María Santísima

No es un tema que haya sido suficientemente estudiado en la Santa. A partir de los años 20 de este siglo se ha investigado un poco más. Acaso porque otros temas han tenido más resonancia en su vida, experiencia y doctrina. Pero lo cierto es que la Virgen María está presente en los momentos más influyentes de la vida personal, fundacional y de escritora de Teresa de Ahumada, ya desde el hogar paterno.

Haré especial hincapié en la presencia mariana carmelitana. Para Teresa de Jesús, María es algo así como la presencia materna en el espíritu y en la forma de entender a Cristo, a la Iglesia y a las fundaciones que ella irá haciendo a partir del año 1562, como el medio de ayudar a la Iglesia en el cumplimiento de su finalidad. De ahí que sea interesante, y necesario, exponer tal presencia mariana y carmelitana por las connotaciones que tiene en su modo de entender la presencia de María en su vida personal, como fundadora-renovadora de un espíritu-estilo de vida ya antiguo y clásico, y como escritora que va a tener una influencia enorme en la espiritualidad posterior en la Familia del Carmelo y en toda la Iglesia.

La Santa hace un despliegue enorme de formas y de nombres para expresar la realidad de María Santísima, tal y como ella la entiende y la vive.

De todos los títulos y modos marianos, el que más usa santa Teresa de Jesús es SE–ORA (unas 66 veces). Después es el de VIRGEN (unas 40 veces). Luego, que es el título más importante para la Santa, viene el de MADRE (unas 25 veces). En lugares más secundarios están los títulos de PATRONA (8 veces), Reina de los ángeles (3 veces), Reina del cielo (1 vez), Intercesora (2 veces), Emperadora (1 vez) y Priora (1 vez). El título del Carmen o del Monte Carmelo lo usa con una relativa frecuencia; hemos contabilizado unas cinco veces, unido también a la «Regla» y al «Hábito» de la Orden. En ocasiones hace igualmente alusión a la Orden del Carmen o a la Virgen del Carmen sin poner el nombre concreto, sino que habla simplemente de la Orden de la Virgen o de la Orden de Nuestra Señora o de la Virgen Nuestra Señora o de «las hijas de la Virgen, cuyo hábito traemos».

Considero texto esencial, y casi resumen de todo el marianismo teresiano, M 3,1,3: «Y vosotras, hijas mías, alabadle que lo sois de esta Señora verdaderamente; y así no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues tenéis tan buena madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por patrona».

Efectivamente, Teresa de Jesús ha hecho auténtica profesión de confianza en «los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya». Ella trae el hábito de la Virgen y también sus hijas, aunque sea indignamente. «Cuyo hábito traigo» o «cuyo hábito traemos o llevamos» es una frase muy suya y muy repetida, para significar su filiación y pertenencia a la Familia de la Virgen del Monte Carmelo. Se pueden ver los textos: C, protestación 13,3; CE 19,3; V 36,28; M 3,1,2; F Pról, 5; 16,5; 28,35.

Ellas son hijas verdaderamente de esta Señora, tan buena madre. Por eso recomienda imitarla y considerar la grandeza de esta Señora «y el bien de tenerla por patrona».

1. Presencia de María en su vida

El alma profundamente mariana de santa Teresa de Jesús se forja progresivamente, ya desde los primeros balbuceos de la infancia en el hogar familiar. Ella misma nos dice como a la edad de seis años su madre tenía un cuidado especial de que fuera devota de la Virgen: «Esto [el que su padre fuera aficionado a leer libros espirituales], con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años» (V 1,1).

Desde muy niña procuraba soledad para practicar sus devociones preferidas: «Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo» (V 1,6).

Seguirá la Santa diciéndonos cómo cuando murió su madre, D.ª Beatriz, se dio cuenta de lo que había perdido, y acudió a la Virgen de la Caridad, en la ermita de San Lázaro, para pedirle que fuera ella su madre: «Acuérdome que, cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre con muchas lágrimas» (V 1,7). Generalmente se admite que Teresa de Ahumada tenía ya entonces la edad de 13 años para 14.

