traído vuestro magnífico rosario, que quiso dármelo ella misma. Ella podrá decirle la alegría que ha sentido pasar a través de la reja. ¿Cómo manifestarla mi agradecimiento? Me es imposible, querida Antonieta. Hay cosas que no pueden traducirse. Por eso ha sido a El a quien he dicho mi gracias, para que se lo diga en lo íntimo de su corazón.

¡Oh, si supiese qué dulce perfume he respirado al abrir la preciosa cajita; era como una emanación de su corazón, pues yo notaba que había pasado todo entero a este querido rosario. ¡Cómo me mima! Nunca hubiera imaginado un rosario tan bonito. Además es tan religioso… Ya lo tengo puesto en la correa. ¡Si viera lo bien que está sobre nuestro querido sayal! Da devoción con sus grandes cuentas separadas. La medalla es preciosa. Cuanto a la cruz, es tan expresiva… Ha sido su alma la que la ha escogido para hacer bien a la mía. Me gusta mirarla; ella me revela el exceso de amor de mi Maestro y me dice que el amor no se paga más que con amor. Querida Antonieta, hago por usted la oración que hacía San Pablo por los suyos: pedía “que Jesús habite por la fe en sus corazones para que fuesen enraizados en el amor” (Ef 3, 17). Esta expresión es tan profunda, tan misteriosa… Oh, sí, que el Dios del amor sea su morada inmutable, su celda y su claustro en medio del mundo.

Recuerde que El mora en el centro más íntimo de su alma como en un santuario donde quiere ser amado hasta la adoración. El está allí para llenarla de sus gracias, para transformarla en El. Oh, cuando sienta su debilidad, vaya a El.

El es el Fuerte, el que da la victoria por la santidad de su derecha, como canta el salmista (Sal. 43, 45). El la cubre con su sombra (Sal. 90, 4).

Permanezca toda confiada en su amor. Es ahí donde la dejo para ir a maitines. Pero ¿qué digo?, no la dejo; para los que permanecen en el amor no hay separación. Gracias de nuevo, querida Antonieta, no sé cómo decírselo.

He llevado entusiasmada nuestro rosario a nuestra Reverenda Madre, que lo ha encontrado magnífico, lo mismo que mis hermanas, y me parece que soy una carmelita bien mimada por mi querida Antonieta. He besado la cruz con amor.

Lo haré frecuentemente. Pienso que usted ha hecho lo mismo y la encuentro en este abrazo.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Le ofrezco cada día mi primer rosario.

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262 A la señora de Sourdon – 13 (?) de enero de 1906

Muy querida señora:

No puedo decirle la pena que me ha causado su carta, y con permiso de nuestra Reverenda y buena Madre le suplico no pierda la confianza. ¡Oh, si usted supiese cómo detrás de las rejas del Carmelo tiene un corazón que la quiere mucho y defiende su causa! Recuerde, querida señora, aquella página del Evangelio en que una mujer seguía a Nuestro Señor con una plegaria fervorosa. El, tan bueno, parecía duro y que la rechazaba; pero al fin, ante su fe y su confianza, no pudo resistir y le dijo estas palabras: “¡Oh mujer, tu fe es grande!” (Mt 15, 28). He aquí, querida señora, lo que hay que darle: esperar contra toda esperanza (Rom4, 18) y no dudar nunca de su bondad. Suplico, por su amor, que tranquilice su corazón de madre y deposite en él el bálsamo de la paz y del sufrimiento. Crea que mi desencanto fue grande al recibir su carta, pero pienso que el Señor quiere derramar muchas gracias sobre nuestra querida María Luisa y que son necesarios todavía la oración y el sacrificio. El 20 nos encontramos junto al altar, pues nuestra Reverenda Madre goza concediéndola este consuelo. Rogaremos con aquel que nos ha precedido a la mansión de la luz y de la paz, donde Dios enjuga toda lágrima de los ojos de sus elegidos (Ap 7, 17). Que El le de fortaleza y ánimo, querida señora. Crea que mi oración de esposa es muy intensa en su favor.

Hna. I. de la Trinidad.

Espero que hayan pasado sus neuralgias. ¡Si viera qué bien cae su hermosa Anunciación en nuestra celda!…

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263 A la señora de Sourdon – 26 de enero de 1906

Carmelo de Dijon, 26 de enero

Muy querida señora:

Su estimada carta ha llegado durante mis Ejercicios, que acaban de terminarse. Nuestra Reverenda Madre, de corazón tan compasivo y delicado, me permite de nuevo hacerla una visita. Creo, señora, que para las almas no hay distancias, y me parece que París y Dijon son una misma cosa, tan unido siento mi corazón con el suyo. Estoy junto a su lecho de dolores y quisiera tener alas para venir cada noche a reemplazar a su enfermera y darle los consuelos de un corazón que la quiere mucho. Pero, por lo menos, mi oración la envuelve. Yo digo al Maestro la súplica de la Magdalena. “Señor, la que vos amáis está enferma” (Jn 11, 3). Oh, sí, usted es amada por El, querida señora, y os pido de su parte que arroje en su Corazón todas sus angustias e inquietudes. Usted puede unir sus agonías a la suya. El ha querido sufrir el primero para que en las horas dolorosas podamos decir al mirarlo: “El ha sufrido más que yo, y esto para manifestarme su amor y reclamar el mío.” El salmista, hablando de El, dice “que su dolor es inmenso como el mar” (Lam. 2, 13). Y San Pablo después de él: “No tenemos un pontífice que no pueda compadecerse de nuestras enfermedades, pues El ha sido probado en todo como nosotros” (Heb. 4, 5). Entréguese al Amor, querida señora. Usted me dice que tiene que expiar; pero nuestro Dios es llamado un “Fuego consumidor” (Heb. 12, 29) y también “el rico en misericordia por su gran amor” (Ef 2, 4).

¡Qué motivo de confianza para el alma que dice con San Juan: “Creo en su amor” (I Jn 4, 16). Pido al Señor tan bueno que no acepte la cosa de que usted me ha hablado. Le suplico que tenga compasión de usted y le ponga en el corazón la paz y confianza de los hijos de Dios. Me parece que si viese a la muerte, a pesar de todas mis infidelidades, me arrojaría en los brazos de Dios, como un niño que se duerme sobre el corazón de su madre. Esto no es otra cosa, y Aquel que debe ser nuestro Juez habita en nosotros, se ha hecho compañero de nuestra peregrinación, para ayudarnos a franquear el doloroso paso. ¡Oh, que su amor la guarde para sus hijas muy amadas! ¡Cuánto se lo pido! Sé que ha perdido su medallita y nuestra Madre la envía una en esta carta. Que ella le lleve un rayo de paz a su cielo tan oscuro. La abrazo muy afectuosamente, sin olvidar a sus queridas hijas.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Me alegró mucho que nuestra Madre me permitiera oír al señor José y hablarle de usted.

Querida señora, ¿quiere decir a Francisquita que no olvido el 29? Sólo que en el Carmelo existe la ley del amor y, por consiguiente., la ley del sacrificio… No tenemos la alegría de felicitar la fiesta de los que amamos; es en el corazón donde los hacemos una fiesta muy íntima. Perdón por esta letra, pero no tenemos calefacción y no puedo sostener la pluma.

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264 A la señora Angles – fin de enero de 1906

“El amor es la plenitud de la ley” (Rom13,10).

Muy querida señora:

No quiero dejar pasar este primer mes del año sin escribirla para agradecer su felicitación y ofrecerla la mía, que ha sido depositada ya hace mucho en el corazón de Dios. Que 1906 sea para su alma una cadena de fidelidad en la que cada eslabón, soldado por el amor, la una más intensamente al Maestro y la haga verdaderamente su cautiva, su “encadenada”, como dice San Pablo. En su amplio y gran corazón deseaba a los suyos que “Jesucristo habite por la fe en sus corazones, para que ellos sean enraizados y fundados en el amor” (Ef 3, 17). Yo formulo también este deseo para usted, querida señora. Que el reino del amor se establezca plenamente en su reino interior y que el peso de ese amor la arrastre hasta el olvido total de usted misma, hasta esa muerte mística de que hablaba el Apóstol cuando gritaba: “Vivo no yo, es Jesucristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

En el hermoso discurso de después de la Cena, que es como el último canto de amor del alma del divino Maestro, El dice a su Padre estas hermosas palabras: “Os he glorificado en la tierra, he acabado la obra que me encomendaste” (Jn 17, 4). Nosotras, que somos suyas, como esposas, querida señora, debemos, por consiguiente, identificarnos con El; me parece que al final de cada una de nuestras jornadas deberíamos poder repetir estas palabras. Tal vez usted me diga: ¿Cómo glorificarle? Es bien sencillo.

Nuestro Señor nos enseña el secreto cuando nos dice: “Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn 4, 34). Unase, querida señora, a la voluntad del Maestro adorable, vea cada sufrimiento y cada alegría como venidos directamente de El y entonces su vida será como una comunión continua, ya que cada cosa será como un sacramento que le comunicará a Dios.

Y esto es muy real porque Dios no se divide; su voluntad es su ser. El está todo entero en todas las cosas, que en cierta manera no son más que una irradiación de su amor. Ya ve cómo puede glorificarle en esos estados de sufrimiento y desaliento, tan difíciles de soportar. Olvídese de sí todo lo que pueda. Es el secreto de la paz y de la felicidad. San Francisco Javier decía: “Lo que me toca, no me toca, pero lo que Le toca me toca poderosamente”. ¡Dichosa el alma que ha llegado a este desasimiento total! Ella ama de verdad.

He visto hoy a Margarita; las pequeñas estaban con la gripe, de modo que no me las ha traído, pues los locutorios del Carmelo tienen una temperatura poco favorable para los catarros. Las queridas pequeñas son tan simpáticas… La segunda es una imagen de su madre: dulce y obediente como ella. Ya puede adivinar la alegría que irradian estos pequeños ángeles en su dulce hogar. Su querida abuela goza también de ella y su tía, en el fondo de su claustro, se une a la felicidad de estos corazones tan queridos. Cuando usted vea a María Luisa tenga la bondad de decirle que no la olvido, ni tampoco a su buena madre. ¡Qué simpáticos estarán los niños y cómo harán la alegría de todos!…

Adiós, querida señora. Que cada día de este año El crezca más en su alma; es el deseo de su amiguita que la abraza.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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265 A su madre – 14 de marzo de 1906

Carmelo, miércoles

Mi querida madrecita:

Ya sabes lo buena que es nuestra Reverenda Madre. Su corazón es verdaderamente un corazón de madre, ¿no es esto decirlo todo? Por eso, con su permiso, vengo a hacer una corta visita a mi querida enferma, yo que creía que había marchado ya para Lorena. Todo mi corazón está junto a ti, a la cabecera de ese lecho, sobre el que me he inclinado con frecuencia, y puedes decirte en cada momento: mi carmelita ruega por mí. Todos estos días sueño contigo, paso mis noches contigo. Sin duda el Señor ordena esto para que al despertarme mi oración sea más intensa todavía. Hay un proverbio que dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente.” En nuestro querido país del Carmelo es al contrario, y puedo decir que cuando estaba contigo no sabía que te amaba tanto. Me parece que mi corazón, que Dios ha hecho tan cariñoso, se ha dilatado desde que está encerrado detrás de las rejas, en contacto continuo con Aquel que San Juan llama “Caridad” (I Jn 4, 16), Amor. ¡Ah!, si supieras lo dulce que es vivir en “comunión” (I Jn 1, 3) con El, según la expresión del mismo Santo, no podrías dejar esta divina compañía, porque El está junto a ti. El estaría tan contento si quisieras hacer de El un amigo, un confidente. Cuanto más se vive con este Huésped divino, querida mamá, tanto más feliz se es y se tienen más fuerzas para aceptar el sacrificio. Yo te lo envío a cada instante, yo le confío todo lo que ha puesto de amor en mi corazón para esta madre tan buena que me ha dado. No me extrañan las atenciones de la excelente señora de Sourdon. ¡Qué amiga! Me es un descanso saber que está contigo. Dile que ruego mucho a San José; esperaba que hubiera hecho algo para su fiesta; estoy llena de esperanza. Y nuestra querida Guita, ¡qué feliz eres de tenerla contigo con los angelitos! Dile que la estoy unida: Amo tanto a mi hermanita… ¡Qué dulce me es encontrarte tan bien atendida! En la tierra todo acaba en el sacrificio; es la ley de la vida. Yo ofrezco a Dios el que le has hecho dándole a tu pobre Isabel, que, sin embargo, ¡sabía cuidar tan bien a su mamá! Para mí, no hablo más de sacrificio; comprendo muy bien que no hay distancia de mi corazón al tuyo. Te abrazo como te amo. Tu hija,

I. de la Trinidad.

No comprendo lo que quieres decirme hablándome de los disgustos de nuestra Madre con el Gobierno. Estamos en paz, estate tranquila sobre esto.

¡Qué contenta estoy del nombramiento del comandante de La Ruelle! Díselo a Alicia y a su madre. Yo había pedido mucho por Nicole.

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266 A su madre – 15 de abril de 1906

Mi querida madrecita:

¡Nunca he estado tan cerca de ti! Mi corazón no te deja; me siento tu hija como nunca. Tu carta ha sido una alegría para mi corazón, un descanso para mi alma. La he besado como una reliquia de la tuya, dando gracias a Dios de haberme dado una madre tan incomparable. ¡Si hubiese partido para el cielo, cómo hubiera vivido contigo! Nunca te habría abandonado, y yo te haría sentir la presencia de tu pequeña Sabel. Como estoy segura de que me comprendes, te confesaré bajito mi gran decepción por no haber subido hacia Aquel que tanto quiero. ¡Piensa lo que hubiera sido para tu hija el día de Pascua en el cielo! Pero esto es un asunto personal y ahora me someto a la obediencia que me hace pedir mi curación, y lo hago en unión de oración contigo, con mi Guita y mis queridos angelitos, que tanto me hubiera gustado proteger si me hubiera muerto. ¡Si supieses lo buena que es nuestra Madre! Una verdadera madre para tu hija. Te aseguro que la noche de mi crisis, a pesar de mi alegría de ir a Dios, tenía necesidad de oír su voz y sentir mis manos en las suyas, pues de todos modos este momento es muy solemne y se siente uno tan pequeño y las manos tan vacías. Espero verte pronto, querida mamá, con mi querida Guita; pero ya desde ahora te doy gracias por tu carta, que guardo con amor, como la de mi hermanita. tan amable también. Y además todavía gracias por vuestras golosinas, estos helados que son mi única comida. ¡Si vieras con qué alegría me les trae nuestra Madre y me les hace tomar ella misma como a un niño pequeño!… Demos gracias al Señor por estos días penosos para tu corazón. Veo muy bien que ellos pasan sobre nosotras como una ola de amor; no perdamos nada y digamos gracias a Aquel que no sabe sino amarnos. Os abrazo, queridas mías, a quien amo más que nunca. Gracias a mi querido Jorge por su solicitud tan conmovedora por su pequeña hermana carmelita. No lo olvidaré nunca.

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267 A su madre – (después del 19) de abril de 1906

“¡Dios es amor!” (I Jn 4, 16).

Querida madrecita:

Tu enfermita quiere enviarte una palabrita de su corazón, de ese corazón tan lleno de amor para con su madre y que le está tan cercano. Sé que estás enferma y mi buena Madre de aquí, que está continuamente a la cabecera de su hijita, me tiene al corriente de tu querida salud. No puedes imaginarte los cuidados que ella me prodiga, con la ternura y delicadeza que encierra el corazón de una madre. ¡Si supieras lo feliz que soy en la soledad de mi pequeña enfermería! Mi Maestro está allí conmigo y vivimos noche y día en un dulce diálogo. Aprecio todavía más mi dicha de ser carmelita y pido al Señor por la madrecita que me ha entregado a El. Desde esta enfermedad me he acercado más al cielo. Un día te diré todo esto. ¡Oh, madrecita, preparemos nuestra eternidad! Vivamos con El, porque sólo El puede seguirnos y ayudarnos en este gran paso. El es un Dios de amor. Nosotros no sabemos comprender hasta qué punto nos ama, sobre todo cuando nos prueba.

Te cubro de besos, mamá tan buena y tan querida, así como a mi Guita y a los angelitos.

Sabel

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268 A la señora de Sourdon – hacia fin de abril (el 27?) de 1906

Qué rodeada me siento de su afecto maternal, querida señora, durante estos días, de los que guardaré un recuerdo inefable, pues me han acercado a Dios, al mundo invisible Me parece que salgo de un bello sueño, muy luminoso. Pero San Pablo me dice que estos esplendores, estas riquezas divinas que he creído ir a contemplar en la claridad de Dios, los poseo en sustancia en mi alma por la fe. Querida señora, el Señor me ha hecho comprender con su luz el gran tesoro que es el sufrimiento, y nosotros no comprenderemos nunca hasta dónde nos ama cuando nos prueba; la cruz es una prenda de su amor. En medio de mis dolores ¡cuánto pienso en su gran intención!; me preocupa muchísimo, y si hubiera ido con el Señor ¡qué buen abogado habría tenido! No lo dude. Estoy llena de esperanza. Estoy mejor, aunque me siento todavía muy débil. ¡Si usted supiese qué Madre tengo a mi lado! Una verdadera madre; su corazón encierra las ternuras y las delicadezas que sólo conocen los corazones maternos. En cuanto a mis enfermeras, rivalizan en la caridad. ¡Qué Carmelo! Quisiera que lo viviese.

Muchas gracias, querida señora, por sus bondades para con mi querida mamá, tan admirable; es un descanso para mi corazón. ¡Ah, que El la pague todo esto; El, que es el Amor infinito! Pienso verla de nuevo aquí en la tierra.

De todos modos, si voy a El seré su pequeña protectora, y la amaré siempre como a una madre.

H. I. d. la Trinidad

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269 A su hermana – hacia fin de abril de 1906

“Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, les amó hasta el fin” (Jn 13, 1).

Querida hermanita:

No sé si ha llegado la hora de pasar de este mundo a mi Padre, pues voy mejor y la santita de Beaune parece querer curarme. Pero, ya ves, a veces me parece que el Aguila divina quiere arrojarse sobre su pequeña presa para llevarla adonde El está: a la luz deslumbrante. ¡Tú has sabido siempre olvidarte de ti por la felicidad de tu Sabel! Estoy segura que si me muero sabrás gozarte de mi primer encuentro con la Belleza divina. Cuando caiga el velo, con qué felicidad me introduciré hasta el secreto de su Rostro, y es allí donde pasaré mi eternidad, en el seno de esa Trinidad que fue ya mi morada desde aquí. ¡Piénsalo, Guita mía! Contemplar en su luz los esplendores del Ser divino, penetrar toda la profundidad de su misterio, estar fundida con el que se ama, cantar sin descanso su gloria y su amor, ser semejante a El, porque se le ve tal cual es (I Jn 3, 2).

Hermanita, sería dichosa de ir allá para ser tu ángel. ¡Qué celosa estaría de la belleza de tu alma, ya tan amada en la tierra! Te dejo mi devoción hacia los Tres, al “Amor” (I Jn 4, 16). Vive con ellos dentro, en el cielo de tu alma. El Padre te cubrirá con su sombra (Mt 17, 5; Lc 1, 35), poniendo como una nube entre ti y las cosas de la tierra para conservarte toda suya. El te comunicará su poder, para que ames con un corazón fuerte como la muerte (Cant. 8, 6). El Verbo imprimirá en tu alma, como en un cristal, la imagen de su propia belleza, para que seas pura con su pureza, luminosa con su luz. El Espíritu Santo te transformará en una lira misteriosa, que en el silencio, con su toque divino, entonará un magnífico canto al Amor. Entonces serás “la alabanza de su gloria”, lo que yo había soñado ser sobre la tierra. Tú me reemplazarás. Yo seré “Laudem gloriae” delante del trono del Cordero; tu “Laudem gloriae” en el centro de tu alma. Hermanita, esto será siempre la unidad entre nosotras. Cree siempre en el Amor (I Jn 4, 16). Si tienes que sufrir, piensa que eres más querida aún, y da gracias siempre. El está tan celoso de la belleza de tu alma… Es a lo único que mira. Enseña a las pequeñas a vivir bajo la mirada del Maestro. Me gustaría que Sabel tuviese mi devoción a los Tres. Yo asistiré a sus primeras comuniones, te ayudaré a prepararlas. Tú pedirás por mí. He ofendido a mi Maestro más de lo que piensas. Pero, sobre todo, dale gracias; un gloria todos los días. Perdóname, te he dado con frecuencia mal ejemplo.

Adiós, ¡cómo te amo, hermanita!… Tal vez vaya pronto a perderme en el Hogar del amor. ¡Qué importa! En el cielo o en la tierra vivamos en el Amor y para glorificar al Amor…

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270 A Francisca de Sourdon – hacia fin de abril de 1906

Dios es Amor Mi querida Francisquita:

¡Qué hermoso sueño acabo de tener! Para ti no tengo secretos, siento que me comprendes y te confieso que me ha costado volver a la tierra. El cielo no habría hecho más que hacer más verdadera todavía la fusión de nuestras almas. Me has dicho con frecuencia que yo era para ti como una madre, y siento, en efecto, que mi corazón encierra para ti ternuras maternales.

Piensa lo que sería si estuviera ya en el gran Hogar de amor… ¡Oh, Francisquita, qué días tan divinos he pasado esperando la gran visión de Dios! Me parecía que el Aguila divina iba a arrojarse sobre mí para llevarme a su claridad deslumbrante, y tú adivinas la alegría de este cara a cara con la Belleza divina. ¡Oh! Si hubiese ido a perderme en ella cómo habría velado por mi Francisquita… Tengo tantas pretensiones sobre tu alma… Ya ves, me viene bien sufrir para atraerte una gracia abundante. Tu carta me ha causado una dicha inmensa. Noto que Dios obra en ti y que te acercas a Dios. Esto es para mí una alegría indecible. Es tan bueno ser suya… En la soledad de mi pequeña enfermería somos tan felices los dos; es un diálogo que dura noche y día. Es delicioso.

