(Aquí “éxtasis” tiene la acepción técnica de la teología espiritual y de la mística cristiana. Común también a espiritualidades religiosas no cristianas.)
1. El éxtasis es uno
de los “fenómenos místicos” más llamativos en la vida, en los escritos y en la
espiritualidad de santa Teresa. Importante, no sólo por su influjo y su fuerza
inspiradora en el arte, sino por su presencia incisiva en la mística teresiana.
Teresa vivió, de hecho, un largo período de éxtasis frecuentes. En ese período
(década de los años 1560 al 1570, desbordados por ambos extremos), “nace y se
hace” la Teresa fundadora. En ese mismo período se abre paso la escritora: de
esas fechas son su Libro de la vida, su doble redacción del Camino de
perfección, y sus primeras Relaciones. Ella no escribe ni dicta en éxtasis a la
manera de otras místicas extáticas. En algún caso puede sorprenderla el lector
a punto de caer en trance (V 38,23). Pero la efervescencia –quizás
incandescencia– de sus experiencias extáticas timbra el tono de numerosas
páginas de sus libros. En ese mismo período arranca el epistolario teresiano, con
su típica expansión de onda sobre personas, problemas y realidades terrestres:
refrendo del entramado de lo místico y lo humanístico en su vida.
Una vez superada esa
fase de experiencias extáticas, si bien ella logra relativizar su importancia,
todavía le concede puesto de excepción en el libro de las Moradas, donde
concede a ese período un tercio del libro entero.
También en este sector
ella se ve impulsada a evocar tipos bíblicos de ese fenómeno místico: recuerda
a David y su gozo exaltante ante el Arca de la Alianza, identificándolo con sus
propias experiencias de “gozo y locura y desatino”, preámbulos del trance
extático (V 16,3; 2,10-11; 20,24). Está convencida de que algo similar ocurrió
a Jacob en la visión de la escala (M 6,4,6) y a Moisés en la teofanía de la
zarza ardiente (ib 7). Pero su referencia bíblica preferida es san Pablo,
arrebatado al tercer cielo. De la narración paulina retiene ella uno de los
vocablos designadores del éxtasis, el rapto (rabto, escribe T ese cultismo):
“raptus in paradisum”, “raptum usque ad tertium coelum” (2 Cor 12, 2.4).
La abundancia y
variedad de sus experiencias extáticas queda reflejada en la riqueza de
vocabulario con que las designa: además de éxtasis (ella escribe siempre
estasi), emplea arrobamiento, arrebatamiento, rapto, suspensión de sentidos y
potencias, elevamiento, levantamiento, vuelo de espíritu, subir sobre sí, salir
de sí, perderse de sí, estar fuera de sí, estar fuera del cuerpo, tener
absortas las potencias o como embobecidas… Abundancia lexical que revela el
realismo de la experiencia teresiana y su multiplicidad de facetas.
Teresa expone o narra
o describe expresamente la experiencia del éxtasis en varios escritos suyos.
Indiquemos los principales pasajes:
– en Vida 18-21.24, y capítulos finales de la obra,
– en Moradas sextas, especialmente en los cc. 4-6,
– en la Relación 5,7-15; y esporádicamente en las R 8-34,
– en Camino 32, 12, muy de soslayo,
– en Conceptos, cc. 6-7,
– en Fundaciones cc 4-5,
– en la carta 177,3-4, a Lorenzo, una instantánea al vivo.
2. Sus experiencias
personales
Hemos notado ya que
los éxtasis ocupan, diseminados, un período de la historia interior de T. En
Vida, ella los sitúa tras la fase de unión incipiente: como acontecimientos
dentro de la unión mística, fase tope de su vivencia espiritual mientras
escribe el libro. En cambio, en las Moradas localiza los éxtasis en el período
de “desposorio”, previo por tanto a la etapa final de su vida mística. Son
parte de “las joyas que comienza el Esposo a dar a su esposa, y son de tanto
valor, que no las pondrá a mal recaudo” (M 6,5,11). Cronológicamnte, esa lluvia
de estrellas que son los éxtasis se extiende desde el año 1555 al 1572, desde
los 40 de edad hasta los 57. Para T, años intensos en todos los órdenes de la
vida.