Este acontecimiento, sencillo en sí, pero muy emotivo y evocador en realidad para la Santa, vemos cómo lo entiende que la Virgen, buena Madre y eficaz Intercesora, la rescató para Ella: «Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí» (V 1,7). Puede referirse a su conversión y a su vocación de carmelita, o a una de las dos.

Desde muy pequeña entra Teresa de Ahumada en comunión con el hecho mariano, que hará que se manifieste a lo largo de toda su vida espiritual e igualmente de fundadora: presencia y confianza constantes.

Todo esto irá aumentando en su juventud y se acrecentará con su entrada en el Carmelo. A los veinte años Teresa entra en el convento de la Encarnación de Ávila. Allí, como todo el Carmelo, la presencia de María es total: liturgia, cuadros, títulos, devociones, fiestas. Especialmente el hábito del Carmen ha marcado a Teresa. La persona de María del Carmen es como la personalización y la encarnación del estilo y del espíritu de toda la Orden.

Y efectivamente, ella conserva lo que ha vivido en su casa; concretamente su devoción al rosario y la devoción a la Virgen en su Asunción al cielo, fecha en la que quedó aparentemente muerta durante tres días, como ella misma nos recuerda en V 5,9.

A partir de sus experiencias místicas,la presencia de María se acentúa, pues será parte integrante de muchas de esas gracias místicas, incluso extraordinarias, como se verá más adelante.

2. Experiencia mística de María en Teresa de Jesús

De la vida, en su discurrir cotidiano y humano, pasó a ver la presencia de María en su vida espiritual, en la oración y en la doctrina de la Santa.

Dentro de la abundancia de gracias místicas, que Teresa de Jesús recibe a lo largo de su vida espiritual, las que tienen por objeto y contenido a María son bastantes, y algunas significativas para su vida y para su obra de fundadora.

La Virgen entra en escena con una gracia mística personal que tiene dos objetivos: por una parte, es el don de una pureza total de sus pecados y, por otra, una especie de vestición que la Señora hace a Teresa, anunciándole el hecho de ser desde ahora madre de una Nueva Familia Religiosa: El Nuevo Carmelo. Lo cuenta así la Santa: «Parecióme, estando así, [en arrobamiento grande], que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me las vestía. Después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados. Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y gloria, luego pareció asirme de las manos nuestra Señora: Díjome que le daba mucho contento en servir al glorioso San José, que creyese que lo pretendía del monasterio se haría y en él se serviría mucho al Señor y ellos dos; que no temiese habría quiebra en esto jamás, aunque la obediencia que daba no fuese a mi gusto, porque ellos nos guardarían, y que ya su Hijo nos había prometido andar con nosotras; que para señal que sería esto verdad me daba aquella joya» (V 33,14).

Indudablemente que a los planes de Jesús se une la ayuda y la presencia de María. El Nuevo Carmelo de Teresa de Jesús será también obra de la Virgen María.

En el nº 15 de este mismo capítulo de Vida, la Santa completa la descripción de esta visión con los siguientes detalles de gran hermosura: «Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque por figuras no determiné ninguna articular, vestida de blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra, sino suave. Al glorioso San José no vi tan claro, aunque vi que estaba allí, como las visiones que he dicho que no se ven. Parecíame nuestra Señora muy niña».

La vestición mariana había tenido como un signo precioso y valioso en un collar de oro, echado por la Bienaventurada Virgen María al cuello: «Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso, asida una cruz a él de mucho valor» (V 33,14).

No me detengo a relatar los muchos fenómenos místicos y las muchas experiencias místicas que la Santa tiene en torno a María, la Madre de Dios. Son vivencias y experiencias muy profundas de María que tienen sus repercusiones a nivel de vida espiritual personal de Teresa de Jesús, de su tarea de escritora y de su obra de fundadora.

