ENFERMEDAD

El hombre bíblico es un ser marcado por la debilidad desde el mismo principio de la historia (cf. Gn 2–3). En la Biblia hay dos discursos importantes sobre la enfermedad: uno en el libro de Job, otro en el evangelio de Jesús actualizado por la Iglesia.

1. Job sufriente, enfermedad irracional. Representa a la humanidad entera, dominada por una enfermedad que, en sentido simbólico, aparece causada por Satán, el Diablo*, con el permiso de Yahvé: «Satanás hirió a Job con unas llagas malignas, desde la planta de sus pies hasta su coronilla» (Job 2,8). A lo largo del libro, esa enfermedad se va desplegando en todas sus formas. Es sufrimiento material, pobreza. Aplastado por la rueda de un destino adverso, Job pierde sus bienes y padece, despojado de toda protección externa, sobre el suelo duro de la tierra, sin más ayuda o posesión que el sufrimiento. Ha perdido casa y campos, propiedades familiares y sociales. Desnudo de bienes y vestidos yace Job, hombre expulsado, fuera de la ciudad de los humanos. Es sufrimiento afectivo, violencia y muerte de sus hijos (su familia). Pierde el presente de cariño y confianza, el futuro de vida y descendencia. De esa forma queda a solas, a espaldas de la gente, como un condenado que espera la muerte en el estercolero de la ciudad, donde se pudren en vida las basuras. Significativamente, sobrevive su mujer, pero sólo para atormentarle como acusadora, echándole en cara su pasado de justicia (cf. 2,9). Es sufrimiento físico: la enfermedad le corroe, el dolor va quebrando y destruyendo su existencia. De esa forma se derrumba (le derrumban) sobre el muladar, sin fuerzas para mantenerse, como escoria viviente (mejor dicho, muriente), allá en el basurero donde vienen a parar hombres y cosas que estorban en el mundo. Queda allí, como un desecho: pura ruina humana entre las ruinas de la tierra. Es sufrimiento social, destrucción ideológica. Los responsables de la buena sociedad no sólo le han echado a la basura, sino que le destruyen moralmente con su juego de razones. Los ideólogos del sistema se empeñan en quebrar sus defensas, para que confiese su culpa ante el Dios que ellos presentan como signo de armonía y verdad sobre la tierra. No les basta con matar al Job externo. Quieren destruirle internamente, matando su simiente de honradez sobre la historia. Es sufrimiento personal: le van minando sus propias dudas, las dificultades interiores, los interminables razonamientos diurnos, las pesadillas nocturnas… Encerrado en su dura mente, Job tiene que luchar su lucha interna, convertido en pura contradicción, un campo de batalla donde vienen a expresarse y combatirse mutuamente los problemas de la historia (cf. Job 1–2). Los amigos de Job quieren mostrarle la «racionalidad de la enfermedad»: él sufre porque lo merece. La grandeza de Job consiste en desmontar todas las razones que intentan probar el carácter racional de su dolencia: humana y religiosamente, la enfermedad no tiene sentido.

2. Milagros de Jesús, protesta contra la enfermedad. Son muchos los que actualmente se sienten molestos ante la actitud que, según los evangelios, Jesús ha tomado ante el hecho de la enfermedad: él aparece y actúa, como un ingenuo taumaturgo, que pretende curar a los enfermos. Más aún, muchos siguen diciendo que Jesús no curaba a los enfermos, que sus milagros eran ilusiones, de manera que sería mejor olvidarse de los milagros de Jesús y centrar el Evangelio en su doctrina espiritual. Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar que si se niegan los milagros de Jesús, es decir, su gesto poderoso de ayuda hacia los enfermos, se destruye el Evangelio. Ciertamente, Jesús no va en contra de la medicina. Tampoco teoriza sobre el sentido de las enfermedades (¿brotan de Dios, nacen del diablo?), pero se sitúa como amigo y como portador del reino de Dios ante los enfermos. No se limita a razonar y protestar contra los razonamientos de los que justifican la enfermedad, como los «amigos» de Job, sino que protesta de un modo apasionado en contra de las mismas enfermedades. «Los milagros de Jesús elevan una protesta incondicional contra la miseria y necesidad humana, tanto contra la miseria física como contra el aislamiento social. Alguien podrá encontrar estos milagros primitivos, pero mientras haya personas que los escuchen y cuenten, identificándose por dentro con ellos, esos milagros elevarán su protesta contra la dureza de la presión selectiva y ofrecerán su mensaje a los enfermos e impedidos, a los hambrientos y amenazados, a los rechazados y expulsados. Mientras se escuchen y cuenten los milagros, habrá seres humanos que no aceptarán una situación en la que hay poco alimento para muchos y mucho para pocos; ellos afirmarán con fuerza que la realidad podría ser tan rica que doce panes basten para alimentar a cinco mil personas» (Theissen 187). Su gesto puede y debe compararse y distinguirse del de Buda. El príncipe Gautama salió al mundo para descubrir el sentido de la realidad, encontrando las necesidades del hombre: un enfermo, un anciano, un muerto… Quedó de tal forma impresionado por los dolores de los hombres que no pudo continuar viviendo como antes sobre el mundo, sino que se retiró, buscando un refugio interior, más allá de las enfermedades y la muerte. En contra de eso, toda la vida de Jesús fue una protesta activa en contra de las enfermedades. No quiso habitar en un mundo resguardado, más allá del deseo y sufrimiento, como Buda, sino que deseó vencer el sufrimiento con todas sus fuerzas y así se dedicó a ayudar a los enfermos.

3. Dos actitudes eclesiales. La actitud de la Iglesia ante los enfermos se ha expresado en dos gestos básicos, uno de liberación, otro de asistencia o visita. El modelo liberador está representado por Lc 4,18-19 (y Mt 11,4-6), donde se afirma que Jesús ha venido a curar a los enfermos, ofreciendo a los hombres, desde ahora, un camino de salud mesiánica. El modelo asistencial aparece en Mt 25,31-46: «Estuve enfermo y me visitasteis». Mt 25,31-46 supone que Jesús ya ha redimido el mundo, pero la vieja ley que divide y se impone (y en un plano ha de hacerlo) sigue aún vigente todavía, pues habitamos una tierra de violencia económica (hambre), social (exilio), legal (cárcel) y, sobre todo, humana (enfermedad). Por eso, la respuesta básica frente a la enfermedad es la visita, es decir, la asistencia humana.

Cf. X. PIKAZA, La nueva figura de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003; G. THEISSEN, La fe bíblica en una perspectiva evolucionista, Verbo Divino, Estella 2003.

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