Lectio mié, 20 abr, 2022

Tiempo de Pascua

Oración inicial

¡Oh Dios!, que todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor; concédenos, a través de la celebración de estas fiestas, llegan un día a la alegría eterna. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 24,13-35

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: «¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?».

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?». Él les preguntó: «¿Qué cosa?». Ellos le respondieron: «Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron».

Entonces Jesús les dijo: «¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?». Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer». Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: «¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!».

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: «De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón». Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Reflexión

  • El evangelio de hoy nos trae el episodio tan conocido de Jesús con los discípulos de Emaús. Lucas escribe en los años 80 para las comunidades de Grecia que en su mayoría eran paganos convertidos. Los años 60 y 70 habían sido muy difíciles. Hubo la gran persecución de Nerón, en el 64. Seis años después, en el 70, Jerusalén fue totalmente destruida por los romanos. En el 72, en Massada, en el desierto de Judá, fue la masacre de los últimos judíos revoltosos. En esos años, todos los apóstoles, testigos de la resurrección, fueron desapareciendo. El cansancio se va imponiendo a lo largo del camino. ¿Dónde encontrar la fuerza y el valor para no desanimarse? ¿Cómo descubrir la presencia de Jesús en esta situación tan difícil? La narración de Jesús a los discípulos de Emaús trata de ser una respuesta a estas preguntas angustiantes. Lucas quiere enseñar a las comunidades cómo interpretar la Escritura para poder redescubrir la presencia de Jesús en la vida.
  • Lc 24,13-24: 1º Paso: partir de la realidad. Jesús encuentra a dos amigos en una situación de miedo y de falta de fe. Las fuerzas de la muerte, la cruz, habían matado en ellos la esperanza. Era la situación de mucha gente en tiempo de Lucas y sigue siendo la situación de mucha gente hoy. Jesús se acerca y camina con ellos, escucha, habla y pregunta: «¿De qué estáis hablando?» La ideología dominante, esto es, la propaganda del gobierno y de la religión oficial de la época, les impedía ver. «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar…, pero…». ¿Cuál es hoy la conversación del pueblo que sufre? El primer paso es éste: aproximarse a las personas, escuchar su realidad, sentir sus problemas; ser capaz de plantear preguntas que ayuden a las personas a mirar la realidad con una mirada más crítica.
  • Lc 24,25-27: 2º Paso: usar la Biblia para iluminar la vida. Jesús usa la Biblia y la historia del pueblo de Dios para iluminar el problema que hacía sufrir a los dos amigos, y para aclarar la situación que ellos estaban viviendo. La usa, asimismo, para situarlos dentro del proyecto de Dios que venía de Moisés y de los profetas. Y así les muestra que la historia no se había escapado de la mano de Dios. Jesús usa la Biblia no como un doctor que ya sabe todo, sino como un compañero que va a ayudar a los amigos para que recuerden lo que habían olvidado. Jesús no provoca un complejo de ignorancia en los discípulos, pero procura despertar en ellos la memoria: “Cuanto os cuesta creer todo lo que anuncian los profetas.” El segundo paso es éste: con la ayuda de la Biblia, ayudar a las personas a descubrir la sabiduría que ya existe dentro de las mismas, y transformar la cruz, señal de la muerte, en señal vida y de esperanza. Aquello que les impedía caminar, se vuelve ahora fuerza y luz en la caminada. ¿Cómo hacer esto hoy?
  • Lc 24,28-32: 3º Paso: compartir en la comunidad. La Biblia, de por sí, no abre los ojos. Apenas hace arder el corazón. Lo que abre los ojos y hace ver, es la fracción del pan, el gesto comunitario del compartir, rezar juntos, la celebración de la Cena. En el momento en que los dos reconocen a Jesús, ellos renacen y Jesús desaparece. Jesús no se adueña de la caminada de los amigos. No es paternalista. Resucitados, los discípulos son capaces de caminar con sus propios pies. El tercer paso es éste: saber crear un ambiente de fe y de fraternidad, de celebración y de compartir, donde pueda actuar el Espíritu Santo. Es él quien nos hace descubrir y experimentar la Palabra de Dios en la vida y nos lleva a entender el sentido de las palabras de Jesús (Jn 14,26; 16,13).
  • Lc 24,33-35: 4º Paso: El resultado: Resucitar y volver a Jerusalén. Los dos recobran valor y vuelven a Jerusalén, donde continuaban activas las mismas fuerzas de muerte que habían matado a Jesús y que habían matado en ellos la esperanza. Pero ahora ha cambiado todo. Si Jesús está vivo, entonces en él y con él hay un poder más fuerte que el poder que le mató. Esta experiencia ¡los hace resucitar! ¡Realmente todo mudó! ¡Valor, en vez de miedo! ¡Retorno, en vez de ida! ¡Fe, en vez de falta de fe! Esperanza, ¡en vez de desesperación! Conciencia crítica, ¡en vez de fatalismo frente al poder! Libertad, ¡en vez de opresión! En una palabra: ¡vida, en vez de muerte! ¡En vez de la mala noticia de la muerte de Jesús, la Buena Nueva de su Resurrección! ¡Los dos experimentarán la vida, y vida en abundancia! (Jn 10,10). ¡Señal del Espíritu de Jesús actuando en ellos!

Para la reflexión personal

  • Los dos dijeron: “¡Nosotros pensábamos que sería él, pero… !” ¿Has vivido ya una situación de desaliento que te ha llevado a decir: “Yo, ¿esperaba, pero…?”
  • ¿Cómo lees, usas e interpretas la Biblia? ¿Has sentido arder el corazón al leer y meditar la Palabra de Dios? ¿Lees la Biblia solo o formas parte de algún grupo bíblico?

Oración final

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. (Sal 104)

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Lectio mar, 19 abr, 2022

Tiempo de Pascua

Oración inicial

Tu, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo, que ya ha empezado a gustar en la tierra. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Juan 20,11-18

El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: «¿Por qué estás llorando, mujer?». Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto».

Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: «Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?». Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: «Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto». Jesús le dijo: «¡María!». Ella se volvió y exclamó: «¡Rabuní!», que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’ «.

María Magdalena se fue a ver a los discípulos y les anunció: «¡He visto al Señor!», y les contó lo que Jesús le había dicho.

Reflexión

  • El evangelio de hoy describe la aparición de Jesús a María Magdalena. La muerte de su gran amigo lleva a María a perder el sentido de la vida. Pero ella sigue buscando. Se va al sepulcro para encontrar a aquel que la muerte le había robado. Hay momentos en la vida en los que todo se desmorona. Parece que todo se ha terminado. ¡Muerte, desastre, enfermedad, decepción, traición! Tantas cosas que pueden llevar a que falte tierra bajo los pies y a jugarnos una crisis profunda. Pero también acontece lo siguiente. Como que de repente, el reencuentro con una persona amiga puede rehacer la vida y hacernos descubrir que el amor es más fuerte que la muerte y la derrota.
  • El Capítulo 20 de Juan, además de la aparición de Jesús a la Magdalena, tras varios otros episodios que revelan la riqueza de la experiencia de la resurrección: (a) del discípulo amado y de Pedro (Jn 20,1-10); (b) de María Magdalena (Jn 20,11-18); (c) da comunidad dos discípulos (Jn 20,19-23) y (d) del apóstol Tomás (Jn 20,24-29). El objetivo de la redacción del Evangelio es llevar a las personas a creer en Jesús y, al creer en él, tener vida (Jn 20,30-3).
  • En la manera de describir la aparición de Jesús a María Magdalena se ven las etapas de la travesía por la que tuvo que pasar, desde la búsqueda dolorosa hasta el reencuentro de la Pascua. Estas son también las etapas por las que pasamos todos nosotros, a lo largo de la vida, en nuestro camino hacia Dios y en la vivencia del Evangelio.
  • Juan 20,11-13: María Magdalena llora, pero busca. Había un amor muy grande entre Jesús y María Magdalena. Ella fue una de las pocas personas que tuvieron el valor de quedarse con Jesús, hasta la hora de su muerte en la cruz. Después del reposo obligatorio del sábado, ella volvió al sepulcro para estar en el lugar donde había encontrado al Amado por última vez. Pero, vio con sorpresa ¡que el sepulcro estaba vacío! Los ángeles le preguntan: «¿Por que lloras ahora?» Respuesta: «Se llevaron a mi señor y nadie sabe donde lo pusieron.” María Magdalena buscaba a Jesús, aquel mismo Jesús que ella había conocido y con quien había convivido durante tres años.
  • Juan 20,14-15: María Magdalena conversa con Jesús sin reconocerle. Los discípulos de Emaús ven a Jesús y no le reconocen (Lc 24,15-16). Lo mismo acontece con María Magdalena. Ve a Jesús, pero no le reconoce. Piensa que es el encargado del huerto. Como los ángeles, también Jesús pregunta: «¿Por qué lloras?» Y añade: «¿A quién estás buscando?» Respuesta: «Si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.” Ella sigue buscando al Jesús del pasado, el mismo de los tres días antes. Es la imagen de Jesús del pasado la que le impide reconocer al Jesús vivo, presente ante ella.
  • Juan 20,16: María Magdalena reconoce a Jesús . Jesús pronuncia el nombre: «¡María!» Fue la señal de reconocimiento: la misma voz, la misma manera de pronunciar el nombre. Ella responde: «¡Maestro!» Jesús había vuelto, el mismo que había muerto en la cruz. La primera impresión es que la muerte había sido apenas un momento doloroso a lo largo del recorrido, pero que ahora todo había vuelto a ser como antes. María abraza a Jesús con fuerza. Era el mismo que ella había conocido y amado. Se realiza lo que decía la parábola del Buen Pastor: «El las llama por su nombre y ellas le reconocen». – «Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen» (Jn 10,3.4.14).
  • Juan 20,17-18: María Magdalena recibe la misión de anunciar la resurrección a los apóstoles. De hecho, es el mismo Jesús, pero la manera de estar junto a él no es la misma. Jesús le dice: «Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre.” El va junto al Padre. María Magdalena debe soltar a Jesús y asumir su misión: anunciar a los hermanos que él, Jesús, subió para el Padre. Jesús abrió el camino para nosotros y hace que Dios se quede de nuevo cerca de nosotros.

Para la reflexión personal

  • ¿Has tenido una experiencia que te ha dado una sensación de pérdida y de muerte? ¿Cómo fue? ¿Qué es lo que te ha dado nueva vida y te ha devuelto la esperanza y la alegría de vivir?
  • ¿Qué cambio tuvo lugar en María Magdalena a lo largo del diálogo? María Magdalena buscaba a Jesús según un cierto modo y lo vuelve a encontrar de otra forma. ¿Cómo acontece esto hoy en nuestra vida?

Oración final

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros, como lo esperarnos de ti. (Sal 32)

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Lectio lun, 18 abr, 2022

Tiempo de Pascua

Oración inicial

Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Mateo 28,8-15

Después de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”.

Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia fueron a la ciudad y dieron parte a los sumos sacerdotes de todo lo ocurrido. Estos se reunieron con los ancianos, y juntos acordaron dar una fuerte suma de dinero a los soldados, con estas instrucciones: “Digan: ‘Durante la noche, estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se robaron el cuerpo’. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos arreglaremos con él y les evitaremos cualquier complicación”.

