La bienaventuranza o el “macarismo” evangélico tiene fuerte resonancia en la experiencia y en los escritos de T. Ella no suele aludir explícitamente a las “bienaventuranzas” proclamadas por Jesús en el sermón de la montaña (Mc 5). La expresión “bienaventurado quien…” le brota espontánea. Siempre sobre motivos evangélicos profundamente sentidos por ella. He aquí algunos:
– la pobreza: si
practicando la pobreza evangélica “muriereis de hambre, ¡bienaventuradas las
monjas de San José!” (C 2,1);
– el amor: “bienaventurado quien de verdad amare (a Jesús hombre) y siempre le
trajere cabe sí” (V 22,7);
– la verdad: “Bienaventurada alma que la trae el Señor a entender verdades” (V
21,1);
– la penitencia: pone esa bienaventuranza en boca de fray Pedro de Alcántara:
“Bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido” (V 27,19);
– el cumplimiento de la voluntad de Dios: “Bienaventurados… cuando vieren
que no les quedó cosa por hacer por Dios” (V 27,14);
– la bienaventuranza evangélica de ocupar el último lugar: “La que le pareciere
es tenida entre todas en menos, se tenga por más bienaventurada” (C 13,3);
– el bíblico temor del Señor, según el salmo 118: “Bienaventurado el varón que
teme al Señor” (M 3,1; 1,4);
– la seguridad o la esperanza de salvación: “La bienaventuranza que hemos de
pedir es estar ya en seguridad con los bienaventurados” (M 3,1,2). “Bienaventurados
los que están escritos en el libro de la vida” (Exc 17,6), eco de la palabra de
Jesús “alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo” (Lc 10,20).
Bienaventurados por antonomasia son Dios y los moradores del cielo. Dios “es bienaventurado porque se conoce y ama y goza de sí mismo, sin ser posible otra cosa” (Exc 17,5). Los moradores del cielo, “almas bienaventuradas, que tan bien os supisteis aprovechar y comprar heredad tan deleitosa” (Exc 13,4).
T. Álvarez
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