La muerte de Jesús: cuando el amor llega hasta el extremo. Lucas 22,14 – 23,56
Oración inicial
Espíritu
Santo,
derramado sobre el mundo por el ser divino que va a morir,
condúcenos a contemplar
y a comprender la vía dolorosa
de nuestro Salvador
y el amor con que la ha recorrido.
Concédenos ojos y corazones de verdaderos creyentes,
para que se nos revele
el misterio glorioso de su cruz.
«Gracias a la cruz no andaremos ya errantes por el desierto,
porque conocemos el camino verdadero;
no nos quedaremos ya fuera de la casa de nuestro Dios, de nuestro rey, porque
hemos encontrado la puerta;
no temeremos ya las flechas encendidas del demonio, porque habremos descubierto
una fuente de agua.
Por medio de Él, no estaremos ya solos, porque habremos encontrado al esposo;
no tendremos ya miedo del lobo,
porque habremos encontrado al buen pastor.
Gracias a la cruz no nos asustará ya la iniquidad de los poderosos, porque
estaremos
sentados a la mesa del rey» (Cf. S. Juan Crisóstomo).
Lectura
- Clave para la lectura:
Contexto litúrgico: la antigua tradición de proclamar el Evangelio de la Pasión y Muerte de Jesucristo el domingo anterior a la Pascua se remonta a la época en la cual las celebraciones de la Semana Santa estaban reducidas al mínimo. La finalidad de tal lectura es la de llevar a los oyentes a la contemplación del misterio de muerte que prepara la Resurrección del Señor y que es, por lo tanto, la condición por la cual el creyente ha entrado en la “vida nueva” en Cristo. El uso de hacer esta larga lectura entre varios lectores sirve, no solamente para hacer menos monótona la proclamación o para facilitar una escucha atenta, sino para hacer que la participación de los oyentes sea más emotiva, como si se quisiera transmitir la sensación que ellos están presentes y son agentes de lo que se narra.
Las dos lecturas que preceden al Evangelio de este domingo, contribuyen para dar una perspectiva interpretativa del texto: el Siervo de Yahvé es Jesús, el Cristo, Persona divina que, a través de la muerte ignominiosa que padece, llega a la gloria de Dios Padre y comunica su propia vida a los hombres que le escuchan y lo acogen.
Contexto evangélico: sabemos ya que el núcleo literario, en torno al cual se formaron los Evangelios, es el de la narración de la Pascua del Señor: Pasión, Muerte y Resurrección. Estamos, pues, frente a un texto bastante antiguo y unitario en su composición literaria, aunque se haya formado gradualmente. Su importancia es, de todos modos, capital: se narra el acontecimiento fundamental de la fe cristiana, aquél con el que cada creyente debe confrontarse y conformarse constantemente (aún cuando el texto que se ofrece en este domingo acaba en la sepultura de Jesús).
Lucas, como siempre, se nos revela narrador eficaz y detallado, atento a las detalles particulares y capaz de hacer ver al lector los sentimientos y movimientos interiores de sus personajes principales, sobre todo, de Jesús. El dolor terrible e injusto que padece se nos muestra a través del filtro de su actitud inalterable de misericordia hacia todos los hombres, aunque estos sean sus perseguidores y asesinos; algunos de ellos quedan tocados e impresionados por este modo suyo de afrontar el sufrimiento y la muerte, de tal manera que dan signos de creer en Él: el tormento de la Pasión viene suavizado con la potencia del amor divino de Jesús.
En el contexto del tercer Evangelio, Jesús va solamente una vez a la Ciudad Santa: la vez decisiva para la historia humana del Cristo y para la historia de la salvación. Toda la narración evangélica lucana es como una larga preparación para los acontecimientos de aquellos últimos días, Jesús los pasa en Jerusalén predicando y haciendo gestos, a veces de tono grandioso (por ej.: la expulsión de los mercaderes del Templo, 19,45-48), otras veces, misteriosos o un poco provocadores (por ej.: la respuesta acerca del tributo debido al César, 20,19-26). No por casualidad, el evangelista concentra en estos últimos días acontecimientos y palabras que los otros sinópticos ponen en otras fases de la vida pública del Señor. Todo esto se desarrolla mientras el complot de los jefes del Pueblo se intensifica y se hace cada vez más concreto, hasta que a Judas se le ofrece una ocasión propicia e inesperada (22,2-6).