Ellos tomaron el dinero y actuaron conforme a las instrucciones recibidas. Esta versión de los soldados se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy. Reflexión

  • ¡Pascua! El evangelio de hoy describe la experiencia de resurrección de las discípulas de Jesús. Al comienzo de su evangelio, al presentar a Jesús, Mateo había dicho que Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,23). Ahora, al final, él comunica y amplía la misma certeza de fe, pues proclama que Jesús resucitó (Mt 28,6) y que estará siempre con nosotros, ¡hasta el final de los tiempos! (Mt 28,20). En las contradicciones de la vida, esta verdad es muchas veces contestada. No faltan las oposiciones. Los enemigos, los jefes de los judíos, se defienden contra la Buena Nueva de la resurrección y mandan decir que el cuerpo fue robado por los discípulos (Mt 28,11-13). Todo esto acontece hoy. Por un lado, el esfuerzo de tanta buena gente para vivir y testimoniar la resurrección. Por otro, tanta gente mala, que combate la resurrección y la vida.
  • En el evangelio de Mateo, la verdad de la resurrección de Jesús se cuenta a través de un lenguaje simbólico, que revela el sentido escondido de los acontecimientos. Mateo habla de un temblor de tierra, de relámpagos y ángeles que anuncian la victoria de Jesús sobre la muerte (Mt 28,2-4). Es el lenguaje apocalíptico, ¡muy común en aquella época, para anunciar que, finalmente, el mundo fue transformado por el poder de Dios! Se realizó la esperanza de los pobres que reafirmaron su fe: “¡El está vivo, en medio de nosotros!”
  • Mateo 28,8: La alegría de la Resurrección vence el miedo. En la madrugada del domingo, el primer día de la semana, dos mujeres fueron al sepulcro, María Magdalena y María de Santiago, llamada la otra María. De repente, la tierra tembló y un ángel apareció como un relámpago. Los guardas que estaban vigilando el túmulo se desmayaron. Las mujeres se quedaron con miedo, pero el ángel las reanimó, anunciando la victoria de Jesús sobre la muerte y enviándolas a que reunieran a los discípulos de Jesús en Galilea. Y en Galilea ellas podrán verle de nuevo. Allí, donde todo empezó, acontecerá la gran revelación del Resucitado. La alegría de la resurrección comienza a vencer el miedo. Se inicia el anuncio de la vida y de la resurrección.
  • Mateo 28,9-10: La aparición de Jesús a las mujeres. Las mujeres salen corriendo. Se sienten habitadas por una mezcla de miedo y de alegría. Sentimientos propios de quien hace una profunda experiencia del Misterio de Dios. De repente, Jesús mismo va a su encuentro y dice: “¡Alégrense!”. Ellas se postran y adoran. Es la postura de quien cree y acoge la presencia de Dios, aunque sorprende y supera la capacidad humana de comprensión. Ahora Jesús mismo da la orden de reunir a los hermanos en Galilea: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”
  • Mateo 28,11-15: La astucia de los enemigos de la Buena Nueva. La misma oposición que Jesús encontró en vida, aparece ahora después de su resurrección. Los jefes de los sacerdotes se reunieron y dieron dinero a los guardias. Tienen que apoyar la mentira de que los discípulos robaron el cuerpo de Jesús y se inventan algo sobre la resurrección. Los jefes rechazan y luchan contra la Buena Nueva de la Resurrección. Prefieren creer que todo fue una invención de los discípulos y discípulas de Jesús.
    El significado del testimonio de las mujeres. La presencia de las mujeres en la muerte, en el entierro y en la resurrección de Jesús es significativa. Testimoniaron la muerte de Jesús. (Mt 27,54-56). En el momento del entierro, se quedaron sentadas ante el sepulcro y por tanto pudieron decir cuál era el lugar donde fue colocado el cuerpo de Jesús (Mt 27,61). Ahora, el domingo de madrugada, están de nuevo allí. Saben que aquel sepulcro vacío ¡es realmente el sepulcro de Jesús! La profunda experiencia de la muerte y de la resurrección que hicieron les transforma la vida. Ellas mismas resucitarán y se volverán testigos cualificados en las comunidades cristianas. Por esto, reciben la orden de anunciar: «¡Jesús está vivo!» ¡Resucitó!»

Para la reflexión personal

  • ¿Cuál es la experiencia de resurrección en mi vida? ¿Existe en mí alguna fuerza que trata de combatir la experiencia de resurrección? ¿Cómo reacciono?
  • ¿Cuál es hoy la misión de nuestra comunidad como discípulos y discípulas de Jesús? ¿De dónde podemos sacar fuerza y valor para cumplir nuestra misión?

Oración final

Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. (Sal 15)

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Lectio Dom, 17 abr, 2022

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

Ver en la noche y creer por el amor Juan 20, 1-9

Oración inicial

¡Señor Jesucristo, hoy tu luz resplandece en nosotros, fuente de vida y de gozo! Danos tu Espíritu de amor y de verdad para que, como María Magdalena, Pedro y Juan, sepamos también nosotros descubrir e interpretar a la luz de la Palabra los signos de tu vida divina presente en nuestro mundo y acogerlos con fe para vivir siempre en el gozo de tu presencia junto a nosotros, aun cuando todo parezca rodeado de las tinieblas de la tristeza y del mal.

El Evangelio

  1. Una clave de lectura:

Para el evangelista Juan, la resurrección de Jesús es el momento decisivo del proceso de su glorificación, con un nexo indisoluble con la primera fase de tal glorificación, a saber, con la pasión y muerte.

El acontecimiento de la resurrección no se describe con las formas espectaculares y apocalípticas de los evangelios sinópticos: para Juan la vida del Resucitado es una realidad que se impone sin ruido y se realiza en silencio, en la potencia discreta e irresistible del Espíritu.

El hecho de la fe de los discípulos se anuncia «cuando todavía estaba oscuro» y se inicia mediante la visión de los signos materiales que los remiten a la Palabra de Dios.

Jesús es el gran protagonista de la narración, pero no aparece ya como persona.

  1. El texto:

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

  1. Subdivisión del texto, para su mejor comprensión:

vers. 1: la introducción, un hecho previo que delinea la situación;
vers. 2: la reacción de María y el primer anuncio del hecho apenas descubierto;
vers. 3-5: la reacción inmediata de los discípulos y la relación que transcurre entre ellos;
vers. 6-7: constatación del hecho anunciado por María;
vers. 8-9: la fe del otro discípulo y su relación con la Sagrada Escritura.

Un espacio de silencio interno y externo

para abrir el corazón y dar lugar dentro de mí a la Palabra de Dios:

  • Vuelvo a leer lentamente todo el pasaje;
  • También estoy yo en el jardín: el sepulcro vacío está delante de mis ojos;
  • Dejo que resuene en mí las palabras de María Magdalena;
  • Corro yo también con ella, Pedro y el otro discípulo;
  • Me dejo sumergir en el estupor gozoso de la fe en Jesús resucitado, aunque, como ellos, no lo veo con mis ojos de carne.

La Palabra que se nos da

  • El capítulo 20 de Juan: es un texto bastante fragmentado, en el que resulta evidente que el redactor ha intervenido muchas veces para poner de relieve algunos temas y para unir los varios textos recibidos de las fuentes precedentes, al menos tres relatos.
  • En el día después del sábado: es «el primer día de la semana» y hereda en el ámbito sagrado la gran sacralidad del sábado hebraico. Para los cristianos es el primer día de la nueva semana, el inicio de un tiempo nuevo, el día memorial de la resurrección, llamado «día del Señor» (dies Domini, dominica, domingo).
    El evangelista adopta aquí y en el vers. 19, una expresión que ya es tradicional para los Cristianos (ejem: Mc 16, 2 y 9; Act. 20, 7) y es más antigua de la que aparece enseguida como característica de la primera evangelización: » el tercer día» (ejem. Lc 24, 7 y 46; Act 10, 40; 1Cor 15,4).
  • María Magdalena: es la misma mujer que estuvo presente a los pies de la cruz con otras (19, 25). Aquí parece que estuviera sola, pero la frase del vers. 2 («no sabemos«) revela que la narración original, sobre la que el evangelista ha trabajado, contaba con más mujeres, igual que los otros evangelios (cfr Mc 16, 1-3; Mt 28, 1; Lc 23, 55-24, 1).
    De manera diversa con respecto a los sinópticos (cfr Mc 16,1; Lc 24,1), además, no se especifica el motivo de su visita al sepulcro, puesto que ha sido referido que las operaciones de la sepultura estaban ya completadas (19,40); quizás, la única cosa que falta es el lamento fúnebre (cfr Mc 5, 38). Sea como sea, el cuarto evangelista reduce al mínimo la narración del descubrimiento del sepulcro vacío, para enfocar la atención de sus lectores al resto.
  • De madrugada cuando estaba todavía oscuro: Marcos (16, 2) habla de modo diverso, pero de ambos se deduce que se trata de las primerísimas horas de la mañana, cuando la luz todavía es tenue y pálida. Quizás Juan subraya la falta de luz para poner de relieve el contraste simbólico entre tinieblas = falta de fe y luz = acogida del evangelio de la resurrección.
  • Ve la piedra quitada del sepulcro: la palabra griega es genérica: la piedra estaba «quitada» o » removida» (diversamente: Mc 16, 3-4).
    El verbo «quitar» nos remite a Jn 1,29: el Bautista señala a Jesús como el «Cordero que quita el pecado del mundo». ¿Quiere quizás el evangelista llamar la atención de que esta piedra «quitada», arrojada lejos del sepulcro, es el signo material de que la muerte y el pecado han sido «quitados» de la resurrección de Jesús?
  • Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo: La Magdalena corre a ellos que comparten con ella el amor por Jesús y el sufrimiento por su muerte atroz, aumentada ahora con este descubrimiento. Se llega a ellos, quizás porque eran los únicos que no habían huido con los otros y estaban en contacto entre ellos (cfr 19, 15 y 26-27). Quiere al menos compartir con ellos el último dolor por el ultraje hecho al cadáver.
    Notamos como Pedro, el «discípulo amado» y la Magdalena se caracterizan por su amor especial que los une a Jesús: es precisamente el amor, especialmente si es renovado, el que los vuelve capaces de intuir la presencia de la persona amada.
  • El otro discípulo a quien Jesús quería: es un personaje que aparece sólo en este evangelio y sólo a partir del capítulo 13, cuando muestra una gran intimidad con Jesús y también un gran acuerdo con Pedro (13, 23-25). Aparece en todos los momentos decisivos de la pasión y de la resurrección de Jesús, pero permanece anónimo y sobre su identidad se han dado hipótesis bastantes diferentes. Probablemente se trata del discípulo anónimo del Bautista que sigue a Jesús junto con Andrés (1, 23-25). Puesto que el cuarto evangelio no habla nunca del apóstol Juan y considerando que este evangelio a menudo narra cosas particulares propias de un testigo ocular, el «discípulo» ha sido identificado con el apóstol Juan. El cuarto evangelio siempre se le ha atribuido a Juan, aunque él no lo haya compuesto materialmente, si bien es en el origen de la tradición particular al que se remonta este evangelio y otros escritos atribuidos a Juan. Esto explica también como él sea un personaje un tanto idealizado.
    A quien Jesús quería: es evidentemente un añadido debido, no al apóstol, que no hubiera osado presumir de tanta confianza con el Señor, sino de sus discípulos, que han escrito materialmente el evangelio y han acuñado esta expresión reflexionando sobre el evidente amor privilegiado que concurre entre Jesús y este discípulo (cfr 13,25; 21, 4.7). Allí donde se usa la expresión más sencilla, «el otro discípulo» o «el discípulo», es que ha faltado, por tanto, el añadido de los redactores.
  • Se han llevado del sepulcro al Señor: estas palabras, que se repiten también a continuación: vers. 13 y 15, revelan que María teme uno de los robos de cadáveres que sucedían a menudo en la época, de tal manera que obligó al emperador romano a dictar severos decretos para acabar con el fenómeno. A esta posibilidad recurre, en Mateo (28, 11-15), los jefes de los sacerdotes para difundir el descrédito sobre el acontecimiento de la resurrección de Jesús y ocasionalmente, justificar la falta de intervención de los soldados puestos de guardias en el sepulcro.
  • El Señor: el título de «Señor» implica el reconocimiento de la divinidad y evoca la omnipotencia divina. Por esto, era utilizado por los Cristianos con referencia a Jesús Resucitado. El cuarto evangelista, de hecho, lo reserva sólo para sus relatos pascuales (también en 20-13).
    No sabemos dónde lo han puesto: la frase recuerda cuanto sucedió a Moisés, cuyo lugar de sepultura era desconocido (Dt 34, 10). Otra probable referencia es a las mismas palabras de Jesús sobre la imposibilidad de conocer el lugar donde hubiera sido llevado.(7, 11.22; 8,14.28.42; 13, 33; 14, 1-5; 16,5).
  • Corrían los dos juntos…pero el otro…llegó primero…pero no entró: La carrera revela el ansia que viven estos discípulos.
    El pararse del «otro discípulo», es mucho más que un gesto de cortesía o de respeto hacia un anciano: es el reconocimiento tácito y pacífico, en su sencillez, de la preeminencia de Pedro dentro del grupo apostólico, aunque esta preeminencia no se subraye. Es, por tanto, un signo de comunión. Este gesto podría también ser un artificio literario para trasladar el acontecimiento de la fe en la resurrección al momento sucesivo y culminante de la narración.
  • Los lienzos en el suelo y el sudario…plegado en un lugar aparte: ya el otro discípulo, sin siquiera entrar, había visto algo. Pedro, pasando la entrada del sepulcro, descubre la prueba de que no había habido ningún robo del cadáver: ¡ningún ladrón hubiera perdido el tiempo en desvendar el cadáver, extender ordenadamente los lienzos y las fajas (por tierra pudiera haber sido traducido mejor por «extendidas» o «colocadas en el suelo») y plegar aparte el sudario! La operación se hubiera complicado por el hecho de que los óleos con los que había sido ungido aquel cuerpo (especialmente la mirra) operaban como un pegamento, haciendo que se adhiriera perfecta y seguramente el lienzo al cuerpo, casi como sucedía con las momias. El sudario, además está plegado; la palabra griega puede decir también «enrollado», o más bien indicar que aquel paño de tejido ligero había conservado en gran parte las formas del rostro sobre el cual había estado puesto, casi como una máscara mortuoria. Las vendas son las mismas citadas en Jn 19, 40. En el sepulcro, todo resulta en orden, aunque falta el cuerpo de Jesús y Pedro consigue ver bien en el interior, porque el día está clareando.
    A diferencia de Lázaro (11,44), por tanto, Cristo ha resucitado abandonando todos los arreos funerarios: los comentadores antiguos hacen notar que, de hecho, Lázaro guardaría sus vendas para la definitiva sepultura, mientras que Cristo no tenía ya más necesidad de ellas, no debiendo ya jamás morir (cfr. Rm 6,9).
  • Pedro…vio…el otro discípulo…vio y creyó: también María, al comienzo de la narración, había «visto». Aunque la versión española traduzca todo con el mismo verbo, el texto original usa tres diversos (theorein para Pedro; blepein para el otro discípulo y la Magdalena; idein, aquí, para el otro discípulo), dejándonos entender un crecimiento de profundidad espiritual de este «ver» que , de hecho, culmina con la fe del otro discípulo.
    El discípulo anónimo, ciertamente, no ha visto nada diverso de lo que ya había visto Pedro: quizás, él interpreta lo que ve de manera diversa de los otros, también por la especial sintonía de amor que había tenido con Jesús (la experiencia de Tomás es emblemática: 29, 24-29). Sin embargo, como se indica por el tiempo del verbo griego, su fe es todavía una fe inicial, tanto que él no encuentra el modo de compartirla con María o Pedro o cualquiera de los otros.
    Para el cuarto evangelista, sin embargo, el binomio «ver y creer» es muy significativo y está referido exclusivamente a la fe en la resurrección del Señor (cfr 20, 29), porque era imposible creer verdaderamente antes que el Señor hubiese muerto y resucitado (cfr 14, 25-26; 16, 12-15). El binomio visión – fe, por tanto, caracteriza a todo este capítulo y » el discípulo amado» se presenta como un modelo de fe que consigue comprender la verdad de Dios a través de los acontecimientos materiales (cfr también 21, 7).
  • No habían comprendido todavía la Escritura: se refiere evidentemente a todos los otros discípulos. También para aquéllos que habían vivido junto a Jesús, por tanto, ha sido difícil creer en Él y para ellos, como para nosotros, la única puerta que nos permite pasar el dintel de la fe auténtica es el conocimiento de la Escritura (cfr. Lc 24, 26-27; 1Cor 15, 34; Act 2, 27-31) a la luz de los hechos de la resurrección.

