Jesús cura a Bartimeo, el ciego de Jericó
¡Aquél que es ciego, ve! ¡Quien tiene ojos no se deje
engañar! Marcos 10, 46-52
Oración
inicial
Señor Jesús, envía tu
Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual
Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la
Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios
en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que
parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida
y resurrección.
Crea en nosotros el
silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos
y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos
oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos
experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú
estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de
paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y
enviado tu Espíritu. Amén.
Lectura
a) Clave de lectura:
El evangelio de este
domingo describe el episodio de la curación del ciego Bartimeo de Jericó (Mc
10,46-52), que recoge una larga instrucción de Jesús para sus discípulos (Mc
8,22 a 10,52). Al principio de esta instrucción, Marcos coloca la curación del
ciego anónimo (Mc 8,22-26). Ahora, al final, comunica la curación del ciego del
Jericó. Como veremos, las dos curaciones son el símbolo de lo que sucedía entre
Jesús y los discípulos. Indican el proceso y el objetivo del lento aprendizaje
de los discípulos.
Describen el punto de
partida (el ciego anónimo) y el punto de llegada (el ciego Bartimeo) de la
instrucción de Jesús a sus discípulos y a todos nosotros. En el curso de la
lectura trataremos de prestar atención a las actitudes de Jesús, del ciego
Bartimeo y de la gente de Jericó y en todo lo que cada uno de ellos dice y
hace. Mientras lees y meditas el texto, piensas como si tu mismo te estuviera
mirando a un espejo. ¿En qué se refleja tu rostro: En Jesús, en el ciego
Bartimeo, en la gente?
b) Una división del texto para ayudar a la lectura:
Marcos 10,46: Descripción del contexto del episodio
Marcos 10,47: El grito del pobre
Marcos 10,48: Reacción de la gente ante el grito del pobre
Marcos 10,49-50: Reacción de Jesús ante el grito del pobre
Marcos 10,51-52: Conversación de Jesús con el ciego e su curación
c) El texto:
46 Llegan a Jericó. Y
cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre,
el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al
enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David,
Jesús, ten compasión de mí!» 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero
él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» 49 Jesús se
detuvo y dijo:
«Llamadle.» Llaman al
ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama.» 50 Y él, arrojando su manto, dio un
brinco y vino ante Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?»
El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» 52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha
salvado.» Y al instante recobró la vista y le seguía por el camino.
Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e
iluminar nuestra vida.
Algunas preguntas
para ayudarnos en la meditación y en la oración.
- ¿Cuál es punto del
texto que más te ha gustado? ¿Por qué?
- ¿Cuál es la actitud
de Jesús? ¿Qué dice y qué hace?
- ¿Cuál es la conducta
de la gente de Jericó? ¿Qué dicen y qué hacen?
- ¿Cuál es
comportamiento del ciego Bartimeo? ¿Qué dice y qué hace?
- ¿Cuál es para
nosotros la lección de la curación del ciego Bartimeo?
Para aquellos que desean profundizar el tema
a) Contexto de la larga instrucción de Jesús a los discípulos:
La curación del ciego
anónimo, al comienzo de la instrucción, se completa por dos momentos (Mc
8,22-26). En el primer momento, el ciego comienza a intuir las cosas, pero sólo
a mitad. Ve las personas como si fuesen árboles (Mc 8,24). En el segundo
momento, en el segundo intento, comienza a entender bien. Los discípulos eran
como el ciego anónimo: aceptaban a Jesús como Mesías, pero no aceptaban la cruz
(Mc 8,31- 33). Eran personas que cambiaban personas por árboles No tenían una
fe fuerte en Jesús. ¡Continuaban siendo ciegos! Cuando Jesús insistía en el
servicio y en la entrega (Mc 8,31;34; 9,31; 10,33-34), ellos discutían entre sí
sobre quien era el más importante (Mc 9,34) y continuaban pidiendo los primeros
puestos en el Reino, uno a la derecha y otro a la izquierda del trono (Mc
10,35-37). Señal de que la ideología imperante de la época penetraba
profundamente en sus mentalidades. El haber vivido varios años con Jesús, no
les había renovado su modo de ver las cosas y personas. Miraban a Jesús con la
mirada del pasado. Querían que fuese como ellos se lo imaginaban: un Mesías
glorioso (Mc 8,32). Pero el objetivo de la instrucción de Jesús es que sus
discípulos sean como el ciego Bartimeo, que acepta a Jesús como es. Bartimeo
tiene una fe fuerte que le hace ver, fe que Pedro no posee todavía. Y así
Bartimeo se convierte en el modelo para los discípulos del tiempo de Jesús,
para las comunidades del tiempo de Marcos, como para nosotros.
