Lecho florido

Lo mismo que el  “huerto ameno” y la  “bodega interior” o “cella vinaria”, el “lecho” o tálamo es otro de los “topos” siempre presentes en el simbolismo nupcial de la mística cristiana. Es lo que sucede en J. de la Cruz que se apoya en los textos de Cant 1,4-5; 1,16 y 3,1-2. El “lectus noster floridos” sirve de base a la estrofa del Cántico (CA 15/ CB 24) en la que construye una atrevida alegoría simbólica para cantar los deleites y gozos del  “matrimonio espiritual”.

En la primera redacción (CA) se halla colocada entre las canciones que describen el  desposorio, pero su interpretación en prosa ofrece un contenido idéntico a las del matrimonio, como puede comprobarse comparándola con las propias de este estado (17 y 27). Las exigencias del esquema lógico motivaron su desplazamiento en la segunda redacción de la obra, en la que se integra naturalmente dentro del ciclo específico del matrimonio (CB 24).

Efectivamente, el símbolo (o alegoría si se prefiere) del “lecho florido” resulta en todo paralelo al del “ameno huerto” (CB 22) y de la “interior bodega” (CB 26). Idéntica la construcción poética e idéntica la interpretación espiritual o doctrinal. En los tres casos se canta la celebración feliz del  matrimonio espiritual entre el alma-esposa y Cristo-Esposo. Tanto literaria como argumentalmente son variaciones del mismo tema. No hace al caso, por tanto, repetir la propuesta doctrinal; bastará apuntar lo específico respecto a la correlación entre ésta y el referente simbólico.

Lo declara el mismo Santo en las primeras líneas del comentario. Tratando de enlazar con las estrofas precedentes, en las que ha descrito la celebración y estado del matrimonio espiritual, con la “sabrosa entrega” de la Esposa al Amado, añade que se sigue el compartir el lecho “de entrambos, en el cual más de asiento gusta ella los deleites del Esposo”. La clara afirmación de ser “lecho de entrambos”, no le impide al autor establecer inmediatamente esta correlación entre el símbolo y la realidad: “El lecho no es otra cosa que su mismo Esposo el Verbo, Hijo de Dios … en el cual ella, por medio de la dicha unión de amor se recuesta” (CB 24,1). Es exactamente la misma técnica y la misma equivalencia que en el “huerto” y la “bodega”. En los tres casos el “topos” literario y místico apunta simbólicamente a un lugar-espacio compartido por los dos protagonistas, no es el uno o el otro, sino algo común de o para los dos. Esa referencia normal se convierte inesperadamente en algo personal: el lecho (como el huerto) es el mismo Esposo, Cristo. La razón es también idéntica en todos los casos: el amor por el que la esposa se iguala al Esposo es de éste, que se lo ha generosamente concedido; así esa relación amorosa de los esposos se vuelve “el amor” originante: Dios-Cristo.

Es necesario tener siempre presente esta ambivalencia del referente “lecho” para seguir el comentario en prosa sin hacer caer al autor en contradicciones. Pasa de una acepción a otra con la mayor naturalidad, aunque prevalece con mucho la aplicación del “lecho” a la propia alma-esposa. Bastará recordar las líneas maestras de la declaración para comprobarlo. El mismo autor sintetiza al principio los contenidos de los versos; cada uno de ellos encierra un punto concreto.

En el primero se cantan las gracias y grandezas del Amado, el Hijo de Dios; en el segundo, el feliz y alto estado en que se ve puesta el alma y la seguridad del mismo; en el tercero, las riquezas de dones y virtudes con que está arreada en el tálamo de su Esposo; la cuarta, que ya tiene el amor en perfección y la quinta, que goza de paz cumplida y que está hermoseada con dones y virtudes (CB 24,2). Es fácil comprobar que la exigencia de aclarar cada uno de los versos obliga a proponer algo peculiar en todos, aunque en realidad se repitan las mismas ideas, como sucede aquí, sobre todo entre el tercero y el quinto. No interesa analizarlas de nuevo, bastará recordar lo que atañe a la relación entre el elemento figurativo y la aplicación espiritual.

