«En aquel tiempo, María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres-, en favor de Abrahán y su descendencia para siempre. María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa».
- Sea cual sea el origen histórico de este himno, lo que interesa es saber que el evangelio pone en boca de María el sentimiento de alabanza a Dios. Sólo ese sentimiento, aunque ella se veía como una «esclava humillada». Mucha gente, cuando se ve así, se desespera y hasta maldice la hora en que nació. María era una mujer en la que no había ni desesperación, ni amargura, ni resentimiento. ¿Por qué?
- Porque María no cree en el Dios terrible, amenazante y violento que aparece muchas veces en la Biblia. María sólo cree en el Dios de la misericordia. Según es el Dios que da sentido a nuestra vida, así son los sentimientos que cada cual alimenta y contagia a los demás. La gente religiosa, que juzga, rechaza y desprecia, demuestra así que cree en un Dios que nada tiene que ver con el Evangelio.
- El problema preocupante, que plantea el Magníficat, está en que nuestro comportamiento en la vida no coincide con el proyecto de Dios. Dios quiere cambiar por completo las situaciones (sociales y económicas) establecidas. Pero nosotros no colaboramos con su proyecto, sino que hacemos (con demasiada frecuencia) lo contrario. Por eso los soberbios, poderosos y ricos siguen en sus tronos, mientras que los humildes y hambrientos aumentan cada día. La Navidad es así una invitación, un reclamo, una voz que grita en el desierto, entre tanto consumismo y deseos de disfrute, para que aceptemos que el sistema de este «orden» es un profundo «desorden».