Marcos 10,46-47: Descripción del contexto del episodio: el grito del pobre
Finalmente, después de una larga caminata, Jesús y sus discípulos llegan a Jericó, última parada antes de llegar a Jerusalén. El ciego Bartimeo está sentado a la vera del camino. No puede participar en la procesión que acompaña a Jesús. Pero grita, invocando la ayuda del Señor: “¡Hijo de David! ¡Ten piedad de mi!” La expresión “Hijo de David” era el título más común que la gente daba al Mesías (Mt 21,9; cf. Mc 11,9) Pero este título no agradaba mucho a Jesús. Él llegó a cuestionar y a criticar la costumbre de los doctores de la ley que enseñaban a la gente diciendo el Mesías es el Hijo de David (Mc 12,35-37).
Marcos 10,48: Reacción de la gente ante el grito del pobre
El grito del pobre es incómodo, no gusta. Los que van en la procesión con Jesús intentan hacerle callar. Pero “¡él gritaba todavía más fuerte!” También hoy el grito del pobre es incómodo. Hoy son millones los que gritan: emigrantes, presos, hambrientos, enfermos, perseguidos, gente sin trabajo, sin dinero, sin casa, sin techo, sin tierra, gente que no recibirán jamás un signo de amor. Gritos silenciosos, que entran en las casas, en las iglesias, en las ciudades, en las organizaciones mundiales. Lo escucha sólo aquél que abre los ojos para observar lo que sucede en el mundo. Pero son muchos los que han dejado de escuchar. Se han acostumbrado. Otros intentan silenciar los gritos , como sucedió con el ciego de Jericó. Pero no consiguen silenciar el grito del pobre.
Dios lo escucha. (Éx 2,23-24; 3,7) Y Dios nos advierte diciendo: “ No maltratarás a la viuda o al huérfano”. ¡Si tú lo maltratas, cuando me pida ayuda, yo escucharé su grito!” (Éx 22,21)
Marcos 10,49-50: Reacción de Jesús ante el grito del pobre
¿Y qué hace Jesús? ¿Cómo escucha Dios el grito? Jesús se para y ordena llamar al ciego. Los que querían hacerlo callar, silenciar el grito incómodo del pobre, ahora, a petición de Jesús, se ven obligados a obrar de modo que el pobre se acerque a Jesús,. Bartimeo deja todo y va corriendo a Jesús. No posee mucho, apenas una manta. Lo único que tiene para cubrirse el cuerpo (cf. Éx 22,25-26). ¡Esta es su seguridad, su tierra firme!
Marcos 10, 51-52: Conversación de Jesús con el ciego y su curación
Jesús pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” No basta gritar. ¡Se necesita saber por qué se grita! Él responde: “¡Maestro! ¡Que yo recobre la vista!” Bartimeo había invocado a Jesús con expresiones no del todo correctas, porque, como hemos visto, el título de “Hijo de David” no le gustaba mucho a Jesús (Mc 12,35-37). Pero Bartimeo tiene más fe en Jesús que en las ideas y títulos sobre Jesús. No así los demás. No ven las exigencias como Pedro (Mc 8,32). Bartimeo sabe dar su vida aceptando a Jesús sin imponerle condiciones. Jesús le dice: “¡Anda! Tu fe te ha salvado!” Al instante, el ciego recuperó la vista”. Deja todo y sigue a Jesús (Mc 10,52). Su curación es fruto de su fe en Jesús (Mc 10,46-52). Curado, Bartimeo sigue a Jesús y sube con Él a Jerusalén hacia el Calvario. Se convierte en un discípulo modelo para Pedro y para nosotros: ¡creer más en Jesús que en nuestras ideas sobre Jesús!
