Noche oscura

(obra)

Este escrito de J. de la Cruz se ha identificado siempre por el primer verso de un poema de ocho liras, que comienza: “En una noche oscura”. El caso se repite en todas las obras sanjuanistas, menos en la  Subida. El título con que actualmente se las distingue puede referirse por igual a una poesía o al conjunto formado por ésta y su comentario o explicación en prosa. Para el autor y sus discípulos inmediatos, todos los poemas de arte mayor eran “canciones” sobre un tema concreto; las explicaciones eran “declaración” en prosa de las “canciones”.

El amplio epígrafe con que se especifica el argumento de cada poema al momento de “declararlo” es de importancia capital para la adecuada interpretación, aunque suele concedérsele poca atención. El de la Noche oscura reza así: “Canciones del alma que se goza de haber llegado al estado de perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual”. Las estrofas cantan y describen poéticamente algo ya sucedido: el alma se goza “de haber llegado”; por eso, todos los tiempos verbales están en pasado. Desde un presente, que es el estado de  unión-perfección, se narra el camino de la  negación espiritual que conduce a esta meta.

La explicación de los versos se presenta con este extenso epígrafe: “Declaración de las canciones del modo que tiene el alma en el camino espiritual para llegar a la perfecta unión de amor con Dios, cual se puede en esta vida. Dícese también las propiedades que tiene el que ha llegado a la dicha perfección, según en las canciones se contiene”. Dos son los argumentos fundamentales según este rótulo: el  camino de la negación para la unión y las propiedades de ésta. La coincidencia entre el enunciado del poema y el del comentario es perfecta. Se aclara aún más en el breve prologuillo antepuesto a la “declaración”. La justa comprensión de la obra reclama un conocimiento lo más exacto posible de su génesis y de su estructura literaria.

I. Origen y datación de la obra

La conjugación de los epígrafes transcritos asegura algunos datos elementales, que han de tenerse siempre presentes: en primer lugar, que el título divulgado históricamente no es original del autor; luego, que la obra designada como Noche oscura está formada por un poema y su respectiva “declaración” en prosa; por último, que la “declaración” es posterior a la escritura del poema. Los dos primeras afirmaciones no necesitan ulterior ilustración, aunque la segunda plantea inevitablemente el problema de la relación entre los dos componentes. Se tratará en su lugar debido.

1. POEMA DE LA “NOCHE”. Su origen y momento de composición carecen de refrendo histórico comparable al del CE y la Ll. Sus versos plasman indudablemente vivencias tan personales y profundas como las de estos otros poemas. Lo que se intuye y descubre en ellos por simple lectura queda confirmado por la documentación histórica, como sucede con los diversos bloques estróficos del CE. Dónde y cuándo plasmó J. de la Cruz su experiencia de la “noche oscura” no está suficientemente definido en las fuentes narrativas de su vida.

El magnífico poema no figuraba entre las poesías copiadas en el cuadernillo sacado de la cárcel toledana y entregado a las Descalzas de  Beas, probablemente en su primera visita. Es muy sintomático que no lo mencione  Magdalena del Espíritu Santo, tan cuidadosa en este punto (cf. Escritos p. 94-97). Al poco tiempo de establecido J. de la Cruz en  El Calvario, súbditos y discípulos comenzaron a recitar los versos de la “noche” durante las recreaciones, pidiendo al autor explicaciones sobre su contenido. Uno de ellos era  Inocencio de san Andrés (ib. p. 234243).

El cotejo de ambos datos establece un lapso de tiempo relativamente breve y bastante preciso para datar la composición del poema. Hubo de ser posterior a la huida de la cárcel y antes de abandonar El Calvario, por tanto, en los últimos meses de 1578 o en los primeros del siguiente. La mayor parte de las composiciones poéticas del Santo brotaron en un contexto vital bien conocido: en el ámbito de su convivencia comunitaria, cargada de resonancias espirituales y místicas. No parece que para esta poesía haya de establecerse una excepción. Muy a su pesar, el Santo tuvo que contar una y otra vez ante sus compañeros y discípulos el terrible episodio de la prisión toledana. Lo recuerdan todos ellos en sus declaraciones posteriores como el trance más singular y heroico de la biografía sanjuanista. Los meses inmediatamente posteriores a la fuga, fueron de verdadero acoso de preguntas sobre aquella prueba terrible. Le había dejado marcado no sólo físicamente; era para él referencia espiritual imborrable. A impulso del recuerdo emocionado rompió en una ocasión a cantar: “En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada…”.

