La curación de la suegra de
Pedro y el anuncio del reino en Galilea El encuentro con Jesús, Médico
misericordioso Marcos 1, 29-39
Oración inicial
Señor, no curan las heridas y males del alma una hierba ni
un bálsamo, sino tu Palabra, que todo lo sostiene y crea, siempre nuevo cada
día. Acércate a nosotros y extiende tu mano fuerte, para que asidos a ella,
podamos dejarnos levantar, podamos resucitar y comenzar a ser tus discípulos,
tus siervos. Jesús, Tú eres la Puerta de las ovejas, la puerta abierta en el
cielo: a Ti nos acogemos, con todo lo que somos y llevamos en el corazón.
Llévanos contigo, en el silencio, en el desierto florido de tu compañía y allí
enséñanos a rezar, con tu voz, con tu palabra para que también nosotros
lleguemos a ser anunciadores del Reino. Manda ahora sobre nosotros tu Espíritu
con abundancia para que te escuchemos con todo el corazón y con toda el alma.
Amén.
Lectura
Para colocar el
pasaje en su contexto:
En continuidad con los vv. precedentes (21-28), el pasaje
describe la conclusión de una jornada típica de Jesús. Aquí está en Cafarnaún,
un día de Sábado, y, después de haber participado en la liturgia sinagogal,
Jesús continúa la celebración de la fiesta en la casa de Pedro, en un clima
familiar.
Con el ocaso del sol, terminado el descanso, Jesús continúa
su ministerio, extendiéndolo a toda Galilea. El Evangelio nos presenta tres
secuencias, que no es una crónica, para que yo sepa lo que ha hecho Jesús en
Cafarnaún, sino que revelan el misterio grande de la salvación de Cristo, que
trastorna mi vida. Puede ayudar el estar atentos al recorrido que Jesús hace:
de la sinagoga a la casa, al desierto, hasta todas las aldeas de Galilea. Y
también en el trascorrer de los tiempos que subraya el evangelista: al llegar
la tarde, o sea al ocaso del sol y la mañana inmersa todavía en la obscuridad.
Para ayudar en la
lectura del pasaje:
vv. 29-31: Jesús entra en la casa de Pedro y acoge la súplica de los discípulos, curando la suegra de Pedro, que yace en el lecho con fiebre.
vv. 32-34: Pasado el sábado, Jesús cura muchos enfermos y endemoniados, que le han traido.
vv. 35-39: Jesús se adelanta a la luz en la oración, retirándose a un lugar solitario, pero muchos lo siguen, hasta que consiguen encontrarlo. Él los lanza consigo, hacia un ministerio más amplio, que abraza toda la Galilea
El texto:
29-31: Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y
Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y
le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la
dejó y ella se puso a servirles.
32-34: Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos
los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.
Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó
muchos demonios.Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
35-39: De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se
levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón
y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te
buscan.» Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que
también allí predique; pues para eso he salido.» Y recorrió toda Galilea, predicando
en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Momento de silencio orante
Entro en el silencio que Jesús me ha preparado con su obra
de curación profunda, con su oración que disipa la noche. Dispongo mi ser, a
buscar a Jesús, sin cansarme y a seguirlo, adonde Él me lleve.
Algunas preguntas
Que pueden ayudar a mis oídos espirituales a escuchar más
profundamente y a los ojos de mi corazón a contemplar, hasta encontrar la
mirada de Jesús.
Jesús deja la sinagoga para entrar en la casa de Pedro, que
se convierte en el centro luminoso de su obra de salvación. Pruebo a seguir el
recorrido de Jesús: El llega hasta el sitio más íntimo de la casa, a saber, la
alcoba con el lecho. Reflexiono, buscando y mirando, el «camino» que
está dentro de mí, casa de Dios. ¿Dejo a Jesús la posibilidad de recorrer este
camino hasta el fondo, hasta el corazón? Observo y tomo nota de los gestos de
Jesús: Entra rápido, se acerca, toma la
mano, levanta. Son términos típicos de la resurrección. ¿No siento al Señor
que me dice también a mí:»¡ Álzate, resucita, nace de nuevo!»? Noto
la insistencia sobre la obscuridad: «ocaso
del sol, todavía obscuro» ¿Por qué? ¿Qué significa y qué otros
términos puede añadir a estas expresiones? «Todos
delante a la puerta de Jesús» Estoy también yo en medio de aquellos
«todos«. Me resuena en el
corazón aquella palabra de Jesús, que dice: «Llamad y se os abrirá».
