NP General da la bienvenida a S.S. Francisco

P. SAVERIO CANNISTRÀ, OCD – Roma-Italia (13-03-2013).-

Santo Padre,

Nuestra familia de carmelitas descalzos, descalzas y seglares le da la más calurosa bienvenida. Con la sencillez que nos han transmitido nuestros padres y nuestras madres en el Carmelo, le abrimos la puerta de nuestro corazón. Cuente con nosotros, Santidad, con estos sus hijos e hijas en Cristo Jesús.

Nuestra Santa Madre Teresa nos enseñó a vivir el don de la fe en comunión de amor con la Iglesia, en espíritu de obediencia al Vicario de Cristo, poniendo nuestras vidas al servicio del Reino. Esto hicimos con sus predecesores y esto haremos con usted.

Manteniendo en nuestro corazón un sentimiento de profunda gratitud hacia su predecesor Benedicto XVI, cuya vida tanto nos ha ayudado a poner los ojos en Cristo, hemos vivido con serenidad confiada, oración expectante y gozo emocionado la elección del nuevo Papa. Cada día le decíamos al Señor: “Muéstranos al que has elegido para guiar la nave de Pedro en este tiempo de gracia”. Y ahora que le hemos visto, acogemos en Su Santidad a aquel a quien Dios nos ha enviado.

Gracias de corazón por haber dicho sí. Imaginamos que no habrá sido fácil hacerlo frente a las arduas tareas que le esperan. Pero hemos visto en su rostro la humildad verdadera de quien se ofrece como instrumento del Señor, del que deja que sea Él mismo quien obre a través de sus palabras, de sus decisiones, de sus acciones. En Su Santidad hemos reconocido una vez más la obra del Espíritu, su fuerza renovadora, que guarda continuamente sorpresas para sus fieles y por esto damos gracias a Dios.

Santo Padre, querríamos decirle con un poco de atrevimiento que deseamos ser sus amigos. Querríamos que nuestra familia del Carmelo sea para Su Santidad como una nueva Betania, donde pueda descansar de sus fatigas y donde, juntos, podamos hablar de las cosas que más amamos: de nuestro Amigo Jesucristo, de su Iglesia, de los más necesitados de nuestro tiempo. El nombre que ha escogido nos anima a hacerlo: es el nombre de quien, siguiendo las huellas de Cristo, ha querido ser siempre el más pequeño entre sus hermanos.

Seremos con usted misioneros cuando se pondrá en camino para anunciar el Evangelio a todo el mundo. Nos uniremos a Su Santidad cuando proclame con valentía y fuerza la paz y la justicia del Reino de Dios. Cuando aparezca la cruz, nos tendrá a su lado para abrazarla junto a usted. Y estaremos a su lado, también, cuando se retire en oración para hablar al Corazón de Jesús.
Ponemos su pontificado bajo la protección de María, que para nosotros es “Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del cielo, Virgen fecunda, Madre tierna, Estrella del mar”.
¡Que Dios le bendiga!

Sus hijos e hijas del Carmelo Descalzo.

CARTA DEL P. GENERAL

A Su Santidad
Papa Benedicto XVI
¡Gracias de corazón, Santidad!

Es esto lo que sentimos la necesidad de decirle después de que la noticia de su renuncia al ministerio pontificio haya alcanzado a nuestra familia de carmelitas descalzos y descalzas con la velocidad de un rayo, de norte a sur, de este a oeste. Sus palabras nos han conmovido profundamente.

Entre los sentimientos que nos inundan, prevalece en nosotros sobre todos la gratitud. Como tantos millones de fieles en todas las partes del mundo, también nosotros, miembros del Carmelo teresiano, monjas, frailes y laicos, queremos expresarle nuestro grande y sentido reconocimiento.

En estos años de servicio de su parte a la Iglesia desde la sede de Pedro, hemos visto en usted una puerta abierta que cruzar para creer en Jesús y de esto no podremos nunca agradecérselo suficientemente, con todo el calor y la pasión heredados de nuestra Santa Madre Teresa. Nuestro corazón, al cual llegaba día tras día con delicadeza y profundidad su anuncio del Evangelio, se ha dejado plasmar de sus palabras de Padre y Maestro. Con alegría y fe hemos recorrido el camino al que ellas invitaban, gustando cada día más la belleza de la fe. Y permítanos hoy, Santo Padre, que contemplemos su vida y su ejemplo a la luz de los versos de San Juan de la Cruz: “Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio”.