Adiós, Francisquita, voy mucho mejor y pienso verte aquí en la tierra.

En todo caso, en el cielo o en la tierra nuestras almas serán siempre UNA.

Sabel

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271 Al canónigo Angles – 9 de mayo de 1906

Al canónigo Angles “En su luz veremos la luz”.

Amo Christum

Querido señor canónigo:

Le envío una cartita que nace de mi corazón, tan agradecido a sus santas oraciones. No sé si ha llegado para mí la hora “de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13, 1), pero El me atrae muy fuertemente. A usted, que ha sido siempre mi confidente, le puedo decir todo: la perspectiva de ir a ver a quien amo en su inefable belleza, y abismarme en esa Trinidad que ha sido ya mi cielo en la tierra, llena mi alma de alegría. ¡Oh, cuánto me costará volver a la tierra! ¡Me parece tan ruin al salir de mi hermoso sueño! Sólo en Dios todo es puro, bello y santo. Felizmente ya desde la tierra podemos morar en El. Sin embargo, la felicidad de mi Maestro basta para hacer la mía, y me entrego a El para que haga en mí su voluntad. Ya que usted es su sacerdote, conságreme a El como una pequeña hostia de alabanza que quiere glorificarle en el cielo, o en la tierra en el sufrimiento, cuanto El quiera. Además, si me muero, usted me ayudará a salir del purgatorio. ¡Oh, si supiese cómo siento que en mí está todo manchado, todo es miseria! Tengo necesidad de mi buena Madre para ayudarme a salir de ella. ¡Oh, qué Madre! Para el cuerpo, una verdadera madre; para el alma, la imagen del Dios de la misericordia, de la paz y del amor. Cada mañana viene a hacer su acción de gracias junto a mi pequeña cama. Yo comulgo así en su alma, y el mismo Amor pasa al alma de la Madre y al alma de la hija. Esta mañana se me ha traído la comunión por quinta vez, pues mi Madre me mima cuanto puede. Mamá y Guita son admirables; nunca las he amado tanto. El otro día nuestra Madre me hizo llevar a la reja en un pequeño lecho. Ya puede adivinar la alegría de esta entrevista.

Digo a nuestra Madre, que tanto ruega por mi curación, que me deje marchar y seré en el cielo su ángel. ¡Cómo rogaré también por usted! Me será muy dulce hacer de mi parte algo por mi bueno y querido señor canónigo.

Adiós. ¡Oh, qué dulce es vivir en la espera del Esposo! Ruegue para que yo le dé todo en los sufrimientos donde me pone y que no viva más que de amor.

Bendiga a su hijita para la eternidad.

M. I. de la Trinidad, alabanza de su gloria

Diga a todos que la pequeña carmelita no les olvida, particularmente a María Luisa.

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272 A María Luisa de Sourdon – 10 de mayo de 19061

Mi querida María Luisa:

Me ha parecido que tu espléndido pastel me traía todo tu corazón, y te envío todo el mío para decirte lo que me ha emocionado tu delicada atención.

He gustado tu obra maestra tan apetecible. Estaba delicioso, pero mi miserable estómago no quiere oír, tiene mal carácter. Pero de todos modos le estoy agradecida, porque me da la felicidad de sufrir por amor de mi divino Maestro y también por aquellos que amo. Si supieses lo que pienso en ti en mis sufrimientos y en mi soledad, ahora mayor… Trato tus asuntos con la Santísima Virgen y ella me ha inspirado enviarte una pequeña imagen que llevaba conmigo y llamo mi amuleto. Ella quiere ir a sembrar dicha en mi querida María Luisa. Frecuentemente hablamos de ti con nuestra Reverenda Madre, que me asiste y atiende como una verdadera madre. Ella ruega también por ti y hace pedir a sus hijas. Adiós. Mi Virgencita te dirá lo que sube de mi corazón hacia el tuyo, y si mi Maestro me lleva velaré por ti como sobre una hermanita. Sabel.

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273 A su madre – hacia el 27 de mayo de 1906

“Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada en él” (Jn 14, 23).

Mi querida madrecita:

Comienzo mi carta con una declaración. Oh, ya ves, te quería mucho, pero después de nuestra última entrevista se ha doblado el amor. Era tan bueno desahogar el alma en la de la madre y sentirla vibrar al unísono. Ya ves, me parece que mi amor hacia ti no es sólo el de una hija para con la mejor de las madres, sino el de una madre para con su hija. Yo soy la madrecita de tu alma. ¿Te parece bien, verdad? Estamos en retiro para Pentecostés, yo todavía más en mi querido cenáculo. Separada de todo, pido al Espíritu Santo que te revele esa presencia de Dios en ti de que te he hablado. He leído a tu intención libros que tratan de eso, pero prefiero verte antes de dártelos. Tú puedes creer en mi doctrina, porque no es mía. Si lees el Evangelio según San Juan verás que el Maestro insiste a cada momento sobre este mandamiento: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15, 4), y también ese pensamiento tan hermoso que encabeza mi carta, en el que habla de hacer en nosotros su morada. San Juan en sus cartas desea que tengamos “sociedad” (I Jn 1, 3) con la Santísima Trinidad. Esta palabra es tan dulce, tan sencilla. Basta, dice San Pablo, con creer. Dios es espíritu y a través de la fe nos acercamos a El (Heb. 11, 6). Piensa que tu alma es el templo de Dios. Es también San Pablo quien lo dice (I Cor 3, 16‑17; II Cor 6, 6); en todo instante del día y de la noche las Tres Personas divinas moran en ti. Tú no posees la Santa Humanidad, como cuando comulgas, sino la Divinidad. Esa esencia que los bienaventurados adoran en el cielo está en tu alma. Entonces, cuando se sabe esto, se vive en una intimidad adorable. ¡Nunca más se está sola! Si prefieres pensar que el Señor está cerca de ti mejor que en ti, sigue tu inclinación, con tal que vivas con El. No se te olvide servirte de mi pequeña decena. La he hecho expresamente para ti con mucho amor; ademas espero que hagas tus tres oraciones de cinco minutos en mi pequeño santuario. Piensa que estás con El y trata como con un Ser a quien se ama. Es tan sencillo. No hay necesidad de bellas palabras, sino un derramamiento del corazón.

Te doy gracias por el exquisito pastel que me enviaste. Me ha emocionado mucho. Pero, ya ves, es demasiado fino para mi ruin estómago, que prefiere el humilde queso blanco. Nuestra Madre está siempre junto a mí para los pequeños servicios. Hablamos frecuentemente de ti. Te ama mucho. ¡Oh, qué madre para tu Sabel! Me va a encontrar muy parlanchina, y creo que hay que cortar esta conversación. Adiós, querida mamá. Te reúno con el querido trío para enviaros mis mejores cariños. Di a mi Guita lo muy unida que estoy a ella. No os dejo nunca. Que Sabel ruegue por tata para que se aproveche de las gracias de su enfermedad. Muchos recuerdos a la querida señora de Sourdon; dile que me siento su tercera hija y ruego por sus intenciones sobre su querida María Luisa. Una vez más, adiós. Vivamos con El. ¡Qué poco son la tierra y las cosas de aquí abajo a la luz de la eternidad!

Tu Sabel.

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274 A la Madre Juana del Santísimo Sacramento – 3 de junio de 1906

“Mi vocación es el amor”.

Mi Reverenda y querida Madre:

Pienso que el Maestro le ha dicho ya bajito en el silencio de su alma la emoción de su pequeña esposa por su delicada atención. La apreciada rosa descansa sobre el Corazón del Crucificado. La miro sin cesar. ¡Me dice tantas cosas!… Su Majestad Bombón ha sido muy apreciado por mi mal estómago, tan recalcitrante. Sin duda que al pasar por sus manos maternales ha recibido una virtud especial para confortar a la enfermita. ¡Cómo ha rezado ella, en unión de usted, para lograr una gracia sobreabundante que llegue hasta Turín, sobre un alma muy querida de usted! Nuestra Madre me ha dicho que va usted a entrar en Ejercicios y me alegro de inmolarme al Amor por usted, para que este Dios que San Pablo llama “Fuego consumidor” transforme y divinice todo su ser. Sé también por nuestra Madre que su vocación es el amor, y leyendo a San Juan de la Cruz, el gran doctor del amor, pensaba en usted. El dice que “a Dios no le agrada más que el amor. Nosotros no podemos darle nada ni satisfacer su único deseo, que es realzar la dignidad de nuestra alma. Ahora bien, nada la puede realzar tanto como llegar a ser, en cierto modo, igual a Dios. He aquí por qué El exige de ella el tributo de su amor, siendo propiedad del amor igualar al que ama con el que es amado. El alma en posesión de este amor toma el nombre de esposa del Hijo de Dios y se muestra con El en pie de igualdad, porque su afecto recíproco hace todo común entre el uno y la otra.

El amor establece la unidad”.

Es en esta morada inmutable, mi Reverenda Madre, donde mi alma estará unida a la suya. Pediré al Espíritu Santo, a Aquel que sólo conoce las cosas de Dios, según la palabra del Apóstol, que le haga penetrar las profundidades insondables del Ser divino. Ah, qué feliz sería si quisiese hacer caer el velo para que mi alma se lance a El y contemple su Hermosura en un cara a cara eterno… Mientras tanto vivo en el cielo de la fe, en el centro de mi alma, y procuro hacer la felicidad de mi Maestro, siendo ya en la tierra “la alabanza de su gloria”. Tenga la bondad de pedírselo, y crea en el respetuoso afecto de la pequeña carmelita que le envía todo el agradecimiento de su corazón y le pide que la bendiga como a una de sus hijas.

H. M. I. de la Trinidad.

Tenga la bondad de decir a su pequeña comunidad que su hermanita del Carmelo ruega por ella.

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275 Al canónigo Angles – Principio de junio de 1906

Deus ignis consumens.

Querido señor canónigo:

Se acerca la fiesta de Santa Germana y vengo esta vez a hacerle una visita interesada. Pero usted adivina lo feliz que soy de aprovechar esta ocasión para escribirle, aunque con el alma y corazón estoy con usted muy frecuentemente. Oh, sí, tengo necesidad de su cáliz para festejar a mi Madre. Usted sabe que la gratitud es la ley de mi corazón, y ¡él desborda de ella hacia es Madre tan buena! Me preguntaba en silencio: ¿Quid retribuam? Entonces pensé en usted y tuve la repuesta. Oh, gracias por la felicidad que usted me proporciona.

Desde mi última carta parece que el cielo se aclara de nuevo y usted ha rogado tan bien que estoy siempre cautiva; pero una prisionera feliz, que en el fondo de su alma canta noche y día el amor de su Señor. Es tan bueno…

Se diría que no tiene en otra cosa que pensar más que en mí, en amarme sólo a mí, ¡tanto se da a mi alma!… Pero es para que, a mi vez, me entregue a El por su Iglesia y todos sus intereses, para que cele su honra, como mi Madre Santa Teresa. ¡Oh, pida que su hija sea también Charitatis victima!.

Adiós, querido señor canónigo. Le envío el afecto respetuoso y el agradecimiento de mi corazón, al tiempo que le digo lo feliz que me ha hecho su excelente carta. Tenga la bondad de bendecir a su hijita.

Hna. I. de la Trinidad.

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276 A la señora Hallo – hacia el 7 de junio de 1906

“Sólo Dios basta”.

Mi querida segunda madre:

Con qué alegría le envío a mi querida mamá, que acaba de pasar por tantas emociones. Me alegro pensando en todo el afecto que su corazón va a encontrar con ustedes. Me ha entregado su amable carta y he reconocido el corazón de mi segunda madre de París. Piense cómo haré yo parte de vuestra amable y dulce intimidad. ¡Es tan verdad que no hay distancia para las almas que tienen en Dios su centro! He tenido nuevamente una crisis que parecía quererme llevar, pero sus santas oraciones han hecho violencia al cielo y estoy mucho mejor. Tengo la suerte de que cada mañana me llevan a la reja de la comunión, que está cerca de nuestra celda y vuelvo con mi Maestro a tener mi acción de gracias en mi pequeño lecho. Esta mañana he asistido a la misa en una hamaca. ¡Estoy tan bien cuidada por nuestra Madre!… Mamá le dirá todo esto. Usted verá cómo el sufrimiento ha realizado la obra de Dios en su alma. No dejo de dar gracias a Dios y agradecérselo. ¡Qué misericordia, qué amor el del Maestro para con su pequeña esposa al enviarla esta enfermedad! A veces me digo que obra como si no tuviera a otra que amar. Y usted, usted trabaja siempre para su gloria. Usted sabe que la quiero ayudar. Como hija verdadera de Santa Teresa, deseo ser apóstol para glorificar a Aquel a quien amo, y, como mi Madre Santa Teresa, pienso que El me ha dejado en el mundo para que cele su honor como una verdadera esposa. Adiós. Que El le diga toda la ternura que hay para usted en el corazón de su segunda hija, tan agradecida a todo lo que hace por su pobre mamá.

I. de la Trinidad

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277 A María Luisa Hallo (y a su madre) – hacia el 7 de junio de 1906

Hermana querida:

Vengo a pedirte me concedas la misma alegría que el año pasado haciendo decir en Montmartre una misa por nuestra Madre. Será para mí una inmensa alegría ofrecérsela de tu parte para su fiesta. Voy también a confiarte un proyecto. Sonaba con ofrecer a nuestra Madre para el breviario una estampa simbólica. Tú verás si Carlos la puede hacer, lo dejo en tus manos. Se trataría de representar a la Santísima Trinidad y tres almas con arpas para cantar su gloria. Una de éstas debe ser más hermosa, pues debe representar a nuestra Madre; la otra es una hermanita de mi alma de este Carmelo, y la tercera soy yo. Si pudieras escribir en esta estampa con tu hermosa letra pequeña: “Deus predestinavit nos ut essemus laudem gloriae eius” ¡es decir: Dios nos ha predestinado a ser alabanza de su gloria¡. Soy la que lo he traducido. Carlos podrá corregir mi latín. No te preocupes por esto. Lo dejo en tus manos. Sé que te agradará tomar parte en la pequeña fiesta íntima que preparo a mi Madre, tan buena. ¿Podrías hacerme en cartón dorado un cáliz de dimensiones ordinarias? En mi cama no puedo hacerlo yo. ¡Oh, qué agradecida te estoy, querida hermanita!

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278 A Germana de Gemeaux – (hacia el) 10 de junio de 1906

El Padre es caridad, el Hijo es gracia, el Espíritu es comunicación” (San Pablo).

Gracias por su cariñosa carta, que ha llenado de alegría mi corazón, acercándole aún más íntimamente al suyo. Tengo necesidad de decirle lo mucho que pienso en usted en la soledad aún más rigurosa en que el Señor me ha colocado. Desde fin de marzo estoy en la enfermería, guardando cama, sin tener más oficio que amar. El Domingo de Ramos por la noche tuve una crisis muy grave y creí que había llegado al fin la hora de volar a las regiones infinitas para contemplar sin velos esa Trinidad que fue ya mi morada aquí abajo. En la quietud y silencio de aquella noche recibí la Extremaunción y la visita de mi Maestro. Me parecía que El esperaba ese momento para romper mis ataduras. ¡Oh, hermanita, que días inefables he pasado en espera de la gran visión! Nuestra Reverenda y tan buena Madre estaba continuamente a la cabecera, preparándome al encuentro con el Esposo. En mi ansia por ir a El, me parecía que tardaba mucho en llegar. ¡Qué suave y dulce es la muerte para las almas que no han amado más que a El, que, según el lenguaje de San Pablo, no han buscado las cosas visibles, que son pasajeras, sino las invisibles, que son eternas! (II Cor 4, 8). Me sentía tan feliz muriendo carmelita que me parece que en el cielo habría pedido a la Santísima Trinidad que mi hermanita venga a ocupar mi lugar en este Carmelo. Su querida mamá me perdonará. Ahora que el Señor parece querer dejarme todavía en la tierra, no se inquietará.

Querida Germanita, el consejo que le han dado es muy bueno. Sea fiel a sus propósitos, ejercítese en el camino del sacrificio y de la renuncia, pues para toda vida cristiana esta debe ser la ley principal, y con más razón para un alma que, como la suya, aspira a seguir al Señor muy de cerca, cualesquiera que sean sus designios sobre ella. Viva siempre con El dentro.

Esto supone una gran mortificación, porque para unirse así continuamente a El hay que saber dárselo todo. Cuando un alma es fiel a los menores deseos de su Corazón, Jesús, por su parte, es fiel en guardarla y se establece entre ambos una dulcísima intimidad… Le pido que El sea siempre el Maestro que la instruya en el secreto de su alma. Germanita, esté muy atenta a su voz y recuerde que cuando El toma así lugar en un corazón es para vivir en él “solo y separado”. Usted comprende en qué sentido digo esto. No hablo de la vida religiosa, que es la gran separación del mundo, sino de ese desprendimiento, de esa pureza que pone como un velo sobre todo lo que no es Dios y nos permite adherirnos sin cesar a El por la fe. Que el Padre la cubra con su sombra y que esa sombra sea como una nube que la envuelva y la separe. Que el Verbo imprima en usted su belleza, para mirarse en su alma como en un otro El mismo. Que el Espíritu Santo, que es el Amor, haga de su corazón una pequeña hoguera que alegre a las Tres Personas con el ardor de sus llamas. Pero no olvide que el amor, para ser verdadero, tiene que ser sacrificio: “El me ha amado y se ha entregado por mí” (Gal 2, 20). He ahí el fin de amor. Para probar a Jesús lo mucho que le ama, sepa olvidarse siempre para hacer la felicidad de sus seres queridos y sea siempre fiel a todos sus deberes, a sus propósitos. Viva más de la voluntad que de la imaginación. Si siente su debilidad, mi querida Germanita, el Señor quiere que la aproveche para hacer actos de voluntad, que le ofrecerá como otros tantos actos de amor, que llegarán hasta su Corazón para conmoverle deliciosamente. La ama tanto, hermanita; la quiere para El, cualquiera que sea el camino que deba seguir en la tierra. ¡Oh!, ¿no es verdad que nuestra alma tiene necesidad de sacar fuerza de la plegaria, sobre todo en la oración, en el diálogo íntimo, donde toda el alma se derrama en Dios y Dios se derrama en ella para transformarla en El mismo? Esta es mi única ocupación en mi celdilla, que es un verdadero paraíso. ¡Qué lástima que no pueda venir a hacerme una pequeña visita! Pero en el Corazón de Jesús, en la Santa Trinidad, nuestras almas se encuentran y no son más que una.

Abrace por mí a su querida mamá, que es un poco la mía, ya que usted es mi hermanita, como también Ivonne, a quien también abrazo con mucho afecto.

Me acuerdo mucho de Alberto y me gustaría saber el resultado de sus exámenes. ¿Cómo está el señor de Gemeaux? Dígale que le guardo un recuerdo fiel. Me gusta recordar nuestras felices reuniones en Gemeaux. Adiós, mi querida Germanita. “Que su vida esté escondida en El con Jesucristo” (Col 3, 3). La regalo esa sentencia de San Pablo que tanto dice a mi alma. Soy su hermana para la eternidad.

I. de la Trinidad.

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279 A la hermana María de la Trinidad – )10 de junio de 1906?

Mi querida madrecita:

Por mi culpa no tuviste noticias mías. Nuestra Madre me dijo ayer que te escribiese y no lo entendí. Pero pienso que sabías por Guita que puedes estar muy tranquila respecto a mí y aprovechar plenamente tu estancia con tan buenos amigos. Di a mi otra madrecita que la agradezco su carta, sus atenciones para conmigo y contigo, pues te amo más que a mí misma y todas sus atenciones para contigo me llegan a lo profundo del corazón. ¡Qué alegría saber que estás con ella, con mi hermanita y el buen Carlos! Yo estoy también con vosotros, y no creo que lo pongáis en duda, pues ese dulce hogar ¿no era en otro tiempo también el mío? ¡Me sentía hija de la casa! Creo que el alma de tu carmelita asiste contigo al triunfo en honor de nuestras beatas mártires. ¡Oh, qué dicha si tu hija pudiera dar también a su Dios el testimonio de su sangre! Esto merecería su sueño del cielo. Pero el cielo, en verdad, ella le ha encontrado en la tierra. Esta mañana se lo decía a nuestra Madre. Oh, ya ves, hay un dicho de San Pablo que es como un resumen de mi vida y se podría escribir sobre cada uno de sus instantes:

“Propter nimiam charitatem.” Sí, todas estas oleadas de gracias son “porque El me ha amado” (Ef 2, 4). Mamá querida, amémosle, vivamos con El como con un ser amado del que no podemos separarnos. Ya me dirás si progresas en el camino del recogimiento en la presencia de Dios y si corres con fidelidad los granos de la decena. Ya sabes que soy la madrecita de tu alma; por eso estoy llena de solicitud por ella. Recuerda estas palabras del Evangelio:

“El reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17, 21). Entra en ese pequeño reino para adorar al Soberano que en él reside como en su propio palacio. Te ama tanto… Te ha dado tantas muestras pidiéndote frecuentemente en el camino de tu vida ayuda para llevar su cruz. Margarita debe venir hoy. Me alegro, pues creo que me enseñará lo que le has enviado.

Me gustaría tener noticias tuyas a través de ella y pensar que ella te las dará también. Estáte tranquila. Ya sabes la Madre que tengo a mi lado y cuán bien me cuida. Me hace comer delante de ella para ayudarme a comer más.

Estos días no ha podido hacerme llevar a la terraza, a causa del demasiado viento, que me hubiera molestado demasiado. Lo sentía, porque la gusta que tome el aire libre y también al médico.

Adiós, mamá querida. Junto al pequeño grupo de la calle Vavin para enviarle lo mejor que hay en mi corazón. Dales gracias de mi parte por lo que hacen contigo.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Recuerdos a Margarita. Ruego por ella.