No es fácil diagramar
las incidencias de ese período con su serie de éxtasis. Nos limitamos a señalar
los más destacados:
a) El primer éxtasis
lo recuerda así ella misma: “habiendo estado un día mucho en oración y
suplicando al Señor me ayudase a contentarle en todo…, vínome un
arrebatamiento tan súbito, que casi me sacó de mí, cosa que yo no pude dudar,
porque fue muy conocido. Fue la primera vez que el Señor me hizo esta merced de
arrobamientos…” (V 24,5 y ss.: datado probablemente el año 1555, a sus 40 de
edad).
b) Sobreviene una gran
oleada de arrobamientos con ocasión de la visión de la Humanidad de Cristo:
“sería imposible sufrir la visión ningún sujeto”, de no quedar “puesto en
arrobamiento y éxtasis, que pierde el ver la visión de aquella divina presencia
con gozar” (V 28,9; cf 27,10; 29,2.14; 31,11…).
c) Nueva serie de
éxtasis en la preparación de la fundación del Carmelo de San José, a partir de
1561: “entonces me comenzaron más grandes los ímpetus de amor de Dios y mayores
arrobamientos…” (V 33,4: cf 33,14; 34,2.17; 38,1.5.10-11.18). Pasan a ser
públicos, y ello desata en T una auténtica repugnancia (“grande corrimiento y
afrenta”: M 6,4,16). “Vino a términos la tentación, que me quería ir de este
lugar y dotar en otro monasterio…, muy lejos” (V 31,139).
d) Sigue todavía una serie de éxtasis en el nuevo Carmelo de San José. Es ahora cuando, al sucederle en público (es decir, ante el exiguo público íntimo del nuevo Carmelo), se acrecienta por la parte humana de T la actitud de resistencia. Hacia 1562 escribe: “Los arrobamientos han crecido, porque a veces es con un ímpetu y de suerte que, sin poderme valer exteriormente, se conoce, y aun estando en compañía…” (R 2,2). Ya antes, su sonrojo “vino a término que, considerándolo, de mejor gana me parece me determinara a que me enterraran viva, que [pasar] por esto” (V 31,12-13). Cf V 39,22.23.25.26; 40, 1.5.7.9.
e) Sigue todavía un
largo período , ya no documentado en Vida, pero sí en las Relaciones (nn.
12-34), si bien en éstas no se propone consignar este tipo de gracias, sino las
“palabras” y consignas recibidas de lo alto. Cf. especialmente las R 15 y 26,
ya al final del período.
f) Más allá del
período extático, ya en plena década de los años 70, a pesar de su afirmación
tajante de “que en llegando aquí el alma [a las moradas séptimas] todos los
arrobamientos se le quitan” (M 7,3,11), todavía podemos sorprenderla con
rebrotes pasajeros de los mismos. Lo confidencia ella en carta a su hermano
Lorenzo en intimidad: “¡Bueno anda nuestro Señor! Paréceme que quiere mostrar
su grandeza en levantar gente ruin… Sepa que ha más de ocho días que ando de
suerte que, a durarme, pudiera mal acudir a tantos negocios… Me han tornado
los arrobamientos… Ando estos días como un borracho, en parte…” Era el mes
de enero de 1577 (cta 177,3). Todavía testificará nuevos éxtasis intensos en
1580 (F 28,36). Pero serán sumamente esporádicos. Comenta ella misma al final
de las Moradas: “Quizá es que la ha fortalecido el Señor, y ensanchado y
habilitado” (M 7,3,12: lo escribe a finales de 1577).
3. ¿Qué es el éxtasis
místico?
Antes de sintetizar la
respuesta de T a esa pregunta, recordemos que ella no habla de éxtasis en
abstracto y teorizando. Habla en vivo y desde la propia experiencia. Afrontando
el tema del éxtasis en el relato de Vida (18,8), asegura: “No diré cosa que no
la haya experimentado mucho”. Cuenta en su haber con la experiencia ajena:
“Declárome tanto en esto, porque sé que hay ahora, aun en este lugar [Ávila],
personas a quien el Señor hace estas mercedes” (V 20,21). Más tarde (M 6,9,17),
aludirá a la experiencia de fray Juan de la Cruz. Sus palabras son, pues,
testimonio directo y esfuerzo de discernimiento doctrinal a la vez.
Tanto cuando ella
narra, como cuando trata de codificar doctrinalmente la vida mística, para ella
el éxtasis no es un episodio isomorfo y monocorde. Paradójicamente, se esfuerza
por afirmar su sinonimia y a la vez su variedad. “Arrobamiento o elevamiento o
vuelo de espíritu o arrebatamiento… todo es uno. También se llama éxtasis” (V
20,1). Lo repite en Moradas al titular el capítulo cuarto de las M sextas:
“Trata de cuando suspende Dios el alma… en arrobamiento o éxtasis o rapto,
que todo es uno, a mi parecer” (M 6,4). Pero a la vez subraya insistentemente
“la diferencia que hay entre arrobamiento y arrebatamiento” (R 5,9), o entre
éstos y vuelo del espíritu” (V 18,7).