Lo que no asegura la documentación histórica, lo insinúa con fuerza y suficiente claridad el propio fray Juan. Su experiencia vital de la noche cristalizó poéticamente en versos inmortales; doctrinalmente se volvió paradigma de su magisterio espiritual. Es lo que confesaba él veladamente cuando comentaba así sus versos: “Oh dichosa ventura, / salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada”. Aclara: “Toma por metáfora el mísero estado del cautiverio, del cual el que se libra tiene por dichosa ventura, sin que se lo impida alguno de los prisioneros”, es decir, guardianes o carceleros (S 1,15,1). Exactamente lo que le sucedió a J. de la Cruz cuando escapó de la cárcel toledana.

Prueba de la conexión vital entre la fuga de la prisión y los versos alusivos a la misma es el hecho de que al comentarlos reincide siempre en idéntica reminiscencia y los aclara en el mismo sentido. El dato es tanto más revelador si se tiene en cuenta que los otros versos reciben diversas interpretaciones, como se verá en seguida. La “casa sosegada” al momento de la huida evoca en su espíritu el lance vivido en el verano de 1578. Lo insinúa con las siguientes frases: “¡Oh dichosa ventura! Esta dichosa ventura fue por lo que dice luego en los siguientes versos: ‘salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada’, tomando la metáfora del que, por hacer mejor su hecho, sale de su casa de noche, a oscuras, sosegados ya los de la casa, porque ninguno se lo estorbe” (N 2,14,1). Quedó tan fusionada la experiencia de la huida con su cristalización poética (la “metáfora”) que irrumpía con naturalidad en su pluma siempre que evocaba las mismas realidades espirituales simbolizadas en aquellos versos (cf. N 2,25,1).

2. EL COMENTARIO EN PROSA. Tampoco abundan los apoyos documentales para situar con precisión lugar y tiempo de composición. Los conocidos apenas permiten superar las conjeturas. Dos testimonios de indudable autoridad no coinciden plenamente en sus afirmaciones. Se trata de los discípulos más fieles de J. de la Cruz. Según Juan Evangelista, la composición de la Noche tuvo lugar en Granada, siendo él conventual de aquel monasterio. Para  Inocencio de san Andrés los comentarios al poema homónimo se iniciaron en El Calvario, a petición suya y de otros religiosos de la misma comunidad. Si ambos discípulos aluden a la misma obra, habría que pensar en una escritura con grandes “quiebras” o interrupciones, como sucedió con la  Subida, según atestado del mismo Juan Evangelista, que, por otra parte, distingue muy bien la composición de ambas obras. Es sabido que él mismo copiaba el texto de la S al ritmo de su composición (cf. Escritos, p. 234-243).

Pueden concordarse perfectamente los dos testimonios pensando que Inocencio de san Andrés alude a la S, no a la N. Consta, efectivamente, que en El Calvario comenzó el Santo a comentar el poema de la “noche” a instancias de los religiosos de la comunidad, como hacía con el CE a petición de las Descalzas de Beas. Los respectivos comentarios quedaron apenas iniciados o esbozados y se ultimaron más tarde en Granada. El mismo Juan Evangelista, que siguió aquí el curso redaccional de la Subida, piensa que el autor la traía “de allá ya comenzada”. Al afirmar que más tarde, allí mismo en Granada, escribió el comentario de la Noche, no contradice a Inocencio. Es sabido que el mismo poema es el que se comenta en las dos obras (S/N), aunque en la primera (la S) fue abandonándose para terminar en un tratado. Inocencio podía afirmar con verdad que el comentario a ese poema había arrancado en El Calvario a petición suya y de otros religiosos. Con ello no contradecía las aseveraciones de Juan Evangelista.

El que fuera compañero y secretario de J. de la Cruz durante muchos años emitía sus afirmaciones a requerimientos del biógrafo  Jerónimo de san José, que deseaba apurar este extremo y pedía a su comunicante que lo aquilatase con esmero (cf. BMC 10, 340-342). La convergencia de estos testimonios con los datos del análisis interno es garantía de su objetividad. La posterioridad de la Noche con respecto a la Subida queda bien fundamentada. A la cita explícita de ésta (N 2,22,2) se suman otras pruebas, como el tratamiento de los textos de la Biblia y muchos detalles redaccionales. Con los mismos criterios puede establecerse su anterioridad a la LlA y al CB, lo que obliga a datar su escritura entre 1584 y 1586. El simbolismo del fuego y el madero enlaza temática y cronológicamente N con Ll; algunas aportaciones de ambas obras se incorporan en el CB, mientras la temática de N está ausente en el CA.