En su mensaje nos ha dicho que ahora su servicio a la Iglesia se expresará sobre todo en la oración ¡Qué bien entendemos el valor y la grandeza de este servicio en el Carmelo teresiano! Permítanos acompañarle en este nuevo viaje en busca del Amado.

Querríamos decirle con simplicidad que todavía tenemos necesidad de usted y que, si no podremos gozar más de sus palabras, contamos con su amor silencioso, con su oración escondida y con su intercesión fraterna. La debilidad que hoy experimenta la cambiará Dios para nosotros en fuerza capaz de animar nuestro empeño de cristianos y de religiosos.

Dios es quien marca los caminos y, ciertamente, sus caminos no son nuestros caminos. Santidad, querríamos tenerle siempre con nosotros, para continuar escuchando su voz de Pastor que nos aseguraba y nos animaba a atravesar las cañadas oscuras de la vida. Sepa que estamos viviendo con dolor su decisión de retirarse, pero en sus palabras sentimos resonar aquellas de Jesús a sus discípulos: “Si me amarais, os alegraríais porque voy al Padre”. Estamos seguros de que, como Jesús, también usted, Santidad, al retirarse, nos comunica el Espíritu que le ha acompañado desde las frescas mañanas de su infancia hasta el atardecer de estos últimos años.

Cuente con nuestra pobre oración. Es el único modo en el que podemos expresarle nuestro gracias por la misión que ha realizado con valor, con dignidad, con firmeza y, sobre todo, con verdadera humildad. Su testimonio nos anima a dar la vida en un momento de una necesidad tan grande para la Iglesia. Como decía Santa Teresa: “¡Dichosas vidas que en esto se acabaren!”

Encomendamos sus intenciones a María, Reina y Madre del Carmelo, que siempre nos conduce a Jesús, en cuyo obsequio queremos vivir.

 P. Saverio Cannistrà ocd

 Roma, 12 de febrero de 2013

DECLARATIO

Queridísimos hermanos,

Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

Vaticano, 10 de febrero 2013.

BENEDICTUS PP XVI

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2013

Creer en la caridad suscita caridad

«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él»
(1Jn 4,16)

 Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios
En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva… Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor… La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe
Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad
A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad
Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1Co 16,22; Ap 22,20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1Co 13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.

Vaticano, 15 de octubre de 2012

BENEDICTUS PP. XVI
© Copyright 2012 – Libreria Editrice Vaticana

Homilía del santo padre Benedicto XVI – Natividad del Señor 2012

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica Vaticana
Lunes 24 de diciembre de 2012
 

Queridos hermanos y hermanas

Una vez más, como siempre, la belleza de este Evangelio [Lc 2,1-14] nos llega al corazón: una belleza que es esplendor de la verdad. Nuevamente nos conmueve que Dios se haya hecho niño, para que podamos amarlo, para que nos atrevamos a amarlo, y, como niño, se pone confiadamente en nuestras manos. Dice algo así: Sé que mi esplendor te asusta, que ante mi grandeza tratas de afianzarte tú mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme.

