Son tres las facetas características de Juan de la Cruz: santo, doctor y poeta. En relación con Nuestra Señora cabe establecer una trilogía temática: la Virgen María en la vida del Santo, en la doctrina del doctor y en los romances del poeta.
I. La Virgen María en la vida del Santo
Es constante y sentida la presencia de María a lo largo de la existencia de J. de la Cruz. Es sintomático que, entre los 59 episodios que grabó Matías de Arteaga para ilustrar la vida del Santo, en nueve de ellos aparezca como protagonista la Madre de Dios. Vemos en efecto a María en el niño de los juegos y peligros del agua; en el joven sacerdote a quien reconquista Teresa de Jesús para la Orden de la Virgen; en el hombre maduro que de diversas maneras es protegido por Nuestra Señora; y en el moribundo que un sábado de la octava de la Inmaculada se va a cantar con la Virgen maitines al cielo.
Juan de Yepes es educado en el hogar por su madre Catalina Álvarez en espíritu profundamente religioso y en las prácticas tradicionales de la piedad cristiana de aquellos tiempos. El culto y la devoción a la Virgen María era como el santo y seña de aquella incipiente espiritualidad, y lo fue de nuestro Juan. Todos los testigos que declaran en los procesos canónicos, informativo y apostólico del Santo, a la pregunta tercera, que versa sobre su devoción a María, se manifiestan del modo más rotundo acerca de su intensa, sincera, permanente y tierna piedad mariana. Muy señaladamente lo hizo Martín de la Asunción, que acompañó al Santo en muchos viajes y convivió con él largas temporadas: “Era tan devoto de Nuestra Señora, que todos los días rezaba el Oficio de Nuestra Señora de rodillas… y cuando iba de camino, todas sus pláticas y conversaciones era tratar del Santísimo Sacramento y de la Virgen Santísima, y cantar himnos de Nuestra Señora” (BMC 14, 84-88).
Esto era lo ordinario. En esas pláticas de caminantes el propio J. de la Cruz contaba a fray Martín casos y cosas que le habían sucedido a él mismo y confidencialmente se los revelaba (a pesar de ser él tan comedido en descubrir intimidades personales) para acrecentar en el hermano el amor a la Virgen. Este es el origen de esos favores dispensados por María a su siervo Juan y que nos han llegado por testimonio recibido del mismo Santo (BMC, Ib).
II. La Orden de la Virgen
Juan de Yepes quiso consagrarse a Dios por medio de María y así escogió su Orden para profesar en ella como carmelita y ser hijo y hermano suyo. Es terminante la declaración de José de Velasco: “Juan de la Cruz había sido siempre muy devoto de la Virgen nuestra Señora, y movido su pecho y su corazón de esta devoción, tomó el hábito de la Orden de Nuestra Señora la Virgen María del Monte Carmelo” (Proceso ordinario de Medina, 1614 (BMC 22, 46). Esta razón mariana fue también la que le movió definitivamente a renunciar a la Cartuja (a la que había pensado pasarse) y permanecer fiel a la Orden de la Virgen cuando la Madre Teresa de Jesús invitó a fray Juan para emprender la renovación del Carmelo en 1568 en Duruelo.
Según declaración concorde de 20 testigos, J. de la Cruz se liberó de la cárcel conventual de Toledo, en la que estaba encerrado injustamente, gracias a la milagrosa protección de Nuestra Señora en agosto de 1578. Otro rasgo de su piedad mariana era el fervor con que celebraba al vivo las fiestas de la Virgen, en especial las de Navidad y de la Purificación.
Su muerte en Úbeda el 14 de diciembre de 1591 estuvo rodeada de la presencia de María que se hizo notar allí mismo: era el alba del día de sábado, en la octava de la Inmaculada; Juan pidió al prior en limosna “el hábito de la Virgen” para ser enterrado; y oyendo que estaban tocando las campanas del convento de Madre Dios para maitines, dijo el Santo: “Yo también, por la bondad del Señor, los tengo de decir con la Virgen Nuestra Señora en el cielo”. Y expiró.
III. En la doctrina del Doctor Místico
Poco escribió J. de la Cruz sobre la Virgen, pero dijo mucho en lo que escribió. No pasan de 22 las referencias marianas nominales expresas acerca de la Madre de Dios. Estos son los lugares de sus principales textos marianos explícitos: a. Romance de la Encarnación y Nacimiento (versos 267-310); b. María y el Espíritu Santo (S 3, 2,10; LlB 3,12); c. En Caná (CB 2,8); d. La obumbración (LlB 3,12); e. El sufrimiento en María (CB 20, 10); 6) Imágenes de Nuestra Señora (S 3,36, 1-2; 42,5); f. Madre de Dios (Av 26).
