Mt 10, 17-22

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán com­ parecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten no os preocupéis delo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra los padres y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará».

Comenta: José María Castillo

  1. Cuando uno se convence en serio de que Dios es como el «Niño acostado en el pesebre», es seguro que, entonces, el que está convencido de eso se verá metido en situaciones inesperadas, probablemente peligrosas, y puede ser que muy peligrosas. Porque un Dios así no interesa. Y pone nerviosos a gobernantes y mandatarios, a los jefes de las sinagogas y a los dirigentes de la religión. A los de entonces y a los de ahora. Esta historia empezó con Esteban, asesinado por los sacerdotes y por el fariseo Saulo, que estaba allí (Hech 7, 1 – 8, 1).
  2. Así las cosas, lo primero que hay que superar es el miedo. Y vencer los fantasmas de la inevitable preocupación que sobreviene al que toma en se­ rio el Evangelio. Porque uno no sabe qué decir. Y tiene el peligro de recortar su propia libertad. Cuando uno se ve así, es seguro que el Espíritu pone pala­bras, en la boca, ante las que ningún poder tiene respuesta. El problema está en que entonces al poder sólo le queda la fuerza. Y eso es muy peligroso.
  3. Pero lo peor de todo es cuando el poder se disfraza de religión que rompe los lazos de la carne. Y divide y enfrenta a los hermanos, a los padres y a los hijos, hasta crear odio entre ellos. Es la religión que genera intolerancia hasta el extremo de despreciar al que no piensa y vive «como Dios manda», aunque eso le cueste a tu hermano sentirse solo y despreciado. Es la religión que des­ troza a todo el que no se somete al modelo oficial. Esto justamente es lo que le sucedió a Esteban. El era el líder de los cristianos de habla griega (Hech 6, 5). Y no comulgaba con la religiosidad de los judíos más aferrados a la Ley y al Tem­plo (Hech 7, 48-53). A Esteban le pasó lo mismo que a Jesús: su libertad frente a la religión más fanática y tradicional le costó la vida. La Religión de los más intolerantes e integristas no tolera libertades. Ni quiere cambios. Ni dialoga con la cultura. Esto sobre todo es lo que nos enseña la muerte de Esteban.

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