II. Motivación e interrupción del escrito

La comparación entre la S y la N suscita inevitablemente dudas e interrogantes. Ambas obras se proponen y presentan por el autor como “declaración” o comentario del mismo poema. En ninguna de ellas se realiza la explicación completa. En la S, sólo la primera estrofa y muy sumariamente la segunda; en la N se comentan las dos primeras canciones y sumariamente la tercera, pero con otra particularidad: la estrofa inicial se declara íntegramente dos veces (una en cada libro). Resulta, en consecuencia, que esta primera canción ha recibido tres “declaraciones”: una en S y dos en N. Quedan, en cambio, sin comentario las seis estrofas restantes, ya que la tercera apenas recibe más que una presentación sumaria o general (N 2,25).

A estos datos externos hay que añadir otros igualmente desconcertantes y de fácil verificación. En primer lugar, que el tipo de comentario es notablemente diferente en la S y en la N, no sólo respecto al contenido, sino también a la forma estructural y literaria. El de ambas obras es, a la vez, diferente del CE y de la Ll. Para apreciar convenientemente la diferencia entre S y N ha de tenerse en cuenta que la división tradicional en libros y capítulos solamente es original en la S, mientras en la N se trata de una interpolación añadida desde la primera edición (1618). No procede del autor. De sus implicaciones se tratará más adelante.

Los datos que preceden plantean inevitablemente algunos interrogantes. Dos son los más importantes e inmediatos: en primer lugar, por qué volvió el autor a comentar lo que había explicado en la S sin haber concluido ésta; en segundo término, por qué dejó inacabado el comentario de la N y escribió otras obras.

1. ARRANQUE Y OBJETIVO DEL COMENTARIO. En el argumento con que abre la S asegura el autor que piensa desarrollar la doctrina sintetizada en los versos del poema de la N. Los reproduce allí mismo porque le van a servir de guión en su exposición. En el extenso prólogo (añadido probablemente con posterioridad) anuncia los problemas fundamentales que le interesa esclarecer, porque son muy importantes y poco conocidos. Se cree autorizado para tratarlos por tener amplia experiencia de los mismos. Los reduce fundamentalmente a uno: al de la noche oscura de contemplación. No le interesa disertar sobre otras cosas “morales y sabrosas”, sobre las que abundan los libros (S pról. 8).

Emprende su marcha, fiel a la promesa de ajustar la exposición a los versos del poema, anunciando y explicando la primera estrofa y el primer verso (cap. 1-2), pero introduciendo a la vez una secuencia de capítulos con sus respectivos epígrafes. Desaparece así el comentario hasta que reaflora inesperadamente al final del primer libro (cap. 14-15), para despachar en pocas páginas la declaración de los otros versos de la primera canción. Coincide la presentación de la segunda estrofa con la apertura del libro segundo (cap. 1), pero todo se reduce a presentar la síntesis general de los cinco versos. Abandona definitivamente la promesa o metodología avanzada en el “argumento”. La S se convierte en un tratado, y el poema de la “noche oscura” queda sin “declarar”.

Quienes habían solicitado su explicación no podían sentirse satisfechos ni complacidos. Era muy poco lo que había declarado de los versos, apenas una estrofa. Por añadidura, la interpretación propuesta no correspondía a lo que en el prólogo se aseguraba ser el meollo del poema. En lugar de las “profundas tinieblas y trabajos” de la dura purgación a que Dios somete a las almas, todo el comentario de la primera estrofa se aplicaba a la noche o purificación activa del sentido. La exposición, no ya el comentario, proseguía con la vertiente activa en los otros dos libros de la obra. Repetidas veces remite a lo que ha de ser el desarrollo del aspecto pasivo (como cuarto libro o segunda parte) sin que llegue a cumplirse la promesa. Se interrumpe bruscamente la S y queda pendiente la explicación de la noche pasiva, precisamente lo que, según confesión del autor, cantan los versos y a él le interesaba tratar.

Si J. de la Cruz persistía en la idea de comentar auténticamente el poema y explicar la noche o purificación pasiva tenía dos soluciones: proseguir la obra en curso (la S) hasta desarrollar toda la temática prometida (en un cuarto libro o en una segunda parte), o interrumpirla y reiniciar el comentario verdadero del poema. Es bien conocida la solución adoptada. Cortó por lo sano. Le faltaba aún mucho para completar el esquema adelantado sobre la purificación activa y renunció a desarrollarlo. Con la brusca interrupción de la S quedaba sin comentar el poema y sin abordar la vertiente pasiva de la noche-purificación. Había complacido a quienes solicitaron la “declaración” del CE, pero quedaban desairados los que deseaban otro tanto para el poema de la “noche oscura”.

