«El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro, se adelantó y llegó primero al sepulcro y, asomándose, vio las vendas en el suelo, pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que llegó primero al sepulcro; vio y creyó».
- El autor del cuarto evangelio no es el apóstol Juan, el hijo de Zebedeo. El autor de este evangelio fue «el discípulo amado» (Jn 21, 24). que no podía ser un modesto pescador de Galilea. ¿En qué cabeza cabe que un modesto pescador galileo fuera un «conocido del Sumo Sacerdote»? (Jn 18, 15-16). El autor fue un cristiano desconocido de la segunda o tercera generación cristiana (J. Zumstein).
- La Iglesia, que recuerda estos días el pesebre del nacimiento, recuerda también el sepulcro de la muerte. Jesús, que nació en dificultades, terminó su vida asesinado como un malhechor. El Evangelio se compuso a base de «relatos», no como una serie de «teorías». El Evangelio no es «filosofía del ser» divino del Señor, sino «recuerdo del acontecer». El acontecer humano de un hombre bueno y libre que luchó por la libertad de quienes sufren, especialmente los oprimidos. Una libertad que nunca fue caprichosa, sino que siempre estuvo al servicio de la misericordia.
- El «recuerdo» que nos propone el Evangelio es tan subversivo que el discípulo, «a quien tanto quería Jesús», no creía en lo que aquello significaba. Sólo cuando llegó al sepulcro y vio lo que vio, entonces creyó. Es decir, se convenció de que quien cree que Jesús es «solución», por eso «tiene vida unido a él» (Jn 20, 31). Posiblemente, en el fondo de este pasaje, se oculta una probable rivalidad que existió entre Juan y Pedro. Así piensan no pocos especialistas de este evangelio (cf. M. Hengel). Lo que daría pie a dos modelos de cristianismo: uno, más jerárquico, el de Pedro; otro, más basado en el el mandado central del amor, el del IV evangelio.