El tercer evangelista, para indicar esta última y definitiva etapa de la vida del Señor, utiliza varios términos en el curso de su obra: es una “partida” o un “éxodo” (9,31), es una “asunción” (9,51) y es un “cumplimiento” (13,32). Así pues, Lucas da a entender a sus lectores, anticipadamente, cómo interpretar la terrible y escandalosa muerte del Cristo al cual han confiado su propia vida: Él realiza un paso doloroso y difícil de entender, pero “necesario” en la economía de la salvación (9,22; 13,33; 17,35; 22,37) para llevar a buen éxito (“cumplimiento”) su itinerario hacia la gloria (Cf. 24,26; 17,25).
Tal itinerario de Jesús es paradigma de aquel que cada discípulo suyo debe llevar a cabo (Hch 14,22).
Una división del texto para ayudar a la lectura:
La narración de la última cena: desde 22,7 a 22,38;
La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní: desde 22,39 a 22,46;
El arresto y el proceso hebraico: desde 22,47 a 22,71
El proceso civil delante de Pilato y Herodes: desde 23,1 a 23,25
La condena, la crucifixión y la muerte: desde 23,26 a 23,49
Los acontecimientos sucesivos a la muerte: desde 23,50 hasta 23,56.
El texto:
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS: 22, 14-23, 56
He deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer
Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: «Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios». Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: «Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios».
Hagan esto en memoria mía
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes». ¡
Ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado!
«Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien será entregado!». Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.
Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve
Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: «Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel».
Tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos
Luego añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos». Él le contestó: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte». Jesús le replicó: «Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces».
Conviene que se cumpla en mí lo que está escrito
Después les dijo a todos ellos: «Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?». Ellos contestaron: «Nada». Él añadió: «Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí». Ellos le dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les contestó: «¡Basta ya!».
Lleno de tristeza, se puso a orar de rodillas
Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: «Oren, para no caer en la tentación». Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: «¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación».
Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?
Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».
Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: «Señor, ¿los atacamos con la espada?». Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: «¡Dejen! ¡Basta!». Le tocó la oreja y lo curó.
Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: «Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas».
Pedro salió de ahí y se soltó a llorar
Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: «Éste también estaba con él». Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «¡Hombre, no lo soy!». Y como después de una hora, otro insistió: «Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo», Pedro contestó: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo.
El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’, y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.
Adivina quién te ha pegado
Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: «Adivina, ¿quién te ha pegado?». Y proferían contra él muchos insultos.
Lo hicieron comparecer ante el sanedrín
Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy». Entonces ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca». El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey».
Pilato preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le contestó: «Tú lo has dicho». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No encuentro ninguna culpa en este hombre». Ellos insistían con más fuerza, diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes, con su escolta, lo despreció
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.
Pilato les entregó a Jesús
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: «Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré».
Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: «¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!». A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo por tercera vez: «¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Hijas de Jerusalén, no lloren por mí
Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: ‘¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!’. Entonces dirán a los montes: ‘Desplómense sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepúltennos’, porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?».
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiados con él. Cuando llegaron al lugar llamado «la Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.
Éste es el rey de los judíos
El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido». También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: «Éste es el rey de los judíos».
Hoy estarás conmigo en el paraíso
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: «Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le reclamaba, indignado: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho». Y le decía a Jesús: «Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí». Jesús le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso».
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu
Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!». Y dicho esto, expiró.
El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: «Verdaderamente este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello. José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro
Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.
Momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios entre en nosotros e ilumine nuestra vida.
Algunas preguntas
para ayudarnos en la meditación y en la oración.
- Al final de esta larga lectura, ¿qué sensación prevalece en mí: descanso como fin de la fatiga, admiración por Jesús, dolor por su dolor, alegría por la salvación obtenida, o qué otra cosa?