Nuevamente me llega al corazón esa palabra del evangelista, dicha casi de pasada, de que no había lugar para ellos en la posada. Surge inevitablemente la pregunta sobre qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos? Y después nos percatamos de que esta noticia aparentemente casual de la falta de sitio en la posada, que lleva a la Sagrada Familia al establo, es profundizada en su esencia por el evangelista Juan cuando escribe: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11). Así que la gran cuestión moral de lo que sucede entre nosotros a propósito de los prófugos, los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún: ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y así se comienza porque no tenemos tiempo para Dios. Cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible. ¿Y Dios? Lo que se refiere a él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado. Pero la cuestión va todavía más a fondo. ¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? La metodología de nuestro pensar está planteada de tal manera que, en el fondo, él no debe existir. Aunque parece llamar a la puerta de nuestro pensamiento, debe ser rechazado con algún razonamiento. Para que se sea considerado serio, el pensamiento debe estar configurado de manera que la «hipótesis Dios» sea superflua. No hay sitio para él. Tampoco hay lugar para él en nuestros sentimientos y deseos. Nosotros nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas tangibles, la felicidad que se pueda experimentar, el éxito de nuestros proyectos personales y de nuestras intenciones. Estamos completamente «llenos» de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros. A partir de la sencilla palabra sobre la falta de sitio en la posada, podemos darnos cuenta de lo necesaria que es la exhortación de san Pablo: «Transformaos por la renovación de la mente» (Rm 12,2). Pablo habla de renovación, de abrir nuestro intelecto (nous); habla, en general, del modo en que vemos el mundo y nos vemos a nosotros mismos. La conversión que necesitamos debe llegar verdaderamente hasta las profundidades de nuestra relación con la realidad. Roguemos al Señor para que estemos vigilantes ante su presencia, para que oigamos cómo él llama, de manera callada pero insistente, a la puerta de nuestro ser y de nuestro querer. Oremos para que se cree en nuestro interior un espacio para él. Y para que, de este modo, podamos reconocerlo también en aquellos a través de los cuales se dirige a nosotros: en los niños, en los que sufren, en los abandonados, los marginados y los pobres de este mundo.

En el relato de la Navidad hay también una segunda palabra sobre la que quisiera reflexionar con vosotros: el himno de alabanza que los ángeles entonan después del mensaje sobre el Salvador recién nacido: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace». Dios es glorioso. Dios es luz pura, esplendor de la verdad y del amor. Él es bueno. Es el verdadero bien, el bien por excelencia. Los ángeles que lo rodean transmiten en primer lugar simplemente la alegría de percibir la gloria de Dios. Su canto es una irradiación de la alegría que los inunda. En sus palabras oímos, por decirlo así, algo de los sonidos melodiosos del cielo. En ellas no se supone ninguna pregunta sobre el porqué, aparece simplemente el hecho de estar llenos de la felicidad que proviene de advertir el puro esplendor de la verdad y del amor de Dios. Queremos dejarnos embargar de esta alegría: existe la verdad. Existe la pura bondad. Existe la luz pura. Dios es bueno y él es el poder supremo por encima de todos los poderes. En esta noche, deberíamos simplemente alegrarnos de este hecho, junto con los ángeles y los pastores.

Con la gloria de Dios en las alturas, se relaciona la paz en la tierra a los hombres. Donde no se da gloria a Dios, donde se le olvida o incluso se le niega, tampoco hay paz. Hoy, sin embargo, corrientes de pensamiento muy difundidas sostienen lo contrario: la religión, en particular el monoteísmo, sería la causa de la violencia y de las guerras en el mundo; sería preciso liberar antes a la humanidad de la religión para que se estableciera después la paz; el monoteísmo, la fe en el único Dios, sería prepotencia, motivo de intolerancia, puesto que por su naturaleza quisiera imponerse a todos con la pretensión de la única verdad. Es cierto que el monoteísmo ha servido en la historia como pretexto para la intolerancia y la violencia. Es verdad que una religión puede enfermar y llegar así a oponerse a su naturaleza más profunda, cuando el hombre piensa que debe tomar en sus manos la causa de Dios, haciendo así de Dios su propiedad privada. Debemos estar atentos contra esta distorsión de lo sagrado. Si es incontestable un cierto uso indebido de la religión en la historia, no es verdad, sin embargo, que el «no» a Dios restablecería la paz. Si la luz de Dios se apaga, se extingue también la dignidad divina del hombre. Entonces, ya no es la imagen de Dios, que debemos honrar en cada uno, en el débil, el extranjero, el pobre. Entonces ya no somos todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre que, a partir del Padre, están relacionados mutuamente. Qué géneros de violencia arrogante aparecen entonces, y cómo el hombre desprecia y aplasta al hombre, lo hemos visto en toda su crueldad el siglo pasado. Sólo cuando la luz de Dios brilla sobre el hombre y en el hombre, sólo cuando cada hombre es querido, conocido y amado por Dios, sólo entonces, por miserable que sea su situación, su dignidad es inviolable. En la Noche Santa, Dios mismo se ha hecho hombre, como había anunciado el profeta Isaías: el niño nacido aquí es «Emmanuel», Dios con nosotros (cf. Is 7,14). Y, en el transcurso de todos estos siglos, no se han dado ciertamente sólo casos de uso indebido de la religión, sino que la fe en ese Dios que se ha hecho hombre ha provocado siempre de nuevo fuerzas de reconciliación y de bondad. En la oscuridad del pecado y de la violencia, esta fe ha insertado un rayo luminoso de paz y de bondad que sigue brillando.

