Evangelio

El arsenal de textos que santa Teresa domina de memoria no es muy abundante. Maneja más y mejor que textos precisos, piezas evangélicas. Se entiende y se expresa alegando escenas y tipos más que citas y referencias precisas. Evoca, revive o recrea textos evangélicos. Nunca compulsa directamente el texto literal al escribir y cita entre dudas, correcciones, combinaciones de dos textos o más (C 20,15) titubea (M 2,1,11 6 3.1,8) y a menudo declara sin rubor ignorancia; no usa el Evangelio de modo científico o literal, pero le importa sobremanera estar cerca y alcanzar la sustancia del mensaje evangélico. Lo logra en el sentido más profundo, el que la tradición conoce como sensus plenior. «El modo de citar… es aproximativo, de memoria, con un recurso fácil a imágenes y tipologías bíblicas» (J. Castellano, El entramado bíblico del Castillo interior, RevEspir 46 (1997) 119-142). Una primera investigación léxica da este resultado en cuanto a terminología: Evangelical CE 65,3; 73.3.6; CV 37,1; 42,5. Evangélicos CE 1.2; ídem CV 1,2. Evangelio y 3,1; 16,3; 30,19; CE 31,5; 39,6; CV 23,6: M 3,1,7; 7,1,6; Po 2. Evangelios CE 35,4; CV 21;4. Evangelista Ap 6,1. Evangelistas V 39.22; Conc 1,8. Estas son las frecuencias y lugares según el utilísimo Léxico de T publicado por A. Fortes. No es un concepto muy abundante en sí mismo en la pluma teresiana. Ha citado textos evangélicos con mayor profusión y confiesa que hubiese deseado conocer mejor el Evangelio: «¡Quién supiera las muchas cosas de la Escritura que debe haber para dar a entender!» (M 7,3,13). No es escasa, sin embargo, la panoplia de textos evangélicos alegados por T. Si nos ayudamos de las Concordancias de Fr. Luis de San José, aún útiles para estos indicadores, la estadística, que siempre es aproximativa por la doble razón de los paralelos sinópticos y por la imprecisión de las alusiones teresianas, el recuento da este resultado: treinta y cuatro citas de Mt; cuatro de Mc, veintisiete de Lc y treinta y una de Jn. El recuento de E. Renault, (Alle sorgenti d’ acqua. Apendice 2º) es un poco más abundante. Un estudio más detallado lo ofrecen las Concordancias de los Escritos de S. T. de J. (Roma 2000), t. 2, apéndice 2º, pp. 2934-2950.

Como vemos, el género de los libros influye en la alegación del evangelio. Oraciones y tratados como C, M, Exc y Conc abundan en citas más que las narraciones de V y F.

Pero el tema ha de abordarse espiritual y teológicamente si queremos captar el enfoque teresiano, su peculiar modo de lectura espiritual del evangelio y la importancia sustantiva del tema en su obra.

1. Evangelio, libro vivo

T ha recibido y aprendido el evangelio en sus núcleos fundamentales o dogmáticos, inicialmente mediante la transmisión tradicional de la atequesis y la inmersión en la religiosidad popular y en la liturgia del tiempo. Sus expresiones más humildes: cartillas, sermones, iconografía e imaginaria popular en su ambiente (casa de su padre y monasterios de Gracia y Encarnación) han sido los primeros accesos y vehículos del evangelio: las escenas evangélicas en estampas, retablos y cuadros; pasos de Semana Santa, procesiones, estampas, misterios, «autos» y representaciones (navideñas o de pasión) de la época, sea en las calles de la ciudad o en romerías, sea en el interior de los templos o en los claustros del monasterio de Gracia primero y después en la Encarnación.

Ante todo se ha encontrado con el «Evangelio», mejor, con los Evangelios en la Vita Christi del Cartujano, Ludolfo de Sajonia, traducido y adaptado por Am­brosio de Montesinos (Sevilla, 1537-1544) y en los Flos Sanctorum que atendían también a los pasos de la vida del Señor ordenados litúrgicamente. «Ignora­mos la fecha en que T se encontró con esa obra maravillosa. Sabemos que se mantuvo en contacto con ella hasta los últimos años de su vida. Y sobre todo, que fue éste el libro que sirvió a la Santa la más amplia documentación bíblica, litúrgica y cristológica» (T. Álvarez, Estudios Teresianos III, p. 15, n. 12). La recomendará como indispensable en la biblioteca de sus comunidades teresianas: «Tenga cuenta la priora con que haya buenos libros, en especial Cartujanos…» (Cons 8).