Pruebo a imaginarme la escena: alzo la mano y llamo a la puerta de Jesús. Él
abre. ¿Qué le diré? ¿Y cómo me responderá Él? «Lo conocían». Me pregunto sobre mi relación con el
Señor. ¿Lo conozco verdaderamente?¿O sólo he sentido hablar de Él, como afirma
Job? Me miro dentro y pido a Jesús que me ayude en esta relación de
descubrimiento, de acercamiento, de comunión y de compartir con Él. Trato de
recordar los versículos que puedan ayudarme: «Hazme conocer, Señor, tus
caminos», «Muéstrame tu rostro» Jesús ora en un lugar desierto.
¿Tengo miedo de entrar yo también en esta oración, que atraviesa la noche y
precede a la luz? ¿Tengo miedo de los tiempos de silencio, de soledad, de
compañía a solas con Él? Noto el tiempo imperfecto del verbo «oraba «, que indica una acción
calmada, prolongada, profunda. ¿Tiendo, a veces, a huir, a no quererme parar? «Las huellas de Jesús» Es una
bella expresión que me recuerda el manuscrito de Santa Teresa del Niño Jesús,
donde ella dice que las huellas luminosas de Jesús se hayan diseminadas a lo
largo de las páginas del evangelio. Reflexiono. ¿Me he comprometido alguna vez
a seguir estas huellas, a veces bien marcadas, a veces casi imperceptibles? ¿Sé
reconocerlo, a lo largo de los senderos del tiempo y de la historia de cada
día, la mía y la de todos los hombres? ¿Hay una huella especial de Jesús, un
impronta indeleble, que haya dejado en la tierra de mi corazón, de mi vida?
Hago una pausa sobre los últimos versículos y traigo a la
luz los verbos de movimiento, de acción:
«Vamos a otro lugar, para predicar, he venido, fue, predicando».
Sé que yo también he sido llamado para caminar y hacerme anunciador del amor y
de la salvación de Jesús.
¿Estoy dispuesto, con la gracia y la fuerza que viene de
esta Palabra que he meditado, a tomar ahora un compromiso concreto, preciso,
aunque sea pequeño, de anunciar y evangelizar?
¿Hacia donde iré? ¿Qué pasos decido dar?
Una clave de lectura
Puedo hacer algunos recorridos de profundidad, que me
ayuden a entrar más aun en diálogo con el Señor, escuchando su Palabra.
• El paso de la sinagoga a la Iglesia
La sinagoga es la madre, pero la Iglesia es la Esposa.
Jesús, que es el Esposo, la revela y nos hace conocer la belleza y el
esplendor, que ella nos irradia. Si probamos a seguirlo, en los evangelios, nos
damos cuenta que Jesús nos conduce, en un camino de salvación, de la sinagoga a
la Iglesia. Marcos, como también Lucas, insiste mucho sobre el nexo que Jesús
instaura con la sinagoga, que llega a ser el lugar privilegiado y sagrado de su
revelación, el lugar de sus enseñanzas. Leo, por ejemplo, Mc 1,21 y Mc 6,2, o
también Lc 4, 16 y 6,6, y también Jn 6,59; durante la pasión, Jesús dirá
delante de Pilato que Él siempre ha enseñado abiertamente, en la sinagoga y en
templo (Jn 18,20). Pero es además el lugar de las curaciones, donde Jesús se
revela como potente Médico, que cura y salva: por ejemplo, en Mc 1, 23 y 3,1:
Esta doble acción de Jesús se convierte en el puente a través del cual se pasa
a la nueva casa de Dios, casa de oración para todos los pueblos, o sea la
Iglesia (Ef 5,25), porque Él es la cabeza (Ef 1, 22; 5,23), con su propia
sangre la ha comprado (At 20,28) y no cesa de alimentarla y cuidarla (Ef 5,
29). Ella es el edificio espiritual constituido de piedras vivas, que somos
nosotros, como dice San Pedro (1 Pt 2, 4s). La vida surge de nosotros, como
agua de la roca, si nos abandonamos en el Señor (Ef 5,24) en un don recíproco
de amor y confianza, si perseveramos en la oración insistente y por todos (At
12,5) y si participamos en la pasión del Señor por la humanidad (Col 1,24). La
iglesia es la columna y el sostén de la verdad (1 Tim 3,15), es bello caminar
en ella, unidos a Cristo el Señor.