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280 A su madre – 12 de junio de 1906

A la hermana Marta de Jesús [¿Primavera de 1906?] Madrecita querida:

Usted llena tan bien los platos de su hija que no tiene necesidad de mandarle queso después de la misa. Le sobra bastante de por la noche y está todavía frío. Lo prefiero así, ya le diré por qué. Ruego por usted, madrecita, y mi Maestro me encarga decirle que viva muy cerca de El, mejor en El. Entonces las actividades exteriores, los ruidos de dentro no serán obstáculo. Es el Señor quien la librará. Mírele, ámele, madrecita querida.

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281 A la hermana Marta de Jesús – ¿primavera de 1906?

¡Si supieras el don de Dios y quién es el que te crucifica! ¡Es el AMOR!

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282 A la hermana Marta de Jesús – ¿primavera de 1906?

Querida madrecita:

¡Qué contento está el Esposo viendo que una mano maternal había preparado todo blanco y limpio el pequeño lecho de la esposa! A su vez El quiere hacerla toda pura y hermosa con su toque divino, en un abrazo adorable. Madrecita, mírele: “El que le mira resplandece”, dice el salmista.

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283 A la hermana Marta de Jesús – a partir del 15 de junio de 1906

Las riquezas de nuestra pobreza.

De su plenitud hemos recibido todo (Jn 1, 16)

PROPTER NIMIAM CHARITATEM (Ef 2, 4),

Movido por su inmenso amor hacia nuestra venerada Madre, el Maestro adorado ha hecho penetrar a sus dos alabanzas de gloria en sus profundidades para hacerlas sus cómplices y enriquecerlas con gracias inefables. Desde este día no cesan de orar y sumergirse en el cielo de su alma, para ser fieles a la misión que les ha sido confiada.

FLORES MISTICAS

recogidas con el Esposo en su jardín cerrado, por sus dos “Laudem gloriae” para su Madre tan querida.

TREINTA Y TRES COMUNIONES

en las que hemos pedido al Maestro llenar por la plenitud de su vida los vacíos que pudieran encontrarse en los años de nuestra venerada Madre, y también para que El la encierre cada vez más profundamente en la “santa fortaleza del santo recogimiento”, donde su amor desea sepultarla para llenarla de sus riquezas infinitas.

PARA ESTA MISMA INTENCION

nuestra Madre nos ha rogado ofrecer todas las misas que se celebran cada día, juntamente con todos los actos de voluntad (como actos de amor) por los que entramos en la santa fortaleza.

TAMBIEN CADA DIA

la Hora de Prima, para que la Santísima Trinidad llene cada vez más el cielo de nuestra Madre amada, donde tanto nos gusta adorarlo.

SETENTA Y DOS MAGNIFICAT

a la Santísima Virgen, la más bella Alabanza de gloria del Señor y también la que penetró más profundamente en la santa fortaleza del santo recogimiento.

TODO ESTO

depositado en el fondo del cáliz en que la Sangre del Cordero será ofrecida cuatro veces el día de Santa Germana por nuestra Pastora y nuestra Reina.

Y ahora ¿qué pagarán al Señor sus dos alabanzas de gloria por el don que les ha hecho de una Madre tan buena, que ha consentido con gusto en no ser más que una con ellas a imagen del

DIOS, TRINO Y UNO?

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284 A la Madre Germana – 15 de junio de 1906

Mi querida madrecita:

¡Qué contenta estoy de que tu estancia se prolongue!… Me conforta saber que estás junto a la querida señora Hallo. Tu cariñosa carta y las excelentes noticias de tu salud me han llenado de gozo. Vi a Guita el martes con las pequeñas. Dos auténticos amores. Mi amable enfermera las ha visto al venir a abrir la reja, lo que ha sido para ella una verdadera alegría, pues tiene un corazón muy sensible y la interesa todo lo que se refiere a mí.

Sabel estaba tan simpática arrodillándose para hacer su oración. ¡Son tan puros estos angelitos! Creo que la mirada del Maestro debe posarse en ellos con gusto, y su esposa hace lo mismo.

Nuestra Reverenda Madre se ha emocionado con tu carta. La medalla le ha gustado mucho, me ha dicho que era demasiado bonita. Esta buena Madre está muy emocionada por estas afectuosas atenciones y ¡te quiere tanto! Le he ofrecido tu recuerdo con mucho gusto… Ayer por la noche fue mi fiesta íntima. Se la voy a contar a mi otra mamá, que había hecho bien el gasto; ella te lo contará. Estabais junto a nosotras. Creo que habréis notado todo el agradecimiento de las dos hermanitas, tan felices festejando a una Madre a quien no se podrá amar demasiado. He aquí que ha comenzado la solemne octava de la fiesta del Corpus. Este año hemos tenido el Santísimo Sacramento en la capilla. Me gustaba tanto pasar allí las horas y los días enteros… Pero me gusta más la voluntad de mi Maestro adorado y para mí no hay sacrificios. Si no puedo ir a El, es El quien viene a mí, para abrazar mi alma con la ternura de una madre. Tu hija es verdaderamente una creatura feliz, una niña mimada por el Señor. ¡Cómo piensa junto a él en su madrecita, a quien cada vez ama más! No estarías contenta si no te hablase de mi salud. Puedes estar tranquila sobre este particular. Me sigo alimentando con queso blanco y pan de Brujas. Tomando así, a cada hora, mi estómago se fatiga menos. Guita me envía siempre el helado y chupo sus chocolates. Es mi Maestro el que me da todas estas golosinas, por eso no tengo escrúpulos. Estos días el tiempo no me ha permitido ir a la terraza y no he abandonado mi pequeño santuario, si no ha sido para ir a cantar a nuestra Madre el jueves por la noche en el capítulo, que está cerca de la enfermería. Me llevaron en la hamaca durante unos instantes. Era la primera vez que veía a mi querida comunidad después de tres meses. ¡Si supieses lo contentas que estaban mis hermanas y cómo me rodeaban!… Es conmovedor ver cómo nos amamos en el convento. Adiós. Termino, pues nuestra Madre va a venir a buscar mi carta. Te abrazo como te amo. Tu feliz carmelita

Sabel.

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285 A su madre – 16 de junio de 1906

Mi querida madrecita y mi hermanita:

¿Cómo agradecerles la inmensa alegría que han ofrecido al corazón de la enfermita? No sé cómo expresarles mi gratitud por todas sus bondades, y veo que sólo mi Maestro puede pagar mis deudas. Gracias a vuestro envío mi fiestecita resultó completa. El hermoso cáliz, que superaba todas mis esperanzas, llegó perfectamente. Le recibí ayer por la mañana con las lindas cintas de estola. Me emocionó. Sentía que todo su corazón estaba en este paquete. Por la noche, en nuestra celdilla, presente nuestra Madre y sus dos Benjaminas, tuvo lugar su fiesta íntima. Mi querida hermanita, que es un verdadero serafín, les pagará ante el Señor la alegría que le habéis dado.

Ella había distribuido sobre una mesilla con flores toda una exposición. Su hermoso cáliz estaba en el lugar de honor con la bella estampa de la Santísima Trinidad, por la que tengo que darles un sentido gracias. Las cintas flotaban a cada lado. La medalla de mamá y un pequeño regalo de Guita también estaban allí. Además, algunas labores de mano. Finalmente, ramilletes místicos, de los que vuestra misa era la más bella flor. Eramos tan felices festejando a nuestra Madre tan buena… Me encarga de expresaros todo su agradecimiento. Adiós. Les dejo, pues mi mano está muy perezosa; no así mi corazón, que está junto a ustedes, olvidando la distancia que hay entre París y Dijon. Gracias una vez más. Reúno a vuestro querido trío para enviarle todo mi corazón. Su hija y hermana.

M. I. de la Trinidad.

Gracias por sus atenciones con mi querida mamá.

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286 A la señora y a María Luisa Hallo – 16 de junio de 1906

Mi querida madrecita:

Nuestra Madre, que comprende tan bien tu corazón materno, acaba de decirme que te escriba, y lamentaba que no hayas tenido ayer noticias. Pero ya sabes el proverbio: “Las malas noticias llegan las primeras.” Hoy soy yo quien vengo a decir a mi querida mamá que su enfermita continúa mejorando.

Tiene más fuerza para sentarse en la cama, y su cabeza está muy asentada.

Pero las piernas no la quieren sostener. Si no fuera por esto, podría valerse para hacer algunos pequeños servicios, que sus enfermeras se apresuran a hacerle con tanta caridad y afecto. Esta mañana nuestra Madre me ha concedido la gran alegría de asistir a la misa desde la tribunilla y estar una hora larga después con el Santísimo Sacramento. Estaba colocada en la hamaca y estaba allí precisamente a la altura y enfrente del Santísimo Sacramento, como una reina a la derecha de su Esposo. He usado de todos mis derechos sobre su corazón en favor del pequeño grupo de la calle Vavin, para que derrame sobre él con abundancia las mayores riquezas de su gracia.

Ayer pasé hora y media en la terraza por la mañana, y lo mismo por la tarde. Como tiene ventanas que dan al coro, he oído cantar la Exposición.

Nuestra Madre misma había puesto allí la hamaca. Oh, ya ves, es emocionante ver su bondad maternal para con tu pequeña. Le digo a veces que ella me ha impedido marchar al cielo. Tu cariñosa carta me ha interesado mucho. ¡Qué hermosa debió ser la ceremonia de nuestras Beatas y cómo debiste dar gracias al Señor, que me ha traído a esta montaña del Carmelo, a esta Orden ilustrada con tantos santos y mártires! ¡Oh, qué feliz sería si mi Maestro quisiese que también yo derrame mi sangre por El! Pero lo que sobre todo le pido es ese martirio de amor que ha consumido a mi santa Madre Teresa, a quien la Iglesia proclama “Víctima de caridad”; y ya que la Verdad ha dicho que la mayor prueba de amor era dar la vida por quien se ama (Jn 15, 13), le doy la mía. Hace mucho tiempo que es suya para que haga lo que le agrade, y si no soy mártir de sangre, quiero serlo de amor.

Me alegro leyendo el librito de la querida señora Hallo. Dale las gracias por esta nueva golosina, como por todo lo que me ha enviado para nuestra Madre. Eso me causó un inmenso gozo. No esperaba un cáliz tan bonito y su buen Ángel ha contado todos los pasos que yo le he hecho dar. Estoy muy contenta de que tu estancia se prolongue y que tu salud esté tan bien. Es, sin duda, por los cuidados de la señora Hallo. ¡Qué bien has hecho yéndote a reponer con ella de los sobresaltos que yo te he dado!… Vino la señora de Vathaire, diciendo que le habías dado permiso para verme. Me ha extrañado.

Nuestra Madre, que quiere tanto darte gusto, hace una excepción contigo.

Pero es contra nuestras Reglas llevar las hermanas enfermas para recibir visitas como ésa (de la señora de Vathaire). Nuestra Madre ha dicho que a ella le gustaría más hacer esto con la señora de Sourdon, que ha sido tan buena conmigo este verano antes de marchar de Dijon. Por lo demás, yo no habría tenido fuerzas para mantener la conversación con la reja cerrada.

Cuando me confieso apenas si puedo decir mis pecados. No veo a mis hermanas si no es como la otra noche, como te he dicho, lo que, sin embargo, me fatigaría menos. Le escribiré unas letritas a la señora de Vathaire para explicarle esto.

Di a la señora Hallo que pido por su querido turista, para que la Virgen envíe sus ángeles y le protejan; a María Luisa, que el viernes le haré una fiesta solemnemente en el Corazón de Jesús y le doy cita en ese Horno de amor. Adiós, mamá querida. Piensa que El mora en tu alma y quiere que te encierres con El para amarlo y adorarlo. Es allí donde El te llevará todas las ternuras de tu hija querida.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Abraza a mi otra mamá y a mi hermana, dales una vez más las gracias por ti y por mí.

¡El viernes no dejes de hacer oración en el tren. Es un sitio oportuno, según recuerdo.)

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287 A su madre – 19 de junio de 1906

Desde el pequeño cielo de mi alma.

Querida pequeña hostia de alabanza:

Como no te vi ayer con mamá, he pedido a “nuestra” amada Madre poder contarte nuestra pequeña fiesta íntima, a la que asistieron mis tres pequeñas hostias. La hermana del Niño Jesús ¡la otra hostia de alabanza que me ha declarado que amaba a Guita tanto como a mí¡ había llevado un hermoso ramillete que hacía de fondo de nuestra exposición. En el medio estaba el querido grupo, y te aseguro que es el que nuestra Madre ha… mirado más entre todos nuestros regalos. El cáliz, que es verdaderamente magnífico, contenía tres pequeñas hostias, que te representaban con los angelitos, y además una por ella y otra por mí. María Luisa había enviado también cintas, como nosotras las poníamos a las estolas en el ropero. Flotaban alrededor.

Tu querido libro, con tu firma, estaba delante. Las dos cosas emocionaron a nuestra Madre, y te estoy muy agradecida por el libro. ¡Cómo has corrido para satisfacer mi deseo! La imagen de la Santísima Trinidad, la medalla y mis pequeños trabajos, llevados a cabo con tanta alegría por mi Madre, que tanto quiero, adornaban lo demás de la mesita. Allí estaba tu carta con nuestros ramilletes espirituales. Ella causó un gran placer a nuestra Madre, que es de hecho tu Madre. Además hemos cantado coplillas, compuestas por mi hermana del Niño Jesús y yo. ¡Estábamos tan felices por poder manifestar en la intimidad nuestro amor por una Madre que nos comunica tanto al Señor! Nuestra Madre ha descubierto un deseo de su hija, al escribir a mamá que le traiga un libro titulado El Admirable, que en efecto lo es. Al abrirle, hallo estas líneas que te mando para alimento de tu alma: “El más santo es el que más ama; el que mira más a Dios y satisface más plenamente las necesidades de su mirada”. ¿No es muy bello, pequeña alabanza de gloria? Y nosotras pensamos también al unísono que es esto lo que nuestro Maestro nos pide… ¡Oh, ya ves, tengo tantos deseos sobre tu alma! O mejor, no tengo más que uno: que ames, que seas toda amor, que no te muevas más que en el amor, que hagas la felicidad del Amor. Que El cave en tu alma su abismo y que estés allí, siempre presente a El: “Al que busca y gusta de Dios en todo, nadie le puede impedir estar solo en medio de una multitud. Las cosas que cambian no le pueden vencer. Tiene ante ellas la mirada simple e inalterable, pues pasa por encima de ellas, mirando a Dios”.

He aquí lo que acabo de leer para ti en mi hermoso libro. Pequeña alabanza de gloria, cantemos juntas nuestro himno al Amor, día y noche.

Digamos con David: “Quiero despertar la aurora”, es decir: Antes de que ella aparezca, yo amo… ¡Es tan sencillo el amar! Es entregarse a todos sus mandatos, como El se entregó a los del Padre. Es morar en El, porque el corazón amante no vive ya en sí, sino en el objeto de su amor. Es sufrir por El, acogiendo con alegría cada sacrificio, cada inmolación, que nos permiten alegrar su corazón. Que El te enseñe la ciencia del amor en tu soledad interior. Yo te guardo en la mía. Me parece que tú estás allí muy cerca de mí, “dentro de mí”, en mi cielo. Es desde allí desde donde te escribo y pido a mi Trinidad una bendición para mis tres queridas y pequeñas hostias de alabanza.

M. I. de la Trinidad, alabanza de su gloria.

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288 A su hermana – 24 de junio de 1906

Estaba impaciente, queridísima señora, por manifestarle mi gratitud por todas sus atenciones para con mi querida madre, a quien usted me ha devuelto con un aspecto magnífico. Ella me ha contado todas sus atenciones y delicadezas y los deliciosos días que ha pasado con usted. Ya puede adivinar el interés con que su segunda hija escuchaba el relato de estas cosas, así como los detalles de su vida, de su apostolado, etc. ¡Qué consuelo para sus almas poderse emplear así por la gloria de Dios, en medio de ese París donde tanto se le ofende! Me han interesado mucho los detalles de la hermosa ceremonia en honor de nuestras bienaventuradas mártires, como también el librito. Gracias también por las Máximas de nuestro Padre San Juan de la Cruz, que hacen las delicias de mi alma. ¡Qué tesoro me ha enviado, y cuán feliz soy de tenerlo para nuestro uso; podré aprovecharme de él en todas mis necesidades! Unión en el sufrimiento. Me parece que esta enfermedad me acerca más a usted, pues, como la suya, me parece un poco misteriosa y yo la llamo la enfermedad del amor, porque es El, ¿no es verdad, madrecita mía?, el que nos trabaja y nos consume. Estoy siempre en mi pequeño lecho, completamente en las manos de mi Maestro, alegre de antemano por todo lo que haga. Sé por mamá lo que ha tenido que caminar para satisfacer mis deseos y le envío todo el agradecimiento de mi corazón, juntándola con mi querida María Luisa para darle cita en su abrazo divino, en el horno de su Corazón.

Su segunda hija,

H. M. I. de la Trinidad.

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289 A la señora Hallo – 25 de junio (o poco después) de 1906

Mi querida Cecilita:

No puedo decirte la emoción que me ha producido tu carta. Me parecía que me traía tu corazón. Ha venido a visitarme en la soledad de la enfermería, donde estoy desde hace tres meses. He estado persuadida de que me iba al cielo. La muerte es tan dulce para una carmelita que su perspectiva sólo me producía alegría. Estaba convencida de que ella no me separaría de los que amo, como las rejas que me ocultan no me han separado. Tú sabes que con el corazón soy tu madrecita y si hubiese ido al cielo, lo sería más todavía. A veces se piensa que en el claustro no se sabe amar, pero es todo lo contrario, y de mi parte te digo que nunca he amado más. Me parece que mi corazón se ha ensanchado, y mi querida Cecilia tiene en él un lugar muy grande, como también su madrecita, de la que me he sentido siempre tan querida. ¡Oh, cuánto pienso en las hermosas vacaciones en Saint Hilaire! No he olvidado nada, incluido el “paso de cuatro” bailado por mi Cecilita. Te escribo desde mi camita, pues no tengo fuerzas para levantarme. Si vieras lo bien cuidada que estoy… Nuestra Reverenda Madre es una verdadera madre para mí. Me llena de atenciones, como una madre colmaría a su hijito. Oh, mi Cecilita, ¡qué feliz soy en mi Carmelo! Después del cielo me parece que no se puede tener más felicidad, y esta felicidad es como un preludio porque su objeto es sólo Dios. Y como en el cielo no se olvida a los que están en la tierra, tu Isabel piensa en los que ella ha dejado y pide por ellos. Te abrazo, y también, a tu madrecita y a tu abuela. Recuerdos a tu buen padre.

Me gusta mucho su gran corazón. Recuerdos también a Antonio. Tu madrecita.

Hna. Isabel de la Trinidad.

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290 A Cecilia Lignon – fin de junio de 1906

“Sólo Dios basta”.

[Fin de junio de 1906] Hace mucho tiempo que no la veo, mi Luisita, y no sé si la veré de nuevo en la tierra. Por eso he pedido permiso a nuestra Madre para escribirla esta cartita desde mi camita, donde el Señor se complace en retenerme desde hace tres meses. No sé si me llevará pronto a su cielo, al que mucho deseo. Pero antes de morir quería decirle que tanto en el cielo como en la tierra, y con mayor razón, la miraré siempre como a mi hijita. Pido a nuestro Señor que sea El mismo su Maestro, su Amigo, su Confidente, su Fortaleza. Que haga de su alma un pequeño cielo adonde pueda descansar con alegría. Quite de ella todo lo que pueda disgustar a su mirada divina. El ama los corazones valientes y generosos, y decía a una de sus santas: “Tu medida será mi medida”. Hágale, pues, una medida muy ancha. Desea tanto llenar a su Luisita… Y además, recuerde que el amor debe llevar al sacrificio. San Pablo nos lo dice hablando del Maestro: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). ¡Que su santa voluntad sea la espada que la inmole a cada instante! Vaya a aprender esta ciencia junto a Jesús en el jardín de la agonía, cuando su alma triturada gritaba: “Que se haga vuestra voluntad y no la mía” (Mc 14, 36). Mi Luisita, viva con El donde esté y en cualquier cosa que haga. El no la deja jamás. Permanezca, pues, sin cesar con El. Entre en el interior de su alma; allí le encontrará siempre con deseo de hacerla bien. Adiós, hijita mía. ¿Quiere ayudarme a darle gracias? El ha hecho realidad todos mis deseos, y espero que iré muy pronto a verle en su luz, en su belleza, para cantar con el cortejo virginal el cántico del Cordero (Ap 14, 4, y 15, 3).

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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291 A Luisa Demoulin – fin de junio de 1906

«Sólo Dios basta»

Hace mucho tiempo que no la veo, mi Luisita, y no sé si la veré de nuevo en la tierra. Por eso he pedido permiso a nuestra Madre para escribirla esta cartita desde mi camita, donde el Señor se complace en retenerme desde hace tres meses. No sé si me llevará pronto a su cielo, al que mucho deseo. Pero antes de morir quería decirle que tanto en el cielo como en la tierra, y con mayor razón, la miraré siempre como a mi hijita. Pido a nuestro Señor que sea El mismo su Maestro, su Amigo, su Confidente, su Fortaleza. Que haga de su alma un pequeño cielo adonde pueda descansar con alegría. Quite de ella todo lo que pueda disgustar a su mirada divina. El ama los corazones valientes y generosos, y decía a una de sus santas: «Tu medida será mi medida». Hágale, pues, una medida muy ancha. Desea tanto llenar a su Luisita… Y además, recuerde que el amor debe llevar al sacrificio. San Pablo nos lo dice hablando del Maestro: «Me amó y se entregó por mí» (Gal. 2, 20). (Que su santa voluntad sea la espada que la inmole a cada instante!

