«En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: el que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer».
- Según este himno del IV evangelio, Dios se nos presenta como «Palabra», es decir, como comunicación, explicación. Toda palabra comunica o explica algo. Este himno nos viene a decir que Dios se nos comunica y se nos explica en Jesús. Algo asombroso. Porque acabamos de oír, en la misa de medianoche, que Jesús se presentó como el ser más abandonado y débil. Así se nos comunica Dios. Y eso es lo que Dios nos dice de Sí mismo. El problema, que presenta este himno, está en que utiliza un término tomado del pensamiento griego. Con lo que la historia sencilla del «niño» quedó absorbida por la filosofía especulativa del «Lagos» griego. Con el paso de los siglos, esto dio pie a una teología sobre Cristo demasiado alejada de la mentalidad del pueblo y de lo que puede entender la gente sencilla.
- Esta «Palabra», este «Lógos», «se hizo carne». La encarnación de Dios en Jesús significa que Dios se despoja de todo su poder y autoridad. Es el vaciamiento de Dios (Fil 2, 7), que se funde con lo humano. Dios salva descendiendo, despojándose, privándose de medios, poderes y dignidades. Hay futuro y esperanza, no en la exaltación y aumento del poder, sino en la dignificación de lo humano. He aquí la gran lección de la Navidad.
- «A Dios nadie lo ha visto jamás». Dios está fuera de lo que nosotros podemos conocer. Desde el momento en que decimos que lo conocemos, eso que conocemos ya no es Dios, sino un «objeto» que nosotros elaboramos. Lo que nosotros podemos conocer de Dios es lo que se nos ha revelado en el niño «envuelto en pañales y acostado en un pesebre». La grandeza de Dios es la grandeza de este niño, que no tiene otra grandeza que la grandeza de su humanidad.