Algunas preguntas para orientar la reflexión y la actuación

  1. ¿Qué quiere decir concretamente, para nosotros, «creer en Jesús Resucitado»? ¿Qué dificultades encontramos? ¿La resurrección es sólo propia de Jesús o es verdaderamente el fundamento de nuestra fe?
  2. La relación que vemos entre Pedro, el otro discípulo y María Magdalena es evidentemente de gran comunión en torno a Jesús. ¿En qué personas, realidades, instituciones encontramos hoy la misma alianza de amor y la misma «común unión» fundada en Jesús? ¿Dónde conseguimos leer los signos concretos del gran amor por el Señor y por los «suyos» que mueve a todos los discípulos?
  3. Cuando observamos nuestra vida y la realidad que nos circunda de cerca o de lejos ¿tenemos la mirada de Pedro (ve los hechos, pero permanece firme en ellos: a la muerte y a la sepultura de Jesús), o más bien, la del otro discípulo (ve los hechos y descubre en ellos los signos de una vida nueva)?

Oremos invocando gracia y alabando a Dios

con un himno extraído de la carta de Pablo a los Efesios (paráfrasis 1, 17-23) El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero.

Sometió todo bajo sus pies y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo la plenitud del que lo llena todo en todo.

Oración final

El contexto litúrgico no es indiferente para orar este evangelio y el acontecimiento de la resurrección de Jesús, en torno al cual gira nuestra fe y vida cristiana. La secuencia que caracteriza la liturgia eucarística de este día y de la semana que sigue (la octava) nos guía en la alabanza al Padre y al Señor Jesús:

Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua. Cordero sin pecado que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables unió con nueva alianza Lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta.

¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?
– A mi Señor glorioso la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado;
la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana
y da a tus fieles parte en tu victoria santa.
Nuestra oración puede también concluirse con esta vibrante invocación de un poeta contemporáneo, Marco Guzzi:
¡Amor, Amor, Amor!
Quiero sentir, vivir y expresar todo este Amor que es empeño gozoso en el mundo
y contacto feliz con los otros.
Sólo tú me libras, sólo tu me sueltas. Y los hielos descienden para regar el valle más verde de la creación.

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Lectio vie, 15 abr, 2022

La Pasión de Cristo según Juan

Juan 18,1 – 19,42

Recojámonos en oración – Statio

Ven, Tú, refrigerio,
delicia y alimento de nuestras almas.
Ven y quita todo lo que es mío,
e infunde en mí sólo lo que es tuyo.
Ven, Tú que eres el alimento de todo casto pensamiento, círculo de toda clemencia y cúmulo de toda pureza.
Ven y consuma en mí todo lo que es ocasión
de que yo no pueda ser consumada por ti.
Ven, oh Espíritu,
que siempre estás con el Padre y con el Esposo, y repósate sobre las esposas del Esposo.
(Sta. María Magdalena de Pazzis, O. Carm, en La Probatione ii, 193-194)

Lectura orante de la Palabra – Lectio

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN, 18, 1-19, 42

Apresaron a Jesús y lo ataron

En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.

Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas.

Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscan?». Le contestaron: «A Jesús, el nazareno». Les dijo Jesús: «Yo soy». Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: «¿A quién buscan?». Ellos dijeron: «A Jesús, el nazareno». Jesús contestó: «Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan». Así se cumplió lo que Jesús había dicho: ‘No he perdido a ninguno de los que me diste’.

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Maleo. Dijo entonces Jesús a Pedro: «Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?».

Llevaron a Jesús primero ante Anás

El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.

Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?». El dijo: «No lo soy». Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: «Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho».

Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole: «¿Así contestas al sumo sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?». Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.

¿No eres tú también uno de sus discípulos? No lo soy

Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: «¿No eres tú también uno de sus discípulos?». El lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: «¿Qué no te vi yo con él en el huerto?». Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.

Mi Reino no es de este mundo

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.

Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo: «¿De qué acusan a este hombre?». Le contestaron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído». Pilato les dijo: «Pues llévenselo y júzguenlo según su ley». Los judíos le respondieron: «No estamos autorizados para dar muerte a nadie». Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?». Pilato le respondió: «¿Acaso soy yo judío?

Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?». Jesús le contestó: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí». Pilato le dijo: «¿Conque tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Pilato le dijo: «¿Y qué es la verdad?».

Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: «No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?». Pero todos ellos gritaron: «¡No, a ése no! ¡A Barrabás!». (El tal Barrabás era un bandido).

¡Viva el rey de los judíos!

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le decían: «¡Viva el rey de los judíos!», y le daban de bofetadas.

Pilato salió otra vez afuera y les dijo: «Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa». Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: «Aquí está el hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!».

Pilato les dijo: «Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él». Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios».

Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?». Jesús le contestó: «No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

¡Fuera, fuera! Crucifícalo

Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: «¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César». Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: «Aquí tienen a su rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «¿A su rey voy a crucificar?». Contestaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César». Entonces se lo entregó para que lo crucificaran

Crucificaron a Jesús y con él a otros dos

Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado «la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Soy rey de los judíos’ «. Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está».

Se repartieron mi ropa

Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca». Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.

Ahí está tu hijo – Ahí está tu madre

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: «Mujer, ahí está tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí está tu madre». Y desde aquella hora el discípulo se la llevó a vivir con él.

Todo está cumplido

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: «Todo está cumplido», e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Inmediatamente salió sangre y agua

Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.

Vendaron el cuerpo de Jesús y lo perfumaron

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.

Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.

Rumiar la Palabra – Meditatio

Clave de lectura:

– Jesús dueño de su suerte

Quisiera proponeros el recogernos con el espíritu de María, bajo la cruz de Jesús. Ella, mujer fuerte que ha penetrado todo el significado de este acontecimiento de la pasión y muerte de Señor, nos ayudará a tener una mirada contemplativa sobre el Crucificado (Jn 19,25-27). Nos encontramos en el capítulo 19 del evangelio de Juan, que comienza con la escena de la flagelación y la coronación de espinas. Pilatos presenta a Jesús a los sumos sacerdotes y a los guardias: “Jesús Nazareno, el rey de los Judíos” que gritan su muerte en la cruz (Jn 19,6).

Comienza así para Jesús el camino de la cruz hacia el Gólgota, donde será crucificado. En la narración de la pasión según Juan, Jesús se revela dueño de sí mismo, controlando así todo lo que le sucede. El texto juanista abunda en frases que indican esta realidad teológica, de Jesús que ofrece su vida. Los sucesos de la pasión él los sufre activamente no pasivamente.

Traemos aquí sólo algunos ejemplos haciendo hincapié sobre algunas frases y palabras. El lector puede encontrar otras: Entonces Jesús, conociendo todo lo que le iba a suceder se adelanta y les pregunta: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”. Díceles: “¡Yo soy!”. Judas, el que lo entregaba estaba también con ellos. Cuando les dijo: “Yo soy” retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”.

Jesús respondió “Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Así se cumpliría lo que había dicho: De los que me has dado, no he perdido a ninguno” (Jn 18, 4-9). “Entonces Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura” (Jn 19,5).

A Pilatos le dice: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no te hubiese sido dado de lo alto” (Jn 19,11).

También sobre la cruz Jesús toma parte activa en su muerte, no se deja matar como los ladrones a los cuáles les son destrozadas las piernas (Jn 19,31-33); al contrario entrega su espíritu (Jn 19,30). Son muy importantes los detalles apuntados por el evangelista: “Jesús entonces, viendo a su Madre y allí junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a la Madre: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!”. Luego dice al discípulo: “¡He ahí a tu Madre!” (Jn 19, 26-27).

Estas sencillas palabras de Jesús llevan el peso de la revelación, palabras con las cuáles, Él nos revela su voluntad: “ he ahí a tu hijo” (v.26); “he ahí a tu Madre” (v. 27). Palabras que nos envían a aquellas pronunciadas por Pilatos en el litóstrotos: “He ahí el hombre” (Jn 19,5).

Aquí Jesús, desde la cruz, su trono, revela su voluntad y su amor por nosotros. Él es el cordero Dios, el pastor que da su vida por las ovejas. En aquel momento, en la cruz Él hace nacer la Iglesia, representada por María, su hermana, María la de Cleofás y María Magdalena con el discípulo amado (Jn 19,25).