Vaya a aprender esta ciencia junto a Jesús en el jardín de la agonía, cuando su alma triturada gritaba: «Que se haga vuestra voluntad y no la mía» (Mc 14, 36). Mi Luisita, viva con El donde esté y en cualquier cosa que haga. El no la deja jamás. Permanezca, pues, sin cesar con El. Entre en el interior de su alma; allí le encontrará siempre con deseo de hacerla bien. Adiós, hijita mía. ¿Quiere ayudarme a darle gracias? El ha hecho realidad todos mis deseos, y espero que iré muy pronto a verle en su luz, en su belleza, para cantar con el cortejo virginal el cántico del Cordero (Ap. 14, 4, y 15, 3).

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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292 A su hermana – principios de julio de 1906

Querida hermanita:

Estoy muy apurada, porque es la hora de la oración y nuestra Madre vendrá a por la carta; pero quiero que tengas una palabrita de mi corazón.

Espero me escribas algo sobre tu alma, ¿no es así, mi pequeña? Estoy leyendo cosas magníficas en el libro de mamá (díselo). Habla continuamente de ese “abismo” interior donde debemos sumergirnos y perdernos, ese abismo de amor que tenemos en nosotros y en el que nos aguarda la bienaventuranza, si somos fieles para entrar en él. Hermanita, unión en ese movimiento tan sencillo, en esa bajada a nuestro abismo interior. Nuestra Madre se pregunta si te sería posible, Guitita, mandar que nos traigan el Niño Jesús de Praga para el 16 de julio. Nosotras volvemos a poner las estatuas en la capilla. Monseñor vendrá sin duda a la Exposición y te agradecería mucho si pudieras hacer que nos manden el Niño Jesús. Incluso nuestras hermanas podrían ir a buscarlo, si no encontrases a nadie que lo haga. Gracias por adelantado. Adiós, hermanita. ¡Qué feliz eres atendiendo a nuestra querida mamá! Esto entre las dos, ¿verdad? A ti y a los angelitos os envío todo mi amor, pasando por el de los Tres, el mar inmenso; que él os sumerja.

Sabel, Laudem gloriae

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293 A Clemencia Blanc – (hacia principios de) julio de 1906

“Mi vocación es el amor”.

Mi queridito Tobías

Mi corazón de Angel ha sido conmovido deliciosamente por su amable carta. Me agrada mucho que sienta hasta qué punto es verdad que no la abandono. Me parece que mi oración y mis sufrimientos son las alas con las que la cubro para “guardarla en todos sus caminos”. Si supiera con qué alegría soportaría los más crueles dolores para obtenerla siempre mayor felicidad y más amor… Usted es la niña querida de mi alma y yo quiero ayudarla, ser su Angel invisible, pero siempre presente, para socorrerla.

Sí, hermanita, creo que es el amor el que no nos permite detenernos mucho tiempo en la tierra. Por lo demás, San Juan de la Cruz lo dice expresamente.

El tiene un capítulo admirable donde describe la muerte de las almas víctimas del amor, los últimos ímpetus que él hace en ellas. Además, todos los ríos del alma van a perderse en el Océano del amor divino, parecidos ya a los mares por su inmensidad. Hermanita: San Pablo dice que “nuestro Dios es un Fuego consumidor” (Heb. 12, 29; Dt. 4, 24). Si permanecemos siempre unidos a El con una mirada de fe sencilla y amorosa; si, como nuestro Maestro adorado, podemos decir en la tarde de cada jornada: “Porque amo a mi Padre, hago todo lo que le agrada” (Jn 8, 29), El sabrá bien consumirnos y como dos pequeñas llamitas iremos a perdernos en el inmenso Fuego para arder a nuestro gusto durante la eternidad. Me dice que pida una señal al Señor para saber si nos volveremos a ver y si usted volverá a tomar su lugar junto a vuestro Angelito. Pero, no obstante mi deseo de darle gusto, no puedo hacerlo. No es ése mi estilo, me parece que sería salir del abandono. Lo que puedo decirle, hermana querida, es que usted es amada, muy amada por nuestro Maestro y que El os quiere suya. Tiene para con su alma celos divinos, celos de Esposo. Guárdele en su corazón, “solo y separado”; que el amor sea su claustro. Usted le llevará a todas partes y así encontrará la soledad incluso entre la muchedumbre. He leído que “el más santo es el que más ama, el que mira más hacia Dios y satisface con más plenitud las necesidades de su mirada”. Que éste sea nuestro programa. Adiós, hermana tan querida. Todo me habla de mi partida a la casa del Padre. Si supiese con qué alegría serena aguardo el cara a cara… En el seno de la luz deslumbradora estaré siempre inclinada hacia mi hija querida para guardarla para su Maestro como un hermoso lirio, para que pueda cogerle con gusto para su jardín virginal y posar su mirada consumidora sobre esta flor cultivada por El con tanto amor. En El la abraza su Angelito.

Hna. I. de la Trinidad

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294 Al canónigo Angles – 8 o 9 de julio de 1906

“Deus ignis consummens”.

Supongo que el Maestro le habrá llevado todos los mensajes de su pequeña esposa y que conoce ya toda la gratitud que querría expresarle hoy. Usted adivina con qué alegría he ofrecido su ramillete divino a mi Madre tan amada, la cual me encarga manifestarle todo su reconocimiento. ¡Gracias por la felicidad que ha causado a mi corazón! Su cariñosa carta me ha producido un gozo grandísimo. ¡Oh, cuánto aprecio el pensamiento de San Pablo que me ha enviado! Me parece que se realiza en mí, tendida en esta camita, que es el altar donde me inmolo al Amor. Oh, pida que el parecido con la Imagen adorada sea cada vez mayor: “Configuratus morti eius”. Esto es lo que me persigue sin cesar, lo que da fuerza a mi alma en el dolor. Si usted supiese la obra de destrucción que siento en todo mi ser. Es el camino del Calvario que se ha comenzado y estoy muy contenta de caminar como una esposa al lado del divino Crucificado. El 18 cumpliré veintiséis años. No sé si este año se acabará en el tiempo o en la eternidad. Le pido, como un hijo a su padre, que tenga la bondad de consagrarme en la santa Misa como una hostia de alabanza a la gloria de Dios. ¡Oh, conságreme de tal modo que ya no sea yo, sino El! (Gal 2, 20), y que el Padre, al mirarme, pueda reconocerle. Que “yo sea conforme a su muerte” (Fil. 3, 10), que yo sufra en mí lo que falta a su pasión por su cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24), y además, báñeme en la Sangre de Cristo para que sea fuerte con su fuerza. Me siento tan pequeña, tan débil… Adiós, querido señor canónigo. Vi a mi querida mamá la semana pasada; la encuentro muy fatigada. Se está echando a perder. El médico ha dicho a Guita que se está quedando muy débil. Le digo todo esto para que lo trate con el Señor. Le pido me bendiga en el nombre de esa Trinidad a la que estoy consagrada particularmente. ¿Quiere consagrarme también a la Santísima Virgen? Es ella, la Inmaculada, quien me ha dado el hábito del Carmelo, y le pido que me vista con ese “vestido fino de lino” con el que la esposa se prepara para ir al banquete de bodas del Cordero (Ap 19, 89). Crea, querido señor, en el respetuoso afecto de la pequeña carmelita que se llamará hija suya tanto en el cielo como en la tierra. Hna.

I. Isabel de la Trinidad.

El 2 de agosto cumpliré cinco años de vida religiosa.

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295 A su madre – 11 de julio de 1906

Querida mamá:

Acabo de leer tu amable carta y respondo inmediatamente. ¡Cuánto me alegro de saber que te asiste Guita en esta crisis! ¡Cuánto quisiera que el Señor me diera todas tus enfermedades!… Pero te amo demasiado y quiero permitirle que te haga partícipe de su cruz. Mi estómago sigue recalcitrante a los alimentos; pero figúrate… comienzo a andar. No lo comprendo, porque no estoy más fuerte que antes, cuando no podía ni sentarme. El otro día, cuando vino nuestra Madre, me sentía muy fatigada y le dije que me moría.

Ella me respondió que en lugar de hablar así haría mucho mejor probando a caminar. ¡Me gusta tanto obedecerla! Cuando estuve sola, hice algunas pruebas, agarrándome al borde de la cama, pero lo pasé muy mal. Rogué a la hermana Teresa del Niño Jesús no que me curase, sino que me diese fuerza en las piernas y pude caminar. Si me vieses curvada sobre mi bastón como una viejecilla, te reirías. Nuestra Madre me lleva del brazo a la terraza. Estoy muy orgullosa de mis idas y venidas. Estoy impaciente por hacerte una exhibición. Te reirás de seguro, pues estoy extravagante, y me alegraba anunciarte esta buena noticia, pensando que te agradaría. No llores a tu Isabel. El Señor te la dejará todavía un poco. Y además, ¿no estará en el cielo inclinada sobre su madre, esta madre tan buena que ella ama cada vez más? ¡Oh, mamá querida! Miremos al cielo, esto tranquiliza el alma. Cuando se piensa que el cielo es la casa del Padre (Jn 12, 4), que allí se nos espera como a hijos muy queridos que retornan a casa después del destierro, y que para conducirnos allí El se hace nuestro compañero de viaje… Vive con El en tu alma, haz actos de reconocimiento en su presencia; ofrécele los sufrimientos que soportas por tu salud: es lo mejor que podemos darle. Si supiéramos apreciar la felicidad del sufrimiento, estaríamos hambrientos de él. Piensa que gracias a él podemos ofrecer algo a Dios. No perdamos ninguno, pon en él toda tu alegría.

Pero, ¡no faltaba más!, cuídate bien para obedecer a tu carmelita. Déjate mimar por nuestra buena Guita, que es tan feliz haciéndolo. No te preocupes. Es una pequeña crisis que atraviesas ahora. Haz caso a tu Sabel, que tanto pide por su madre querida. El aire puro te restablecerá. Tienes que tomar huevos bien frescos en el campo y buena leche para tu pobre estómago. Me alegrará verte de nuevo. Mientras tanto, vivamos siempre juntas con El. Como en otro tiempo, me hubiera gustado esa vida silenciosa que lleváis en vuestro convento. Esa calma, ese reposo y el afecto de Guita te curarán. ¡Pobre dedito de Sabel, debe hacerla sufrir! Quisiera pasar sólo algunos minutos con el hábito de la buena hermana que la cuida. Pero no; quiero ser el Angel de mis pequeñas, y a un ángel no se le toca, pero está allí, y yo también tengo mis alas para cubrirlas: la oración, el sufrimiento. Acabo pronto para que mi carta pueda salir esta noche. Te abrazo con todo mi corazón desbordante de amor hacia ti. No te preocupes de mi salud ni de la tuya. Nuestra Madre te ama como a una hija y te manda todo su corazón. No puedo hablar más de sus atenciones. Son demasiadas. Sabel.

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296 A la señora de Sourdon – 15 de julio de 1906

Muy querida señora:

Puede suponerse cuánto pido por nuestra querida María Luisa durante la solemne novena preparatoria de la fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Por otra parte, desde hace tiempo trato con la Virgen los asuntos de María Luisa, y usted sabe que no se la invoca jamás en vano. Sólo que los pensamientos de Dios son muy profundos y no son nuestros pensamientos (Is. 55, 8). Sepamos aguardar su hora y acrecentemos nuestra fe, si fuese posible, a la altura de su amor. El es Padre, y aun cuando una madre se olvidase, de su hijo, El no nos abandonará jamás (Is. 49, 15). Querida señora, piense que esta gracia comprada por el sufrimiento y en la espera tranquila y confiada será más grande, más profunda, y que todas las oraciones y sacrificios ofrecidos por la querida pequeña le atraen bendiciones muy especiales. La vuelvo a decir lo mucho que ruego por esta intención. ¡Qué contenta estaría de ser algo en la felicidad de María Luisa! Mi salud sigue más o menos lo mismo, pero figúrese, sin recobrar las fuerzas, un hermoso día de la semana pasada comencé a andar. Había sido forzada a pedírselo al Señor y he sido escuchada inmediatamente. Por ejemplo (a usted se lo digo todo), no puedo pedir mi curación y todo parece hablarme de una partida más o menos cercana. Oh, cómo me alegraré de obtener en la mansión del Padre las gracias que mi corazón agradecido hubiera deseado obtenerla aquí en la tierra… Adiós, querida señora. Crea en el afecto de la pequeña carmelita, que se tiene un poco por vuestra tercera hija. Ella la abraza de todo corazón.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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297 A la hermana María del Santísimo Sacramento – 16 de julio de 1906

Amo Christum

Toda el alma de vuestra hermanita está unida a la suya en esta vigilia del hermoso día en que va a revestir el hábito de la Virgen del Carmelo.

Aprovecho con gusto esta circunstancia para enviarle una palabrita de mi corazón, tan agradecido por las letritas que me ha escrito. Yo estoy cada vez más separada, más sola con el Solo, y le aseguro que en mi pequeño cielo, entre el Esposo y la esposa, se trata frecuentemente de usted. Todos mis sufrimientos, en una palabra, toda mi jornada de mañana será para usted.

Pido al Maestro que la haga una esposa según su Corazón, una de esas almas como las quería nuestra santa Madre Teresa, que puedan servir a Dios y a su Iglesia, apasionada por su gloria y sus intereses. ¿No es verdad que se está muy bien en el Carmelo? Creo que lo cambiaré muy pronto por el cielo; pero el paso me parece muy sencillo y la espera es muy dulce para la esposa que aspira a ver Aquel a quien ama en su gran luz. Tengo que dejarla, pues estoy muy débil y mi buena Madre me regañaría si estuviera muy parlanchina. ¡Ah, si usted la viera a la cabecera de su hija! Nunca podré decir lo que ella es para mí. Pero usted la conoce. Crea que su hermanita usa de todos sus derechos de esposa sobre el Corazón del Maestro en su favor. Como una reinecita a la derecha del Rey (Sal. 44, 11) suplica continuamente para que El la colme de su plenitud, que la enraíce (Ef 3, 17) en su caridad y la rodee de su fortaleza para subir la austera montaña. Le doy gracias por usted. Me alegro de su dicha, “pues usted es de Cristo y Cristo es de Dios” (I Cor 3, 23). En El la amo y soy su afectuosa hermana.

H. M. I. de la Trinidad.

No estoy en estado de escribir a su buena madre, pero lo haré más adelante. Pídale una bendición para su pequeña Casa de Dios. Mi buena enfermera (Ana de Jesús) me encarga decirle que pide mucho por usted y le guarda un fiel recuerdo.

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298 A su hermana – 16 de julio de 1906

“Mi vocación es el amor”.

Querida hermanita:

Tu carta ha sido una alegría más en mi cielo, donde te guardo siempre conmigo. Hoy te he consagrado a la Santísima Virgen juntamente con tus angelitos. ¡Oh, jamás la he amado tanto! Lloro de alegría al pensar que esta creatura totalmente serena y luminosa es mi Madre, y me alegro de su hermosura como un niño que quiere a su madre. Siento una inclinación muy fuerte hacia ella. La he puesto como Reina y Guardiana de mi cielo y del tuyo, pues hago todo por las dos. Querida hermanita, hay que tachar la palabra “desaliento” de tu diccionario de amor. Cuanto más sientas tu debilidad, tu dificultad en recogerte, cuanto más parezca que se oculta el Maestro, tanto más debes regocijarte, porque entonces tú le das, y ¿no es mejor dar que recibir (He. 20, 35) cuando se ama? Dios dijo a San Pablo: “Te basta mi gracia, pues la fortaleza se perfecciona en la debilidad” (II Cor 12, 9), y el gran santo lo había comprendido tan bien que decía: “Me glorío en mis debilidades, porque cuando soy débil la fuerza de Jesucristo habita en mí” (II Cor 12, 9). ¿Qué importa lo que sintamos? El es el Inmutable, el que no cambia nunca. Te ama hoy, como te amó ayer, como te amará mañana. Incluso si le has ofendido, acuérdate que un abismo llama a otro abismo, y el abismo de tu miseria, Guitita, atrae al abismo de su misericordia. Oh, ya ves, El me hace comprender esto, pero es para las dos. El me atrae también hacia el sufrimiento, hacia el don de sí; me parece que esto es el término del amor. Hermanita, no perdamos ningún sacrificio, ¡hay tantos que recoger en un día!… Bastantes ocasiones tienes tú con las niñitas. Ofréceselo todo al Maestro. ¿No te parece que el sufrimiento une a El con un lazo más fuerte?… Por eso, si El tomase a tu hermana, sería para ser más tuyo. Guita, ayúdame a preparar mi eternidad; me parece que mi vida no será muy larga; tú me amas lo suficiente para alegrarte de que yo vaya a reposar adonde vivo desde hace mucho tiempo. Me gusta hablarte de estas cosas, hermanita, eco de mi alma. Soy egoísta, pues tal vez te haga sufrir, pero me gusta elevarte por encima de lo que muere, al seno del Amor infinito. Este es la patria de las dos hermanitas, es allí donde ellas se encontrarán siempre. Oh, Guita, al escribirte esta noche mi alma se desborda, porque siento el “demasiado gran amor” (Ef 2, 4) de mi Maestro y quisiera hacer pasar mi alma a la tuya, para que creas siempre en El, sobre todo en las horas más dolorosas.

Mis piernecitas mejoran, y me aprovecho para ir a hacer visitas a la tribunilla. ¡Es algo divino! Soy la pequeña reclusa del Señor y cuando vuelvo a entrar en mi celdilla para continuar la conversación iniciada en la tribuna se apodera de mí una alegría divina. Amo mucho estar sola con El solo, y llevo una vida de ermitaña verdaderamente deliciosa. Tú sabes que está lejos de verse libre de impotencias; yo también tengo necesidad de buscar a mi Maestro, que se oculta bien. Pero entonces avivo mi fe, y estoy contenta de no gozar de su presencia para contentarle con mi amor. Por la noche, cuando te despiertes, únete a mí. Quisiera poder invitarte a venir cerca de mí. Es tan misteriosa, tan silenciosa esta pequeña celda con sus paredes blancas, en las que resalta una cruz de madera negra sin Cristo: es la mía, aquella en la que me debo inmolar a cada momento para ser conforme con mi Esposo crucificado. San Pablo decía: “Lo que quiero es conocerle a El, el Cristo, y la comunión en sus sufrimientos y la conformidad con su muerte” (Fil. 3, 10). Esto se entiende de esa muerte mística por la que el alma se aniquila y se olvida tan bien de sí misma que va a morir en Dios para transformarse en El. Hermanita: esto pide sufrimiento, porque hay que destruir todo lo que es nuestro, para poner en su lugar a Dios mismo. Desde hace mucho tiempo pienso en Santa Margarita, y hago la pretensión de festejarte mejor que nadie, porque no te ofrezco nada pasajero, sino divino, eterno: me preparo a tu fiesta con una solemne novena. Digo cada mañana SEXTA por ti ‑es la hora del Verbo‑ para que El se imprima tan bien en ti que seas otra como El. Y además NONA, que es la hora del Padre, para que como a una hija muy amada te posea, que la fuerza de su diestra (Sal. 117, 16) te guíe en todos tus caminos y te oriente siempre más hacia ese abismo donde El mora y quiere sepultarte con El.

Te mando este diario con la pequeña ex carmelita. Escóndele bien para que no lo vea mamá. Te enviaré por ella una estampita. Cuídala bien, como lo haces. Me imagino que no vivirá mucho tiempo. Oh, Guita, haz sus últimos años más dulces, más soleados; ella ha sufrido mucho y es una madre tan buena. Tú eres toda su alegría; dale felicidad por las dos. Tenme al corriente de su salud. Adiós. ¿Qué va a decir nuestra Madre, que me prohíbe fatigarme? Pero contigo no siento más que mi amor. Que los Tres bendigan a mis tres pequeñas hostias y hagan en cada una su cielo, el lugar de su reposo. ¡Oh Abismo, oh amor! He aquí nuestro estribillo en nuestras liras de alabanzas de gloria, y así acabo esta carta. ¡Cuánto me alegro que se vaya curando el dedo de Sabel!

Tu hermana y tu madrecita,

Laudem gloriae

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299 A un novicio carmelita – hacia el 17 de julio de 1906

Doy gracias a Aquel que se ha dignado unirnos tan estrechamente en El y le agradezco el haberle tomado con su diestra (Sal. 17, 36) para conducirle a la montaña del Carmelo, toda iluminada por los rayos del Sol de justicia (Ml. 4, 2). Es allí donde, siguiendo a nuestra santa Madre Teresa y a todos nuestros santos, nuestras dos almas, que el divino Maestro ha consumado en El, deben transformarse en esa alabanza de gloria (Ef 1, 12) de que habla San Pablo.

“Ardo de celo por el Señor de los ejércitos” (I Re. 19, 10) fue la divisa de todos nuestros santos; ella hizo de nuestra Madre Santa Teresa una víctima de caridad, como cantamos en su hermoso Oficio. Me parece que si el Señor me deja todavía en la tierra es para que sea también esa víctima de amor, totalmente celosa de su honor. ¿Quiere pedir para su hermanita la realización de este divino programa? Tiene un gran deseo de llegar a ser santa para glorificar a su Maestro adorado.

Dice San Pablo, cuyas magníficas cartas leo frecuentemente, que “Dios nos ha elegido en El antes de la creación para que seamos inmaculados y santos en su presencia en el amor” (Ef 1, 4). Vivir en la presencia de Dios ¿no es la herencia que San Elías ha legado a los hijos del Carmelo, él que en el ardor de su fe gritaba: “Vive el Señor, en cuya presencia estoy” (I Re. 17, 1)? Si usted quiere, nuestras almas, franqueando el espacio, se encontrarán para cantar al unísono esta gran divisa de nuestro padre. Le pediremos el día de su fiesta el don de la oración, que es la esencia de la vida del Carmelo, ese diálogo que nunca cesa, porque cuando se ama, uno no se pertenece a sí mismo, sino al objeto amado, y se vive más en él que en sí mismo.

Nuestro bienaventurado Padre San Juan de la Cruz ha escrito sobre esto páginas divinas en su Cántico y en Llama de Amor viva. Este querido libro es toda la alegría de mi alma, que encuentra en él un alimento muy sustancial.

