Fundaciones. Libro de las

Las Fundaciones o Libro de las Fundaciones es el escrito en que T historía su labor de fundadora por tierras de Castilla, La Mancha y Andalucía. En él prosigue el relato de la fundación de San José de Ávila, que había ocupado los capítulos 32-36 de Vida. Lo comienza en 1573 y lo concluye en vísperas de su muerte, en 1582. Redactado, por tanto, sobre la marcha a lo largo de 2 años. Y destinado a las y los carmelitas, como memorial interno del grupo ‘fundado’ por ella misma, dando por supuesto que el relato sería luego completado por “estos padres” (F 29,31).

Composición de la obra

El Libro de las Fundaciones no está escrito de una vez ni en un solo lugar o en idéntico clima literario. Su composición flanquea, en parte, la aventura real de la fundadora, con sus prisas y sus pausas. He aquí las principales etapas de su redacción:

a) Lo comienza en Salamanca, “año de 1573, día de san Luis, rey de Francia” (25 de agosto), por decisión del jesuita Jerónimo Ripalda: “Ahora, estando en Salamanca…, el maestro Ripalda, habiendo visto este libro de la primera fundación [Vida], le pareció sería servicio de nuestro Señor que escribiese de otros siete monasterios, que después acá… se han fundado” (prólogo 2). Años antes, quizás en 1570, T había escuchado la misteriosa voz interior que le sugería “que escribiese la fundación de estas casas” (R 9).

Los siete carmelos aludidos eran: Medina (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570) y Alba de Tormes (1571). Más dos conventos de religiosos: Duruelo (1568) y Pastrana (1569). Ahí, en Salamanca, escribe los primeros capítulos (del 1º al 9º), en clima de agobio por la incertidumbre de esa fundación, hasta que a primeros de 1574 emprende viaje y suspende la tarea de historiadora.

b) Luego, no sabemos precisamente ni cuándo ni dónde, reanuda la escritura hasta el capítulo 19 inclusive (cf 19,11): fundaciones de Valladolid, Duruelo, Toledo, Pastrana y Salamanca. Prosigue la tarea en Toledo, ya en 1576, por orden de Jerónimo Gracián. Lo comunica ella misma a su hermano Lorenzo en carta del 24.7.1576 (cta 115,5). Entre verano y otoño (meses de octubre y noviembre) redacta los capítulos 20-27: fundación de los Carmelos de Alba (c. 20), Segovia (c. 21), Beas (c. 22), Sevilla (cc. 23-26) y Caravaca (c. 27). Al final de este último capítulo, que ella cree conclusivo de la obra, anota: “Hase acabado hoy, víspera de san Eugenio, a 14 días del mes de noviembre, año de 1576, en el monasterio de San José de Toledo” (27,23). Y a vuelta de página (fol. 100), escribirá tres años después (1579) los famosos “cuatro avisos… a estos Padres descalzos” (actualmente, Relación 67).

c) Los cuatro capítulos finales (28-31) los escribe sobre la marcha, a medida que va fundando los Carmelos de Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. Y a modo de epílogo añade todavía un par de páginas (f. 132v-133r) sobre el cambio de jurisdicción del Carmelo de San José de Ávila, que en 1577 había pasado de la obediencia del Obispo diocesano a la jurisdicción de la Orden del Carmen. El manuscrito concluye sin título y sin índice de capítulos.

Contenido de la obra

El mandato del P. Ripalda era preciso y múltiple: escribir la fundación de los siete monasterios fundados después de San José de Ávila, junto “con el principio de los monasterios de padres descalzos de esta primera Orden” (prólogo, 2) y, en segundo lugar, “me mandan, si se ofrece ocasión, trate algunas cosas de oración y del engaño que podría haber para no ir más adelante las que la tienen” (ib 5). Los dos flecos, el narrativo y el expositivo doctrinal, se irán entreverando en el escrito.

Su criterio de historiadora es doble: a la manera de los relatos bíblicos, ella escribirá “para gloria de Dios las mercedes que en estas fundaciones ha hecho [El] a esta Orden”: motivación espiritual. Pero a la vez se atiene a un segundo criterio estrictamente histórico: “Puédese tener por cierto que se dirá con toda verdad, sin ningún encarecimiento, a cuanto yo entendiere, sino conforme a lo que ha pasado. Porque en cosa muy poco importante yo no trataría mentira por ninguna de la tierra; en esto, que se escribe para que nuestro Señor sea alabado, haríaseme gran conciencia, y creería no sólo era perder tiempo, sino engañar con las cosas de Dios, y en lugar de ser alabado por ellas, ser ofendido. Sería una gran traición” (ib 3).

