Alegría

En los escritos de T es abundante y variado el léxico concerniente a este aspecto de la vida: alegría, gozo, contento, júbilo, deleite, gustos, risa, fiesta, recreación, regalo, consuelos, cielo… Aquí expondremos el tema de la alegría humana, dejando para el vocablo “gozo” el aspecto místico de la misma. Trataremos de la alegría en la experiencia humana de Teresa (a), en la vida comunitaria (b), en la vida espiritual (c).

a) En su persona y en su vida, la alegría es una de las notas psicológicas más destacadas. Su alegría es capacidad de disfrute y onda expansiva hacia su entorno. La recuerda ella como una de las facetas de su infancia y adolescencia: “me daba el Señor gracia de dar contento adondequiera que estuviese, y así era muy querida” (V 2,8). En plena juventud, le sobrevino una especie de corte o apagón pasajero de esa espontánea alegría. Se lo produjo la grave enfermedad que la sorprendió a los 23 años y que la tuvo presa un trienio tras el colapso del 15 de agosto de 1539. Lo apunta ella misma. Ya en Becedas “día ni noche ningún sosiego podía tener: una tristeza muy profunda” (V 5,7). Pero pronto se rehace y recupera su habitual alegría en pleno estado de parálisis física: “todo lo pasé… con gran alegría” (V 6,2). “Edificaba a todas…, parecía imposible sufrir tanto mal con tanto contento” (ib). Mantener la alegría y el humor en los achaques y enfermedades será una especie de constante moral y temperamental, dada la persistencia de su precaria salud: “tenía males corporales más graves…: los pasaba con mucha alegría” (V 30,8).

Vive gozosamente su vida religiosa (4,2). Está “contentísima” en su monasterio de la Encarnación: “yo estaba tan contentísima en aquella casa…” (V 32,12; reiterado en los nn. 9 y 10; y en 33,2). Contenta también de las monjas con quienes convive (“con tantas amigas”: 36,8). Disfruta con las fiestas. Para las Navidades compone poemas festivos, tiene “particular alegría” en la Navidad de la Virgen (R 48), o en la fiesta de San José (V 6,7…). De fundadora, será típico su modo de viajar, pese a las increíbles molestias del carromato, de los caminos, “con fríos, con soles, con nieves” (F 18,4; 24,6; 31,17…– Cf. Ribera, Vida de la M. Teresa, L. II, c.18, p. 214 s.)

Teresa tiene en el rostro o en los ojos una risa contagiosa, que conserva fresca hasta los últimos años. Ribera la describe así: “los ojos negros y redondos y un poco papujados (que ansí los llaman, y no sé cómo mejor declararme), no grandes pero muy bien puestos y vivos y graciosos, que en riyéndose se reían todos y mostraban alegría” (Ribera IV, 1,323). Y de sus años postreros testifica María de san José: “tenía muy linda gracia… en el rostro, que con ser ya de edad y muchas enfermedades, daba gran contento mirarla y oírla, porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones” (María de san José, Libro de recreaciones, recr. 9ª). Es capaz de reírse de sí misma mientras escribe (“riéndome estoy de estas comparaciones, que no me cuadran…”: M 7,2,11), o con risa mal contenida ante lo ridículo de ciertos convencionalismos sociales (V 38,4). En sus cartas queda constancia de los numerosos aspectos de la vida social que le provocan alegría, o que dan alas a su risa. Escribe a su hermano Lorenzo: “riéndome estoy cómo él me envía confites, regalos y dineros, y yo a él (a Lorenzo) cilicios” (cta del 17.1.1577, n. 14: cf la cta a María de san José del 9.1.1577, n. 5, o la del 11.11.1576, n. 5). Teresa es capaz de reírse del demonio, cuando ya le ha perdido el miedo (V 36,11…; 31,3).

En los fiorettis o leyendas populares, Teresa aparece frecuentemente disfrutando del lado risible de los sucesos o de las personas, o bien reaccionando con cierta ironía, nunca con sarcasmo. Así, por ejemplo, en la famosa leyenda de “las tres mentiras” (“hermosa, discreta y santa”), o en las que presentan en díptico a la Santa y a fray Juan de la Cruz: jocosa alegría de ella, frente a la seriedad de fray Juan.

No se trata de un paisaje idílico y tanto menos de una faceta superficial. Teresa, que de joven ha sufrido en su físico el zarpazo de una “tristeza profunda” en Becedas y en la enfermería de la Encarnación, más adelante la experimentó igualmente en el plano espiritual, ante los fracasos de su vida religiosa y sus impotencias en el aprendizaje de la oración, que le impregnan de tristeza las capas más profundas de su psique: “era tan incomportable… la tristeza que me daba en entrando en el oratorio, que era menester ayudarme de todo mi ánimo… para forzarme” (V 8,7).