Esa fue la motivación decisiva, a no dudarlo, para volver sobre sus pasos. En lugar de prolongar indefinidamente la S, desarrollando materias poco importantes, y sólo por satisfacer la lógica de esquemas sobrevenidos, decidió suspenderla y acometer otro comentario del poema: la “declaración” que corresponde a la obra conocida como Noche oscura. Tal solución implicaba problemas delicados, entre otros, el de empalmar con la S, ya que en ella se había anunciado reiteradamente el desarrollo de la temática pasiva, como parte integrante de la misma. No podía soldar con ella la nueva escritura dejando en medio el extenso vacío de lo que quedaba enunciado y esquematizado antes de iniciar el prometido libro cuarto o parte segunda.

Corría además el riesgo de no cumplir la promesa del “comentario” al poema. Había ya fracasado en la S al intentar conjugarlo con un tratado, en el que los versos se diluyeron entre la trama de libros y capítulos, divisiones y subdivisiones. Si mantenía el mismo género literario, se exponía a un nuevo fracaso en su intento de redactar la “declaración” del poema. La solución finalmente adoptada representa un compromiso, medianamente alcanzado, para salvar estos escollos. Por un lado, prolonga el esquema básico de la S, no sus implicaciones menores; por otro, rompe el método del tratado y adopta el del “comentario”, a semejanza de lo realizado en las otras obras.

2. INTERRUPCIÓN DE LA OBRA. En lo que coinciden plenamente S y N es en que ambos escritos quedaron truncados, sin el remate normal que cabía esperar. Viejas suposiciones y modernas conjeturas sobre una probable mutilación posterior, con la desaparición del final, no hallan refrendo alguno en la documentación. La suspensión definitiva de la obra tiene, en cambio, justificación plausible en las afirmaciones y propósitos del mismo autor. Ya se han indicado los que atañen a la S. Por lo que se refiere a la N, hay que tener en cuenta algunos datos fundamentales: en primer lugar, que la primera estrofa se comenta dos veces, mientras las cinco últimas no hacen acto de presencia. Este hecho es más llamativo si se tiene en cuenta que la misma canción primera ya había sido explicada en la S.

Esta proliferación de comentarios frente a la ausencia en las demás estrofas resulta desconcertante a primera vista, pero en lugar de justificar la interrupción, al comenzar la declaración de la estrofa tercera, la vuelve más inquietante. No existe confesión alguna de J. de la Cruz para explicar el hecho. Puestos a indagar los motivos parece que el mejor camino se insinúa en el breve prologuillo antepuesto al comentario. En él se sintetiza el contenido de todo el poema de esta manera: “En las dos primeras canciones se declaran los efectos de las dos purgaciones espirituales: de la parte sensitiva del hombre y de la espiritual. En las otras seis se declaran varios y admirables efectos de la iluminación espiritual y unión con Dios”. Léase inmediatamente el poema y se comprobará la exactitud de esta repartición. Desde la tercera estrofa lo que se canta no es la “salida por la secreta escala disfrazada”, sino la meta alcanzada; desde ella se contempla el camino recorrido. A partir de la quinta estrofa no hay otra cosa que la descripción de la divina unión, el feliz estado del matrimonio espiritual.

Dos motivos influyeron, sin duda, en J. de la Cruz para interrumpir su comentario en el umbral mismo de la estrofa tercera. Su propósito inicial era el de instruir a las almas en el arduo y dificultoso camino de la noche oscura (S pról.). A lo largo del comentario de la misma N había insistido en que esto era lo que a él le interesaba y en lo que tenía “grave palabra y doctrina” (N 1,13,3). No intentaba describir el estado de la  unión-perfección, sino la senda oscura que conduce a ella. Quedaba ampliamente explicado en el comentario de las dos primeras estrofas. Declarar las siguientes le obligaba a tratar lo que ya había escrito en el CE y estaba para repetir en la Ll, ante la insistencia de la destinataria. Con el agravante de la inefabilidad, ya ampliamente experimentada y denunciada en el CA. La repetición inevitable y la dificultad de la materia persuadieron a J. de la Cruz a interrumpir el comentario de la N.

No se trata de conjeturas infundadas. Bastará recordar lo que escribe el propio autor al final del comentario de la segunda estrofa. Comprueba que la interpretación de los versos le obliga a repeticiones carentes de interés y que se va a enfrentar con lo que acaece al alma en “estado de perfección, como en lo restante se irá diciendo, aunque ya con alguna brevedad” (N 2,22,1). La anunciada brevedad obedece a la razón siguiente: “Porque lo que era de más importancia, y por lo que yo principalmente me puse en esto, que fue declarar esta noche a muchas almas que, pasando por ella estaban de ella ignorantes, como en el prólogo se dice, está ya medianamente declarado y dado a entender, aunque harto menos de lo que ello es” (N 2,22,2).

