Lc 2, 22-40 – JMC

«Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sue­ños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto». Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededo­res, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes, es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven».

  1. Los estudiosos del evangelio de Mateo están generalmente de acuer­do en que este relato no es histórico. Ni la crueldad (bien conocida) de Herodes; ni el hecho de que Egipto fuera el lugar a donde escapan los is­raelitas perseguidos por las autoridades, nada de eso es una prueba sufi­ciente para demostrar que esto sucedió tal como lo relata aquí el texto de Mateo (Ulrich Luz; A. Schall). Tampoco tiene explicación el hecho de por qué Herodes esperó hasta dos años para ejecutar aquella cruel matanza que habría dañado gravemente su imagen como gobernante.
  2. Sin duda, lo que interesa hoy al creyente, cuando lee este extraño y sangriento episodio, es la enseñanza humana y religiosa  que en él se nos da. Se trata, ante todo, de la enseñanza según la cual Jesús, apenas apareció en este mundo y entró en la historia de la humanidad, fue visto como una amenaza, un grave peligro, para los poderes tiránicos de esta tierra, en la que suelen tener el máximo poder quienes llevan en sí el germen de la máxima maldad. Es algo que ha ocurrido demasiadas veces en la historia.
  3. La Navidad nos recuerda el dolor, el peligro, la violencia y la muerte que sufren tantos niños. Lo han sufrido a lo largo de los tiempos. Y lo siguen sufriendo en la actualidad. La Iglesia y los creyentes hacemos bien cuando nos ponemos de parte de la vida de los no nacidos y en contra del aborto. Pero, ¿por qué la Iglesia y los cristianos hemos sido tan permisivos con los abusos sexuales contra los menores? ¿por qué se ha permitido  la venta y el negocio de niños recién nacidos? ¿por qué no se protege mejor a los más inocentes, los más débiles, los más abandonados? Los se­ res humanos que merecen más respeto, protección y cariño son los más pequeños. ¿Hasta dónde llega nuestra sensibilidad en este sentido?

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