c) Ampliando conocimientos
El contexto de la
subida hacia Jerusalén
Jesús y sus
discípulos se encaminan hacia Jerusalén (Mc 10,32). Jesús les precede. Tiene
prisa. Sabe que lo matarán. El profeta Isaías lo había anunciado (Is 50,4-6;
53,1-10). Su muerte no es fruto de un destino ciego o de un plan ya
preestablecido, sino que es la consecuencia de un compromiso tomado, de una
misión recibida del Padre junto con los marginados de su tiempo. Por tres
veces, Jesús llama la atención de los discípulos, sobre los tormentos y la
muerte, que le esperan en Jerusalén (Mc 8,31; 9,31: 10,33). El discípulo debe
seguir al maestro, aunque sea para sufrir con él (Mc 8,34-35). Los discípulos
están asustados y le acompañan con miedo (Mc 9,32). No entienden lo que está
sucediendo. El sufrimiento no andaba de acuerdo con la idea que ellos tenía del
Mesías (Mc 8,32-33; Mt 16,22). Y algunos no sólo no entendían, sino que
continuaban teniendo ambiciones personales. Santiago y Juan piden un puesto en
la gloria del Reino, uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús (Mc
10,35-37). ¡Quieren estar por delante de Pedro! No entienden la propuesta de
Jesús. ¡Están preocupados sólo de sus propios intereses! Esto refleja las
disputas y riñas existentes en las comunidades al tiempo de Marcos y las que
pueden existir todavía en nuestras comunidades. Jesús reacciona con decisión:
“¿Qué es lo que estáis pidiendo?” (Mc 10,38). Y les dice si son capaces de
beber el cáliz que Él, Jesús, beberá, y si están dispuestos a recibir el
bautismo que Él recibirá. ¡El cáliz del sufrimiento. el bautismo de sangre!
Jesús quiere saber si ellos, en vez de un puesto de honor, aceptan dar vida
hasta la muerte. Los dos responden: “¡”Podemos!” (Mc 8,39). Parece una
respuesta dicha sólo con los labios, porque pocos días después, abandonan a
Jesús y lo dejan solo en la hora del sufrimiento (Mc 14,50). Ellos no tienen
mucha conciencia crítica, no perciben su realidad personal. En su instrucción a
los discípulos, Jesús insiste sobre el ejercicio del poder (cf. Mc 9,33-35). En
aquel tiempo, aquellos que detentaban el poder no prestaban atención a la
gente. Obraban según sus ideas (cf. Mc 6,17-29). El imperio romano controlaba
el mundo y lo mantenía sometido por las fuerzas de las armas y así, a través de
tributos, tasas e impuestos, conseguía concentrar la riqueza del pueblo en
manos de unos pocos en Roma. La sociedad se caracterizaba por el ejercicio
represivo y abusivo del poder. Jesús tiene una propuesta diferente. Dice: “No
debe ser así entre vosotros. Quien quiera ser grande entre vosotros sea vuestro
servidor” (Mc 10,43).
Enseña a vivir contra
los privilegios y las rivalidades. Subvierte el sistema e insiste en el
servicio, remedio contra la ambición personal. En definitiva, presenta un
testimonio de la propia vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para ser
servido, sino para servir y dar la vida por muchos “ (Mc 10,45).
La fe es una fuerza
que transforma a las personas
La Buena Nueva del
Reino anunciada por Jesús es como un fertilizante. Hace crecer la semilla de la
vida escondida en las personas, en la gente, escondida como un fuego bajo las
cenizas de la observancia, sin vida. Jesús sopla sobre las cenizas y el fuego
se enciende, el Reino se muestra y la gente se alegra. La condición es siempre
la misma: creer en Jesús. Pero cuando el temor se apodera de las personas,
entonces desaparece la fe y la esperanza se apaga. En la hora de la tormenta,
Jesús reprende a los discípulos por su falta de fe (Mc 4,40). No creen, porque tienen
miedo (Mc 4,41). Por la falta de fe de los habitantes de Nazaret, Jesús no
puede obrar allí ningún milagro (Mc 6,6). Aquella gente no quiere creer, porque
Jesús no era como ellos pensaban que debía ser (Mc 6,2- 3). Y precisamente es
la falta de fe la que impide a los discípulos a arrojar “al espíritu inmundo”
que maltrataba a un niño enfermo (Mc 9,17). Jesús los critica: “¡Oh generación
incrédula!” (Mc 9,19). E indica el camino para reanimar la fe: “Esta especie de
demonio no se puede arrojar de ningún modo, si no es con la oración” (Mc 9,29)
Jesús animaba a las
personas a que tuviesen fe en Él y por lo mismo, creaba confianza en los demás
(Mc 5,34.36; 7,25-29; 9,23-29; 10,52; 12.34.41-44). A lo largo de las páginas
del evangelio de Marcos, la fe en Jesús y en su palabra aparece como una fuerza
que transforma a las personas. Hace que se reciba el perdón de los pecados (Mc
2,5), afronta y vence la tormenta (Mc 4,40), hace renacer a las personas y obra
en ellos el poder de curarse y de purificarse (Mc 5,34). La fe obtiene la
victoria sobre la muerte, por lo que la niña de doce años resucita gracias a la
fe de Jairo, su padre, en la palabra de Jesús (Mc 5,36). La fe hace saltar al
ciego Bartimeo: “Tú fe te ha salvado” (Mc 10,52). Si tú dices a la montaña: “Levántate
y arrójate al mar”, la montaña caerá en el mar, pero no hay que dudar en el
propio corazón (Mc 11,23-24). “Porque todo es posible para el que cree” (Mc
9,23). “¡Tened fe en Dios!” (Mc 11,22). Gracias a sus palabras y gestos, Jesús
despierta en la gente una fuerza dormida que la gente no sabe que tiene. Así
sucede con Jairo (Mc 9,23-24), con el ciego Bartimeo (Mc 10,52), y tantas otras
personas, que por su fe en Jesús, hicieron nacer una vida nueva en ellos y en
los otros.