- Vuelvo a leer el texto, poniendo atención en cómo han actuado los distintos “poderosos”: sacerdotes, escribas y fariseos, Pilato, Herodes. ¿Qué pienso de ellos?
¿Cómo creo que hubiera podido pensar, actuar, hablar y decidir yo en su lugar?
- Leo otra vez la Pasión: pongo atención, esta vez, en cómo han actuado los “pequeños”: discípulos, gente, los particulares, mujeres, soldados y otros. ¿Qué pienso de ellos? ¿Cómo creo que hubiera actuado, pensado y hablado yo en su lugar?
- Finalmente, repaso mi modo de actuar en la vida diaria. ¿A cuál de los personajes, principales o secundarios, logro asemejarme? ¿A cuál, sin embargo, desearía asemejarme más?
Una clave para la lectura
para los que deseen profundizar en el tema.
Deteniéndome en algunos puntos-claves:
22,14: Cuando llegó la hora se sentó a la mesa y sus discípulos con Él: no obstante que escriba para una comunidad de cristianos provenientes, en su mayoría, del paganismo, Lucas subraya que la última cena de Jesús está encuadrada dentro de los ritos del Pesah hebraico. Poco antes ha descrito los preparativos (vv. 7-13). 22,15: Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer : es una llamada a 12,50: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!” (cfr. también Jn 12,32). Lucas nos ofrece un rayo de luz sobre la dimensión interior de Jesús, mientras se dispone a padecer y morir: lo que le empuja es, como siempre para Él, la opción radical de aceptar la voluntad del Padre (Cf. 2,49), pero se vislumbra, incluso, en estas palabras un deseo humanísimo de fraternidad, de compartir y de amistad.
22,17: Tomó luego una copa, dio gracias: no estamos todavía en el cáliz eucarístico propiamente dicho, sino en la primera de las cuatro copas de vino que se tomaban en el transcurso de la cena pascual. 22,18: A partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios: segunda indicación expresa a la muerte que ya está próxima. Se vuelven a tomar los anuncios de la Pasión (9,22.44; 12,50; 18,31-32) y, como aquellos, hacen una llamada implícitamente a la resurrección. El tono, de todos modos, dada la seriedad del momento, contiene los acentos de esperanza y de espera escatológica, con la certeza de que el Padre no lo abandonará a la muerte. Jesús es consciente de lo que tiene que afrontar, pero se nos muestra profundamente sereno, interiormente libre, seguro del propio destino y de los últimos resultados de cuanto está para sucederle. 22,19-20: la narración de la institución de la Eucaristía contiene muchas afinidades con la narración de Pablo (1Cor 11,23-25) y tiene un carácter muy marcado sacrificial: Jesús está en un estado de oblación y no ofrece cosas, sino a sí mismo, en beneficio del que crea en Él.
22,21: La mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa : Jesús admite a comer y, a la comunión con Él, a Judas, aún cuando es consciente de que este discípulo está para traicionarlo definitivamente. El contraste es estridente y querido por el evangelista, como otras veces en el curso de esta narración. 22,28: Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas : al contrario que Judas, los otros discípulos “han perseverado con Jesús en las pruebas”, porque han permanecido junto a Él, al menos hasta este momento. El Señor, pues, reconoce que han alcanzado un alto grado de comunión con Él, de tal modo, que merecen un honor especial en la gloria del Padre (v. 29).
Es, pues, Jesús el que establece un paralelo estrecho entre la comunión constante de sus discípulos (los de entonces como los de hoy) con su sufrimiento y la comunión final eterna de su gloria (“comer y beber”, v. 30). 22,31-37: ¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca: este pequeño trozo parece tomado de otro contexto. La indicación de Jesús a Satanás y a su acción en sus discípulos, evoca todo lo que el evangelista había ya señalado sobre las causas de la traición de Judas (22,3) y hace un paralelo con la perspectiva lucana de la Pasión como de un último asalto de Satanás en relación a Jesús (Cf. 4,13; 22,53).