Pienso con alegría en que se han abierto para usted las puertas del noviciado y pido a la Reina del Carmelo que le conceda el doble espíritu de nuestra querida y santa Orden: espíritu de oración y espíritu de penitencia, pues para vivir continuamente en contacto con Dios hay que estar totalmente sacrificado e inmolado. Tengamos el apasionamiento de nuestros santos por el sufrimiento, y sobre todo probemos a Dios nuestro amor en la fidelidad a nuestra santa Regla. Tengamos una santa pasión por ella. Si la guardamos, ella nos guardará y hará de nosotros santos, es decir, almas tales como las quería nuestra seráfica Madre, que puedan servir a Dios y a su Iglesia.

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300 A su madre – 18 de julio de 1906

Miércoles

Querida madrecita:

Te espero el sábado a la hora indicada. Iré a recibirte a pie, sin bastón. ¡Cuánto me alegro! Te esperaba hoy, y veo que mi Maestro quiere unir a la madre y a la hija en el sufrimiento, ya que tu querida salud es la causa del retraso de tu visita. Te amo demasiado para entristecerme, pues comprendo mejor que nunca cuánto nos ama Dios cuando nos prueba. ¡Qué descanso para mí saberte cuidada por nuestra querida Guita! Déjate cuidar por ella, obedécela en todo, ¿verdad, querida mamá? La Santísima Virgen no ha hecho el milagro que deseabas. Cuando temes, como lo dices en tu amable y querida carta, que yo sea una víctima destinada al sufrimiento, te suplico no te entristezcas, sería tan hermoso… No me creo digna. Piensa que tengo parte en los sufrimientos de mi Esposo y voy a El con mi pasión para ser redentora con El. San Pablo dice que a los que Dios ha conocido en su presencia los ha predestinado para ser conformes con la imagen de su Hijo (Rom8, 29). Alégrate en tu corazón maternal pensando que Dios me ha predestinado y me ha marcado con el sello de la Cruz de su Cristo.

Mis piernas, por ejemplo, mejoran; puedo caminar sin bastón. Me han dado un vestido de enferma muy ligero y con él hago mis idas y venidas, que consisten en ir a la terraza y a la tribunilla. ¡Qué alegría para mi alma! Ya lo adivinas. Varias veces al día voy a hacer largas visitas a mi Maestro y le doy gracias de haberme devuelto mis piernas para llegar hasta El. Estoy leyendo tu querido libro, que es magnífico. Me has hecho un regalo muy precioso, mamá. Le tengo junto a mí, sobre la mesilla que me hace tan buen servicio. Si vieras lo bien instalada que estoy. Invento cada día algo nuevo, y mi querida Madre se sonríe de mis “apaños”. Como ella me cuida y previene todas mis necesidades, le había dicho que tenía la boca mala. Me ha buscado nuevos bombones para aliviarme, y todo así. Tiene intuiciones de madre. Si supieras cuánto te quiere… Es ella quien me ha dicho que te escriba pronto y puedes pensar que no me he hecho de rogar. Hemos tenido una hermosa fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Ya te lo contaré el sábado. Te encargo mi felicitación para Guita. Dirás a la pequeña Sabel que le dé esta pequeña estampa y que la abrace por la tata. Adiós, madre querida. Os junto para abrazaros como os amo. Sé muy prudente, obedece a Guita para darme gusto. Tu hija que te ama más de lo que puede decirte,

M. I. de la Trinidad.

Cumplo hoy veintiséis años.

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301 A su madre – hacia el 26 de julio de 1906

“Dios es Amor” (IJn 4, 16).

Mi madrecita, a quien amo:

¡Qué alegría me produjo tu carta! Esperaba con impaciencia el resultado de la consulta. Había tenido noticias tuyas por Jorge. Se le había llamado para unos asuntos, y después de eso nuestra Madre le hizo subir a la enfermería para verme. Esto era el lunes por la tarde y pudo darme noticias recientes de mi querida mamá. Lo que me ha agradado mucho es ver hasta qué punto tu salud le interesa; habías de ser su madre y no se preocuparía más.

Estaba molesto por no poderte alimentar, y me contenta que hayas podido comer el pollo. Ruego mucho por ti. Déjate cuidar bien por tus hijos, lo hacen con mucho gusto, y tu Sabel te cuida también a su modo. Mira cómo el Señor quiere unirnos mandándonos sufrimientos algo parecidos; es el símbolo de lo que debe pasar en nuestras almas. Oh, madre querida, no puedo decirte hasta qué punto ruego por ti, no ceso. He dicho a mi Maestro que todos mis sufrimientos los ofrecía por ti, pues, ya ves, estoy celosa de la hermosura de tu alma, siento que El la quiere para Sí, y que todas las pruebas por las que te hace pasar te son enviadas para eso. Sí, madrecita, aprovéchate de tu soledad para recogerte con el Señor. Mientras descansa tu cuerpo, piensa que el reposo de tu alma es El, y que como al niño le gusta estar en los brazos de su madre, tú encuentras tu descanso en los brazos de ese Dios que te rodea por todas partes. Nosotros no podemos salir de El, pero, por desgracia, olvidamos a veces su santa presencia y le dejamos solo para ocuparnos en cosas que no son El. Es tan sencilla esta intimidad con Dios…

Esto da descanso más que fatiga ‑como un niño reposa bajo la mirada de la madre‑. Ofrécele todos tus sufrimientos: he aquí una buena manera de unirse a El, y una oración que le es muy agradable. Dirás a la buena hermana María Felipa que tu pequeña carmelita ruega mucho por ella. La amo sin conocerla y le estoy muy agradecida por los cuidados a mi mamá. Es al Maestro a quien ella cuida en ti y Le pido que a su vez El se dé cada vez más a su alma. Me alegro de ver a Guita y me apresuro a acabar para que ella pueda llevarte la carta de tu hijita. Mi salud está igual, pero las piernas están bastante bien. Esta mañana fui a la celda de mi buena Madre sin bastón. Si supieras cuánto piensa y ora por ti. Y si vieras sus atenciones para con la hija de las dos. Ya ves, nunca la amaremos bastante. Adiós, mamá querida, te doy cita bajo la mirada del Maestro. Estemos cerca de El, llevémosle todas nuestras miserias de cuerpo y alma, como los enfermos de otro tiempo que venían a El a través de la Judea. “Una virtud secreta” (Lc 6, 19) saldrá todavía del Maestro, y aun cuando no lo sintamos, creeremos, ¿verdad?, en su acción, que es todo amor. Te quiero y te abrazo como una mamá, la mejor de todas. Cuídate bien.

Sabel.

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302 A su madre – 2 de agosto de 1906

Mi madrecita querida:

Ya adivinas la alegría con que he leído tu amable carta, que me comunicaba mejores noticias sobre tu querida salud. ¡Cómo doy gracias a Dios! Ya ves, hay que escucharme y dejar en mis manos tus cuidados. Con mi Maestro arreglamos muy bien todas las cosas. Yo no te puedo dar noticias mejores; mis piernas se sostienen todavía, pero en cuanto al resto no veo progreso. Y si supieses cuánto me alegra que el Señor me reserve el sufrimiento y no a ti… No puede satisfacerme mejor. Dirás a Guita que su queso era muy bueno, bien espeso y tenía un gustillo que no es el ordinario.

Le darás gracias también por su fino chocolate, que me ayuda a veces a digerir. Te aseguro que hago bien lo que puedo, pero mi estómago no quiere entender. No he visto al doctor Morlot, cosa que ha contrariado a nuestra Madre. Espero al doctor Barbier, pues es su día; si le veo antes, ya le daré tu encargo, estate segura.

Querida mamá, ¿te acuerdas de hace cinco años? Yo sí que me acuerdo y El también… El ha recogido la sangre de tu corazón maternal en un cáliz que pesará mucho en la balanza de su misericordia. Ayer por la noche me acordaba de nuestra última velada, y como no podía dormir me coloqué cerca de mi ventana y estuve allí casi hasta medianoche en oración con mi Maestro. Pasé una velada divina. El cielo estaba tan azul, tan sereno y con un silencio tan grande en el monasterio, y yo repasaba estos cinco años tan llenos de gracias. Oh, madrecita, a quien amo, no te pese la felicidad que me has dado. Sí, gracias a tu “fiat” he podido entrar en la morada santa y, sola con Dios solo, gustar un anticipo de ese cielo que atrae tanto a mi alma.

Esta noche he ofrecido de nuevo el sacrificio que hiciste hace cinco años para que él recaiga en lluvias de bendiciones sobre los QUATRO que más amo.

Mamá querida, vive con El. ¡Ah, querría poder decir a todas las almas qué fuentes de fortaleza, de paz y también de felicidad encontrarían si consintiesen en vivir en esta intimidad! Sólo que ellas no saben esperar. Si Dios no se comunica de una manera sensible, abandonan su santa presencia, y cuando El viene a ellas con todos sus dones, no encuentra a nadie. El alma está fuera con las cosas exteriores, ella no habita en el fondo de sí misma.

Recógete de cuando en cuando, mamá querida, y así estarás cerca de tu Sabel.

He visto a la señora de Sourdon y a Francisca, que me ha traído una provisión de bombones ácidos. Estoy muy contenta de Francisca. Hace dos días que estoy esperando a la señora de Vathaire, que se había anunciado; tal vez esté enferma. La pequeña ex carmelita me ha enviado dos hermosas postales:

la iglesia y vuestra casa. Ha marcado tu habitación y el lugar del jardín donde tú vas. Mira si me dará gusto. Vuestra habitación parece encantadora.

Me alegro de que la señora Guémard viva cerca de vosotras. Dile que pienso frecuentemente en ella y en sus queridas pequeñas. Su hermoso cuadro me ha seguido a la enfermería. Hace bien a mi alma y me gusta mirarlo día y noche.

Adiós, mamá querida. Te reúno con Guita querida y los angelitos para enviaros todo el amor de mi corazón.

I. Trinidad.

Nuestra Madre ha visto a la monja que te cuida y le ha dado noticias mucho mejores. Esto la ha gustado. Hablamos tanto de ti juntas… Ella es siempre una madre para tu Sabel, a quien cuida tan bien. Puedes estar tranquila, te lo aseguro, con esta Madre tan buena. Aprovéchate de tu estancia con Guita. Aquí tenemos diez misas cada mañana. Parece que hay muchos sacerdotes para el Congreso. Puedes adivinar lo feliz que soy de poder ir a mi pequeña tribuna. Tú estás allí conmigo, pues mi mamita querida, mi Guita y yo somos inseparables.

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303 A sor María Felipa – 2 de agosto de 1906

“Mihi vivere Christus est”.

Muy querida hermana:

Una carmelita que no la conoce de vista viene bajo la mirada del Maestro a hacerla una pequeña visita. Sé lo bien que usted cuida a mi querida mamá y esto basta para atraer mi corazón hacia el suyo, ya que el mismo Señor nos ha escogido para ser sus esposas. ¿No es éste un vínculo muy fuerte, un nudo todo divino? Si nunca nos encontramos en la tierra, nos encontraremos un día en la heredad de los santos (Col 1, 12) entre el cortejo de las vírgenes, esa generación pura como la luz, y cantaremos juntas el cántico del Cordero (Ap 14, 4, y 15, 3). Mientras esperamos seguirle a todas partes en el cielo, sigámosle, mi buena hermana, desde aquí y vivamos con el Esposo divino en un diálogo incesante. ¡Oh, qué dulce es ser suya! Hace cinco años que soy prisionera de su amor, y cada día comprendo mejor mi felicidad.

Hermana mía, somos nosotras las que hemos escogido la mejor parte, y creo que podremos pasar nuestra eternidad cantando con David “las misericordias del Señor” (Sal. 88, 1). “El ha amado demasiado” (Ef 2, 4), dice San Pablo, y ¿no ha sido impulsado por este gran amor por lo que nos ha elevado hasta la dignidad de esposas? Con usted, hermana mía, le adoro y soy en El su hermanita.

M. Is. de la Trinidad.

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304 Al Padre Vallée – 2 de agosto de 1906

“Mihi vivere Christus est” (Fil. 1, 21).

Carmelo, 2 de agosto.

Mi Reverendo Padre:

Creo que el año próximo le felicitaré con Santo Domingo en “la heredad de los Santos en la luz” (Col 1, 12). Este año es todavía en el cielo de mi alma, donde me recojo para hacerle una fiesta muy íntima, y necesito decírselo. Necesidad, también, Padre mío, de pedir su oración para que yo sea siempre fiel, para que esté siempre en vela y para que suba mi calvario como esposa del Crucificado. “A los que Dios ha conocido en su presciencia les ha predestinado también para ser conformes con la imagen de su Hijo (Rom8, 29). ¡Oh, cuánto me gusta este pensamiento del gran San Pablo! El da paz a mi alma. Pienso que en su gran amor El me ha conocido, llamado, justificado, y, esperando que me glorifique (Rom8, 30), quiero ser la alabanza incesante de su gloria (Ef 1, 12). Padre mío, pídale por su hijita. ¿Se acuerda? Hace cinco años, un día como hoy, yo llamaba a la puerta del Carmelo y usted estaba allí para bendecir mis primeros pasos en la santa soledad; ahora es a las puertas eternas adonde iremos (Sal. 23, 7), y le pido inclinarse una vez más sobre mi alma para bendecirla en el umbral de la Casa del Padre. Cuando esté en el gran Hogar de amor, en el seno de los Tres, hacia los cuales usted orientó mi alma, no olvidaré lo que usted ha sido para mí, y a mi vez querría dar algo a mi Padre, de quien tanto he recibido. ¿Me atreveré a expresarle un deseo? Me alegraría mucho recibir unas líneas suyas en las que me diga cómo debo realizar el plan divino de ser conforme a la imagen del Crucificado. Adiós, mi Reverendo Padre. Le pido me bendiga en nombre de los Tres y me consagre a ellos como una pequeña hostia de alabanza.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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305 A su madre – 13‑14 de agosto de 1906

Mi querida madrecita:

Es tu Sabel que viene a echarse en tus brazos para decirte con un prolongado beso: “¡Buena y santa fiesta!” La Santa Virgen se ha encargado de recoger mi ramillete, por eso pienso que va a entrar a saco en los jardines del cielo para satisfacer los deseos de mi corazón de hija que ama mucho a su madre, una madre tan buena “que mejor no puede ser”. Figúrate si mi oración por ti, toda ardiente y confiada, sube al Señor, pues sé que el Señor escucha los deseos de los pequeños, y yo soy su niña. El obra conmigo como una madre llena de ternura. Pido a la Santísima Virgen que te obtenga una mejora continua en tu estado de salud, pues el otro día estabas transformada, y estaba yo tan feliz de verte así, mamá querida. Ya ves, yo querría tomar sobre mí todos tus sufrimientos. Tal es el primer movimiento de mi corazón. Pero me parece que sería egoísta, pues el sufrimiento es algo tan precioso, y entonces lo que quiero es obtenerte la gracia de soportarlo fielmente, sin perder nada, y también la gracia de amarlo y recibir cada sufrimiento como una prueba de amor del Padre que está en los cielos… He leído algo muy hermoso en San Pablo. El desea a los suyos que “el Padre les fortifique en cuanto al hombre interior, para que Jesucristo habite por la fe en sus corazones y que sean enraizados en el amor” (Ef 3, 1617). He aquí mi ramillete para mi madrecita. ¿No te parece fuerte y magnífico? ¡Oh!, que el Maestro te revele su divina presencia. Es tan suave, tan dulce, da tanta fuerza al alma. Creer que Dios nos ama hasta llegar a hacerse nuestro compañero de destierro, el Confidente, el Amigo de todos los momentos…

Pero es necesario que me detenga; el sol se pone y no veo lo que escribo.

Martes por la mañana. Vuelvo contigo, querida mamá, para proseguir nuestra charla. He tenido la visita del doctor Gautrelet, a quien he recibido lo más calurosamente que he podido, para que no lleve una mala impresión del Carmelo. Quiero tanto a mi Carmelo, que quisiera hacer compartir mi simpatía a todos cuantos trato. Estuvo mucho rato, pero no creo que será él quien me resucite. ¿Sabes lo que me ha aconsejado para entonar el estómago? Una buena escudilla de grasa. Pienso que tendrás tantas ganas de tomarla como yo. Lo que he ensayado ha sido tomar algunas cucharadas de más y esto me ha estropeado el estómago, aumentado mis vómitos y el resto.

Por eso vuelvo a tomar mi cucharilla. Es todo lo que puedo.

Nuestra Madre es siempre una mamá para tu Sabel. Creo que te hubieras enternecido si hubieras entrado en nuestra celdilla antes de los maitines y la hubieses visto de rodillas, cerca de mi cama, dando masajes a las piernas de su hija, como una madre que la mece para hacerla dormir, y también como el Señor que lavó los pies de los Apóstoles (Jn 13, 2‑15). No tengas, pues, NINGUNA preocupación por mi salud. Estoy bien cuidada, lo mejor que puede ser, y si el Señor no me cura, es que tal es su voluntad: ver su pequeña hostia en estado de inmolación. Yo estoy tan contenta como El, y para que mi querida mamá cante al unísono debe hacer otro tanto. He recibido una amable carta del canónigo y una bonita postal de Francisquita.

Adiós, madrecita, a quien quiero, te doy cita junto a El; allí, en un mismo abrazo, estrechará a la madre y a la hija sobre su Corazón y su amor se derramará a olas sobre ellas. Encargo y delego en mi pequeña Sabel el ofrecer a la abuela los votos de su carmelita; pero creo, sin embargo, que sólo el Señor puede hacer este mensaje, pues los deseos de mi corazón son infinitos como El. Te abrazo tan fuertemente como te amo. Muchos besos a Guita y a los angelitos.

H. I. de la Trinidad.

Nuestra Madre tiene un pequeño sobrino en Lausana.

Pienso que tu último viaje 8 no te ha fatigado demasiado y que la felicidad del encuentro ha sido mayor. Recuerdos a la señora Guemard y a las pequeñas.

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306 A la Madre María de Jesús – 14 de agosto de 1906

“Deus ignis consumens”.

Mi Reverenda y amada Madre:

Es Laudem gloriae que viene a cantar cerca de su alma en la vigilia de su fiesta. En su lira resuena siempre el himno del silencio. ¿No es el más hermoso de los cánticos, el que se canta en el seno de los Tres?… Madre mía, es en este silencio sagrado de la Santísima Trinidad donde me encierro para poderla felicitar mejor. He tenido hoy la visita de la otra pequeña alabanza de gloria y hemos determinado de común acuerdo unirnos en una misma oración por usted. Nuestra querida Madre, que es también nuestro Pontífice consagrante, ofrecerá a su intención las dos hostias de alabanza en un mismo cáliz. Mi buena Madre, me alegro de encontrarme con usted en mi gran viaje: parto con la Santísima Virgen en la noche de su Asunción para prepararme a la vida eterna. Nuestra Madre me ha hecho mucho bien diciéndome que estos ejercicios iban a ser mi noviciado del cielo y que el 8 de diciembre, si la Santísima Virgen me ve preparada, me revestirá con la vestidura de gloria.

La Bienaventuranza me atrae cada vez más. Entre mi Maestro y yo no se trata de otra cosa, y toda su ocupación es prepararme para la vida eterna. Le pido, por la bondad y afecto materno que siempre me ha testimoniado, que ayude a mi Esposo a enriquecerme con sus gracias. Tengo en mí la imagen del Crucificado por amor, ya que San Pablo, mi querido Santo, dice que en su presciencia Dios nos ha predestinado a esta semejanza y conformidad (Rom8, 29). Mi pequeña enfermera, la última hostia que usted ofreció al Señor en este monasterio, me encarga ofrecerla todos los votos de su corazón. Yo, Madre mía, voy a beber a grandes tragos en las fuentes de la Caridad: para usted, y es allí también donde mi almita encontrará la suya y cantará su cántico de alabanzas, esperando a que el Esposo le diga: “Ven, mi alabanza de gloria, has cantado bastante aquí abajo, entona ahora tu cántico en mis atrios eternos, bajo la irradiación de la claridad de mi Rostro”. Adiós, Madre mía. Pienso frecuentemente en las amables visitas que ha hecho a la enfermita. Ella guarda con ilusión sus dos preciosas estampas y os envía todo su corazón.

Laudem gloriae

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307 A la hermana Inés de Jesús María – 15 de agosto de 1906

“Janua coeli, ora pro nobis.” Laudem gloriae entra esta noche en el noviciado del cielo para prepararse a recibir el hábito de gloria, y se siente movida a encomendarse a su querida hermana Inés. “A los que Dios ha conocido en su presciencia, nos dice San Pablo, Dios les ha predestinado también a ser conformes con la imagen de su Hijo” (Rom8, 29). He aquí lo que voy a hacerme enseñar: la conformidad, la identidad con mi Maestro adorado, el Crucificado por amor.

Entonces podré cumplir mi oficio de alabanza de gloria y cantar ya el Sanctus eterno, esperando ir a entonarlo en los atrios divinos de la Casa del Padre. Hermana mía, miremos a nuestro Maestro y que esta mirada de fe simple y amorosa nos separe de todo y ponga como una nube entre nosotros y las cosas de aquí abajo. Nuestra esencia es demasiado rica para que ninguna criatura la pueda poseer. Guardémosla toda para El, y con David cantemos al Señor con nuestra lira: “Mi fortaleza guardaré para Ti”.

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308 A su madre – 29 de agosto de 1906

“Todos los deseos de Dios sobre nuestras almas son deseos de amor” (P. Vallée).

Mi querida madrecita:

Me ha quedado una deliciosa impresión de las conversaciones del sábado, y podemos estar muy agradecidas a aquella cuyo corazón tan delicado y maternal nos procura estos encuentros, que son, hay que decirlo, verdaderos favores, pues dado mi estado de salud es una real excepción que nuestra buena Madre se alegra de poder hacer contigo. Te ama tanto… Pienso que tus oídos deben zumbar bastante fuerte mientras hablamos de ti, mamá querida.