No es difícil comprobar cómo se da un cierto paralelismo entre la experiencia teresiana crística y mariana. Como sucede con el resto de todas las demás experiencias místicas teresianas. Todas tienen un objetivo común, que es la gloria de Dios, la santificación de la agraciada y el ayudar a la Santa a servir sin condiciones a la Iglesia, pues ella es consciente de que sirviendo a la Iglesia, mediante la oración, el sacrificio y demás realidades de la vida del Nuevo Carmelo, está sirviendo a María, a quien pertenece la misma Iglesia y el Carmelo en concreto.

Por eso podrá decir la santa Fundadora, ya al final de sus muchos trabajos, dificultades y problemas generados por las fundaciones: «…y nosotras nos alegramos de poder en algo servir a nuestra Madre y Señora y Patrona». (F 29,23). «…y poco a poco se van haciendo cosas en honra y gloria de esta gloriosa Virgen y su Hijo. ¡Sea por siempre alabado, amén, amén!» (F 29,28).

También sus escritos quieren ser honra, gloria y servicio a Dios y a la Madre de Dios, Patrona y Señora del Carmelo. Así confiesa la Santa su actitud al preparar Camino de Perfección para la edición, según el ms. de Toledo: «Si algo hubiere bueno, sea para gloria y honor de Dios y servicio de su sacratísima Madre, Patrona y Señora nuestra, cuyo hábito yo tengo, aunque harto indigna de él».

3. Doctrina mariana, nacida de su experiencia

En santa Teresa de Jesús no se puede hablar nunca de doctrina sino a partir de su propia experiencia. Ella siempre fue por delante en el ser adoctrinada, experienciar y vivenciar, para poder comunicar así, de alguna manera, enseñar o adoctrinar.

Las fuentes de su doctrina mariana fueron, indudablemente, la predicación, la lectura, el confesionario y, sobre todo, la oración, fuente de experiencia, juntamente con la liturgia, que siempre celebró con devoción y gozo, en particular las fiestas de la Virgen, en alguna de las cuales recibió muchas gracias místicas relativas a la vida y misterios de María.

Los puntos en los que incido un poco son:

María, Madre de Dios…

Es el título de María que más devoción, admiración y veneración causa en el alma de Teresa de Jesús. La consideración de María y la contemplación de Dios, Padre y Señor, pasa por la encarnación y por la Humanidad de Cristo. A María se le considera siempre muy unida a la Humanidad de Cristo en la vida cotidiana, y hasta en las alturas de la mayor contemplación; son camino seguro para la unión de amor con Dios. Los textos tradicionales de V 22 y M 6,7 dan buena razón de todo esto.

María en el misterio de Cristo: vida y predicación

Teresa de Jesús contempla toda la vida de María de Nazaret unida a Cristo, su Hijo, en la vida oculta de Nazaret y en la vida pública por las aldeas y ciudades de Palestina. Ella es la Madre del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, que comparte todo lo que El hace y que goza, sufre y fracasa o triunfa con El. Son dos vidas paralelas, de alguna manera. Siendo distintas, están unidas por el amor y la entrega a Dios y por el amor y el servicio a los hombres.

María en el misterio de la Iglesia

La Santa está segura de que María es parte integrante e importante de la Iglesia, a la que ella quiere ayudar en su evangelización y en la tarea de llevar hasta los confines de la tierra el Evangelio, la salvación.Servir a la Iglesia, amar a la Iglesia, defender a la Iglesia con la oración y con las misiones, es servir a María, amar a María y defender a María. Como prestar todo esto a María es prestárselo a la Iglesia, pues son Nuevos Carmelos –«palomarcitos» de María– para servir y ayudar a la Iglesia en su evangelización.

María, modelo y madre de la vida espiritual

María es modelo en todo: en vida de gracia y de virtudes; de oración y de vida cristiana. Pero es también madre de toda la vida espiritual.