Es probable que la decisión no fuese irrevocable en un primer momento. Acaso fue madurando tras una primera suspensión. Cabría suponer incluso que se afianzó definitivamente al iniciar la “declaración” de la Ll. El argumento central de la misma era la inflamación o llama del madero limpiado y bien dispuesto durante la noche purificativa por la misma llama. La explicación de las últimas estrofas de la N habrían coincidido con las de la Llama, como las de ésta con las últimas del CE. Al fin y al cabo, buena parte de los tres poemas cantaban y simbolizaban idénticas experiencias. Su comentario “auténtico” no podía distanciarse en lo sustancial.

Modulaciones y enfoques habrían sido diferentes, como sucede siempre que J. de la Cruz aborda los mismos argumentos, pero en lo sustancial, en lo nuclear del pensamiento, la coincidencia hay que darla por descontada. Sostener lo contrario, siguiendo a J. Baruzi, suena a equivocado.

III. Género literario

No pueden perderse de vista los datos anteriores a la hora de configurar la composición de la N. Tampoco cabe confundir el contenido doctrinal con su estructura literaria. Se ha insistido, acaso con exceso, en el llamado “díptico SN”, como si se tratase de dos escritos, no sólo complementarios, sino también paralelos e idénticos en su factura. Con el mismo derecho podía hablarse del díptico CE-Ll, e incluso díptico N-Ll. Estructuralmente la N está más próxima a CE y a Ll que a S, aunque doctrinalmente se complementan entre sí.

La diferencia reside en que la S presenta un esquema doctrinal-espiritual en el que debía integrarse la temática desarrollada en la N. De hecho, las líneas generales de ésta (purificación/noche pasiva) responden a dicha esquematización, y a ella parece aludir (aunque no es seguro) al final de la obra (N 2,22,2). Esta correspondencia general entre parte activa (S) y parte pasiva (N) es el único soporte del mencionado díptico; afecta, por tanto, al aspecto doctrinal o de contenido.

En lo que a la estructura se refiere, la distancia entre ambas obras es mucho mayor. Cualquier que sea el sentido atribuido al “díptico”, no cabe hablar de una única obra. Epígrafe, prólogo y desarrollo aseguran que la N se concibió como escrito diferente de la S. Mientras ésta comienza definiéndose como un tratado (“trata de cómo”, “toda la doctrina que entiendo tratar”) al que se acomodará el comentario del poema, la N se presenta explícitamente como “declaración” o comentario directo de los versos, a la manera del CE y de la Ll. El prologuillo inicial sirve precisamente para eso: para fijar el método a seguir, exactamente el mismo que en estas otras obras: “Se ponen primero todas las canciones que se han de declarar. Después se declara cada canción de por sí, poniendo cada una de ellas antes de su declaración, y luego se va declarando cada verso de por sí, poniéndole también al principio” (cf. CE pról. 4; Ll pról. 4).

El autor se ha mantenido sustancialmente fiel a este “estilo” o método, pero el comentario de la N se distancia bastante del CE, acercándose al de la Ll. La “declaración” de los versos es muy irregular por lo que a la extensión se refiere; más aún que en la Ll. Se prolonga tanto en ocasiones, como sucede en la primera estrofa, que se asemeja más a una disertación que a un comentario. Con todo, nunca se rompe la estructura propia de la “declaración”, como sucede en la S. En la N no se introduce división alguna de libros, partes ni capítulos. Ya se ha advertido que la ofrecida por las ediciones no procede del original. Existen enumeraciones de temas expuestos progresivamente, como vicios capitales (N 1,2-7), efectos provechosos de la purificación (N 1.12-13), grados de amor (N 2,19-20), disfraces y colores de virtudes (ib. 21), etc. pero se analizan y exponen dentro de la trama del comentario, no como partes de un esquema estructural de la obra. Ni siquiera la distinción de la doble purificación pasiva –del sentido y del espíritu– da pie para un esquema con representación externa, como sucede en la S.

La fidelidad sustancial al género del comentario, tan peculiar de la pluma sanjuanista, no excluye algunas anomalías y peculiaridades, si se compara la N con CE y Ll. La más llamativa o relevante es la que afecta a la doble interpretación o explicación de la primera estrofa. Al comentario del primer libro de la S se añaden así otros dos: uno correspondiente al primer libro de la N; otro, a los capítulos 1-14 del segundo. Como es sabido, en S se interpreta como purificación-noche activa del sentido; en el primer libro de N, como purificación/noche pasiva del sentido, y en el segundo, como noche-purificación pasiva del espíritu. Todo ello, naturalmente, en líneas generales. La producción sanjuanista no registra otro caso semejante.