Teresa se ha apropiado del Evangelio por diversos cauces, pero lo que importa es que ha llegado a ser libro del corazón y de la memoria. Teresa ha leído y aprendido el Evangelio: «Siempre yo he sido aficionada y me han recogido más las palabras del Evangelio que libros muy concertados. En especial si no era el autor muy aprobado, no los había gana de leer. Allegada, pues, a este Maestro de la sabiduría, quizá me enseñará alguna consideración que os contente» dice en CV 21,4 y se dispone en seguida a comentar el paternóster.

T no sólo ha leído y aprendido, ha enseñado y comentado el Evangelio: «No digo que diré declaración de estas oraciones divinas (que no me atrevería y hartas hay escritas; y que no las hubiera sería disparate), sino consideración sobre las palabras del Paternóster» (ib). Utiliza el Evangelio como veremos en su exposición y le concede la mayor autoridad posible en su argumentación: «Si no creéis a Su Majestad en las partes de su Evangelio que asegura esto, poco aprovecha hermanas que me quiebre yo la cabeza a decirlo» (CV 23,6). De hecho cuando intenta ordenar y resumir su enseñanza sobre la oración y la vida de sus comunidades no encuentra mejor soporte y esquema que la «oración evÁngelical… ordenada de tan Buen Maestro y así podemos, hijas, cada una tomarla a su propósito. Espántame ver que en tan pocas palabras… se podía hacer un gran libro de oración sobre tan verdadero fundamento» (C 37,1). Lo interpreta aventurando sus propias exégesis y piensa que «Su Majestad lo dejó [el Evangelio] así en confuso» para que cada uno pidiese o entendiese «a su propósito y se consolase pareciéndonos le damos buen entendimiento, es decir, buena interpretación». Se refiere el texto en concreto a su peculiar y, sin embargo, tradicional exégesis del «pan nuestro de cada día», pero bien puede aplicarse este modo a todos los pasajes evangélicos que pasan por su pluma.

Se da en esta escritora la reclamada circularidad interpretativa entre la experiencia que ilumina el Evangelio o lo explica y aplica (sensus plenior) y el Evangelio que ilumina y provoca a su vez nueva y continua experiencia. Su interpretación es didáctica, simbólica, mistagógica y teológica.

2. Evangelio instituido

La propuesta de T no es teórica. Quiere llevar el Evangelio a la práctica y para ello y sobre sus valores instituye un modo de vida evangélica: en eso termina al fin su lectio. No está en su texto escrito la última interpretación, es su vida vivida personalmente en compromiso e instaurada institucionalmente y socialmente en las fundaciones, ahí está su verdadera exégesis. Un modo concreto de comprensión, relectura y de seguimiento, de «estar con Jesús» y de «andar en su compañía» y de «tratar» con el Maestro del pequeño colegio. Cada comunidad reproduce los rasgos ideales del primer colegio apostólico e intencionalmente apunta a reproducir, repetir algunas de las escenas evangélicas. Oración y seguimiento, soledad y compañía tienen raigambre en el tipo ideal de la comunidad evangélica que formó el Salvador y cuya atmósfera quiere rescatar y representar históricamente otra vez T.

3. Evangelio vivido y meditado

En T, lectura espiritual del Evangelio y autobiografía se confunden. Los tipos evocados en sus páginas son tomados, bien como falsilla interpretativa de las vivencias o bien como autoridad para resguardar su incomunicable experiencia; a veces le sirven también para proteger sus osadías y polemizar parapetada a buen seguro. Las escenas de la Pasión, muy especialmente, son parte esencial de todo su proceso vital y de su propuesta de camino espiritual; la capacidad de «tratar con el Señor» representado en los cuadros evangélicos es condición primera del aprendizaje oracional. Un solo texto nos basta para mostrar esta técnica de lectio evangélica:

«Si estáis alegre, miradle resucitado; […] Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto […] O miradle atado a la columna, […] O miradle cargado con la cruz, que aun no le dejaban hartar de huelgo. Miraros ha El con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vayáis vos con El a consolar y volváis la cabeza a mirarle […] Juntos andemos, Señor. Por donde fuereis, tengo de ir. Por donde pasareis, tengo de pasar […] Diréis, hermanas, que cómo se podrá hacer esto, que si le vierais con los ojos del cuerpo en el tiempo que Su Majestad andaba en el mundo, que lo hicierais de buena gana y le mirarais siempre. No lo creáis, que quien ahora no se quiere hacer un poquito de fuerza a recoger siquiera la vista para mirar dentro de sí a este Señor (que lo puede hacer sin peligro, sino con tantito cuidado), muy menos se pusiera al pie de la cruz con la Magdalena, que veía la muerte al ojo. Así que, hermanas, no creáis erais para tan grandes trabajos, si no sois para cosas tan pocas. Ejercitándoos en ellas, podéis venir a otras mayores. […] Lo que podéis hacer para ayuda de esto, procurad traer una imagen o retrato de este Señor que sea a vuestro gusto; no para traerle en el seno y nunca le mirar, sino para hablar muchas veces con El, que El os dará qué le decir» (CV 26,4-10).

Rememorando el Evangelio, reviviéndolo y prolongándolo con la propia vida y palabra se aprende lo que la autora quiere enseñar. Así «pensando en un paso» le habla el Señor (V 18,14) por ejemplo. La Palabra evangélica se prolonga místicamente en las palabras que T recibe del Señor, v. gr.: «Dijéronme sin ver quién, mas entendí ser la misma Verdad: No es poco esto que hago por ti, que una de las cosas es en que mucho me debes: porque todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad: no faltará una tilde de ella» (Mt 5,18: V 40,2). El que habló con los discípulos sigue hablando con Teresa y la acoge en su intimidad. Todas las “palabras interiores” son revelación privada que se añade y completa la revelación de los misterios mismos del Evangelio.

4. Tipos evangélicos

Dijimos antes que T opera en su trabajo redaccional con escenas evocadas y con tipos con los que identificarse en sus actitudes, sentimientos, experiencias ordinarias o místicas de relación con Cristo. El desfile es completo. Para la llamada trae a los apóstoles, para la conversión a Magdalena, al ciego, al paralítico o al sordomudo. Para la lucha perseverante se alude al hijo pródigo y a los hijos de Zebedeo. Si de valentía ante la prueba se trata: Tomás, el mancebo rico, Pedro, etc.; para la gratuidad: los obreros de la viña. En tratando de la fiesta y la alegría: el ciego que ve, el regreso del pródigo, pero también valen Pedro perdonado y la Magdalena. La fidelidad final de los Zebedeos, la sed ansiosa de la Samaritana le ayudan a entenderse y a presentar su experiencia disfrazada y autorizada por la Escritura. Tipos teresianos de experiencias de cumbre mística son Marta y María (Magdalena para el caso), el publicano, la Virgen María o Cristo mismo. Como se ve, las mujeres son evocadas con más ternura y frecuencia. Los cómputos no pueden hacerse cargo nunca de los matices más delicados de la asunción teresiana de la tipología del Evangelio. Por ejemplo la actitud de Jesús frente a las mujeres (CE 4,1) tan mirada, estudiada, buscada, alegada y querida por Teresa. Lo mismo se diga del tipo evangélico por excelencia, es decir, Jesús a quien T mira, quiere y destaca. Es el Jesús del Evangelio, el terreno y humanado el que a través de todos los filtros y condicionamientos culturales de su tiempo T busca, rescata y extrae del Evangelio. A él busca y encuentra vivo no sólo en la letra estudiada o en el relato escuchado, sino en su lectura espiritual y en su vida de amistad y de fe.

