Nadie discute que Santa Teresa de Jesús goza de una autoridad cualificada dentro de la Iglesia. Es autoridad en los caminos del espíritu, en el tema de la oración, de la vida religiosa; autoridad en las letras humanas y divinas. Se trata de una autoridad que ejerció en vida, que sigue manteniendo a través de los siglos y que ha sido reconocida por la Iglesia en diversas circunstancias, hasta declararla Doctora. Como autoridad y con autoridad, tiene una palabra que decir. Esta palabra la centramos en este caso en sus enseñanzas sobre cómo ve ella la autoridad constituida para el gobierno de una comunidad, más en concreto de carmelitas descalzas, aunque sus principios son válidos siempre que de autoridad se trate.
Para comprender mejor el tema de la «autoridad» en el pensamiento de santa Teresa, conviene tener delante lo que nos enseñan algunos documentos de la Iglesia sobre el particular. Por ejemplo, PC 17,18,19 y 27, ET 25, EE 49-52 y más en concreto, VC 43 y 92a. Con ello se evitará pensar que las ideas teresianas sobre este tema están superadas o desfasadas. Es cierto que ella vivió y habló de la autoridad desde la mentalidad de hace cuatro siglos. Entonces la problemática sobre la autoridad era distinta de la actual, que enfrenta a autoridad y libertad. Esto no significa sin embargo que su doctrina no sea válida en nuestros días. Si se la considerase como pasada o con necesidad de sustanciales retoques, obedecería a lo que recuerda el papa Juan Pablo II: «En ambientes cargados fuertemente por el individualismo, no resulta fácil reconocer y acoger la función que la autoridad desempeña en provecho de todos» (VC 43).