Se trata con toda seguridad de una aplicación concreta del criterio enunciado al principio del CE, es decir, que la “anchura” de los “dichos de amor” –los versos– permite entenderlos en diversos sentidos, y no es el caso de “abreviarlos” a uno solo (pról. 2). Ello no quiere decir que todas las interpretaciones sean igualmente pertinentes. Muchas de las ofrecidas por J. de la Cruz en sus comentarios son claramente adaptaciones espirituales, difíciles de justificar en la literalidad de los versos. Al lado de “declaraciones” más o menos “auténticas”, se suceden otras legítimas, pero no vinculantes.

En el caso presente, la genuina, literal e histórica es la última: la noche-purificación pasiva del sentido. Las otras son extensiones y aplicaciones pedagógicas de la misma. Lo sugiere con suficiente claridad la lectura atenta de los tres comentarios, pero es más decisiva la confesión del mismo Santo. Al concluir la primera declaración de la estrofa y reproducir de nuevo sus versos para comentarla por tercera vez, escribe: “Aunque está declarada al propósito de la primera noche del sentido, principalmente la entiende el alma por esta segunda del espíritu, por ser la principal parte de la purificación del alma. Y así a este propósito la pondremos y declararemos aquí otra vez” (N 2,3,3, léanse cap. 3-4). Aunque la justificación puede ser válida desde un punto de vista doctrinal, no elimina la singularidad estructural del comentario de la N.

Comparado con el del CE y, en parte, con el de la Ll, también resulta bastante arbitrario por otros motivos, especialmente por la extensión concedida a unos versos y la brevedad con que se despachan otros. El primero, repetido a notable distancia (en cap.1 y 8), se convierte en una especie de disertación sobre los vicios capitales (1-7) y su aplicación a la purificación de los sentidos (8-10). La declaración de demás versos, dentro de la variedad propia del comentario sanjuanista, puede considerarse normal. Similar es la situación de la segunda interpretación (la del libro 2º). El comentario de los dos primeros versos es mucho más extenso que el de los otros tres, que en conjunto apenas ocupan una página. La amplitud de la declaración de los dos primeros (cap. 5-10 y 11-13 respectivamente) alejan la sensación del comentario, convirtiéndose en disertaciones semejantes a los tratados de la S.

Desde el punto de vista estructural, la explicación de la segunda estrofa (cap. 15-24) es más homogénea y uniforme, manteniendo fielmente el género del comentario, incluso en lo que se refiere a la proporción material de cada verso. No faltan amplias digresiones, marginales al contenido, como la de los grados de amor (cap. 19-20) y la de las asechanzas diabólicas (cap. 23), pero no alteran la fisonomía propia del comentario al estilo sanjuanista. En la N se cruzan de manera muy peculiar el comentario y el tratado. Prevalece el primero como intención y ejecución.

IV. Lección espiritual

Ante las confesiones paladinas de J. de la Cruz, no es posible ignorar que la noche-purificación pasiva, la del espíritu ante todo, es su temática más personal y original. La materia en que se cree autorizado para enseñar como maestro, porque en ella tiene “grave palabra y doctrina” (N 1,13,3). Es por ello su argumento favorito: “Por lo que yo principalmente me puse en esto, que fue declarar esta noche a muchas almas … que estaban de ella ignorantes” (N 2,22,2). Tenía comprobada la “mucha necesidad que tienen muchas almas”, por “faltarles guías idóneas y despiertas” (S pról. 3; cf. nn.6-8). No conocía tampoco libros orientadores al respecto “por haber de ella muy poco lenguaje, así de plática como de escritura, y aun de experiencia muy poco” (N 1,8,2: E. Pacho, ‘Grave palabra y doctrina’. Voluntad y conciencia de maestro, en ES II, 11-41).

Todo lo expuesto a lo largo de la S y de la N se encuadra de alguna manera en este plan y en el propósito de J. de la Cruz, por cuanto se relaciona con el proceso catártico necesario para la unión-perfección. En ese sentido lo asume e integra el Santo en su esquema, pero lo que le interesa de modo especial y considera fundamental es el aspecto pasivo de la purificación, porque más ignorado y menos tratado. Se concentra en la prueba suprema de la  noche, la que canta y simboliza precisamente el poema homónimo; de ahí que su “declaración inmediata y auténtica” le ofrezca la ocasión propicia y deseada para dictar su “grave palabra y doctrina”.