Alternando con las narraciones, irán sucediéndose las páginas doctrinales. Los capítulos 4-8 aportarán doctrina sobre la oración, con una magistral digresión sobre distintas formas de neurosis –“melancolía”, dice ella–, que pueden enmascararse en la vida de oración o desbaratarla. Acá y allá abundan las consignas dadas a las prioras de sus Carmelos en cuanto guías espirituales de las hermanas (cc. 18; 24, 6; 27,12.14; 29,32-33…). Y con frecuencia pasa de la narración al diálogo con las lectoras para solicitar su empatía, su gozo o su gratitud para con amigos y bienhechores, y alguna vez para recordarles “los grandes trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves, que venía vez no cesarnos en todo el día de nevar, otras perder el camino, otras con hartos males y calenturas…” (18,4).

En el trenzado de narración y doctrina, la fundadora irá intercalando una serie de tipos ejemplares, que ella cree viva encarnación de su ideal religioso: así, fray Juan de la Cruz (c. 13,5) y Gracián (c. 23); o bien, las jóvenes pioneras de San José de Ávila (c.1), y otras religiosas de sus Carmelos (cc. 12; 16,4…).

El autógrafo y su edición

El manuscrito original de las Fundaciones es un volumen de 303 x 210 mm. Con foliación tardía e irregular, y un total de 133 folios. Se conserva en la Biblioteca del Escorial, donde una segunda mano lo ha titulado: “Libro original de las Fundaciones de su Reformación / que hizo en España la gloriosa Virgen Santa / Teresa de Jesus, escrito de su mano, [borrado: y puesto en esta] / Librería de San Lorenzo el Real [siguen unas palabras borradas] para perpetua memoria”. Páginas densas, caja de escritura bien marcada, grafía ágil, de trazos típicamente teresianos, con cierta discontinuidad en los rasgos –más firmes los de la primera etapa que los de las postreras–, con numerosos titubeos ortográficos en las páginas finales: así, en el capítulo 31 –fundación de Burgos– abundan los lapsus y las equivocaciones materiales, huella estremecida del latente agotamiento tras haber consumido todas las energías en la empresa de fundadora y escritora. Son efectivamente las últimas páginas de su magisterio escrito. El autógrafo teresiano está salpicado de correcciones, marginales unas veces, otras interlineares. Se deben casi todas a la mano correctora del P. Gracián, nuevamente corregida por una tercera mano que, a veces, tachó esas intromisiones. A pesar de ellas, el texto original permanece legible en su integridad.

En la edición primera de las Obras de la Santa (Salamanca 1588), fray Luis de León no incluyó las Fundaciones. Se editarían por primera vez en Bruselas, por iniciativa del P. Gracián y de Ana de Jesús, con el título: “Libro de las Fvndaciones de las hermanas descalças Carmelitas, que escriuio la Madre Fundadora Teresa de Jesvs. En Brvselas en casa de Roger Velpio y Huberto Antonio, impressores jurados… Año de 1610”. Los editores suprimieron parte del c. 10 y todo el capítulo 11, alterando la numeración de los siguientes, y añadiendo al final la fundación del Carmelo de Granada, escrita por Ana de Jesús. Nuevas ediciones y traducciones siguieron a ritmo imparable. Pero tardaron en liberarse de las mutilaciones de la príncipe. Así, por ejemplo, persisten en la edición castellana de Zaragoza, 1623, y en la preciosa versión latina de Matías Martínez, Colonia 1626.

A don Vicente de la Fuente se debe la reproducción facsimilar del autógrafo, publicada en Madrid 1880, con el título: “Libro de las Fundaciones de santa Teresa de Jesus: edición autografiada, conforme al original que se conserva en el real monasterio de San Lorenzo del Escorial, por D. Antonio Selfa: publicada y anotada por don Vicente de la Fuente… Madrid 1880”. Esta misma reproducción facsimilar fue editada de nuevo por “la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid”, en formato reducido, Madrid 1981. Don Vicente, sin embargo, suprimió páginas del autógrafo y modificó la foliación del mismo, induciendo errores de referencia y descripción a casi todos los editores de nuestro siglo.

T. Álvarez