Así pues, Cristo es nuestra paz, y ha anunciado la paz a los de lejos y a los de cerca (cf. Ef2,14.17). Cómo dejar de implorarlo en esta hora: Sí, Señor, anúncianos también hoy la paz, a los de cerca y a los de lejos. Haz que, también hoy, de las espadas se forjen arados (cf. Is 2,4), que en lugar de armamento para la guerra lleguen ayudas para los que sufren. Ilumina la personas que se creen en el deber aplicar la violencia en tu nombre, para que aprendan a comprender lo absurdo de la violencia y a reconocer tu verdadero rostro. Ayúdanos a ser hombres «en los que te complaces», hombres conformes a tu imagen y, así, hombres de paz.

Apenas se alejaron los ángeles, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pasemos allá, a Belén, y veamos esta palabra que se ha cumplido por nosotros (cf. Lc 2,15). Los pastores se apresuraron en su camino hacia Belén, nos dice el evangelista (cf. 2,16). Una santa curiosidad los impulsaba a ver en un pesebre a este niño, que el ángel había dicho que era el Salvador, el Cristo, el Señor. La gran alegría, a la que el ángel se había referido, había entrado en su corazón y les daba alas.

Vayamos allá, a Belén, dice hoy la liturgia de la Iglesia. Trans-eamus traduce la Biblia latina: «atravesar», ir al otro lado, atreverse a dar el paso que va más allá, la «travesía» con la que salimos de nuestros hábitos de pensamiento y de vida, y sobrepasamos el mundo puramente material para llegar a lo esencial, al más allá, hacia el Dios que, por su parte, ha venido acá, hacia nosotros. Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de superar nuestros límites, nuestro mundo; que nos ayude a encontrarlo, especialmente en el momento en el que él mismo, en la Sagrada Eucaristía, se pone en nuestras manos y en nuestro corazón.

Vayamos allá, a Belén. Con estas palabras que nos decimos unos a otros, al igual que los pastores, no debemos pensar sólo en la gran travesía hacia el Dios vivo, sino también en la ciudad concreta de Belén, en todos los lugares donde el Señor vivió, trabajó y sufrió. Pidamos en esta hora por quienes hoy viven y sufren allí. Oremos para que allí reine la paz. Oremos para que israelíes y palestinos puedan llevar una vida en la paz del único Dios y en libertad. Pidamos también por los países circunstantes, por el Líbano, Siria, Irak, y así sucesivamente, de modo que en ellos se asiente la paz. Que los cristianos en aquellos países donde ha tenido origen nuestra fe puedan conservar su morada; que cristianos y musulmanes construyan juntos sus países en la paz de Dios.

Los pastores se apresuraron. Les movía una santa curiosidad y una santa alegría. Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar. Y, sin embargo, él es la realidad más importante, el Único que, en definitiva, importa realmente. ¿Por qué no deberíamos también nosotros dejarnos llevar por la curiosidad de ver más de cerca y conocer lo que Dios nos ha dicho? Pidámosle que la santa curiosidad y la santa alegría de los pastores nos inciten también hoy a nosotros, y vayamos pues con alegría allá, a Belén; hacia el Señor que también hoy viene de nuevo entre nosotros. Amén.

Dios habla en la soledad. Diálogos sobre la vida espiritual

SALVADOR, M.

Dios habla en la soledad.
Diálogos sobre la vida espiritual.

Madrid, Narcea, 2010, 138 pp.

Al presentar este libro hemos añadido el subtítulo del mismo, por que solo en él se detalla con claridad el tema central del mismo y la forma literaria de la que el autor se vale para desarrollar su pensamiento.