b) En la vida religiosa. – Uno de los síntomas de cambio de la vida comunitaria, en la transición del medioevo a los tiempos modernos, es el ingrediente de sana alegría con que T organiza la vida religiosa, como “estilo de hermandad y recreación que llevamos juntas” (F 13,5), y que ella propone expresamente a fray Juan de la Cruz cuando éste se encamina a Duruelo. Sana alegría que T introduce en las estructuras de la vida comunitaria. En el horario mismo de la vida cotidiana, T incluye intencionadamente dos horas de recreación diaria, contraviniendo en cierto modo las prescripciones de la Regla (Cons 9,6-8). En tono pedagógico se lo inculca a las lectoras del Camino: “Procurar holgaros con las hermanas cuando tienen recreación… y el rato que tienen de costumbre, aunque no sea a vuestro gusto, que… todo es amor perfecto” (C 7,7). Ella misma se goza contemplando la alegría de las hermanas en recreación: “Algunas veces me es particular gozo, cuando estando juntas las veo a estas hermanas tenerle tan grande interior…” (M 6,6,12; cf F 1,1; 27,12). A veces, durante la recreación, organiza o improvisa una manera festiva de realzar la alegría del grupo, como cuando festeja las novedades llegadas de América (cta del 11.7.1577, nn. 4 y 6, a María de San José: fiesta para admirar y partir el coco recién llegado de allende el océano), o como cuando aplaude la alegría de una de las niñas admitidas en comunidad, que improvisa: “cantemos y bailemos y hagamos son” (cta de dic. 1576 a Gracián).

El hecho mismo de ser monja es para ella una fuente de alegría. Apenas tomó el hábito, “me dio un contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy” (V 4,2: lo escribe cuando ya ha vivido treinta años de vida religiosa; cf C 8,2 y V 5,1). Está convencida de que la vida religiosa sin alegría es un contrasentido. Lo expresa gráficamente en un pasaje clásico del Camino: “alma (monja) descontenta es como quien tiene gran hastío, que por bueno que sea el manjar la da en rostro, y de lo que los sanos toman gran gusto comer, le hace asco en el estómago” (C 13,7). En ese mismo pasaje diagnostica en qué consiste la verdadera alegría de la vida religiosa: “esta casa (su primer Carmelo) es un cielo, si le puede haber en la tierra: para quien se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo, hácese muy buena vida; en queriendo algo más, se perderá todo” (ib cf V 35,12; 36,2). Escribirá, en frase lapidaria: “a una monja descontenta yo la temo más que a muchos demonios” (cta del 14.7.1581, a Gracián).

Entre las fuentes de la alegría monástica, T destaca de modo especial la pobreza evangélica (C 2). La subraya en los momentos de pobreza extrema de cada nueva fundación: “era tanto el consuelo interior que traíamos y el alegría, que muchas veces se me acuerda lo que el Señor tiene encerrado en las virtudes” (F 15,14). “Verdaderamente he visto haber más espíritu y aun alegría interior, cuando parece que no tienen los cuerpos cómo estar acomodados” (F 14,5). Igual motivo de alegría, cada vez que acoge en sus Carmelos a una joven pobre, sin dote: “es un deleite para mí cada vez que tomo alguna (novicia) que no trae nada, sino que se toma sólo por Dios… Si pudiese fuesen todas así, me sería gran alegría” (cta del 28.2.1574, n. 2, a Báñez). “Las novicias pobres me dilataban el espíritu y daban un gozo tan grande, que me hacía llorar de alegría. Esto es verdad” (F 27,12-13).

Buen exponente de la alegría promovida por T en la vida religiosa son sus poemas. Hecha excepción de los que han sido motivados por sus gracias místicas (su “fiesta interior”), todos los restantes celebran el aspecto festivo de la vida religiosa: gozo comunitario en el día de la profesión de una hermana, alegría explosiva al llegar la Navidad del Señor, procesión humorística ante el peligro de parásitos al vestir el hábito de sayal… Son poemas generalmente compuestos sobre el metro y rima de canciones profanas conocidas de todos, para facilitar su canto en grupo. En Navidades, T misma promueve el cruce de “coplas” (villancicos cantables) entre las diversas comunidades de Andalucía y de Castilla (cf las cartas a María de san José y a Lorenzo de Cepeda en las Navidades de 1576 a 1577, especialmente la cta del 9.1.1577, nn. 5-6).

Con todo, entre los poemas hay uno que hace de contrapunto: “Ayes del destierro”, dedicado a cantar la tristeza. “Cuán triste es, Dios mío / la vida sin ti”. Tristeza de la ausencia y prolongada espera de Dios. En él aflora de nuevo la vena de nostálgica “saudade” que impregna el humanismo teresiano.

c) Alegría y vida espiritual. – El primer consejo que T da al principiante se cifra en la doble consigna de “alegría y libertad”. “Procúrese a los principios andar con alegría y libertad, que hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se descuidan un poco” (V 13,1). Y concluye así la formulación de ese primer consejo: “hay muchas cosas adonde se sufre tomar recreación, aun para tornar a la oración más fuertes” (ib).