– Discípulos amados y fieles

El cuarto evangelio especifica que estos discípulos “estaban junto a la cruz” (Jn 25-26). Un detalle éste de profundo significado. Sólo el cuarto evangelio narra que estas cinco personas estaban junto a la cruz. Los otros evangelistas no especifican. Lucas, por ejemplo, narra que todos aquéllos que lo conocieron lo seguían desde lejos (Lc 23,49). También Mateo cuenta que muchas mujeres seguían desde lejos estos sucesos. Estas mujeres, habían seguido a Jesús desde la Galilea y le servían. Pero ahora lo seguían desde lejos (Mt 27,55-56). Marcos, lo mismo que Mateo, no ofrece los nombres de aquéllos que seguían la muerte de Jesús desde lejos (Mc 15,40-41). Sólo el cuarto evangelio especifica que la Madre de Jesús con las otras mujeres y el discípulo amado “estaban junto a la cruz”.

Estaban allí, como siervos ante su Señor. Están valerosamente presentes en el momento en el que Jesús declara que ya “todo está cumplido” (Jn 19,30). La Madre de Jesús está presente en la hora que finalmente “ha llegado”. Aquella hora preanunciada en las bodas de Caná (Jn 2,1ss). El cuarto evangelio había anotado también en aquel momento que “la Madre de Jesús estaba allí” (Jn 2,1). Por esto, aquél que permanece fiel al Señor en su suerte es el discípulo amado. El evangelista deja en el anonimato este discípulo de modo que cualquiera de nosotros nos podremos reflejar en él que ha conocido los misterios del Señor, apoyando su cabeza sobre el pecho de Jesús durante la última cena.

Preguntas y sugerencias para orientar la meditación y la actualización

  • Lee otra vez el texto del evangelio, y busca en la Biblia todos los textos citados en la clave de lectura. Intenta encontrar otros textos paralelos que te ayuden a penetrar a fondo el texto de la meditación.
  • Con tu espíritu, ayudado por la lectura orante del relato de Juan, visita los lugares de la Pasión, párate en el Calvario para aprovechar con María y el discípulo amado el acontecimiento de la Pasión.
  • ¿Qué es lo que más llama tu atención?
  • ¿Qué sentimientos suscita en ti el relato de la Pasión?
  • ¿Qué significa para ti el hecho de que Jesús padece activamente su Pasión?

Oratio

¡Oh Sabiduría Eterna!. ¡Oh Bondad Infinita! ¡Verdad Infalible! ¡Escrutador de los corazones, Dios Eterno! Haznos entender, Tú que puedes, sabes y quieres! Oh Amoroso Cordero, Cristo Crucificado, que haces que se cumpla en nosotros lo que tú dijiste: “Quien me siga, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). ¡ Oh luz indeficiente, de la que proceden todas las luces! ¡Oh luz, por la que se hizo la luz, sin la cuál todo es tinieblas, con la cuál todo es luz. ¡Ilumina, ilumina e ilumina una y otra vez! Y haz penetrar la voluntad de todos los cooperadores que has elegido en tal obra de renovación. ¡Jesús, Jesús Amor, transfórmanos y confórmanos según tu Corazón!

¡Sabiduría Increada, Verbo Eterno, dulce Verdad, tranquilo Amor, Jesús, Jesús Amor! (Santa María Magdalena de Pazzis, O. Carm., en La Renovación de la Iglesia, 90-91)

Contemplatio

Repite con frecuencia, con calma, esta palabras de Jesús, asociado a Jesús en el
ofrecimiento de si mismo:
“Padre en tus manos entrego mi Espíritu”

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Lectio jue, 14 abr, 2022

Jueves Santo en la Cena del Señor

Lavatorio de los pies

LECTIO

  1. Oración inicial:

“Cuando tu hablas, Señor, la nada palpita de vida: los huesos secos se convierten en personas vivientes, el desierto florece… Cuando me dispongo a hablarte, me siento árido, no sé qué decir. No estoy, evidentemente, sintonizado con tu voluntad, mis labios no están de acuerdo con mi corazón y mi corazón no hace un esfuerzo por entonarse con el tuyo. Renueva mi corazón, purifica mis labios, para que hable contigo como tú quieres, para que hable con los demás como tú quieres, para que hable conmigo mismo, con mi mundo interior, como tú quieres (L. Renna).

  • Lectura del evangelio:

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: «Señor, ¿Me vas a lavar tú a mí los pies?». Jesús le replicó: «Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde» Pedro le dijo: «Tú no me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo». Entonces le dijo Simón Pedro: «En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos». Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: ‘No todos están limpios’.

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan».

  • Momentos de silencio orante:

En una escucha amorosa la palabra no es necesaria, porque también el silencio habla y comunica amor.

MEDITATIO

  1. Preámbulo a la Pascua de Jesús:

El pasaje del evangelio de este día está inserto en un conjunto literario que comprende los capítulos 13-17. El comienzo está constituido por la narración de la última cena que Jesús comparte con sus discípulos, durante la cuál realiza el gesto del lavatorio de los pies (13,1-10). Después, Jesús pronuncia un largo discurso de despedida con sus discípulos (13, 31-14,31), los capítulos 15 -17 tienen la función de profundizar algo más el precedente discurso del Maestro. Inmediatamente sigue, el hecho del prendimiento de Jesús (18, 1-11). De todos modos, los sucesos narrados en 13-17,26 están conectados desde el 13,1 con la Pascua de Jesús. Es interesante anotar este punto: desde el 12,1 la Pascua no se llama ya la pascua de los judíos, sino la Pascua de Jesús. Es Él, de ahora en adelante, el Cordero de Dios que librará al hombre de su pecado. La Pascua de Jesús es una Pascua que mira a la liberación del hombre: un nuevo éxodo que permite pasar de las tinieblas a la luz (8,12) y que llevará vida y fiesta a la humanidad (7,37).

Jesús es consciente de que está por terminarse su camino hacia el Padre, y por tanto dispuesto a llevar a término su éxodo personal y definitivo. Tal pasaje al Padre se realiza mediante la Cruz, momento nuclear en el que Jesús entregará su vida en provecho del hombre.

Llama la atención del lector el constatar cómo el evangelista Juan sepa representar muy bien la figura de Jesús siendo consciente de los últimos acontecimientos de su vida y, por tanto, de su misión. Y a probar que Jesús no es arrastrado por los acontecimientos que amenazan su existencia, sino que está preparado para dar su vida. Precedentemente el evangelista había anotado que todavía no había llegado su hora; pero ahora en la narración del lavatorio de los pies dice, que Jesús es consciente de que se aproxima su hora. Tal conciencia está a la base de la expresión juanista: “después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (v.1) El amor “por los suyos”, aquéllos que forman la nueva comunidad, ha sido evidente mientras ha estado con ellos, pero resplandecerá de modo eminente en su muerte.

Tal amor viene mostrado por Jesús en el gesto del lavatorio de pies que , en su valor simbólico, muestra el amor continuo que se expresa en el servicio.

  • Lavatorio de los pies:

Jesús se encuentra en una cena ordinaria con los suyos. Tiene plena conciencia de la misión que el Padre le ha confiado: de Él depende la salvación de la humanidad. Con tal conocimiento quiere mostrar a “los suyos”, mediante el lavatorio de los pies, cómo se lleva a cumplimiento la obra salvífica del Padre e indicar con tal gesto la entrega de su vida para la salvación del hombre. Es voluntad de Jesús que el hombre se salve y un consumidor deseo lo guía a dar su vida y entregarse. Es consciente de que “el Padre había puesto todo en sus manos” (v. 3a); tal expresión deja entrever que el Padre deja a Jesús la completa libertad de acción.

Jesús, además, sabe que su origen y la meta de su itinerario es Dios; sabe que su muerte en la cruz, expresión máxima de su amor, es el último momento de su camino salvador. Su muerte es un “éxodo”: el ápice de su victoria sobre la muerte; en el dar su vida, Jesús nos revela la presencia de Dios como vida plena y ausente de muerte.

Con esta plena conciencia de su identidad y de su completa libertad Jesús se dispone a cumplir el grande y humilde gesto del lavatorio. Tal gesto de amor se describe con un cúmulo de verbos (ocho) que convierten la escena complicada y henchida de significado. El evangelista presentando la última acción de Jesús sobre los suyos, usa esta figura retórica de acumulación de verbos sin repetirse para que tal gesto permanezca impreso en el corazón y en la mente de sus discípulos y de cualquier lector y para que se retenga un mandamiento que no debe olvidarse. El gesto cumplido por Jesús intenta mostrar que el verdadero amor se traduce en acción tangible de servicio. Jesús se despoja de sus vestidos se ciñe un delantal símbolo de servicio. El despojarse de sus vestidos es una expresión que tiene la función de expresar el significado del don de la vida. ¿Qué enseñanza quiere Jesús transmitir a sus discípulos con este gesto? Les muestra que el amor se expresa en el servicio, en dar la vida por los demás como Él lo ha hecho.

En tiempos de Jesús el lavado de los pies era un gesto que expresaba hospitalidad y acogida con los huéspedes. De ordinario era hecho por un esclavo con los huéspedes o por una mujer o hijas a su padre. Además era costumbre que el rito del lavado de pies fuese siempre antes de sentarse a la mesa y no durante la comida. Esta forma de obrar de Jesús intenta subrayar la singularidad de su gesto.

Y así Jesús se pone a lavar los pies a sus discípulos. El reiterado uso del delantal con el que Jesús se ha ceñido subraya que la actitud de servicio es un atributo permanente de la persona de Jesús. De hecho, cuando acaba el lavatorio, Jesús no se quita el paño que hace de delantal.

Este particular intenta subrayar que el servicio-amor no termina con la muerte. La minuciosidad de tantos detalles muestra la intención del evangelista de querer poner de relieve la importancia y singularidad del gesto de Jesús. Lavando los pies de sus discípulos Jesús intenta mostrarles su amor, que es un todo con el del Padre (10,30.38). Es realmente impresionante esta imagen que Jesús nos revela de Dios: no es un soberano que reside sólo en el cielo, sino que se presenta como siervo de la humanidad. De este servicio divino brota para la comunidad de los creyentes aquella libertad que nace del amor y que vuelve a todos su miembros “señores” (libres) en tanto que servidores. Es como decir que sólo la libertad crea el verdadero amor. De ahora en adelante el servicio que los creyentes darán al hombre tendrá como finalidad el de instaurar relaciones entre los hombres en el que la igualdad y la libertad sean una consecuencia de la práctica del servicio recíproco. Jesús con su gesto intenta demostrar que cualquier asomo de dominio o prepotencia sobre el hombre no está de acuerdo con el modo de obrar de Dios, quien, por el contrario, sirve al hombre para atraerlo hacia Sí.

Además no tienen sentido las pretensiones de superioridad de un hombre sobre otro, porque la comunidad fundada por Jesús no tiene forma piramidal sino horizontal, en la que cada uno está al servicio del otro, siguiendo el ejemplo de Dios y de Jesús.

En síntesis, el gesto que Jesús cumple expresa los siguientes valores: el amor hacia los hermanos exige un cambio en acogida fraterna, hospitalidad, o sea, servicio permanente.

  • Resistencia de Pedro:

La reacción de Pedro al gesto de Jesús es de estupor y protesta. También hay cambio en el modo de dirigirse a Jesús: Pedro lo llama “Señor” (13,6). Tal título reconoce en Jesús un nivel de superioridad que choca con el “lavar” los pies, una acción que compete, en verdad, a un sujeto inferior. La protesta es enérgicamente expresada por las palabras: “¿Tú lavarme a mí los pies?” A los ojos de Pedro este humillante gesto del lavatorio de los pies parece una inversión de valores que regulan las relaciones entre Jesús y los hombres: el primero es el Mesías, Pedro es un súbdito. Pedro no aprueba la igualdad que Jesús quiere establecer entre los hombres.

A tal incomprensión Jesús responde a Pedro invitándolo a acoger el sentido de lavar los pies como un testimonio de su afecto hacia él. Más precisamente: le quiere ofrecer una prueba concreta de cómo Él y el Padre lo aman.

Pero la reacción de Pedro no cesa: rechaza categóricamente que Jesús se ponga a sus pies.

Para Pedro cada uno debe cumplir su papel, no es posible una comunidad o una sociedad basada en la igualdad. No es aceptable que Jesús abandone su posición de superioridad para hacerse igual a sus discípulos. Tal idea del Maestro desorienta a Pedro y lo lleva a protestar.