)No es verdad que hace bien hablar de El, subir por encima de lo que se acaba y pasa, por encima del sufrimiento y de la separación, allí donde todo permanece? Si supieras el consuelo que es para tu Sabel poder hablarte de sus proyectos para la eternidad. No olvides que me has prometido en la elevación de la Santa Misa estar con la Santísima Virgen al pie de la cruz, para ofrecer juntamente al Padre del cielo, “cuyos deseos son deseos de amor”, vuestros hijos…

Mamá querida, alégrate pensando que desde la eternidad nosotros hemos sido conocidos por el Padre, como dice San Pablo, y que quiere encontrar en nosotros la imagen de su Hijo crucificado (Rom8, 29¿. ¡Oh, si supieses lo necesario que es el sufrimiento para que Dios haga su obra en el alma!… El Señor tiene un deseo inmenso de enriquecernos con sus gracias, pero nosotros le ponemos la medida en la proporción en que nos dejamos inmolar por El, inmolar en la alegría, en la acción de gracias, como el Maestro, diciendo con El: “¿No he de beber el cáliz que el Padre me ha dado?” (Jn 18, 11). El Maestro llamaba a la hora de su pasión “su hora” (Jn 12, 27), por la que había venido, a la que El aspiraba con todos sus deseos. Cuando se nos presente un gran sacrificio o también uno pequeño, pensemos inmediatamente que “es nuestra hora”, la hora en que vamos a probar nuestro amor a Aquel que nos ha “amado demasiado” (Ef 2, 4), dice San Pablo. Recoge, pues, todo, madrecita querida, ofrece una hermosa gavilla, no dejando perder el más pequeño sacrificio; en el cielo ellos serán hermosos rubíes que adornarán la hermosísima corona que Dios te prepara. Yo iré a ayudarle a hacer esta diadema y vendré con El el día del gran encuentro para colocarla sobre la frente de mi mamá querida.

Nuestra Madre ha visto a María Luisa de Sourdon, que, de paso por aquí, pedía una visita; pero nuestra Madre ha prometido, en su lugar una carta a Francisquita, pues estas visitas no están en las costumbres y con la reja cerrada yo no puedo ya tenerlas. Lo he experimentado bien con el buen Padre Vergne, que me decía cosas magníficas, pero yo no podía darme a entender, y el buen Padre se despidió, hallándome demasiado fatigada. Me gustaría que le vieras alguna vez; te haría bien. Nuestra Madre tiene mucho cuidado de mí, ella sabe que me fatiga el hablar, y puedo decir que no veo nunca a mis hermanas, las cuales se quejan, en su tierno amor para conmigo, a quien aman como a una verdadera hermana. ¡Oh, qué Carmelo! ¡Cómo reina en él la bella virtud tan recomendada por el Maestro! (Jn 13, 34‑35). Mi estado de salud sigue lo mismo. Es el estómago el que sigue sin poder alimentarse. Nuestra Madre hace comprarme los más finos bombones y me hace tomar los que puedo, diciendo que siempre es lo mismo. Ella no sabe qué hacer por aliviarme, para animarme a tomar algo, y, ya sabes, las madres tienen intuiciones para sus hijos que no tienen los demás. Yo quisiera poder decir con qué delicadeza me prodiga sus cuidados maternales, pero tú ya lo sabes, madrecita querida, ¿no es verdad? Pienso que tú estás tranquila sobre mí, pensando en los cuidados inteligentes y solícitos que todas me prodigan. Sigo haciendo las visitas a mi Maestro en la querida tribuna de la enfermería. Tengo el consuelo de poder ir allí para los ejercicios cuando la comunidad está en el coro, y doy gracias a Dios de haber curado mis piernas. Me pregunto cómo me pueden sostener con lo poco que como. Continúa cuidándote, querida mamá, para que tenga la alegría de ver que vas mejor en tu próxima visita. Adiós. Amémosle de verdad, ofreciéndole todos los sacrificios, grandes o pequeños, que El nos pida y saquemos la fuerza en nuestra unión con El. El alma que vive bajo la mirada de Dios se halla revestida de su fortaleza y es valerosa en el sufrimiento. Te abrazo.

I. de la Trinidad.

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309 A su madre – hacia el 9 de septiembre de 1906

“Cumplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (San Pablo) (Col 1, 24).

Mi querida madrecita:

Vengo a decirte que te espero el viernes, ya que ese día te conviene y no tenemos expuesto el Santísimo Sacramento. Yo estoy muy agotada, y de aquí al 14 mi voz puede ser que sea un poco más fuerte para poder conversar con mi madre amadísima. Casi me pesa habértelo dicho, porque podrías tal vez inquietarte. Pero yo te lo prohíbo. No hay por qué. Es el Señor quien se complace en inmolar a su pequeña hostia; pero esta misa, que El dice conmigo y de la que su Amor es el sacerdote, puede durar mucho tiempo todavía. La pequeña víctima no encuentra largo el tiempo en la mano de Aquel que la sacrifica y puede decir que, si va por el camino del dolor, permanece todavía más en la ruta de la felicidad, de la verdad, querida mamá, que nada la podrá arrebatar.

“Me alegro, decía San Pablo, de completar en mi carne lo que falta a la pasión de Jesucristo por su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). ¡Oh, cómo tu corazón de madre debiera estremecerse al pensar que el Maestro se ha dignado escoger a tu hija, fruto de tus entrañas, para asociarla a su gran obra de redención, y que El sufra en ella como una extensión de la pasión.

La esposa es para el Esposo (Jn 3, 29), el mío me ha tomado, quiere que le sea una humanidad complementaria, en la que El pueda sufrir todavía por la gloria de su Padre; para ayudar a las necesidades de su Iglesia. Este pensamiento me hace tanto bien… Mi Madre querida me habla frecuentemente de ello y me dice cosas tan hermosas sobre el sufrimiento… La escucho con los ojos cerrados y olvido que habla ella. Me parece que es mi Maestro, que está junto a mí, y viene a animarme y a enseñarme a llevar su cruz. Esta buena Madre, tan capaz de arrastrar a las demás por las vías de la inmolación, no piensa sino en aliviarme, cosa que le hago observar frecuentemente; pero me dejo tratar como un niñito y el Maestro ha dicho a nuestra Madre Santa Teresa que prefería su obediencia a las penitencias de otra santa. Acepto, pues, los dulces, como bombones y chocolates, cuando mi estómago los tolera, y es lo que menos le hace sufrir estos días. Muchas gracias a Jorge por la caja de leche. Le estoy profundamente agradecida por sus atenciones para con su hermanita. Me gustan mucho mis potajes hechos con esta leche, que no cuaja como la otra. Con todo, confieso que las digestiones son muy dolorosas. Una sola cucharada me causa grandes dolores y, si quiero hacer un esfuerzo, me produce una crisis. ¡Ten cuidado en lo que digas a Jorge sobre mí.¿ Estoy contenta de que en este punto estés tranquila. No te digo más, ya que nos veremos dentro de unos días… Gracias a Guita por su chocolate. Nuestra Madre ha hecho comprarme el de Suchard, pero yo le encuentro más azucarado y más pastoso; prefiero Klauss, que hace menos daño al corazón. Di a Guita que aquel que ella cambió es también muy bueno. Me quema más, porque es más fuerte, pero yo lo alterno. Ya ves que estudio mi estómago y hago lo que puedo para no dejarle morir de hambre, y esto por amor de Dios. Madre querida, todo consiste en la intención. ¡Cómo podemos santificar las cosas más sencillas, transformar las cosas más ordinarias de la vida en actos divinos! Un alma que vive unida a Dios no obra más que sobrenaturalmente, y las acciones más ordinarias en lugar de separarla de El no hacen sino acercarla más. Vivamos así, madrecita, y el Maestro estará contento, y a la tarde de cada día encontrará una gavilla que coger en nuestras almas. Te amo como a la mejor de las madres y vuelvo a decirte que cuides bien tu estómago, déjame a mí todo el sufrimiento y, sobre todo, no te inquietes. Hasta el viernes 14. Preparemos una hermosa fiesta de la Cruz con nuestra generosidad en el sacrificio. Abraza a mi Guita, dile que es mi hija querida. Un beso para los angelitos, a quienes me gustaría ver.

Temes que pase frío. Si me vieses con mis dos chales quedarías convencida. ¿Tienes todavía mi esclavina de los Pirineos? Me haría un buen servicio si la pudieses traer. Si esto no te hace trastorno, querida mamá.

Gracias adelantadas. Te abrazo muy fuerte.

M. I. de la Trinidad.

Recuerdos a la señora Guemard y a las pequeñas. Gracias al abate por su postal; que pida por mí.

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310 A Francisca de Sourdon – hacia el 9 de septiembre de 1906

He aquí que, al fin, Sabel viene a instalarse con su lápiz junto a su Francisquita querida. Digo con su lápiz, pues de corazón a corazón hace tiempo que está hecha la instalación, ¿no es verdad?, y permanecemos las dos unidas. ¡Cuánto me gusta nuestro encuentro de la noche! Es como el preludio de la comunión que se establecerá entre nuestras almas, del cielo a la tierra. Me parece que estoy inclinada sobre ti como una madre sobre su hijo querido. Levanto los ojos, miro a Dios, después bajo los ojos sobre ti y te expongo a los rayos de su Amor. Francisquita, no le hablo de ti, pero me comprende mucho mejor, prefiere mi silencio. Hija mía querida, quisiera ser santa para poder ayudarte desde aquí abajo mientras espero a hacerlo en el cielo. ¡Qué no sufriría por obtenerte las gracias de fortaleza que necesitas! Voy a responder a tus preguntas.

[La continuación de esta carta se halla en el Tratado Espiritual II, “La grandeza de nuestra vocación”.] Me pregunto qué va a pensar nuestra Reverenda Madre si ve este diario; ella no me permite escribir, pues tengo una debilidad extrema, y a cada momento me siento desfallecer. Tal vez esta carta será la última de tu Sabel. Ha tardado bastantes días en escribirla, lo que te explicará su incoherencia. Y esta noche no puedo decidirme a dejarle. Estoy en soledad, son las siete y media de la tarde, la comunidad está en recreación… y yo me creo ya un poco en el cielo en mi celdilla, sola con El solo, llevando mi cruz con mi Maestro. Francisquita, mi felicidad crece con mi sufrimiento.

¡Si supieses el sabor que se encuentra en el fondo del cáliz preparado por el Padre celestial!…

Adiós, Francisquita querida, no puedo continuar. En el silencio de nuestras citas, tu adivinarás, comprenderás lo que no te digo. Te abrazo. Te quiero como una madre a su pequeño niño. Adiós, mi pequeñita… Que a la sombra de sus alas te libre de todo mal (Sal. 90, 4‑10).

Hna. M. I. de la Trinidad, Laudem gloriae

(Este será mi nombre nuevo en el cielo.) Recuerdo respetuoso y muy filial para tu querida mamá y recuerdos a la querida María Luisa.

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311 A su hermana – 14 de septiembre de 1906

Mi hija querida:

Estoy muy fatigada, no tengo fuerzas para sostener mi lápiz, pero no tengo el valor de dejar marchar a mamá sin enviarte una palabra de mi corazón. Te quiero más que nunca. A ti y a tus ángeles os cubro con mi oración y con mis sufrimientos. Tú puedes sacar del cáliz de tu Sabel. Todo lo suyo es tuyo. He leído una cosa muy hermosa. Escucha: “¿Dónde habitaba Jesucristo sino en el dolor?” ¡Oh, hijita, me parece que he encontrado mi habitación: es el dolor inmenso del Maestro; en una palabra, es El mismo, el Hombre de dolores. Le pido te dé este amor a la cruz que hace los santos.

Escríbeme de tu vida interior, hermanita, amo tanto la historia de tu alma…

El 2 de octubre es la fiesta de los santos Ángeles y voy a hacer para ese día una novena a los Angeles de tus niñitas, para que ellos les obtengan la gran luz que emana de la cara del Padre y para que tus hijas caminen siempre en la gran claridad de Dios y sean contemplativas como su madrecita.

Os abrazo muy fuerte. Tu madrecita

Sabel

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312 A la señora de Anthes – 18 de septiembre de 1906

Querida señora:

La escribo pasando por el corazón traspasado de la Madre de los Dolores.

Con ella usted ha consumado su sacrificio, y yo le pido que derrame en su alma esa serenidad, paz y fortaleza que la acompañaron durante su cruel martirio. Una santa, hablando del Maestro, decía: “¿Dónde habitaba El sino en el dolor?”. Toda alma sumergida en el dolor vive, pues, a su lado, habita con Jesucristo en esa inmensidad de dolor cantada por el profeta: esa morada es la de los predestinados, de los que “el Padre ha conocido y quiere que sean conformes a su Hijo el Crucificado”, (Rom8, 29). Es San Pablo quien dice esto. Querida señora, creo que muy pronto voy a reunirme con su querida hija. Mientras tanto le doy una amplia parte en mis oraciones y sufrimientos, como a los que ella ha dejado. Para ella ha caído el velo, y en la luz de Dios ella ve que “pasa el sufrir, pero el haber sufrido dura siempre”. La dejo, querida señora, hallándome demasiado débil para escribir.

Usted excusará estas líneas a lápiz y no verá más que un corazón muy unido al suyo y que pide a Dios y a la Madre de los Dolores que cure la herida de su corazón maternal. Crea en mi respetuoso afecto y permítame abrazarla.

H. I. de la Trinidad

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313 A la señora de Sourdon – 18 de septiembre de 1906

Querida señora:

Aunque muy enferma, nuestra Reverenda Madre me permite enviarla estas líneas, pues sería un sacrificio demasiado grande para mi corazón guardar silencio en una prueba que llega tan profundamente al suyo. ¿Tendrá la bondad de decir al señor José y a sus hermanas lo que pido por ellos, cómo comparto su dolor, y que estoy demasiado débil para podérselo decir personalmente? Pienso ir muy pronto a reunirme con la querida difunta.

Querida señora, ella ha ido a la Vida, a la Luz, al Amor, después de haber pasado por la “gran tribulación” (Ap 7, 14), pero son a estos que han pasado por este camino real a los que San Juan nos muestra con “la palma en la mano, sirviendo a Dios día y noche en su templo. mientras El enjuga toda lágrima de sus ojos” (Ap 7, 9‑15 y 17). Jamás había comprendido mejor que el sufrimiento es el mayor testimonio de amor que Dios puede dar a su criatura, y no sospechaba que en el fondo del cáliz había tanto sabor para aquel que ha bebido todas las heces. Querida señora, es una mano paternal, una mano de ternura infinita la que nos ofrece el dolor. Oh, sepamos superar la amargura de este dolor para encontrar en él nuestro reposo. Ruego por sus intenciones y la amo como a una madre. ¡Usted lo es tanto para mí!…

M. I. de la Trinidad.

Nuestra Reverenda Madre me ha encargado expresarla, así como a la señora de Anthes, que participa en su dolor.

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314 A su madre – hacia el 21 de septiembre de 1906

Mi querida madrecita:

Me he emocionado al recibir tus hermosas muestras; me parecía que me traían todo tu corazón. Estáte tranquila por lo que a mí se refiere. Ya sabes qué Madre vela por todas mis necesidades. Cuando se trata de mí no hay cuestión de pobreza, sino sólo de caridad. Tengo una pequeña estufa de loza en nuestra celda. Querían encenderla y he pedido que esperen un poco, pues una vez acostumbrada a ella no podría dejar la estufa y entonces adiós a la tribunilla que tanto quiero.

En cuanto al vestido, nuestra Reverenda Madre ha pedido a nuestro proveedor habitual una hermosa tela afelpada del color de nuestros hábitos y se me hará una ropa de enferma, lo más caliente posible. Ya ves que nuestra Madre no mira en nada y yo estoy un poco confusa. Esta buena Madre ha pensado que esto será más práctico que tu manta. Por ejemplo, ya que quieres hacerme algo, nuestra Madre piensa que con ese tejido podrías hacerme una falda; la que me dio Guita está muy gastada y casi no calienta y pesa mucho; la que harás tú tendrá la ventaja de ser caliente y ligera, y además tu Sabel estaría tan contenta de llevar algo hecho por su mamá querida. Podrías hacerla un poco más larga: 0,95, poco más o menos. He tomado como he podido el modelo de cintura de mi pequeña falda gris. Podrías adaptarla sobre un patrón semejante, que cerrarías con dos botones, o bien yo misma les podría poner justo a mi medida. Hazlo a tu gusto, siguiendo estas indicaciones.

Muchas gracias adelantadas, mamá querida. Mientras vas a trabajar por vestirme, voy yo también a trabajar por tu alma. El sufrimiento me atrae cada vez más. Este deseo es casi mayor que el del cielo, que, sin embargo, era muy fuerte. Nunca el Señor me había hecho comprender tan claramente que el dolor es la mayor prenda de amor que El pueda dar a su criatura. ¡Oh!, ya ves, a cada nuevo sufrimiento beso la cruz de mi Maestro y le digo: “gracias, no soy digna”, pues pienso que el sufrimiento fue el compañero de su vida, y yo no merezco ser tratada como El por su Padre. Hablando de Jesucristo escribía una santa: “¿Dónde habitaba El sino en el dolor?”, y David ha cantado que este dolor era inmenso como el mar. Toda alma oprimida por el dolor, en cualquier forma que se presente, puede decirse: Yo habito con Jesucristo, vivimos en la intimidad y la misma morada nos abriga. La santa de quien te acabo de hablar dice que la señal por la que conocemos que Dios está en nosotros y que su amor nos posee es recibir no sólo con paciencia, sino con gratitud, lo que nos hiere y nos hace sufrir. Para llegar aquí es necesario contemplar al Dios crucificado por amor, y esta contemplación, si es verdadera, conduce infaliblemente al amor del sufrimiento. Mamá querida, recibe a la luz que brota de la cruz todas las pruebas, todas las contrariedades, todo proceder poco amable. Es de este modo como el Señor ha querido que se avance en los caminos del amor. ¡Oh, dale gracias por mí! Soy tan, tan feliz. Quisiera poder sembrar un poco de felicidad en aquellos a quienes amo.

Mi estómago me sigue siempre doliendo. Se nutre con tu buen chocolate, que alterno con el que me hace tomar nuestra Madre. Sólo que aumenta los dolores. Por la noche tomo unas cucharadas de potaje (y queso) con la leche de Jorge y ofrezco al Señor la digestión.

Di a mi Guita que se cuide, que repose por la mañana sin escrúpulo. Es su madrecita Sabel quien se lo hace decir. No quiero verla con mala cara. ¿Y las pequeñas? ¿Odette ha recobrado sus hermosas mejillas? Mucho me alegraría volverlas a ver. Las encontraré cambiadas después de tanto tiempo que no las veo. Abrázalas por mí y lo mismo a mi querida Guita. Da muchos recuerdos a la señora Guémard y a las pequeñas. Me alegro y me uno a vuestra buena reunión con los queridos amigos de Avaut. Díselo.

He sabido por un telegrama la muerte de la señora de Maizieres. He escrito algunas líneas a su pobre madre y a la señora de Sourdon.

Adiós. No puedo tener mi lápiz, pero mi corazón no te abandona. Mil veces gracias por la falda. Encontrarás la cintura en mi carta. En cuanto a la longitud, si puedes: 0,95. Te abrazo como a la mejor de las madres.

Piensa que otra madre me cuida mejor de lo que puedo decirte y estate tranquila sobre mí. Te doy cita a la sombra de la cruz para aprender la ciencia del sufrimiento. Tu feliz hija,

I. de la Trinidad.

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315 A la señora Gout de Bize – hacia el 23 de septiembre de 1906

Muy querida señora:

Se dice del Maestro que, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13, 1), y nunca su Corazón parece que estuvo tan desbordado de amor como en la hora suprema en que pasó de este mundo a su Padre. Me parece que en vuestra Isabelita pasa algo parecido. La noche de su vida ha llegado, esta noche que precede al día sin ocaso, y ella siente en el fondo de su corazón efusiones de amor más fuertes todavía.

¿Comprende usted lo que quiero decir? Usted siente pasar todo mi cariño a través de estas líneas. Si no se tratase de usted, tan amada de mi corazón, no hubiera tenido la fuerza para sostener el lápiz, tan débil estoy, pero en lugar de colocarlo en la mano, lo he puesto en mi corazón y entonces puedo…

Si supiese lo bien cuidada que estoy en mi querido Carmelo… Pienso que esto le interesa, ya que ha querido darme tanto lugar en su corazón. Nuestra Reverenda Madre es una verdadera madre para mí; su corazón tiene toda la ternura, todas las intuiciones maternales. De día y noche ella acude a mi cabecera, y es tan bueno un corazón de madre. Creo que Dios no ha hecho cosa mejor en la tierra. Mi querida mamá es muy valiente, y la gracia del Señor la sostiene visiblemente. Usted la ayudará, ¿verdad?, a subir su calvario, usted que sabe lo que es dar a Dios sus hijos. ¡Oh, querida señora, cómo comprendo el valor del sufrimiento! No creía que semejante sabor estuviera oculto en el fondo del cáliz, y repito frecuentemente a mi buenísima Madre que la felicidad tan grande, tan verdadera, que he hallado en el Carmelo aumenta en proporción al sufrimiento. Es que en nuestra querida soledad, viviendo en contacto continuo con Dios, vemos todo a su luz, la única verdadera, y esta luz nos muestra que el dolor, bajo cualquier forma que se presente, es la mayor prenda de amor que Dios pueda dar a su criatura. San Pablo dice que “los que Dios ha conocido en su presciencia los ha predestinado también a ser conformes con la imagen de su querido Hijo, el Crucificado” (Gal 3, 27). Querida señora, las dos pertenecemos a esas conocidas. ¡Oh, no despreciemos nuestra felicidad! Sin duda la naturaleza puede tener sus angustias ante el sufrimiento el Maestro quiso experimentar esta humillación, pero la voluntad del Padre debe llegar a dominar todas las impresiones y decir al Padre del cielo: “Que se haga vuestra voluntad y no la mía” (Mc 14, 36). Una santa, hablando de Cristo, decía: “¿Dónde, pues, habitaba El sino en el dolor?”. Toda alma, pues, visitada por el dolor habita con El. La doy cita en esta residencia. Es allí, si usted quiere, querida señora, donde nosotras rogaremos juntas por su querida Yaya. Deseo mucho que sea feliz y se lo he confiado a la Santísima Virgen: ¡ella es Madre! Con ella hablamos de su porvenir, y no dejaré descansar a la Santísima Virgen en la tierra o en el cielo hasta que ella haya enviado a mi pequeña Yaya el marido que la haga feliz.