No se trata de una consigna ocasional para el principiante. La alegría es ingrediente indispensable del humanismo teresiano. No sólo como tónico de la vida comunitaria, sino como factor de la espiritualidad personal. Es lo que T llama “alegría interior”, que tiene su raíz más allá del talante psicológico de la persona y más allá de la convivencia gozosa en hermandad y recreación. A través de la palabra bíblica, la Santa regresa al hontanar primordial de toda bienaventuranza, que es el misterio trinitario. Quizás la palabra bíblica que más persistentemente la ha motivado y emocionado es la que asegura que “Dios tiene sus deleites con los hijos de los hombres” (V 14,10; M 1,1,1; E 7,1), y que entre los hijos de los hombres El se deleita especialmente en Jesús (Mt 3,17), cosa que la hace prorrumpir en un auténtico grito de alegría: “Alégrate, alma mía, que hay quien ame a Dios como El se merece. Alégrate… Dale gracias…” (E 7,3). “Cuando considero en cómo decís que son vuestros deleites con los hijos de los hombres, mucho se alegra mi alma” (E 7,1-2). Ahí desembocará en definitiva el riachuelo de nuestras alegrías: “Entonces, alma mía, entrarás en tu descanso, cuando te entrañares con este Sumo Bien, y entendieres lo que entiende, y amares lo que ama, y gozares lo que goza…” (E 17,5). Y de ahí su consigna de fondo: “alegrarse de que tengamos tal Señor” (Conc 1,2).

La oración debe concurrir al desarrollo de ese fondo gozoso de la vida cristiana. Teresa se lo inculca al orante novicio: en la “primera agua” de Vida le aconseja: “puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad… y alegrarse con El en sus contentos” (12,2). Se lo inculcará de nuevo, con insistencia en un pasaje delicioso del Camino: “Si estáis alegre, miradle (a Cristo) resucitado, que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará…” (26,4).

Según ella, la oración, a poco que se desarrolle, florece en un estado de alegría, designado con el término “contentos”, que normalmente desembocarán a su vez en el gozo profundo de la contemplación , que ella misma designa con el término de “gustos” (cf M terceras y cuartas). Para la oración, ella es partidaria del clima de soledad, pero no del aislamiento ni del ensimismamiento sombrío: “Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen, y muy encapotadas cuando están en ella…, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no…” (M 5,3,11).

Igual faceta de gozosa alegría está presente en la idea que ella tiene de la santidad. Le agrada el humorismo de la santa popular abulense, Mari Díaz (ct 449,3). Al bosquejar en Vida 27,18 la semblanza del penitentísimo fray Pedro de Alcántara, “que no parecía sino hecho de raíces de árboles”, añade enseguida el otro rasgo: “con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento”. Su enfermera Ana de san Bartolomé recuerda que la M. Teresa “no era amiga de gente triste, ni lo era ella, ni quería que los que iban en su compañía lo fuesen. Decía: ‘Dios me libre de santos encapotados’” (Obras completas: “Ulti¬mos días de la M. Teresa de Jesús”, p. 52).

d) Alegría que es bienaventuranza. – Bienaventuranza evangélica a toda prueba es la bienaventuranza de los perseguidos. Alegría químicamente pura, que florece con frescor especial en el contemplativo o en el cristiano probado y adulto. Entre los rasgos caracterizantes del estado terminal del orante o simplemente del cristiano, la Santa apunta el “gozo interior” en la persecución. “Tienen estas almas un gozo interior grande cuando son perseguidas, con mucha más paz que lo que queda dicho, y sin ninguna enemistad con los que les hacen mal o desean hacer…” (M 7,3,5).

Esa capacidad de profundo gozo interior en el contexto social de calumnias y persecuciones ya lo había formulado ella en el Camino, como condición indispensable del verdadero contemplativo, es decir, del cristiano adulto en Cristo (c. 36). De sí misma, en una de esas situaciones críticas, asegura: “…no sólo no me dio pena, sino un gozo tan accidental, que no cabía en mí, de manera que no me espanto de lo que hacía el rey David cuando iba delante del arca del Señor, porque no quisiera yo entonces hacer otra cosa, según el gozo que no sabía cómo encubrir” (F 27,20). Ese mismo gozo profundo compartirá con su predilecta María de San José, cuando las dos se vean gravemente calumniadas (cta del 3.5.1579, n. 2: “se me ha doblado el amor…: cuando supe que la habían quitado voz y lugar y el oficio, me dio particular consuelo…”). Especie de bienaventuranza cristiana invulnerable.

Pero ya para estas personas ha brotado una fuente inagotable de alegría: “yo os digo, hermanas, que no les falta cruz, salvo que no las inquieta ni las hace perder la paz, sino que pasan de presto –como una ola– algunas tempestades, y torna la bonanza; que la presencia que traen del Señor les hace que luego se les olvide todo. Sea por siempre bendito y alabado de todas sus criaturas, amén” (M 7,3,15).

BIBL. – AA.VV., Ma joie terrestre, où donc es-tu?, en «Etudes Carm» 1947/1: A. Albarrán, Polvo de sus sandalias, Burgos 1999; L. van Hove, La joie chez s. Thérèse, Bruselas 1930; M. Herraiz, Alegría bei Teresa von Ávila, en «Christl. Inn.» 20 (1985), 153-161; M. Izquierdo, Teresa que ríe, Salamanca 1981.

Tomás Álvarez