En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una Virgen, desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la Virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra». Y la dejó el ángel».
- Lo que cuenta este relato fue el punto de partida del cambio más asombroso que se ha producido en la historia de las tradiciones religiosas de la humanidad. Se trata, ni más ni menos, que de la «encarnación de Dios». El Trascendente se hace visible, tangible, audible (cf. 1 Jn 1, 1) en lo inmanente. El que nadie había visto jamás (Jn 1, 18) se hace tan visible y patente como lo era Jesús para quienes convivían con él (Jn 14, 8-11). Hasta que ocurrió lo que aquí se cuenta, la gente que creía en el mono teísmo pensaba que Dios era invariablemente el Absolutamente-Otro, y por tanto el «Eterno Desconocido». La «trascendencia» (Dios) y la «inmanencia» (el ser humano) eran radicalmente distintas y estaban absoluta mente separadas.
- Así las cosas, los pueblos que creían en un solo Dios, se lo imaginaban como podían y, a veces, como les convenía. Además, lo veían como el Absoluto. De ahí nació el Dios nacionalista y xenófobo. Y sobre todo el Dios Absoluto, que legitima las verdades absolutas, las normas intocables y la sumisión total a la religión. Un Dios así, acrecentó la intolerancia y, con ella, la violencia inapelable.
- La asombrosa novedad, que vino al mundo con la encarnación de Dios en Jesús, es que Dios se humaniza, se despoja de su rango y se hace como uno de tantos (Fil 2, 7). A Dios lo conocemos, lo vemos, en un ser humano, en su entrañable sencillez y en su bondad sin límites. De forma que toda agresión a lo humano es agresión a Dios. Más aún: a partir de la encarnación de Dios, lo más fuerte es que Dios se identifica con la realidad de este mundo. De ahí, la impresionante propuesta de Dietrich Bonhoeffer: «Vivir en la plenitud de las tareas, problemas, éxitos y fracasos, experiencias Y perplejidades, en eso es cómo uno se arroja por completo en los brazos de Dios».