Pedro es defendido de las insidias del tentador por la oración del mismo Jesús y por el hecho de haber elegido ser discípulo del Señor, porque tiene una misión especial en relación con sus hermanos en la fe (v. 32b). Jesús se adelanta a ponerlo en guardia: a él, como a los otros discípulos, la Pasión de Jesús será una dura lucha contra Satanás y a tantas emboscadas que, bajo distintas formas, tiende a los discípulos que estarán con Jesús en las distintas etapas de su Pasión (vv. 35-36) a causa de la terrible prueba a la que Él se verá sometido (v. 37); en estas última palabras se cita expresamente el texto de Isaías sobre el “Siervo doliente” (Is 53,12), con el cual es identificado abiertamente Jesús.
22,33-34: Él dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte. Pero él contestó: «Te digo, Pedro, que antes de que hoy cante el gallo habrás negado tres veces que me conoces»: Pedro es un hombre de carácter generoso, un poco impetuoso, como demuestra su declaración, que hace que Jesús le declare la previsión de su negación.
Como en los versículos 24-27 los jefes de la comunidad eran colocados frente a la propia responsabilidad de “siervos” de la fe de los hermanos que les eran confiados, ahora se les pide el deber de la prudencia y de la vigilancia sobre ellos mismos, sobre su propia debilidad.
22,39-46: la narración de la agonía-espiritual en Getsemaní sigue muy de cerca la de Marcos (14,32-42), menos en algunas particularidades, especialmente en lo referente a la teofanía consoladora mediante la presencia del ángel del cielo (v. 43).
Jesús intensifica su propia oración, mientras se acerca el momento más difícil e insidioso de la propia vida.
Getsemaní, como señala Lucas, era el lugar “acostumbrado” (v. 37) en el que pernoctaba Jesús en Jerusalén (21,37). 22,47-53: con el arresto, comienza la verdadera y propia Pasión de Jesús. Esta narración del pasaje presenta los acontecimientos siguientes como “la hora de las tinieblas” (v. 53) y muestra a Jesús como áquel que vence y vencerá sobre la violencia mediante la paciencia y la capacidad de amar, incluso, a sus perseguidores (v. 51); resaltan, sin embargo, las palabras tristes, pero amorosas, que Jesús dirige a Judas: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!» (v. 48). 22,54-71: El proceso judío no tiene ninguna evolución durante el curso de la noche. Del Jesús prisionero no se refiere nada hasta la mañana. Esta ausencia de noticias acerca de lo que sucede a Jesús después del arresto hasta el comienzo del proceso es típico de Lucas.
22,60-62: Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en aquel mismo momento, cuando aún estaba hablando, cantó un gallo. El Señor se volvió y miró a Pedro. Recordó Pedro las palabras que le había dicho el Señor: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces» y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente: el cruce de miradas, ocurrido en la agitación de aquella noche interminable, señala la toma de conciencia de Pedro: a pesar de las jactanciosas declaraciones de fidelidad, se realizó lo que Jesús le dijo poco antes. En aquella mirada Pedro experimenta en primera persona la misericordia del Señor de la cuál había oído hablar a Jesús: no esconde la realidad del propio pecado, sino la cura trayendo al hombre a la conciencia plena de la propia realidad y del amor personal de Dios por él. 22,70-71:«Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» Él les dijo: «Vosotros lo decís: Yo soy.» Dijeron ellos: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca?»: el proceso judío comienza propiamente con las primeras luces del día (v. 66) y se centra en la búsqueda de pruebas (las verdaderas, en Lucas, pero cfr. Mc 14,55-59) en base a las cuales condenar a muerte a Jesús. Según Lucas, pues, los jefes judíos no recurren a falsos testimonios, sino – aún en su aversión feroz contra Jesús – se portaron con una cierta corrección jurídica hacia Él.