Poco antes de escribir
las Moradas, redactó una especie de síntesis de la vida mística, en que
distinguió tres especies de éxtasis: a) el arrobamiento suave y delicioso; b)
el éxtasis por arrebatamiento impetuoso del espíritu, enajenándolo de sus
potencias y funcionalidades normales; y c) el vuelo del espíritu, que parece
operar una extraña división entre alma y cuerpo (R 5).
a) “La diferencia que
hay entre arrobamiento y arrebatamiento es que el arrobamiento va poco a poco
muriéndose a estas cosas exteriores y perdiendo los sentidos y viviendo a Dios”
(R 5,9),
b) “…el
arrebatamiento viene con una sola noticia que Su Majestad da en lo muy íntimo
del alma, con una velocidad que le parece que la arrebata a lo superior de
ella, que, a su parecer, se le va del cuerpo…” (ib).
c) “El vuelo de
espíritu es un no sé cómo le llame, que sube de lo más íntimo del alma. Sola
esta comparación se me acuerda…: paréceme que el alma y el espíritu debe ser
una cosa, sino que, como un fuego, que si es grande y ha estado disponiéndose
para arder, así el alma, de la disposición que tiene con Dios, como el fuego,
que de presto arde, echa una llama que llega a lo alto…” (ib 11).
Este último llega a
adquirir manifestaciones de levitación corporal: “…es de tal manera, que
verdaderamente parece sale del cuerpo, y por otra parte claro está que no queda
esta persona muerta, al menos ella no puede decir si está en el cuerpo o si no,
por algunos instantes. Parécele que, toda junta, ha estado en otra región” (M
6,5,7). “Si esto pasa estando en el cuerpo o no, yo no lo sabré decir; al
menos, ni juraría que está en el cuerpo, ni tampoco que está el cuerpo sin
alma” (ib 8: con clara alusión a las palabras de san Pablo: 2 Cor 12,2-4).
“¿Pensáis que es poca turbación estar una persona muy en su sentido y verse
arrebatar el alma –y aún… el cuerpo con ella–, sin saber adónde va, qué o
quién la lleva, o cómo? Que al principio de este momentáneo movimiento no hay
tanta certidumbre de que es Dios” (M 6,5,1. – Lugares paralelos: V 20, 9-10;
38,17; M 6,5,2; R 5,11-12).
En todo éxtasis la
Santa distingue dos planos sucesivos: el momento de la gracia extática, y su
derivación más o menos prolongada en la vida que sigue. El momento extático es
siempre breve: “…es bien breve. Cuando estuviere media hora, es muy mucho; yo
nunca, a mi parecer, estuve tanto. Verdad es que se puede mal sentir lo que se
está pues no se siente; mas digo que, de una vez, es muy poco espacio sin
tornar alguna potencia en sí” (V 18,12). Muy relativo todo, como ella misma
advierte, porque posteriormente escribirá a propósito de sus hambres de
Eucaristía: “Acaecióme una mañana, que llovía tanto, que no hacía para salir de
casa. Yo estaba tan fuera de mí con aquel deseo, que aunque me pusieran lanzas
a los pechos, me parece entrara por ellas… Como llegué a la iglesia, diome un
arrobamiento grande… Cuando dio el reloj, vi que eran dos horas las que había
estado en aquel arrobamiento y gloria…” (V 39, 22-23. En F 6,14, humorizará a
propósito de “una mujer” que “se estaba ocho o nueve horas, pareciendo a ella y
a todos que era arrobamiento… Era perder el tiempo e imposible ser
arrobamiento”).
En cambio, pasado el
momento extático, lo normal es que se prolongue en un estado psicológico
fuerte: “En esto se pueden pasar algunas horas…, porque, comenzadas las dos
potencias a emborrachar y gustar de aquel vino divino, con facilidad se tornan
a perder de sí, para estar muy más ganadas…” (V 18,13). “Después que torna en
sí, si ha sido grande el arrobamiento, acaece andar un día o dos y aún tres tan
absortas las potencias, o como embobecida [el alma], que no parece anda en sí”
(V 20,21). Incluso en los relatos finales de Vida, tras alguna de sus
experiencias cristológicas, en que “fue tan arrebatado mi espíritu, que casi me
pareció estaba del todo fuera del cuerpo…”, pasado ese momento intenso, queda
ella “tan espantada y de tal manera, que me parece pasaron algunos días que no
podía tornar en mí, y siempre me parecía tenía presente aquella majestad…”
(38,17).
