Afabilidad

Es una de las virtudes que integran el llamado humanismo teresiano. Teresa la entiende como actitud de agrado, simpatía y suavidad en el trato con los otros. Como línea permanente de conducta en la convivencia comunitaria. En contraposición a rudeza y aspereza, a las actitudes de mutismo o retraimiento en sí mismo o a todo tipo de modales descorteses. “Afable y conversable” son términos equivalentes en su léxico (afable = conversable: C 41,7; afable = amoroso: Mo 3 y 4).

Como toda otra virtud, también la afabilidad es modélica en Cristo. En las visiones místicas, Teresa ve “el rostro de Jesús” lleno de “una majestad tan grande”, pero que “muestra amor”, y “de tanta hermosura, con una ternura y afabilidad” que subyugan (V 38,21). Una de las facetas que ella más admira en el penitentísimo fray Pedro de Alcántara es “que con toda su santidad…, era muy afable, aunque de pocas palabras, pero en éstas era muy sabroso”. Es decir, “era afable y conversable” (V 27,18). Rasgo que la subyuga igualmente en Gracián, cuando lo propone como tipo del estilo de vida de los descalzos: Gracián “es agradable en su trato, de manera que, por la mayor parte, los que le tratan le aman: es gracia que da nuestro Señor…” La suya “es una suavidad tan agradable…” (F 23,7). Rasgo que destaca igualmente cuando, en el relato de las Fundaciones, propone un modelo de vida religiosa femenina (cf F 23,24).

En Teresa misma esa cualidad es connatural. Bien consciente de irradiar simpatía, la subraya desde los primeros capítulos de Vida (1,8…). “En esto de dar contento a todos he tenido extremo, aunque a mí me hiciese pesar” (V 3,4). Se declara poco amiga de “santos encapotados” (M 5,3,11). Su primer biógrafo, Francisco de Ribera, destacó ésta, entre todas las otras “partes naturales que Dios puso en la Madre Teresa” (Vida de la M. T, IV, 1 título). Tras detallar rasgos minuciosos, escribe: “Estas particularidades he yo sabido de personas que más de espacio que yo se pusieron muchas veces a mirarlas. Toda junta (la persona de T) parecía muy bien, y de buen aire en el andar, y era amable y apacible, que a todas las personas que la miraban, comúnmente aplacía mucho… Calaba con gran facilidad el entendimiento y talento y condición de las personas que trataba, y vía por dónde las había de llevar. Enseñaba con mucha claridad y amor, y estimaba mucho a los buenos teólogos… Su habla era muy graciosa y su conversación muy suave, grave, alegre, llana… y entretenía maravillosamente a todas las personas que la oían… Hablaba familiar y humanamente con todos, con alegría, con amor, sin encogimiento, y con una santa y apacible libertad…” (ib pp. 324-327). El mismo Ribera glosará el trato de simpatía concedido por Teresa a arrieros y carreteros, en sus viajes de fundadora (ib II, c.18, p. 214-215).

A sus monjas les inculca: “Hermanas, todo lo que pudiereis, sin ofensa de Dios, procurad ser afables y… que las personas que os traten amen vuestra conversación” (C 41,4). “Importa mucho esto: cuanto más santas, más conversables con vuestras hermanas”. “Procurad ser afables y contentar a las personas que tratamos” (ib). Cualidades que ella retiene indispensables en el superior (Mo 3 y 4).

En el plano del rigor penitencial, Teresa vive y sufre el contexto de la vida religiosa de su tiempo, en que se valora especialmente “la aspereza penitencial”. También ella la acepta. Su Camino de Perfección comienza: “Al principio que se comenzó este monasterio a fundar…, no era mi intención hubiera tanta aspereza en lo exterior” (1,1). Pero a condición de llevarla “con suavidad” (V 35,12; 36,29…). Frena, desde Duruelo hasta el fin de su vida la tendencia de los descalzos a incurrir en “tanto rigor” de penitencias (F 14,12). Se lo recordará incansablemente a uno de los gerifaltes, Ambrosio Mariano, ex militar poco propenso a los buenos modales (cta del 12.12.1576), y que preferirá descaradamente el modelo femenino de “la Cardona”, a la delicadeza femenina de la Madre Fundadora. Cuando a ésta le proponen ir personalmente a reformar cierto monasterio femenino, se resiste y alega: “veo que son buenas y como van, van bien… (pero) no sé cómo me atrevería a tomarlo a mi cargo, porque creo van más por aspereza y penitencia, que por mortificación ni oración” (cta a Gracián: 2.1.1575, n. 6).

Desde ese su enfoque de la vida religiosa, Teresa decidió introducir la recreación en el organigrama de la vida comunitaria, incluso en contra de la letra de la Regla del Carmelo, y apartándose de la forma de vida seguida por ella en la Encarnación.

T. Álvarez

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