Dones de Dios

Los dones del Espíritu Santo eran en tiempo de T una categoría teológica relevante. Ocupaban puesto especial en la síntesis magistral ofrecida por santo Tomás de Aquino en la Suma (I-II, 68). Sin embargo y a pesar del prolongado aprendizaje de T en la escuela espiritual de los teólogos dominicos, sus preferidos, la teología donal no comparece ni en su léxico ni en su doctrina espiritual.

Los “dones de Dios” de que ella habla frecuentemente son las gracias que ella misma recibe de Él, o las que Él otorga a las almas. “El Señor va dando dones”. Según T, es importante tomar conciencia de ello, porque “si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar” (V 10, 4.6). Las purificaciones místicas sirven para que Él pueda más fácilmente poner en el alma “el esmalte de sus dones” (V 20,16; Conc 6,10). Sus dones son gratuidad absoluta, los da “cuando quiere y como quiere” (V 34,11). Pero los da sin tasa y tampoco nosotros debemos ponerla a la divina voluntad de dar (V 39,9). Teresa se atreve, con todo, a formular una especie de unidad de medida. La recaba de la relación del Padre con Jesús: “Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba, lo que le dio: por donde se entiende cuál es su voluntad. Así que estos son sus dones en este mundo. Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos; y conforme al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a Su Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por él; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí que el poder llevar gran cruz o pequeña, es el amor…” (C 32,7)

T. Álvarez

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