Jesús, respondiendo afirmativamente a la pregunta “¿eres tú el Hijo de Dios?”, se muestra plenamente consciente de su propia dignidad divina. En virtud de la misma, su sufrimiento, su muerte y su resurrección, son testimonios elocuentes del Padre y de su voluntad benéfica hacia la humanidad. De este modo, sin embargo, él “firma” la propia condena de muerte: es un blasfemo que profana el Nombre y la realidad de Yahvé, porque se declara explícitamente “hijo” de Él. 23,3-5: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Él le respondió: «Sí, tú lo dices.»… Pero ellos insistían diciendo: «Solivianta al pueblo con sus enseñanzas”: estamos en el paso del proceso judío al romano: los jefes judíos entregan el condenado al gobernador para que lleve a cabo su propia condena y para ofrecerle una motivación aceptable para él, “domestican” los motivos de su condena, mostrándola bajo el punto de vista político.
Jesús, por eso, es presentado como soliviantador del pueblo y usurpador del título real de Israel (que entonces solamente era ya un recuerdo y un honor).
El instrumento mediante el cuál Jesús habría cometido su delito, en este caso, es su predicación: ¡aquella palabra de paz y misericordia que había esparcido a manos llenas, ahora la utilizan contra Él!
Jesús confirma la acusación, pero la realeza que buscaba no era aquella de la que le acusaban, sino que era uno de los destellos de su naturaleza divina. Pero esto, ni Pilato, ni los demás, son capaces de entenderlo. 23,6-12: Lo envió a Herodes: Pilato, habiendo intuido, tal vez, que se trataba de involucrarlo en un “juego sucio”, trata de deshacerse del prisionero, aduciendo el respeto a la jurisdicción: Jesús pertenece a un distrito que no está, en aquel momento histórico, bajo la responsabilidad de los romanos, sino que depende de Herodes Antipas.
Éste es presentado en los Evangelios como un personaje ambiguo: admira y al mismo tiempo detesta a Juan Bautista a causa de los reproches del profeta contra su situación matrimonial irregular y casi incestuosa, después lo hace prisionero y lo mata para no quedar mal delante de sus huéspedes (3,19-20; Mc 6,17-29). Después, trata de conocer a Jesús por pura curiosidad, puesto que había oído su fama como obrador de milagros, incoa un proceso contra Él (v. 10), lo interroga en persona, pero después – ante su obstinado silencio (v. 9) – lo abandona a las befas de los soldados, como había ocurrido al final del proceso religioso (22,63-65) y como sucederá cuando Jesús sea crucificado (vv. 35-38). Acaba por volver a mandarlo a Pilato.
Lucas concluye este episodio con una anotación interesante: el gesto de Pilato inaugura una nueva amistad entre él y Herodes. Sobre la limpieza de los motivos de tal amistad, las circunstancias hablan claramente. 23,13-25: «Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero…no he hallado en él ninguno de los delitos de que le acusáis: como había anticipado en el primer encuentro con Jesús (v.4) y como repetirá de inmediato (v. 22), Pilato declara que es inocente. Trata de convencer a los jefes del pueblo y dejar irse a Jesús, pero aquellos han decidido ya su muerte (vv. 18.21.23) e insisten en que sea condenado a muerte. ¿En qué ha consistido el interrogatorio efectuado por el gobernador? Bien poco, a juzgar por las pocas frases de Lucas (v. 3). Y, sin embargo, Jesús ha respondido positivamente a Pilato declarándose “¡rey de los judíos!» A este punto, es evidente que Pilato no lo considera un hombre peligroso a nivel político, ni para el orden público, quizás porque el tono de la declaración de Jesús no dejaba dudas al respecto.
Es bastante evidente el intento del evangelista, que trata de atenuar la responsabilidad del gobernador romano. Éste, sin embargo, es conocido por las fuentes históricas como un “hombre inflexible por naturaleza y, además de su arrogancia, duro, capaz sólo de conclusiones, de violencias, rapiñas, brutalidades, torturas, ejecuciones sin proceso y crueldades espantosas e ilimitadas» (Filón di Alejandría) y «que le gustaba provocar a la nación que le estaba encomendada, recurriendo ya sea a desaires como a duras represiones” (Flavio Josefo). 23,16.22: Así que le daré un escarmiento y le soltaré…: el hecho de haber sido declarado inocente, no lo libraba de un duro “castigo”, infligido solamente para no dejar frustrada las expectativas de los jefes judíos. 23,16.18.25: ¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!…Soltó, pues, al que habían pedido, al que estaba en la cárcel por motín y asesinato, y a Jesús se lo entregó a su deseo: al final, Pilato cede totalmente a las insistencias de los jefes y del pueblo, aún cuando no pronuncia una condena formal respecto a Jesús.
