T tiene un alto concepto de la filosofía y de los filósofos (“cuántas cosas de éstas hacían los filósofos o, aunque no sea de éstas, de otras, de tener mucho saber”: M 5,3,7), si bien en su apreciación, lo mismo que en el escalafón de las cátedras universitarias de su tiempo, a la filosofía se antepone la teología. Humoriza ella: “los letrados deben de ir por sus letras –que esto no lo sé–, que el que ha llegado a leer teología no ha de bajar a leer filosofía, que es un punto de honra, que está en que ha de subir y no bajar” (C 36,4). A veces a la filosofía le atribuye las competencias de nuestra ciencia de hoy. Así, hablando de los “elementos”, frío y agua, escribe: “Mucho valiera aquí hablar con quien supiera filosofía, porque sabiendo las propiedades de las cosas, supiérame declarar…” (C 19,3). En su léxico abundan más los vocablos comunes como “letras” y “letrados” (“es gran cosa letras”: V 13,16), el “saber” y la “sabiduría”, sobre todo ésta última. En su concepto, “la sabiduría” es propia de Dios o de Cristo (“le llamaron loco, y era la misma sabiduría”: V 27,14; cf C 22,6). En el común de las gentes sencillas, la sabiduría de la vida está muy por encima de la ciencia de especialistas y filósofos: “…hace el Señor en esta ciencia a una vejecita más sabia, por ventura, que a él [al docto], aunque sea muy letrado…” (V 34,12).
No analizamos aquí los diversos aspectos de filosofía y psicología implícitos en los escritos de T, en su interpretación del mundo, del alma humana, de la vida y de la sociedad, o de Dios. Quizá lo más relevante en ella es el gesto “filosófico” de fondo, que frecuentemente la pone en “admiración” o “asombro” o en su típica manera de “espantarse” ante lo profundo o ante lo incomprensible o ante lo que rebasa los límites de su saber y entender (“¡quién tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras…!”, V 25,17), porque está convencida de que en cada cosa, incluso en las más pequeñas, hay grandes secretos: “creo que en cada cosita que Dios crió hay más de lo que se entiende, aunque sea una hormiguita” (M 4,2,2). Cf T. Álvarez, Admiración, estupor, espantar(se): gesto filosófico primordial en Teresa, en Estudios Teresianos. III, Burgos 1996, pp. 313-332.
T. Álvarez
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