Más aún, T reproduce en todas sus obras el proceso mismo que el Cristo del Evangelio ha vivido y exigido a sus seguidores: Llamada, conversión, seguimiento, convivencia, enseñanza, asociación a su oración, a su misión y finalmente a su pasión, muerte, pascua y comunión en su Espíritu. La comunión en su persona viva con el Padre, por el Espíritu y en su Iglesia es el esquema mismo de Vida y la última ratio y razón de fondo o hilo conductor de Moradas. Camino de Perfección y Mora­das de T en último término no son sino el proceso de vida evangélica propuesto por Teresa y que es el mismo que trazan los Evangelios: de Galilea a Jerusalén y del Calvario a la Iglesia en Pentecostés. A la progresiva revelación y asimilación del Misterio de Cristo por los discípulos corresponde un «idéntico» proceso ascético inicial interpretado por T como «vida de oración» (V 11-21 y C 27-41) o de aprendizaje de la vida teologal, (C 1-26 y M 1-3) es transformación purificativa y penosa mediante inserción en Cristo y por tanto participación en su muerte (M 4-5 y V 29-31) y anticipación escatológica de la victoria y la gloria de la gracia (M 6-7-1 y V 38-40). Toda la vida mística se puede (¿se debe?) leer a la luz de la transfiguración y de las apariciones del Resucitado, como huellas y rastros de su glorificación en nuestro tiempo, historia y carne. Sobre­salto de eterno futuro en nuestro presente fugaz.

5. Cinco temas evangélicos fundamentales

A. La misericordia inagotable del Padre que ama, tiene paciencia, sufre ante la miseria del hombre creado en debilidad y pecador. Misericordia manifestada y encarnada, humanizada y aproximada en Cristo. El aprendizaje de la oración (en humildad-fe, desasimiento-pobreza-esperanza y amor-caridad) es sólo medio para poder disponerse y aprender a acoger esta misericordia. Y para poder cantarla in aeternum. “Misericordias Domini in aeternum cantabo”.

B. Las tres actitudes básicas del cristiano según T. Amor, humildad o andar en verdad y desasimiento (C 4,4). Corresponde visiblemente a tres conceptos centrales en el Evangelio:

a) Ágape: Amor de unos con otros; caridad fraterna concreta y que viene de la fuente del amor de Dios, cuya más cierta señal a su vez es saber sí «guardamos bien el amor del prójimo» (M 5,3,8).

b) Tapéinosis. Manifestada en la pistis o confianza total en Dios reconocido como único en quien confían y afirmarse una vez tomada conciencia del propio pecado, esto traducen los conceptos tan teresianos de «miseria-ruindad-bajeza», la necesidad, dependencia radical y pobreza, de la propia verdad en definitiva.

c) La pobreza esperanzada y desasida que se vivencia como esperanza escatológica, como alegría y gozo anticipado y como oración deseosa del cumplimiento.

C. Las nuevas realidades evangélicas comportan también una nueva oración: el Padrenuestro. Teresa amasa el mensaje evangélico con su propia vida y da testimonio de su vida «evÁngelical» escribiendo una historia de oración y un método de aprendizaje de la vida en compañía y del «trato de amistad» con Cristo. El proceso pasa desde la auténtica oración vocal, oración de recogimiento. Tú cuando vayas a orar entra en lo escondido… (Mt 6,6), quietud infusa, y contemplación perfecta. La alegoría evangélica del agua viva sustenta buena parte de su mensaje.

D. Son centrales en esta manera teresiana de leer el Evangelio las ‘experiencias místicas’ de los misterios evangélicos: la encarnación permanente y actual de la Humanidad de Cristo, la esponsalidad del alma y de la Iglesia entera, la comunión (koinonía) y presencia trinitaria y las consecuencias eucarísticas y eclesiales, la constante revelación (vida mística) como anticipo terrenal de la incoada gloria futura y celeste.

E. El tema, joaneo del ‘permanecer’ o ‘morar’, el ‘ménein’. Este misterio de la morada de Dios, de su presencia, marca el arranque y la cumbre de su sistema. Descubrimiento, contemplación, gozo y comunicación del misterio de la Trinidad. Dignidad y grandeza del hombre y del cristiano habitado y acompañado. Necesidad de «entrar» y recogerse para ser en plenitud. Divinización que potencia el caudal del hombre en favor de los otros y de la Iglesia.

Más allá del uso moral y tipológico de los personajes y de los símbolos evangélicos referentes constantes de la espiritualidad cristiana, hay que buscar en estos cinco amplios campos la aportación genuinamente teresiana y mística al descubrimiento e interpretación del «sensus plenior» del Evangelio.

G. Castro

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