No aceptando el servicio de amor de su Maestro, no acepta ni siquiera que muera en la cruz por él (12,34;13,37). Es como decir, que Pedro está lejos de comprender qué cosa es el verdadero amor y tal obstáculo sirve de impedimento para que Jesús se lo muestre con la acción.

Mientras que Pedro no esté dispuesto a compartir la dinámica del amor que se manifiesta en el servicio recíproco no puede compartir la amistad con Jesús, y se arriesga, realmente, a autoexcluirse.

A continuación de la advertencia de Jesús: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” (v.8), Pedro consiente a las amenazantes palabras del Maestro, pero sin aceptar el sentido profundo de la acción de Jesús. Se muestra abierto, dispuesto a dejarse lavar, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Parece que Pedro admite mejor el gesto de Jesús como una acción de purificación o ablución, más que como servicio.

Pero Jesús responde que los discípulos están purificados (“limpios”) desde el momento en que han aceptado dejarse guiar por la Palabra del Maestro, rechazando la del mundo. Pedro y los discípulos no tienen necesidad del rito judaico de la purificación, sino de dejarse lavar los pies por Jesús; o mejor, de dejarse amar por él , que les da dignidad y libertad.

  • El memorial del amor:

Al término del lavatorio de los pies, Jesús intenta dar a su acción una validez permanente para su comunidad y al mismo tiempo dejar en ella un memorial o mandamiento que deberá regular para siempre las relaciones fraternas.

Jesús es el Señor, no en la línea de dominio, sino en cuanto comunica el amor del Padre (su Espíritu) que nos hace hijos de Dios y aptos para imitar a Jesús, que libremente da su amor a los suyos. Esta actitud interior de Jesús lo ha querido comunicar a los suyos, un amor que no excluye a ninguno, ni siquiera a Judas que lo va a traicionar. Por tanto si los discípulos lo llaman Señor, deben imitarlo; si lo consideran Maestro deben escucharlo.

Algunas preguntas para meditar:

  • se levantó de la mesa: ¿cómo vives la Eucaristía? ¿De modo sedentario o te dejas llevar por la acción de fuego del amor que recibes? ¿Corres el peligro de que la Eucaristía de la que participas se pierda en el narcisismo contemplativo, sin llevarte al compromiso de solidaridad y deseos de compartir? Tu compromiso por la justicia, por los pobres, ¿viene de la costumbre de encontrarte con Jesús en la Eucaristía, de la familiaridad con Él?
  • se quitó los vestidos: Cuando de la Eucaristía pasas a la vida ¿sabes dejar los vestidos del contracambio, del interés personal, para dejarte guiar por un amor auténtico hacia los demás? ¿O después de la Eucaristía no eres capaz de dejar los vestidos del dominio y de la arrogancia para vestir el de la sencillez, el de la pobreza?
  • se puso un delantal: es la imagen de la “iglesia del delantal”. En la vida de tu familia, de tu comunidad eclesial ¿vas por la vía del servicio? ¿Estás comprometido directamente con el servicio a los pobres y marginados? ¿Sabes percibir el rostro de Cristo cuando pide ser servido, amado en los pobres?

ORATIO

a) Salmo 116 (114-115), 12-13;15-16;17-18

El salmista que se encuentra en el templo y en presencia de la asamblea litúrgica escoge su sacrificio de acción de gracias. Voltaire, que nutría una particular predilección por el v.12, así se expresaba: “¿Qué cosa puedo ofrecer al Señor por los dones que me ha dado?”

¿Cómo pagar a Yahvé
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de salvación
e invocaré el nombre de Yahvé. Mucho le cuesta a Yahvé
la muerte de los que lo aman.
¡Ah, Yahvé, yo soy tu siervo, tu siervo, hijo de tu esclava, tú has soltado mis cadenas!
Te ofreceré sacrificio de acción de gracias e invocaré el nombre de Yahvé.
Cumpliré mis votos a Yahvé
en presencia de todo el pueblo.

Oración final

Fascinado por el modo con que Jesús expresa su amor a los suyos, Orígenes reza así:
Jesús, ven, tengo los pies sucios,
Por mí te has hecho siervo, versa el agua en la jofaina; Ven, lávame los pies.
Lo sé, es temerario lo que te digo,
pero temo la amenaza de tus palabras:
“Si no te lavo los pies,
no tendrás parte conmigo” Lávame por tanto los pies, para que tenga parte contigo. (Homilía 5ª sobre Isaías)
Y San Ambrosio, preso de un deseo ardiente de corresponder al amor de Jesús, así se expresa:

¡Oh, mi Señor Jesús!
Déjame lavar tus sagrados pies;
te los has ensuciado
desde que caminas por mi alma…

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Lectio mié, 13 abr, 2022

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

¡Oh Dios!, que para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la cruz, concédenos alcanzar la gracia de la resurrección. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Mateo 26,14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?». Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.

El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». El respondió: «Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa'». Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.

Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo: «Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme». Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Acaso soy yo, Maestro?». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho».

Reflexión

  • Ayer el evangelio habló de la traición de Judas y de la negación de Pedro. Hoy nos habla de nuevo de la traición de Judas. En la descripción de la pasión de Jesús de los evangelios de Mateo se acentúa fuertemente el fracaso de los discípulos. A pesar de la convivencia de los tres, nadie de entre ellos se queda para tomar la defensa de Jesús. Judas lo traiciona, Pedro lo niega, todos huyen. Mateo cuenta esto, no para criticar o condenar, ni para causar desaliento en los lectores y lectoras, sino para indicar que la acogida y el amor de Jesús superan la derrota y el fracaso de los discípulos. Esta forma de describir la actitud de Jesús era una ayuda para describir la actitud de Jesús hacia las comunidades en la época de Mateo. A causa de las frecuentes persecuciones, muchos se sentían desanimados y habían abandonado la comunidad, preguntándose: «¿Será posible volver? ¿Será posible que Dios nos acoge y perdona?» Mateo responde sugiriendo que nosotros podemos romper con Jesús, pero que Jesús nunca rompe con nosotros. Su amor es mayor que nuestra infidelidad. Este es un mensaje muy importante que recibimos del evangelio durante la Semana Santa.
  • Mateo 26,14-16: La decisión de traicionar a Jesús. Judas toma la decisión, después que Jesús no acepta la critica de los discípulos respecto de la mujer que gastó un perfume muy caro solamente para ungir a Jesús (Mt 26,6-13). El fue hasta los sacerdotes y preguntó: “¿Cuánto me vais a dar si os lo entrego?” Combinaron treinta monedas de plata. Mateo evoca las palabras del profeta Zacarías para describir el precio combinado (Zc 11,12). Al mismo tiempo, la traición de Jesús por treinta monedas evoca la venta de José por sus propios hermanos, valorado por los compradores en veinte monedas (Gn 37,28). Evoca asimismo el precio de treinta monedas que hay que pagar si se hiere a un esclavo (Ex 21,32).
  • Mateo 26,17-19: La preparación de la Pascua. Jesús era de Galilea. No tenía casa en Jerusalén. Pasaba la noche en el Monte de los Olivos (cf. Jn 8,1). En los días de fiesta de pascua, la población de Jerusalén se triplicaba por la cantidad de peregrinos que venían de todas partes. No era fácil para Jesús encontrar una sala grande para poder celebrar la pascua junto con los peregrinos que habían llegado con él desde Galilea. Manda a los discípulos para que se encuentre con una persona en cuya casa decidió celebrar la Pascua. El evangelio no ofrece ulteriores informaciones y deja que la imaginación complete las informaciones. ¿Era una persona conocida por Jesús? ¿Era un pariente? ¿Un discípulo? A lo largo de los siglos, la imaginación de los apócrifos completó la falta de información, pero con poca credibilidad.
  • Mateo 26,20-25: Anuncio de la traición por Judas. Jesús sabe que va a ser traicionado. A pesar de que Judas está haciendo las cosas en secreto, Jesús está sabiendo. Sin embargo, trata de confraternizar con el círculo de amigos del que Judas forma parte. Estando todos reunidos por última vez, Jesús anuncia quién es el traidor. Es «aquel que ha metido conmigo la mano en el plato». Esta manera de anunciar la traición acentúa el contraste. Para los judíos la comunión en la mesa, colocar juntos la mano en el mismo plato, era la máxima expresión de amistad, de intimidad y de confianza. Mateo sugiere así que, a pesar de que la traición esté llevada a cabo por alguien muy amigo, ¡el amor de Jesús es mayor que la traición!
  • Lo que llama la atención es la manera en que Mateo describe estos hechos. Entre la traición y la negación coloca la institución de la Eucaristía (Mt 26,26-29): la traición de Judas, antes (Mt 25,20-25); la negación de Pedro y la huida de los discípulos, luego (Mt 25,30-35). De este modo, destaca para todos nosotros la increíble gratuidad del amor de Jesús, que supera la traición, la negación y la huida de los amigos. Su amor no depende de lo que los demás hacen por él.

Para la reflexión personal

  • ¿Soy capaz de ser como Judas y de negar y traicionar a Dios, a Jesús, a los amigos y amigas?
  • En semana santa es importante reservar algún momento para darme cuenta de la increíble gratuidad del amor de Dios para mí.

Oración final

Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. (Sal 68)

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Lectio mar, 12 abr, 2022

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la pasión del Señor, que alcancemos tu perdón. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Juan 13,21-33.36- 38

En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: «Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar». Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: «¿De quién lo dice?». Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Le contestó Jesús: ‘Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar». Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.

Jesús le dijo entonces a Judas: «Lo que tienes que hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.

Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir»‘. Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿adónde vas?». Jesús le respondió: «A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde». Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Jesús le contestó: «¿Conque darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces».

Reflexión

  • Estamos en el segundo día de la Semana Santa. Los textos del evangelio de estos días nos confrontan con los hechos terribles que llevarán a la detención y a la condena de Jesús. Los textos nos traen sólo las decisiones de las autoridades religiosas y civiles contra Jesús, pero no nos relatan las traiciones y negaciones de los discípulos que posibilitaron la detención de Jesús por parte de las autoridades y contribuyeron enormemente a aumentar el sufrimiento de Jesús.
  • Juan 13,21: El anuncio de la traición. Después de haber lavado los pies de los discípulos (Jn 13,2-11) y de haber hablado de la obligación que tenemos de lavarnos los pies unos a otros (Jn 13,12-16), Jesús se conmueve profundamente. Y no era para menos. Mientras él estaba haciendo aquel gesto de total entrega de sí mismo, a su lado un discípulo estaba tramando cómo traicionarlo en aquella misma noche. Jesús expresa su conmoción y dice: “En verdad os digo: uno de vosotros me entregará” No dice: “Judas me entregará”, sino “uno de vosotros”. Alguien del círculo de amistad será el traidor.
  • Juan 13,22-25: La reacción de los discípulos. Los discípulos se asustan. No esperaban esta declaración tan seria de que uno de ellos les iba a traicionar. Pedro hace una señal a Juan y pregunta a Jesús quién de los doce iba a cometer la traición. Señal de que no entendían quién podía ser el traidor. O sea señal de que la amistad entre ellos no había llegado todavía a la misma transparencia de Jesús para con ellos (cf. Jn 15,15). Juan se inclina cerca de Jesús y pregunta: “¿Quién es?”
  • Juan 13,26-30: Jesús indica Judas. Jesús dice: “Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.” Aquel a quien voy a dar un pedazo de pan mojado. Toma un pedazo de pan, lo moja y lo da a Judas. Era un gesto común y normal que los participantes en una cena acostumbraban tener entre ellos. Y Jesús dice a Judas: “¡Lo que vas a hacer, hazlo pronto!” Judas tenía una bolsa común. Era el encargado de comprar las cosas y de dar limosna a los pobres. Por eso, nadie percibió nada de especial en el gesto y en la palabra de Jesús. En esta descripción del anuncio de la traición ésta es una evocación del salmo en el que el salmista se queja del amigo que lo traicionó: “Hasta mi amigo seguro, en el que yo confiaba, que mi pan compartía, me trata con desprecio” (Sal 41,10; cf. Sal 55,13-15). Judas percibe que Jesús estaba enterado de todo (Cf. Jn 13,18). Sin embargo, no vuelve atrás, y se mantiene en la decisión de traicionar a Jesús. Es ahora cuando ocurre la separación entre Judas y Jesús. Juan dice que Satanás entró en él. Judas se levantó y se fue. Se puso al lado del adversario (satanás). Juan comenta: “Era de noche”. Era la oscuridad.
  • Juan 13,31-33: Comienza la glorificación de Jesús. Es como si la historia hubiese esperado este momento de separación entre la luz y las tinieblas. Satanás (el adversario) y las tinieblas entran en Judas cuando decide de ejecutar aquel que está tramando. En este mismo instante se hace la luz en Jesús que declara: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. ¡Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto!” Lo que va a acontecer de aquí en adelante es contagio regresivo. Las grandes decisiones fueron ya tomadas, tanto de parte de Jesús (Jn 12,27-28) como de parte de Judas, ahora. Los hechos se precipitan. Y Jesús avisa: “Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros”. Falta poco para que se realice el paso, la Pascua.
  • Juan 13,34-35: El mandamiento nuevo. El evangelio de hoy omite estos dos versos sobre el mandamiento nuevo del amor y pasa a hablar del anuncio de la negación de Pedro.
  • Juan 13,36-38: Anuncio de la negación de Pedro. Junto con la traición de Judas, el evangelio trae también la negación de Pedro. Son los dos hechos que harán más sufrir a Jesús. Pedro dice que está dispuesto a dar la vida por Jesús. Jesús le llama a la realidad: “¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces” (Mc 14,30). Todo el mundo sabe que el canto del gallo es rápido. Cuando pronto por la mañana el gallo empieza a cantar, casi al mismo tiempo todos los demás gallos cantan. Pedro es más rápido en la negación que el canto del gallo.