Mario de Cristo Salvador, es Fundador de la Fraternidad Monástica Virtual dedicada a preparar paginas webs gratuitas para organizaciones monásticas y religiosas. Es también practicante de la oración de Jesus y propagador del hesicasmo. Nos ofrece este libro, en el que en forma dialógica, a través de preguntas y respuestas entre el maestro espiritual y el novicio, mantenidas junto al fuego de la chimenea, ante el icono, o en el frío de la celda se va adoctrinando al novicio, para que empiece y avance en el camino de la oración que le lleve a la experiencia contemplativa. En capítulos generalmente breves y en lenguaje sencillo van desfilando sus reflexiones sobre los temas que están presentes a lo largo del camino espiritual como por ejemplo, cómo comenzar a orar, cómo vencer las distracciones, qué papel tiene la ascesis en la vida espiritual, qué hacer ante las dudas de la fe y de la vocacion, etc…

Pensamos que resultará útil, y de acicate para animarse a empezar y avanzar en el camino de la vida espiritual. La brevedad de sus capítulos ayudará a su lectura y a su reflexión sobre su contenido a todos los que quieran recorrer el camino de la interioridad y del diálogo con Dios que sigue hablando en la soledad.

– Segundo Fernández

El P. General dirige una carta a las Carmelitas Descalzas

REFLEXIONA SOBRE EL GOBIERNO DE LOS MONASTERIOS

Communicationes
Roma-Italia (16-07-2012).- En el día de Nuestra Señora la Virgen del Carmen el Prepósito General de los Carmelitas Descalzos, P. Saverio Cannistrà, ha dirigido una carta a todos los monasterios de Carmelitas Descalzas.

“Os escribo con el deseo de retomar el diálogo iniciado con la carta de Pascua del 2010. Esta vez quisiera tocar un tema que me parece muy importante partiendo de lo que he visto y oído sobre las visitas hechas a los monasterios en estos últimos dos años.”

El tema al que alude el P. General y sobre el que reflexiona a lo largo de la carta es el del gobierno de los monasterios de carmelitas descalzas. Una sencilla y clara exposición elaborada a la luz de las propias constituciones de las Carmelitas Descalzas, el propio Concilio Vaticano II, el Código de Derecho Canónico y la Instrucción “Verbi Sponsa”; y articulada en torno a tres puntos principales: “La conciencia de la responsabilidad”, “la formación teórica” y la “formación práctica”.

“Como padre de la familia teresiana, me siento en el deber de exhortaros a llevar a cabo este proceso de educación en la autonomía y en la participación responsable en el gobierno de vuestras comunidades”, señala el P. Saverio a la vez que reconoce tratarse de “todo un camino por recorrer hasta alcanzar la madurez y la libertad responsable que la Iglesia espera de las religiosas contemplativas”.

Leer el texto original de la carta: OCDMMDD120716

Carta de la Pascua de 2010: OCDMMDD10Pascua

Mensaje del Papa: 450 aniversario de la Reforma del Carmelo

(RV).- El 24 de agosto, se cumplen cuatrocientos cincuenta años de la fundación del Monasterio de San José en Ávila y el inicio de la reforma del Carmelo por Santa Teresa de Jesús. En la fiesta litúrgica de Nuestra Señora del Monte Carmelo Su Santidad Benedicto XVI envió su mensaje al obispo de Ávila, Mons. Jesús García Burillo.

El mensaje que consta de 6 puntos destaca su deseo, con ocasión de esa feliz circunstancia, de unirse a la alegría de la querida Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo, del Pueblo de Dios que peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia universal, han encontrado en la espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir que por Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida.

El Santo Padre escribe que el Señor animó a Santa Teresa de Jesús para la fundación en Ávila del monasterio de San José, donde inició la reforma del Carmelo, y citamos las palabras del Papa en su mensaje: “Enamorada del Señor, esta preclara mujer no ansió sino agradarlo en todo. En efecto, un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a través de su persona, sea Él el verdadero protagonista de todas sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio”.