La sujeción al método del comentario impuso sus leyes, impidiendo un desarrollo lógico y sistemático de la materia, al estilo de la S. Por otra parte, los compromisos asumidos en esta obra condicionaron la adaptación del poema de tal forma que su declaración hubo de abarcar los dos niveles de la purificación pasiva: el de los sentidos y el del espíritu. De este modo quedaba completado el esquema pentapartito anunciado al comienzo de la S (1,1-3). El comentario de la N se ocupa, por tanto, de la purificación pasiva sin otra referencia esquemática más que la relativa al sentido (lib. 1º) y al espíritu (2º). Dentro de estas demarcaciones, la materia se desarrolla, más que en plan teórico, en una óptica dinámica y práctica, sometida siempre a la curva mudable del comentario. Está presidida, sin embargo, por algunos postulados, típicos del sistema sanjuanista.

1. PRINCIPIOS FUNDAMENTALES. Cabe distinguir entre el orden sucesivo de los puntos desarrollados y la trabazón lógica de los mismos. Para su mejor comprensión conviene tener presentes las bases en que se apoya el pensamiento a lo largo del escrito.

Destaca, ante todo, que el proceso de purificación-noche es algo unitario y sin solución de continuidad. Aunque los versos del poema aluden a un lance, paso, tránsito o salida, la explicación del comentarista insiste en la unidad y continuidad del proceso catártico, dentro del cual se sitúan momentos, situaciones y etapas con predominio de aspectos (activo, pasivo) y sectores (sentido y espíritu). En ese sentido han de entenderse las dos fases principales descritas en la N, la del sentido y la del espíritu (cf. 1,1,1; 1,7,5; 1,10,1-6; 2,1,1-2; 2,3,1, etc.). Tan enlazadas están ambas, que “la una nunca se purga bien sin la otra” (2,3,1). La purificación pasiva del espíritu es como la culminación de todo el proceso, por eso se define como el paso o tránsito a la  unión.

En la visión sanjuanista, la raíz profunda de la noche oscura hay que identificarla con la  contemplación divina (2,9,6; 2,11,1, etc.), mediante la cual Dios purifica al alma limpiando sus manchas e imperfecciones. El alma se libra de sus apetitos y hábitos naturales sujetándose “pasivamente” a la acción divina (N 2,8,1; 2,14,11, etc.).

Consecuente con este principio, toda la trama de la N gira en torno a la dialéctica luz-oscuridad. La sabiduría amorosa o contemplación divina produce en el alma dos efectos, en apariencia contrarios, “porque la dispone purgándola e iluminándola para la unión de amor de Dios” (2,5,1; 2,7). De ahí, el problema planteado explícitamente por el Santo, a saber: “Por qué, pues la lumbre divina que ilumina y purga al alma de sus ignorancias, la llama aquí noche oscura” (2,5,2). Dos son las razones: la alteza de la luz divina excede tanto la capacidad humana, que la ciega, se vuelve tiniebla para ella (2,5; 2,8, etc.); la bajeza e impureza humanas no resisten la luz pura de Dios, por lo que ésta se vuelve penosa, aflictiva y también oscura (2,5,2-3).

La justificación suprema de la noche como catarsis inevitable para la unión queda formulada así: “Esta dichosa noche, aunque oscurece al espíritu, no lo hace sino para darle luz de todas las cosas; y, aunque le humilla y pone miserable, no es sino para ensalzarse y levantarle; y, aunque le empobrece y vacía de toda posesión y afición natural, no es sino para que divinamente se pueda extender a gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con libertad de espíritu general en todo” (2,9,1).

2. EL PROCESO CATÁRTICO. A la luz de estas claves, puede seguirse con cierta facilidad el proceso dinámico de la “noche-purificación” descrito en la obra. Los pasos más representativos son los siguientes: Todo comienza a partir de “una determinación de convertirse a Dios” (1,1,2). Los primeros pasos en la noche pasiva del sentido se corresponden con el paso de principiantes a aprovechados y el tránsito de la meditación a la contemplación (1,10,1; 1,11,3). Su eficacia espiritual se centra en el desarraigo de afectos y apetitos, vinculados fundamentalmente a los siete  vicios capitales (1,2-7). Conduce a una sujeción o acomodación del sentido al espíritu, que es un enfrenamiento del primero (2,3,1), más que una purgación radical.