Para la reflexión personal

  • Judas, amigo, se vuelve traidor. Pedro, amigo, se vuelve negador. ¿Y yo?
  • Colocándome en la situación de Jesús: ¿cómo se enfrenta a la negación y a la traición, al desprecio y a la exclusión?

Oración final

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza,
Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. (Sal 70)

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Lectio lun, 11 abr, 2022

Tiempo de Cuaresma

Oración inicial

Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la pasión de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

Lectura del santo Evangelio según Juan 12,1-11

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Martha servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.

Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: «¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.

Entonces dijo Jesús: «Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán».

Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.

Reflexión

  • Estamos entrando en la Semana Santa, en la semana de la pascua de Jesús, de su pasaje de este mundo al Padre (Jn 13,1). La liturgia de hoy coloca ante nosotros el comienzo del capítulo 12 del evangelio de Juan, que enlaza el Libro de las Señales (cc 1-11) y el Libro de la Glorificación (cc.13-21). Al final del «Libro de las Señales», aparece con claridad la tensión entre Jesús y las autoridades religiosas de la época (Jn 10,19- 21.39) y el peligro que Jesús corre. Varias veces tratarán de matarle (Jn 10,31; 11,8.53; 12,10). Tanto es así que Jesús se ve obligado a llevar una vida clandestina, pues podían detenerle en cualquier momento (Jn 10,40; 11,54).
  • Juan 12,1-2: Jesús, perseguido por los judíos, va a Betania. Seis días antes da pascua, Jesús va a Betania en casa de sus amigas Marta y María y de Lázaro. Betania significa Casa de la Pobreza. El estaba siendo perseguido por la policía (Jn 11,57). Quieren matarle (Jn 11,50). Pero aún sabiendo que la policía estaba detrás de Jesús, María, Marta y Lázaro reciben a Jesús en casa y le ofrecen comida. Acoger a una persona perseguida y ofrecerle comida era peligroso. Pero el amor hace superar el miedo.
  • Juan 12,3: María unge a Jesús. Durante la comida, María unge los pies de Jesús con medio litro de perfume de nardo puro (cf. Lc 7,36-50). Era un perfume caro, muy caro, de trescientos denarios. Inmediatamente, seca los pies a Jesús con sus cabellos. La casa entera se llena de perfume. En todo este episodio, María no habla. Sólo actúa. El gesto lleno de simbolismo habla de por sí. Lavando los pies, María se convierte en servidora. Jesús repetirá ese mismo gesto en la última cena (Jn 13,5).
  • Juan 12,4-6: Reacción de Judas. Judas critica el gesto de María. Afirma que es un desperdicio. ¡De hecho, trescientos denarios era el salario de trescientos días! ¡Así que el salario de casi un entero año fue gastado de una sola vez! Judas piensa que el dinero habría que darlo a los pobres. El evangelista comenta que Judas no tenía ninguna preocupación por los pobres, sino que era un ladrón. Tenía la bolsa común y robaba dinero. Juicio fuerte que condena a Judas. No condena la inquietud por los pobres, sino la hipocresía que usa a los pobres para promoverse y enriquecerse. Según sus intereses egoístas, Judas piensa sólo en el dinero. Por esto no percibe lo que estaba pasando en el corazón de María. Jesús conoce el corazón y defiende a María.
  • Juan 12,7-8: Jesús defiende a la mujer. Judas mira el gasto y critica a la mujer. Jesús mira el gesto y defiende a la mujer: “¡Déjala! Que lo guarde para el día de mi sepultura.» Y Jesús añade después: «Porque pobres siempre tendréis entre vosotros.»

¿Quién de los dos vivía más cerca de Jesús: Judas o María? Como discípulo, Judas convivía con Jesús desde hacía casi tres años, veinte cuatro horas al día. Formaba parte del grupo. María se encontraba con él sólo una o dos veces al año, en ocasión de las fiestas, cuando Jesús iba a Jerusalén y la visitaba. Pero la convivencia sin amor no nos hace conocer. Impide ver. Judas era ciego. Mucha gente convive con Jesús y hasta lo alaba con el canto, pero no le conoce de verdad, ni le revela (cf. Mt 7,21). Dos afirmaciones de Jesús merecen un comentario detallado: (a) “Pobres siempre tendréis”, y (b) “Déjale que lo guarde para el día de mi sepultura”.

  • “Pobres siempre tendréis” ¿Quiso Jesús decir que no debemos preocuparnos con los pobres, visto que va a haber siempre gente pobre? ¿La pobreza es un destino impuesto por Dios? ¿Cómo entender esta frase? En aquel tiempo, las personas conocían el Antiguo Testamento de memoria. Bastaba que Jesús citara el comienzo de una frase del AT, y las personas ya sabían lo demás. El comienzo de esta frase decía: “¡Los pobres los tendréis siempre con vosotros!” (Dt 15,11a). El resto de la frase que la gente ya conocía y que Jesús quiso recordar, era ésta: “¡Por esto, os ordeno: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra!” (Dt 15,11b). Según esta Ley, la comunidad debe acoger a los pobres y compartir con ellos sus bienes. Pero Judas, en vez de decir “abre la mano a favor del pobre” y comparte con ellos tus propios bienes, quería decir que se haga caridad con el dinero de los demás. Quería vender el perfume de María por trescientos denarios y usarlos para ayudar a los pobres. Jesús cita la Ley de Dios que enseñaba lo contrario. Quien, al igual que Judas, hace campaña con el dinero de la venta de los bienes de los demás, no incomoda. Pero aquel que, como Jesús, insiste en la obligación de acoger a los pobres y compartir con ellos sus bienes, éste incomoda y corre el peligro de ser condenado.
    • «Que lo guarde para el día de mi sepultura». La muerte en la cruz era el castigo terrible y ejemplar, adoptado por los romanos para castigar a los subversivos que se oponían al imperio. Una persona condenada a muerte de cruz no recibía sepultura y no podía ser ungida, pues quedaba colgando de la cruz hasta que los animales se comían el cadáver, o recibía sepultura rasa de indigente. Además de esto, según la Ley del Antiguo Testamento, tenía que ser considerada como, «maldita por Dios» (Dt 21, 22-23). Jesús iba a ser condenado a muerte y muerte de cruz, consecuencia de su compromiso con los pobres y de su fidelidad al Proyecto del Padre. No iba a tener un entierro. Por eso, después de muerto, no iba a poder ser ungido. Sabiendo esto, María se anticipa y lo unge antes de ser crucificado. Con este gesto, indica que aceptaba a Jesús como mesías, aunque estuviera ¡crucificado! Jesús entiende el gesto de la mujer y lo aprueba.
  • Juan 12,9-11: La multitud y las autoridades. Ser amigo de Jesús puede ser peligroso. Lázaro corre peligro de muerte por causa de la vida nueva que recibió de Jesús. Los judíos decidieron matarle. Lázaro vivo era la prueba viva de que Jesús era el Mesías. Por esto, la multitud lo buscaba, ya que la gente quería experimentar de cerca la prueba viva del poder de Jesús. Una comunidad viva corre peligro de vida porque es prueba viva de la Buena Nueva de Dios.

Para la reflexión personal

  • María fue maltratada por Judas. ¿Te has sentido maltratado/a alguna vez? ¿Cómo has reaccionado?
  • ¿Qué nos enseña el gesto de María? ¿En qué tipo de alerta nos pone la reacción de Judas?

Oración final

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mí vida,
¿quién me hará temblar? (Sal 26)

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Lectio Dom, 10 abr, 2022

La muerte de Jesús: cuando el amor llega hasta el extremo. Lucas 22,14 – 23,56

Oración inicial

Espíritu Santo,
derramado sobre el mundo por el ser divino que va a morir,
condúcenos a contemplar
y a comprender la vía dolorosa
de nuestro Salvador
y el amor con que la ha recorrido.
Concédenos ojos y corazones de verdaderos creyentes,
para que se nos revele
el misterio glorioso de su cruz.
«Gracias a la cruz no andaremos ya errantes por el desierto,
porque conocemos el camino verdadero;
no nos quedaremos ya fuera de la casa de nuestro Dios, de nuestro rey, porque hemos encontrado la puerta;
no temeremos ya las flechas encendidas del demonio, porque habremos descubierto una fuente de agua.
Por medio de Él, no estaremos ya solos, porque habremos encontrado al esposo; no tendremos ya miedo del lobo,
porque habremos encontrado al buen pastor.
Gracias a la cruz no nos asustará ya la iniquidad de los poderosos, porque estaremos
sentados a la mesa del rey» (Cf. S. Juan Crisóstomo).

Lectura

  1. Clave para la lectura:

Contexto litúrgico: la antigua tradición de proclamar el Evangelio de la Pasión y Muerte de Jesucristo el domingo anterior a la Pascua se remonta a la época en la cual las celebraciones de la Semana Santa estaban reducidas al mínimo. La finalidad de tal lectura es la de llevar a los oyentes a la contemplación del misterio de muerte que prepara la Resurrección del Señor y que es, por lo tanto, la condición por la cual el creyente ha entrado en la “vida nueva” en Cristo. El uso de hacer esta larga lectura entre varios lectores sirve, no solamente para hacer menos monótona la proclamación o para facilitar una escucha atenta, sino para hacer que la participación de los oyentes sea más emotiva, como si se quisiera transmitir la sensación que ellos están presentes y son agentes de lo que se narra.

Las dos lecturas que preceden al Evangelio de este domingo, contribuyen para dar una perspectiva interpretativa del texto: el Siervo de Yahvé es Jesús, el Cristo, Persona divina que, a través de la muerte ignominiosa que padece, llega a la gloria de Dios Padre y comunica su propia vida a los hombres que le escuchan y lo acogen.

Contexto evangélico: sabemos ya que el núcleo literario, en torno al cual se formaron los Evangelios, es el de la narración de la Pascua del Señor: Pasión, Muerte y Resurrección. Estamos, pues, frente a un texto bastante antiguo y unitario en su composición literaria, aunque se haya formado gradualmente. Su importancia es, de todos modos, capital: se narra el acontecimiento fundamental de la fe cristiana, aquél con el que cada creyente debe confrontarse y conformarse constantemente (aún cuando el texto que se ofrece en este domingo acaba en la sepultura de Jesús).

Lucas, como siempre, se nos revela narrador eficaz y detallado, atento a las detalles particulares y capaz de hacer ver al lector los sentimientos y movimientos interiores de sus personajes principales, sobre todo, de Jesús. El dolor terrible e injusto que padece se nos muestra a través del filtro de su actitud inalterable de misericordia hacia todos los hombres, aunque estos sean sus perseguidores y asesinos; algunos de ellos quedan tocados e impresionados por este modo suyo de afrontar el sufrimiento y la muerte, de tal manera que dan signos de creer en Él: el tormento de la Pasión viene suavizado con la potencia del amor divino de Jesús.