Ahora nos interesa el
éxtasis en sí mismo. En las descripciones que de él hace T –a veces tan
plásticas y emotivas–, suele distinguir expresamente lo exterior y lo interior
del éxtasis. Exterior es lo corpóreo y sensible. Interior, lo espiritual y su
contenido, a veces noético, a veces fruitivo o doloroso.
a ) Lo exterior es, en términos pobres, lo fenoménico, manifestativo y vistoso, digamos la teatralidad del éxtasis: materia prima para artistas y psiquiatras. Pero secundario y periférico en la apreciación de T. Para ella es lo más fácil de describir. Por así decir, lo retrata reiteradamente. He aquí una cualquiera de las descripciones de Vida: “Estando así el alma buscando a Dios, siente con un deleite grandísimo y suave casi desfallecer toda con una manera de desmayo que le va faltando el huelgo y todas las fuerzas corporales, de manera que, si no es con mucha pena, no puede aun menear las manos; los ojos se le cierran sin quererlos cerrar, o si los tiene abiertos, no ve casi nada; ni si lee, acierta a decir letra, ni casi atina a conocerla bien…; oye, mas no entiende lo que oye. Así que de los sentidos no se aprovecha nada… Hablar es por demás, que no atina a formar palabra, ni hay fuerza, ya que atinase, para poderla pronunciar, porque toda la fuerza exterior se pierde, y se aumenta en las del alma para mejor gozar de su gloria. El deleite exterior que se siente es muy grande y muy conocido” (V 18,10. – cf. otra descripción muy detallista en V 20,18).
b) “Ahora vengamos a
lo interior de lo que el alma aquí siente” (V 18, 14). Según la Santa, el
éxtasis místico conlleva siempre una sobredosis de conocimiento del misterio
divino, y a la vez una gran carga afectiva, de amor y ternura, de gozo o dolor,
y de intensificación de la unión a Dios. El éxtasis es ante todo una inmersión
del hombre en el misterio divino. “Deshácese toda [el alma o la persona], para ponerse
más en Mí. Ya no es ella la que vive, sino Yo. Como no puede comprender lo que
entiende, es no entender entendiendo… Sólo podré decir que se representa
estar junto con Dios, y queda una certidumbre, que en ninguna manera se puede
dejar de creer… El entendimiento, si entiende no se entiende cómo entiende;
al menos no puede comprender nada de lo que entiende” (ib). Es el místico
“entender no entendiendo”, que glosará san Juan de la Cruz.
Poco más adelante:
“tiene el entendimiento tan habituado a entender lo que es verdadera verdad,
que todo lo demás le parece juego de niños” (V 21,9). “Quedan unas verdades en
esta alma tan fijas de la grandeza de Dios, que cuando no tuviera fe que le
dice quién es y que está obligada a creerle por Dios, le adorara desde aquel
punto por tal” (M 6,4,6).
Teresa excluye del
auténtico éxtasis toda posibilidad de “vacío mental”, sea cual fuere el
significado que se dé a éste. De suerte que, en el caso de darse tal vacío,
ella lo retiene paranormal y morboso, y lo relega expresamente al plano
clínico: “Yo tengo para mí que si algunas veces no entiende de estos secretos
en los arrobamientos el alma a quien los ha dado Dios, que no son
arrobamientos, sino alguna flaqueza natural, que puede ser a personas de flaca
complexión, como somos las mujeres, con alguna fuerza de espíritu sobrepujar el
natural, y quedarse así embebidas… Aquello no tiene que ver con arrobamiento,
porque el que lo es, creed que roba Dios toda el alma para sí y… le va
mostrando alguna partecita del reino…, que por poca que sea, es todo mucho lo
que hay en este gran Dios…” (M 6,4,9). Su texto prosigue designando una forma
de función noética, auténtica pero transpsicológica, acaecida más allá de los
mecanismos normales del conocimiento. Pero de contenido y calidad superiores.
4. Evaluación del
éxtasis
La valoración que
Teresa hace del éxtasis en el plano místico contrasta con otras apreciaciones,
formuladas desde la psiquiatría o incluso desde la teología espiritual teórica.