Todo parte de María como modelo del seguimiento a Cristo. En María encuentra la Santa el modelo para ella y para sus hijas del seguimiento de Cristo, así como en María encuentra la dignidad de ser mujer y de ser cristiana (cf CE 4,1) donde dice así: «Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad, y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre en cuyos méritos merecemos –y por tener su hábito– lo que desmerecimos por nuestras culpas»).

Teresa hace resaltar cómo María siguió a Cristo hasta la cruz, y llena de fortaleza: «¡Qué debía pasar la gloriosa Virgen al pie de la Cruz!» (C 26,8). La Santa describe la actitud de María al pie de la Cruz así: «Estaba al pie de la cruz y no dormida, sino padeciendo su santísima alma y muriendo dura muerte» (Conc 3,11).

De este seguimiento de Jesús hasta el final nace el ser modelo de oración y virtudes cristianas.

El Carmelo es una estirpe de contemplativos: este fue nuestro principio y de esta casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo (cf M 5,1,2). En la Virgen del «Fiat» el cristiano ha de encontrar el modelo de entrega a Dios y de su contemplación (cf M 5,1.2.3).

María es igualmente modelo de todas las virtudes cristianas. No podía ser menos, pues Teresa de Jesús ve en María la mujer engrandecida por el Señor y, al mismo tiempo, la mujer cercana y entregada al servicio del hombre en la cristiandad. Por eso la Santa contempla en Ella dos clases de virtudes especialmente: Por una parte dos de las tres virtudes teologales, como son la fe y la caridad, y, por otra, dos virtudes morales: la humildad y la pobreza.

«Su Madre Sacratísima, porque estaba firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre…» (M 7,7,14). María Santísima se apoyó siempre y en todo en la fe, desde la Encarnación hasta la Resurrección.

No fue menos grande y práctica en la caridad. La Santa está convencida de la fuerza y esencialidad de la caridad cuando dice: «Entendía que cual era mejor la pobreza o la caridad. Que pues era lo mejor el amor, que todo lo que me despertase a él no lo dejase» (R 30). Si este mandamiento se guardase en el mundo como se ha de guardar, creo aprovecharía mucho para guardar los demás» (C 4,5).

En la Vida Cristiana siempre habrá un motivo mariano para vivir el amor de unos para con otros: «Así que, mis hijas, todas lo son de la Virgen y hermanas, procuren amarse mucho unas a otras y hagan cuenta que nunca pasó» (cta 326,5, a las Carmelitas Descalzas de Sevilla).

Dos virtudes morales muy características en la Virgen, son la humildad y la pobreza, que hasta en el Magnificat ensalza María (cf CE 19,3).

Humilde es María en el nacimiento de Jesús (cf C 16,2). Y por eso habrá siempre que imitarla (cf C 13,3). Humilde es María en la Presentación de Jesús en el Templo (cf C 31,2). María es también humilde porque sabe preguntar. Por eso es más sabia que nadie (cf Conc 6,7).

Desde el punto de vista de la presencia materna de María en la vida de la Santa, dos son sus dimensiones más frecuentes: su intercesión y la Virgen Dolorosa o del sufrimiento.

María es la que intercede constantemente ante Dios por los hombres, particularmente por los pecadores. Se puede ver, entre otros, los siguientes textos: V 1,7; 5,1 y 6; F Pról., 5; 10,2; 10,5; 16,5; 23,4; M 1,2,12; CE 4,2…).

En cuanto a los dolores (y los gozos) de María, se pueden ver los siguientes textos: V 6,8; R 15,1; 36,1; 58; M 6,7,6. cta 8,9, a Dña. Luisa de la Cerda.

La devoción, el amor y el hecho de querer inculcar la devoción a María en todos los cristianos, pero especialmente en sus hijas y en todo el Carmelo, están plasmados en definitiva, en interés por hacer un comentario al Ave María, como lo hizo al Padre Nuestro. Nos lo confiesa ella con estas palabras: «También pensé deciros algo de cómo habéis de rezar el Ave María» (CE 73,2). Un propósito que no pudo cumplir por sus muchas ocupaciones, y que hubiera sido una buena síntesis de toda su experiencia mariana, de su doctrina y de su marianismo (incluso mariología), de alguna manera elaborados y doctrinalmente organizados.