Barrabás, verdadero delincuente y agitador político, se convierte así en el primer hombre salvado (al menos en aquel momento) por el sacrificio de Jesús. 23,26-27: Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él: Simón y la mujeres, más que testigos privilegiados de la Pasión, son, en Lucas, modelos del discipulado, personas que muestran al lector cómo seguir, de hecho, al Señor. Gracias a ellos y a la muchedumbre, Él no estará solo mientras que se acerca a la muerte, sino que está rodeando de hombres y mujeres que le están emotivamente cercanos, aún cuando tengan necesidad de convertirse, cosa a la que Él no cesa de llamarlos, no obstante, su situación terrible (vv. 28-31).
Simón de Cirene fue “obligado”, pero Lucas no lo muestra como rechazando ayudar al Señor (cfr. Mc 15,20-21).
La “gran muchedumbre” es, incluso, partícipe viva de todo lo que le sucede a Jesús.
Esto crea un contraste estridente, pues poco antes ha pretendido la condena de Jesús. 23,34: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen: Lucas pone de evidencia la preocupación principal del Señor crucificado que, aún cuando está en un sufrimiento físico atroz causado por la obra de la crucifixión, ora por ellos al Padre: no le interesa su propia condición o las causas históricas que la han producido, sino solamente la salvación de todos los hombres. Como Él, lo hará el mártir Esteban (Hch 7,60), para demostrar el carácter paradigmático de la vida y muerte de Jesús para la existencia de todo cristiano.
Para subrayar esta orientación clara de Jesús, Lucas omite el grito angustioso que narran los otros sinópticos: «¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!” 23,33.39- 43: Crucificaron allí a él y a los malhechores… Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino…Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso : el episodio del diálogo con uno de sus compañeros de condena es emblemático en el modo en el que Lucas comprende la muerte de Jesús: un acto de auto donación realizado por amor y en el amor de llevar la salvación al mayor número de hombres, de cualquier condición y en cualquier situación que se encuentren. ”Hoy” (v. 43): el ladrón había hablado de futuro, pero Jesús le responde usando el verbo en presente: la salvación que Él da actúa inmediatamente, los “últimos tiempos” comienzan con este acontecimiento salvífico. ”Estarás conmigo” (v. 43): expresión que indica la plena comunión que hay entre Dios y aquellos que acoge junto a Él en la eternidad (Cf. 1Tess 4,17). Según algunos escritos tardo-judaicos, el Mesías debía, de hecho, “abrir las puertas del Paraíso”. 23,44-46: Era ya cerca de la hora sexta…y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu.» Y, dicho esto, expiró: las últimas palabras de Jesús, por su índole, parecen que están en contraste con el fuerte grito que le precede.
Llegado al extremo de su vida humana, Jesús realiza un acto supremo de confianza en el Padre, por cuya voluntad Él había llegado a tanto. En estas palabras se pueden vislumbrar una referencia a la resurrección: el Padre le volverá a dar esta vida que Él ahora le entrega (cfr. Sal 16,10; Hch 2,27; 13,35).
Lucas narra muy detalladamente los últimos momentos de Jesús: no le interesa detenerse en particulares que ofrecerían satisfacción a una curiosidad macabra, la misma que atraía y atrae a tantos espectadores de ejecuciones capitales en todas las plazas del mundo. 23,47-48: Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo:
«Ciertamente este hombre era justo.» Y toda la muchedumbre…al ver lo que pasaba, se volvió dándose golpes de pecho: la eficacia salvífica del sacrificio de Jesús actúa casi inmediatamente, con la sola evidencia de los hechos ocurridos: los paganos (como el centurión que estaba al mando del pelotón encargado de la ejecución) y los Judíos (la gente) comienzan a cambiar. El centurión “glorifica a Dios” y parece estar a un paso de hacerse cristiano. Las muchedumbres judías, sin darse cruenta de ello, se alejan cumpliendo gestos de arrepentimiento, como Jesús pidió a las mujeres de Jerusalén (v. 38).