Hacia el final de su mensaje Benedicto XVI subraya que santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen, a quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Con esta inspiración el Papa escribe: “Bajo su amparo materno pongo los afanes apostólicos de la Iglesia en Ávila, para que, rejuvenecida por el Espíritu Santo, halle los caminos oportunos para proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía. Que María, Estrella de la evangelización, y su casto esposo San José intercedan para que aquella «estrella» que el Señor encendió en el universo la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres”. (Patricia L. Jáuregui Romero – Radio Vaticano)

Texto íntegro:

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL ARZOBISPO DE ÁVILA (ESPAÑA)
CON OCASIÓN DEL 450° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN
DEL MONASTERIO DE SAN JOSÉ EN ÁVILA
Y DEL INICIO DE LA REFORMA DEL CARMELO

 

Al venerado Hermano
Monseñor Jesús GARCÍA BURILLO,
Obispo de Ávila

1. Resplendens stella. «Una estrella que diese de sí gran resplandor» (Libro de la Vida 32,11). Con estas palabras, el Señor animó a Santa Teresa de Jesús para la fundación en Ávila del monasterio de San José, inicio de la reforma del Carmelo, de la cual, el próximo 24 de agosto, se cumplen cuatrocientos cincuenta años. Con ocasión de esa feliz circunstancia, quiero unirme a la alegría de la querida Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo, del Pueblo de Dios que peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia universal, han encontrado en la espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir que por Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida. Enamorada del Señor, esta preclara mujer no ansió sino agradarlo en todo. En efecto, un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a través de su persona, sea Él el verdadero protagonista de todas sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio.

2. Dejarse conducir de este modo por Cristo solamente es posible para quien tiene una intensa vida de oración. Ésta consiste, en palabras de la Santa abulense, en «tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la Vida 8,5). La reforma del Carmelo, cuyo aniversario nos colma de gozo interior, nace de la oración y tiende a la oración. Al promover un retorno radical a la Regla primitiva, alejándose de la Regla mitigada, santa Teresa de Jesús quería propiciar una forma de vida que favoreciera el encuentro personal con el Señor, para lo cual es necesario «ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped» (Camino de perfección 28,2). El monasterio de San José nace precisamente con el fin de que sus hijas tengan las mejores condiciones para hallar a Dios y entablar una relación profunda e íntima con Él.

3. Santa Teresa propuso un nuevo estilo de ser carmelita en un mundo también nuevo. Aquellos fueron «tiempos recios» (Libro de la Vida 33,5). Y en ellos, al decir de esta Maestra del espíritu, «son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (ibíd. 15,5). E insistía con elocuencia: «Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia» (Camino de perfección 1,5). ¿No nos resulta familiar, en la coyuntura que vivimos, una reflexión tan luminosa e interpelante, hecha hace más de cuatro siglos por la Santa mística?

El fin último de la Reforma teresiana y de la creación de nuevos monasterios, en medio de un mundo escaso de valores espirituales, era abrigar con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo de vida evangélica que fuera modelo para quien buscaba un camino de perfección, desde la convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por reproducir cada vez mejor en nosotros la «forma» de Cristo (cf. Gal 4,19). No fue otro el empeño de la Santa ni el de sus hijas. Tampoco fue otro el de sus hijos carmelitas, que no trataban sino de «ir muy adelante en todas las virtudes» (Libro de la Vida 31,18). En este sentido, Teresa escribe: «Precia más [nuestro Señor] un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer» (Libro de las Fundaciones 1,7). Ante el olvido de Dios, la Santa Doctora alienta comunidades orantes, que arropen con su fervor a los que proclaman por doquier el Nombre de Cristo, que supliquen por las necesidades de la Iglesia, que lleven al corazón del Salvador el clamor de todos los pueblos.

4. También hoy, como en el siglo XVI, y entre rápidas transformaciones, es preciso que la plegaria confiada sea el alma del apostolado, para que resuene con meridiana claridad y pujante dinamismo el mensaje redentor de Jesucristo. Es apremiante que la Palabra de vida vibre en las almas de forma armoniosa, con notas sonoras y atrayentes.

En esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Ávila nos es de gran ayuda. Podemos afirmar que, en su momento, la Santa evangelizó sin tibiezas, con ardor nunca apagado, con métodos alejados de la inercia, con expresiones nimbadas de luz. Esto conserva toda su frescura en la encrucijada actual, que siente la urgencia de que los bautizados renueven su corazón a través de la oración personal, centrada también, siguiendo el dictado de la Mística abulense, en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de Cristo como único camino para hallar la gloria de Dios (cf. Libro de la Vida 22,1; Las Moradas 6,7). Así se podrán formar familias auténticas, que descubran en el Evangelio el fuego de su hogar; comunidades cristianas vivas y unidas, cimentadas en Cristo como en su piedra angular y que tengan sed de una vida de servicio fraterno y generoso. También es de desear que la plegaria incesante promueva el cultivo prioritario de la pastoral vocacional, subrayando peculiarmente la belleza de la vida consagrada, que hay que acompañar debidamente como tesoro que es de la Iglesia, como torrente de gracias, tanto en su dimensión activa como contemplativa.