Es necesario que la deje a pesar de mi gusto de estar con usted, pero mi corazón no se separa del suyo. ¿Me atreveré a manifestarla un deseo? En el Carmelo nos está permitido tener la fotografía de quienes amamos y antes de partir para el cielo la enfermita gustaría tanto de volver a ver su querida imagen y la de Yaya. Para que la alegría fuera completa la señora de Guardia podría añadir la suya con la de Margot. Envíelas muy pronto, ¡Antes de mi muerte! En el cielo no les olvidaré, pues pienso que no se cambia el corazón, sino solamente se dilata al contacto del corazón de Dios. ¡Cuánto rogaré por usted! Le pido un recuerdo en sus oraciones y un gracias a Aquel que me ha escogido una porción tan hermosa, tan soleada por su rayo de amor.

La abrazo con toda la ternura de mi corazón, así como a Yaya y a la señora de Guardia, si lo permite. Dígale que guardo recuerdo de las buenas vacaciones en San Cipriano.

Vuestra pequeña,

Isabel de la Trinidad, r. c. i.

Mi querida mamá vuelve esta semana del campo, desde donde venía a verme cada quince días. Nuestra buena Madre da todo consuelo a este pobre corazón y le hace aprovechar los últimos días de su hija; ella misma es tan madre..

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316 A la Madre Germana de Jesús – 24 de septiembre de 1906

“Ecce Mater tua”.

Fue en mis brazos donde Jesús al entrar en el mundo hizo su primera oblación al Padre y El me envía para recibir la tuya. Te traigo un escapulario, como prenda de mi protección y de mi amor, y también como una “señal” del misterio que se va a obrar en ti. Hija mía, vengo para acabar “de revestirte de Jesucristo” (Gal 3, 27), a fin de que “camines con El”, vía real, camino luminoso; para que seas enraizada en El “en la profundidad del abismo con el Padre y el Espíritu de Amor; para que seas edificada sobre El”, “tu Roca” (Sal. 61, 3), “tu Fortaleza”; para que seas “confirmada en tu fe”, en esa fe en el Amor inmenso que del gran Hogar se precipita al fondo de tu alma. Hija mía, este Amor todopoderoso hará en ti grandes cosas. Cree en mi palabra. Es la de una madre y esta Madre se estremece viendo la ternura particular con que eres amada. ¡Oh, permanece en tu profundidad! He aquí que viene cargado de sus dones, y el abismo de su amor lo envuelve como un vestido.
¡Es el Esposo!
¡Silencio!…
¡Silencio!…
¡Silencio!…

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317 A su madre – Fin de septiembre de 1906

Mi querida madrecita:

Nuestra buena Madre quiere que te envíe una palabrita de mi corazón, y ya adivinas lo contenta que estoy. Gracias adelantadas por tu hermosa falda.

Estaré muy contenta de llevar algo hecho por ti. Cuanto vuelvas a verme, Me recibiré con el esplendor de mi bello vestido. ¡Nuestra Madre me mima! Me gustaría ver a Guita, y me uno a tu alegría de guardar a las pequeñas. Mamá querida, voy tomando gusto a mi querido Calvario, y pido al Maestro colocar mi tienda junto a la suya. Estoy ocupada con la pasión, y cuando se ve todo lo que El ha sufrido por nosotros en su corazón, en su alma y en su cuerpo, se siente como una necesidad de devolverle todo esto; parece que se quisiera sufrir todo lo que El ha sufrido. No puedo decir que ame el sufrimiento en sí mismo, pero lo amo porque me hace semejante a Aquel que es mi Esposo y mi Amor. Oh, ya ves, todo esto pone en el alma una paz tan dulce, una alegría tan profunda, que se acaba por poner la felicidad en todo lo que nos contraría. Madrecita, trata de poner tu alegría, no sensible, sino la alegría de tu voluntad, en toda contrariedad, en todo sacrificio, y di al Maestro: “No soy digna de sufrir esto por Vos, no merezco esta conformidad con Vos.” Verás que mi receta es excelente; pone una paz deliciosa en el fondo del corazón, ella acerca al buen Dios.

Te dejo, pues estoy muy fatigada y nos veremos pronto. ¡Cuánto me alegro de que vayas mejor!; yo no puedo decir lo mismo, pero, de todos modos, es mejor, ya que es lo que El quiere. Mi felicidad es inmensa viendo a mi querida mamá aceptar por adelantado todos los decretos del Señor. ¡Qué reposo para mi corazón! Nuestra Madre, a pesar del hermoso sol y de mis ruegos, ha ordenado que se me encienda fuego. Mientras espero mi hermoso vestido, parezco una clarisa, con una chambra de muletón gris. Estáte tranquila a mi respecto. Ya conoces a nuestra Madre. ¡Si la vieses llegar con nuevas variedades de chocolates para intentar nutrir mi pobre estómago!… La pequeña Fléville me ha comprado una provisión de bombones finos. Me ha conmovido su buen corazón. Díselo. Gracias por tu trabajo, mamá querida. Creo que es tu corazón el que mueve la aguja; así lo piensa el mío.

Te abrazo. Sabel

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318 A la señora Gout de Bize – 30 de septiembre de 1906 Domingo 30

Domingo 30

Querida señora:

Es una lástima que sus ojos no hayan podido penetrar en la santa clausura y hasta en la enfermería de su Isabelita para poder ser testigo de su alegría al recibir las fotografías tan deseadas… Mi querida Madre, que estaba junto a mí, estaba llena de contento por mi alegría. Ama tanto a su enfermita. Usted puede figurarse mi felicidad al presentaros a ella. Usted la ha conquistado el corazón, un corazón que me gusta comparar con el suyo por su calor, anchura y altura. ¡Qué bien hace encontrar estos corazones y ser amados por ellos! La encuentro siempre la misma, así como a la linda Margot. ¿Osaría decirle que tengo debilidad por Yaya? Ella está encantadora y el corazón se siente atraído hacia ella. No puedo decirla hasta qué punto me persigue su dulce imagen. La he colocado delante de la Santísima Virgen de mi infancia, la de mamá, que ella me ha enviado para que me haga compañía en mi querida soledad de la enfermería, y juntamente hacemos nuestros planes. He comenzado una novena, y puede ser que pronto, según la inspiración de la Santísima Virgen, trate de enviarla una cartita. ¡Tengo un sueño! Conozco una persona muy noble, de un carácter muy bueno, digno de vuestra Yaya. Quisiera que mi Madre del cielo se lo dé para hacer su felicidad, esa felicidad comprada con todos vuestros sufrimientos, y también YO LO QUIERO, con los míos. Sí, sufro mucho estos días, y estoy muy contenta si la Virgen quiere que mi gota de sangre sirva para el éxito de mi novena.

La dejo, estoy muy fatigada. He leído esta mañana algo que me ha hecho bien y que la envío: “Dios ha amado tanto la compañía del dolor que la escogió para su Hijo, y el Hijo se acostó en ese lecho y se puso de acuerdo con el Padre en este amor”. Oh, querida señora, pongámonos de acuerdo en ese amor, adonde le doy cita. Muchas gracias de nuevo por el deseo que ha realizado tan pronto. La abrazo con mi querida Yaya.

Hna. I. d. la Trinidad.

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319 A la Madre Germana de Jesús – 30 de septiembre de 1906

Mi madre querida:

Vuestra pequeña alabanza de gloria sufre mucho, mucho; es el “demasiado amor” (Ef 2, 4), la dispensación divina del dolor. Piensa que de aquí al 9 tiene el tiempo exacto de haceros una novena del sufrimiento con su Maestro.

Madre mía, dígnese aceptarla para alegrar su corazón. Estoy totalmente cobijada en la oración de mi Maestro y estoy llena de confianza en su poder todopoderoso…

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320 A la Madre Germana de Jesús – octubre de 1906

11 horas. Desde el Palacio del dolor y de la bienaventuranza.

Mi Madre querida, mi sacerdote amado:

Vuestra pequeña alabanza de gloria no puede dormir, ella sufre. Pero en su alma, aunque hay angustia, se va haciendo la calma y ha sido su visita la que me ha traído esta paz celestial. Su corazoncito tiene necesidad de decírselo, y en su tierno reconocimiento ora y sufre incesantemente por usted. ¡Oh, ayúdeme a subir mi Calvario! ¡Siento tan fuerte el poder de su sacerdocio sobre mi alma y tengo tanta necesidad de usted! Madre mía, siento a los Tres muy cerca de mí. Estoy más abrumada por la felicidad que por el dolor. Mi Maestro me ha recordado que ésta era mi morada y no debía escoger mis sufrimientos. Me sumerjo, pues, con El en el dolor inmenso, con todo temor y angustia.

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321 A la Madre Germana de Jesús – 4? o 9? de octubre de 1906

Mi sacerdote amado:

No sé lo que pasa. Mi Maestro me agarra y me hace comprender que hoy la Madre y la hija comienzan una vida nueva, “toda presente al Amor, toda en el puro Amor”. En la misa el Soberano Sacerdote va a ofrecer a su sacerdote y sus dos hostias, y esto será la posesión plena por el Amor. ¡Oh, no puedo decir lo que siento, Madre mía! ¡Qué grande es!

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322 A la señora Gout de Bize – 7 de octubre de 1906

Muy querida señora:

Le mando esta carta, bajo la inspiración e instancias de la Santísima Virgen. Me preguntaba cómo hacérsela llegar y he aquí que la Mamá del cielo me ha traído a la mamá de la tierra y hemos hecho todas juntas nuestros complots, pues con mi querida madre, nuestra buena Madre me concede todo permiso. Tiene mucha confianza en su hijita y no creo abusar de ella en esta circunstancia. Pienso que usted estará más libre para hablarme con toda confianza si sabe que nuestra Madre querida no lee nuestras cartas. Y ésta es la razón: es en uno de sus hermanos en quien piensa la Virgen para nuestra pequeña Yaya. Ya ve, me parece que este matrimonio sería ideal. El señor Roberto de Saint Seine es una de esas personas de carácter tan amable, de sentimientos muy elevados y él es profundamente cristiano. Es uno de esos jóvenes “de raza”, como casi no se encuentran ya, me parece. No sé si mi sueño se realizará ¡con todo debo decir que la Santísima Virgen me le hace tener¡, pero encuentro que estas dos personas son dignas el uno de la otra, y en el pensamiento de Dios creo verlos “dos en uno”. También le confieso que antes de mi partida para el cielo imagino que la Santísima Virgen me dará todavía la alegría de ver esta unión. La hablo con el corazón abierto, como si estuviera junto a usted, pegada a su corazón en su querido Boaça, adonde se me va el pensamiento con tanta dulzura. Respóndame también con sencillez. A casa de mamá, si quiere estar más libre. Mamá le dará informes sobre el señor De Saint Seine, que yo no tengo fuerzas para escribirlos.

Sólo hay una cosa: que no tiene más fortuna que su sueldo de oficial. Pienso que Yaya tendrá bastante para hacer este sacrificio. Usted me dirá lo que haya. ¡Qué gusto me dio su cariñosa carta! ¿Me atreveré a decir que tengo para ella ternuras maternales en mi corazón? ¿No le está permitido todo a un alma que está ya en el umbral del paraíso? ¡Qué feliz sería si antes de ir a él la viese ser cuñada de nuestra Madre querida! ¡Oh, qué Madre! Mamá se lo podrá decir. Su corazón me hace pensar en el suyo: el Señor los ha debido crear y animarlos del mismo aliento, y su hermano es también uno de esos corazones. ¡Qué bien armonizaría con el de Yaya! Adiós, querida señora. No tenía fuerzas al coger el lápiz, y creo que con usted he recobrado las fuerzas. Me arrojo en sus brazos para abrazarla y encontrar en ese corazón maternal a mi querida Yaya. Oh, gracias por las fotos. Si supiese la alegría que han dado a mi corazón… Su pequeña

Is. de la Trinidad.

¡No le he dicho nada sobre la familia de SaintSeine, los señores de la Borgoña. Dejo el lado de la tierra a mamá).

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323 A la señora de Sourdon – 9 de octubre de 1906

Muy querida señora:

Es mi corazón quien se encarga de hacer avanzar este lápiz, porque los dedos ya carecen de fuerza. Quiero, con todo, responder a su cariñosa carta y decirle que ruego por sus intenciones sobre vuestra querida María Luisa, por la querida difunta, para que Dios, rico en misericordia, la introduzca en la herencia de su gloria (Ef 2, 4, y 1, 18),pues hay que estar tan puros para contemplar su Faz… Me pide usted que me ponga en relación con ella.

¡Si usted supiera cómo vivimos de la fe en el Carmelo y cómo excluimos en nuestras relaciones con Dios la imaginación y el sentimiento!… Me extrañó que me dijese esto, pero pienso que soy yo quien ha interpretado mal su pensamiento. Oh, sí, con mucho gusto me uno a su querida difunta, entro en comunión con ella y la encuentro en Aquel de quien vive únicamente. Por consiguiente, cada vez que me acerco a Dios, la fe me dice que me acerco también a ella. Y ahora, ya esté en la Ciudad de los Santos (Ef 2, 19) o todavía en el lugar donde el alma se acaba de purificar para contemplar la belleza divina y ser transformada en su propia Imagen (II Cor 3, 18), como dice San Pablo, tanto en una como en la otra morada ella está fijada en el amor puro, nada la distrae de Dios, y es esto lo que hace que yo me encuentre más cerca de los muertos que de los vivos Porque ¿no es verdad, querida señora, que cuando queremos encontrar un alma amada sabemos si en todo instante ella habita en Dios? Por desgracia, en la tierra hay tantas cosas que hacen salir de Dios… Oh, no se desanime por nuestra pequeña María Luisa. Usted no ha leído en el gran Corazón del Señor, no sabe todo el amor que él encierra y cómo en su paternidad El se ocupa y piensa en usted.

Oh, créame y deje en mis manos todo. Yo no la olvido, y le aseguro que en mi cruz gozo de alegrías desconocidas. Comprendo que el dolor es la revelación del Amor y me precipito a él; es mi residencia amada, allí donde encuentro la paz y el descanso; es allí donde estoy segura de encontrar a mi Maestro y de permanecer con El. Adiós, querida señora. Esta vez creo que no tardará mucho en venir a buscarme. Usted forma parte de mi corazón. La llevo, pues, conmigo para que esté presente sin cesar ante la Faz de Dios. La abrazo como a una madre amada.

H. I.

Recuerdos a las pequeñas de Maizieres.

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323bis A la señora de Vathaire – hacia el 10 de octubre de 1906


(…) David ha dicho de Jesucristo: “Su dolor es inmenso”. En esta inmensidad he fijado mi residencia, es el palacio real donde vivo con mi Esposo crucificado. La cito allí, pues su alma sabe apreciar la felicidad del sufrimiento y verlo como la revelación del “gran amor” (Ef 2, 4) de que habla San Pablo. ¡Oh, cuánto lo amo! El se ha convertido en mi paz, mi descanso. Ruegue por que Dios aumente mi capacidad de sufrir.

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324 A Germana de Gemeaux – hacia el 10 de octubre de 1906

“¡Sólo Dios basta!” Mi querida hermanita Germana:

¡Oh, si usted supiese qué días tan divinos está pasando su amiga del Carmelo! Me debilito de día en día y preveo que el Maestro no tardará mucho en venir a buscarme. Gusto, experimento alegrías desconocidas. La alegría del dolor qué suave y dulce es, querida Germana… Antes de morir abrigo la ilusión de ser transformada en Jesús crucificado, y esto me da mucho ánimo en el sufrimiento… Hermanita, nosotras no debiéramos tener otro ideal sino conformarnos con este Modelo divino; entonces, qué fervor nos llevaría al sacrificio, al desprecio de nosotras mismas, si tuviésemos siempre orientados hacia El los ojos del corazón.

Una santa escribía, hablando del Maestro: “¿Dónde, pues, habitaba El sino en el dolor?”. En efecto, ésta fue su residencia en los treinta y tres años que pasó en la tierra, y sólo a los privilegiados se la hace compartir.

Si supiese la felicidad inefable que goza mi alma pensando que el Padre me ha predestinado para ser conforme a la imagen de su Hijo crucificado… (Rom8, 29). Es San Pablo quien nos comunica esta elección divina, que parece ser mi porción…

Hermanita de mi alma, a la luz de la eternidad el Señor me hace comprender muchas cosas, y vengo a decirle de su parte que no tenga miedo del sacrificio, de la lucha, sino más bien alégrese de ello. Si su naturaleza es ocasión de combates, un campo de batalla, oh, no se desaliente, no se entristezca. Yo diría más bien: Ame su miseria, pues es sobre ella sobre la que el Señor ejerce su misericordia, y cuando la visión de la miseria la sume en la tristeza y la repliegue sobre sí, ¡es amor propio! En las horas de decaimiento vaya a refugiarse en la oración de su Maestro. Sí, hermanita, desde la cruz El la veía, rogaba por usted, y esa oración permanece eternamente viva y presente delante de su Padre. Es ella la que la salvará de sus miserias (Heb. 7, 25). Cuanto más sienta su debilidad, tanto más debe crecer su confianza. pues se apoya en El solo. No crea que El no la tomará por eso; es una gran tentación.

Me ha alegrado mucho el éxito de Alberto. La encargo de ser mi pequeña mensajera con sus queridos padres. Ellos conocen mi profundo afecto y no dudarán de la unión de mi corazón con el suyo en esta circunstancia. Dígales también que en el cielo no les olvidaré nunca, ni a la pequeña Ivonne.

Vamos a tener el sábado, domingo y lunes unas hermosas fiestas en honor de nuestras bienaventuradas mártires de Compiégne. Podré asistir desde una tribunilla, pues la hermana Teresa del Niño Jesús hace tres meses me ha escuchado, dándome la fuerza para poder caminar un poco, cosa que antes no podía. Esto es para mí un gran consuelo, pues puedo pasar muchas horas en la tribunilla, que tiene una reja que da a la iglesia. Voy a pedir la fortaleza junto a Aquel que ha sufrido tanto, porque “nos ha amado demasiado” (Ef 2, 4), como dice el Apóstol.

Adiós, hermanita. Pidamos esa fuerza de amor que ardía en el corazón de nuestras beatas para que también nosotras seamos mártires de ese amor, como nuestra Madre Santa Teresa. La envío una estampa que nuestra Madre, tan buena, que me cuida como una verdadera madre, me ha dado para usted. Animo, miremos al Crucificado y conformémonos a esta imagen divina. La abrazo.

M. I. d. la Trinidad.

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325 A su madre – 14 de octubre de 1906

Querida madrecita:

Nuestra Madre me ha hecho probar los chocolates, que me han parecido muy buenos. El gusto de pistacho me da sabor distinto, pero sufro tanto de estómago que todo me molesta. Sin embargo, esto marcha todavía, y le agradecería me mandases más. Nuestra Madre querría que tome 8 al día. Haré siempre lo que pueda. Gracias por los Kalougas, que es lo que mejor soporta mi estómago. Sería feliz tomarlos hechos por mi madre querida, a quien quiero cada vez más. Ayer pasé la tarde en la tribunilla y asistí al concierto. Nuestra Madre me ha mimado. Me abrió la reja y tuve la alegría de verte. Te estaba muy unida. Oh, si supieses, al compararme con Guita sentía mejor que nunca mi felicidad. Sufría mucho, pensaba que dentro de poco la tierra no será para mí, pues verdaderamente mi pobre cuerpo está muy enfermo, y me decía: “Eres tú la feliz.” Pasé así una tarde divina, aplastada por mi felicidad. Mamá querida, sí, renueva tu sacrificio. Eso agrada mucho a Dios y me obtiene las gracias de fortaleza para el sufrimiento, que amo cada vez más y que mi Maestro no me escatima.

Adiós, unión estos tres días; gracias por los dulces. Te quiero y te abrazo. Soy muy feliz de tenerte por madre.

Nuestra buena Madre ve en la respuesta de la señora Berta la manifestación de la voluntad de Dios, y esto basta para que ella encuentre su gozo. Ella está muy por encima de las miras humanas. Yo, lo confieso, he tenido que hacer un verdadero sacrificio y creo que a ti te pasa lo mismo.

¿Quién sabe? Más tarde… No se puede saber, pero por ahora es totalmente imposible. El hermano de nuestra Madre puede encontrar mejor partido. Por desgracia, ese vil dinero, cuando se necesita… No te apesadumbres por mi querida Madre, ella se lo esperaba un poco y no ve más que la voluntad de Dios.

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326 A la señora Farrat – hacia el 18 de octubre de 1906

Muy querida señora:

No encuentro palabras para manifestarla cuánto me ha conmovido su atención tan delicada. Me parecía que su hermosa caja de Kalougas me traía su corazón. Sus deliciosos bombones ¡qué a tiempo llegaron! Sufro mucho desde hace algunos días y sus buenos Kalougas son tan calmantes… Además son variados, lo que es una ventaja para el pobre estómago, cansado de todo.

Mil gracias por los alivios que da a la pobre enferma, que, sin embargo, es muy feliz de sufrir por su Maestro. Sí, querida señora. Nunca ha sido tan grande mi felicidad, nunca tan verdadera como desde que el Señor se ha dignado asociarme a los dolores del divino Crucificado, para que “sufra en mi carne lo que falta a su Pasión” (Col 1, 24), como decía San Pablo.