• La fiebre como signo del pecado
Como dice la misma etimología de la palabra griega, la
fiebre es como un fuego que se enciende dentro de nosotros y nos consume de
modo negativo, atacando nuestras energías interiores, espirituales, haciéndonos
incapaces de cumplir el bien. En el salmo 31, por ejemplo, encontramos una
expresión muy elocuente, que puede representar bien la acción de la fiebre del
pecado en nosotros: » Tornóse mi vigor en sequedades de estío. Te confesé
mi pecado..,» (Sal 31,4s). El único modo para ser curados, en efecto, es
el ya visto en el evangelio, a saber, la confesión, el llevar delante del Señor
nuestro mal.
El libro de la Sabiduría revela otro aspecto muy
importante, allá donde dice que un fuego devorará a aquellos que rechazan
conocer al Señor (Sab 16, 16).
También en el Deuteronomio la fiebre se señala como una
consecuencia de la lejanía de Dios, de la dureza del corazón, que no quiere
escuchar su voz y seguir sus caminos (cfr. Dt 28, 15.22; 32,24).
• Jesús médico misericordioso
Este pasaje del Evangelio, como muchos otros, nos ha hecho encontrar con Jesús, que como verdadero médico y verdadera medicina, se acerca a nosotros para alcanzarnos en los puntos más heridos, más enfermos y traernos su curación, que es siempre salvación. Él es el samaritano, que a lo largo del camino de la vida, nos ve con certeza, con mirada aguda y amorosa y no pasa de largo, sino que se acerca, se inclina, venda las heridas y deja caer sobre ellas la buena medicina que lleva en su corazón. Son muchísimos los episodios en el Evangelio que narran las curaciones obradas por Jesús; puedo buscar algunas, aunque sea limitándome al Evangelio de Marcos: Mc 2,1-12; 3,1-6; 5,25-34; 6,54-56; 724-30; 7, 3137; 8, 22-26; 10, 46-52: Puede ayudarme en un trabajo para profundizar y confrontar, para meter dentro de mí las características de Jesús, que cura y, así, recibir también yo, a través de la escucha profunda de su Palabra, la curación interior y de todo mi ser. Por ejemplo, hago una parada en los verbos, sobre los gestos específicos que Jesús cumple y que se repiten en muchas de estas narraciones y pongo todavía más a la luz las palabras que Él dice. Me doy cuenta que no son muchos los gestos de Jesús para curar, sino su palabra: «álzate y ve; vete en paz; ve, tu fe te ha salvado» Raramente hace Él gestos especiales que atraigan la atención y que asombren; encuentro estas expresiones: «lo tomó por la mano, llevándolo a parte; puso, impuso las manos». Resuena en estas narraciones, la palabra del salmo que dice: Envió su palabra y los curó (Sal 106, 20). Jesús es el Señor, Áquel que cura, como ya proclamó en el libro del Éxodo (Ex 15,26) y puede serlo porque Él mismo carga sobre si nuestra enfermedad, nuestros pecados: Él es un Médico herido, que nos cura con sus heridas (cfr 1 Pt 2, 24-25).
• La tarde, las tinieblas transfiguradas por la luz de
Cristo
El tema de la noche, de la obscuridad, de las tinieblas,
atraviesa un poco toda la Escritura, desde los primeros versículos, cuando la
luz aparece como la primera manifestación de la fuerza del amor de Dios, que
crea y salva. A las tinieblas sigue la luz, a la noche el día y paralelamente
la Biblia nos hace ver que también a la obscuridad interior que puede invadir
al hombre, sigue la luz nueva de la salvación y del encuentro con Dios, del
abrazo en aquella mirada suya luminosa que embelesa. «Por ti las tinieblas
son como la luz», dice el salmo (138,12) y es verdad, porque el Señor es
la misma luz: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Sal 26,1). En el
Evangelio de Juan, Jesús afirma de si mismo que es la luz del mundo (Jn 9,5),
para indicarnos que quien Le sigue no camina entre tinieblas; de hecho, es Él
quien, como Palabra de Dios, se convierte en lámpara para nuestros pasos en
este mundo (Sal 118,105).