23,49: Todos sus conocidos…se mantenían a distancia: a una distancia prudente ya que conocían las disposiciones romanas que prohibían excesivos gestos de luto por los condenados a la cruz (la pena: padecer la misma condena), el grupo de los discípulos asistían atónitos a toda la escena. Lucas no hace referencia de sus emociones o actitudes: tal vez, el dolor y la violencia los tenían aturdidos hasta el punto de hacerlos incapaces de cualquier reacción visible.
De modo semejante, las mujeres del grupo no participan de algún modo en la operación con la cual José de Arimatea entierra a Jesús: se limitan a observarlo (v. 55). 23,53: Después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca: Jesús padeció verdaderamente el suplicio. Es verdaderamente un muerto, como tantos otros hombres, antes y después de él, en la cruz, en un cuerpo de carne común. Este acontecimiento, sin el cuál no habría salvación, ni vida eterna para ningún hombre, se verificó por el mismo hecho que hubo que sepultarlo; tan es verdad, que Lucas se extiende en algunos particulares en relación al rápido rito de sepultura realizado por José (vv. 52-54). 23,56:Y el sábado descansaron según el precepto: así como el Creador descansó en el día séptimo de la creación, consagrando de esta manera el sábado (Gn 2,2-3), ahora el Señor realiza su sábado en la tumba.
Ninguno de los suyos parece que fuera capaz ya de esperar algo: las palabras de Jesús sobre la resurrección se han olvidado aparentemente. Las mujeres se limitan a preparar los óleos para hacer más digna la sepultura de su Maestro.
El evangelio de este “domingo de Pasión” acaba aquí, omitiendo la narración del descubrimiento del sepulcro vacío (24,1-12) y haciéndonos gustar el sabor agridulce del sacrificio del Cordero de Dios. Se nos deja en una atmósfera doliente y en suspenso y quedamos sumergidos en ella, aún cuando conocemos el resultado final de la narración evangélica. Esta muerte terrible del Rabí de Nazaret no pierde su significado con la resurrección, sino que adquiere un valor del todo nuevo e inesperado, que no prescinde de su dimensión de muerte sacrificial, libremente aceptada, con una finalidad “excesivamente” alta en relación a nuestras capacidades humanas de comprender: es un misterio en estado puro.
Isaías 50,4-10
El Señor Yahvé me ha dado lengua dócil,
que sabe decir al cansado palabras de aliento.
Temprano, temprano despierta mi oído para escuchar, igual que los discípulos. El Señor Yahvé me ha abierto el oído.
Y yo no me resistí, ni me hice atrás.
Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban,
mis mejillas a los que mesaban mi barba.
Mi rostro no hurté
a los insultos y salivazos.
Pues que Yahvé habría de ayudarme
para que no fuese insultado,
por eso puse mi cara como el pedernal,
a sabiendas de que no quedaría avergonzado. Cerca está el que me justifica:
¿quién disputará conmigo? Presentémonos juntos:
¿quién es mi demandante?
¡que se llegue a mí!
He aquí que el Señor Yahvé me ayuda:
¿quién me condenará?
Pues todos ellos como un vestido se gastarán, la polilla se los comerá.
El que de entre vosotros tema a Yahvé
oiga la voz de su Siervo.
El que anda a oscuras
y carece de claridad confíe en el nombre de Yahvé y apóyese en su Dios.
Oración final
de la liturgia eucarística de este domingo:
Dios omnipotente y eterno, que has dado como modelo a los hombres a Cristo tu Hijo, nuestro Salvador, hecho hombre y humillado hasta la muerte de cruz, haz que tengamos siempre presente la gran enseñanza de su Pasión para poder participar en la gloria de su Resurrección. Por Cristo, nuestro Señor.
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