1. “MARIOLOGÍA”. De tan exiguo caudal mal se podría extraer una verdadera mariología. Sin embargo, así se tituló uno de los primeros estudios que se publicaron sobre esta cuestión: “Mariología de San Juan de la Cruz”, por Otilio del Niño Jesús (Estudios Marianos 2, 1943, 359-399). Este esbozo de “mariología sanjuanista” comprende: una introducción histórico-bibliográfica, el “consentimiento” de María a la obra de la Encarnación, su maternidad divina, la Virgen como modelo del alma perfecta y el culto que se daba a sus imágenes. Nuevamente se apela a este título, pero esta vez para presentar como “principio místico” de la mariología de san Juan de la Cruz el texto fundamental del Santo sobre Nuestra Señora (Ildefonso de la Inmaculada, en Miriam 15,1963, 115118).
Como a este texto tan denso se refieren todos los demás estudios marianos sanjuanistas, lo transcribimos aquí: “Tales fueron (las obras, ruego y oraciones) de la gloriosísima Virgen nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo” (S 3,2, 10).
En este contexto mariológico se han de entender algunos otros trabajos referidos a la teología mariana de J. de la Cruz, en que se atribuyen a María las perfecciones del alma divinizada por la unión con Dios (Sebastián de la Santa Faz, en Mount Carmel, 9, 1961, 44-50). Así también las aplicaciones que se hacen a los misterios de María, a las virtudes teologales, a la “noche de la fe”, a la humildad, al “silencio”, etc.
Por último, y dando un viraje de actualidad a la materia, se ha cotejado la doctrina mariana del Santo con la “mariología actual”, y se ha marcado el acento en las características que la hacen más de nuestros días por su principio trinitario, razón cristológica, presencia pneumatológica, trasfondo bíblico, sentido eclesial, signo liturgico, dimensión antropológica y hasta se contempla en ella una cierta “mariología estética” por poética. (“La doctrina mariana de San Juan de la Cruz y la mariología actual”, en Estudios Marianos 57, 1992, 359-379).
2. CUESTIONES ESPECIALES. Más que un desarrollo normal y completo de la doctrina mariana, que J. de la Cruz no se propuso verificar en sus libros, el doctor místico ofrece materia y pistas para profundizar en algunos aspectos peculiares relacionados con Nuestra Señora. Es lo que se ha hecho por los autores analizando y examinando principalmente el citado clásico texto de la Subida del Monte Carmelo. Señalamos ahora esos estudios especiales.
Gracia y mística. – Dada la plenitud de gracia en María, se ha estudiado su desarrollo en el alma de la Virgen con las consecuencias de la gracia de la unión habitual, las ascensiones en Dios, abandono en Dios, los dones de los “resplandores”, la “obumbración”, etc. En esta línea van las colaboraciones de Gabriel de Santa Magdalena y Enrique Llamas.
El Espíritu Santo. – Si existe una mariología sanjuanista, ésta es predominantemente pneumatológica. Es lo que se desprende del examen exhaustivo del texto esencial de fray Juan, según el cual María “siempre se movió por el Espíritu Santo” (S 3,2,10). De aquí la consideración de su acción en el alma de la Virgen: los dones, la transformación e inhabitación, la merced de la obumbración, la visión beatífica “por vía de paso”, la muerte de amor. (“El Espíritu Santo y la Virgen María, según San Juan de la Cruz”, en Ephemerides Mariologicae 31, 1981, 51-70).
Muerte de amor. – Juan de la Cruz no menciona a la Virgen al tratar sobre la muerte de amor, pero los autores han aplicado a María las condiciones de ese fenómeno místico y las dan como más reales en ella que en cualquier otro santo o santa. Según este criterio, murió de amor la que sólo vivió en el amor y por el amor. Y así el amor intensísimo de la Madre a su amado Hijo “rompió la tela de su dulce encuentro” (Gregorio de Jesús Crucificado, “La muerte de amor de María a la luz de San Juan de la Cruz”, en Estudios Marianos 9, 1950, 260-267).
IV. María en los versos del poeta
Poeta por naturaleza, J. de la Cruz hizo poesía de su vida y de su obra, de su estudio y sobre todo de su canción. Lo mismo que por los caminos fue cantando en sus correrías fundacionales, también por las vías del espíritu transitó entre cánticos “buscando sus amores”. Entre esos amores estaba la Virgen María. Pero no la cantó en sus grandes poemas del Cántico, la Llama y la Fonte, sino en sus lindos y populares romances de la Encarnación y de la Navidad.
Para degustar su sabor como colofón de este ensayo basta evocar en estas páginas el preludio de ese romance mariano sanjuanista de la Encarnación: “Entonces llamó a un arcángel que San Gabriel se decía y enviólo a una doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía; en la cual la Trinidad de carne al Verbo vestía; y aunque tres hacen la obra, en el uno se hacía: y quedó el Verbo encarnado en el vientre de María”.
BIBL. — AA.VV., San Juan de la Cruz y la Virgen, Sevilla, Miriam, 1990 y los estudios antes citados en el texto; se recogen también en esta obra: ISMAEL BENGOECHEA, “El Espíritu Santo en las palabras y silencios de María, a la luz de san Juan de la Cruz”, en SJC 14 (1998) 187-201.
Ismael Bengoechea