Pienso ir muy pronto a reunirme con su Cecilita en el seno de la Luz y del Amor. ¡Cómo, juntas, haremos ir hacia usted las gracias y los dones de Dios… Velaremos sobre su querido hijo, para que El os le guarde puro, digno del horrar en que Dios ha querido refugiarlo, y además, también sobre la pequeña María Magdalena. su pequeño lirio, tan amado de su corazón. Para usted, querida señora, pediremos, si lo permite, las gracias de unión al Maestro, que dan tanta fuerza al alma para pasar por todas las pruebas y que transforman la vida en un continuo contacto con El. ¡Si usted supiera cómo me cuidan en mi querido Carmelo! ¡Qué Madre tengo continuamente junto a mí! Es una verdadera madre para con su enfermita. Se le saltarían las lágrimas si pudiera ver a través de las rejas las atenciones que me prodiga ese corazón que Dios hizo tan maternal. Adiós, querida señora, y gracias de nuevo. He dicho al Maestro mi gratitud. Que El le diga también el profundo afecto de vuestra amiguita carmelita.

H. I. d. la T.

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327 A su madre – hacia el 20 de octubre de 1906

Mi querida madrecita:

¿Cómo dejar de darte las gracias por tus dulces, que me llegan hasta el fondo del corazón? Tus Kalougas son excelentes. Con ellos he notado algún cambio, ya que me duele constantemente el corazón. Voy perdiendo el olfato.

La señora Farrat me ha enviado una bonita caja que contenía 30 Kalougas variados, unos al pistacho, otros de fruta, y los hay también al café. Pero no son mejores que los tuyos y no sabría distinguirlos. ¡Ya ves que rivalizas con los “especialistas”!… Me dan lástima todos estos dulces por mi paladar enfermo, que ni siquiera lo huele ya. Pero mi corazón está lleno de reconocimiento hacia mi madrecita querida. Nuestra Madre me ha dicho lo feliz que serías haciéndome estos bombones. ¡Cuántas veces hablamos de ti!… He asistido al ensayo, y pienso que mi sobrina Sabel querría tomar parte en el concierto, ¿me engaño? Cuento con la plancha para el lunes por la mañana. Gracias por el cuello. Nuestra hermanita está magnifica. Ya la he probado su toca. ¡Oh, mamá querida, esto me ha traído recuerdos!…

Hay un Ser, que es el Amor, que quiere que vivamos en sociedad (I Jn 1, 3) con El. Oh, mamá, esto es delicioso. Es El el que me acompaña, el que me ayuda a sufrir, el que me hace olvidar mi dolor para descansar en El. Haz lo mismo. Verás cómo esto transforma todo.

Un gracias muy efusivo a mi Guita por todo. La abrazo. Dile que el lunes, en la ceremonia, estaré unida a ella. Bendigo a los angelitos. Para ti mis cariños.

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328 A la hermana Luisa de Gonzaga – hacia el 20 de octubre de 1906

¿Cómo expresarle mi gratitud por el placer que me ha dado esta mañana? Comulgaré por usted a Aquel que es Fuego consumidor para que El la transforme cada vez más en El mismo, para que usted pueda darle toda gloria.

Unión, y muchas gracias.

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328bis A Ana María de Avout – hacia el 21 de octubre de 1906

Mi querida Ana María:

Estoy tan débil que apenas puedo sostener el lápiz. Y, sin embargo, tengo necesidad de decirte gracias desde mi corazón, tan profundamente conmovido por tu delicada atención. Te concedo el diploma de confitera. ¡Son tan buenos tus Kalougas! ¡Qué gusto da verlos en la hermosa cajita! Tengo una provisión de chocolates de toda especie. Todos me hacen sufrir, mientras los tuyos, al contrario, me alivian. Es tu corazón seguramente el que ha echado una esencia particular en estos bonitos bombones. Mil veces gracias.

No te olvido en mi cruz, donde gusto alegrías desconocidas. y cuando esté en el cielo su nombre y su recuerdo, tan profundamente grabados en mi corazón, estarán siempre presentes delante de Dios. Soy muy feliz, pequeña Ana María.

¡Si vieras cómo me cuida mi Madre querida… Estoy avergonzada de mi cofort, para una carmelita acostumbrada a la mortificación, pero para mí no se mira sino a la caridad, ¡qué bondad maternal! Adiós, pequeña. Te amo mucho, así como a los tuyos, y os abrazo a todos. Gracias de nuevo.

H. I. de la Trinidad.

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329 A la Madre Germana de Jesús – 22 de octubre de 1906

11 horas Mi sacerdote amado:

Su pequeña hostia sufre mucho, mucho, es una especie de agonía física.

Ella se siente muy débil, débil hasta gritar. Pero el Ser que es la Plenitud de Amor la visita, la hace compañía, la hace entrar en sociedad (I Jn 1, 3) con El, la hace comprender que, mientras la deje en la tierra, El le dará el dolor. Madre querida, me siento movida, si usted me lo permite, a preparar su fiesta de Todos los Santos, para que sea enraizada en el amor puro (Ef 3. 17), como los bienaventurados, a comenzar una novena de sufrimiento, durante la cual, cada noche, mientras usted reposa, nosotros iremos a visitarla con la Plenitud del Amor. Perdone a Laudem gloriae. Ella os ama tanto. Después de El, usted lo es todo para ella.

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330 A la señora Gout de Bize – 23 de octubre de 1906

“Dios es Amor” (I Jn 4, 16).

Muy querida señora:

En su querida cartita usted me llama “mi hija”. ¡Oh, qué dulcemente ha resonado en mi corazón y cuán reconocida le estoy por el afecto que da a la pequeña carmelita que tanto la quiere! Si usted supiese con cuánta frecuencia hablo de usted con mi Madre querida y venerada. Ella me permite hoy portarme como una niña golosa, pues la querida Madre no piensa sino en cómo aliviar a su hija, y con una sencillez filial respondo al cariñoso deseo de su buen corazón, manifestándole que sus buenas chocolatinas ¡sobre todo las de al pistacho¡ son la única cosa que soporta mi estómago. Mamá, mis amigas, la buena Madre, me traen chocolates de toda especie, pero o me producen ardor o me causan repugnancia, mientras los suyos me alivian, quitándome el mal de corazón, que ya es habitual, y además son más calmantes. Pienso que esto la agradará, pues conozco el corazón de mi querida señora Berta.

Ruego y me sacrifico por su pequeña Yaya. ¿Quién sabe si el Señor espera que yo vaya al cielo para arreglar su futuro con la Santísima Virgen? El es todopoderoso y lo que nos parece irrealizable puede suceder cuando El quiera. Oh, crea que allá arriba, en el Hogar de amor, pensaré activamente en usted. Para usted, si quiere, pediré y ésta será la señal de mi entrada en el cielo la gracia de unión, de intimidad con el Maestro. Es esto lo que ha hecho de mi vida ‑se lo confieso‑ un cielo anticipado: creer que un Dios, que se llama Amor, habita en nosotros en todos los instantes del día y de la noche, que nos pide vivir en comunión con El, recibir igualmente, como venido directamente de El, toda alegría y todo dolor. Esto eleva al alma por encima de lo pasajero, de lo que oprime y la hace reposar en la paz, en el amor de los hijos de Dios. Oh, querida señora, qué olas de ternura siento que van de mi corazón al suyo… Me parece que la Isabelita está todavía en aquellos días en que caminaba junto a usted en las grandes avenidas de Boaça. Vaya a recogerse en una de ellas y allí, bajo la mirada de Dios, sentirá mi alma cerca de la suya, pues en El somos una cosa para el tiempo y la eternidad. La abrazo y también a mi Yaya. Su pequeña

I. d. la Trinidad.

¿Si mi Madre querida le permite quererla? Oh, sí, vuestros corazones están hechos para vivir unidos.

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331 A Clemencia Blanc – octubre de 1906

Querida hermanita:

Es vuestro pequeño Angel que os envía una palabra salida de su corazón antes de marchar a Aquel que fue su Todo en la tierra. Nunca el corazón de Cristo desbordó tanto de amor como en el momento en que iba a dejar a los suyos (Jn 13, 1). También yo, hermanita, nunca he sentido tan fuertemente la necesidad de cubriros con mi oración. Cuando mis sufrimientos se hacen más agudos, me siento tan impulsada a ofrecerles por usted que no puedo hacer otra cosa. ¿Tendrá una necesidad más urgente? ¿Está usted sufriendo? ¡Oh, hermanita, le doy todos los míos, puede disponer de ellos libremente! ¡Si supiera lo feliz que soy al pensar que mi Maestro va a venir a buscarme! ¡Qué hermosa es la muerte para los que Dios ha guardado y “no han buscado las cosas visibles, que son pasajeras, sino las invisibles, porque son eternas”! (II Cor 4, 18) (San Pablo).

En el cielo seré su Angel mas que nunca. Sé la necesidad que tiene de ser guardada en medio de ese París donde discurre su vida. San Pablo dice que Dios “nos ha elegido en El antes de la creación para que seamos puros e inmaculados en su presencia en el amor” (Ef 1, 4). ¡Ah, cómo le pido que ese gran decreto de su voluntad (Ef 1, 11) se cumpla en usted! Para ello, escuche el consejo del mismo apóstol: “Caminad en Jesucristo, enraizados en El, edificados sobre El, afirmados en la fe y creciendo cada vez más en El” (Col 2, 67). Mientras contemple la Belleza Ideal en su claridad le pediré que ella se imprima en su alma, para que ya desde la tierra, donde todo está manchado, usted sea hermosa con su hermosura, luminosa con su luz.

Adiós. Déle gracias por mí, pues mi felicidad es inmensa. Le doy cita en la herencia de los santos (Col 1, 12). Es allí donde con el coro de las vírgenes, esa generación pura como la luz, cantaremos el hermoso cántico del Cordero (Ap 14, 3‑4). el Sanctus eterno, bajo la irradiación de] rostro de Dios. Entonces, dice San Pablo, “seremos transformados en la misma imagen, de claridad en claridad” (II Cor 3, 10). La abrazo con todo el amor de mi corazón y soy su Angel para la eternidad.

M. Isabel de la Trinidad.

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332 A Marta Weishardt – octubre de 1906

¡Qué unida le está su hermanita del alma en estos días divinos en que el “demasiado grande amor” (Ef 2, 4) se derrama a olas en su alma! ¡Oh!, ya ve, a veces me parece que El va a venir a tomarme para llevarme adonde El está en la Luz deslumbradora. Ya en la noche de la fe, la unión es tan profunda, los abrazos tan divinos… ¿Qué será ese primer cara a cara en la gran claridad de Dios, ese primer encuentro con la Belleza divina? Así voy a derramarme en lo infinito del Misterio y contemplar los esplendores del Ser divino. Me parece que seremos todavía más consumadas en el Uno y cantaremos siempre al unísono el “Canticum Magnum” de que habla San Pablo. Gracias por su querida carta. Me ha alegrado mucho. Gracias por todo lo que ha dado de Dios a su hermanita. ¡El nos ha unido tan bien! Sepultémonos en un eterno silencio, que la mirada sencilla sobre El nos separe de todo y nos fije en la insondable profundidad del misterio de los Tres mientras esperamos el “Veni” del Esposo. Su verdadera hermanita.

I. Isabel de la Trinidad, “Laudem gloriae”

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333 A la señora de Bobet – fin de octubre (?) de 1906

“Deus charitas est”.

Mi muy querida Antonieta:

Se aproxima la hora en que voy a pasar de este mundo a mi Padre, y antes de partir quiero enviarle una palabra salida de mi corazón, un testamento de mi alma. Jamás el corazón del Maestro estuvo tan desbordante de amor como en el instante supremo en que iba a separarse de los suyos (Jn 13, 1). Me parece que algo parecido pasa en el corazón de su pequeña esposa en el ocaso de su vida y siento como una oleada de amor que va de mi corazón al suyo.

Querida Antonieta: A la luz de la eternidad el alma ve las cosas tal como son. ¡Oh! ¡Qué vacío es todo lo que no se ha hecho por Dios y con Dios! La suplico: marque todo con el sello del amor. Sólo esto permanece. ¡Qué cosa tan seria es la vida!, cada minuto se nos da para “enraizarnos” (Col 2, 7, y Ef 3, 17) más en Dios, según la expresión de San Pablo, para que el parecido con nuestro divino Modelo sea más llamativo, la unión más íntima.

Pero para realizar este plan, que es el de Dios mismo, he aquí el secreto: olvidarse, abandonarse, no buscarse a sí mismo, mirar al Maestro, solamente a El, recibir igualmente, como venidos directamente de su amor, la alegría y el dolor. Esto coloca al alma en unas alturas tan serenas…

Mi querida Antonieta, la dejo mi fe en la presencia de Dios, del Dios todo amor que habita en nuestras almas. Se lo confío: esta intimidad con El “dentro” ha sido el bello sol que ha iluminado mi vida, haciendo de ella ya como un cielo anticipado. Es lo que me sostiene hoy en el dolor. No tengo miedo de mi debilidad. Es ella la que me da la confianza, porque el Fuerte está en mí (II Cor 12, 9) y su poder lo puede todo; “obra, dice el Apóstol, más allá de lo que podemos esperar” (Ef 3, 20) Adiós, mi Antonieta. Cuando esté en el cielo ¿me permite que la ayude, incluso que la reprenda, si veo que no se da del todo al Divino Maestro? Y esto, porque la amo. Protegeré a sus dos tesoros queridos y pediré para usted todo lo necesario para hacer de ellas dos hermosas almas, hijas del amor. Que El la guarde toda para Sí totalmente fiel. En El seré siempre TODA SUYA. Hna.

M. I. de la Trinidad.

Su querido rosario no me abandona ni de día ni de noche.

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334 A la señora Gout de Bize – fin (?) de octubre de 1906

Muy querida señora:

Con qué alegría nuestra querida Madre ha hecho gustar sus deliciosos chocolates a su enfermita, cuyo ruin estómago no quiere escuchar a nadie.

Usted comprende que él no puede sino amar lo que viene de su querida señora Berta. Sus bombones tienen un gustillo que me cambia del chocolate suizo que chupo y es casi todo mi alimento. Ya ve que es poco abundante, y con todo sufro mucho… Sus atenciones me conmueven hasta derramar lágrimas, y aunque muy fatigada, quiero enviarla en seguida el agradecimiento de mi corazón, tan, tan agradecido… Usted sabe que la quiero como a una verdadera mamá, y crea que en el cielo será siempre lo mismo. Oh, cómo pediré al Señor la felicidad de nuestra querida Yaya. ¡Hubiera querido ver arreglado este asunto antes de mi muerte! Pero mi sueño no es realizable por ahora. Que la Virgen, que es también madre, mande a su pequeña el marido que la haga feliz. ¡Amo tanto a su Yaya! Con mi Madre querida me gusta hablar de usted al tiempo que miramos sus queridas fotografías. ¡Cómo ha alegrado su corazón maternal sus atenciones para su hija querida!… Si usted supiera lo que ella es para mí… Adiós. Perdón por estos garabatos. La pequeña carmelita se encuentra muy fatigada, y su corazón no podía permanecer en silencio.

Ella se le envía todo entero, desbordando de ternura. Muchas gracias de nuevo.

I. de la Trinidad

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335 A la hermana María Odila – 28 de octubre de 1906

Nuestro Dios es un fuego consumidor.

Antes de subir al cielo, querida hermanita María Odila, quiero enviarla una pequeña palabra salida del corazón, pues quiero que sepa que en la Casa del Padre rogaré mucho por usted. Le doy cita en el Hogar del Amor; es allí donde se pasará mi eternidad y usted puede comenzarla ya en la tierra.

Querida hermana, yo estaré celosa de la belleza de su alma, pues, como sabe, mi corazoncito la ama mucho, y cuando se ama se desea el bien al ser amado.

Me parece que en el cielo mi misión será la de atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas, para unirse a Dios por un movimiento todo simple y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en Sí mismo. Querida hermanita de mi alma, me parece que ahora veo todas las cosas a la luz del Señor, y si tuviera que comenzar mi vida ¡Cómo no quisiera perder un instante! No nos está permitido a nosotras, esposas del Carmelo, hacer otra cosa más que amar, hacer cosas divinas, y si por casualidad, desde el seno de la Luz, la viese salir de esta única ocupación, bien pronto vendría a llamarla al orden. Usted lo quiere, ¿no es así? Ruegue por mí, ayúdeme a prepararme para la cena de las bodas del Cordero (Ap 19, 9). Hay que sufrir mucho para morir, y cuento con usted para ayudarme. Por mi parte, vendré a asistir a su muerte. Mi Maestro me apremia. No me habla más que de la eternidad de amor. Esto es tan grave, tan serio. Quisiera vivir cada minuto en plenitud. Adiós. No tengo fuerzas ni permiso para escribir largo, pero usted sabe la palabra de San Pablo:

“Nuestra conversación está en los cielos” (Fil. 3, 20). Querida hermanita, vivamos de amor para morir de amor y para glorificar al Dios todo Amor.

“Laudem gloriae”, 28 de octubre de 1906

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336 A la hermana Ana de San Bartolomé – 28 de octubre de 1906

Ultimo deseo de Laudem gloriae para su hermanita Ana de San Bartolomé.

Al partir para el gran Hogar de Amor, le promete que la ayudará a realizarlo. Sí, entréguese a esta Plenitud del Amor, “Ser vivo”, que quiere vivir en comunión (I Jn 3, 1) con usted.

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337 A la Madre Germana de Jesús – últimos días de octubre de 1906


El texto de la carta forma el Tratado espiritual IV, “Déjate amar”

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338 A la señora de Sourdon – 30 de octubre de 1906

Yo, la firmante, declaro que, aunque no poseo nada, pues he dispuesto anteriormente de todo lo que me pertenecía, instituyo, sin embargo. por mi heredera universal a la señora condesa Jorge de Sourdon, domiciliada en Dijon.

Isabel Catez,

30 de octubre de 1906

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339 A la hermana Javiera de Jesús – 31 de octubre de 1906

Abscondita in Deo

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340 Al doctor Barbier – primeros días de noviembre de 1906

Mi buen doctor

Mi corazón se vale de la mano de nuestra Madre para decirle, por última vez, lo agradecida que está a los solícitos cuidados que me ha prodigado durante estos meses de sufrimiento, que han sido de bendiciones, de alegría profunda, desconocida del mundo.

Quiero manifestarle, por mi parte, que ahora siento comenzar mi misión para con usted. Sí, el buen Dios le confía a su enfermita, y junto a El ella deberá ser el ángel invisible que le llevará, por el camino del deber, al fin de toda criatura nacida de Dios. En esta última hora de mi destierro, en esta bella tarde de mi vida, ¡cómo me parece todo serio a la luz de la eternidad! Yo quisiera poder darme a entender a todas las almas pata decirles la vanidad, la nada de lo que pasa sin haber sido hecho por Dios.

Por lo menos estoy segura de que usted me comprenderá. querido y buen doctor, que siempre me ha comprendido. Yo lo veía muy bien y era muy feliz por ello en el fondo de mi corazón. ¡Oh! No deje de recordar las cosas que nos decíamos juntos, deje vibrar su alma bajo el soplo de gracia que ellas hacen pasar sobre su alma, pero que todo esto sirva para determinar la voluntad a la fidelidad que Dios pide por su ley, por su santa Iglesia. He sido tan feliz viéndole apreciar a mi querido San Pablo que para completar su felicidad le pido que acepte como un último adiós de su querida enfermita, como último testimonio de su afectuoso reconocimiento, el libro de estas Cartas, en las que mi alma ha sacado tanta fuerza para la prueba.

Nosotros nos encontraremos de nuevo bajo la luz que estas páginas traen a los que las leen con la fe de los hijos de Dios; en esa luz que para mí no tendrá sombra dentro de poco, me acordaré de usted y pediré a Aquel que fue tan misericordioso para mí, que le guarde para El hasta la eternidad, donde yo quiero encontrarle un día, querido doctor. Adiós, y nuevamente gracias.

Firmo con esta crucecita: “

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341 A la señora Hallo – noviembre de 1906

Mi segunda mamá:

Mi mano no puede ya sostener la pluma, pero es siempre el corazón de su hija el que la conduce pasando por el corazón de su Madre. He aquí, creo, el gran día, tan ardientemente deseado, de mi encuentro con el Esposo únicamente amado, adorado.

Tengo la esperanza de estar esta noche entre esa “gran muchedumbre” que San Juan vio delante del Trono del Cordero, sirviéndole día y noche en su templo (Ap 7, 9lS). Le doy a usted cita en ese hermoso capítulo del Apocalipsis y en el último, que levanta tan bien al alma sobre las cosas de la tierra en la Visión en la que me voy a perder para siempre. ¡Cuánto pensaré en usted, querida mamá, a quien el Señor sostiene admirablemente y a la que reserva tantas gracias en correspondencia con su generoso sacrificio.

Su Isabel de la Trinidad.

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342 A Carlos Hallo – noviembre de 1906

Mi hermanito:

Antes de irse al cielo, tu Isabel quiere decirte una vez más su afecto y su proyecto de asistirte, día tras día, hasta que te juntes con ella en el cielo. Quiero, Carlos querido, que sigas las huellas de tu padre, con aquella fe robusta que hace que la voluntad sea siempre fiel. Tendrás que sostener luchas, hermanito mío, encontrarás obstáculos en el camino de tu vida, pero no te desanimes, llámame. Sí, llama a tu hermanita, así aumentarás la felicidad de su cielo. Ella será muy feliz ayudándote a triunfar, a permanecer digno de Dios, de tu venerado padre, de tu madre, a quien debes llenar de alegría. No tengo fuerzas para dictar estos últimos deseos de una hermana que te ama mucho. Cuando esté cerca de Dios recógete en la oración, y así nos volveremos a encontrar todavía mejor. Te dejo una medalla de mi rosario. Llévala siempre en recuerdo de tu Isabel, que te querrá todavía más en el cielo.

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