El punto clave está en el primer verso, y dentro de él en el sustantivo “lecho”. Al explicarlo retoma la identificación inicial “lecho-Esposo, Hijo de Dios”, porque “estando ella ya unida y recostada en él, hecha Esposa, se le comunica el pecho y amor del Amado … por lo que le parece estar en un lecho de variedad de suaves flores divinas, que con su toque la deleitan y con su olor la recrean”. Sigue inesperadamente esta nueva equivalencia: “Por lo cual llama ella muy propiamente a esta junta de amor con Dios lecho florido”, porque así se le llamaría la Esposa en los Cantares (1,15): “Nuestro lecho florido” (CB 24,3). Apenas restablecida la equiparación lecho-Esposo, vuelve a romperse, ya de forma casi definitiva.

Así lo demuestra la interpretación de “nuestro” y del calificativo “florido”. Es de los dos –“nuestro”– “porque unas mismas virtudes y un mismo amor … son ya de entrambos, y un mismo deleite de entrambos” (ib.). Por su condición de “florido” vuelve a identificarse con el alma-esposa: “porque en este estado están ya las virtudes en el alma perfectas y heroicas, lo cual aún no había podido ser hasta que el lecho estuviese florido en perfecta unión con Dios” (ib.).

En esta misma línea se interpreta el que el lecho esté “enlazado de cuevas de leones”, ya que tales cuevas son las virtudes poseídas por el alma en el estado de unión. La clave simbólica se establece en este caso de una manera muy extraña, que siempre ha desconcertado a los sanjuanistas. Las virtudes perfectas amparan y defienden al alma como harían las cuevas entrelazadas a los leones. Cada virtud “es como una cueva de leones para ella”. Ningún animal se atreve a inquietar al león bien protegido por las cuevas (según esta curiosa versión sanjuanista), como tampoco al alma que reposa en “el lecho de estas cuevas de virtudes”. En este caso “está el alma tan amparada y fuerte en cada una de las virtudes y en todas ellas juntas … que no se atreven los demonios a acometer a la tal alma, mas ni aún osan parar delante de ella” (CB 24,4.5).

Por la púrpura en que está tendido o tejido (teñido, dicen algunos manuscritos) se figura el amor en que se “sustentan y florecen” las riquezas y virtudes del alma, “sin el cual amor no podría el alma gozar de este lecho y de sus flores” (ib.7). Casi lo mismo quiere representarse cuando se dice que el lecho “está edificado de paz”. Lo propio del amor perfecto es “echar fuera todo temor”, de manera que del amor “sale la paz perfecta”; por eso cada una de las virtudes del alma en este estado es “pacífica, mansa y fuerte”. En consecuencia, las virtudes tienen al alma “tan pacífica y segura, que le parece estar toda ella edificada de paz” (ib. 8). Los “mil escudos de oro con que está coronado” el lecho coincide sustancialmente con las “cuevas” que lo protegen, es decir, las virtudes y dones del alma. A la vez que defensa, son además corona y premio del trabajo “en haberlas ganado”. Por eso “este lecho florido de la Esposa está coronado de ellas en premio de la Esposa y amparado con ellos como con escudo” (ib. 9). Es lo que significarían dos textos de Cant (3,7-8 y 4,4).

La lectura atenta de la estrofa 24 (15 de CA) demuestra la libertad absoluta con que procede J. de la Cruz a la hora de trasladar al lenguaje corriente, “por términos vulgares y usados” el contenido simbólico de sus versos. El “lecho florido” puede significar indistintamente el lugar indefinido de la entrega de los esposos, la unión de los mismos, el alma con sus virtudes, el estado perfecto de las mismas o el Esposo, Hijo de Dios. Es el estilo típico de los “lenguajes infinitos” de J. de la Cruz.  Bodega interior, huerto ameno, matrimonio espiritual.

BIBL. — DOMINGO YNDURAIN, “En púrpura tendido”, en Ciervo 40 (1991) 29-31; E. GARCÍA GASCÓN, “La fuente principal de la estrofa 24ª del Cántico espiritual”, en MteCarm 91 (1983) 3-10.

E. Pacho