4. Advocación especial del Carmen o del Monte Carmelo

La devoción a la Virgen del Carmen o del Monte Carmelo, juntamente con un amor incansable y una labor sin treguas por su expansión y renovación, se respira por todos los poros del cuerpo de la Santa y por los resquicios más inverosímiles de su espíritu.

El amor a la Virgen es desde el seno materno, y en el hogar familiar se alimenta constantemente. Todo ello se incrementará fuertemente con su ingreso a los veinte años en el Carmelo, que tiene una tradición mariana muy viva.

A todo esto hay que añadir su propia experiencia personal, ya sea espiritual ya sea fundacional. El Carmelo es propiedad de la Virgen; afirmada de diversas maneras esta propiedad; el Carmelo es la Orden de la Virgen Nuestra Señora.

Uno de los propósitos de su primera fundación (la de San José, de Ávila) era honrar el hábito de la Virgen: «Y hecha una obra que tenía entendido era para el servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre, que estas eran mis ansias» (V 36,6).

Efectivamente, el Señor le agradece en una ocasión lo que está haciendo por su Madre: «Estando haciendo oración en la iglesia antes que entrase en el monasterio, estando casi en arrobamiento, vi a Cristo que con grande amor me pareció me recibía y ponía una corona y agradeciéndome lo que había hecho por su Madre» (V 36,24).

Siempre se sintió ella personalmente y a toda la Orden, protegida y amparada por la capa o el manto de la Virgen del Carmen. Todo ello era para santa Teresa signo del alto grado de gloria que el Señor daría a sus conventos: «Otra vez, estando todas en oración después de Completas, vi a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto blanco, y debajo de él parecía ampararnos a todas; entendí cuán alto grado de gloria daría el Señor a las de esta casa» (V 36,24).

Curiosamente la Santa habla siempre de capa, de manto o de hábito de la Virgen del Carmen o de Nuestra Señora del Monte Carmelo, pero ni una sola vez habla del Escapulario del Carmen como signo de protección o de amparo de la Virgen. Solamente en dos ocasiones habla en las Constituciones de las medidas materiales que ha de tener el escapulario, prenda que forma parte de todo lo que es el hábito carmelitano. Se puede ver Constituciones 4,2 y 17,10. Probablemente a la Santa le interesaba más la persona misma de la Virgen en la Orden que los privilegios o formas externas de su presencia, significadas por una pieza concreta del hábito, cuando, en realidad, el signo más completo y totalizante de consagración, de entrega y de permanencia a la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo es todo el hábito en sí, considerado en su totalidad.

Como consecuencia de la presencia y de todo el amor de María a la Familia del Carmelo, Teresa de Jesús propone unas actitudes concretas de respuesta filial:

1ª) Servir a la Señora, Madre, Reina y Patrona de la Orden.
2ª) Amor a la Virgen y a su Orden.
3ª) Guardar la Regla de Nuestra Señora y Emperadora con la perfección que se comenzó.
4ª) Alabanza y gratitud a la Señora y Patrona y Madre, cuyo hábito traemos y de la que somos hijas, por las nuevas casas –«palomarcitos de la Virgen»– que se van fundando, para su gloria y honra.
5ª) Gozo y júbilo de hijas por ser tan queridas y amadas por la que es Madre del Señor e Intercesora nuestra.
6ª) Teresa de Jesús se acoge a la bondad de María como se acoge a la misericordia de Dios: «Válgame la misericordia de Dios, en quien yo he confiado siempre por su Hijo sacratísimo y la Virgen nuestra Señora, cuyo hábito por la bondad del Señor traigo» (F 28,35).