Para T la calificación positiva del éxtasis proviene del contenido de éste en
su vertiente interior. Es decir, de su convicción de que no hay éxtasis, si el
extasiado “no entiende de estos secretos” divinos.
Es comprensible que
las ciencias psicológicas se paren en la parafernalia fenoménica del momento
extático, hasta asimilarlo o reducirlo a los parámetros de la epilepsia
demoledora o de la exaltante “epilepsia Dostoievski”. Lo que es científicamente
inadmisible es emitir un diagnóstico sobre el posible “origen epileptogénico de
los éxtasis de la Santa” a base de una mediocre recopilación de los datos
suministrados por la presunta paciente, partiendo incluso de la confusión
elemental de su grafía.
También T ha emitido
su diagnóstico valorativo de lo exterior y fenoménico de las diversas formas de
éxtasis, que a su parecer son índice de la “flaqueza” sensorial o meramente
funcional del sujeto. No ignora ella que en ese plano fenoménico, como en el de
las “hablas” (místicas o presuntas) son posibles y aún frecuentes los hechos
morbosos, debidos unas veces a debilidad psicofísica, otras a “melancolía”,
vocablo con que ella etiqueta una amplia gama de anomalías psíquicas. Pero aún
en los éxtasis genuinos, de origen transhumano (metapsicológico), Teresa
devalúa los síntomas externos. No consiste en ellos la gracia del éxtasis. Esta
se sitúa más allá: según su léxico realista y precientífico, en “lo interior”,
puramente anímico, aun cuando dada la unidad psicosomática del ser humano,
produzca de rebote síntomas corporales o funcionales empíricamente anómalos.
Para T, no está ahí ni la mística ni la santidad, únicas que a ella le
interesan.
En cambio, de cara a
las evaluaciones, no siempre positivas, de la teología espiritual, para ella el
éxtasis es, por sí mismo, un impulso de unión a Dios y como tal se sitúa en el
plano de la gracia; y en razón de los efectos que produce en el sujeto, es “de
grandísimo provecho” (V 20,23) en el orden moral y teologal de la persona. No
sólo la transforma y eleva en el plano de la conducta, sino que la depura en
una especie de catarsis superior a todos nuestros esfuerzos ascéticos: “En esta
pena [producida por ciertos éxtasis], se purifica el alma y se labra o purifica
como el oro en el crisol, para poder mejor poner los esmaltes de sus dones, y
se purifica allí lo que había de estar en purgatorio” (V 20,16). Lo repetirá en
las Moradas: “…es purificar esta alma para que entre en la séptima morada” (M
6,11,1).
Pero esa catarsis
recae sobre la parte espiritual de la persona, con derivaciones en toda ella,
incluso en el factor somático. Hablando de esos éxtasis de pena purificadora,
explica: “Es tan sabroso [este tormento] y ve el alma que es de tanto precio,
que ya le quiere más que todos los regalos que solía tener…; en sí tiene un
gusto muy de valor…; no trocaría esta merced que el Señor me hace por todas
las que después diré…” (V 20,15).
En suma, la aportación
espiritual del éxtasis es “de tanto valor”, porque realiza en sí mismo un
acercamiento a lo divino; porque produce una intensificación de la unión mística
(“es grande la ventaja que el éxtasis hace a la unión”: V 20,1); y por su
función preparatoria respecto de la etapa final del proceso místico.
Nunca afirma la Santa
que el éxtasis sea un escalón indispensable para ascender a la unión mística
suprema, y tanto menos para la santidad o para la futura vida celeste. Pero
cuando Dios lo concede –“porque quiere y a quien quiere” (V 21,9)–, sí es un
medio potentísimo para lo uno y para lo otro. Así mismo lo pensó, acerca de la
doctrina teresiana de los éxtasis, el propio fray Juan de la Cruz. Escribe él
en su comentario al verso “que voy de vuelo”: “tratar de las diferencias de
raptos y éxtasis y otros arrobamientos y sutiles vuelos de espíritu…,
quedarse ha para quien mejor lo sepa tratar que yo…: la bienaventurada Teresa
de Jesús, nuestra Madre, dejó escritas de estas cosas de espíritu
admirablemente, las cuales espero en Dios saldrán presto a la luz” (Cántico
13,7).
BIBL.
– R. T. Petterson, The art of Ecstasy: Teresa, Bernini and Crashaw, Nueva
York (Atheneum) 1970.
T. Álvarez
Todos los derechos: Diccionario Teresiano,
Gpo.Ed.FONTE