Mt 7, 21.24-27

«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple ta voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa, pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompie­ron contra la casa, y se hundió totalmente».

Comenta: José María Castillo

1. Jesús desmonta los criterios que suele tener mucha gente piadosa. Y los desmonta afirmando que lo más importante en la vida no es invocar al Señor, sino hacer lo que Dios quiere. Es decir, la ética es más importante que la piedad y que la religiosidad en general. La devoción piadosa tran­quiliza la conciencia, incluso en el caso de personas que pueden tener buena imagen pública, pero viven de forma que con su conducta causan malestar o hasta es posible que también demasiado sufrimiento. Ade­más, la piedad ejemplar hace que el devoto se sienta satisfecho. Y, para colmo, no raras veces, hay piadosos que se suelen ver a sí mismos mejo­res que los demás, como le pasaba al fariseo que, según la parábola del Evangelio, despreciaba al publicano (Lc 18, 9-14).

2. El Sermón del Monte termina diciendo que hay hombres inteligentes y hombres necios. Inteligente es el que escucha lo que dice Jesús y lo pone en práctica. Necio es el que escucha el Evangelio y no lo pone en práctica. Esta necedad se debe, en última instancia, a que la aspiración inmediata al bienestar material es mucho más fuerte y tiene más poder sobre noso­tros que las promesas sociales y religiosas que nos presentan los movimientos políticos o los grupos religiosos (Susan George).

3. Así las cosas, dado que las ofertas de bienestar y poder, que se nos hacen a diario, son tan fuertes y determinantes, lo más frecuente es que cedemos ante tales ofertas y no vivimos de acuerdo con el Evangelio. Lo que pasa es que, como no estamos dispuestos a reconocer la contradicción en que vivimos, lo que hacemos es construir la casa. Pero la construi­mos sobre arena, sin consistencia y sin estabilidad. Esto es lo que sucede cuando hacemos del Evangelio una «ideología»: nos identificamos con las ideas del Evangelio, pero no las vivimos. Y así, lo único que conseguimos es engañarnos a nosotros mismos. Pensamos que estamos cerca de Jesús, cuando en realidad lo que tenemos es una pura fachada sin estabilidad, ni firmeza, ni seguridad.

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