5. Conclusiones

1ª. La devoción y el amor a María, la Virgen, en santa Teresa de Jesús, son hondamente filiales, arraigados en la tradición familiar y en la devoción del pueblo, que se incrementan y se personalizan en la vida del Carmelo y que tienen rasgos personales y de propia experiencia.

2ª. Los títulos que la Santa usa en la manera de entender las relaciones espirituales con la Virgen María son muchos y de calado diverso. Pero siempre corresponden a los convencimientos, actitudes y deseos profundos que anidan en la inteligencia, en el corazón y en el celo evÁngelizador de santa Teresa de Jesús.

3ª. El verdadero camino del descubrimiento de María Virgen en la vida de la Santa es la oración y la experiencia mística, acompañadas de la imitación de la oración recogida de María y de sus virtudes más destacadas en el Evangelio.

4ª. Santa Teresa de Jesús no hace –y sería una osadía en su tiempo intentarlo– ningún tratado de Mariología. Sí está claro que la Santa habla muchas veces de María en sus escritos y que en su vida tiene presencia preponderante e influyente.

5ª. No hay en ella conceptos mariológicos, sino vivencia y experiencia marianas. Se podría mejor hablar, pues, de marianismo teresiano que de Mariología teresiana.

6ª. Su testimonio mariano es esencialmente experiencial y vivencial.

7ª. La experiencia y vivencia espirituales son parte de la vida espiritual. Por consiguiente son fuentes de enseñanza que se transmite, como es el caso de santa Teresa de Jesús.

8ª. La experiencia teresiana de María va unida a su experiencia trinitaria y crística fundamentalmente. Se da un cierto paralelismo en ese campo concreto experiencial teresiano.

9ª. La Santa ve, ama y venera a María particularmente como Madre, Virgen, Señora. En un segundo lugar como Reina, Patrona, Intercesora, Emperadora.

10ª. La Orden del Carmen es la Orden de Nuestra Señora, de la Virgen.

11ª. Propone santa Teresa con frecuencia a la Virgen como modelo de unión con Dios, de oración y como maestra de todas las virtudes, entre ellas de la fe, la caridad, la humildad y la pobreza.

12ª. María está presente en toda la vida de la Santa: desde su niñez, pasando por su juventud, hasta llegar a su muerte, tanto en la vida espiritual como en su quehacer de fundadora, además de su tarea de escritora y formadora.

13ª. El tema de María en santa Teresa de Jesús no ha suscitado demasiado entusiasmo. Dentro de la investigación mariana en la Santa los temas más estudiados han sido su devoción y su amor a María y su experiencia mística de María.

BIBL. – Eloy Ordás, Mariología de Santa Teresa de Jesús, Lérida 1923; A. de Castro Albarrán, Mariología de Santa Teresa de Jesús, Lérida 1934; Archange de la R. du Carmel, La Mariologie de Sainte Thérèse, Etudes Carmelitaines 9 (1934) VIII-62; Otilio del Niño Jesús, Espíritu mariano de Santa Teresa de Jesús, MteCarm. 42 (1941) 154-165; 211-226; 247-266; Ildefonso de la Inmaculada, Principios marianos de la Reforma Teresiana: Un precedente de la escuela francesa del siglo XVI, Ephemerides Mariologicae 31 (1981) 35-50; Miguel Boyero, María en la experiencia mística teresiana, Ephemerides Mariologicae 31 (1981) 9-33; Miguel Boyero, La Virgen María en la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús, Roma 1977; Pedro María Valpuesta, La Virgen María en Santa Teresa de Jesús, MteCarm. 89 (1981) 183-208; Emmanuel Renault, Vie et pensée mariales de Ste. Thérèse d’Ávila, Saint-Sever/Adour, 15 Août 1988, 23 pp.; Joseph de Sainte Marie, La Vierge du Mont-Carmel. Mystère et prophétie, Editions P. Lethielleux, París 1985, pp. 291-341: Annex 1: L´experiénce et la doctrine mariales de Sainte Thérèse de Jésus.

Mauricio Martín del Blanco

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