La curación de
Bartimeo (Mc 10,,46-52) aclara un aspecto muy importante de la larga
instrucción de Jesús a sus discípulos. Bartimeo había invocado a Jesús con el
título mesiánico de “Hijo de David” (Mc 10,47). A Jesús este título no le
agradaba (Mc 12,35-37). Pero aunque ha invocado a Jesús con una expresión no
correcta, Bartimeo tiene fe y es curado. Lo contrario de Pedro, cree más en
Jesús que en las ideas que tiene sobre Jesús. Cambia su idea, se convierte,
deja todo y sigue a Jesús por el camino hasta el Calvario (Mc 10,52).
La comprensión
completa del seguimiento de Cristo no se obtiene con la instrucción teórica,
sino con el compromiso práctico, caminando con Él por el camino del servicio desde
Galilea a Jerusalén. Quien insista en tener la idea de Pedro, o sea, la del
Mesías glorioso sin la cruz, no entenderá a Jesús y no llegará a asumir jamás
la actitud del verdadero discípulo. Quien quiere creer en Jesús y hacer “don de
sí” (Mc 8,35), aceptar “ser el último” (Mc 9,35), “beber el cáliz y llevar la
cruz” (Mc 10,38), éste, como Bartimeo, aun sin tener las ideas totalmente
correctas, obtendrá el poder de “seguir a Jesús por el camino” (Mc 10,52). En
esta certeza de poder caminar con Jesús se encuentra la fuente del coraje y la
semilla de la victoria sobre la cruz.
Salmo 31 (30)
En ti, Yahvé, me
cobijo!
En ti, Yahvé, me cobijo, ¡nunca quede defraudado!
¡Líbrame conforme a tu justicia, tiende a mí tu oído, date prisa! Sé mi roca de refugio, alcázar donde me salve; pues tú eres mi peña y mi alcázar, por tu nombre me guías y diriges.
Sácame de la red que me han tendido, pues tú eres mi refugio; en tus manos abandono mi vida y me libras, Yahvé, Dios fiel.
Detestas a los que veneran ídolos, pero yo confío en Yahvé.
Me alegraré y celebraré tu amor, pues te has fijado en mi aflicción, conoces las angustias que me ahogan; no me entregas en manos del enemigo, has puesto mis pies en campo abierto. Ten piedad de mí, Yahvé, que estoy en apuros.
La pena debilita mis ojos, mi garganta y mis entrañas; mi vida se consume en aflicción, y en suspiros mis años; sucumbe mi vigor a la miseria, mis huesos pierden fuerza.
De todos mis opresores me he convertido en la burla; asco doy a mis vecinos, espanto a mis familiares.
Los que me ven por la calle se apartan lejos de mí; me olvidan igual que a un muerto, como objeto de desecho.
Escucho las calumnias de la turba, terror alrededor, a una conjuran contra mí, tratando de quitarme la vida. Pero yo en ti confío, Yahvé, me digo: «Tú eres mi Dios».
Mi destino está en tus manos, líbrame de las manos de enemigos que me acosan. Que brille tu rostro sobre tu siervo, ¡sálvame por tu amor!
Yahvé, no quede yo defraudado después de haberte invocado; que queden defraudados los impíos, que bajen en silencio al Seol.
Enmudezcan los labios mentirosos que hablan insolentes contra el justo, llenos de orgullo y desprecio.
¡Qué grande es tu bondad, Yahvé! La reservas para tus adeptos, se la das a los que a ti se acogen a la vista de todos los hombres. Los ocultas donde tú solo los ves, lejos de las intrigas de los hombres; bajo techo los pones a cubierto de las querellas de las lenguas.¡Bendito Yahvé que me ha brindado maravillas de amor (en plaza fuerte)!
¡Y yo que decía alarmado: «Estoy dejado de tus ojos»! Pero oías la voz de mi plegaria cuando te gritaba auxilio.
Amad a Yahvé, todos sus amigos, a los fieles protege Yahvé; pero devuelve con creces al que obra con orgullo.
¡Tened valor, y firme el corazón, vosotros, los que esperáis en Yahvé!
Oración
final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
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