En el contexto del tercer Evangelio, Jesús va solamente una vez a la Ciudad Santa: la vez decisiva para la historia humana del Cristo y para la historia de la salvación. Toda la narración evangélica lucana es como una larga preparación para los acontecimientos de aquellos últimos días, Jesús los pasa en Jerusalén predicando y haciendo gestos, a veces de tono grandioso (por ej.: la expulsión de los mercaderes del Templo, 19,45-48), otras veces, misteriosos o un poco provocadores (por ej.: la respuesta acerca del tributo debido al César, 20,19-26). No por casualidad, el evangelista concentra en estos últimos días acontecimientos y palabras que los otros sinópticos ponen en otras fases de la vida pública del Señor. Todo esto se desarrolla mientras el complot de los jefes del Pueblo se intensifica y se hace cada vez más concreto, hasta que a Judas se le ofrece una ocasión propicia e inesperada (22,2-6).

El tercer evangelista, para indicar esta última y definitiva etapa de la vida del Señor, utiliza varios términos en el curso de su obra: es una “partida” o un “éxodo” (9,31), es una “asunción” (9,51) y es un “cumplimiento” (13,32). Así pues, Lucas da a entender a sus lectores, anticipadamente, cómo interpretar la terrible y escandalosa muerte del Cristo al cual han confiado su propia vida: Él realiza un paso doloroso y difícil de entender, pero “necesario” en la economía de la salvación (9,22; 13,33; 17,35; 22,37) para llevar a buen éxito (“cumplimiento”) su itinerario hacia la gloria (Cf. 24,26; 17,25).

Tal itinerario de Jesús es paradigma de aquel que cada discípulo suyo debe llevar a cabo (Hch 14,22).

Una división del texto para ayudar a la lectura:
La narración de la última cena: desde 22,7 a 22,38;
La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní: desde 22,39 a 22,46;
El arresto y el proceso hebraico: desde 22,47 a 22,71
El proceso civil delante de Pilato y Herodes: desde 23,1 a 23,25
La condena, la crucifixión y la muerte: desde 23,26 a 23,49
Los acontecimientos sucesivos a la muerte: desde 23,50 hasta 23,56.

El texto:

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS: 22, 14-23, 56

He deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer

Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: «Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios». Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: «Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios».

Hagan esto en memoria mía

Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes». ¡

Ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado!

«Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien será entregado!». Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.

Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve

Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: «Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel».

Tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos

Luego añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos». Él le contestó: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte». Jesús le replicó: «Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces».

Conviene que se cumpla en mí lo que está escrito

Después les dijo a todos ellos: «Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?». Ellos contestaron: «Nada». Él añadió: «Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí». Ellos le dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les contestó: «¡Basta ya!».

Lleno de tristeza, se puso a orar de rodillas

Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: «Oren, para no caer en la tentación». Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: «¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación».

Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».

Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: «Señor, ¿los atacamos con la espada?». Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: «¡Dejen! ¡Basta!». Le tocó la oreja y lo curó.

Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: «Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas».

Pedro salió de ahí y se soltó a llorar

Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: «Éste también estaba con él». Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «¡Hombre, no lo soy!». Y como después de una hora, otro insistió: «Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo», Pedro contestó: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo.

El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’, y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.

Adivina quién te ha pegado

Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: «Adivina, ¿quién te ha pegado?». Y proferían contra él muchos insultos.

Lo hicieron comparecer ante el sanedrín

Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy». Entonces ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca». El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre

Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey».

Pilato preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le contestó: «Tú lo has dicho». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No encuentro ninguna culpa en este hombre». Ellos insistían con más fuerza, diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.

Herodes, con su escolta, lo despreció

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.

Pilato les entregó a Jesús

Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: «Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré».

Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: «¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!». A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo por tercera vez: «¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Hijas de Jerusalén, no lloren por mí

Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: ‘¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!’. Entonces dirán a los montes: ‘Desplómense sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepúltennos’, porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?».

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiados con él. Cuando llegaron al lugar llamado «la Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.

Éste es el rey de los judíos

El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido». También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: «Éste es el rey de los judíos».

Hoy estarás conmigo en el paraíso

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: «Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le reclamaba, indignado: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho». Y le decía a Jesús: «Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí». Jesús le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso».

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!». Y dicho esto, expiró.

El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: «Verdaderamente este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello. José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro

Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.

 

Momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios entre en nosotros e ilumine nuestra vida.

Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

  1. Al final de esta larga lectura, ¿qué sensación prevalece en mí: descanso como fin de la fatiga, admiración por Jesús, dolor por su dolor, alegría por la salvación obtenida, o qué otra cosa?
  2. Vuelvo a leer el texto, poniendo atención en cómo han actuado los distintos “poderosos”: sacerdotes, escribas y fariseos, Pilato, Herodes. ¿Qué pienso de ellos?

¿Cómo creo que hubiera podido pensar, actuar, hablar y decidir yo en su lugar?

  • Leo otra vez la Pasión: pongo atención, esta vez, en cómo han actuado los “pequeños”: discípulos, gente, los particulares, mujeres, soldados y otros. ¿Qué pienso de ellos? ¿Cómo creo que hubiera actuado, pensado y hablado yo en su lugar?
  • Finalmente, repaso mi modo de actuar en la vida diaria. ¿A cuál de los personajes, principales o secundarios, logro asemejarme? ¿A cuál, sin embargo, desearía asemejarme más?

Una clave para la lectura

para los que deseen profundizar en el tema.

Deteniéndome en algunos puntos-claves:

22,14: Cuando llegó la hora se sentó a la mesa y sus discípulos con Él: no obstante que escriba para una comunidad de cristianos provenientes, en su mayoría, del paganismo, Lucas subraya que la última cena de Jesús está encuadrada dentro de los ritos del Pesah hebraico. Poco antes ha descrito los preparativos (vv. 7-13). 22,15: Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer : es una llamada a 12,50: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!” (cfr. también Jn 12,32). Lucas nos ofrece un rayo de luz sobre la dimensión interior de Jesús, mientras se dispone a padecer y morir: lo que le empuja es, como siempre para Él, la opción radical de aceptar la voluntad del Padre (Cf. 2,49), pero se vislumbra, incluso, en estas palabras un deseo humanísimo de fraternidad, de compartir y de amistad.

22,17: Tomó luego una copa, dio gracias: no estamos todavía en el cáliz eucarístico propiamente dicho, sino en la primera de las cuatro copas de vino que se tomaban en el transcurso de la cena pascual. 22,18: A partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios: segunda indicación expresa a la muerte que ya está próxima. Se vuelven a tomar los anuncios de la Pasión (9,22.44; 12,50; 18,31-32) y, como aquellos, hacen una llamada implícitamente a la resurrección. El tono, de todos modos, dada la seriedad del momento, contiene los acentos de esperanza y de espera escatológica, con la certeza de que el Padre no lo abandonará a la muerte. Jesús es consciente de lo que tiene que afrontar, pero se nos muestra profundamente sereno, interiormente libre, seguro del propio destino y de los últimos resultados de cuanto está para sucederle. 22,19-20: la narración de la institución de la Eucaristía contiene muchas afinidades con la narración de Pablo (1Cor 11,23-25) y tiene un carácter muy marcado sacrificial: Jesús está en un estado de oblación y no ofrece cosas, sino a sí mismo, en beneficio del que crea en Él.

22,21: La mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa : Jesús admite a comer y, a la comunión con Él, a Judas, aún cuando es consciente de que este discípulo está para traicionarlo definitivamente. El contraste es estridente y querido por el evangelista, como otras veces en el curso de esta narración. 22,28: Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas : al contrario que Judas, los otros discípulos “han perseverado con Jesús en las pruebas”, porque han permanecido junto a Él, al menos hasta este momento. El Señor, pues, reconoce que han alcanzado un alto grado de comunión con Él, de tal modo, que merecen un honor especial en la gloria del Padre (v. 29).

Es, pues, Jesús el que establece un paralelo estrecho entre la comunión constante de sus discípulos (los de entonces como los de hoy) con su sufrimiento y la comunión final eterna de su gloria (“comer y beber”, v. 30). 22,31-37: ¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca: este pequeño trozo parece tomado de otro contexto. La indicación de Jesús a Satanás y a su acción en sus discípulos, evoca todo lo que el evangelista había ya señalado sobre las causas de la traición de Judas (22,3) y hace un paralelo con la perspectiva lucana de la Pasión como de un último asalto de Satanás en relación a Jesús (Cf. 4,13; 22,53).

Pedro es defendido de las insidias del tentador por la oración del mismo Jesús y por el hecho de haber elegido ser discípulo del Señor, porque tiene una misión especial en relación con sus hermanos en la fe (v. 32b). Jesús se adelanta a ponerlo en guardia: a él, como a los otros discípulos, la Pasión de Jesús será una dura lucha contra Satanás y a tantas emboscadas que, bajo distintas formas, tiende a los discípulos que estarán con Jesús en las distintas etapas de su Pasión (vv. 35-36) a causa de la terrible prueba a la que Él se verá sometido (v. 37); en estas última palabras se cita expresamente el texto de Isaías sobre el “Siervo doliente” (Is 53,12), con el cual es identificado abiertamente Jesús.

22,33-34: Él dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte. Pero él contestó: «Te digo, Pedro, que antes de que hoy cante el gallo habrás negado tres veces que me conoces»: Pedro es un hombre de carácter generoso, un poco impetuoso, como demuestra su declaración, que hace que Jesús le declare la previsión de su negación.

Como en los versículos 24-27 los jefes de la comunidad eran colocados frente a la propia responsabilidad de “siervos” de la fe de los hermanos que les eran confiados, ahora se les pide el deber de la prudencia y de la vigilancia sobre ellos mismos, sobre su propia debilidad.

22,39-46: la narración de la agonía-espiritual en Getsemaní sigue muy de cerca la de Marcos (14,32-42), menos en algunas particularidades, especialmente en lo referente a la teofanía consoladora mediante la presencia del ángel del cielo (v. 43).

Jesús intensifica su propia oración, mientras se acerca el momento más difícil e insidioso de la propia vida.

Getsemaní, como señala Lucas, era el lugar “acostumbrado” (v. 37) en el que pernoctaba Jesús en Jerusalén (21,37). 22,47-53: con el arresto, comienza la verdadera y propia Pasión de Jesús. Esta narración del pasaje presenta los acontecimientos siguientes como “la hora de las tinieblas” (v. 53) y muestra a Jesús como áquel que vence y vencerá sobre la violencia mediante la paciencia y la capacidad de amar, incluso, a sus perseguidores (v. 51); resaltan, sin embargo, las palabras tristes, pero amorosas, que Jesús dirige a Judas: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!» (v. 48). 22,54-71: El proceso judío no tiene ninguna evolución durante el curso de la noche. Del Jesús prisionero no se refiere nada hasta la mañana. Esta ausencia de noticias acerca de lo que sucede a Jesús después del arresto hasta el comienzo del proceso es típico de Lucas.

22,60-62: Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en aquel mismo momento, cuando aún estaba hablando, cantó un gallo. El Señor se volvió y miró a Pedro. Recordó Pedro las palabras que le había dicho el Señor: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces» y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente: el cruce de miradas, ocurrido en la agitación de aquella noche interminable, señala la toma de conciencia de Pedro: a pesar de las jactanciosas declaraciones de fidelidad, se realizó lo que Jesús le dijo poco antes. En aquella mirada Pedro experimenta en primera persona la misericordia del Señor de la cuál había oído hablar a Jesús: no esconde la realidad del propio pecado, sino la cura trayendo al hombre a la conciencia plena de la propia realidad y del amor personal de Dios por él. 22,70-71:«Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» Él les dijo: «Vosotros lo decís: Yo soy.» Dijeron ellos: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca?»: el proceso judío comienza propiamente con las primeras luces del día (v. 66) y se centra en la búsqueda de pruebas (las verdaderas, en Lucas, pero cfr. Mc 14,55-59) en base a las cuales condenar a muerte a Jesús. Según Lucas, pues, los jefes judíos no recurren a falsos testimonios, sino – aún en su aversión feroz contra Jesús – se portaron con una cierta corrección jurídica hacia Él.

