Envidia

Este término tiene en el léxico sanjuanista una acepción fundamentalmente negativa, y aparece como uno de los defectos de los que debe liberarse el creyente empeñado en progresar en la vida espiritual. Para el Santo, la envidia es uno de los daños que se siguen cuando el gozo de la voluntad no esta correctamente enderezado a Dios, sino que se coloca en otros bienes. En concreto hace referencia explícita a los bienes temporales (S 3,18,2), y a los bienes sensuales, y entre estos últimos, menciona de modo particular, el gozo de las cosas visibles y el gozo de oír cosas inútiles (S 3, 25-26).

Una atención particular dedica el Santo a la envidia espiritual, que es la que nace de poner el gozo de la voluntad en los bienes morales o espirituales. Esta clase de envidia es propia de quienes se han iniciado ya en el camino de la virtud, y se encuentran en el estado de los “principiantes”, según la terminología del Santo (N 1,7,1). Con la agudeza que lo caracteriza, J. de la Cruz hace una vivísima descripción de los defectos acarreados por esta envidia espiritual: “Suelen tener movimientos de pesarles del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden” (ib.).

Este estado de imperfección en que se encuentra el principiante, necesita de la intervención directa de Dios, por eso la purificación y superación de este vicio se realiza fundamentalmente, aunque no de modo exclusivo, a través de la purificación pasiva del sentido. Es la noche purificadora del sentido, propia de los principiantes; “es común y acaece a muchos” (N 1,8,1).

La obra purificadora y purgativa de Dios en el alma deja a quien la ha sufrido en una situación nueva, en la que puede encontrarse lo que el Santo denomina la santa envidia. Ésta tiene un sentido positivo, no es una envidia “viciosa”, sino “virtuosa”, ya no se siente pena por el bien espiritual del otro, sino que se desea imitarle (N 1,13,8); ya no se entristece de ver virtudes en los otros, sino, a lo más, se siente no tenerlas, alegrándose de que los otros las tengan (N 1,7,1). Esta santa envidia nace de la caridad purificada por Dios, es expresión del amor y la caridad.

Por último, el Santo hace referencia también a la envidia como a uno de los rasgos característicos del demonio, el gran envidioso. Envidioso del hombre amigo de Dios, del bien y provecho espiritual del alma, el demonio siente pesar de la paz y el gozo espiritual de que disfruta el cristiano cuando va progresando hacia los estados más avanzados de la vida espiritual. Por eso procura turbarle, provocando en él pensamientos, recuerdos o temores que lo distraigan y dificulten su unión con Dios (CB 20,9; LlB, 3,63).

Miguel Valenciano