La fuerza de Cristo conducirá igualmente a redoblar las iniciativas para que el pueblo de Dios recobre su vigor de la única forma posible: dando espacio en nuestro interior a los sentimientos del Señor Jesús (cf. Flp 2,5), buscando en toda circunstancia una vivencia radical de su Evangelio. Lo cual significa, ante todo, consentir que el Espíritu Santo nos haga amigos del Maestro y nos configure con Él. También significa acoger en todo sus mandatos y adoptar en nosotros criterios tales como la humildad en la conducta, la renuncia a lo superfluo, el no hacer agravio a los demás o proceder con sencillez y mansedumbre de corazón. Así, quienes nos rodean, percibirán la alegría que nace de nuestra adhesión al Señor, y que no anteponemos nada a su amor, estando siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y viviendo, como Teresa de Jesús, en filial obediencia a nuestra Santa Madre la Iglesia.

5. A esa radicalidad y fidelidad nos invita hoy esta hija tan ilustre de la Diócesis de Ávila. Acogiendo su hermoso legado, en esta hora de la historia, el Papa convoca a todos los miembros de esa Iglesia particular, pero de manera entrañable a los jóvenes, a tomar en serio la común vocación a la santidad. Siguiendo las huellas de Teresa de Jesús, permitidme que diga a quienes tienen el futuro por delante: Aspirad también vosotros a ser totalmente de Jesús, sólo de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella: «Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poesía 2). Y a Él le pido que sepáis también responder a sus llamadas iluminados por la gracia divina, con «determinada determinación», para ofrecer «lo poquito» que haya en vosotros, confiando en que Dios nunca abandona a quienes lo dejan todo por su gloria (cf.Camino de perfección 21,2; 1,2).

6. Santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen, a quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Bajo su amparo materno pongo los afanes apostólicos de la Iglesia en Ávila, para que, rejuvenecida por el Espíritu Santo, halle los caminos oportunos para proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía. Que María, Estrella de la evangelización, y su casto esposo San José intercedan para que aquella «estrella» que el Señor encendió en el universo la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres. Con este anhelo, Venerado Hermano en el Episcopado, te envío este mensaje, que ruego hagas conocer a la grey encomendada a tus desvelos pastorales, y muy especialmente a las queridas Carmelitas Descalzas del convento de San José, de Ávila, que perpetúan en el tiempo el espíritu de su Fundadora, y de cuya ferviente oración por el Sucesor de Pedro tengo constancia agradecida. A ellas, a ti y a todos los fieles de Ávila, imparto con afecto la Bendición Apostólica, prenda de copiosos favores celestiales.

Vaticano, 16 de julio de 2012

BENEDICTUS PP. XVI

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Secretario General para las Monjas de Clausura

Rafal Wilkowski

 

Secretario para las Monjas y

Secretario personal del P. General

Biografía 

Rafal Aleksander Wilkowski nació en Hrubieszow en Lublin, Polonia, 26 de febrero de 1977. Entró en la Provincia de Cracovia de los Carmelitas Descalzos, donde hizo su primera profesión el 20 de septiembre de 1997 y fue ordenado sacerdote Czerna 03 de mayo 2003 en Cracovia.

Estudió filosofía y teología en la Facultad de Filosofía de los Carmelitas Descalzos en Lublin (1997-1999) y el Teresianum de Roma (1999-2002). Es licenciado en Ciencias Jurídicas por la Pontificia Universidad Lateranense (2005-2009), con el título «laureatus en utroque jure». En la actualidad prepara el doctorado.

Fue secretario de la Provincia de Cracovia (2002-2005) y posteriormente administrador y miembro del equipo de formación en el Colegio Teológico Internacional «San Juan de la Cruz» en Roma (2005-2011).

Fr. Camilo Maccise Maccise, OCD 1937 – 2012