Internada ya el alma en la fase propia de la noche oscura de contemplación, se ve sometida a duras pruebas, como quien “está puesto en cura”. Todo es padecer “en esta oscura y seca purgación del apetito, curándose de muchas imperfecciones, imponiéndose en muchas virtudes”. A medida que va purgando sus aficiones naturales, por medio de la sequedad, la va Dios “encendiendo en el espíritu” su amor divino” (1,11,2).

Gracias a esa suave y secreta inflamación de amor, crecen las  ansias y los deseos de Dios, con los que consigue grandes provechos y bienes espirituales (1,11-12). El alternarse las sensaciones de sequedad y abandono con las de amor y afición es algo que corresponde a la pedagogía divina, para que el alma no desfallezca en medio de la prueba.

Insensiblemente, y cuando menos lo espera, se adensan de nuevo las tinieblas con la llegada de pruebas más fuertes. Suelen ir acompañadas de “graves trabajos y tentaciones sensitivas que duran mucho tiempo, aunque en unos más que en otros” (1,14). No es posible determinar el tiempo en que Dios tiene a cada alma en “este ayuno y penitencia del sentido”, aunque suele ser según las imperfecciones que ha de purgar (1,14,5).

Cuando ya el apetito sensitivo está suficientemente “reformado y enfrenado”, suele Dios conceder un período de calma, a manera de descanso (2,1,1). Se caracteriza por intervalos de paz y bonanza en medio de la tempestad interior. Como dice el Santo, son “interpolaciones de luz en medio de la oscura tiniebla (2,1-2). Inesperadamente, cuando menos se espera, sobreviene la horrenda noche del espíritu. Dios coloca al alma en esta terrible prueba cuando ya no hay peligro de que se desanime y vuelva atrás (2,3). Es la prueba decisiva de la fidelidad.

La dinámica interna es similar a la fase sensitiva, con alternancia de penas y consuelos, de iluminaciones y de tinieblas. Todo en grado mucho más agudo y penetrante, hasta verse el alma “en sombras de muerte (2,6,2), en abandono total de Dios y de los hombres. Las descripciones sanjuanistas son sobrecogedoras, pero de un realismo sorprendente (2,5-9).

El principio, tantas veces repetido, de la proporción entre la purificación y el grado de perfección a que cada uno está llamado define “ordinariamente” (típica medida sanjuanista) la duración y el grado de purificación: “Cuanto más íntima y esmerada ha de ser y quedar la obra, tanto más íntima, esmerada y pura ha de ser la labor, y tanto más fuerte cuanto el edificio más firme” (2,9,9). Ha de durar hasta que todas las fuerzas y capacidades “por medio de esta noche de purgación del viejo hombre, todas se renueven con temples y deleites divinos” (2,4,1-2).

BIBL. — JUAN DE JESÚS MARÍA, “El díptico Subida-Noche”, en Sanjuanistica, Roma 1943, p. 27-83; EMETERIO DEL SDO. CORAZÓN, “La noche pasiva del espíritu de san Juan de la Cruz”, en RevEsp 18 (1959) 5-50, 187-228; EULOGIO PACHO, Iniciación a san Juan de la Cruz, Burgos, Ed. Monte Carmelo, 1982, p. 115-149; Id. “Noche oscura. Historia y símbolo, evocación y paradigma”, en ES II, 199217; M. J. MACHO DUQUE, El símbolo de la noche en san Juan de la Cruz. Estudio léxico-semántico, Salamanca, Ediciones Universidad, 1982; Id. “Antítesis dinámicas de la ‘Noche oscura’”, en el vol. San Juan de la Cruz, espíritu de llama, Roma 1991, p. 369-382; FERNANDO URBINA, Comentario a la Noche Oscura del espíritu y la Subida al Monte Carmelo de S. Juan de la Cruz, Madrid, Marova, 1982; JOSÉ DAMIÁN GAITÁN, “San Juan de la Cruz: en torno a ‘Subida’ y ‘Noche’. Su relación con el poema ‘Noche oscura’”, en AA. VV. Introducción a san Juan de la Cruz, Avila, Diputación Provincial, 1987, p. 77-90; Id. “‘Subida del Monte Carmelo’ y ‘Noche Oscura’”, en Teresianum 40 (1989) 289-333; Id. “Vida y muerte en la ‘Noche oscura’ de san Juan de la Cruz”, en San Juan de la Cruz, espíritu de llama, Roma 1991, p.745-760; JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ, “Noche Oscura”, en AA. VV. Introducción a la lectura de san Juan de la Cruz, Avila, 1991, p. 401444; ANTXON AMUNARRIZ, Dios en la noche. Lectura de la Noche oscura de san Juan de la Cruz, Roma 1991.

Eulogio Pacho