Las tinieblas son muchas veces asociadas con las sombras de
la muerte, por decir que la obscuridad espiritual es igual a la muerte; puedo
leer, por ejemplo, el salmo 87, 7; 106,10.14. El brazo fuerte del Señor no teme
la obscuridad, sino que en ella Él nos apresa y nos hace salir, rompiendo las
cadenas que nos oprimen. «Sea la luz» es una palabra eterna, que Dios
no se cansa nunca de pronunciar y que alcanza a todo hombre, en toda situación.
«Quédate , Señor, con nosotros, porque se hace
tarde» (Lc 24,9); es la oración de los dos de Emaús, pero puede ser la
oración de todos; así como las palabras de la esposa en el Cántico resuenan
también en nuestros labios: «¡Antes que se alarguen las sombras, regresa,
o amado mío»! (T 2,17)
San Pablo nos ayuda a hacer un recorrido interior muy
fuerte, que nos acerca a Cristo y nos salva del pecado. Así nos invita:
«La noche está avanzada, el día esta cercano. Arrojemos pues las obras de
las tinieblas y vistamos las armas de la luz» (Rm 13,12); «Todos
vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; nosotros no somos de la noche,
de las tinieblas (1 Tes 5,5ss.). Pero también de otras muchas maneras la
Palabra nos invita a hacernos hijos de la luz, y a exponernos a los rayos del
Sol divino, que es Jesús, el Oriente, para ser iluminados y transfigurados.
Cuanto más nos apropiemos de la luz de Cristo, tanto más verdad será para
nosotros la palabra del Apocalypsis: «No habrá para ellos noche, ni
necesitarán de luz de lámpara, ni de luz, ni de sol, porque el Señor Dios los
iluminará y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap 22,5).
Un momento de oración: Salmo 29
Canto de acción de gracias por la liberación de una gran prueba
Rit. En tus manos
Señor encomiendo mi vida Te ensalzo, Yahvé, porque me has levantado, no has
dejado que mis enemigos se rían de mí. Yahvé, Dios mío, te pedí auxilio y me
curaste. Tú, Yahvé, sacaste mi vida del Seol, me reanimaste cuando bajaba a la
fosa. – Rit.
Cantad para Yahvé los que lo amáis, recordad su santidad
con alabanzas. Un instante dura su ira, su favor toda una vida; por la tarde
visita de lágrimas, por la mañana gritos de júbilo. Al sentirme seguro me
decía: «Jamás vacilaré».
Tu favor, Yahvé, me afianzaba más firme que sólidas montañas; pero luego escondías tu rostro y quedaba todo conturbado. – Rit. A ti alzo mi voz, Yahvé, a mi Dios piedad imploro:
¿Qué ganas con mi sangre, con que baje a la fosa?
¿Puede el polvo alabarte, anunciar tu verdad?
¡Escucha, Yahvé, ten piedad de mí!
¡Sé tú, Yahvé, mi auxilio!
Has cambiado en danza mi lamento:
me has quitado el sayal, me has vestido de fiesta. Por eso mi corazón te cantará sin parar; Yahvé, Dios mío, te alabaré por siempre. – Rit.
Oración final
Señor, deseo alabarte, bendecirte y darte gracias con todo
el corazón por esta tu Palabra, escrita para mí, hoy, pronunciada por tu Amor
por mí, porque Tú me amas verdaderamente. Gracias, porque has venido, has
bajado, has entrado en mi casa y me has alcanzado precisamente allí donde estaba
enfermo, donde me quemaba una fiebre enemiga; has llegado allí donde yo estaba
lejano y solo. Y me has abrazado. Me has cogido de la mano y me has levantado,
devolviéndome la vida plena y verdadera que viene de Ti, la que se vive junto a
Ti. Por ahora soy feliz, Señor mío.
Gracias porque has atravesado mi obscuridad, has vencido la
noche con tu potente oración, solitaria, amorosa; has hecho resplandecer tu luz
en mi, en mis ojos y ahora yo también
veo de nuevo, estoy iluminado por dentro. También yo rezo contigo y también
crezco gracias a esta oración que hemos hecho juntos.
Señor, gracias porque me lanzas hacia los otros, hacia
mundos nuevos, fuera de las puertas de la casa. Yo no soy del mundo, lo sé,
pero estoy y quedo dentro del mundo, para continuar amándolo y evangelizándolo.
Señor, tu Palabra puede hacer el mundo más bello.
Gracias, Señor. Amén.
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