Jesús, respondiendo afirmativamente a la pregunta “¿eres tú el Hijo de Dios?”, se muestra plenamente consciente de su propia dignidad divina. En virtud de la misma, su sufrimiento, su muerte y su resurrección, son testimonios elocuentes del Padre y de su voluntad benéfica hacia la humanidad. De este modo, sin embargo, él “firma” la propia condena de muerte: es un blasfemo que profana el Nombre y la realidad de Yahvé, porque se declara explícitamente “hijo” de Él. 23,3-5: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Él le respondió: «Sí, tú lo dices.»… Pero ellos insistían diciendo: «Solivianta al pueblo con sus enseñanzas”: estamos en el paso del proceso judío al romano: los jefes judíos entregan el condenado al gobernador para que lleve a cabo su propia condena y para ofrecerle una motivación aceptable para él, “domestican” los motivos de su condena, mostrándola bajo el punto de vista político.

Jesús, por eso, es presentado como soliviantador del pueblo y usurpador del título real de Israel (que entonces solamente era ya un recuerdo y un honor).

El instrumento mediante el cuál Jesús habría cometido su delito, en este caso, es su predicación: ¡aquella palabra de paz y misericordia que había esparcido a manos llenas, ahora la utilizan contra Él!

Jesús confirma la acusación, pero la realeza que buscaba no era aquella de la que le acusaban, sino que era uno de los destellos de su naturaleza divina. Pero esto, ni Pilato, ni los demás, son capaces de entenderlo. 23,6-12: Lo envió a Herodes: Pilato, habiendo intuido, tal vez, que se trataba de involucrarlo en un “juego sucio”, trata de deshacerse del prisionero, aduciendo el respeto a la jurisdicción: Jesús pertenece a un distrito que no está, en aquel momento histórico, bajo la responsabilidad de los romanos, sino que depende de Herodes Antipas.

Éste es presentado en los Evangelios como un personaje ambiguo: admira y al mismo tiempo detesta a Juan Bautista a causa de los reproches del profeta contra su situación matrimonial irregular y casi incestuosa, después lo hace prisionero y lo mata para no quedar mal delante de sus huéspedes (3,19-20; Mc 6,17-29). Después, trata de conocer a Jesús por pura curiosidad, puesto que había oído su fama como obrador de milagros, incoa un proceso contra Él (v. 10), lo interroga en persona, pero después – ante su obstinado silencio (v. 9) – lo abandona a las befas de los soldados, como había ocurrido al final del proceso religioso (22,63-65) y como sucederá cuando Jesús sea crucificado (vv. 35-38). Acaba por volver a mandarlo a Pilato.

Lucas concluye este episodio con una anotación interesante: el gesto de Pilato inaugura una nueva amistad entre él y Herodes. Sobre la limpieza de los motivos de tal amistad, las circunstancias hablan claramente. 23,13-25: «Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero…no he hallado en él ninguno de los delitos de que le acusáis: como había anticipado en el primer encuentro con Jesús (v.4) y como repetirá de inmediato (v. 22), Pilato declara que es inocente. Trata de convencer a los jefes del pueblo y dejar irse a Jesús, pero aquellos han decidido ya su muerte (vv. 18.21.23) e insisten en que sea condenado a muerte. ¿En qué ha consistido el interrogatorio efectuado por el gobernador? Bien poco, a juzgar por las pocas frases de Lucas (v. 3). Y, sin embargo, Jesús ha respondido positivamente a Pilato declarándose “¡rey de los judíos!» A este punto, es evidente que Pilato no lo considera un hombre peligroso a nivel político, ni para el orden público, quizás porque el tono de la declaración de Jesús no dejaba dudas al respecto.

Es bastante evidente el intento del evangelista, que trata de atenuar la responsabilidad del gobernador romano. Éste, sin embargo, es conocido por las fuentes históricas como un “hombre inflexible por naturaleza y, además de su arrogancia, duro, capaz sólo de conclusiones, de violencias, rapiñas, brutalidades, torturas, ejecuciones sin proceso y crueldades espantosas e ilimitadas» (Filón di Alejandría) y «que le gustaba provocar a la nación que le estaba encomendada, recurriendo ya sea a desaires como a duras represiones” (Flavio Josefo). 23,16.22: Así que le daré un escarmiento y le soltaré…: el hecho de haber sido declarado inocente, no lo libraba de un duro “castigo”, infligido solamente para no dejar frustrada las expectativas de los jefes judíos. 23,16.18.25: ¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!…Soltó, pues, al que habían pedido, al que estaba en la cárcel por motín y asesinato, y a Jesús se lo entregó a su deseo: al final, Pilato cede totalmente a las insistencias de los jefes y del pueblo, aún cuando no pronuncia una condena formal respecto a Jesús.

Barrabás, verdadero delincuente y agitador político, se convierte así en el primer hombre salvado (al menos en aquel momento) por el sacrificio de Jesús. 23,26-27: Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él: Simón y la mujeres, más que testigos privilegiados de la Pasión, son, en Lucas, modelos del discipulado, personas que muestran al lector cómo seguir, de hecho, al Señor. Gracias a ellos y a la muchedumbre, Él no estará solo mientras que se acerca a la muerte, sino que está rodeando de hombres y mujeres que le están emotivamente cercanos, aún cuando tengan necesidad de convertirse, cosa a la que Él no cesa de llamarlos, no obstante, su situación terrible (vv. 28-31).

Simón de Cirene fue “obligado”, pero Lucas no lo muestra como rechazando ayudar al Señor (cfr. Mc 15,20-21).

La “gran muchedumbre” es, incluso, partícipe viva de todo lo que le sucede a Jesús.

Esto crea un contraste estridente, pues poco antes ha pretendido la condena de Jesús. 23,34: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen: Lucas pone de evidencia la preocupación principal del Señor crucificado que, aún cuando está en un sufrimiento físico atroz causado por la obra de la crucifixión, ora por ellos al Padre: no le interesa su propia condición o las causas históricas que la han producido, sino solamente la salvación de todos los hombres. Como Él, lo hará el mártir Esteban (Hch 7,60), para demostrar el carácter paradigmático de la vida y muerte de Jesús para la existencia de todo cristiano.

Para subrayar esta orientación clara de Jesús, Lucas omite el grito angustioso que narran los otros sinópticos: «¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!” 23,33.39- 43: Crucificaron allí a él y a los malhechores… Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino…Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso : el episodio del diálogo con uno de sus compañeros de condena es emblemático en el modo en el que Lucas comprende la muerte de Jesús: un acto de auto donación realizado por amor y en el amor de llevar la salvación al mayor número de hombres, de cualquier condición y en cualquier situación que se encuentren. ”Hoy” (v. 43): el ladrón había hablado de futuro, pero Jesús le responde usando el verbo en presente: la salvación que Él da actúa inmediatamente, los “últimos tiempos” comienzan con este acontecimiento salvífico. ”Estarás conmigo” (v. 43): expresión que indica la plena comunión que hay entre Dios y aquellos que acoge junto a Él en la eternidad (Cf. 1Tess 4,17). Según algunos escritos tardo-judaicos, el Mesías debía, de hecho, “abrir las puertas del Paraíso”. 23,44-46: Era ya cerca de la hora sexta…y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu.» Y, dicho esto, expiró: las últimas palabras de Jesús, por su índole, parecen que están en contraste con el fuerte grito que le precede.

Llegado al extremo de su vida humana, Jesús realiza un acto supremo de confianza en el Padre, por cuya voluntad Él había llegado a tanto. En estas palabras se pueden vislumbrar una referencia a la resurrección: el Padre le volverá a dar esta vida que Él ahora le entrega (cfr. Sal 16,10; Hch 2,27; 13,35).

Lucas narra muy detalladamente los últimos momentos de Jesús: no le interesa detenerse en particulares que ofrecerían satisfacción a una curiosidad macabra, la misma que atraía y atrae a tantos espectadores de ejecuciones capitales en todas las plazas del mundo. 23,47-48: Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo:

«Ciertamente este hombre era justo.» Y toda la muchedumbre…al ver lo que pasaba, se volvió dándose golpes de pecho: la eficacia salvífica del sacrificio de Jesús actúa casi inmediatamente, con la sola evidencia de los hechos ocurridos: los paganos (como el centurión que estaba al mando del pelotón encargado de la ejecución) y los Judíos (la gente) comienzan a cambiar. El centurión “glorifica a Dios” y parece estar a un paso de hacerse cristiano. Las muchedumbres judías, sin darse cruenta de ello, se alejan cumpliendo gestos de arrepentimiento, como Jesús pidió a las mujeres de Jerusalén (v. 38).

23,49: Todos sus conocidos…se mantenían a distancia: a una distancia prudente ya que conocían las disposiciones romanas que prohibían excesivos gestos de luto por los condenados a la cruz (la pena: padecer la misma condena), el grupo de los discípulos asistían atónitos a toda la escena. Lucas no hace referencia de sus emociones o actitudes: tal vez, el dolor y la violencia los tenían aturdidos hasta el punto de hacerlos incapaces de cualquier reacción visible.

De modo semejante, las mujeres del grupo no participan de algún modo en la operación con la cual José de Arimatea entierra a Jesús: se limitan a observarlo (v. 55). 23,53: Después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca: Jesús padeció verdaderamente el suplicio. Es verdaderamente un muerto, como tantos otros hombres, antes y después de él, en la cruz, en un cuerpo de carne común. Este acontecimiento, sin el cuál no habría salvación, ni vida eterna para ningún hombre, se verificó por el mismo hecho que hubo que sepultarlo; tan es verdad, que Lucas se extiende en algunos particulares en relación al rápido rito de sepultura realizado por José (vv. 52-54). 23,56:Y el sábado descansaron según el precepto: así como el Creador descansó en el día séptimo de la creación, consagrando de esta manera el sábado (Gn 2,2-3), ahora el Señor realiza su sábado en la tumba.

Ninguno de los suyos parece que fuera capaz ya de esperar algo: las palabras de Jesús sobre la resurrección se han olvidado aparentemente. Las mujeres se limitan a preparar los óleos para hacer más digna la sepultura de su Maestro.

El evangelio de este “domingo de Pasión” acaba aquí, omitiendo la narración del descubrimiento del sepulcro vacío (24,1-12) y haciéndonos gustar el sabor agridulce del sacrificio del Cordero de Dios. Se nos deja en una atmósfera doliente y en suspenso y quedamos sumergidos en ella, aún cuando conocemos el resultado final de la narración evangélica. Esta muerte terrible del Rabí de Nazaret no pierde su significado con la resurrección, sino que adquiere un valor del todo nuevo e inesperado, que no prescinde de su dimensión de muerte sacrificial, libremente aceptada, con una finalidad “excesivamente” alta en relación a nuestras capacidades humanas de comprender: es un misterio en estado puro.

Isaías 50,4-10

El Señor Yahvé me ha dado lengua dócil,
que sabe decir al cansado palabras de aliento.
Temprano, temprano despierta mi oído para escuchar, igual que los discípulos. El Señor Yahvé me ha abierto el oído.
Y yo no me resistí, ni me hice atrás.
Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban,
mis mejillas a los que mesaban mi barba.
Mi rostro no hurté
a los insultos y salivazos.
Pues que Yahvé habría de ayudarme
para que no fuese insultado,
por eso puse mi cara como el pedernal,
a sabiendas de que no quedaría avergonzado. Cerca está el que me justifica:
¿quién disputará conmigo? Presentémonos juntos:
¿quién es mi demandante?
¡que se llegue a mí!
He aquí que el Señor Yahvé me ayuda:
¿quién me condenará?
Pues todos ellos como un vestido se gastarán, la polilla se los comerá.
El que de entre vosotros tema a Yahvé
oiga la voz de su Siervo.
El que anda a oscuras
y carece de claridad confíe en el nombre de Yahvé y apóyese en su Dios.

Oración final

de la liturgia eucarística de este domingo:

Dios omnipotente y eterno, que has dado como modelo a los hombres a Cristo tu Hijo, nuestro Salvador, hecho hombre y humillado hasta la muerte de cruz, haz que tengamos siempre presente la gran enseñanza de su Pasión para poder participar en la gloria de su Resurrección. Por Cristo, nuestro Señor.

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